Aventura de los dos gigantes felones

Han entrado en un bosque. No dejaron de cabalgar hasta la hora de prima. Caminaron tanto por el bosque que de lejos oyeron gritar a una doncella que necesitaba auxilio. Erec ha oído el grito. Cuando lo oyó, comprendió que la voz era de dolor y que tenía necesidad de socorro. En seguida llama a Enid.

—Señora —dijo—, una doncella va gritando por este bosque. Creo que necesita ayuda y socorro. Voy a dirigirme hacia allí a la carrera y sabré qué necesita. Desmontad y yo iré allí; mientras tanto, esperadme aquí.

—Señor —contestó ella—, de buen grado.

La deja sola y se va hasta que encontró a la doncella que iba gritando por el bosque porque dos gigantes habían apresado a su amigo y se lo llevaban tratándolo con villanía. La doncella iba arrastrándose y desgarrándose toda la ropa y su tierna cara roja. Erec la ve, se maravilla y le ruega que le diga por qué llora y grita. La doncella llora y suspira y le responde entre sollozos:

—Señor, no es extraño que haga duelo, pues si pudiera, estaría muerta. Ni amo ni aprecio mi vida, pues a mi amigo lo han apresado dos gigantes felones y crueles que son sus enemigos mortales. ¡Dios! ¿qué puedo hacer, desgraciada, desdichada, por el mejor caballero que existe, el más noble y más gentil?

Ahora está Erec en gran peligro. Con gran injusticia le harán morir de una muerte muy villana.

—Noble caballero, por Dios te ruego que socorras a mi amigo si lo puedes socorrer. No tendrás que correr muy lejos, pues todavía están muy cerca de aquí.

—Doncella, iré tras ellos —dijo Erec—, ya que me lo rogáis, y tened completa seguridad de que haré todo lo que esté en mi poder: o seré apresado con él, u os lo devolveré en libertad. Si los gigantes le dejan vivir hasta que yo los pueda encontrar, bien pienso medirme con ellos.

—Noble caballero —dijo la doncella—, seré para siempre vuestra sierva, si me devolvéis a mi amigo. A Dios seáis encomendado. Apresuraos, os lo ruego.

—¿Hacia qué parte se dirigen?

—Señor, hacia allí, hacia el camino y el cercado.

Entonces Erec se lanza al galope y le dice que le espere allí. La doncella le encomienda a Dios y ruega a Dios muy dulcemente que le dé fuerzas con su poder para vencer a los que odian a su amigo.

Erec sigue sus huellas, persigue espoleando a los gigantes. Tanto los persigue, que los ve antes de que hayan salido del bosque. Ve al caballero que iba a cuerpo, descalzo y desnudo sobre un rocín, con las manos y los pies atados como si fuera un ladrón. Los gigantes no tenían lanzas, ni escudos, ni afiladas espadas, ni picas; sólo llevaban mazas, envueltas ambas con correas. Le habían golpeado y herido tanto, que le habían desgarrado la carne de la espalda hasta los huesos; por los costados y los lados le corría la sangre hacia abajo, de tal modo que el rocín estaba lleno de sangre hasta debajo del vientre. Y Erec llegó detrás, completamente solo, muy dolido y angustiado por el caballero tratado con tal despecho. Los espera entre dos bosques, en una landa, y les pregunta:

—Señores, ¿por qué crimen ultrajáis así a este hombre, al que lleváis como a un ladrón? Lo tratáis con mucha crueldad, lo lleváis como si hubiera sido cogido robando. Gran deshonor es despojar de sus ropas a un caballero y luego atarlo y golpearlo con tanta villanía. Entregádmelo, os lo pido por franqueza y por cortesía, no os lo pido por la fuerza.

—Vasallo —dijeron ellos—, ¿qué os importa? Os habréis vuelto loco, pues nadie os ha pedido nada. Si os pesa, socorredle.

Erec responde:

—En verdad me pesa. No os lo llevaréis hoy sin pelea. Concededle la libertad por mí y que lo tenga quien pueda. Avanzad, os desafío. No me lo llevaré de aquí antes de que haya habido golpes.

—Vasallo —dijeron ellos—, estáis loco al querer combatir con nosotros. Aunque fueseis como cuatro, no tendríais más fuerza contra nosotros que la de un cordero entre dos lobos.

—No sé qué ocurrirá —responde Erec. Si el cielo cae y la tierra se hunde, se cogerán muchas alondras. Poco vale quien mucho se alaba. Poneos en guardia, pues os lo requiero.

