6

—Sí, tienes que salvar al mundo, Z, pero no te preocupes, porque nosotras estaremos contigo —dijo Stevie Rae, que volvió a dejarse caer sobre la cama a mi lado.

—No, idiota. Yo estaré aquí con ella. Tú tienes que marcharte hasta que se nos ocurra qué contarles a la pandilla de lerdos acerca de ti y de tus amiguitos. Ya sabes, los de la higiene rarita —dijo Aphrodite.

Stevie Rae miró a Aphrodite con el ceño fruncido.

—Eh… ¿«amiguitos»? —pregunté yo.

—Han soportado muchas cosas, Aphrodite. Y quiero que sepas que bañarse y ponerse guapo no es tan importante cuando uno está muerto. O incluso no muerto —dijo Stevie Rae—. Además, tú sabes que ahora se portan mucho mejor y que usan las cosas que les compraste.

—Vale, ahora sois vosotras las que vais a tener que retroceder. ¿De qué amigos estáis…? —pregunté yo. Y entonces me interrumpí y perdí el hilo de mis palabras al darme cuenta de sobre quiénes debían de estar hablando—. Stevie Rae, no me estarás diciendo que todavía sigues saliendo por ahí con esos chicos repugnantes de los túneles, ¿no?

—Tú no lo comprendes, Zoey.

—Traducción: «Sí, Zoey, todavía sigo saliendo por ahí con esos repugnantes desechos» —contestó Aphrodite, imitando el acento okie de Stevie Rae.

—¡Basta! —le dije yo a Aphrodite automáticamente, para girarme segundos después hacia Stevie Rae—. No, no lo comprendo, así que explícamelo.

Stevie Rae respiró hondo.

—Bueno, creo que esto… —comenzó Stevie Rae a decir, al tiempo que se señalaba el tatuaje color escarlata de la frente—. Esto quiere decir que tengo que estar cerca de los chicos del tatuaje rojo para ayudarles a terminar el cambio a ellos también.

—¿Los otros chicos no muertos tienen tatuajes rojos como el tuyo?

Stevie Rae se encogió de hombros, incómoda, antes de contestar:

—Bueno, más o menos. Yo soy la única que tiene el tatuaje terminado, lo cual me figuro que significa que he terminado el cambio. Pero ahora los perfiles de luna creciente de sus tatuajes de la frente se han vuelto rojos. Siguen siendo iniciados. Solo que son… bueno, iniciados de un tipo distinto.

¡Vaya! Me quedé ahí sentada, sin poder decir ni una palabra, tratando de asumir las consecuencias de lo que estaba diciendo Stevie Rae. Resultaba completamente increíble que, de pronto, existiera un nuevo tipo de iniciados porque, por supuesto, eso quería decir que existiría un nuevo tipo de vampiros adultos, y eso, por un momento, me llamó mucho la atención. ¿Y si también quería decir que todo aquel que fuera marcado haría uno u otro cambio, de modo que ya no moriría ningún iniciado más? O, al menos, no moriría ninguno de manera permanente. Simplemente se convertiría en un iniciado rojo. Fuera lo que fuera lo que eso significara.

Pero entonces me acordé de lo horribles que eran esos otros chicos. Habían matado a adolescentes humanos. De una manera horrorosa. Habían intentado matar a Heath. Yo lo había salvado. ¡Demonios, me habrían matado a mí también de no haber utilizado mi afinidad con los cinco elementos para salvarnos a los dos!

Y también me acordé del destello rojo que había visto en los ojos de Stevie Rae un momento antes y de la maldad de su rostro, que me había parecido tan fuera de lugar; aunque, al mirarla en ese instante, al oírla y observarla comportarse como la Stevie Rae de siempre, resultaba fácil convencerse de que me equivocaba, de que me lo había imaginado todo o, quizá, de que simplemente estaba exagerando.

Traté de apartar esa idea de mi mente y dije:

—Pero, Stevie Rae, esos chicos eran terroríficos.

Aphrodite soltó un bufido y me corrigió:

—Siguen siendo horribles, y siguen viviendo en un sitio tétrico y desagradable. Y sí, además siguen siendo terriblemente violentos.

