—¿Te importa que ponga en marcha la grabadora? —preguntó Anna-Maria.
Estaba sentada en la sala de interrogatorios con Mauri Kallis.
Le había dicho que no tenían mucho tiempo porque dentro de poco iban a tomar un avión. Por eso decidieron que Sven-Erik hablaría con Diddi Wattrang y Anna-Maria con Mauri Kallis.
El jefe de seguridad deambulaba por el pasillo con Fred Olsson y el impresionado Tommy Rantakyrö.
—Naturalmente —respondió Mauri Kallis—. ¿Cómo murió?
—Aún es un poco pronto para explicar los detalles en torno a la muerte.
—Pero ¿la asesinaron?
—Sí, asesinato u homicidio… de todas formas es alguien que… Trabajaba como jefa de información. ¿Qué significa eso?
—Era un título, nada más. Trabajaba con todo dentro del grupo. Pero, claro, en lo que era buena era en los contactos con los medios de comunicación y en promocionar la empresa. Sobre todo, tenía talento para relacionarse con la gente, las autoridades, los propietarios de terrenos, inversores, you name it.
—¿Por qué? ¿En qué era tan eficiente?
—Era una de esas personas a las que la gente quiere caer bien. Estar a buenas con ella. Y su hermano es igual, aunque ahora esté un poco…
Mauri Kallis hizo un pequeño gesto sacudiendo la mano.
—Tienes que haber sido una persona muy cercana a ella. Se podía decir que vivía en tu casa.
—No exactamente. Regla es una heredad con varias propiedades y casas. Somos muchos los que vivimos allí; yo con mi familia, Diddi con su mujer y su hijo, mi hermanastra y algunos empleados.
—Pero no tenía hijos.
—No.
—¿Qué más personas tenía cercanas, aparte de ti?
—Quiero señalar que eres tú la que dice que yo estaba cercano. Supongo que su hermano. Sus padres todavía viven.
—¿Alguien más?
Mauri Kallis sacudió la cabeza.
—Venga, vamos —dijo Anna-Maria animándolo—. ¿Amigas? ¿Novio?
—Esto es complicado —respondió Mauri Kallis—. Inna y yo trabajábamos juntos. Era una buena… compañera. Pero no era de esas personas que hacen amigos para toda la vida. Era muy inquieta para ello. No necesitaba hablar por teléfono con las amigas y explicárselo todo. Y, sinceramente, los novios iban y venían. Nunca los conocí. Este trabajo era perfecto para ella. Podíamos ir a una conferencia o a un evento internacional, y en la fiesta que daban por la noche conseguía diez inversores.
—¿Qué hacía en su tiempo libre? ¿Con quién se veía?
—No sé.
—Por ejemplo, ¿qué hizo la última vez que estuvo de vacaciones?
—No lo sé.
—Pues me parece raro, ya que eras su jefe. Yo tengo un buen control de lo que hacen mis hombres en su tiempo libre.
—Vaya.
Anna-Maria Mella se quedó callada esperando. A veces aquello ayudaba pero no con aquel tipo. Mauri Kallis también se quedó callado, al parecer sin que el silencio le afectara en absoluto.
Al final fue Anna-Maria la que volvió a hablar. Se iban a ir enseguida. La conversación se hizo arisca y escueta.
—¿Sabes si se sentía amenazada de alguna manera?
—No que yo sepa.
—¿Cartas, conversaciones? ¿Algo por el estilo?
Mauri Kallis sacudió la cabeza.
—¿Tenía enemigos?
—No creo.
—¿Hay alguien que esté resentido con la empresa y pienses que puede haber hecho esto?
—¿Por qué?
—No sé. Por venganza o una advertencia.
—¿Quién podría haber sido?
—Soy yo quien te pregunta a ti —replicó Anna-Maria—. Hacéis negocios de alto riesgo y mucha gente debe de haber perdido dinero. Quizás alguien que se sienta engañado.
—Nosotros no hemos engañado a nadie.
—De acuerdo, vamos a dejarlo.
Mauri Kallis dejó entrever un halo de teatral agradecimiento.
—¿Quién sabía que estaba en la casa que la empresa tiene en Abisko?
—No sé.
—¿Lo sabías tú?
—No. Se había tomado unos días de vacaciones.
