—Bueno, pues, eh… ¿tienes hambre? —le pregunté yo a Stark, después de que Neferet y el resto de los vampiros adultos salieran de la cafetería.
—Sí, supongo que sí —dijo él.
—Si te das prisa puedes sentarte con nosotros, y luego Damien te enseñará tu habitación antes de que nos vayamos a la reunión del Consejo —dije yo.
—Tu perra es preciosa —dijo Jack, que rodeó a Damien y se inclinó para ver mejor a Duchess—. Quiero decir que es enorme, pero aun así es bonita. No me morderá, ¿no?
—No, si tú no la muerdes a ella primero —advirtió Stark.
—¡Ah, puaj! —exclamó Jack—. Se me metería todo el pelo en la boca, y eso es una guarrería.
—Stark, este es Jack. Es el novio de Damien —dije yo.
Había decidido hacer las presentaciones cuanto antes para quitarnos de encima los posibles comentarios tipo «¡Oh, no, pero si es un maricón!».
—Hola —saludó Jack con una sonrisa realmente amable.
—Hola —saludó a su vez Stark.
No fue un saludo especialmente cálido, pero el chico tampoco parecía despedir vibraciones homófobas.
—Y estas son Erin y Shaunee —añadí yo, señalándolas alternativamente—. También responden al nombre de gemelas, cosa que comprenderás en cuanto lleves dos minutos y cinco segundos con ellas.
—Hola, ¿qué tal? —saludó Shaunee, lanzándole una mirada que resultó bastante obvia.
—Lo mismo digo —saludó Erin, con una mirada y una expresión idéntica.
—Y esta es Aphrodite —añadí yo.
Stark volvió a esbozar esa sonrisa un tanto sarcástica que parecía típica suya.
—Así que eres la diosa del amor. He oído hablar mucho de ti.
Aphrodite había estado mirando a Stark fijamente y con una intensidad extraña, aunque no parecía que estuviera intentando ligar con él. Sin embargo, nada más dirigirle él la palabra, ella ejecutó de inmediato una de sus espectaculares sacudidas de melena y dijo:
—Hola, me encanta que me reconozcan.
La sonrisa de Stark se hizo entonces más amplia y algo más sarcástica aún, hasta que, por fin, soltó una carcajada y dijo:
—Sería difícil no reconocerte con un nombre tan famoso.
Yo observé cómo la intensa mirada de Aphrodite se desvanecía al instante, reemplazada por la típica expresión snob de desdén que dibujaba siempre en público. Pero antes de que Aphrodite pudiera hacer rebanadas al pobre chico, metafóricamente hablando, y encima delante de todo el mundo, Damien intervino:
—Te enseñaré dónde están las bandejas y todo eso, Stark.
Damien se puso en pie, pero luego se detuvo delante de Duchess. Parecía estar confuso.
—Tranquilo —dijo Stark—, se quedará quieta. Siempre y cuando los gatos no hagan ninguna estupidez.
Stark había desviado la vista hacia Nala, que era la única gata que quedaba cerca. Nala no había vuelto a gruñir, pero estaba sentada en mi regazo y miraba a la perra sin parpadear, y yo podía sentir la tensión de su cuerpo.
—Nala se va a portar bien —dije yo, esperando que fuera verdad.
La verdad es que yo no tenía ningún control sobre mi gata. ¡Demonios!, ¿hay alguien que tenga algún tipo de control sobre algún gato?
—Bien, entonces —dijo Stark, que enseguida asintió en mi dirección y luego le dijo a la perra—: ¡Duchess, quédate quieta!
Por supuesto, cuando Stark se marchó detrás de Damien hacia la barra principal, la perra se quedó quieta.
—¿Sabes? Los perros son mucho más ruidosos que los gatos —comentó Jack mientras observaba a Duchess como si se tratara de un ejemplar de laboratorio listo para un experimento científico.
—Sí, están todo el rato jadeando —confirmó Erin.
