El jueves a la hora de comer, Anna-Maria Mella abrió con llave la puerta de su casa y entró diciendo: «Hola, casita». Se le alegró el corazón al ver que la mesa estaba limpia y sin rastro del desayuno.
Se sirvió un plato de leche con cereales, una rebanada de pan con paté y después marcó el número de Lars Pohjanen, el forense.
—¿Y bien? —fue lo único que dijo Anna-Maria, sin ni siquiera presentarse cuando él descolgó.
Al otro lado del teléfono se oyó algo que recordaba a una urraca que se acaba de quedar atrapada en una chimenea. Había que conocer a Pohjanen para saber que aquel ruido no era más que su risa.
—Hätähousu, culo inquieto.
—Dale a hätähousu lo que quiere. ¿De qué murió Örjan Bylund? ¿Se ahorcó él mismo?
—Lo que quiere —repitió la voz chirriante y descontenta de Pohjanen al otro lado—. ¿Qué les pasa a tus compañeros? Me lo tendríais que haber enviado para hacerle la autopsia cuando lo encontrasteis. Me sorprende que los policías sean tan pésimos en seguir las normas. Parece que sólo lo tenga que hacer el resto del mundo.
Anna-Maria Mella se calló el punzante comentario de que la policía nunca acudió al lugar de los hechos porque un médico, es decir, un colega de Pohjanen, decidió saltarse las normas y rutinas, y diagnosticó un infarto en el acta de fallecimiento y dejó que la funeraria fuera a recoger el cuerpo. Pero era más importante que Pohjanen estuviera de buen humor a que ella tuviera razón.
Emitió un sonido que bien se podía interpretar como una disculpa y dejó que Pohjanen empezara a hablar.
—Vale —continuó el forense en un tono más suave—. Suerte que lo enterraron en invierno y los tejidos blandos no se ven tan afectados. Pero claro, ahora que está descongelado la cosa se acelera.
—Humm —respondió Anna-Maria pegándole un bocado a la tostada con paté.
—Es comprensible que creyeran que se trataba de un suicidio. Las heridas externas son de ahorcamiento. Hay una estría de cuerda alrededor del cuello… y ya lo habían bajado cuando el médico del distrito le hizo la observación, ¿no es cierto?
—Sí, su mujer cortó la soga. Quería evitar el chismorreo, Örjan Bylund era una persona conocida en Kiruna. Estuvo trabajando en el periódico más de treinta años.
—Entonces es difícil ver si las heridas coinciden con la… hrrr… hrr… manera de ahorcarse… hrr…
Pohjanen interrumpió su informe para carraspear.
Anna-Maria Mella se apartó el teléfono de la oreja. No tenía ningún problema para hablar de muertos mientras comía, pero oír aquel gorgoteo ruidoso le quitaba el apetito. Y él era el que hablaba de polis que se saltaban las reglas, él, que era médico y fumaba como un carretero a pesar del cáncer de faringe del que le operaron unos años atrás.
Pohjanen continuó:
—Ya empecé a dudar con la inspección exterior. Había pequeñas hemorragias en las conjuntivas de los ojos. Nada grave, alfilerazos. Y después están las heridas internas, hemorragias a diferentes niveles, alrededor de la laringe y en la musculatura.
—¿Y?
—Pues que si es un ahorcamiento, en principio sólo tienes hemorragias debajo y alrededor de la marca de la soga, ¿no?
—Vale.
—Pero las hemorragias son demasiado grandes y están muy separadas. Además, hay una fractura en el cartílago tiroides y en uno de los cuernos del hueso hioides.
Pohjanen sonó como si hubiera terminado y fuera a colgar.
—Espera un segundo —dijo Anna-Maria—. ¿Qué conclusiones sacas de todo esto?
—Pues que lo estrangularon, qué si no. Las heridas internas en la garganta no te las puedes hacer en un ahorcamiento. Apuesto por una estrangulación. Con las manos. Y había bebido. Bastante. Así que yo de ti interrogaría a la mujer. Es bastante habitual que aprovechen cuando el marido está piripi.
—No ha sido la esposa —dijo Anna-Maria Mella—. Es más complicado que eso. Mucho más complicado.