—Bueno, ya no están tan absolutamente fuera de control como solían estarlo antes, pero tampoco son lo que podría llamarse normales —admitió Stevie Rae.

—Son superdesagradables, eso es lo que son —sentenció Aphrodite—. Como bichos raros.

—Sí, algunos tienen problemas y jamás han sido precisamente los chicos más admirados del mundo pero ¿y qué?

—Yo solo digo que sería más fácil planear qué hacer si fueras tú sola.

—Pero no siempre se trata de buscar la salida más fácil. No me importa lo que tengamos que hacer o lo que tenga que hacer yo. No voy a permitir que Neferet use a esos otros chicos —aseguró Stevie Rae con firmeza.

De pronto, esa frase de Stevie Rae me hizo caer en la cuenta. Me estremecí horrorizada al sentir que mis entrañas me confirmaban instintivamente la terrible nueva idea que se me había ocurrido.

—¡Oh, Dios mío! Es por eso por lo que Neferet convierte a esos pobres chicos moribundos en muertos no muertos. ¡Para que vuelvan y ella pueda usarlos en la guerra que les ha declarado a los humanos!

—Pero Z, hace ya mucho tiempo que hay chicos no muertos, y sin embargo al profesor Nolan y a Loren acaban de asesinarlos. Y Neferet les ha declarado la guerra de guerrillas a los humanos hace nada —objetó Stevie Rae.

Yo no dije nada. No pude. Lo que estaba pensando era demasiado terrible como para decirlo en voz alta. Temía que cada una de las sílabas de las palabras que formaban mi idea pudiera convertirse en un arma, y que juntas nos destruyeran a todos.

—¿Qué ocurre? —preguntó Aphrodite, que me observaba muy detenidamente.

—Nada —contesté yo. Cambié las palabras en mi mente, de modo que la idea resultara soportable—. Es solo que toda esta historia me hace pensar que Neferet ha estado buscando una excusa para luchar contra los humanos durante mucho tiempo. Realmente, no me sorprendería que hubiera creado a todos esos chicos muertos para formar su ejército particular. La vi con Elliot poco después de su supuesta muerte. Resultaba asqueroso su modo de controlarlo —expliqué yo con un escalofrío.

Recordaba perfectamente la forma en que Neferet le había dado órdenes y la forma en que él había inclinado la cabeza y se había arrastrado ante ella; recordaba cómo luego él había lamido de un modo vomitivo e insinuante al mismo tiempo la sangre que ella le ofrecía. Contemplar la escena había sido repugnante.

—Por eso tengo que volver con ellos —dijo Stevie Rae—. Necesitan que los cuide y que les demuestre que ellos también pueden cambiar. Aun cuando Neferet descubra el cambio que se ha producido en sus tatuajes, seguirá intentando controlarlos y mantenerlos… bueno, digamos que querrá que sigan siendo poco agradables. Y yo creo que ellos pueden volver a estar bien, igual que yo he vuelto a estar bien.

—¿Y los que jamás han estado bien? ¿Es que no te acuerdas de ese chico, Elliot, del que acaba de hablar Zoey? Era un perdedor en vida y sigue siéndolo no muerto. Y seguirá siéndolo siempre, aunque consiga cambiar y convertirse en un rojo de esos —dijo Aphrodite, que suspiró larga y exageradamente cuando Stevie Rae se la quedó mirando—. Lo que trato de decir es que, para empezar, jamás fueron chicos normales. Quizá no haya nada que salvar.

—Aphrodite, tú no eres quién para decidir quién debe salvarse y quién no. Puede que yo fuera una chica bastante normal antes de morir, pero ahora mismo no soy precisamente normal —dijo Stevie Rae—. ¡Y sí merecía la pena salvarme!

—Nyx —dije yo, haciéndolas a las dos girarse hacia mí con una expresión inquisitiva—. Nyx es quien debe elegir a quién merece la pena salvar. Ni yo, ni Stevie Rae. Ni siquiera tú, Aphrodite.

