El valvasor cortés

Erec va siguiendo por todo el camino al caballero que estaba armado y al enano que le golpeó, hasta que llegan a un castillo bien emplazado, fuerte y hermoso; entraron directamente por medio de la puerta. En el castillo había gran alegría de caballeros y doncellas, de las que algunas eran muy hermosas. Unos paseaban por las calles con gavilanes mudados y halcones, y otros llevaban halcones machos y azores mudados y castaños; otros, por su parte, juegan a los dados o al azar, unos a las tablas y otros al ajedrez. Los muchachos limpian y cepillan los caballos delante de los establos. Las damas se adornan en sus habitaciones. En cuanto ven venir al caballero que conocen, al enano y a la doncella que van con él, salen a su encuentro de tres en tres. Todos le abrazan y saludan; poro por Erec ni se mueven, ya que no lo conocen. Erec sigue todos los pasos del caballero, hasta que vio que se había hospedado; Erec se alegra mucho entonces. Avanza un poco más y ve sobre unos escalones a un valvasor algo viejo, pero de pobre corte; era un hombre bello, canoso y blanco, de buena presencia, gentil y noble; estaba sentado allí completamente solo y parecía que estaba meditabundo. Erec pensó que era hombre noble y que pronto le daría albergue; por la puerta entra en el patio. El valvasor corre hacia él; antes que Erec le haya dicho palabra, el valvasor le saluda:

—Buen señor —dijo—, sed bienvenido y dignaos aceptar mi hospitalidad, ved el alojamiento aquí preparado.

Erec responde:

—Os lo agradezco, pero no he venido por ello. Sin embargo esta noche tengo necesidad de albergue.

Erec desmonta del caballo, el mismo señor se lo sujeta y se lo lleva por las riendas detrás de sí. Muestra a su huésped gran alegría. El valvasor llama a su mujer y a su hija, que era muy bella, y que estaban trabajando en un taller, pero no sé qué trabajo hacían. Salen fuera la dama y su hija, vestida con una camisa de faldones anchos, fina, blanca y plisada; debajo llevaba una saya, no tenía más ropa, y la saya estaba tan vieja que por los lados estaba rota: encima, la ropa era pobre, pero debajo había un bonito cuerpo. La doncella era muy gentil, pues la Naturaleza, que la hizo, puso en ella todo su entendimiento; la misma Naturaleza se maravilló más de quinientas veces por haber podido hacer una criatura tan bella de una sola vez; pero luego no pudo evitar afligirse por no poder volver a hacer, de ningún modo, otra semejante. Por esto la Naturaleza atestigua que nunca fue vista tan bella criatura en todo el mundo. En verdad os digo que Iseo la rubia no tuvo el cabello tan rubio ni reluciente, de modo que no hubo nunca nadie semejante a ésta. Tenía el rostro y la frente más claros y blancos que la flor de lis; respecto a su color, maravillosamente, su cara estaba iluminada de un fresco color rojo que le había concedido la Naturaleza. Sus ojos irradiaban tan gran claridad que parecían dos estrellas. Dios no sabría hacer mejor la nariz, la boca, ni los ojos. ¿Y para qué hablar de su belleza? En verdad que ésta fue hecha para ser contemplada, para que uno pudiera mirarse en ella como en un espejo.

Salió del obrador, y cuando vio al caballero, que jamás había visto a otro semejante, retrocedió un poco, y como no le conocía tuvo vergüenza y se sonrojó. Erec, a su vez, se asombró al ver su gran belleza. Y el valvasor le dijo:

—Bella y dulce hija, tomad el caballo y llevadlo al establo junto a los míos, cuidad que no le falte nada: quitadle el freno y la silla, y dadle avena y heno; acomodadlo y limpiadlo para que esté como es debido.

La doncella toma el caballo, le suelta el petral y le quita el freno y la silla. El caballo tiene ahora muy buen albergue; ella se ocupa muy bien y con mucho cuidado del caballo: le pone un cabestro, le pasa la almohaza, lo cepilla y lo limpia, lo lleva al pesebre y le echa heno y avena, bastante fresca y reciente. Luego vuelve junto a su padre y éste le dice:

—Mi querida hija, coged por la mano a este señor y honrarle.

La doncella no tardó en hacerlo, lo lleva de la mano a su lado, pues de ningún modo era villana; lo lleva de la mano hacia arriba. La dama había ido delante a preparar la casa; extendió cojines bordados y tapices por encima de los lechos donde se sentaron los tres: Erec tenía a un lado a la doncella y al otro al señor. El fuego ardía muy brillante delante de ellos. El valvasor no tenía criados excepto uno que le servía, ni camareras ni doncellas. El criado preparó en la cocina carne y aves para cenar. No lindó en prepararlo y lo dispuso rápidamente, y coció y asó la carne. Cuando tuvo la comida preparada tal como se le había encomendado, les ofrece agua en dos recipientes; la mesa, el mantel [el pan y el vino] y las bandejas fueron aparejados y puestos enseguida, y ellos se sentaron a comer, y todo cuanto necesitaron, lo tuvieron a voluntad. Una vez hubieron cenado a su gusto y la mesa fue quitada, Erec preguntó a su huésped, que era el señor de la casa:

—Decidme, buen huésped, ¿por qué está vestida vuestra hija con ropa tan pobre y vil siendo como es bella y educada?

—Buen amigo —respondió el valvasor—, la pobreza perjudica a la mayoría y también lo hace conmigo. Mucho me pesa verla tan pobremente ataviada, pero no tengo con qué vestirla: he estado tanto tiempo en guerra que he perdido todas mis tierras, las he empeñado o vendido. Y sin embargo podría ir bien Vestida, si yo permitiese que ella aceptara lo que le ofrecen; el señor de este castillo la habría vestido hermosa y adecuadamente y también le habría dado todos sus bienes, pues ella es su sobrina y él es el conde; no hay en todo este país ningún noble [por rico o poderoso que sea], por mucho mérito que tenga, que no la hubiera tomado por esposa si yo hubiera consentido de buen grado. Pero espero aún mejor ocasión para que Dios le dé mayor honor, de forma que la aventura le traiga un rey o un conde que se la lleve. ¿Acaso hay bajo el cielo rey o conde que se avergüence de mi hija, que es tan maravillosamente bella que no se puede encontrar su semejante? Es muy hermosa, pero su discreción vale mucho más que su belleza. Nunca hizo Dios criatura tan inteligente ni de corazón tan noble. Cuando estoy cerca de mi hija, el mundo entero no me importa nada; es mi deleite, mi entretenimiento, mi solaz, mi consuelo, es mi riqueza y mi tesoro y a nada amo tanto como a su persona.