Nadie dijo nada durante lo que me pareció un largo rato, aunque es probable que pasaran solo unos pocos tensos segundos. Ver a Neferet perder la batalla me resultó extraño, y aunque yo sabía que le había vuelto la espalda a Nyx y que estaba metida en algo absolutamente terrible, me alteró ver que alguien tan poderoso pudiera derrumbarse de esa forma.
¿Acaso Neferet se había vuelto loca?, ¿era eso lo que ocurría? ¿Es que la «oscuridad» acerca de la cual me había advertido Nyx era la negra locura del interior de la mente de Neferet?
—Vuestra alta sacerdotisa ha pasado por experiencias terribles estos últimos días —estaba diciendo Shekinah—. No pretendo excusar su error de juicio, pero sí que lo comprendo. El tiempo curará sus heridas, del mismo modo que la actuación de la policía local resolverá los dos casos. Ate, me gustaría que guiaras a los detectives a lo largo de la investigación —continuó tras dirigir la vista hacia el enorme guerrero—. Me parece que la mayor parte de las pruebas están borradas, pero quizá la ciencia moderna pueda aún descubrir algo. —Ate asintió con solemnidad, y entonces ella giró su oscura mirada hacia mí—. Zoey, ¿cómo se llama ese detective humano honesto que tú conoces?
—Kevin Marx —dije yo.
—Nos pondremos en contacto con él —señaló Ate.
Shekinah sonrió con aprobación. Luego continuó:
—Y en cuanto al resto de nosotros… —Shekinah hizo una pausa y amplió su sonrisa angelical—. Sí, digo nosotros porque he decidido quedarme aquí, al menos hasta que vuestra Neferet vuelva a ser la misma de siempre.
Yo miré rápidamente a mi alrededor. Quería captar las reacciones de los profesores ante el inesperado anuncio de Shekinah. Sus expresiones oscilaron desde el asombro a la ligera sorpresa, pasando por una indiscutible alegría. Supongo que mi rostro sería de los que mostraban esa indiscutible alegría. Quiero decir que, ¿hasta qué punto podía hacer locuras Neferet, estando la líder de todas las sacerdotisas con nosotros?
—Es importante, y el Consejo de Nyx está de acuerdo conmigo en esto, que todos tratemos de seguir adelante en esta escuela con total normalidad. Lo cual significa que las clases continuarán mañana.
Muchos profesores parecieron incómodos, pero fue de nuevo Lenobia la que alzó la voz.
—Sacerdotisa, todos queremos volver a las clases, pero nos faltan dos profesores muy importantes.
—Verdaderamente, y esa es otra de las razones por las que he pensado quedarme aquí, al menos durante un tiempo. Yo daré las clases de poesía de Loren Blake.
No me hizo falta alzar la vista hacia las gemelas, que detestaban la poesía, para saber que estaban reprimiendo un gesto de desagrado. Yo misma trataba de no echarme a reír cuando las palabras que dijo Shekinah a continuación me cortaron la risa de golpe.
—Tuve la suerte de encontrarme con Erik Night en el aeropuerto. Sé que no es normal tener a un vampiro tan joven y reciente como profesor, pero es solo una medida temporal, y todos estamos trabajando en circunstancias extenuantes. Además, los iniciados de esta escuela conocen a Erik. Él constituirá un paso intermedio perfecto para ellos, después de la pérdida de su amada profesora Nolan.
¡Ohdiosmío! ¡Erik volvía, y además iba a darme clases! No sabía si ponerme a aplaudir o a vomitar, así que opté por mantener silencio y dejar que se me revolviera el estómago.
