8

Yo alcé la vista de la vela verde y miré a Aphrodite. Tenía el rostro pálido y los labios apretados, formando una fina línea blanca.

—¿Has intentado invocar a la tierra alguna vez desde que perdiste el tatuaje? —pregunté yo con la mayor amabilidad que pude.

Ella sacudió la cabeza y siguió mirándome con cara de tener dolor de tripa.

—Bueno, vale, entonces tienes razón. Yo podría ayudarte a averiguarlo. Podría invocar un círculo completo.

—Eso es exactamente lo que he pensado —dijo Aphrodite, que respiró hondo aunque temblorosamente—. Acabemos con esto de una vez.

Aphrodite se dirigió hacia la pared que estaba frente a la cama y se quedó allí de pie, sujetando la vela.

—Este es el norte.

—Muy bien —dije yo.

Decidida, me coloqué frente a ella. Me giré hacia el este, cerré los ojos y me concentré.

—Llena nuestros pulmones y nos da la vida. Llamo al aire al círculo.

A pesar de no tener la vela amarilla para representar al elemento, e incluso sin Damien y sin su afinidad, sentí la respuesta instantánea del elemento en forma de una suave brisa que soplaba sobre mi cuerpo.

Abrí los ojos y me volví hacia la derecha, girando en el sentido de las agujas del reloj hacia el sur, posición en la que me detuve.

—Nos calienta y nos mantiene abrigados y a salvo. Llamo al fuego a mi círculo.

Sonreí al sentir que el aire a mi alrededor se calentaba con el segundo elemento.

Volví a girar hacia la derecha, y me detuve en la siguiente posición: el oeste.

—Nos lava y sacia nuestra sed. Llamo al agua a mi círculo.

De inmediato sentí el frescor de las olas invisibles contra mis piernas. Sonreí y me giré para quedar frente a Aphrodite.

—¿Lista?

Ella asintió, cerró los ojos y alzó la vela verde que representaba su elemento.

—Nos sostiene y nos rodea. Llamo a la tierra a mi círculo.

Encendí el mechero y sostuve la llama junto a la mecha de la vela.

—¡Vaya! ¡Mierda! —gritó ella.

Aphrodite dejó caer la vela como si le hiciera daño. Cayó al suelo de madera, a sus pies. Al alzar Aphrodite la vista del suelo, donde yacían la vela y la palmatoria de cristal rota, vi que sus ojos estaban llenos de lágrimas.

—¡Lo he perdido! —exclamó Aphrodite con una voz que era poco más que un susurro, mientras las lágrimas se derramaban por sus mejillas—. ¡Nyx me lo ha quitado! ¡Sabía que lo haría! Sabía que no valgo lo suficiente como para que Nyx me otorgue el don de una afinidad por algo tan increíble como el elemento tierra.

—Yo no creo que sea eso lo que ha pasado —dije yo.

—¡Pero ya lo has visto! ¡Ya no soy la tierra! Nyx no me deja seguir representando más ese elemento —lloró Aphrodite.

—No, ya veo que has perdido la afinidad por la tierra, pero no creo que Nyx te lo haya quitado porque piense que tú no eres lo bastante buena.

—¡Pero ya no lo soy! —repitió Aphrodite con la voz rota.

—No lo creo, en serio. Espera, déjame que te lo demuestre.

Di un paso atrás, apartándome ligeramente de ella. Y en esa ocasión, sin la vela de Aphrodite, dije:

—Nos sostiene y nos rodea. Llamo a la tierra a mi círculo.

Al instante me rodearon las fragancias y los sonidos de una pradera en primavera. Traté de ignorar el hecho de que lo que estaba haciendo inducía a Aphrodite a llorar aún con más fuerza, me acerqué al centro de mi círculo invisible e invoqué al último de los cinco elementos.

—Es lo que somos antes de nacer, y aquello a lo que regresaremos algún día al morir. Llamo al espíritu a mi círculo.

Mi alma cantó en el interior de mi ser al sentir que el último elemento me llenaba.

Me aferré con fuerza al poder que me poseía siempre que invocaba los elementos y alcé los brazos por encima de la cabeza. Levanté la cara hacia arriba y entonces no solo vi el techo, sino que además imaginé lo que había más allá: el oscuro terciopelo del cielo nocturno que todo lo abarca. Y recé. Pero no como rezan mi madre y su marido, mi padrastro el perdedor, repletos de falsa humildad y de expresiones decorativas como la de «amén». Al rezar, no cambié mi forma de ser. Hablé con la diosa igual que hablaría con mi abuela o mi mejor amiga.

