—Queremos hablar contigo, Z —anunció Damien.
—Y nos alegramos de ver que ella se va —añadió Shaunee sin apartar la vista de Aphrodite.
—Sí, pero ten cuidado con la puerta al salir, no vaya a ser que te des en ese culo tuyo que no es más que un pellejo —intervino Erin.
Yo vi la expresión herida que atravesó el semblante de Aphrodite antes de decir:
—Vale, ya me voy.
—Aphrodite, tú no vas a ninguna parte —afirmé yo. Tuve que esperar a que las gemelas terminaran de soltar expresiones de incredulidad antes de continuar—. Nyx se está ocupando muy en serio en este momento de la vida de Aphrodite. ¿Confiáis en el juicio de Nyx? —pregunté yo, mirando a los ojos a cada uno de mis amigos.
—Sí, por supuesto que sí —contestó Damien en nombre de todos.
—Entonces tendréis que aceptar a Aphrodite como a uno más de nosotros —concluí yo.
Hubo una larga pausa durante la cual las gemelas, Jack y Damien se miraron los unos a los otros, y finalmente Damien dijo:
—Bueno, me figuro que tendremos que admitir que Aphrodite es especial para Nyx, pero la pura verdad es que ninguno de nosotros confía en ella.
—Yo confío en ella —afirmé yo.
Cierto, quizá no confiara en ella al cien por cien, pero Nyx se revelaba a través de ella.
—Lo cual resulta irónico, porque precisamente nosotros tenemos problemas de confianza contigo —dijo Shaunee.
—¡Panda de lerdos! Lo que decís no tiene ningún sentido —afirmó Aphrodite—. Primero exclamáis: «¡Oh, sí! ¡Confiamos en Nyx!», y al instante siguiente decís que tenéis problemas de confianza con Zoey. Zoey es la iniciada elegida. Nadie, ya sea vampiro o iniciado, ha recibido jamás tantos dones de Nyx. ¿Vais captándolo? —preguntó Aphrodite, al tiempo que hacía una mueca de exasperación.
—Puede que Aphrodite tenga razón —dijo Damien en medio de un pasmoso silencio.
—¿Tú crees? —preguntó Aphrodite con sarcasmo—. Pues allá va otro notición para la panda de lerdos: en mi última visión, he visto que asesinaban a Zoey y que el mundo entero se convertía en un caos por culpa de su muerte. ¿Y adivináis quiénes eran los responsables del asesinato de vuestra supuesta amiga? —preguntó Aphrodite, que hizo una pausa y alzó las cejas en dirección a Damien y a las gemelas antes de responder ella misma a la pregunta—. Todos vosotros. Asesinan a Zoey porque vosotros le dais la espalda.
—¿Aphrodite ha tenido una visión de tu muerte? —me preguntó Damien a mí.
Su rostro, de pronto, se había puesto sumamente pálido.
—Sí. Bueno, en realidad ha tenido dos. Pero las dos eran bastante confusas. Las vio desde mi punto de vista, lo cual resultó un poco horripilante. De todos modos solo tengo que mantenerme alejada del agua y de…
Me interrumpí, y mis palabras se desvanecieron justo antes de que nombrara a Neferet. Por suerte, Aphrodite tomó la palabra.
—… Tiene que mantenerse alejada del agua, y no puede quedarse sola —dijo Aphrodite—. Lo cual significa, chicos, que tenéis que daros un besito y hacer las paces. Pero esperad a que yo me vaya para que no os vea, porque sin duda me darían arcadas.
—Nos has cabreado de verdad, Z —dijo Shaunee, que estaba casi tan pálida como Damien.
—Pero a pesar de todo no queremos que te mueras —terminó Erin la frase por ella, con idéntico aspecto.
—¡Yo me moriría si tú te murieras! —exclamó Jack que, acto seguido, se sorbió la nariz.
Luego alargó la mano para tomar la de Damien.
—Bueno, pues entonces tendréis que superar vuestros prejuicios y volver a ser la pandilla de estúpidos compis de siempre —concluyó Aphrodite.
—¿Y desde cuándo te importa a ti si Zoey está viva o muerta? —preguntó Damien.
—Desde que trabajo para Nyx en lugar de trabajar para mí misma. A Nyx le jode lo que le pase a Zoey, así que a mí también me jode. Y menos mal, porque se supone que vosotros sois sus mejores amigos, pero basta un secreto o dos y un pequeño malentendido para que le deis las espalda —contestó Aphrodite, que entonces me miró, soltó un bufido y añadió—: ¡Demonios, Zoey, con amigos como estos, es una suerte que tú y yo no seamos enemigas!
Damien volvió la cabeza de Aphrodite hacia mí sin dejar de sacudirla. Parecía sentirse más dolido que enfadado. Entonces dijo:
—Lo que de verdad no comprendo de todo esto es por qué le cuentas a ella lo que te niegas a contarnos a nosotros, porque está perfectamente claro que a ella sí le cuentas las cosas.
