Vale, yo creía que se había vuelto humana, pero incluso desde mi sitio pude ver que Aphrodite volvía a tener otra vez la marca. Sus ojos, de un azul helado, peinaron toda la cafetería mientras esbozaba una risita engreída en dirección a los chicos que la observaban hasta que, por fin, volvió de nuevo la atención hacia Darius, sobre cuyo enorme pecho de guerrero mantenía posada una mano.
—¡Has sido tan encantadoramente amable conmigo al acompañarme hasta el comedor! Tienes razón. No debería haber tardado tanto en venir, no debería haber alargado mis vacaciones. Con la locura que se respira por todas partes lo mejor es estar en el campus, que es donde estamos más protegidos. Y ya que dices que tú mismo vas a custodiar la puerta de la residencia de las chicas, sin duda es el lugar más seguro y más atractivo donde quedarse.
Más que hablar con Darius, Aphrodite prácticamente ronroneaba. ¡Demonios!, esa chica era apestosa. De no haberme quedado tan sorprendida por el hecho de verla, habría comenzado a hacer como que tosía. Fuerte. Y de forma que se notara.
—Debo volver a mi puesto. Buenas noches, señorita —contestó Darius, que se inclinó profundamente ante ella, lo cual le hizo parecer uno de esos caballeros apuestos y románticos de otros tiempos, solo que sin el caballo y la brillante armadura—. Ha sido un placer servirte.
Darius sonrió una última vez en dirección a Aphrodite antes de girarse elegantemente sobre los talones y abandonar el lugar.
—Y yo apuesto a que sería un placer hacerte un servicio a ti —dijo Aphrodite con su voz más asquerosa, una vez que él ya no podía oírla.
Aphrodite se giró hacia el comedor, donde todos estábamos en silencio, boquiabiertos. Alzó una ceja perfectamente depilada y soltó una de sus risitas patentadas para el público en general.
—¿Qué? Parece como si no hubierais visto a nadie guapo jamás. ¡Demonios!, pero si solo me he marchado un par de días. Vuestra memoria a corto plazo anda un poco mal. ¿Es que no os acordáis de mí? Soy la bella hija de puta a la que os encanta detestar —dijo Aphrodite. Al ver que nadie decía nada, giró los ojos en sus órbitas y añadió—: Vale, no importa.
Aphrodite se giró en dirección a la barra donde estaban las ensaladas y comenzó a servirse. El silencio contenido por fin se rompió: los chicos le hicieron unas cuantas burlas y, por último, cada cual volvió con cierto desdén a sus cosas.
Para los que no la conocen, estoy segura de que Aphrodite tenía el mismo aspecto arrogante de siempre. Pero yo sí podía percibir lo nerviosa y lo tensa que estaba en realidad. ¡Demonios!, yo incluso comprendía exactamente cómo se sentía, porque minutos antes acababa de pasar por la misma prueba. De hecho, en ese preciso instante me encontraba atrapada en la misma situación que ella.
—Creía que había vuelto a ser humana —dijo Damien entre dientes, para todos en general—. Pero tiene la marca otra vez.
—Los caminos de Nyx son misteriosos —sentencié yo, aprovechando la oportunidad para tratar de parecer una vez más una sabia alta sacerdotisa en período de preparación.
—Pues a mí me parece que los caminos de Nyx son otra palabra que también empieza por m, gemela —comentó Erin—. A ver si adivinas.
—¿Una maraña mayúscula? —sugirió Shaunee.
—Exacto —respondió Erin.
—Eso son tres palabras —sentenció Damien.
—¡No seas tan pedante, jolín! —lo amonestó Shaunee—. Además, lo principal es que Aphrodite es una bruja, y esperábamos que Nyx le diera la patada de una vez cuando le desapareció la marca.
—¡Más que esperarlo estábamos seguras, gemela! —la corrigió Erin.
Todos se quedaron mirando a Aphrodite. Yo traté de tragarme el bocado de ensalada. Porque el asunto es este: Aphrodite era antes la iniciada más admirada, más poderosa y más zorra de la Casa de la Noche. Hasta que se le atravesó a la alta sacerdotisa Neferet, que desde entonces la ha marginado y la ha dejado reducida simplemente a la iniciada más zorra de la Casa de la Noche.
