Mis amigos charlaron sobre cosas intrascendentes de camino a los dormitorios. Todo el mundo evitó a propósito mencionar el hecho de que acabábamos de tropezarnos precisamente con mi ex novio y de que la escena había sido muy, pero que muy incómoda y desagradable. O, al menos para mí, había sido muy incómoda y desagradable.
Detestaba sentirme así. Erik había roto conmigo por mi culpa, pero lo echaba de menos. Mucho. Y todavía me gustaba. Un montón. Claro, es cierto que él se portaba como el culo en ese momento, pero es que me había pillado con otro hombre. Bueno, de hecho me había pillado con otro vampiro. Como si ese detalle importara. De cualquier modo, el problema era que yo tenía la culpa de todo el embrollo, y resultaba de lo más frustrante no poder solucionarlo, porque Erik todavía me importaba.
—¿Qué piensas tú de él, Z?
—¿De él?
¿De Erik? ¡Demonios!, pensaba que era increíble y muy frustrante y… y… y entonces, al ver cómo Damien fruncía el ceño y me lanzaba una miradita como diciendo «Al loro, chica», me di cuenta de que no me estaba preguntando por Erik.
—¿Eh? —pregunté yo, que tuve que echar mano de toda la brillantez de mi mente.
Damien suspiró.
—Del chico nuevo. Stark. ¿Qué piensas de él?
—Parece majo —dije yo mientras me encogía de hombros.
—Majo y sexi —añadió Shaunee.
—Justo como nos gustan los chicos —terminó Erin la frase por ella.
—Tú has pasado más tiempo con él que nosotros. ¿Qué piensas tú? —le pregunté yo a Damien, sin hacer caso de los comentarios de las gemelas.
—Está bien. Pero parece un poco distante. Aunque supongo que el hecho de que no pueda tener compañero de habitación por culpa de Duchess no lo ayuda mucho. Esa perra es realmente enorme —comentó Damien.
—Es nuevo, chicos. Todos sabemos lo que se siente en esa situación. Quizá él solo sepa enfrentarse a ella mostrándose distante —sugerí yo.
—Es extraño que un chico con un talento tan increíble como el suyo no esté dispuesto a usarlo —dijo entonces Damien.
—Puede que haya cosas que nosotros no sabemos —dije yo. Recordaba la seguridad y la confianza que había demostrado Stark a la hora de defender a su perra ante los vampiros, y cómo las había perdido por completo frente a Neferet, cuando creyó que ella quería utilizar su talento para competir. En ese momento Stark había estado muy raro, casi hasta asustado—. A veces, tener poderes especiales puede llegar a ser algo terrible.
Yo lo había dicho más para mí misma que para Damien, pero él me sonrió y golpeó en broma su hombro contra el mío.
—Y me figuro que tú sabes mucho de eso de no ser como los demás, ¿eh? —dijo Damien.
—Sí, eso creo —sonreí yo.
Trataba por todos los medios de aligerar mi horrible estado de humor después de lo de Erik.
Entonces sonó un bip, y Shaunee sacó el iPhone y leyó el mensaje de texto.
—¡Oh, gemela! Es del señor Superguapo Cole Clifton. Él y T. J. quieren saber si nos apetece una maratón de películas de Bourne en la residencia de los chicos —dijo Shaunee.
—Gemela, yo nací con ganas de saborear una maratón de Bourne —contestó Erin.
Entonces las dos se echaron a reír sofocadamente, se chocaron la una contra la otra y se pusieron a bailar al unísono hasta que todos acabamos haciendo una mueca de exasperación.
—¡Ah!, chicos, y vosotros también estáis invitados —nos dijo Shaunee a Damien, a Jack y a mí.
—Vaya, pues yo jamás conseguí ver la última película. ¿Cómo se llamaba? —preguntó Jack.
—El ultimátum de Bourne —dijo inmediatamente Damien.