Y me gusta creer que Nyx aprecia mi sinceridad.

—Nyx, desde este lugar de poder que tú me has concedido, te pido que oigas mi plegaria. Aphrodite ha sufrido una gran pérdida, y yo no creo que sea porque a ti ya no te importe qué pueda pasarle. Creo que ocurre algo, y deseo de verdad que le hagas saber que sigues estando con ella, pase lo que pase.

No ocurrió nada. Respiré hondo y volví a concentrarme. Yo había oído la voz de Nyx en otras ocasiones. Quiero decir que algunas veces ella había hablado conmigo. O a veces, simplemente, tenía intuiciones sobre cosas. Cualquiera de las dos opciones estaría bien, añadí yo a mi plegaria en silencio. Entonces hice un esfuerzo mayor por concentrarme. Cerré los ojos y escuché con tal atención en mi interior que apreté los párpados y contuve la respiración sin darme cuenta siquiera. De hecho, escuchaba con tal concentración que estuve a punto de no oír el grito de sorpresa de Aphrodite.

Abrí los ojos y, casi al mismo tiempo, me quedé boquiabierta.

Entre Aphrodite y yo flotaba la imagen plateada y brillante de una bella mujer. Después, cuando Aphrodite y yo tratamos de describir lo que habíamos visto, las dos nos dimos cuenta de que no podíamos recordar ningún detalle; solo sabíamos que parecía la imagen de un espíritu que se hubiera hecho visible de pronto. Cosa que, por otro lado, tampoco es ninguna descripción.

—¡Nyx! —grité yo.

La diosa me sonrió, y yo pensé que el corazón se me saldría del pecho de pura felicidad.

—Felicidades, mi u-we-tsi-a-ge-ya —saludó la diosa, que utilizó la palabra en cheroqui que significa «hija», tal y como solía hacer mi abuela—. Has hecho bien en llamarme. Deberías seguir tu verdadero instinto más a menudo, Zoey. Jamás te llevará por mal camino.

Entonces se giró hacia Aphrodite quien, sin dejar de llorar, se dejó caer de rodillas ante la diosa.

—¡Perdóname, Nyx! —lloró Aphrodite—. ¡He hecho tantas estupideces, y he cometido tantos errores! ¡Me arrepiento de todos! ¡Estoy arrepentida de veras! No te culpo por quitarme el tatuaje y la afinidad con la tierra. Sé que no me merezco ninguno de los dos.

—Hija, me has malinterpretado. Yo no te he quitado el tatuaje. Ha sido la fuerza de tu humanidad la que lo ha quemado, igual que ha sido la fuerza de tu humanidad la que ha salvado a Stevie Rae. Porque te guste o no, siempre serás humana de una forma mucho más sublime que cualquier otra cosa, y en parte esa es la razón por la que te quiero tanto. Pero no pienses que ahora eres solo humana, mi niña. Eres algo más, solo que tendrás que descubrir tú sola qué significa eso exactamente, y elegir por ti misma.

La diosa tomó entonces la mano de Aphrodite y tiró de ella para ponerla en pie.

—Quiero que comprendas que la afinidad por la tierra jamás fue tuya, hija. Solo se la guardabas a Stevie Rae, la mantenías a buen recaudo. Porque la tierra no podía vivir verdaderamente en su interior mientras no se restaurara su humanidad. Fue en ti en quien confié para que le guardaras ese precioso don, igual que fuiste el canal a través del cual Stevie Rae recuperó su humanidad.

—Entonces, ¿no es un castigo? —preguntó Aphrodite.

—No, hija. Ya te castigas bastante tú sola —contestó Nyx.

—¿Y no me odias? —susurró Aphrodite.

La sonrisa de Nyx fue radiante y triste al mismo tiempo.

—Como ya te he dicho, Aphrodite, yo te quiero. Siempre te querré.

En esa ocasión yo supe que las lágrimas que resbalaban por el rostro de Aphrodite eran de felicidad.

—Las dos tenéis un largo camino por delante. Haréis juntas un buen trecho. Confiad la una en la otra. Escuchad cada una vuestro instinto. Confiad en la serena y débil voz que hay dentro de vosotras.