Por supuesto, extrañamente (vamos, lo típico en mí), ella y yo hemos llegado a ser una especie de, digamos, amigas. O, al menos, aliadas. Aunque tampoco es que queramos que las masas se enteren. No obstante yo me había preocupado mucho por ella cuando desapareció, a pesar de que Stevie Rae se lanzó en su persecución. Quiero decir que, durante esos dos días, no había tenido noticias de ninguna de las dos.
Naturalmente, el resto de mis amigos la detestaban. Es decir: Damien, Jack y las gemelas. Así que decir que se sorprendieron y molestaron al ver que Aphrodite venía directamente a nuestra mesa y se sentaba a mi lado es un eufemismo aún mayor que decir que cuando el caballero de la peli de Indiana Jones dice «Eligió… mal» al ver que el malo coge el cáliz que no es, bebe y se desintegra.
—No es de buena educación quedarse mirando, incluso aunque sea a una persona tan guapa como moi —comentó Aphrodite antes de dar un solo bocado de ensalada.
—¿Qué demonios estás haciendo, Aphrodite? —preguntó Erin.
Aphrodite tragó y parpadeó con fingida inocencia en dirección a Erin antes de responder con dulzura:
—Comer, so estúpida.
—Esta es una zona no apta para zorras —afirmó Shaunee, quien por fin había recuperado el habla.
—Sí, lo pone aquí detrás —la apoyó Erin, al tiempo que señalaba un supuesto cartel en el respaldo del banco.
—Detesto tener que repetir algo que ya he dicho antes, pero en esta ocasión voy a hacer una excepción. Así que lo digo otra vez: sois unas gemelerdas.
—¡Se acabó! —dijo Erin, que apenas era capaz de mantener un tono de voz normal—. ¡Mi gemela y yo vamos a quitarte el maldito tatuaje de la frente a golpes!
—¡Sí, a ver si esta vez se te va para siempre! —añadió Shaunee.
—¡Basta! —exclamé yo.
Las gemelas me miraron de soslayo y con cara de asco, y yo sentí que se me encogía el estómago. ¿De verdad me detestaban tanto como parecía? Solo de pensarlo se me partía el corazón, pero alcé la barbilla y las miré directamente a los ojos. Si completaba el cambio y me convertía en vampiro, algún día llegaría a ser su alta sacerdotisa, y por eso precisamente más les valía empezar a escucharme.
—Ya hemos hablado de este tema. Aphrodite ahora forma parte de las Hijas Oscuras. Y forma parte también de nuestro círculo, porque tiene afinidad por el elemento tierra.
Por un instante, vacilé. Me preguntaba si Aphrodite seguía teniendo esa afinidad o si la habría perdido al pasar de iniciada a humana y después, otra vez, según parecía, de nuevo a iniciada. Pero la historia era demasiado complicada, así que me apresuré a continuar:
—Y vosotros sabéis, chicos, que estuvisteis de acuerdo en aceptarla en esa posición sin utilizar ni insultos, ni motes, ni comentarios malévolos.
Las gemelas no contestaron nada pero Damien, que estaba sentado a mi lado, sí que hizo un comentario con una voz fría e inexpresiva muy poco propia de él:
—Estuvimos de acuerdo en aceptarla en el círculo, pero no en ser amigos suyos.
—Yo no he dicho que quiera ser amiga vuestra —intervino Aphrodite.
—¡Lo mismo digo, puta! —soltaron las gemelas a la vez.
—Vale, vosotras mismas —contestó Aphrodite haciendo ademán de levantarse de la mesa y coger su bandeja para marcharse.
Yo abrí la boca para decirle a Aphrodite que se sentara y a las gemelas que se callaran, pero entonces se oyó un extraño ruido procedente del pasillo.
—¿Qué demonios es…? —comencé a preguntar yo.
No había terminado de formular la pregunta cuando vimos entrar corriendo en la cafetería al menos a una docena de gatos, siseando y escupiendo como locos.