—Sí, supongo que me olvidaba de Nyx —admitió Aphrodite, volviendo el rostro hacia otro lado para ocultarnos la expresión dolida de sus ojos—. Aunque, de todos modos, tampoco es que una diosa quiera tener nada que ver con una chica humana.

—Eso no es cierto —dije yo—. La mano de Nyx sigue sobre ti, Aphrodite. La diosa ejerce su poder sobre ti todavía. Si fuera cierto que no le importas, se habría llevado las visiones al mismo tiempo que el tatuaje.

Mientras hablaba, tuve esa intuición que tengo a menudo cuando sé con absoluta certeza que estoy diciendo la verdad. Aphrodite era un coñazo, pero por alguna razón seguía siendo importante para nuestra diosa.

Aphrodite me miró a los ojos.

—¿Eso te lo imaginas, o lo sabes?

—Lo sé —contesté yo sin dejar de aguantarle la mirada con perfecta serenidad.

—¿Me lo prometes?

—Te lo prometo.

—Bueno, eso es muy bonito y todo eso —dijo entonces Stevie Rae—, pero deberías recordar que ahora mismo tampoco eres exactamente normal.

—Pero soy atractiva, voy bien aseada y no me deslizo por apestosos túneles viejos, gruñendo e intentando morder a las visitas.

—Lo cual nos lleva al siguiente asunto. ¿Por qué estabas abajo, en los túneles? —le pregunté yo a Aphrodite.

Aphrodite giró los ojos en sus órbitas.

—Porque aquí la señorita K95.5 FM[1] tuvo que hacerse la valiente y seguirme.

—Bueno, te asustaste cuando desapareció tu tatuaje, y al contrario que otras personas, yo no soy una bruja con B mayúscula. Además, puede que fuera culpa mía que lo perdieras, así que lo correcto era asegurarme de que estabas bien —dijo Stevie Rae.

—¡Tú me mordiste, imbécil! —contestó Aphrodite—. ¡Por supuesto que fue por tu culpa!

—Ya te he pedido perdón.

—¡Por favor, chicas!, ¿podríais ceñiros al asunto?

—Bien. Fui a esos estúpidos túneles porque tu estúpida mejor amiga iba a montar un buen cisco si nos pillaban a plena luz del día.

—¿Pero cómo es que estuviste fuera dos días?

Aphrodite parecía incómoda ante la pregunta.

—Tardé dos días en decidir si debía volver o no. Y además de eso, tenía que ayudar a Stevie Rae a comprar algunas cosas para los túneles y para los frikis que viven allí abajo. Ni siquiera yo puedo marcharme y dejarlos allí a todos… —Aphrodite hizo una pausa y, por fin, decidió explicarse con un delicado estremecimiento de asco— a todos hechos unos… puaj.

—La verdad es que todavía no estamos acostumbrados a tener visitas —dijo Stevie Rae.

—¿Quieres decir aparte de las personas a las que se comen tus amigos? —preguntó Aphrodite.

—Stevie Rae, en serio, no puedes permitir que esos chicos se coman a la gente. Ni siquiera aunque sean mendigos de la calle —dije yo.

—Lo sé. Y esa es otra de las razones por las que tengo que volver con ellos.

—Pues tienes que llevarte a un equipo de limpieza de la empresa Merry Maids y a otro de decoradores de interior —musitó Aphrodite—. Te ofrecería la ayuda de mis padres, pero puede que se los comieran tus compis y, como diría mi madre, ¡es tan difícil hoy en día encontrar buenos ilegales!

—No voy a permitir que esos chicos sigan comiéndose a la gente, y además estoy trabajando para hacer los túneles más habitables —aseguró Stevie Rae a la defensiva.

Yo recordaba muy bien lo escalofriantes, oscuros y sucios que estaban esos túneles.

—Stevie Rae, ¿no habría ningún otro sitio al que pudierais ir tú y tus… eh… tus iniciados rojos?