—Y son mucho más flatulentos que los gatos, gemela —añadió Shaunee.
—Mi madre tiene caniches de esos enormes, y son unas criaturas de lo más gaseosas.
—¡Vale, ya está bien!, esta conversación no tiene nada de divertida. Me voy —dijo Aphrodite.
—¿Es que no quieres quedarte para lanzarle miraditas al chico nuevo y ligar con él? —preguntó Shaunee con una voz dulzona demasiado amable.
—Sí, porque parece que a él le has gustado mucho —añadió Erin con idéntica amabilidad.
—Os dejaré al chico nuevo para vosotras. Como a él le gustan tanto los perros, lo encuentro perfecto —contestó Aphrodite—. Zoey, ven a mi habitación en cuanto termines con la panda de lerdos. Quiero hablar contigo de una cosa antes de la reunión del Consejo.
Aphrodite sacudió la melena, soltó una risita despreciativa en dirección a las gemelas y, por último, abandonó la cafetería.
—No es tan mala como parece —les dije yo entonces a las gemelas. Ellas me miraron incrédulas, y yo me encogí de hombros—. Solo finge ser peor de lo que es.
—Vale, lo que tú digas. Nosotras solo decimos ¡venga ya!, ¡por favor! Pero ella dale que te pego con su asquerosa actitud —dijo Erin.
—Sí, aunque gracias a ella ahora comprendemos por qué algunas madres ahogan a sus hijas —explicó Shaunee.
—Por favor, intentad darle a Aphrodite una oportunidad —insistí yo—. A mí acaba de dejarme traspasar esa máscara odiosa que suele ponerse en público. Os aseguro que a veces puede ser muy amable.
Las gemelas se quedaron calladas durante unos cuantos segundos, se miraron la una a la otra, sacudieron la cabeza y pusieron los ojos en blanco. Y todo eso lo hicieron las dos al mismo tiempo. Yo suspiré.
—Bien, pero volvamos a un tema mucho más importante —dijo Erin.
—Sí, el nuevo tío bueno —dijo Shaunee.
—Repasemos su culo —sugirió Erin.
—¡Ojalá llevara los vaqueros un poco caídos para poder echarle un buen vistazo! —exclamó Shaunee.
—Gemela, lo de llevar el vaquero colgando ya no convence. Está demasiado visto entre los aspirantes a pandilleros de los noventa. Los tíos buenos simplemente ya no los llevan así —sentenció Erin.
—Aun así, me gustaría verle el culito, gemela —insistió Shaunee que, acto seguido, desvió la vista hacia mí y sonrió.
Fue solo una versión seca y reservada de la antigua sonrisa cálida que solía dirigirme, pero al menos no era el cauto sarcasmo con el que llevaba tratándome los dos últimos días.
—Bueno, ¿y a ti qué te parece? ¿Crees que es tan sexi como Christian Bale, o solo un poco sexi, al estilo de Tobey Maguire?
Yo hubiera querido romper a sollozar de pura felicidad y gritar «¡Sí, por fin volvéis a hablarme otra vez!». Pero en lugar de ello actué como si no me hubiera vuelto loca de contenta y examiné las cualidades del chico nuevo.
Cierto, las gemelas tenían razón. Stark era mono. Tenía una altura media: no era ni lo alto que es un quarterback, como mi ex novio humano Heath, ni anormalmente alto y guapo como Superman, como mi ex novio Erik, el iniciado que se había convertido definitivamente en vampiro. Pero tampoco era bajito. De hecho, era poco más o menos de la altura de Damien. Venía a encajar en el tipo delgado, pero yo creí percibir músculos a través de su camiseta vieja, y tenía unos brazos ideales. La cara también estaba bien: mandíbula fuerte, nariz recta, ojos grandes y marrones, labios bonitos. Así que, diseccionado por partes, Stark era un chico guapo. Mientras lo observaba, yo caí en la cuenta de que, en realidad, lo que hacía de él un chico atractivo y no simplemente un chico más era su carácter y su confianza en sí mismo. Se movía con seguridad, como si lo hiciera todo deliberadamente, y desde luego todo lo hacía con cierto sarcasmo. Era como si formara parte del mundo y, al mismo tiempo, pudiera abandonarlo a voluntad.
