Es un programa de una hora. Una entrevista de septiembre de 2004. Malou von Sivers se encuentra con Mauri Kallis. Malou von Sivers se puede sentir satisfecha. Se la entrevista a ella antes del programa y recalca lo contenta que está. Es parte del márketing. Se explica que TV4 ha vendido el programa a no menos de doce medios extranjeros. Son muchos los que han querido entrevistar a Mauri Kallis pero él se ha negado desde 1995.

A Malou le preguntan ¿cómo es que a ella la aceptó para que lo entrevistara? Por muchos motivos, cree. De una parte se sintió obligado a hacer una entrevista, ya que el hecho de que cada vez fuera más conocido lo exigía. Y aunque se trabaje con el principio de «Actuar sin ser visto», alguna vez se tiene que aparecer. Si no, parece que le tenga uno miedo a las luces. Además, quiso que fuera una entrevista sueca. Como algo solidario hacia su país de origen.

Y Malou von Sivers demuestra respeto a sus entrevistados, eso ha tenido importancia.

—Sé que piensa que voy bien preparada y soy seria —dice sin rodeos.

La periodista que la entrevista se siente un poco provocada por esa seguridad y le pregunta a Malou si cree que el hecho de que sea mujer ha tenido algo que ver. Quizá haya sido una elección táctica. Una forma de introducir una valoración afable en el goodwill de la empresa. El sector de la minería es conocido por ser dominado por los hombres y un poco… qué quieres que te diga… un poco duro de alguna manera. En ese momento Malou von Sivers se queda callada un momento. Tampoco sonríe.

—O quizá sea porque soy muy buena —dice finalmente.

Cuando empieza el programa Malou von Sivers, Inna Wattrang y el hermano de ésta, Jacob «Diddi». Wattrang, están en una sala de estar en la Heredad de Regla, propiedad de la familia Kallis desde hace trece años.

Mauri Kallis llegará tarde a la entrevista. El Beech B200 de la empresa no ha podido despegar a tiempo desde Ámsterdam. Malou von Sivers ha decidido empezar la entrevista con los hermanos. Será una buena dinámica para el programa.

Los hermanos están sentados cómodamente cada uno en un sofá, echados hacia atrás. Los dos con camisa blanca arremangada y luciendo grandes relojes de caballero. Se parecen mucho con esa nariz marcada que les nace entre los ojos y su rubia cabellera estilo paje. También se mueven igual y tienen el mismo aire distraído al apartarse el pelo de la cara.

Rebecka los observó y pensó que había una señal, delicada pero clara y perceptiblemente sensual, en aquella forma de apartarse el pelo, en los dedos que acompañaban el mechón hasta donde terminaba. Al volver a poner la mano en la rodilla o en el reposabrazos del sillón, las puntas de los dedos rozaban rápidamente la barbilla o la boca.

Anna-Maria observó los mismos movimientos y pensó: «Joder, lo que se tocan la cara, igual que los drogadictos».

—¿Queréis que os vaya a buscar café antes de irme? —preguntó Rebecka.

Sven-Erik Stålnacke y Anna-Maria Mella asintieron con la cabeza. Tenían la mirada fija en la pantalla del ordenador.

«Una debería tener esas expresiones corporales —pensó Rebecka camino de la máquina de café—. Ése es mi defecto. No emito ninguna señal sensual».

Después no tuvo más remedio que sonreír. Si hiciera aquellas cosas ante Måns Wenngren, éste creería que se estaba tocando los granos de la cara.

Las manos de Malou von Sivers no van de un lado a otro. Es una profesional. El flequillo ladeado y teñido de color cobre está bien colocado y se mantiene en su sitio con ayuda de la laca que lleva puesta.

Malou von Sivers: ¿También vivís en las casas de la Heredad?

Diddi Wattrang (se ríe): ¡Oh, qué horror! Suena como una comuna o algo así.

Inna Wattrang (se ríe también y pone una mano encima de la de Malou): Te puedes venir a vivir tú también y ser de mi grupo de cocina.

Malou von Sivers: Hablando en serio. ¿No resulta pesado a veces? Trabajar juntos y vivir juntos.

Diddi Wattrang: En realidad no estamos tan juntos. La propiedad es bastante grande. Mi familia y yo disponemos de la vieja vivienda de un capataz. Ni siquiera se puede ver desde aquí.

Inna Wattrang: Y yo vivo en la antigua lavandería.

Malou von Sivers: Contadme. ¿Cómo conocisteis a Mauri Kallis?

Diddi Wattrang: Mauri y yo estudiamos Empresariales juntos en los años ochenta. Mauri formaba parte del pequeño grupo de estudiantes que había empezado a especular con acciones y se quedaba detrás de un monitor en las puertas del bar en cuanto empezaba la sesión en la Bolsa.

Inna Wattrang: En aquellos tiempos era bastante raro negociar con valores. No como ahora.

Diddi Wattrang: Y Mauri era muy bueno.

Inna Wattrang (se inclina hacia adelante y sonríe quisquillosa): Y Diddi logró introducirse hablando

Diddi Wattrang (le da un empujoncillo a su hermana): «¡Introducirse hablando!». Éramos amigos.