—¡No! —se apresuró a negar Stevie Rae. Pero inmediatamente me dirigió una sonrisa a modo de disculpa—. Es que, ¿sabes?, el asunto es que a mí me gusta estar bajo tierra. Y a ellos. Tenemos que estar en el seno de la tierra. —Stevie Rae alzó la vista repentinamente hacia Aphrodite, que arrugaba la nariz con un gesto de asco—. ¡Sí, ya sé que no es normal, pero ya te he dicho que yo no soy normal!

—¡Eh, Stevie Rae! —exclamé yo—, estoy completamente de acuerdo contigo en que no tiene nada de malo eso de no ser normal. Quiero decir que, vamos, mírame a mí —expliqué señalando con un gesto de la mano mis múltiples tatuajes que, sin duda, no eran normales—. Yo soy la reina de Anormalandia. Solo que quizá deberías explicar qué quieres decir exactamente con eso de que no eres normal.

—¡Esto sí que va a ser bueno! —comentó Aphrodite.

—Está bien, bueno, pues aún no lo sé todo acerca de mí misma. Solo llevo dos días no muerta y con el cambio terminado, pero tengo algunas habilidades que no creo que tengan los vampiros adultos normales.

—Como por ejemplo… —solté yo al ver que ella se quedaba ahí, sentada, mordiéndose el labio.

—Como la cosa esa de «convertirme en la piedra» que he hecho cuando he escalado el muro de los dormitorios. Pero puede que haya podido hacerlo por mi afinidad con la tierra.

Yo asentí con la cabeza, reflexionando.

—Eso tiene sentido. Yo he descubierto que puedo llamar a los elementos para que vengan a mí, y puedo más o menos desaparecer y convertirme en niebla, viento y cosas por el estilo.

El rostro de Stevie Rae se iluminó.

—¡Ah, sí! ¡Recuerdo que en una ocasión te hiciste prácticamente invisible!

—Sí. Así que quizá, en realidad, tener una habilidad específica no sea una cosa tan fuera de lo normal. Quizá todos los vampiros con afinidades por un elemento puedan hacer algo parecido.

—¡Mierda, por supuesto! Así que vosotras os lleváis las habilidades chulas, ¡y yo me llevo el coñazo de las visiones! —se quejó Aphrodite.

—Será porque tú eres un coñazo —dijo Stevie Rae.

—¿Y qué más? —pregunté yo antes de que se pusieran a discutir.

—Ardería si me diera la luz del sol.

—¿Aún? ¿Estás completamente segura?

Yo ya sabía que el sol era un problema para ella desde que se había convertido en una muerta no muerta.

—Sí, está segura —confirmó Aphrodite por ella—. Más que nada, fue por eso por lo que tuvimos que bajar a esos asquerosos túneles, ya te lo he dicho. El sol se estaba levantando. Estábamos en el centro de la ciudad. Stevie Rae se asustó.

—Sabía que me ocurriría algo malo si me quedaba en la superficie —dijo Stevie Rae—. Bueno, en realidad no me asusté: sencillamente, estaba preocupada de verdad.

—Bien, vale, pero al menos tú y yo estamos de acuerdo en que no estamos de acuerdo sobre tus cambios de humor. Yo digo que te asustaste cuando te dio un rayo de sol en el brazo. Comprueba cómo lo tiene, Z —sugirió Aphrodite, señalando el brazo derecho de Stevie Rae.

Stevie Rae alargó el brazo de mala gana y se remangó la manga de la blusa. Yo pude ver una mancha roja en el antebrazo y el codo: parecía como si el sol la hubiera quemado.

—No tiene un aspecto tan terrible. Un poco de crema solar, una persiana oscura, una visera de camionero, y todo arreglado —sugerí yo.

—No te creas —intervino Aphrodite otra vez—. Deberías de haberlo visto antes de que bebiera sangre. Tenía el brazo que, de verdad, daba asco: parecía casi crujiente. Al beber sangre pasó de asquerosa quemadura de tercer grado a una simple quemadura de sol, pero nadie sabe si habría funcionado de haberse frito todo el cuerpo entero.

—Stevie Rae, cielo, que quede claro que no te estoy juzgando, pero ¿no te comerías a nadie de la calle o algo así después de que te quemara el sol, verdad?