—En cuanto al hechizo para la barrera que erigió Neferet alrededor de la escuela, no volveré a levantarlo. Aunque estoy de acuerdo en que tomara esas medidas de manera inmediata dado que, después de todo, entonces aquí apenas había Hijos de Érebo, y acababa de cometerse un crimen. No obstante, esas medidas de urgencia ya no son apropiadas. Sellar la escuela equivaldría a declarar el estado de sitio, y eso es algo que, definitivamente, queremos evitar. Y además, por supuesto, estamos perfectamente protegidos con los Hijos de Érebo —añadió Shekinah, que dirigió la vista hacia Ate, quien le devolvió el gesto con una inclinación de cabeza a modo de reconocimiento—. En general, me gustaría que vuestras vidas continuaran como siempre. Aquellos de vosotros que tenéis lazos con la comunidad humana, seguid manteniendo esa relación. Recordad la lección que nuestros antepasados tuvieron que aprender con sangre: el miedo y la intolerancia surgen del aislamiento y de la ignorancia.
En serio, no sé qué demonios se apoderó de mí, pero de pronto me di cuenta de que tenía una idea y, como si mi mano tuviera voluntad propia, la levanté por encima de la cabeza como una boba. Igual que si estuviéramos en clase y todo en mí (o sea, mi mano y mi bocaza, pero no mi cerebro) acabara de dar con una respuesta brillante.
—Zoey, ¿tienes algo que añadir? —preguntó Shekinah.
¡Oh, demonios, no! Eso es lo que hubiera debido contestar. Pero en lugar de eso, mi bocaza soltó:
—Sacerdotisa, me preguntaba si esta sería una buena ocasión para llevar a cabo una idea que tengo desde hace tiempo. Me gustaría que las Hijas Oscuras participaran en un acto de caridad local junto con la comunidad humana.
—Continua. Estoy intrigada, jovencita.
Yo tragué.
—Bueno, se me ocurrió que las Hijas Oscuras podían ponerse en contacto con las personas que dirigen Street Cats. Es… eh… una organización de caridad que da refugio a gatos sin hogar y les busca casa. Bueno, pues el caso es que he pensado que sería una buena idea que nos mezcláramos con la comunidad humana —concluí yo sin convicción.
La sonrisa de Shekinah fue luminosa.
—¡Una organización de caridad para gatos! ¡Es perfecto! Sí, Zoey, creo que tu idea es excelente. Tienes permiso para ausentarte de clase mañana a primera hora; quiero que te pongas en contacto con la gente de Street Cats.
—Sacerdotisa, debo insistir en que la joven iniciada no se mezcle ella sola con la comunidad humana —se apresuró a decir Ate—. Al menos, hasta que sepamos exactamente quién es el responsable de los crímenes contra nuestra gente.
—Pero los humanos no sabrán que somos iniciadas —alegó Aphrodite.
Todo el mundo la miró, y yo observé cómo ponía tensa la espalda y alzaba la barbilla.
—¿Y tú eres? —preguntó Shekinah.
—Me llamo Aphrodite, sacerdotisa.
Yo observé detenidamente a Shekinah. Trataba de comprobar por su reacción si había oído los rumores que Neferet había extendido sobre ella: que Nyx le había dado la espalda, que le había quitado sus poderes, etcétera, etcétera. Pero la expresión curiosa de la sacerdotisa no varió en absoluto. Solo preguntó:
—¿Cuál es tu afinidad, Aphrodite?
Entonces yo me quedé helada. ¡Mierda! Aphrodite ya no tenía ninguna afinidad.
—Nyx me otorgó el elemento tierra —dijo Aphrodite—, pero el gran don que la diosa me ha concedido es mi habilidad para tener visiones del peligro futuro.
Shekinah asintió.
—Sí, he oído hablar de tus visiones, Aphrodite. Bien, adelante. ¿Qué es lo que tienes que decir?
Yo me sentí inundada por una ola de alivio gigante. Aphrodite había respondido a la pregunta acerca de la afinidad y, gracias al uso de los tiempos verbales, en realidad no había mentido.
—Simplemente estaba pensando que, en cualquier caso, los humanos nunca saben cuándo salimos de la escuela, porque siempre nos tapamos la marca. Las únicas personas que sabrán realmente que un puñado de iniciados nos hemos ofrecido voluntarios para trabajar en Street Cats serán los de Street Cats pero ¿cuántas posibilidades hay de que ellos precisamente estén involucrados en los crímenes? —preguntó Aphrodite—. Por eso creo que estaremos a salvo.