Inna Wattrang (haciéndose la seria): ¡Se hicieron amigos!

Diddi Wattrang: Yo invertí cierto capital…

Malou von Sivers: ¿Te hiciste rico?

Se hizo un silencio de apenas medio segundo.

«Anda —pensó Anna-Maria intentando tomar el café demasiado caliente que les había dejado Rebecka—. Por lo visto no se habla de dinero. Seguramente es vulgar».

Diddi Wattrang: A nivel de estudiantes, claro que sí. Ya entonces tenía olfato para eso. Entró en Hennes & Mauritz en 1984, acertó las alzas de Skanska, Sandvik, SEB… Casi siempre lo hacía en el momento oportuno. A finales de los ochenta se negociaba mucho con los valores llamados sustanciosos y era un diablo en focalizar lo siguiente que iba a subir de valor. Los inmuebles se hicieron importantes cuando estábamos en el ecuador de los estudios. Recuerdo cuando Anders Wall vino a la escuela y en una conferencia nos aconsejó comprar pisos en edificios de propiedad cooperativa en el centro de Estocolmo. Ya entonces Mauri se había ido de la residencia de estudiantes, pagó un traspaso por un piso de alquiler y consiguió que toda la propiedad se transformara en cooperativa. Él tenía un piso de un dormitorio donde vivía, y dos apartamentos de un solo ambiente que alquiló. Vivía de esas rentas.

Malou von Sivers: La prensa lo llamaba «the wiz-kid», el esqueje del diente de león, un genio de las finanzas nacido de la nada…

Inna Wattrang: Y así sigue aún. Mucho antes de que China se pusiera en marcha, él proyectó lo de explotar olivino en Groenlandia. Después, tanto los de LKAB como China se pusieron de rodillas mendigando poder comprar los yacimientos.

Malou von Sivers: Explícalo para los que no sabemos tanto sobre el tema.

Inna Wattrang: Para hacer acero del hierro se necesita olivino. Él lo vio antes que nadie y también vio que iba a haber un increíble desarrollo del mercado del acero cuando China empezara a producir.

Diddi Wattrang: Estaba seguro de lo de China. Mucho antes que nadie.

Es febrero de 1985. Diddi Wattrang cursa el primer año de Empresariales. No sirve para los estudios pero la presión de su casa ha sido dura, tanto en él como en sus profesores. Su madre ha invitado a las señoras de la zona a un concierto de verano que tiene lugar cada año a principios de agosto. Al aire libre, naturalmente, y no se deja entrar a cualquiera en la casa. Para los invitados es, sin embargo, uno de los momentos más importantes del año y se paga con gusto lo que cuesta la entrada. El dinero siempre se dedica al mantenimiento de la parte histórica de la finca, casi un acto benéfico ya que siempre hay un tejado que cambiar o unas paredes que revocar. Y en la tertulia que le sigue, su madre aprovecha para decirle al profesor de francés de Diddi de forma exigente: «En la familia consideramos que tiene talento para los estudios». El padre se tutea con el director, además de ser compañeros de estudios, y éste sabe que de lo que se trata es de dar y recibir. Es agradable ser amigo de un barón pero, claro, no es gratuito.

Diddi ha sacado el bachiller a trompicones, copiando y haciendo algunas trampas. Siempre hay gente inteligente pero desgraciada que cambia la ayuda con las redacciones y en los exámenes por un poco de atención. Un win-win deal.

De todas formas, Diddi tiene un don. Le resulta especialmente fácil caer bien a la gente. Cuando habla con alguien, inclina la cabeza hacia un lado para apartarse el rubio flequillo de los ojos. Parece sincero cuando demuestra que está a gusto con todo el mundo, especialmente con la persona con la que está hablando en ese momento. Ríe tanto con la boca como con los ojos y se mete delicadamente en el corazón de la gente.

Ahora es Mauri Kallis quien se siente elegido y cómodo. Es miércoles por la tarde y están en el bar de la escuela. Es como si hiciera tiempo que son amigos. Diddi ignora a una joven rubia y bonita que está sentada con sus amigos un poco más allá, que se ríe algo alto y que mira hacia donde están ellos. Saluda a un montón de gente que se acerca para hablar pero no más que eso. Esa tarde no es su tarde.

Mauri bebe un poco de más, como se hace al principio, cuando se está nervioso. Diddi le sigue los pasos pero lo aguanta mejor. Se turnan en invitar. Diddi tiene un poco de coca en el bolsillo. Por si se presenta la ocasión. Espera a ver.

La verdad es que este tío es bastante interesante. Diddi le explica ciertas fases de su infancia. La presión de su padre en lo que se refiere a los estudios. El ataque de ira y las humillantes palabras cuando le iba mal un examen. Reconoce sin reparos y con una carcajada que desgraciadamente es un rubio tonto y que allí no tiene nada que hacer.

