4

Apenas había tocado el picaporte cuando la puerta de mi habitación se abrió y Aphrodite me agarró de la muñeca.

—¿Quieres meter aquí el culo de una vez? ¡Mierda, eres más lenta que una vaca con muletas, Zoey!

Aphrodite tiró de mí y cerró la puerta de un golpe.

—No soy lenta, y tú vas a tener que explicarme unas cuantas cosas —dije yo—. ¿Cómo has entrado aquí? ¿Dónde está Stevie Rae? ¿Desde cuándo tienes otra vez la marca? ¿Cómo…?

Una serie de golpecitos insistentes, procedentes de la ventana, interrumpieron mi larga lista de preguntas.

—Lo primero de todo, eres idiota. Esto es la Casa de la Noche, no una escuela pública de Tulsa. Nadie cierra la puerta de su dormitorio, así que he entrado girando el picaporte, y ya está. Lo segundo, Stevie Rae está ahí.

Aphrodite pasó por delante de mí y corrió a la ventana. Yo me quedé de pie, sencillamente mirándola, mientras ella descorría las cortinas e intentaba abrir los pesados ventanales. Entonces volvió la vista hacia mí con cierta irritación, por encima del hombro.

—¡Eh! No estaría mal que ayudaras, ¿no te parece?

Perpleja, por fin me acerqué a ella y a la ventana. La abrimos entre las dos. Miré para fuera. Estábamos en el último piso de un viejo edificio de piedra rústica que parecía más un castillo que una residencia de estudiantes. Aquella noche de finales de diciembre era fría y resultaba deprimente, y en ese momento parecía a punto de ponerse a llover. Apenas podía ver más que la parte este del muro en medio de la oscuridad y los árboles. Me estremecí, aunque los iniciados raramente tenemos frío. No era el tiempo lo que me producía escalofríos. Era la visión del muro este: un lugar caótico y poderoso. A mi lado, Aphrodite suspiró y se inclinó hacia delante para asomarse por la ventana y ver toda la pared en descenso hasta el suelo.

—¡Deja ya de jugar y sube aquí! ¡Te van a pillar, y encima, lo peor de todo es que esta humedad me va a rizar el pelo! —exclamó Aphrodite.

Cuando por fin la cabeza de Stevie Rae asomó y entró en mi campo de visión, casi me meo encima del susto.

—¡Hola, Z! —saludó Stevie Rae alegremente—. ¿Has visto cómo mola mi nueva habilidad para escalar?

—¡Ohdiosmío! ¡Entra! ¡Aquí! ¡De una vez!

Aphrodite sacó un brazo por la ventana, agarró a Stevie Rae de la mano y tiró bruscamente de ella. Stevie Rae entró casi volando en la habitación, igual que si fuera un globo. Aphrodite se apresuró a cerrar la ventana y a echar las cortinas.

Yo cerré la boca, porque la tenía abierta, y seguí mirando cómo Stevie Rae se ponía de pie, se sacudía los vaqueros Roper y se remetía la camisa de manga larga por dentro de los pantalones.

—Stevie Rae —logré decir yo al fin—, ¿has escalado por el muro de la residencia de chicas?

—¡Sí! —contestó ella con entusiasmo, sonriendo en mi dirección y asintiendo con la cabeza, de modo que sus rizos rubios rebotaron como si fuera una animadora enloquecida—. ¿Mola, o no? Es como si formara parte de las piedras de las que está hecho el edificio. ¡Me vuelvo toda ligera y… bueno, aquí estoy! —añadió, alargando los brazos hacia mí.

—Igual que Drácula —afirmé yo.

Supe que había dicho lo que pensaba en voz alta cuando vi a Stevie Rae fruncir el ceño y preguntar:

—¿Qué es lo que es igual que Drácula?

Yo me dejé caer pesadamente a los pies de la cama y expliqué:

—En el libro. Drácula. El antiguo. El de Bram Stoker. Jonathan Harker dice que ve a Drácula trepar por una pared del castillo.

—¡Ah, sí! ¡Eso puedo hacerlo! Cuando has dicho «Igual que Drácula», creí que te referías a que me parecía a Drácula: a que estaba espeluznante, pálida, con ese pelo horrible y esas asquerosas uñas largas. Pero no te referías a eso, ¿verdad?

—No, la verdad es que tienes un aspecto estupendo.