Stevie Rae sacudió la cabeza a un lado y a otro con tanta fuerza, que sus rizos se sacudieron como locos.

—¡Noooo! De camino a los túneles, me desvié un poco y tomé prestada una pizca de sangre del banco de sangre de la Cruz Roja que hay en el centro de la ciudad.

—«Prestada» quiere decir que la devolverás cuando termines de usarla —aclaró Aphrodite—. Y, a menos que seas la primera vampira bulímica de la historia, no creo que puedas devolverla —añadió, lanzándole a Stevie Rae una mirada con aires de suficiencia—. Así que la verdad es que la robaste. Lo cual nos lleva a la otra habilidad nueva que ha adquirido tu mejor amiga. De esta habilidad yo he sido testigo. En más de una ocasión, en realidad. Y sí, resulta muy perturbadora. Stevie Rae es extrañamente buena controlando las mentes de los humanos. Por favor, ten en cuenta que el detalle clave de lo que acabo de decir es la palabra «extrañamente».

—¿Has terminado? —le preguntó Stevie Rae a Aphrodite.

—Pues me parece que no, pero si quieres, puedes continuar tú —contestó Aphrodite.

Stevie Rae frunció el ceño en su dirección, pero después siguió explicándomelo a mí:

—Aphrodite tiene razón. Es como si pudiera meterme en la mente de los humanos y hacer cosas.

—¿Hacer cosas? —repetí yo.

Stevie Rae se encogió de hombros.

—Hacer cosas como hacerles venir hacia mí, o hacerles olvidar que me han visto. No estoy segura de qué más. Podía hacerlo más o menos antes de completar el cambio, pero eso no era nada comparado con lo que puedo hacer ahora. Sin embargo, no me siento en absoluto cómoda con ese poder de controlar las mentes. Me parece… no sé, malo.

Aphrodite bufó.

—Bueno, ¿algo más? ¿Sigues necesitando todavía que te inviten para poder entrar en una casa? —pregunté yo. Pero yo misma respondí a la pregunta—. Espera, eso ha tenido que cambiar, porque yo no te he invitado a entrar aquí, pero aquí estás. Aunque no es que yo no fuera a invitarte, porque sin duda lo habría hecho —me apresuré a añadir.

—Pues la verdad es que eso no lo sé. En el edificio de la Cruz Roja entré sin más.

—Quiere decir que entró sin más después de controlar la mente de la técnico de laboratorio para que le abriera la puerta —volvió a aclarar Aphrodite.

Stevie Rae se puso colorada y se justificó:

—No le hice ningún daño ni nada de eso, y ella luego no se acordará de nada.

—Pero entonces, ¿ella no te invitó? —pregunté yo.

—No, pero el edificio de la Cruz Roja es un lugar público, así que yo lo siento de un modo diferente. ¡Ah!, y además no creo que tengas que invitarme para entrar aquí, Z. Porque yo antes vivía aquí, ¿no te acuerdas?

—Sí que me acuerdo —sonreí yo.

—Si ahora os agarráis de las manos y empezáis a cantar Lean on Me, tendré que marcharme para que no me den arcadas —comentó Aphrodite.

—¿Tú no podrías utilizar tu poder para controlar las mentes y conseguir que se callara de una vez por todas? —pregunté yo.

—No. Ya lo he intentado. Aphrodite tiene algo en la cabeza que me impide entrar.

—Es mi inteligencia superior —dijo Aphrodite.

—Más bien será tu carácter superiormente fastidioso —la corregí yo—. Sigue, Stevie Rae.

—Vamos a ver, ¿qué más…? —Stevie Rae se quedó pensativa por unos segundos, y luego dijo—: Soy mucho más fuerte que antes.

—Los vampiros adultos normales también los son —dije yo. Entonces me acordé de que ella aún necesitaba sangre—. Así que, ¿todavía necesitas sangre?

—Sí, pero si no la consigo, no creo que me vuelva tan loca como antes. No me gustaría tener que pasarme sin ella, pero no creo que me convirtiera tampoco en un monstruo chupasangre.

—Aunque tampoco lo sabe seguro —precisó Aphrodite.