—Bueno —resumió Anna-Maria—. No sabes con quién salía, lo que hacía en su tiempo libre, si se sentía amenazada o si había alguien que pudiera estar resentido con el grupo… ¿Hay algo que quieras explicarme?
—No parece que sea así.
Mauri Kallis se miró el reloj.
A Anna-Maria le entraron ganas de zarandearlo.
—¿Hablasteis de sexo alguna vez? —preguntó—. ¿Sabes si… tenía hábitos especiales en cuanto al sexo?
Mauri Kallis parpadeó.
—¿Qué quieres decir? —inquirió—. ¿Por qué lo preguntas?
—¿Hablasteis de ello alguna vez?
—¿Por qué? ¿Es que la han… había algo… la han agredido sexualmente?
—Como ya te he dicho es demasiado pronto…
Mauri Kallis se levantó.
—Disculpa pero me tengo que ir.
Y con aquellas palabras abandonó la sala tras un rápido apretón de manos con Anna-Maria. No le dio tiempo ni de apagar la grabadora y la puerta ya se había cerrado tras él.
Anna-Maria se levantó y miró hacia el aparcamiento. Kiruna por lo menos tenía el detalle de mostrar su mejor cara. Una buena capa de nieve y un sol extraordinario.
Mauri Kallis, Diddi Wattrang y su jefe de seguridad salieron de la jefatura y se dirigieron hacia el coche de alquiler.
Mauri Kallis iba dos metros delante de Diddi Wattrang y no intercambiaron ni una sola palabra. El jefe de seguridad abrió una de las puertas de atrás a Mauri Kallis pero éste dio la vuelta alrededor del coche y se sentó en la parte delantera, al lado del conductor.
«Mira por dónde —pensó Anna-Maria—. Los que parecían ser tan amigos cuando salieron juntos en la tele».
—¿Cómo ha ido? —le preguntó Sven-Erik Stålnacke a Anna-Maria cinco minutos más tarde.
Él, Anna-Maria y Tommy Rantakyrö estaban en el despacho de ella tomando café.
—¿Qué puedo decir? —respondió Anna-Maria para ganar tiempo—. Seguramente ha sido el peor interrogatorio que he hecho en toda mi vida.
—Qué va —la animó Sven-Erik.
—Hubiera sido mejor no haberlo hecho, te lo prometo. ¿Qué tal fue con Diddi Wattrang?
—Regular. Igual deberíamos haberlo hecho al revés. Seguro que hubiera estado más a gusto hablando contigo. Así que lo que dijo… Que era su mejor amiga y después se echó a llorar. No sabía que estaba en Abisko pero por lo visto era allí donde se encontraba. No ha dicho mucho de lo que solía hacer ella. Tenía algunos novios pero en estos momentos ninguno, que supiera el hermano.
—El jefe de seguridad, Mikael Wiik, es un tío genial —aseguró Tommy Rantakyrö—. Hemos tenido tiempo de hablar un rato. Hizo la mili como paracaidista y después estudió para oficial de la reserva.
—Pero era policía —se quiso asegurar Sven-Erik.
—Es decir, aquí hay alguien que tiene secretos y se los calla —dijo Anna-Maria, que aún tenía la cabeza en la conversación con Mauri Kallis—. O ella o ellos.
—Sí, era policía —respondió Tommy Rantakyrö—. Pero después pidió plaza de oficial en la reserva en el Grupo Especial de Protección. Me debería haber esforzado más cuando hice la mili en lugar de perder el tiempo como un zángano. Claro que te pueden destinar a Iraq o te puede salir un trabajo en una empresa de seguridad de guardaespaldas, o algo así. Si tienes experiencia como policía, quiero decir. No es necesario que seas militar. Cuando Mikael Wiik dejó la formación en el GEP y se pasó a la privada, se sacaba quince mil euros al mes.
—¿Con Kallis? —preguntó Sven-Erik.
—No, en Iraq. Pero después quiso trabajar en Suecia y tomárselo con más calma. Ese tío ha estado en todas partes… aunque no en sitios a los que vayas de vacaciones con los niños.
Anna-Maria, de pronto, estuvo atenta a la conversación de los compañeros. Le pareció reconocer la última frase en boca de Mikael Wiik.
—Quédate aquí con nosotros y no te vayas a que los terroristas te peguen un tiro en la cabeza —dijo Sven-Erik a Tommy Rantakyrö, que tenía la cabeza llena de sueños de una vida más aventurera y con mucho dinero en el bolsillo.
