Bodas de Erec y Enid y torneo de Tenebroc

Después del beso del Ciervo, según la costumbre del país, Erec, como hombre noble y cortés, se ocupó de su pobre huésped: de lo que le había prometido, pues no quería dejar de cumplir su promesa. De muy buen grado le mantuvo la promesa y le envió cinco acémilas, frescas y fuertes, cargadas de ropas y telas, de brocados y ricas telas escarlata, cargadas de oro y de plata en bandejas, de veros y de petigrís y de cibelinas, telas de púrpura y alfombras orientales. Cuando las acémilas estuvieron cargadas de todo cuanto necesita un hombre noble envió, con las acémilas, diez caballeros y diez sirvientes de su mesnada y de su gente, y les dice y les ruega que saluden a su huésped y le hagan tan gran honor, a él y a su mujer en su nombre; y una vez que les hayan presentado las acémilas que les llevaban el oro, la plata y los besantes y la rica vestimenta que había en las arcas, que conduzcan a la dama y al señor con gran honor a su reino de Estre-Gales; les había prometido dos castillos, los más bellos y los mejor emplazados y los que menos guerra padecían de los que había en toda su tierra: uno se llamaba Montrevel, el otro tenía por nombre Roadán. Estos dos castillos les tendrían que librar sus rentas y sus derechos cuando llegasen a su reino, tal como se lo había prometido. Ese mismo día, los mensajeros, que no tenían ninguna intención de descansar, le presentaron al huésped el oro, la plata, las acémilas, la vestimenta y el dinero, de los que había gran cantidad. Después los han llevado al reino y allí les hicieron muy gran honor. Llegaron al país a los tres días; les libran las torres de los castillos, y el rey Lac no se opuso, les hizo gran alegría y gran honor; los ama por Erec, su hijo; les concedió castillos libres, y también les hizo asegurar, jurar a caballeros y burgueses que ellos les serían tan fieles como a su señor natural. Cuando esto fue hecho y dispuesto, enseguida los mensajeros volvieron a su señor Erec, que los recibió con buen semblante; les pide noticias del valvasor y de su mujer, de su padre y del reino, y se las han contado buenas y bellas. No tardó mucho, después de esto, en llegar el plazo en que debían tener lugar las bodas; la espera le pesaba mucho: y no quiere sufrir ni esperar más. Va al rey a pedirle permiso para que en su corte, si no le parecía mal, le dejase celebrar las bodas. El rey se lo concedió, envió a buscar a reyes, duques y condes por su reino, y a los que tenían la tierra a través de él, para que no hubiese ninguno tan atrevido que no estuviera allí en Pentecostés. No hay nadie que ose quedarse, sin acudir a la corte nada más convocarlos el rey. También os diré, ahora escuchadme, quiénes fueron los condes y los reyes. Con un muy rico cortejo llegó el conde Branlés de Colescestre, que lleva cien caballos a la diestra; después vino Menagormón que era señor de Eglimón; y el de la Alta Montaña vino con muy rica compañía; vino el conde de Traverán con cien compañeros de los suyos; luego llegó el conde Godegraín que no llevó menos. Con estos que me oís nombrar llegó Moloás un rico noble, señor de la Isla Negra, donde nadie oyó nunca truenos, ni cayó rayo, ni tempestad y donde no se detienen ni sapos ni serpientes y donde no hace ni demasiado calor ni frío. Y Greslemuet de Estre-Posterne fue con veinte compañeros, y su hermano Guingamor, que era señor de la Isla de Avalón: de éste hemos oído que fue amigo del hada Morgana y esto era verdad probada. Acudió también David de Tintaguel que nunca tuvo tristeza ni aflicción. Había bastantes condes y duques pero aún hubo más reyes: Garraz, fiero rey de Corques, llegó con quinientos caballeros vestido de seda y de cendal, con manto, calzas y brial. Sobre un caballo de Capadocia vino Aguiflet rey de Escocia, y llevaba consigo a sus dos hijos, Cadret y Quoi, caballeros ambos muy temidos. Con estos que os he nombrado llegó el rey Ban de Ganieret y los que con él estaban eran jóvenes muchachos pues no tenían ni barba ni bigote; llevaba gente muy alegre, tenía doscientos en su mesnada: no hubo ninguno de ellos que no llevase halcón o pájaro, cernícalo o gavilán, o rico azor mudado pardo o grullero. Quirión el viejo rey de Orcel, no llevó con él a ningún joven, sino que llevaba doscientos compañeros de los que el más joven tenía cien años; tenían la cabeza canosa y blanca, pues habían vivido largo tiempo, y las barbas les llegaban a la cintura; a éstos los aprecia mucho el rey Artús. El señor de los enanos vino luego, Bilis, rey de los antípodas, de quien os digo que era enano, y también estuvo Blián, hermano suyo: de todos los enanos, Bilis era el más pequeño, y Blián, su hermano, el mayor, y medía medio pie o un palmo más que cualquier caballero de su reino; como muestra de riqueza y como compañía Bilis llevó consigo dos reyes que eran enanos, y que tenían tierra de él, Gribalo y Glodoalán y los miraban llenos de admiración. Al llegar a la corte han sido recibidos con aprecio, fueron honrados y servidos los tres como reyes, pues eran hombres muy gentiles. El rey Artús, al final, cuando vio a su corte reunida se alegró mucho en su corazón. Luego, para aumentar la alegría, manda que se bañen cien criados para hacerles a todos caballeros. No hay ninguno que no reciba ropa clara, de seda rica de Alejandría, cada uno la toma como quiere, según su gusto y deseo. Todos tuvieron armas parecidas y caballos veloces y ágiles: el peor valía más de cien libras.