—Detesto que tenga razón, pero la tiene —confirmó Stevie Rae—. Hay tantas cosas que aún no sé acerca del tipo de vampiro en el que me he convertido que me da bastante miedo.

—Tranquila, tenemos tiempo de sobra para averiguarlo —dije yo.

Stevie Rae sonrió y se encogió de hombros, pero enseguida añadió:

—Bueno, pero tendréis que averiguarlo vosotras solas, porque en serio que yo me tengo que ir.

Entonces Stevie Rae salió disparada hacia la ventana de tal modo que me dio un susto de muerte.

—¡Espera! Tenemos que hablar de muchas más cosas. Y con el anuncio de que se han interrumpido las vacaciones de invierno, habrá iniciados y vampiros por todas partes otra vez. Por no mencionar que si trato de salir del campus para ir a verte, tendré que enfrentarme a los Hijos de Érebo y a todo el tema de la guerra con los humanos, así que no sé cuándo podré ir.

Comenzaba a sentirme un poco escasa de aliento ante la cantidad de asuntos que nos traíamos entre manos.

—No te preocupes, Z. Aún conservo el teléfono que me diste. Tú llámame. Yo me escabulliré y entraré aquí en cualquier momento.

—En cualquier momento quiere decir siempre que no haya luz solar —aclaró Aphrodite, quien me ayudó a abrirle la ventana a Stevie Rae.

—Sí, eso era lo que quería decir —confirmó Stevie Rae, que miró a Aphrodite y añadió—: Sabes que puedes venir conmigo si no quieres quedarte aquí y verte obligada a fingir.

Yo parpadeé sorprendida ante la oferta de mi mejor amiga. Porque no es que a ella le cayera bien Aphrodite. Y sin embargo ahí estaba, ofreciéndole un lugar en el que quedarse y, además, exactamente con el mismo tono de voz amable de mi amiga de siempre: de esa amiga a la que yo conocía tan bien y a la que tanto quería. Y me sentí fatal porque, en algún rincón de mi mente, me la había imaginado actuando otra vez como una chica inhumana no muerta.

—En serio, puedes venir conmigo —repitió Stevie Rae. Al ver que Aphrodite no contestaba, Stevie Rae dijo algo que a mí me sonó realmente extraño—. Sé lo que es tener que fingir. En los túneles no tendrías que hacerlo.

Yo esperaba que Aphrodite soltara una risita de desprecio e hiciera un chiste sobre los iniciados rojos y su pésima higiene, pero lo que dijo me sorprendió aún más que lo que había dicho Stevie Rae.

—Tengo que quedarme aquí y fingir que sigo siendo una iniciada. No voy a dejar sola a Zoey, y no confío en que el chico gay y las gemelerdas se porten como buenos compis ahora mismo. Pero gracias, Stevie Rae.

Yo sonreí en dirección a Aphrodite.

—¿Lo ves? Cuando quieres, puedes ser amable.

—No soy amable. Soy práctica. Un mundo en guerra no es en absoluto atractivo. Ya sabes: todos sudando, corriendo, luchando y matándose los unos a los otros. Es muy poco propicio para llevar el pelo y las uñas bien arregladas.

—Aphrodite, ser amable no es malo —insistí yo con voz cansada.

—¡Y eso lo dice la reina de Anormalandia! —bromeó Aphrodite.

—O sea, tu reina, chica visionaria —dijo Stevie Rae, que entonces me abrazó con prisas—. Adiós, Z. Nos veremos pronto. Te lo prometo.

Yo la abracé a mi vez. Me encantaba sentir su contacto, olerla y oír que hablaba con la voz de la Stevie Rae de siempre.

—Vale, pero preferiría que no tuvieras que marcharte —dije yo.

—Todo saldrá bien. Ya lo verás. Todo irá bien —contestó ella.

Y entonces salió por la ventana. Yo la observé trepar por el escarpado muro de los dormitorios. Parecía una araña trepadora, hasta que su cuerpo comenzó a ondularse y prácticamente desapareció. De hecho, de no haber sabido que estaba ahí, no la habría visto en absoluto.

