Erec lo lleva según su deseo, le golpea y lo hiere, de modo que le ha roto los lazos del yelmo y hace que se incline hacia delante; se cae sobre el pecho y no puede volver a levantarse; por daño que le sobrevenga, no le queda más remedio que decir y otorgar:
—Me habéis vencido, no lo puedo negar; y mucho me contraría. Sin embargo, obtendréis tal situación y fama, que será bueno para mí; os ruego, si puede ser de alguna manera, que me deis a conocer vuestro verdadero nombre. Si me ha vencido uno mejor que yo, estaré contento, os lo garantizo; pero si resulta que me ha derrotado uno peor, por ello sentiré gran aflicción.
—Amigo, quieres saber mi nombre —le contesta Erec— y yo te lo voy a decir, no me iré antes de decírtelo; pero será a cambio de que tú me digas de inmediato por qué estáis en este jardín: quiero saberlo todo de forma cierta, que me digas, tu nombre y la Alegría, que ya me tarda mucho en oírla.
—La verdad de todo, señor —le responde—, os la contaré tanto cuanto os plazca, sin ningún temor.
Erec no le oculta más su nombre:
—¿Oíste hablar alguna vez —le pregunta— del rey Lac y de Erec su hijo?
—Sí, señor; yo lo conocí, pues estuve en la corte del rey Lac muchos días antes de ser caballero y su deseo era que no me hubiera ido de su lado, por nada.
—Entonces, me debes conocer bien, si estuviste conmigo en la corte de mi padre el rey.
—¡A fe mía, que he tenido suerte! Ahora oiréis lo que me ha retenido tanto tiempo en este vergel: aunque me pese, os diré todo lo que me habéis ordenado. Esta doncella, que ahí está sentada, me amó desde su infancia, y yo a ella. A ambos nos agradaba, y el amor creció y nos fue mejorando, hasta que me pidió un don, pero no me lo nombró. ¿Quién le negaría nada a su amiga? No es amigo quien no hace absolutamente todo el bien a su amiga, sin dejar nada y sin mostrarse holgazán, si puede hacerlo de alguna manera. Le prometí lo que me pedía y cuando se lo hube prometido, quiso que se lo jurara. Y si hubiera querido algo más, yo lo hubiera hecho, pero ella dio crédito a mi palabra. Le prometí sin saber qué, hasta que fui caballero: el rey Evraín, de quien soy sobrino, me armó a la vista de muchos hombres, en este vergel en el que estamos. Mi doncella, que ahí está sentada, me recordó entonces la promesa y me dijo que le había jurado que nunca más saldría de aquí hasta que llegara un caballero que me venciera con las armas. Era razonable que me quedara, antes de faltar a mi promesa, ya que lo juré. Cuando conocí mi prisión y vi a la que yo más quería, no hice semblante ni puse cara de que me desagradara algo; pues si ella se hubiera dado cuenta, se reservaría para sí misma su corazón y yo no lo quería en ninguna manera, por nada que pudiera ocurrir. Así creyó retenerme mi doncella durante mucho tiempo: no pensó que algún día podría entrar en el vergel un vasallo que me venciera; así creía que yo estaría libre el resto de los días de mi vida, siendo su prisionero. Y yo hubiera procedido mal si hubiera faltado en algo y no hubiera vencido a todos los que pudiera: tal libertad hubiera sido villana. Bien os puedo decir y contar que no tuve ningún amigo, por querido que fuera, con quien fingiera tal cosa; jamás me cansé de las armas, ni me fatigué de combatir. Ya habéis visto los yelmos de los que vencí y maté; pero no se me debe culpar, si se tienen en cuenta las razones: no podía evitarlo si no quería ser falso, desleal o si no quería romper la palabra.
Ya os he contado la verdad y, sabedlo bien, no es pequeña la honra que habéis ganado. Habéis conseguido gran alegría para la corte de mi tío y de mis amigos, que ahora la manifestarán ahí fuera; y por la alegría que iban a tener, todos los que fueran a la corte, la llamaban Alegría de la Corte, los que la esperaban. La han esperado durante tanto tiempo que ahora, por primera vez, vos se la vais a dar, al haber vencido. Habéis acabado y terminado con mis hazañas y hechos caballerescos y es justo que yo os diga mi nombre, ya que lo queréis saber: soy llamado Maboagraín, pero no soy conocido por ese nombre en ningún lugar donde he sido visto, a no ser en estas tierras; pues mientras fui doncel, nunca dije ni di a conocer mi nombre. Señor, ya sabéis la verdad de todo lo que me habéis preguntado, pero aún tengo cosas que deciros.