—¡Eso es! —comentó Jack, cogiéndole de la mano—. Tienes tan buena memoria para las películas… te las conoces todas.
Damien se puso colorado.
—No todas. En general me gustan las clásicas, las antiguas. Entonces sí que había estrellas de verdad, como Gary Cooper, Jimmy Stewart y James Dean. En cambio hoy en día, la mayor parte de los actores son…
De pronto Damien se interrumpió.
—¿Qué ocurre? —preguntó Jack.
—¡James Stark! —dijo Damien.
—¿Qué pasa con él? —pregunté yo.
—James Stark es el nombre del personaje al que interpreta James Dean en la película antigua Rebelde sin causa. Sabía que ese nombre me sonaba, pero creía que era solo porque él es muy conocido.
—Gemela, ¿has visto tú esa película? —le preguntó Erin a Shaunee.
—No, gemela. No puedo decir que la haya visto.
—¡Vaya! —exclamé yo.
Yo sí que había visto esa película. Con Damien, naturalmente. Y me preguntaba si sería ese su nombre antes de ser marcado. Porque era muy probable que él, como muchos otros chicos, se hubiera cambiado de nombre al comenzar una nueva vida como iniciado. Y si era así, entonces el nombre que había elegido resultaba revelador y muy interesante porque decía mucho acerca de su personalidad.
—Entonces, ¿vas a venir, Z? —preguntó Damien con una voz penetrante que logró traspasar mis divagaciones.
Yo alcé la vista y vi cuatro pares de ojos mirándome inquisitivamente y parpadeando.
—¿Ir?
—¡Jesús, Zoey, baja a la tierra! ¿Que si vas a venir a la residencia de chicos a ver las películas de Bourne? —repitió Erin.
Yo respondí automáticamente:
—¡Ah!, eso. No.
Me alegré de que mis amigos no se cabrearan más conmigo, pero lo cierto era que no tenía ningunas ganas de salir. En realidad me sentía algo así como abatida, como si no fuera yo misma en mi interior. En el corto plazo de un par de días había conectado a través de la sangre con un hombre/vampiro, había perdido con él la virginidad a pesar de que él no me quería, y por último lo habían asesinado de un modo terrible. Les había roto el corazón a mis dos novios. ¡A los dos! La guerra había estado a punto de estallar y, de pronto, se había terminado. O algo así. Mi mejor amiga ya no estaba no muerta, pero tampoco era una iniciada normal ni una vampira, ni lo eran los chicos con los que vivía. Yo no podía contarle nada de los extraños iniciados rojos a mis amigos, excepto a Aphrodite, porque era mejor que Neferet no se enterara de qué era lo que nosotros sabíamos. Y de repente Erik, uno de esos ex novios a los cuales yo había roto el corazón, iba a ser mi profesor de drama teatral. ¡Como si tenerlo en la Casa de Noche no fuera ya suficiente drama!
—No —repetí yo con más convicción—, creo que voy a ir a ver cómo está Perséfone.
Vale, me doy perfecta cuenta de que había estado un buen rato en su estrecho box del establo hacía muy poco tiempo, pero sin duda otra dosis de su serena y cálida presencia no me iría mal.
—¿Estás segura? —preguntó Damien—. Nos gustaría mucho que vinieras con nosotros.
El resto de mis amigos asintieron y sonrieron, deshaciendo con el cálido gesto el último nudo de miedo que me había agarrotado el estómago desde el momento en que ellos se enfadaron conmigo.
—Gracias, chicos, pero en serio que esta noche no me apetece salir —dije yo.
—Vale —dijo Erin.
—Bueno —dijo Shaunee.
—Hasta luego —dijo Jack.
Creí que Damien me daría el típico abrazo de despedida que me daba siempre, pero en lugar de eso le dijo a Jack:
—Id delante, chicos, yo me reuniré con vosotros enseguida. Voy a acompañar a Z a los establos.
—¡Buena idea! —lo felicitó Jack—. Te tendré las palomitas preparadas.