Y sí, era extraño que yo hubiera captado eso tan pronto.
—Creo que sin duda es mono —dije yo.
—¡Ohdiosmío! ¡Acabo de darme cuenta de quién es! —exclamó Jack, boquiabierto.
—Di —dijo Shaunee.
—¡Pues vaya! —se burló Erin, girando los ojos en sus órbitas—. Jacky, ya sabemos quién es.
—¡No, no! ¡No entendéis! ¡Es James Stark, el mejor arquero del mundo! ¿No habéis leído nada acerca de él en la prensa on line? ¡Es el que ganó a todo el mundo en los Juegos de Verano del año pasado! ¡Compitió con vampiros adultos y con Hijos de Érebo de verdad, y arrasó con todos! Es una estrella… —dijo Jack, que terminó su explicación con un suspiro soñador.
—¡Vaya, demonios! ¡Estoy tonta, gemela! ¡Pero si es verdad! ¡Jack tiene razón! —exclamó Erin.
—Sabía que este tío bueno era bueno de verdad —sentenció Shaunee.
—¡Uau! —exclamé yo.
—Gemela, voy a tratar de llevarme mejor con su perra —dijo Erin.
—Por supuesto, yo también, gemela —confirmó Shaunee.
Naturalmente, los cuatro mirábamos a Stark como cuatro imbéciles cuando volvió con Damien a la mesa.
—¿Qué? —preguntó Stark nada más llegar, con la boca llena. Se estaba comiendo un sándwich. Inmediatamente dirigió la vista hacia Duchess—. ¿Ha hecho algo malo mientras me he ido? Me temo que le gusta lamer los dedos de los pies de la gente.
—Eh… pues el caso es que… —comenzó a explicar Erin, que se calló en cuanto Shaunee le dio una patada por debajo de la mesa.
—No, Duchess se ha portado como una perfecta dama —contestó Shaunee, mirando a Stark con una enorme y simpática sonrisa.
—Bien —dijo Stark.
Al ver que todos en la mesa seguíamos mirándolo, él se revolvió un tanto incómodo en la silla. E igual que si esa fuera una señal, Duchess se le acercó, se apoyó en su pierna y alzó la vista hacia él con una expresión de adoración. Yo observé como Stark se relajaba automáticamente al bajar el brazo y comenzar a acariciarle las orejas.
—¡Acabo de acordarme de que he oído decir que venciste con el arco a todos los vampiros! —soltó Jack que, de inmediato, cerró la boca, apretó los labios y se puso colorado.
Stark no levantó la vista del plato. Simplemente se encogió de hombros.
—Sí, se me da bien el tiro con arco.
—¿Tú eres ese iniciado? —preguntó Damien, que cayó entonces en la cuenta—. ¿Que se te da bien? ¡Pero si eres un arquero increíble!
Stark alzó la vista.
—Sí, ya… Simplemente se me da bien desde que fui marcado —explicó Stark, que miró primero a Damien y luego a mí—. Y hablando de iniciados famosos, veo que los rumores acerca de tu tatuaje son ciertos.
—Sí, son ciertos.
En serio: detestaba esos primeros encuentros. El hecho de conocer a alguien nuevo que solo se fijaba en lo especial que era como iniciada y no en la verdadera Zoey me hacían sentirme terriblemente incómoda.
Pero entonces comprendí. Lo que yo estaba sintiendo probablemente se parecía bastante a lo que sentía Stark.
Así que le pregunté lo primero que se me ocurrió; algo que no tenía nada que ver con el hecho de que él y yo fuéramos especiales.