Entonces la diosa se giró hacia mí y añadió:

U-we-tsi-a-ge-ya, un grave peligro acecha.

—Lo sé. Tú no puedes querer esa guerra.

—No la quiero, hija. Aunque no es de ese peligro del que te hablo.

—Pero si no quieres la guerra, ¿por qué no la detienes? ¡Neferet tiene que escucharte! ¡Tiene que hacer lo que tú le ordenes! —exclamé yo.

No comprendía muy bien por qué de pronto me había puesto tan histérica, y menos cuando la diosa me contemplaba con perfecta serenidad.

Pero en lugar de responderme, Nyx me hizo otra pregunta.

—¿Sabes cuál es el don más grande que le he concedido jamás a un hijo mío?

Yo traté de concentrarme, pero mi mente parecía la jungla de un crucigrama, lleno de pensamientos y fragmentos de la verdad.

—La libertad —contestó Aphrodite con voz alta y clara.

Nyx sonrió.

—Justamente, hija. Y una vez que otorgo un don, jamás lo retiro. El don pasa a formar parte de esa persona, y si yo me entrometiera y le ordenara que me obedeciera, y sobre todo si le quitara esa afinidad, estaría destruyendo a esa persona.

—Pero quizá, si hablaras con Neferet como estás hablando ahora con nosotras, ella te escucharía. Es tu alta sacerdotisa —alegué yo—. Se supone que su deber es escucharte.

—Me apena decirlo, pero hace tiempo que Neferet eligió no escucharme. Ese es el peligro del que quería advertirte. Neferet ha volcado su mente hacia otra voz; una voz que lleva mucho tiempo susurrándole al oído. Yo esperaba que su amor por mí ahogara esa otra voz, pero no ha sido así. Zoey, Aphrodite es sabia en muchas cosas. Cuando dice que el poder cambia a la gente, tiene razón. El poder siempre cambia tanto a quien lo ostenta, como a quienes están a su alrededor. Aunque los que sostienen que el poder invariablemente corrompe son demasiado simplistas.

Mientras Nyx hablaba, yo observé que habían comenzado a levantarse olas de brillo que hacían vibrar todo su cuerpo; eran como neblinas de plata, como besos de luna levantándose desde el suelo, y su imagen resultaba cada vez más difícil de precisar.

—¡Espera! ¡No te vayas aún! —grité yo—. Tengo tantas preguntas…

—La vida te revelará las elecciones que debes hacer para contestar a esas preguntas —dijo ella.

—Pero has dicho que Neferet ha estado escuchando otra voz. ¿Significa eso que ya no es tu alta sacerdotisa?

—Neferet ha abandonado mi camino y ha elegido la senda del caos —contestó la diosa, cuya imagen vibró por entero—. Pero recuerda, aquello que otorgo jamás puedo retirarlo. Así que no subestimes el poder de Neferet. El odio que está tratando de despertar es una fuerza peligrosa.

—Eso me asusta, Nyx. Yo… yo siempre lo echo todo a perder —conseguí decir, tartamudeando—. Sobre todo últimamente.

La diosa volvió a sonreír.

—Tu imperfección es parte de tu poder. Busca la fuerza en la tierra y las respuestas en las leyendas del pueblo de tu abuela.

—Sería todo mucho más seguro si tú sencillamente me dijeras lo que necesito saber y lo que debo hacer —dije yo.

—Igual que el resto de mis hijos, tú debes encontrar tu propio camino y, a través de esa búsqueda, elegir lo que elige en definitiva toda criatura terrenal: debes decidirte por el caos o por el amor.

—Pero a veces el caos y el amor parecen lo mismo —dijo Aphrodite.

Yo comprendí que Aphrodite no pretendía ser irrespetuosa; era evidente por su voz que estaba un tanto desesperada.

A Nyx, sin embargo, no pareció molestarle el comentario. La diosa simplemente sonrió y dijo:

—Así es, verdaderamente, pero cuando los examinas con más detenimiento, ves que, aunque ambos son poderosos y atractivos, son tan diferentes el uno del otro como la noche y el día. Recordad… yo jamás estoy lejos de vuestros corazones, mis preciosas hijas…

Y con un último estallido de brillante luz plateada, la diosa desapareció.