Y, sin duda, le estaba diciendo la verdad. Stevie Rae tenía un aspecto fantástico. Sobre todo comparado con el aspecto, con la forma de actuar y con el olor que despedía últimamente. Parecía otra vez la Stevie Rae de siempre: la de antes de que su cuerpo rechazara el cambio y muriera, cosa que había ocurrido hacía ya un mes. Luego, no se sabía cómo, había vuelto a la vida. Pero de un modo diferente: medio rota. Había perdido casi por completo la humanidad. Y no era la única estudiante a la que le había ocurrido eso. Había unos cuantos chicos muertos no muertos asquerosos al acecho por los antiguos túneles de la época de la prohibición, bajo la estación abandonada del centro de Tulsa. Stevie Rae había estado a punto de convertirse en una de esas horribles criaturas malévolas, odiosas y peligrosas. La afinidad que le había dado la diosa por el elemento tierra era lo único que la había ayudado a mantenerse fiel a sí misma pero, aun así, no había sido suficiente. Su ser se desvanecía irremediablemente. Así que, con la ayuda de Aphrodite (a la que también se le había concedido la afinidad con el elemento tierra), yo invoqué un círculo y le pedí a Nyx que curara a Stevie Rae.

Y la diosa la había salvado, aunque durante el proceso de curación pareció como si Aphrodite tuviera que morir para salvar la humanidad de Stevie Rae. Por suerte, no había sido eso lo que había ocurrido en realidad. En lugar de morir, el tatuaje de Aphrodite había desaparecido mientras, milagrosamente, el de Stevie Rae se coloreaba y extendía, mostrando con ello que había completado su transformación en vampiro. Excepto que, para añadir otro poco más de confusión al asunto, el tatuaje de Stevie Rae no era del tradicional color zafiro, como el de todo vampiro adulto. La marca de Stevie Rae era de un rojo escarlata: el color de la sangre fresca.

—¡Eh, hola! ¡Tierra llamando a Zoey! ¿Hay alguien en casa? —preguntó Aphrodite con su voz impertinente de siempre, interrumpiendo mis divagaciones—. Será mejor que controles a tu amiga, porque creo que está un poco tocada.

Yo parpadeé, perpleja. Aunque me había quedado mirando a Stevie Rae con la boca abierta, en realidad no la había estado viendo de verdad. Stevie Rae estaba de pie, en medio del dormitorio, mirando a su alrededor con los ojos llenos de lágrimas. Es decir: en medio de lo que había sido nuestro dormitorio compartido hasta hacía un mes, cuando su muerte lo había cambiado todo drástica y completamente para siempre.

—¡Oh, cielo, lo siento! —dije yo, que enseguida me apresuré a abrazarla—. Tiene que ser muy duro para ti estar aquí otra vez.

Sentí que Stevie Rae se ponía rígida y tensa en mis brazos, así que me aparté un poco para poder mirarla a la cara.

La expresión de su rostro me heló la sangre. Ya no estaba sorprendida y con los ojos llorosos, sino iracunda. Por un instante me pregunté por qué esa ira me resultaba tan familiar cuando Stevie Rae apenas se enfadaba jamás. Y entonces comprendí de qué me sonaba. Stevie Rae tenía exactamente el mismo aspecto que había tenido momentos antes de que yo invocara el círculo y le fuera devuelta la humanidad. Di un paso atrás.

—Stevie Rae, ¿qué ocurre?

—¿Dónde están mis cosas?

Su voz, igual que su rostro, era sencillamente malévola.

—Cariño —contesté yo con amabilidad—, los vampiros se llevan todas las cosas de los iniciados cuando… cuando… cuando mueren.

Stevie Rae dirigió entonces una mirada torva hacia mí.

—Pero yo no estoy muerta.

Aphrodite se puso inmediatamente de mi lado.

—¡Eh!, no te pongas histérica con nosotras. Los vampiros creen que estás muerta, ¿o es que no te acuerdas?

—Pero no te preocupes —me apresuré yo a añadir—. Les pedí que me devolvieran unas cuantas cosas. Y además sé dónde guardan el resto. Puedo conseguírtelas, si quieres.

Y así, sin más, toda su maldad se desvaneció y yo volví a tener ante mí a mi mejor amiga.

—¿Incluso la lámpara hecha con la bota de un vaquero?

—Incluso la lámpara —repetí yo con una sonrisa.