Cuando Erec recibió a su mujer tuvo que nombrarla por su verdadero nombre, pues de otro modo no se ha casado mujer alguna si no es llamada por su nombre. Aún no conocía el nombre, pero ahora, por primera vez, lo supo: Enid le pusieron en el bautizo. El arzobispo de Canterbury, que había venido a la corte, la bendijo tal como debía. Cuando la corte se reunió no hubo en la región ministril que supiera algún modo de deleitar que no acudiera a la corte. En la sala hubo gran gozo, cada uno hizo aquello que sabía; uno salta, otro da volteretas, otro hace encantamientos, [uno relata], otro silba, otro canta, [y el otro explica], aquél toca la flauta, [el otro el arpa], otro el caramillo, otro el rabel y otro toca la viola; las doncellas danzan y bailan; todos disputan por tener la mayor alegría: no hay nada que produzca gozo o que pueda sacarlo del corazón humano, que no estuviera en aquel día en las bodas. Suenan panderos, suenan tambores, cornamusas, flautines, flautas, trompas y caramillos. ¿Para qué seguir hablando de lo demás? No se cerró ni portillo ni puerta: las salidas y las entradas estuvieron durante todo el día libres, y no se impidió el paso ni a pobre ni a rico. El rey Artús no fue avaro. Manda a los panaderos, a los cocineros y a los botelleros que entreguen en abundancia, a cada cual según su voluntad, pan, vino y caza. Todo el mundo tiene lo que desea. Muy grande es la alegría en el palacio, pero me callo la mayor parte; ahora oiréis la alegría y el gozo que hubo en la habitación y en la cama, por la noche, cuando se fueron a juntar; obispos y arzobispos estuvieron allí.

En aquel encuentro no estuvo Iseo, ni fue en su lugar Brangel. La reina se ha ocupado del atavío y del dormitorio pues a ambos los quería encarecidamente. Y ellos se encontraron, antes de solazarse, con mayor placer que el del ciervo perseguido, jadeante de sed, cuando llega a la fuente o que el del gavilán cuando, hambriento, se dirige hacia el señuelo. Aquella noche se resarcieron de lo que han esperado tanto tiempo. Cuando la habitación estuvo vacía, pagan tributo a cada miembro: los ojos se reconfortan en la mirada haciendo nueva alegría de amor y, enviando el mensaje al corazón, les agrada mucho más cuanto ven. Después del mensaje de los ojos llega la dulzura de los besos que llevan amor, dulzura mucho más preciada; ambos prueban esa dulzura hasta que se sacian dentro de sus cuerpos, de forma que con gran esfuerzo se separan: el primer juego fue besar. Por el amor que hay en ambos la doncella tuvo más coraje: de nada se acobardó, todo lo permitió, aunque le resultara penoso; antes de levantarse perdió el nombre de doncella; por la mañana fue una dama novel. Aquel día los juglares estuvieron contentos pues todos fueron pagados a su grado: todo cuanto tomaron prestado se lo regalaron, y muy hermosos dones les fueron entregados: ropas de veros, de armiños y de conejos, violetas, escarlatas, grises o de seda, quien quiso caballo, quien quiso monedas, cada uno tuvo a su voluntad tanto como había de tener. Así las bodas y la corte duraron más de quince días con tal alegría y tal grandeza. Como señor y por alegrar y honrar aún más a Erec, el rey Artús hizo que todos los nobles se quedasen aún una quincena más. Cuando llegaron a la tercera semana decidieron emprender todos juntos un torneo [entre Evroic y Tenebroc]; Melic y Melidoc se pusieron ante mi señor Galván, que avanzó para tomar la promesa de ambas partes. Así quedó el desafío, con lo que se dispersó la corte. Un mes después de Pentecostés el torneo se prepara y reúne en la llanura, al pie de Tenebroc. ¡Allá hubo tanta enseña bermeja, tantos velos y tantas mangas azules y blancas que fueron dadas como prendas de amor! ¡Tantas lanzas se llevaron engalanadas de azur y teñidas en sinople, muchas otras de oro y plata y muchas de otra clase, muchas bandas y banderolas grises! Allí se vio aquel día lazar muchos yelmos de hierro y acero, verdes, amarillos y bermejos, y relucir contra el sol; tantos blasones y lorigas blancas, tantas espadas en el lado izquierdo, tan buenos escudos recientes y nuevos de azur y de bello sinople, tantos de plata con bodas de oro; tan buenos caballos, albazanos y alazanes, pardos y blancos, negros y bayos, todos se aprietan al costado unos de otros. El campo está completamente