Cierto, en la Casa de la Noche siempre hay gatos por todas partes. En sentido literal. Nos siguen a todas partes, duermen con nosotros y, en el caso de mi gata Nala, se pasan la vida quejándose ante el iniciado al que ellos mismos han elegido. Una de las cosas más molonas que hemos aprendido en la clase de sociología vampírica es que los gatos siempre han sido amigos de los vampiros. Y eso significa que todos estamos acostumbrados a verlos en general por todas partes. Pero yo jamás los había visto comportarse de un modo tan raro.
El enorme gato macho gris de las gemelas, Belcebú, dio un salto y se sentó justo en medio de las dos. Se había hinchado al doble de su tamaño, ya de por sí enorme. Se quedó mirando fijamente el pasillo, pero sus ojos eran solo dos estrechas ranuras de color ámbar y expresión enfurruñada.
—Belcebú, cariño, ¿qué pasa? —le preguntó Erin, tratando de tranquilizarlo.
Nala brincó sobre mi regazo. Puso las patitas delanteras blancas sobre mi hombro y soltó un maullido de terror propio de una psicótica sin dejar de mirar hacia la puerta. El caótico ruido procedente del pasillo no cesaba.
—¡Eh! —exclamó Jack—, ya sé qué es ese ruido.
A mí también se me ocurrió una idea exactamente al mismo tiempo.
—¡Es el ladrido de un perro! —dije yo.
Entonces un animal que parecía más un enorme oso amarillo que un perro entró corriendo en la cafetería. Lo seguía de cerca un chico al que, a su vez, le seguían unos cuantos profesores con aspecto de estar exhaustos, cosa que no es nada corriente en la escuela. Entre ellos estaban el maestro de esgrima, Dragon Lankford, la profesora de equitación, Lenobia, y unos cuantos guerreros de los Hijos de Érebo.
—¡Te tengo! —gritó el chico en cuanto alcanzó al perro, tras derrapar e ir a parar cerca de nuestra mesa.
El chico se lanzó sobre el perro y sujetó a la bestia ladradora del collar (y entonces yo noté que era un collar de piel, de color rosa, con pinchos de metal plateado adornándolo alrededor). El chico enganchó la correa al collar y, en ese preciso instante, el oso dejó de ladrar, posó su enorme culo redondo en el suelo y se quedó mirándolo sin dejar de jadear.
—¡Muy bien, estupendo! Y ahora te vas a portar bien —oí musitar al chico en dirección al feliz perro.
Pero a pesar de que los ladridos habían cesado, los gatos que estaban en la cafetería seguían muertos de miedo. No dejaban de bufar a nuestro alrededor, de modo que sonaba como si se estuviera escapando el aire de la cámara de una rueda de bicicleta pinchada.
—¿Comprendes, James? Esto era lo que trataba de explicarte antes —le dijo Dragon Lankford al chico, sin dejar de mirar al perro con el ceño fruncido—. Sencillamente, ese animal no puede quedarse en la Casa de la Noche.
—Me llamo Stark, no James —le respondió el chico—. Y como trataba de explicarte antes yo a ti, la perra se queda conmigo. Es así. Si queréis que me quede, entonces ella también se queda. Viene conmigo.
Yo pensé que aquel chico perro nuevo era una persona poco corriente. No es que fuera abiertamente maleducado o irrespetuoso con Dragon, pero tampoco le hablaba con el respeto y, a veces, el evidente miedo con el que la inmensa mayoría de los iniciados, sobre todo los recién marcados, hablaban a los vampiros. Examiné el dibujo de su camiseta de Pink Floyd: un clásico. No llevaba ninguna insignia, así que no podía hacerme una idea de en qué curso estaba o cuánto tiempo llevaba marcado.
—Pero, Stark —estaba diciendo en ese momento Lenobia que, evidentemente, trataba de razonar con el chico—, es imposible integrar a un perro en este campus. Ya ves hasta qué punto perturba a los gatos.