—Guárdame un sitio también, ¿quieres? —sonrió Damien.
Jack le devolvió la sonrisa y le dio un rápido pero dulce beso, diciendo:
—Siempre te guardaré un sitio.
Entonces Jack y las gemelas se marcharon en una dirección, y Damien y yo en la contraria. Por suerte aquel no era un presagio de los caminos que tomarían nuestras vidas.
—No hace falta que me acompañes a los establos, de verdad —dije yo—. No está tan lejos.
—¿No dijiste antes que algo te atacó y te hirió en la mano cuando ibas de los establos a la cafetería?
Yo alcé ambas cejas y lo miré.
—Creí que no me habías creído.
—Bueno, digamos que las visiones de Aphrodite me han convertido. Así que, si quieres, cuando termines de comunicarte con tu caballo, puedes llamarme por el móvil. Jack y yo fingiremos que somos más machos de lo que somos y vendremos a buscarte.
—¡Oh, por favor! Ninguno de los dos sois lo que yo llamaría afeminados; no tenéis pluma.
—Bueno, yo no, pero Jack sí.
Los dos nos echamos a reír. Yo estaba considerando la posibilidad de replantearle el asunto de que alguien tenía que escoltarme a todas partes cuando una corneja comenzó a grajear. En realidad, y ya que en ese momento estaba más despierta y escuchaba con más atención, me di cuenta de que más que como un grajeo sonaba como un extraño graznido, pero no por eso resultaba menos desagradable.
No, quizá la palabra «desagradable» no fuera la más adecuada para describir el ruido. Espeluznante. Sí, espeluznante era la palabra justa.
—Has oído eso, ¿verdad? —pregunté yo.
—¿Al cuervo? Sí.
—¿Cuervo? Yo creí que era una corneja.
—No, no lo creo. Si no recuerdo mal, las cornejas grajean, pero el sonido de los cuervos es más como un graznido —explicó Damien, que hizo una pausa durante la cual el animal volvió a emitir el ruido dos veces. Sonó más cerca de nosotros, y su horrible voz me puso los pelos de punta—. Sí, definitivamente es un cuervo.
—No me gusta. ¿Y por qué tiene que ser tan ruidoso? Es invierno, no es época de apareamiento, ¿no? Además, es de noche, ¿no debería de estar durmiendo?
Mientras hablaba, traté de atisbar algo en medio de la oscuridad, pero no vi a ninguno de esos escandalosos pájaros, lo cual no era de extrañar. Quiero decir que son negros y era de noche. Sin embargo ese cuervo en particular parecía llenar todo el cielo a mi alrededor, y algo en su seco graznido me estremecía.
—La verdad es que yo no sé mucho acerca de sus costumbres —dijo Damien, que hizo una pausa y me miró atentamente—. ¿Qué es lo que te molesta tanto?
—He oído ese batir de alas antes, cuando esa cosa, fuera lo que fuera, se acercó a mí. Y lo encuentro sencillamente espeluznante. ¿No te da esa sensación a ti?
—No.
Yo suspiré y pensé que Damien iba a decirme que procurara calmarme y controlar mi imaginación, pero me sorprendió cuando añadió:
—Pero tú eres más intuitiva que yo, así que si tú dices que algo anda mal con ese pájaro, yo te creo.
—¿En serio?
Estábamos a unos pocos pasos del establo, y yo me detuve y me giré hacia él.
La sonrisa de Damien fue tan cálida como siempre.
—Por supuesto que sí. Yo creo en ti, Zoey.
—¿Todavía?
—Todavía —repitió él con convicción—. Y te apoyo.
Y así, sin más, el cuervo dejó de graznar y yo dejé de sentir el espeluznante estremecimiento.
Tuve que aclararme la garganta y apretar los párpados con fuerza varias veces para poder decir:
—Gracias, Damien.