—En eso tiene razón, Ate —dijo Shekinah.
—Sigo creyendo que las iniciadas deberían llevar a un guerrero como guardaespaldas —afirmó Ate con cabezonería.
—Eso sí que llamaría la atención sobre nosotras —argumentó Aphrodite.
—No, si el guerrero también se tapa la marca —intervino entonces Darius.
En esa ocasión todos giraron la vista hacia Darius, que seguía de pie, con su aspecto de musculosa y atractiva montaña, junto a la puerta.
—¿Y cuál es tu nombre, guerrero?
—Darius, sacerdotisa —contestó Darius, cerrando el puño sobre el pecho e inclinando la cabeza.
—Entonces, Darius, ¿quieres decir que estarías dispuesto a taparte la marca? —preguntó Shekinah.
Yo me quedé tan sorprendida como parecía estarlo la misma Shekinah. Los iniciados tenían que ocultar la marca cuando salían de la escuela: era una de las reglas de la Casa de la Noche. Y tenía sentido. Sinceramente, los adolescentes a veces tienen comportamientos tontos (sobre todo los chicos), y sin duda sería un desastre que un puñado de iniciados (sobre todo chicos, repito), se convirtieran en el blanco de los chicos humanos (o, peor aún, de los polis o de los padres excesivamente protectores). Pero una vez que un iniciado ha terminado el proceso de cambio y se le ha extendido y coloreado el tatuaje, de ningún modo está dispuesto ya a volver a ocultarlo. Es una cuestión de orgullo, de solidaridad con los suyos y de madurez. Y sin embargo, ahí estaba Darius, evidentemente joven y marcado no hacía mucho tiempo, presentándose voluntario para hacer algo que la mayoría de los vampiros, sobre todo un vampiro hombre, se negarían en rotundo a hacer.
Darius se apresuró a cerrar de nuevo el puño sobre el pecho y saludar a Shekinah, diciendo:
—Sacerdotisa, yo me cubriré la marca para acompañar a las iniciadas y poder así protegerlas y mantenerlas a salvo. Soy un Hijo de Érebo, y para mí la protección de mi gente es más importante que el orgullo mal entendido.
Shekinah curvó ligerísimamente los labios al tiempo que se giraba hacia Ate.
—¿Tienes algo que alegar al ofrecimiento de tu guerrero?
El vampiro contestó sin vacilar:
—Tengo que decir que, a veces, podemos aprender mucho de los jóvenes.
—Entonces está decidido. Zoey, mañana te presentarás ante la gente que dirige Street Cats, pero quiero que elijas a otra iniciada para que vaya contigo. Por ahora es mejor trabajar por parejas. Darius, ocultarás tu tatuaje y las acompañarás.
Todos inclinamos la cabeza en dirección a ella.
—Y ahora, si no hay más preguntas o comentarios… —continuó Shekinah, que hizo una pausa. Sus ojos se desviaron de Lenobia a Aphrodite, luego a Darius y, finalmente, a mí—, voy a suspender esta reunión. Quiero convocar un Ritual de Purificación para toda la escuela para dentro de un par de días. He sentido dolor y miedo al entrar esta noche entre estas cuatro paredes, y solo la bendición de Nyx puede aligerar semejante peso —anunció Shekinah. Muchos de los vampiros asintieron, mostrando su acuerdo—. Zoey, me gustaría que vinieras a verme mañana, antes de marcharte, para anunciarme quién va a ir contigo.
—Lo haré —dije yo.
—Sed todos bendecidos —concluyó Shekinah con formalidad.
—Sé bendecida —respondimos nosotros.
Shekinah sonrió otra vez. Les hizo un gesto a Lenobia y a Ate con un ligero movimiento de la mano para que la siguieran, y los tres abandonaron la sala.
—¡Uau! —exclamó Damien, realmente atónito—. ¡Shekinah! Esto sí que ha sido algo totalmente inesperado, y estaba incluso más resplandeciente de lo que yo me había imaginado. Quiero decir que me hubiese gustado decir algo, pero ¡me sentía tan fascinado!