—Es como si fuera uno de esos lagartos que pueden cambiar el color de su cuerpo para igualarse con el de su alrededor —comentó Aphrodite.

—Un camaleón —dije yo—. Se llaman camaleones.

—¿Seguro? Para Stevie Rae me pega más «lagartija».

Yo fruncí el ceño.

—Sí, seguro. Deja ya de ser tan listilla y ayúdame a cerrar la ventana.

Cerramos las ventanas y echamos las cortinas, y entonces yo suspiré y sacudí la cabeza. Y más para mí misma que para ella, pregunté:

—Entonces, ¿qué vas a hacer?

Aphrodite se puso a rebuscar por el bolsito de Coach tan chic que llevaba de adorno colgado del hombro.

—No sé tú, pero yo voy a dibujarme otra vez el tatuaje con este ridículo lápiz de ojos. ¿Puedes creer que encontrara este tono en Target? —preguntó ella con un escalofrío—. Porque vamos a ver, ¿quién que sepa lo bastante sobre moda como para llevar este color compraría maquillaje en un sitio tan cutre? Bueno, es igual, voy a dibujarme el tatuaje y luego voy a ir a esa estúpida reunión que ha convocado Neferet.

—Me refería a qué vas a hacer con relación a todo este asunto de vida o muerte que nos traemos entre manos.

—¡Y yo qué coño sé! ¡No quiero llevar esto! —añadió Aphrodite, señalándose la marca de la frente—. ¡No quiero hacer nada de esto! Solo quiero ser lo que era antes de que tú aparecieras por la escuela y se desatara el infierno. Quiero que todos me admiren, ser poderosa y salir con los chicos más sexis de la escuela. Pero ahora ya no solo no soy ninguna de esas cosas, sino que encima soy una humana con escalofriantes visiones, y ni siquiera sé qué hacer al respecto.

Yo me quedé callada por un segundo, pensando en el hecho de que yo había sido la causante de que Aphrodite dejara de ser la estudiante más admirada de la escuela y de que perdiera todo su poder y a su novio. Cuando por fin hablé, me sorprendí diciendo exactamente lo que estaba pensando.

—Debes de odiarme.

Aphrodite se quedó mirándome durante un largo rato.

—Antes sí que te odiaba —admitió lentamente—. Pero ahora, más que nada, me odio a mí misma.

—Pues no lo hagas —dije yo.

—¿Y por qué demonios no debería odiarme a mí misma? ¡Todo el mundo me odia!

Sus palabras sonaban duras y maliciosas, pero tenía los ojos llenos de lágrimas.

—¿Te acuerdas del horrible comentario que me dijiste no hace mucho, cuando creías que yo era perfecta?

Una leve sonrisa curvó sus labios.

—Tendrás que recordármelo. Te he dicho tantas cosas horribles…

—Bueno, en esa ocasión, en concreto, me dijiste algo acerca del hecho de que el poder cambia a la gente, y por eso lo estropean todo.

—¡Ah, sí! Creo que ya me acuerdo. Te dije que el poder cambia a la gente, pero en realidad me refería a la gente que te rodea.

—Bueno, pues tenías razón. Tanto con respecto a ellos, como con respecto a mí. Y ahora lo comprendo. Y también comprendo muchas de las cosas estúpidas que hiciste tú en su momento —añadí yo con una sonrisa—. No todo, por supuesto, pero sí muchas de tus estupideces. Porque ahora yo también he cometido mi buen número de errores, y me da la sensación de que aún no he terminado de hacer tonterías… por deprimente que parezca.

—Deprimente, pero cierto —confirmó Aphrodite—. ¡Ah!, y, a propósito, ya que hablamos de que el poder cambia a la gente, deberías recordarlo cuando estés con Stevie Rae.

—¿Qué quieres decir?

—Exactamente lo que he dicho: que ella también ha cambiado.

—Tendrás que explicarte un poco mejor —dije yo, que comenzaba a sentir que se me revolvía el estómago.

—No finjas que no has notado nada raro en ella —dijo Aphrodite.

—Le han ocurrido muchas cosas —la justifiqué yo.