Entonces la voz de vieja cascarrabias de Nala comenzó con su habitual miauff, y de pronto la gatita gorda y naranja salió de la oscuridad y comenzó a enroscarse alrededor de la pierna de Damien.
—¡Eh, hola, chica! —dijo él, que enseguida la rascó por debajo de la barbilla—. Parece que has venido a hacer la guardia en la tarea de vigilancia de Zoey.
—Sí, me parece que acabas de ser sustituido —dije yo.
—Si me necesitas para volver, llámame. De verdad que no me importa —dijo Damien, que me abrazó con fuerza.
—Gracias —repetí yo.
—De nada, Z —respondió Damien, que sonrió una vez más en mi dirección y se marchó, tarareando la canción Seasons of Love, de Rent.
Abrí la puerta lateral que da al vestíbulo y que separa la zona de los establos del campo de deportes con una sonrisa en los labios. Entre el dulce olor del heno y de los caballos, procedente de los establos a mi derecha, y la felicidad de saber que había hecho las paces con mis amigos, sentí que comenzaba a relajarme. ¡Jesús, qué estrés! Debería hacer yoga o algo así (mejor «algo así» que yoga). Porque de seguir con aquella tensión, probablemente acabaría por desarrollar una úlcera. O peor aún, arrugas.
Acababa de girar hacia los establos y tenía ya la mano sobre el picaporte de la puerta cuando oí un extraño «¡zas!» seguido de un «clonc» amortiguado. Los ruidos provenían de mi izquierda. Dirigí la vista allí y vi que la puerta del campo de deportes estaba abierta. Los siguientes «zas» y «clonc» me picaron la curiosidad y, como es típico en mí, en lugar de demostrar un poco de sensatez y seguir mi camino a los establos, tal y como era mi intención, entré en el campo de deportes.
Bueno, en realidad el campo de deportes es como un campo de rugbi cubierto, solo que no es únicamente para rugbi, y además tiene una pista alrededor. Allí los chicos juegan al fútbol y corren por la pista. (Yo en realidad no hago ninguna de las dos cosas, pero en teoría sé para qué sirve). Está cubierto para que los iniciados no tengan que soportar la luz del sol, que podría dañarles los ojos, y por eso se encienden las lámparas de gas alineadas a lo largo de las paredes. Aquella noche la mayoría de las lámparas estaban apagadas, así que fue el siguiente «clonc», y no mi vista, lo que llamó mi atención hacia el otro extremo del campo.
Stark estaba de pie de espaldas a mí, con el arco en la mano, frente a una de esas dianas de distintos colores concéntricos que sirven para puntuar. Había una flecha extrañamente gorda en el centro exacto de la diana, que era rojo. Yo entrecerré los ojos, pero no pude discernir bien lo que era debido a la escasa luz y, además, la diana estaba realmente lejos de Stark, o sea que estaba lejísimos de mí.
Nala soltó un grave y débil gruñido, y yo me di cuenta de que la bola de pelo rubio que había junto a Stark era Duchess, que estaba tirada a sus pies y, según parecía, dormida.
—Y luego dicen que es un perro guardián —le dije yo a Nala.
Stark se pasó el dorso de la mano por la frente como si quisiera limpiarse el sudor. Luego movió los hombros en círculos para soltarlos. Incluso a la distancia a la que me encontraba, él daba la sensación de ser una persona confiada y fuerte. Parecía mucho más vital que otros chicos de la Casa de la Noche. Demonios, era mucho más vital que cualquier adolescente humano en general, y yo no podía evitar que eso me intrigara. Seguí ahí de pie, tratando de buscar una escala de chicos sexis con la que compararlo, cuando él sacó otra flecha del carcaj a sus pies, se giró, alzó el arco y, con un único y rápido movimiento, soltó el aire retenido y «¡zas!», lanzó otra flecha que navegó como una bala directa al lejano objetivo. «¡Clonc!».