Mikael Wiik dejó la E10 para dirigirse al aeropuerto de Kiruna.
Mauri Kallis y Diddi Wattrang iban callados todo el tiempo. No nombraron a Inna ni una sola vez y Mikael Wiik no vio llorar a ninguno de los dos. En cuanto se quedaron solos, no se miraron en ningún momento. Se dio cuenta de que ninguno de los dos le preguntó sobre sus observaciones. Lo que creía. Lo que había conseguido saber de su conversación con Tommy Rantakyrö.
Ahora empezaba la historia de después de Inna Wattrang, eso era seguro. Todo era más divertido cuando ella estaba allí.
Después del tiempo que se pasó en el GEP, Mikael Wiik no soportaba seguir en Suecia. Cuando fue a la entrevista de trabajo con Mauri Kallis, era un hombre que se levantaba a las tres de la mañana luchando contra una sensación, cada vez más fuerte, de que la vida carecía completamente de sentido.
Inna lo ayudó el primer año en Kallis Mining. Era como si ella supiera lo que le pasaba. Siempre encontraba un momento para hablar de los negocios de Mauri, a quiénes veía y por qué. Despacio, empezó a sentir que formaba parte de Kallis Mining. Nosotros contra ellos.
Todavía dormía mal y se despertaba pronto, pero no tan pronto. Y no echaba de menos estar en el Congo, Iraq, Afganistán o en lugares así.
De pronto Mauri Kallis rompió el silencio del coche.
—Si es un crimen sexual, ese puto cabrón lo pagará con su vida —dijo decidido.
Mikael Wiik miró de reojo a Diddi Wattrang por el espejo retrovisor. Parecía tan muerto como su hermana, con ojeras, la cara blanca como el papel, los labios agrietados y la nariz enrojecida de tanto sonarse. Se sujetaba los codos con las manos, quizá porque tenía frío, quizá para evitar que le temblaran. Le había llegado el momento de espabilarse.
—¿Dónde aterrizaremos? —preguntó Diddi—. ¿Skavsta o Arlanda?
—Skavsta —informó Mikael Wiik cuando vio que Mauri no respondía.
—¿Vas a casa? —preguntó Diddi a Mikael.
Mikael Wiik asintió con la cabeza. Vivía en el barrio de Kungsholmen con su novia. En Regla tenía una habitación para pasar la noche, con cocina y baño, pero la utilizaba muy pocas veces.
—Entonces me iré contigo a Estocolmo —dijo Diddi mientras cerraba los ojos haciendo ver que se ponía a dormir.
Mikael Wiik asintió de nuevo. No era asunto suyo decirle a Diddi Wattrang que debería irse a su casa con Ulrika y con su hijo de siete meses.
«Problemas —pensó—. Será mejor estar preparado».
Mauri Kallis miraba por la ventanilla. «Hubiera querido tocarla», pensó. Intentaba recordar las veces que lo había hecho. De verdad, una caricia real.
En esos momentos sólo recordaba una vez.
Es el verano de 1994. Hace tres años que se ha casado. El niño mayor tiene dos, el pequeño unos meses. Mauri está junto a la ventana del salón pequeño tomando un whisky, mirando hacia abajo, hacia la casa de Inna, la antigua lavandería que, por fin, han acabado de renovar.
Sabe que Inna acaba de llegar a casa de una visita que ha hecho a unas instalaciones para la preparación de la extracción de yodo en el desierto chileno de Atacama.
Ha cenado con Ebba. La niñera acaba de acostar a Magnus y Ebba le pone a Cari en los brazos. Coge al bebé. No sabe exactamente qué es lo que espera ella de él, así que mantiene fija la mirada en el niño y no dice nada. Ebba parece que se queda contenta con aquello. Al cabo de un momento le duelen la nuca y los hombros, quiere que lo sujete ella pero aguanta. Después de una eternidad Ebba le coge al niño.
—Voy a acostarlo —le explica—. Tardaré una hora. ¿Me esperas?
Él promete esperarla.
Después se queda allí junto a la ventana y de pronto empieza a echar de menos a Inna intensamente.
«No me quedaré mucho rato —se miente a sí mismo—. Sólo voy a ver cómo ha ido por Chile. Me da tiempo de estar de vuelta antes de que Ebba haya dormido a Cari».