—¡Oh, vamos, chico gay! ¡No vayas a ponerte ahora tierno, pensando que te he robado tu estúpido puesto al lado de Zoey! La razón es muy sencilla. A mí los vampiros no pueden leerme la mente.
Damien parpadeó perplejo. Y después abrió inmensamente los ojos, como si al fin comprendiera. Entonces me miró a mí.
—Entonces, ¿a ti tampoco pueden leerte la mente, verdad?
—No, no pueden —contesté yo.
—¡Oh, mierda! —exclamó Shaunee—. ¿Quieres decir que crees que contarnos algo a nosotros es como contárselo al mundo entero?
—Es imposible que resulte tan fácil para un vampiro leerle la mente a un iniciado, Z —razonó Erin—. Porque si lo fuera, entonces habría un montón de chicos que tendrían siempre muchos problemas.
—¡Eh, espera! Los vampiros suelen pasar por alto cosas como que los iniciados se escapen del campus o usen la PDA —dijo Damien, pronunciando las palabras muy despacio como si estuviera sumando dos más dos en ese momento, mientras hablaba—. No les importa realmente que nos saltemos las reglas de vez en cuando, siempre y cuando se trate solo de las cosas típicas que hacen los adolescentes; así que está claro que no se dedican a escuchar nuestras mentes todo el tiempo, o como quiera que se llame esa facultad psíquica.
—Exacto, pero ¿y si piensan que ocurre una cosa que amenaza con romper algo más importante que esas reglas habituales de conducta, y creen que hay un grupo de iniciados que sabe algo? —sugerí yo.
—Entonces se concentran en escuchar las mentes de ese grupo de iniciados —concluyó Damien por mí—. ¡Claro, hay cosas que desde luego no puedes decirnos!
—¡Demonios! —exclamó Shaunee.
—¡La cosa apesta de verdad! —convino Erin.
—Pues os ha costado bastante llegar a esa conclusión —dijo Aphrodite.
Damien no le hizo caso y añadió:
—Esto tiene que ver con Stevie Rae, ¿verdad?
Yo asentí.
—¡Eh!, y hablando de Stevie Rae… —comenzó a decir Shaunee.
—¿Qué le ha pasado? —preguntó Erin.
—No le ha pasado una mierda —contestó Aphrodite—. Me encontró. Me volvió a aparecer el tatuaje, se me pasó el susto y entonces volví.
—¿Y adónde fue ella? —preguntó Damien.
—¿Es que tengo aspecto de niñera? ¿Cómo diablos voy a saber yo adónde ha ido vuestra amiga la paleta? Lo único que me dijo es que tenía que marcharse porque tenía asuntos que resolver. ¡Como si no fuera evidente!
—Como sigas hablando así de Stevie Rae, la que va a tener asuntos que resolver vas a ser tú. ¡Con mi puño! ¡En la cara! —la amenazó Shaunee.
—¡Yo le sujeto ese culito de pellejo, gemela! —se ofreció Erin.
—¡Ah!, ¿pero es que también compartís el cerebro? —preguntó Aphrodite.
—¡Oh! ¡Dios! ¡Mío! ¡Basta! —grité yo—. Puede que me muera. Dos veces. Hoy mismo me he tropezado con una especie de cosa fantasmal extraña, y estoy jodidamente aterrada. No estoy muy segura de qué diablos sucede con Stevie Rae, pero Neferet ha convocado una reunión del Consejo. Seguramente lo que quiere es repasar los planes para la guerra: una guerra que es un completo error. ¡Y encima vosotros no podéis dejar de discutir! ¡Me estáis dando dolor de cabeza, y además me estoy cabreando!
—Será mejor que la escuchéis. Yo he contado un taco y dos palabras malsonantes en un solo párrafo corto. Habla en serio —advirtió Aphrodite.
Vi a las gemelas reprimir una sonrisa. ¡Jolines! ¿Por qué el hecho de que no me guste soltar tacos es tan importante?
—Está bien. Trataremos de llevarnos bien —accedió Damien.
—¡Por Zoey! —exclamó Jack, que me dirigió una cariñosa sonrisa.
—¡Por Zoey! —convinieron las gemelas al unísono.
Se me encogió el corazón al dirigir la vista hacia cada uno de mis amigos. Me apoyaban. Pasara lo que pasara, ellos seguían a mi lado.
—Gracias, chicos —contesté yo, parpadeando y reprimiendo las lágrimas.
—¡Abrazo de amigos! —exclamó Jack.
—¡Ah, demonios, no! —exclamó a su vez Aphrodite.
—En eso tenemos que estar de acuerdo con Aphrodite —dijo Erin.
—Sí, es hora de marcharnos —convino Shaunee.
—¡Ah!, Damien, nosotros también tenemos que marcharnos —dijo Jack—. Le prometiste a Stark que irías a ver si se había instalado a gusto antes de ir a la reunión.
—Sí, es cierto —confirmó Damien—. Adiós, Z. Hasta luego.