Deambulábamos por el pasillo mientras los miembros del Consejo y los guerreros salían de la sala, así que Damien apenas levantaba la voz más allá de un leve murmullo, pletórico de excitación.
—Damien, esta vez no vamos a hacértelo pasar mal por culpa de tu pedantería y tu obsesión por el vocabulario pedante —dijo Shaunee.
—No, porque desde luego hacen falta palabras muy gordas y muy serias para describir a Shekinah —confirmó Erin.
—Pues yo voy a ver si luego puedo practicar un poco de fascinación con Darius —me dijo Aphrodite a mí, abriendo mucho los ojos y mirando a las gemelas.
—¿Cómo? —pregunté yo.
—Ese no es un uso correcto de la palabra —la corrigió Damien.
—Sí, tú estabas pensando en otra palabra —convino Erin.
—Sí, pero como también empieza por «f», pues te has confundido —dijo Shaunee.
—Socias Mentales y Chico Pedante, ¿sabéis lo que os digo? ¡Que os den! —contestó Aphrodite, que echó a caminar por el pasillo en la misma dirección en la que se había marchado Darius—. ¡Ah!, y también os digo que no os pongáis celosos ni os cabreéis cuando Zoey os diga que es a mí a quien elige para marcharse mañana —añadió Aphrodite, al tiempo que me lanzaba esa mirada especial que venía a decir a las claras que había una razón importante por la que debía de ser ella la que viniera conmigo.
Luego sacudió la melena y se marchó a toda prisa.
—La detestamos —dijo Erin.
—Lo mismo digo, gemela —corroboró Shaunee.
Yo suspiré. Mi abuela habría dicho que, con relación al asunto de conseguir que a mis amigos les gustara Aphrodite, yo daba un paso adelante y dos atrás. En cambio yo solo decía que me producían dolor de cabeza.
—Es un verdadero bicho, pero apuesto a que es a ella a quien te vas a llevar mañana a Street Cats —dijo Damien.
—Sí, y ganarías —confirmé yo de mala gana.
La verdad es que no quería cabrear más a mis amigos, pero incluso a pesar de no conocer las razones por las que Aphrodite quería venir conmigo, la elección era lógica. Era muy posible que ella tuviera un plan para mandar a Darius a paseo, de modo que las dos podríamos ir a buscar a Stevie Rae.
—Podrías habernos dicho antes lo de la lectura de la mente —dijo Damien, nada más echar a caminar hacia la salida del edificio principal en dirección a la residencia.
—Sí, puede que tengas razón, pero me figuré que cuanto menos supierais del tema, menos pensaríais en ello y en las razones por las que no os contaba nada —contesté yo.
—Sí, ahora ya esa respuesta me parece lógica —dijo Shaunee.
—Cierto, ahora lo comprendemos —confirmó Erin.
—Me alegro de que no estuvieras ocultándonos las cosas simplemente porque sí —dijo entonces Jack.
—Pero todavía tienes que contarnos la historia de Loren —dijo Erin.
—De hecho, en cuanto hayas terminado de llorar y todo eso, nos gustaría que nos contaras todos los detalles de lo de Loren —dijo Shaunee.
Yo alcé las cejas ante las miradas idénticas de curiosidad de las gemelas.
—Pues no contéis con ello —respondí al fin.
Las dos fruncieron el ceño.
—Concededle a la pobre chica un poco de intimidad —alegó Damien—. Lo de Loren debió de ser traumático para ella, con todo eso de la conexión por la sangre, la pérdida de la virginidad y lo de Erik…
Damien había dicho eso de «lo de Erik», la última parte del sermón, casi a gritos y de un modo muy extraño. Yo estaba a punto de preguntarle qué le pasaba cuando noté que abría los ojos como platos y que me miraba fijamente por encima del hombro aunque, en realidad, miraba más allá de mí, justo hacia el lugar del que procedía el ruido de una puerta al cerrarse: se trataba de una de las puertas laterales del edificio principal. Sentí que el estómago me daba un vuelco. Las gemelas, Jack y yo nos giramos y vimos a Erik salir del ala de la escuela por la que acabábamos de pasar y donde, por supuesto, se encontraba el aula de teatro.