—¿Te gustan los caballos?
—¿Los caballos? —repitió él con su sonrisa sarcástica.
—Sí, bueno, pareces una de esas personas amantes de los animales —le expliqué yo sin mucha convicción mientras movía la barbilla en dirección a la perra.
—Bueno, sí, que me gustan los caballos. Me gustan casi todos los animales. Excepto los gatos.
—¡Excepto los gatos! —repitió Jack a gritos.
Stark volvió a encogerse de hombros.
—En realidad jamás me han gustado los gatos. Para mí que son demasiado malintencionados.
Oí a las dos gemelas gruñir.
—Los gatos son criaturas independientes —comenzó a explicar Damien. Yo capté el tono pedagógico de su voz y comprendí de inmediato que mi objetivo de cambiar de tema de conversación había sido un éxito—. Por supuesto, todos sabemos que los gatos han sido venerados en muchas civilizaciones antiguas pero ¿sabíais que también fueron…?
—Eh… chicos, lamento interrumpir, pero tengo que ir a ver qué quiere Aphrodite antes de la reunión del Consejo —dije yo, que inmediatamente me puse en pie y agarré bien a Nala para que no se cayera sobre el lomo de Duchess—. Nos vemos luego, ¿vale?
—Sí, vale.
—Bueno.
—Bueno.
Al menos mis amigos se habían despedido más o menos.
Sonreí en dirección a Stark.
—Me alegro de conocerte. Si necesitas algo para Duchess, dímelo. Creo que hay una de esas tiendas para animales, un Southern Ag, por aquí cerca. Traen cosas a casa para los gatos, pero estoy segura de que también tienen cosas para perros.
—Sí, ya te lo diré si necesito algo.
Y entonces, mientras Damien reiniciaba su clase magistral acerca de lo maravillosos que eran los gatos, Stark asintió en mi dirección y me guiñó un ojo, como diciendo claramente que apreciaba el hecho de que hubiera cambiado de tema de conversación. Y como diciendo que no había sido tan sutil. Yo le devolví el guiño, y estaba ya a medio camino hacia la puerta que daba afuera cuando me di cuenta de que estaba sonriendo como una estúpida. Sonreía en lugar de pensar en lo que me había ocurrido la última vez que había salido: que algo me había atacado.
Estaba de pie, inmóvil igual que una estudiante inválida delante de la enorme puerta de roble, cuando comenzaron a bajar un grupo de guerreros, Hijos de Érebo, por la escalera que subía al comedor de profesores de la segunda planta.
—Sacerdotisa —me saludaron unos cuantos de esos guerreros nada más verme.
Todo el grupo se detuvo un momento para inclinarse respetuosamente ante mí, todos tiesos y erguidos, con el puño bien apretado sobre el musculoso pecho.
Yo les devolví el saludo con nerviosismo.
—Sacerdotisa, permíteme que te abra la puerta —dijo uno de los guerreros más mayores.
—¡Ah!, bien, gracias —dije yo. Y de pronto, repentinamente inspirada, añadí—: Me estaba preguntando si alguno de vosotros podría acompañarme de vuelta a los dormitorios e incluso darme quizá una lista con los nombres de los guerreros asignados para custodiar la residencia de las chicas. Creo que ellas se sentirían más a gusto, como en casa, si supieran vuestros nombres.
—Es muy considerado por tu parte, señora —contestó el guerrero mayor, que seguía sujetándome la puerta—. Estaré encantado de darte esa lista de nombres.
Yo sonreí y le di las gracias. De camino a la residencia de las chicas, él no dejó de charlar educadamente acerca de los guerreros que estarían asignados para protegernos mientras yo asentía, hacía los comentarios pertinentes y, de vez en cuando, echaba un vistazo a hurtadillas hacia el sereno cielo nocturno.
Nada sacudía ni helaba el aire, pero no pude librarme de la aterradora sensación de que algo o alguien me vigilaba.