—Se acostumbrarán a su presencia. En la Casa de la Noche de Chicago se acostumbraron. Por lo general, mi perra no suele dedicarse a perseguir a los gatos, pero es que ese gato gris de ahí se lo ha buscado, con tanto siseo y tanto arañar.
—¡Oh, oh! —exclamó Damien con un susurro.
A mí no me hizo falta mirar: intuía que las gemelas se habían hinchado tanto como su gato gris.
—¡Cielos!, ¿qué es ese ruido? —preguntó Neferet, entrando en el comedor rebosante de belleza, de poder y de confianza en sí misma.
Yo observé al chico nuevo abrir inmensamente los ojos al captar todo su esplendor. ¡Qué harta estaba de que todo el mundo cayera automáticamente rendido a sus pies, como estúpidos, al ver por primera vez a nuestra alta sacerdotisa y mi némesis, Neferet!
—Neferet, lamento esta interrupción —se disculpó Dragon mientras se llevaba el puño al pecho e inclinaba respetuosamente la cabeza—. Este es mi nuevo iniciado. Acaba de llegar hace unos minutos.
—Bien, eso explica la presencia de este iniciado aquí. Pero no explica la presencia de esta cosa —contestó Neferet al tiempo que señalaba al perro, que no dejaba de jadear.
—La perra viene conmigo —dijo el chico.
Neferet desvió los ojos del color del musgo hacia él, y entonces el chico imitó el saludo y la inclinación de Dragon. Cuando se enderezó, yo me quedé de piedra al ver que el chico sonreía a medias con un gesto que resultaba bastante impertinente.
—Es mi versión personal de un gato.
—¿En serio? —preguntó Neferet alzando una sola ceja, delgada y castaña—. Pues parece más bien un oso.
¡Ja! Así que yo no me había excedido en la descripción.
—Bueno, sacerdotisa, es que es una perra labradora, pero no eres la primera persona que nota el parecido con un oso. Las patas, desde luego, las tiene tan grandes como las de un oso. Mira.
Incrédula, observé cómo el chico le daba la espalda por completo a Neferet para decirle a su perra:
—¡Choca esos cinco, Duch!
La perra levantó decidida y obedientemente la enorme pata y la dejó caer sobre la mano de Stark.
—¡Buena chica! —exclamó Stark, que enseguida se lanzó a acariciarle y enredarle las enormes orejas colgantes.
Está bien, tengo que admitirlo. El truco era estupendo.
El chico se giró de nuevo hacia Neferet.
—Perro u oso, ella y yo hemos estado juntos desde que fui marcado hace cuatro años, así que para mí es como si fuera mi gato.
—¿Un perro labrador, tu gato? —preguntó Neferet, rodeando teatralmente a la perra, como si estuviera examinándola—. ¡Pero si es enorme!
—Bueno, sí, Duch siempre ha sido una chica grandota, sacerdotisa.
—¿Duch?, ¿es así como se llama?
El chico asintió y sonrió, y aunque era un estudiante de sexto, volvió a sorprenderme la naturalidad con la que le hablaba a un vampiro adulto, y más a uno tan poderoso como nuestra alta sacerdotisa.
—Es el diminutivo de Duchess, «Duquesa».
Neferet miró alternativamente a la perra y al chico, y luego frunció el ceño.
—¿Y cómo te llamas tú, chico?
—Stark —dijo él.
Yo me pregunté si alguien más veía como Neferet apretaba la mandíbula.
—¿James Stark? —preguntó Neferet.
—Hace meses que dejé de usar mi nombre de pila. Ahora me llamo solo Stark —contestó el chico.
Neferet no le hizo caso. Se giró hacia Dragon y dijo:
—¿Es él el chico que esperábamos que nos transfirieran desde la Casa de la Noche de Chicago?
—Sí, sacerdotisa —contestó Dragon.
Al girar Neferet la cara de nuevo hacia Stark, yo vi que esbozaba una sonrisa calculadora casi imperceptible.
—He oído hablar mucho de ti, Stark. Tú y yo tendremos una larga conversación muy pronto —dijo Neferet que, acto seguido, sin apartar los ojos del chico, le ordenó a Dragon—: Asegúrate de que Stark tiene acceso a todo tipo de arcos durante las veinticuatro horas del día.