Él y Jack siguieron a las gemelas, que en ese momento salían de mi dormitorio. Se despidieron de mí y salieron en fila al pasillo, dejándome a solas con Aphrodite. Y enseguida se pusieron a hablar de lo sexi que era Stark.
—Así que mis amigos no son tan terribles, ¿no? —comenté yo.
Aphrodite me dirigió su fría mirada azul y contestó:
—Tus amigos son imbéciles.
Yo sonreí y le di un golpecito con el hombro, diciendo:
—Entonces tú también eres imbécil.
—Eso es lo que me temo —contestó Aphrodite—. Y hablando de mí en el infierno: acompáñame a mi habitación. Quiero que me ayudes a resolver una cosa antes de ir a la reunión del Consejo.
—Por mí, bueno —contesté yo, encogiéndome de hombros.
En realidad me sentía bastante bien conmigo misma. Mis amigos volvían a hablarme y, según parecía, cabía la posibilidad de que todo el mundo empezara a llevarse bien.
—¡Eh!, ¿te has dado cuenta de que las gemelas te han dicho una cosa amable antes de marcharse? —pregunté yo mientras íbamos por el pasillo, de camino al dormitorio de Aphrodite.
—Las gemelas son simbióticas, y espero que muy pronto alguien se las lleve para hacer experimentos científicos con ellas.
—Esa actitud no te va a ayudar —advertí yo.
—¿Podríamos centrarnos en lo verdaderamente importante?
—¿Como qué, por ejemplo?
—Como por ejemplo yo y el asunto en el que quiero que me ayudes —contestó Aphrodite mientras abría la puerta de su habitación y las dos entrábamos en lo que a mí siempre me había parecido su palacio.
Quiero decir que… ¡jopé! El dormitorio parecía sacado de la revista de decoración Guía de diseño de Gossip Girl, si es que esa revista existe. Y es triste, pero probablemente sí que exista. (¡Y no es que no me guste Gossip Girl!).
—Aphrodite, ¿alguna vez te ha dicho alguien que puede que sufras un trastorno de la personalidad?
—Sí, ya me lo han dicho unos cuantos psiquiatras demasiado bien pagados. ¡Como si me importara!
Aphrodite atravesó el dormitorio y abrió la puerta de un armario pintado a mano (probablemente un mueble antiguo y muy caro), colocado frente a una cama con dosel de madera tallada a mano (sin duda antigua y muy cara).
—¡Ah!, y, por cierto, tienes que encontrar el modo de que el Consejo nos facilite la entrada y salida del campus a ti, a mí y, por mucho que deteste tener que decírtelo, a la pandilla de lerdos —comentó Aphrodite mientras rebuscaba por el interior del armario.
—¿Cómo?
Aphrodite suspiró y se giró para contestarme.
—¿Quieres, por favor, seguir el hilo de la conversación? Necesitamos tener libertad para entrar y salir para poder averiguar qué coño está pasando con Stevie Rae y sus asquerosos amigos.
—Ya te he dicho que no pienso permitirte hablar mal de Stevie Rae. Y además, no pasa nada con ella.
—Eso es discutible, pero ya que en esta ocasión te niegas a tratar el asunto de forma razonable, me refiero a los frikis con los que se codea. ¿Y si resulta que tenías razón, y que Neferet quiere usarlos en su guerra contra los humanos? No es que a mí me gusten particularmente los humanos, pero la guerra me gusta aún menos. Por eso creo que deberíamos tener libertad para ir a comprobarlo.
—¿Yo?, ¿y por qué yo? ¿Por qué tengo que ser yo la que se invente el modo de que todos podamos entrar y salir de la escuela?
—Porque tú eres la iniciada superheroína. Yo solo soy tu colega más atractiva. ¡Ah, y la panda de lerdos son tus estúpidos lacayos!
—Estupendo.
—¡Eh!, no te enfades por eso. Ya se te ocurrirá algo. Siempre se te ocurre algo.
Yo la miré y parpadeé perpleja.
—Tu confianza en mí es desconcertante —dije yo al fin.
Y no hablaba en broma. Quiero decir que Aphrodite parecía creer realmente que al final yo encontraría la solución al problema.
—Pues no debería resultarte desconcertante —contestó Aphrodite, que se giró de nuevo hacia el interior del armario para seguir buscando—. Yo sé mejor que nadie hasta qué punto Nyx te ha otorgado dones. Sé lo poderosa, bla, bla, bla… ya sabes. Así que nos sacarás de esta. ¡Por fin! ¡Dios, ojalá nos dejaran tener sirvientas en la residencia! Jamás encuentro nada cuando soy yo la que tiene que poner orden en mis cosas.
Aphrodite se dio la vuelta. Llevaba en la mano una vela verde, una bonita palmatoria de cristal verde y un encendedor de lujo.
—¿Necesitas que te ayude a encender la vela?
—No, genio. La verdad, a veces me cuesta comprender las elecciones de Nyx —contestó Aphrodite, que me tendió el diminuto encendedor de oro—. Quiero que me ayudes a descubrir si he perdido la afinidad con la tierra.