¡Demonios!, yo también me habría cabreado si alguien me hubiera quitado todas mis cosas.

—Cualquiera habría jurado que al menos tu mierda de mal gusto para la moda cambiaría al morir. ¡Pero que va! ¡Tu jodido mal gusto es inmortal! —exclamó Aphrodite.

—Aphrodite —advirtió entonces Stevie Rae muy seriamente—, de verdad deberías de ser más amable.

—Vale, lo que tú y tu punto de vista de Mary Poppins paleta digáis —contestó Aphrodite.

—Mary Poppins era inglesa, así que no podía ser paleta —le respondió Stevie Rae con petulancia.

Su forma de hablar se parecía tanto a la Stevie Rae de siempre que tuve que soltar un grito de alegría y arrojarme a sus brazos otra vez.

—¡Estoy tan contenta de verte! Ahora ya estás bien, ¿verdad?

—Bueno, soy diferente, pero estoy bien —contestó Stevie Rae, que enseguida me devolvió el abrazo.

Yo sentí un alivio tan tremendo que el sentimiento ahogó por completo la otra parte de la frase que ella había dicho: lo de que era diferente. Supongo que me alegraba tanto de verla sana y salva, siendo ella misma otra vez, que necesitaba aferrarme firmemente y con fuerza a esa idea tan especial durante un tiempo, y esa necesidad no me permitía tomar en consideración el hecho de que podía quedarle algún que otro problema residual que resolver. Además, en ese instante me acordé de otra cosa.

—Espera un momento —dije yo de pronto—. ¿Cómo habéis conseguido entrar en el campus sin volver locos a los guerreros, chicas?

—Zoey, en serio, deberías comenzar a prestar un poco más de atención a lo que ocurre a tu alrededor —aconsejó Aphrodite—. Yo he entrado por la puerta principal. La alarma no funciona, lo cual, supongo, es lógico. Quiero decir que apuesto a que he recibido el mismo mensaje en el móvil para notificarme la interrupción de las vacaciones de invierno que el resto de los alumnos de la escuela que estaban fuera. Eso, por no mencionar a los millones de guapísimos Hijos de Érebo que caen sobre este lugar como preciosos regalos para nosotras, las estudiantes.

—¿Quieres decir que todas esas continuas alarmas volverían a Neferet aún más loca de lo que ya lo está?

—Sí, Neferet está jodidamente loca —afirmó Aphrodite que, por un instante, estuvo completamente de acuerdo con Stevie Rae—. Sea como sea, la alarma no funciona. Ni siquiera para los humanos.

—¿Qué? ¿Ni siquiera para los humanos? Y eso, ¿cómo lo sabes? —pregunté yo.

Aphrodite suspiró y, con un extraño y lento movimiento, levantó el dorso de la mano, se lo llevó a la frente y comenzó a restregársela, emborronando la luna creciente hasta que se la borró en parte.

Yo abrí la boca atónita.

—¡Oh, Dios, Aphrodite! Eres…

Se me escapaban las palabras, pero mi boca se negaba a pronunciarlas.

—Humana —dijo Aphrodite con un tono de voz helado, terminando la frase por mí.

—Pero ¿cómo? Quiero decir, ¿estás segura?

—Estoy segura. Muy segura, ¡maldita sea! —dijo ella.

—¡Eh!, Aphrodite, aunque seas humana, definitivamente no eres una humana normal y corriente —aseguró Stevie Rae.

—¿Qué quieres decir? —pregunté yo.

Aphrodite se encogió de hombros y dijo:

—Eso para mí no significa una mierda.

Stevie Rae suspiró.

—¿Sabes? Tienes suerte de haberte transformado en humana y no en un muñeco de madera, porque con todas las mentiras que cuentas, deberías de tener la nariz de más de un kilómetro de largo.

Aphrodite sacudió la cabeza con disgusto.

—¡Ya estás otra vez estás con tus horribles analogías de pelis aptas para todos los públicos! ¡No sé por qué no me habré muerto y me habré ido al infierno! Al menos así no me bombardearían con Disney.

—¿Queréis decirme, por favor, qué está pasando? —pregunté yo.

—Será mejor que se lo expliques. Está a punto de maldecir —dijo Aphrodite con un tono de desprecio.

—¡Qué odiosa eres! Debería de haberte comido cuando estaba muerta —soltó Stevie Rae.