Los gigantes eran fuertes y fieros, y mantuvieron en sus manos apretadas las mazas grandes y cuadradas. Erec se dirige hacia ellos con la lanza sobre el fieltro del arzón. No teme ni a uno ni a otro a pesar de las amenazas y del orgullo. Hiere al primero en el ojo y le atraviesa el cerebro, de tal forma que la sangre y el cerebro le saltan por el otro lado de la nuca. Y éste cae muerto, le falla el corazón. Cuando el otro lo vio muerto, no dudó un momento. Le va a vengar con rabia. Levantó la maza con ambas manos y piensa herirle con un golpe recto en medio de la cabeza sin que se cubra. Pero Erec vio el golpe y lo recibió sobre su escudo. No obstante, el gigante le dio tal golpe que lo aturdió y por poco no le hizo caer al suelo bajo el caballo destrero. Erec se cubre con el escudo y el gigante vuelve a golpear y piensa hacerlo de nuevo en medio de la cabeza, sin que éste pueda cubrirse. Pero Erec ha desenvainado la espada, le ataca de tal modo que el gigante quedó malparado. Le golpea en medio del cogote y lo hiende hasta el arzón. Las entrañas se esparcen por el suelo y el cuerpo cayó cuan largo era y se partió en dos mitades.

El caballero llora de alegría y llama y reza a Dios que le ha enviado socorro. Mientras tanto, Erec lo desata, hace que se vista y se arregle, y que monte sobre uno de los caballos. Le hace llevar el otro a la diestra. Le pregunta cómo se encuentra. Y éste le dice:

—Noble caballero, eres por justicia mi señor. Quiero hacer de ti mi señor y lo debo hacer porque me has salvado la vida. El alma habría salido de mi cuerpo con grandes tormentos y martirios. ¿Qué aventura, buen dulce señor, te ha enviado hasta mí por Dios, que me has liberado de las manos de mis enemigos por tu nobleza? Señor, quiero rendirte homenaje. Iré para siempre con vos y os serviré como a mi señor.

Erec ve su intención de servirle a su voluntad si puede de alguna forma y le dice:

—Amigo, no quiero tener de vos vuestro servicio, pero debéis saber que he venido aquí por vuestra amiga, a la que con gran dolor he encontrado en este bosque. Se queja y lamenta por vos, y mucho le duele el corazón. Quiero devolveros a ella como un regalo. Así que os reuniré con ella y luego seguiré solo mi camino, pues de ningún modo vendréis conmigo. No deseo vuestra compañía, pero quiero saber vuestro nombre.

—Señor —le respondió—, como gustéis. Si queréis saber mi nombre no os debe ser ocultado. [Me llamo Cadoc de Tabriol. Sabed que así se me llama. Pero ya que tengo que separarme de vos, querría saber, si fuera posible, quién sois y de qué tierra, dónde os podré encontrar o buscar cuando me vaya de aquí.

—Amigo, no os diré eso —contesta Erec— no sigas hablando], pero si queréis honrarme, acudid sin tardanza junto a mi señor, el rey Artús, que está cazando con gran poder en este bosque y creo que hasta allí no hay siquiera cinco leguas. Id pronto y decidle que a él os envía y presenta aquél a quien ayer tarde volvió a ver con gran alegría en su tienda y al que hospedó, y cuidad de no ocultarle de qué pena os he sacado a vos y a vuestra amiga. Muy amado soy en la corte. Si os presentáis de mi parte, me serviréis y honraréis. Allí preguntaréis quién soy, pues de otro modo no lo podréis saber.

—Señor —dijo Cadoc—, en seguida cumpliré vuestro mandato. Aunque fuerais muy temido, iría muy gustosamente allí. Muy bien le contaré al rey la verdad de la batalla, tal como la habéis hecho por mí.

Así hablan mientras siguen el camino hasta llegar junto a la doncella, allí donde Erec la había dejado. La doncella se alegró mucho, al volver a ver a su amigo, a quien no pensaba ver nunca más. Erec se lo entrega de la mano y dice:

—No os doláis más, doncella, ved aquí alegre y gozoso a vuestro amigo.

Ella responde con gran saber:

—Señor, bien nos habéis conquistado a él y a mí; ambos debemos ser vuestros para serviros y honraros. ¿Pero quién podría recompensaros ni la mitad de este servicio?

Erec responde:

—Mi dulce amiga, no os pido ninguna recompensa. Os encomiendo a Dios a los dos, pues pienso que ya me he demorado demasiado.

Luego da media vuelta y se va lo más rápidamente que puede. Por su parte, Cadoc de Tabriol y su doncella se ponen en marcha. Les han contado la noticia al rey Artús y a la reina.