Hay en este vergel un cuerno de caza que, según creo, ya habéis visto: no debéis salir de aquí antes de haber tocado el cuerno y entonces me habréis dado la libertad y empezará la Alegría.
Quienquiera que lo oiga y escuche, no tendrá ningún obstáculo, al oír la voz del cuerno, para ir a la corte de inmediato. Levantaos de aquí, señor; id a tomar rápidamente el cuerno, pues ya no tenéis nada más que esperar, haced lo que debéis.
Al momento se ha levantado Erec y éste se pone en pie junto a él; ambos van hacia el cuerno. Erec lo toma y lo hace sonar; emplea toda la fuerza, de forma que el sonido va muy lejos. Mucho se ha alegrado Enid; contento está el rey y contenta su gente; no hay uno solo a quien no le agrade y plazca mucho esto: nadie cesa y descansa de mostrar alegría y de cantar. Ese día se pudo vanagloriar Erec de que nunca se hizo tal alegría; no se podría narrar ni contar por boca de hombre, pero yo os haré un resumen, breve, sin demasiadas palabras.
Vuela la noticia por el país, de que así ha sucedido la cosa. No hubo obstáculo alguno para que no acudieran todos a la corte; por todas partes acude el pueblo corriendo, unos a pie, otros a galope tendido, que unos no esperan a los otros. Y los que estaban en el vergel, se aprestaron a desarmar a Erec y todos cantaban con gusto, por la alegría, una canción y las damas trovaron un lai que llamaron Lai de Alegría, pero no es muy conocido. Erec está colmado de alegría y ha cumplido su promesa. Sin embargo, esta alegría no le agrada a la que estaba sentada sobre la cama, no le causaba placer; muchas gentes tienen que soportar y contemplar cosas que les pesan. Enid hizo una gran cortesía: al verla pensativa, sentada sola en el lecho, le entró deseo de acercarse a ella a preguntarle por su situación y persona y le preguntaría —si podía ser— para que le dijera algo de sí misma, pero que no le resultara demasiado desagradable. Enid pensaba ir sola, sin llevar a nadie; pero la siguieron una parte de las damas y de las doncellas, las de más valor y las más hermosas, por amor y por acompañarla y para reconfortar a aquella a la que la Alegría le enojaba, pues le parecía que su amigo ya no sería tan amigo suyo como antes, cuando salieran del vergel. Y por más que se lo embellezca, no puede evitar que se vaya, pues ha llegado la hora y el momento: por eso le corrían las lágrimas de los ojos por todo el rostro. Estaba mucho más afligida y apenada de lo que yo os puedo contar y, no obstante, se ha puesto en pie; pero ninguna de las que la reconfortan la convence tanto como para que abandone su aflicción. Enid la saluda con aire gentil; en un buen rato, no le contesta nada, pues se lo impiden los suspiros y sollozos, que la afean y empeoran. Mucho después, la doncella le ha devuelto el saludo y al mirarla, y contemplarla largamente, le pareció que la había visto en otra ocasión y que la reconocía; pero no estaba muy segura, ni se atrevió a preguntarle de dónde era, o de qué país, y dónde había nacido su señor: le pregunta que quiénes son ellos dos. Enid le responde al punto y le cuenta la verdad:
—Soy sobrina —le contesta— del conde que tiene Laluth en su poder, hija de su hermana; nací y me crié en Laluth.
No puede evitar entonces reírse de lo mucho que se alegró antes de que le oyera contar nada más; ya ha abandonado su dolor. El corazón le falla por la alegría, y no puede ocultar el gozo; la besa y abraza y le dice:
—Soy vuestra prima, es la pura verdad, y vos sois sobrina de mi padre, pues él y vuestro padre son hermanos; pero pienso que no sabéis, ni lo habéis oído decir, cómo llegué a esta tierra: el conde vuestro tío estaba en guerra y acudieron a su hueste como mercenarios caballeros de muchos lugares. Así, bella prima, ocurrió que con uno de los soldaderos llegó el sobrino del rey de Brandigán; estuvo en casa de mi padre cerca de un año, hace —según creo— más de doce años. Yo era aún bastante niña y él era bello y atractivo; entonces hicimos nuestras promesas, tal como nos pareció. No quise nada que él no quisiera, de forma que empezó a amarme y me prometió y juró que sería siempre mi amigo y que me traería aquí; a mí me plugo y también a él. Se quedó y a mí ya me tardaba el venirme con él; nos vinimos ambos sin que lo supiera nadie más que nosotros dos; entonces éramos jóvenes y pequeñas vos y yo. Os he dicho la verdad; decidme ahora —igual que yo os lo he contado— la verdad sobre vuestro amigo y de qué modo os consiguió.