—A eso me refería precisamente. Le han ocurrido muchas cosas, y eso la ha cambiado.

—Jamás te ha gustado Stevie Rae, así que no espero que ahora, de repente, te lleves bien con ella. Pero tampoco estoy dispuesta a escuchar toda la mierda que quieras soltarme. Sobre todo después de ver cómo Stevie Rae acaba de ofrecerte que la acompañes para que no tengas que quedarte aquí y fingir.

Yo comenzaba a cabrearme de verdad, pero no sabía muy bien si se debía a que lo que estaba diciendo Aphrodite era mentira, además de ser horrible, o más bien a que era una aterradora verdad a la que prefería no enfrentarme.

—¿Y no se te ha ocurrido pensar que quizá Stevie Rae quería que la acompañara para que no pase más tiempo contigo?

—¡Eso es una estupidez! ¿Qué puede importarle eso a ella? Stevie Rae es mi mejor amiga, no mi novio.

—No es ninguna estupidez, porque ella sabe que yo puedo calarla a pesar de todo su teatro, y que voy a contarte la verdad acerca de ella. Y la verdad es que ya no es la que era. No sé exactamente qué es ahora, ni creo que ella misma lo sepa, pero desde luego ya no es el trozo de pan que solía ser.

—¡Ya sé que no es la que era! —solté yo—. ¿Cómo iba a serlo? ¡Stevie Rae murió, Aphrodite! ¡En mis brazos! ¿O es que no lo recuerdas? Pero yo sigo siendo amiga suya, así que no voy a darle la espalda solo porque haya pasado por una experiencia traumática que sin duda la ha cambiado.

Aphrodite se quedó ahí de pie, mirándome sin decir nada, durante un largo rato. Estuvo inmóvil tanto tiempo que otra vez comenzó a dolerme el estómago. Por fin ella alzó un hombro y dijo:

—Vale. Piensa lo que quieras. Solo espero que no te equivoques.

—No me equivoco, y no quiero volver a hablar más de este tema —dije yo con una extraña sensación de debilidad.

—Vale —repitió ella—. Porque ya había terminado.

—Bien. Entonces termina también de dibujarte el tatuaje y vamos a la reunión.

—¿Juntas?

—Sí.

—¿Es que ya no te importa que la gente sepa que no nos odiamos? —preguntó Aphrodite.

—Bueno, ahora lo veo de otra manera. La gente, y sobre todo mis amigos, pensarán un montón de cosas desagradables acerca de la posibilidad de que ahora, de repente, tú y yo seamos amigas.

Aphrodite abrió inmensamente los ojos.

—Lo cual mantendrá ocupadas sus diminutas mentes, de modo que no tendrán tiempo de pensar en Stevie Rae.

—Mis amigos no tienen mentes diminutas.

—Lo que tú digas.

—Pero sí, es la idea. Damien y las gemelas estarán ocupados pensando cosas desagradables acerca de ti. Lo cual, sin duda, mantendrá sus mentes ocupadas si, por casualidad, a Neferet se le ocurre ponerse a escuchar —dije yo.

—Eso suena a que tenemos las bases de un buen plan —dijo Aphrodite.

—Pues es una lástima, pero de momento es lo único que tenemos.

—Bueno, al menos eres constante en algo, aunque sea en no saber qué diablos estás haciendo.

—Eres fantástica, siempre mirando el lado positivo de la vida.

—Lo que sea con tal de ayudar —dijo Aphrodite.

En cuanto terminó de darse los últimos retoques al tatuaje falso, nos dirigimos a la puerta del dormitorio. Pero justo antes de abrirla, yo miré a Aphrodite y añadí:

—¡Ah!, y yo tampoco te odio. De hecho, te estoy tomando cariño.

Aphrodite me soltó una de sus risitas despectivas mejor interpretadas y dijo:

—¿Lo ves? A eso era a lo que me refería cuando decía que eres constante en lo de no saber qué diablos estás haciendo.

Yo me estaba riendo a carcajadas cuando por fin abrí la puerta, y entonces nos topamos con Damien, Jack y las gemelas.