Solté un débil grito al comprender por qué la flecha del centro de la diana tenía ese aspecto tan extrañamente gordo. No se trataba de una sola flecha: eran un montón de flechas, que habían ido a parar la una encima de la otra. Cada una de las flechas que Stark había lanzado había dado justo en el centro mismo de la diana. Perpleja, dirigí la vista de nuevo hacia Stark, que seguía en posición de lanzar. Y entonces me di cuenta del tipo de escala que necesitaba para comparar a aquel chico: la escala del chico sexi y travieso.
¡Ah, no! ¡Como si a estas alturas yo necesitara que me intrigara un chico malo! ¡Demonios, en aquel preciso momento no me hacía falta que me intrigaran chicos de ningún tipo! Había renunciado a los chicos. Absolutamente. Me había dado la vuelta de puntillas para salir del campo de deportes cuando su voz me detuvo.
—¡Sé que estás ahí! —dijo Stark sin mirarme.
Como si la voz fuera para ella una señal, Duchess se puso en pie, bostezó y vino trotando feliz hacia mí, ofreciéndome un amistoso ladrido a modo de saludo perruno y sin dejar de mover la cola. Nala arqueó la espalda, pero no siseó ni escupió, y de hecho le permitió al labrador olerla un poco para después estornudar directamente encima de su hocico.
—Hola —les dije yo a los dos mientras acariciaba las orejas de Duchess.
Stark se giró hacia mí. Esbozaba esa sonrisa impertinente y apenas perceptible que yo ya había visto. Comencé a pensar que quizá esa expresión fuera habitual en él. Noté que estaba más pálido que a la hora de la cena. Ser el chico nuevo era duro, y al final siempre se acababa notando aunque uno fuera un chico malo sexi.
—Iba a los establos y oí ruido aquí. No pretendía interrumpirte.
Él se encogió de hombros y abrió la boca para decir algo, pero no le quedó más remedio que aclararse primero la garganta; era como si llevara mucho tiempo sin pronunciar palabra. Tosió a medias, un poco ronco, y finalmente dijo:
—No importa. De hecho, me alegro de que estés aquí. Así no tengo que ir a buscarte.
—Ah, ¿es que necesitas algo para Duchess?
—No, ella está bien. Le traje un montón de cosas cuando vine. En realidad, con quien quería hablar es contigo.
No. No me volví absolutamente loca de curiosidad ni me hice ilusiones por el hecho de que me dijera que quería hablar conmigo. Con perfecta calma y toda naturalidad le contesté:
—Vale, ¿de qué querías hablar?
Pero en lugar de responder, él me hizo a mí otra pregunta:
—Esas marcas especiales que tienes, ¿de verdad significan que tienes afinidad por los cinco elementos?
—Sí.
Traté de no apretar los dientes. Realmente me molestaba que los chicos nuevos me preguntaran por mis dones. Solían tratarme o bien como si fuera una heroína a la que debían adorar, o bien como a una bomba que podía estallarles en la cara en cualquier momento. Y cualquiera de las dos alternativas me resultaba profundamente incómoda y en absoluto interesante o halagadora.
—Había una sacerdotisa en mi antigua Casa de la Noche de Chicago que tenía afinidad por el fuego. De hecho, podía hacer que las cosas ardieran. ¿Tú puedes utilizar así los cinco elementos?
—No puedo conseguir que al agua arda o cosas raras como esa —dije yo, evitando contestar directamente a la pregunta.
Él frunció el ceño, sacudió la cabeza y por último volvió a limpiarse el sudor de la frente. Yo traté de no darle importancia al hecho de que, de algún modo, me resultara sexi su forma de sudar.
—No te estoy preguntando si puedes manipular los elementos. Solo quiero saber si eres lo suficientemente poderosa como para controlarlos.
Por fin la pregunta captó mi atención y me hizo olvidar lo mono que era Stark.
—Vale, mira, ya sé que eres nuevo, pero eso no es asunto tuyo.
—Lo cual significa que eres lo bastante poderosa.