Vi cómo el cuerpo de Stark se estremecía muy brevemente. Y resultó evidente que Neferet también lo había visto, porque su sonrisa se amplió y dijo:
—Ya ves que la reputación de tu talento te precede, Stark. No quiero que pierdas ni un minuto de práctica solo por el hecho de que hayas cambiado de escuela.
Por primera vez Stark pareció sentirse incómodo. De hecho, era algo más que eso. Al mencionar Neferet el arco, la expresión de su rostro se transformó: dejó de ser un chico mono y un tanto sarcástico para pasar a ser un tipo frío y casi malévolo.
—Advertí antes del traslado que no quería volver a competir —dijo Stark con una voz tan débil y alicaída, que sus palabras apenas llegaron a nuestra mesa—. Y cambiar de escuela no va a alterar eso.
—¿Competir?, ¿te refieres a esa estúpida competición de arco que se celebra entre las distintas Casas de la Noche? —preguntó Neferet, que acto seguido soltó una carcajada que me puso la carne de gallina—. A mí no me importa si compites o no. Pero recuerda bien esto: yo soy aquí la portavoz de Nyx, y creo que es importante que no desperdicies el talento que ella te ha otorgado. Nunca se sabe cuándo Nyx va a requerir tus servicios. Aunque, desde luego, no será para ganar un premio inútil.
El estómago me dio un vuelco. Yo sabía que Neferet estaba hablando de su guerra contra los humanos. Pero Stark, que no tenía ni idea, pareció sentirse aliviado de no tener que volver a competir y volvió a adoptar una actitud indiferente, teñida de una ligera impertinencia.
—Muy bien. Me gusta practicar, sacerdotisa —contestó él.
—Neferet, ¿qué quieres que hagamos con la… eh… con la perra? —preguntó Dragon.
Neferet hizo una pausa por un momento y se agachó ante la labradora amarilla. La perra enderezó las enormes orejas hacia delante, alzó la nariz y olisqueó con evidente curiosidad la mano de la sacerdotisa. En el banco, frente a mí, Belcebú silbó amenazador. Nala gruñó con voz grave, con la garganta. Neferet alzó la vista y entonces nuestras miradas se encontraron.
Yo traté de mantener una expresión indiferente, pero no sé si lo conseguí. Hacía dos días que no la veía: desde la noche en que ella me siguió fuera del auditorio, tras anunciar que quería comenzar la guerra contra los humanos en venganza por la muerte de Loren. Naturalmente, discutimos. Ella había sido la amante de Loren. Y yo también, aunque eso no tenía importancia. Loren jamás me había amado. Neferet lo había arreglado todo entre él y yo, y ella sabía que yo lo sabía. Y además Neferet sabía que Nyx no aprobaba lo que estaba haciendo, y que yo también estaba enterada.
La verdad es que Neferet me había hecho mucho daño, y yo la odiaba casi tanto como la temía. Pero, a pesar de todo, yo esperaba que ella no me notara nada. Nuestra alta sacerdotisa se acercó paseando orgullosamente hasta nuestra mesa. Con un leve gesto de la mano le indicó a Stark y a la perra, atada con la correa, que la siguieran. El gato de las gemelas lanzó un largo silbido y después salió pitando. Yo comencé a darle frenéticos golpecitos a Nala, esperando que no perdiera por completo la cabeza al ver acercarse a la perra. Neferet se detuvo al llegar a nuestra mesa. Sus ojos se desviaron rápidamente de mí a Aphrodite y por último a Damien, sobre quien quedaron clavados.
—Me alegro de que estés aquí, Damien. Quiero que le enseñes a Stark su habitación y que le muestres un poco los alrededores del campus.
—Lo haré encantado, Neferet —se apresuró a contestar Damien, a quien le brillaron los ojos cuando la sacerdotisa encendió su sonrisa de agradecimiento de cien vatios, dirigida únicamente a él.
—Dragon te ayudará con los detalles —añadió Neferet. Entonces desvió la vista hacia mí. Yo me preparé para lo peor—. Zoey, este es Stark. Stark, esta es Zoey Redbird, la líder de las Hijas Oscuras.