—Hola Damien, Jack —saludó Erik, dedicándole una cálida sonrisa a Jack, su ex compañero de habitación.
Vi al chico casi retorcerse de placer mientras le contestaba con un efusivo «hola».
Mi estómago, naturalmente, quiso volverse del revés al recordar una de las muchas razones por las cuales Erik me gustaba tanto. Todo el mundo lo admiraba en la escuela y era de caerse de guapo, pero además era un chico estupendo.
—Shaunee, Erin —continuó Erik saludando, asintiendo en dirección a las dos.
Las gemelas sonrieron, parpadearon con coquetería un par de veces y saludaron con un «hola» al unísono. Y por fin me miró a mí.
—Hola, Zoey.
Su tono de voz había cambiado: a mí no me hablaba con el tono ligero y amistoso con el que se dirigía a todos los demás. Pero tampoco sonaba resentido. En realidad parecía más bien indiferente y educado. Yo pensé que eso podía ser un progreso, pero entonces me acordé de lo buen actor que era.
—Hola —contesté yo.
No pude decir nada más. No soy una actriz especialmente buena, y temía que mi voz sonara tan trémula como realmente me sentía.
—Hemos oído que vas a dar las clases de teatro —comentó Damien.
—Sí, me siento un poco incómodo, pero Shekinah me lo pidió, y la verdad es que a ella no se le puede negar nada —contestó Erik.
—Yo creo que la profesora Nolan estaría contenta de saber que tú vas a dar sus clases —solté yo sin reflexionar, antes de que pudiera taparme la boca.
Erik me miró. Sus ojos azules estaban absolutamente inexpresivos, lo cual era un completo error. Aquellos ojos me habían mostrado felicidad, pasión, calidez e incluso los comienzos del amor. Y luego me habían mostrado dolor e ira. ¿Y de repente no me mostraban nada de nada?, ¿cómo era eso posible?
—¿Es que tienes una nueva afinidad? —preguntó Erik con un tono de voz que no era abiertamente odioso, pero sí frío y brusco—. ¿Ahora hablas con los muertos?
Sentí que me ponía colorada.
—Nnno —tartamudeé yo—. Es que… bueno, he pensado que a la profesora Nolan le gustaría que fueras tú quien diera clase a sus estudiantes.
Erik abrió la boca, y yo vi algo malévolo bullir en sus ojos, pero en lugar de contestar apartó la vista de mí y la adentró en la oscuridad. Apretó la mandíbula y se pasó una mano por el abundante cabello negro, repitiendo un gesto que yo reconocí porque lo hacía siempre, automáticamente, cuando estaba confuso.
—Pues espero que sí le guste de verdad que esté aquí. Siempre fue mi profesora favorita —dijo Erik al fin sin mirarme.
—Oye, Erik, ¿vamos a ser compañeros de habitación otra vez? —preguntó Jack un poco a tientas, en medio de un silencio cada vez más incómodo.
Erik soltó el aire que había estado reteniendo y le dedicó a Jack una rápida y franca sonrisa.
—No, lo siento. Me han puesto en el edificio de los profesores.
—¡Ah!, claro. Siempre se me olvida que has terminado el cambio —contestó Jack, que inmediatamente soltó una risita nerviosa.
—Sí, a veces a mí también se me olvida —dijo Erik—. La verdad es que tengo que marcharme. Tengo que desempaquetar cajas y planear cómo voy a dar las lecciones. Nos vemos más tarde, chicos —se despidió Erik, cuyos ojos se volvieron entonces hacia mí—. Adiós, Zoey.
Adiós. Moví los labios, pero no salió ningún sonido de mi boca.
—¡Adiós, Erik! —gritaron todos los demás mientras él se giraba y echaba a caminar a toda prisa, alejándose de nosotros en dirección al edificio del profesorado.