—¡Deberías de haberte comido a la paleta de tu madre cuando estabas muerta! —contestó Aphrodite, alzando altivamente la cabeza como si creyera que Stevie Rae era mala—. No me extraña que Zoey necesite encontrar otra mejor amiga, porque tú desde luego eres como un grano en el culo.

—¡Zoey no tiene que encontrar otra mejor amiga! —gritó Stevie Rae, que se giró hacia Aphrodite y dio un paso hacia ella.

Por un instante me pareció ver que sus ojos despedían el mismo horrible brillo rojo que los iluminaba cuando estaba no muerta y completamente fuera de control.

Sentí como si mi cabeza fuera a estallar, y di un paso hacia las dos al tiempo que gritaba:

—¡Aphrodite, deja ya de pelearte con Stevie Rae!

—¡Pues controla a tu amiga! —respondió Aphrodite, que se acercó al espejo que colgaba sobre el lavabo, sacó un pañuelo de papel y comenzó a limpiarse lo que le quedaba de la marca de la frente.

Yo noté que a pesar de su tono indiferente le temblaban las manos.

Me giré hacia Stevie Rae, cuyos ojos volvían a ser del mismo azul de siempre.

—Lo siento, Z —dijo ella, esbozando una sonrisa de niña culpable—. Me figuro que dos días con Aphrodite han terminado por sacarme de mis casillas.

Aphrodite bufó y yo le lancé una mirada severa.

—No vuelvas a empezar —advertí yo.

—Vale, da igual —contestó Aphrodite.

Nuestras miradas se encontraron en el espejo, y estoy casi segura de que capté miedo en los ojos de Aphrodite. Pero ella volvió enseguida a desviar la vista para quitarse el maquillaje.

A pesar de toda mi confusión, traté de volver a retomar el tema de conversación justo en el punto en el que se había torcido.

—Bueno, ¿qué querías decir con eso de que Aphrodite no es normal? Y no me refiero a su actitud para con los demás, que ya sabemos todos que no es normal.

—Está chupado —respondió Stevie Rae—. Aphrodite sigue teniendo visiones, y los humanos no suelen tener visiones —explicó, lanzándole a Aphrodite una miradita que venía a decir: «Ahí lo tienes»—. Vamos, adelante. Cuéntaselo a Zoey.

Aphrodite le dio la espalda al espejo y se sentó sobre la banqueta que yo tenía por allí cerca. Hizo caso omiso de Stevie Rae y explicó:

—Sí, es cierto, todavía tengo visiones. ¡Visiones de mierda! Lo único que no me gustaba de ser una iniciada es justo lo que conservo ahora que soy otra vez una humana de mierda.

Yo observé a Aphrodite más de cerca. Quería traspasar esa máscara que ella se ponía siempre y que era pura fachada: pretendía convencernos de que no había nada detrás. Estaba pálida y tenía círculos oscuros bajo los ojos, debajo de la espesa capa de maquillaje. Sí, sin duda tenía el aspecto de una chica que acaba de pasar por un mal trago. Y es muy posible que en parte se debiera a sus agotadoras y desesperantes visiones. No era de extrañar que a veces se comportara como una zorra: había sido una estúpida por no darme cuenta.

—¿Qué has visto esta vez? —le pregunté.

Aphrodite me miró a los ojos con serenidad y por un momento bajó la muralla de acero de arrogancia que le gustaba levantar a su alrededor como un escudo. Una sombra terrible y angustiada atravesó su bello rostro, y la mano le tembló al alzarla para apartarse un mechón de pelo rubio y recogérselo por detrás de la oreja.

—He visto a vampiros masacrando a humanos y a humanos asesinando a vampiros para vengarse. He visto un mundo repleto de violencia, odio y oscuridad. Y en medio de esa oscuridad he visto criaturas tan horribles que no puedo decir siquiera qué eran. No pude… no pude mirarlas por mucho tiempo. Vi el fin de todo —explicó Aphrodite con una voz tan angustiada como su rostro.

—Cuéntale el resto —la animó Stevie Rae al ver que hacía una pausa. Me sorprendió la amabilidad de su voz—. Cuéntale por qué estaba ocurriendo todo eso.

Cuando Aphrodite volvió a hablar, sentí como si sus palabras fueran pedazos de cristal que ella me estuviera clavando en el corazón.

—He visto que todo eso sucedía porque tú estabas muerta, Zoey. Tu muerte era la causa de todo.