Stark y yo asentimos el uno en dirección al otro.
—Zoey, como alta sacerdotisa en período de preparación, dejo el asunto de la perra de Stark en tus manos. Confío en que alguna de las muchas habilidades que te ha otorgado Nyx te ayude a conseguir que Duchess se aclimate a la escuela —continuó diciendo Neferet, sin apartar sus gélidos ojos de mí.
Lo malo era que esos ojos decían algo muy distinto de lo que contaba su voz de caramelo. Decían: «Recuerda que soy yo quien manda aquí, y tú no eres más que una cría».
Yo rompí a propósito el contacto visual con ella y sonreí tensa en dirección a Stark, respondiendo:
—Estaré encantada de ayudarte a conseguir que la perra encaje aquí, Stark.
—Excelente. ¡Ah!, y Zoey, Damien, Shaunee y Erin —añadió Neferet, sonriendo en dirección a mis amigos que, a su vez, le sonrieron a ella como verdaderos lelos. Por supuesto, Neferet olvidó por completo mencionar siquiera a Aphrodite y a Jack—. He convocado una reunión especial del Consejo para esta noche a las diez y media. Ahora mismo son casi las diez —anunció, echándole un vistazo a su reloj de platino con incrustaciones de diamantes—, así que tendréis que terminar de cenar cuanto antes, porque espero que asistáis todos los prefectos también.
—¡Allí estaremos! —trinaron todos al unísono como ridículos polluelos recién nacidos.
—¡Ah!, Neferet, eso me recuerda que quería decirte una cosa —aproveché para añadir, alzando la voz de manera que me oyera todo el mundo en el comedor—. Aphrodite también vendrá con nosotros, porque ya que Nyx le ha concedido la afinidad con la tierra, nos hemos puesto todos de acuerdo en que ella forme parte del Consejo de Prefectos.
Contuve el aliento. Esperaba que mis amigos siguieran dándome su apoyo en esa decisión.
Por suerte, aparte del gruñido de Nala a Duchess, nadie dijo nada.
—Pero ¿cómo va a ser Aphrodite un prefecto, si ya ni siquiera es miembro de las Hijas Oscuras? —preguntó Neferet con frialdad.
Yo irradiaba inocencia.
—¿Es que se me había olvidado decírtelo? ¡Cuánto lo siento, Neferet! Ha debido de ser por todas las cosas horribles que han pasado en la escuela últimamente. Aphrodite ha vuelto a unirse a las Hijas Oscuras. Nos juró a mí y a Nyx que mantendría el nuevo código de conducta, y yo le permití que volviera a unirse a nosotros. Quiero decir que me pareció que eso sería lo que tú habrías querido: que ella volviera a ponerse del lado de nuestra diosa.
—Es cierto —confirmó Aphrodite con una sumisión muy poco propia de ella—. Estoy de acuerdo en acatar las nuevas reglas. Quiero enmendar mis errores.
Yo sabía que Neferet no podía rechazar a Aphrodite después de una declaración pública de buenas intenciones como esa, porque entonces parecería una persona mala y rencorosa, y las apariencias lo eran todo para ella.
La alta sacerdotisa sonrió para todo el comedor en general, sin mirarnos ni a Aphrodite ni a mí.
—¡Qué gran generosidad la de nuestra Zoey, al aceptar que Aphrodite vuelva al seno de las Hijas Oscuras! Sobre todo porque será a ella a quien haré responsable de la conducta de Aphrodite. Pero está visto que nuestra Zoey se encuentra muy cómoda cuando asume grandes responsabilidades —dijo Neferet, que entonces me lanzó tal mirada de odio, que se me cortó la respiración—. Ten cuidado, no vaya a ser que sucumbas bajo la presión de tanta responsabilidad autoimpuesta, querida Zoey.
Y de pronto, como si hubiera encendido un interruptor, su rostro se iluminó y se llenó otra vez de dulzura, que dirigió al chico nuevo para añadir:
—Bienvenido a la Casa de la Noche, Stark.