cubierto de armas; por ambas partes se estremecen las filas, en la liza se eleva el griterío; es muy grande el ruido de las lanzas, que rompen y agujerean los escudos, falsan y desclavan las lorigas, vacían las sillas y hacen caer a los caballeros; los caballos sudan y espumajean. Allí todos desenvainan las espadas sobre aquellos que caen con gran ruido; unos corren para tomarles la fe y los otros para conquistar el campo de batalla. Erec monta sobre un caballo blanco, va delante de la fila de los suyos para justar si encuentra con quién. Por el otro lado, contra él, allí mismo, espolea el Orgulloso de la Landa, y monta un caballo de Irlanda que lo lleva con gran rapidez. Erec lo hiere con tal fuerza sobre el escudo, delante del pecho, que lo ha derribado del destrero, lo deja y sigue. Y Randurant le viene por delante, hijo de la Vieja de Tergalo; le ataca de frente: iba cubierto con un cendal azul y era caballero de gran proeza; uno se dirige contra el otro, e intercambian grandes golpes sobre los escudos que llevan al cuello. Erec lo derriba a la distancia de una lanza. Al volverse, Erec se ha encontrado al rey de la Ciudad Roja, que es muy valiente y noble; cogen las riendas por los nudos y los escudos por las abrazaderas; ambos tenían muy bellas armas y muy buenos y rápidos caballos; sobre los escudos recientes y nuevos se golpean con tan gran fuerza que ambos destrozaron las lanzas; antes, tales golpes nunca fueron vistos. Al mismo tiempo, chocan los escudos, las armas y los caballos; cinchas, riendas y petrales no pueden aguantar al rey: se ha caído al suelo; en la mano se lleva ambas riendas y el freno; todos los que vieron aquella justa quedaron maravillosamente admirados y dicen que demasiado caro le cuesta a aquel que se enfrenta con tan buen caballero. Erec no quiere esperar a coger el caballo ni al caballero, sino justar y golpear bien, por lo que se prepara para mostrar su valor; por él se estremece la lucha, su valentía hace que se anime el que se encuentra a su lado; tomaba caballos y caballeros para abatir a la mayoría. De mi señor Galván quiero decir que lo hacía bien y bellamente. En el combate abatió a Guincel y apresó a Gaudín de la Montaña; toma caballeros, gana caballos: bien lo hizo mi señor Galván, Guirflet, el hijo de Do, Yván y Sagremor el Impetuoso. Éstos han combatido tanto que acorralan a los caballeros en las puertas: apresan y derriban a bastantes. Los de dentro del castillo vuelven a salir a la puerta, al combate contra los de fuera. Allí fue abatido Sagremor, caballero de gran valía: estaba apresado y prisionero, cuando Erec corre en su ayuda. Contra uno de los otros destroza la lanza, golpeándole bajo la tetilla, de forma que le hizo vaciar la silla; luego desenvaina la espada y los atraviesa, hunde los yelmos y los rompe; lodos huyen y se dan a la fuga, pues hasta los más valientes le temen. Tantos golpes y empujones dio, que ha rescatado a Sagremor; luchando los ha vuelto a meter en el castillo; entonces tocaron a vísperas. Tan bien lo hizo. Erec que fue el mejor de la batalla; pero mucho mejor lo hizo el día siguiente: tantos caballeros valerosos apresó con su mano e hizo vaciar tantas sillas que nadie lo creería si no lo hubiese visto. Por ambas partes decían que él había vencido el torneo con su lanza y su escudo. Entonces tuvo Erec tal fama que sólo se hablaba de él; no había ningún hombre con tanta gracia, tal que semejaba a Absalón en apariencia; por la manera de hablar, a Salomón; por su fiereza parecía [Sansón] y por su dadivosidad y dispendio se parecía a Alejandro. A la vuelta del torneo, Erec fue a hablar con el rey: le fue a pedir permiso, pues quería volver a su tierra; pero antes agradeció mucho como noble, sabia y cortésmente, el honor que le había hecho y que tanto le había agradado. Después, se ha despedido de él; quería irse a su país y llevarse a su mujer consigo. El rey Artús no se lo puede prohibir, pero, por su voluntad, no se hubiera ido nunca; le da permiso, pero le ruega que vuelva tan pronto como pueda, pues no hay en su corte caballero más valeroso, más valiente y más preciado, a excepción de Galván, su muy querido sobrino: con aquél no se podía comparar ninguno, después de éste al que más aprecia y a quien más estima era a Erec, más que a ningún otro caballero.