Poco después del amanecer, los primeros rayos del sol brillaban sobre la isla pasando entre los pilares de cemento del paso elevado. Apoyado en la muleta, Maitland recorría el valle central. Mientras se desplazaba por el terreno desparejado, escudriñaba los altos terraplenes con los ojos atentos de un guardabosque que busca a un cazador furtivo.
Hacía una hora que patrullaba la isla, y el rocío de la hierba le empapaba los pantalones andrajosos. Cuando el último de los camiones nocturnos avanzaba trabajosamente por la autopista, se recostó contra la puerta cerrada del refugio de Proctor. Observó las complejas sombras y geometrías que formaban los postes de señales y los cables, las luces de la autopista y las murallas de cemento. Un coche solitario venía por el carril del oeste, y Maitland levantó la muleta para saludar al conductor. Pese a todas las decepciones sufridas durante su larga pugna por escapar de la isla, todavía se aferraba a la esperanza de que alguno se detuviera súbitamente a recogerlo.
Maitland se apartó del refugio y echó a andar hacia la luz del sol que salía por debajo del paso elevado. A cincuenta metros de la cerca de malla de alambre, la sorpresa le cortó el aliento y dejó caer la muleta entre la hierba húmeda.
Un vehículo municipal de reparaciones estaba estacionado en el centro de la rampa. Sólo alcanzaba a ver el techo de la cabina del conductor y la plataforma telescópica, por encima de la balaustrada de hormigón, pero Maitland comprendió que los obreros no tardarían en subir a reparar la base de la rampa, donde el cemento se había desprendido en partes. De la balaustrada colgaba un andamio, con unas cuerdas suspendidas del borde. Una de ellas llegaba a poco menos de dos metros del suelo.
Confundido por la presencia del vehículo, Maitland tanteó el aire, buscando la muleta. Susurró roncamente, en un espontáneo grito de socorro. Por encima de la balaustrada asomaron brevemente las cabezas del conductor y de otros dos obreros, que iban hacia un segundo vehículo, detenido a unos trescientos metros.
Tembloroso de excitación, Maitland recogió la muleta y siguió avanzando. Tres metros por detrás de él, una figura vestida de negro se lanzó hacia adelante, saliendo de entre la maleza. Cuando Maitland se volvió, tropezando con una chapa oxidada de hierro galvanizado, reconoció a Proctor. El vagabundo corrió con los brazos extendidos. Debajo del smoking llevaba la malla raída. Saltando por encima de los neumáticos amontonados en la hierba, se precipitó hacia la cuerda que colgaba cerca del suelo.
—Proctor, ¡déjala!
Maitland empuñó la muleta y se lanzó hacia adelante, golpeando el suelo, intentando que Proctor se asustara y se fuera. Pero el viejo acróbata ya había saltado. Aferró la cuerda, se meció en el aire, y trepó. Los brazos poderosos se le movían como pistones, y los pies se enroscaban apoyándose en el cabo suelto.
Casi mudo de miedo, Maitland golpeó la cuerda con la muleta. Si Proctor conseguía escapar, la muchacha no tardaría en abandonarlo. Estaba seguro de que el ofrecimiento de Jane de la noche anterior, telefonear pidiendo ayuda, sólo había sido una treta. En el momento en que ella llegase al terraplén, habría desaparecido para siempre, y detrás de ella se iría el vagabundo. Si se quedaba solo en la isla, Maitland no sobreviviría mucho tiempo.
Proctor se encaramó a la balaustrada. Confirmando los temores de Maitland, lo miró con una mueca de astucia.
—¡Proctor, baja!
Proctor se apoyó y pasó las piernas por encima de la balaustrada. Luego escudriñó el camino vacío. Tras hacer una seña a Maitland, desató las cuerdas, y la plataforma de madera descendió en el armazón de acero. Proctor recogió las cuerdas sujetas al cabestrante del camión, pasó otra vez por encima de la balaustrada, y de un salto se subió a la plataforma.
Al ver que Proctor hacía descender el andamio, Maitland comprendió que el vagabundo, lejos de huir de él, procuraba en realidad ayudarlo a escapar. Aún empeñado en impresionar a Maitland con su pericia de extrapecista, Proctor hamacó el andamio de un lado a otro.
—Muy bien, Proctor… —murmuró Maitland—. Estoy muy impresionado. Ahora, baja.
Pero Proctor ya no prestaba atención a Maitland. A seis metros por encima del suelo, moviendo confiadamente el cuerpo poderoso, hamacó el andamio en arcos cada vez más amplios. Se quitó el smoking y lo arrojó al suelo que oscilaba debajo. Rápido y hábil saltó del andamio en el momento en que estaba más alto, y se aferró con ambas manos al armazón de metal. Doblando el cuerpo como una navaja, impulsó el andamio y en el extremo del arco dio media vuelta en el aire, invirtió la posición de las manos, e impulsó el andamio hacia atrás. Una sonrisa infantil le iluminaba el rostro arrugado.
Una voz gritó en la carretera. La puerta de la cabina se cerró de golpe. Un momento después, el motor del camión se encendió, rugiendo. Colgado del andamio oscilante, Proctor miró hacia arriba con incertidumbre. Los cabos de la cuerda atados al cabestrante ya empezaban a estirarse, y los lazos se le iban cerrando sobre los hombros. Maitland agitó la muleta, indicándole que saltara. El vehículo se puso en marcha sin que el conductor advirtiera que Proctor estaba enredado en los cabos del cabestrante.
El conductor aceleró, cambiando de velocidad. Antes que Proctor pudiera soltarse, el impulso lo echó hacia atrás, arrancándolo del andamio. Las cuerdas se apretaron ciñéndole la cintura y el cuello. Inmovilizado como una res en el matadero, quedó colgado encima de la plataforma. Pataleando mientras intentaba librarse de las cuerdas, fue llevado de espaldas por el aire.
El vehículo aceleró, y el motor ahogó los gritos de Maitland. Proctor seguía colgado mientras el camión se movía por encima de él, llevándolo hacia el pilar de cemento más próximo. Al fin el cuerpo golpeó sordamente el pilar como un saco de arena. Inconsciente, Proctor quedó flojamente colgado de la cuerda que le ceñía el cuello, transportado por el aire debajo del paso elevado, hasta que las cuerdas se enredaron en la armazón angulosa de un poste de señales.
Las cuerdas se partieron con un chasquido de latigazo. El camión continuó alejándose.