Inna ha deshecho las maletas. Parece sinceramente contenta de verlo. Él también se alegra. Contento de que trabaje para él. Contento de que viva en Regla. Ella tiene un sueldo alto y un alquiler bajo. En sus malos momentos aquello le enfada y hace que se sienta inseguro. Entonces le hace sufrir la sensación de que la está comprando.
Pero cuando está con ella, nunca se siente así.
Empiezan con el whisky que él ha llevado hasta allí. Después fuman un poco, se ponen un poco tontos y les da por bajar a bañarse. Pero se arrepienten y se quedan tumbados sobre el césped, abajo, junto al antiguo embarcadero. Lo que queda de sol vibra a los lejos, en el horizonte, desaparece. El cielo se vuelve negro y Mauri Kallis percibe en los ojos la suave luz de las estrellas que siempre le despiertan unos pensamientos vertiginosos sobre el infinito.
«Así tendría que ser siempre —piensa Mauri—. Siempre que no trabajo. ¿Por qué se ha de casar uno? Seguro que no es por tener sexo gratis. El sexo con tu propia mujer es el sexo más caro que se puede tener. De verdad. Lo pagas toda la vida».
Cuando se casó con Ebba se posicionó respecto a Inna. Incluso, durante un tiempo, Inna dejó de ser tan importante para él. Era difícil precisarlo, pero su relación de fuerzas con los hermanos Wattrang cambió. Fue menos dependiente. Ya no trabajaba los fines de semana para que no se imaginaran que le preocupaba que no lo invitaran a lo que ellos fueran a hacer.
Devuelve lo que le quitó a Inna aquella vez. En ese preciso momento considera que aquello no puede seguir así.
Se vuelve hacia ella y la mira.
—¿Sabes por qué me casé con Ebba? —le pregunta.
Inna está dando una calada al cigarrillo y no puede contestar.
—O, mejor dicho, ¿por qué me enamoré de ella? —añade Mauri—. Porque cuando era pequeña, tenía que andar un kilómetro hasta la parada del autobús escolar.
Inna expele el humo a su lado.
—Es verdad. Cuando era pequeña vivían en Vikstaholm. Después tuvieron que vender aquello, pero bueno… a alguien como yo… lo que decía… a un nuevo rico… Pero así fue.
Le cuesta tanto seguir el hilo del relato que Inna se echa a reír a su lado. Él continúa:
—Iba a la escuela en autobús y una vez me explicó cómo andaba aquel kilómetro que había de distancia entre el castillo y la carretera. Decía que recordaba las palomas zurita que arrullaban y chapoteaban entre los matorrales cuando ella pasaba sola por la mañana por el camino de grava. Me dejó fascinado. La imagen de aquella chiquilla andando con un maletín colgado de una correa en el hombro en dirección a la carretera. Y el silencio de la mañana roto por el arrullo de las palomas.
Es un cerdo y lo sabe en cuanto las palabras abandonan su boca. Le corta la cabeza a Ebba y se la sirve en bandeja de plata a Inna. Aquella imagen ha sido una cosa pequeña pero sagrada. Ahora la ha arrugado hasta convertirla en basura.
Pero Inna no piensa nunca como él cree. Deja de reír y señala algunas constelaciones que reconoce y que ahora deberían verse con mayor claridad.
Después dice:
—La verdad es que me parece un motivo extraordinario para casarse con alguien. Quizá el mejor que he oído nunca.
Se pone de lado y lo mira. Nunca han tenido relaciones sexuales. De alguna manera, ella le ha hecho sentir que tienen algo en común mayor que eso. Son amigos. Sus novios, o lo que quiera que sean, vienen y van. Mauri nunca será un ex.
Se quedan allí tumbados cara a cara. Él le coge la mano. Ha fumado y, de pronto, se siente lleno de la sensación de que el amor no le hace vulnerable. No cuesta nada amar. Se convierte uno en Gandhi, Jesús o el cielo estrellado.
—Oye… —le dice.
Después su pensamiento se va corriendo a buscar, en vano, las palabras que nunca utiliza.
—Estoy muy contento de que te hayas venido a vivir aquí —le dice finalmente.
Inna sonríe. A él le gusta que sonría y esté callada. Que no diga: «Yo también estoy contenta» o «Eres encantador». Él ha aprendido lo cerca que ella tiene esas palabras. Le suelta la mano antes de que ella tenga tiempo de decir nada.