—Hermana prima, me esposé de forma que mi padre lo supo y mi madre tuvo gran alegría. Todos nuestros parientes se enteraron y se pusieron contentos, como debían; también se alegró el mismo conde, pues es tan buen caballero que difícilmente se encontraría uno mejor; y ahora no es necesario probar su bondad y valor; no conozco a nadie semejante con su edad, ni pienso que ninguno sea igual a él. Me ama mucho y yo a él más aún, de modo que nuestro amor no puede ser más grande. Hasta ahora no le he faltado en amarle, ni debo hacerlo: en verdad, mi señor es hijo de rey y me tomó siendo pobre y estando desnuda; por él he conseguido tal honra que antes ninguna desamparada recibió una tan grande. Y si os place, os diré sin mentiros en nada, cómo llegué a tal altitud: no sentiré pereza en decirlo.
Entonces le contó y explicó cómo llegó Erec a Laluth, pues no le preocupaba ocultarlo; le contó la aventura completa, palabra por palabra, sin omisiones; pero dejo de contároslo porque aumenta el aburrimiento de su cuento quien cuenta dos veces una misma cosa.
Mientras ellas hablaban juntas, una dama sola, va deprisa a contarlo a los nobles, para acrecentar y aumentar la Alegría. De este gozo se alegraron juntos todos los que lo oyeron, y cuando lo supo Maboagraín, tuvo alegría por encima de los demás. El que su amiga se reconforte y que la dama le haya llevado con rapidez la noticia le ha alegrado de inmediato; incluso el rey se alegró, y aunque ya antes tenía gran alegría, ahora la tiene mucho mayor.
Enid acude a su señor llevando consigo a su prima, más hermosa que Elena, y más gentil y bella. Hacia ellas avanzan corriendo Erec y Maboagraín, Guivrete y el rey Evraín y todos los demás; las saludan y les hacen honor, que nadie los evita ni se queja. Maboagraín muestra una gran alegría a Enid y ella hace lo mismo con él; Erec y Guivrete, ambos, tienen gran gozo por la doncella: todos tienen gran alegría y se besan y abrazan. Hablan de volver al castillo, pues ya han estado bastante en el vergel; todos se preparan para salir y salen con gran gozo y besándose todos. Tras el rey salen los demás, pero antes de que llegaran al castillo se habían reunido los nobles de toda aquella tierra; y todos los que supieron lo de la Alegría, si pudieron, acudieron allí. Fue grande la reunión y el tumulto: cada cual se apresura a ver a Erec, tanto los altos como los bajos, los pobres como los ricos; se colocan unos ante otros, lo saludan y se inclinan ante él y dicen todos, sin cesar:
—¡Dios salve a aquel por quien la alegría y el gozo han vuelto a nuestra corte! ¡Dios salve al más bienaventurado de los creados por Dios!
Así lo llevan hasta la corte y se esfuerzan en mostrar alegría, tal como les incita el corazón.
Allí suenan arpas, violas, gaitas, salterios y zampoñas y todo tipo de instrumentos que se podría decir o nombrar; pero os los quiero resumir brevemente, sin una demora demasiado larga. El rey lo honra con todo su poder y todos los demás sin pereza; no hay nadie que no se ponga a su servicio con mucho gusto. Tres días completos duró la Alegría, antes de que Erec pudiera volverse. El cuarto, no quiso quedarse más tiempo por más que le rogaran; tuvieron gran alegría al acompañarle, y gran pesar al despedirse. No podría haber devuelto el saludo en medio día a uno por uno, si le hubiera contestado a cada cual: saluda y abraza a los nobles y a los demás, con una palabra los encomienda a Dios y los saluda. Enid no permanece muda al despedirse de los nobles: los saluda a todos, llamándolos por sus nombres y ellos le responden todos juntos. Al marcharse, besa y abraza con mucha dulzura a su prima. Se han ido, la Alegría cesa.