Yo lo miré y fruncí el ceño.
—Te lo repito: no es asunto tuyo. Si me necesitas para algo que sí sea asunto tuyo, como pedirme ayuda para encontrar comida para el perro, ven a buscarme. Aparte de eso, haz como si no estuviera aquí.
—¡Espera! —exclamó él, dando un paso hacia mí—. Puede que te parezca un estúpido al preguntarlo, pero tengo una buena razón para hacerlo.
Stark ya no esbozaba su media sonrisa sarcástica, y tampoco me miraba como si fuera un obseso, empeñado en saber hasta qué punto era yo rara. Más bien parecía un chico nuevo, pálido y mono, que necesitaba de verdad saber algo.
—Bueno, sí, soy bastante poderosa.
—¿Y puedes controlar realmente los elementos? Por ejemplo, si pasara algo malo, ¿podrías conseguir que os protegieran a ti y a la gente que te importa?
—Vale, ya está bien —dije yo—. ¿Es que nos estás amenazando a mí y a mis amigos?
—¡Oh, no, mierda, no! —se apresuró a exclamar él, alzando la palma de una mano como si se estuviera rindiendo.
Por supuesto, era difícil olvidar que en la otra mano llevaba el arco con el que siempre daba en el blanco. Stark captó la mirada que dirigí al arco y, lentamente, se inclinó y lo dejó en el suelo, a sus pies.
—No pretendía amenazar a nadie —continuó Stark—. Simplemente es que se me da mal explicarme. Escucha: quiero que conozcas mi don.
Parecía tan incómodo al mencionar la palabra «don» que yo alcé las cejas y repetí:
—¿Tu don?
—Sí, así es como se llama o, al menos, es como lo llama la gente. Es la razón por la que soy tan bueno con esto —explicó, con un gesto de la barbilla en dirección al arco, a sus pies.
Yo no dije nada, pero alcé las cejas de nuevo, esperando impacientemente a que él continuara.
—Mi don es que no puedo fallar —dijo él al fin.
—¿No puedes fallar? ¿Y qué? ¿Qué tiene eso que ver conmigo o con mi afinidad por los cinco elementos?
Él sacudió una vez más la cabeza.
—No comprendes. Siempre doy en el blanco, pero eso no significa que mi objetivo sea siempre el blanco.
—Lo que dices no tiene sentido, Stark.
—Lo sé, lo sé. Ya te he dicho que esto no se me daba bien —dijo él. De nuevo se pasó la mano por los cabellos, con lo cual se los dejó levantados como la cola de un pato—. La mejor forma de explicártelo es ponerte un ejemplo. ¿Has oído hablar alguna vez del vampiro William Chidsey?
Yo sacudí la cabeza antes de contestar:
—No, pero no te extrañe. Hace solo unos pocos meses que fui marcada. No estoy muy metida precisamente en la política de los vampiros.
—Él tampoco estaba metido en política. Era arquero. Fue, sin discusión, el campeón de arco de todos los vampiros durante casi doscientos años.
—Lo cual significa que fue el campeón del mundo, porque los vampiros son los mejores arqueros del mundo —dije yo.
—Exacto —asintió Stark—. Pues eso: Will había hecho morder el polvo a todo el mundo durante casi dos siglos. Al menos hasta hace seis meses.
Yo me quedé pensativa por un momento.
—Hace seis meses era verano. Fue entonces cuando se celebró la versión vampírica de los Juegos Olímpicos, ¿no?
—Sí, los llaman los Juegos de Verano —contestó Stark.
—Vale, así que ese tipo, Will, es más que nada un buen arquero. Pero parece que tú también. ¿Lo conoces, entonces?
—Lo conocía. Está muerto. Pero sí, lo conocía bastante bien —dijo Stark, que hizo una pausa y añadió—: Él era mi mentor y mi mejor amigo.
—¡Ah, lo siento! —contesté yo con torpeza.
—Y yo. Fui yo quien lo mató.