Aunque después defiende a su padre. Él también tiene su carga. Educado en la vieja escuela, en el umbral haciendo una reverencia con la cabeza a su padre, el abuelo de Diddi, antes de que le dieran permiso para entrar. Nada de sentarlo en las rodillas para hacerle carantoñas.

Tras esta revelación en confianza, convence y pregunta. Y observa a Mauri, el joven esbelto con grandes pantalones de franela, zapatos baratos, camisa bien planchada pero de algodón tan delgado que se le transparenta el pelo del pecho. Mauri, el que lleva los libros de clase en una bolsa de plástico de un súper. No invierte el dinero en cosas, eso es seguro.

Y Mauri habla de sí mismo. Que cometió un delito cuando tenía doce años y que lo pescaron. Le explica lo de la asistente social que lo hizo mejorar y que lo animó a que empezara a estudiar.

—¿Era guapa? —pregunta Diddi.

Mauri miente y responde que sí. No sabe por qué. Tiene que hacer reír a Diddi.

—Realmente eres una caja de sorpresas —le dice—. No tienes aspecto de criminal.

Y Mauri, que dice medias verdades y que selecciona lo que explica, no dice nada de que era un grupo de chicos mayores, un hermano del hogar de acogida y sus compañeros, que lo enviaron a él y a otros críos a los que no podían juzgar como adultos a hacer el trabajo sucio.

—¿Qué aspecto tiene un criminal? —pregunta.

Diddi parece un poco impresionado.

—Y ahora eres una estrella de la escuela —responde.

—Un aprobado justo en Contabilidad Empresarial —se justifica Mauri.

—Es porque lees libros sobre la Bolsa en lugar de estudiar. Lo sabe todo el mundo.

Mauri no responde. Intenta llamar la atención del camarero para pedir otras dos cervezas. Se siente como un enano ignorado que intenta hacerse ver tras la barra. Mientras tanto, Diddi aprovecha para sonreír hacia la rubia y la mira a los ojos. Una pequeña inversión para el futuro.

Acaban en el Grodan. Se meten en el abarrotado bar y pagan el triple por una cerveza.

—Tengo un poco de dinero —dice Diddi—. Deberías invertirlo por mí. En serio. Estoy dispuesto a correr el riesgo.

A Diddi no le da tiempo a entender lo que ve en Mauri. En medio segundo es como si se pusiera tenso, se conectara a la parte sobria de su cerebro, hiciera inventario, analizara y tomara una decisión. Después Diddi aprenderá que Mauri nunca pierde el discernimiento. El miedo lo mantiene despierto. Pero se le pasa rápido. Mauri se encoge de hombros un poco borracho.

—Claro que sí. Yo cobro el 25% y en cuanto me canse, te haces cargo tú o vendes, lo que prefieras.

—¡Veinticinco! —Diddi se queda un poco atónito—. ¡Eso es usura! ¿Cuánto se quedan los bancos?

—Pues vete a un Banco. Tienen buenos agentes de Bolsa.

Pero Diddi lo acepta.

Y se echan a reír. Como si, en realidad, todo fuera una broma.

Al editar el programa han cortado cuando Mauri Kallis entra en la entrevista. En la imagen, abajo en la esquina derecha, se ve la mano de Malou von Sivers haciendo un gesto rotatorio «continúa filmando» a la persona detrás de la cámara. Mauri Kallis es delgado y bajo, como un escolar serio. El traje le sienta perfectamente. Le brillan los zapatos. La camisa blanca está hecha a medida, es de fuerte algodón de la mejor calidad; cualquier otra cosa se transparentaría.

Le pide disculpas por la tardanza a Malou von Sivers, se estrechan la mano, se vuelve hacia Inna Wattrang y la besa en la mejilla. Ella le sonríe y dice: ¡Amo! Diddi Wattrang y Mauri Kallis se estrechan la mano. Como por arte de magia alguien trae una silla y ahora están sentados los tres con Malou von Sivers delante de la cámara.

Malou von Sivers empieza suave. Las preguntas difíciles las guarda para la parte final de la entrevista. Quiere que Mauri Kallis se sienta a gusto y si la cosa va mal es mejor que sea al final, cuando ya estén casi listos.

Coge un ejemplar de la revista Businness Week de la primavera de 2004 con Mauri en la portada y en el centro de la sección de Economía del periódico nacional Dagens Nyheter. El título del artículo del Dagens es «El chico de los bolsillos de oro».

Inna mira la prensa y piensa que fue un milagro que escribieran aquellos artículos. Mauri se negaba a hacer entrevistas, finalmente consiguió que le hicieran fotografías. El fotógrafo de Business Week eligió un primer plano de Mauri cuando éste miraba hacia el suelo. Al ayudante del fotógrafo se le cayó un bolígrafo que se fue rodando. Mauri lo siguió con la mirada. El fotógrafo hizo muchas fotos. Mauri parece ensimismado. Casi como rezando.

Malou von Sivers: De niño problemático hasta aquí (hace un gesto con la cabeza que abarca la Heredad Regla, el éxito empresarial, bella esposa, todo a la vez). Tu imagen se parece mucho a la de un cuento. ¿Qué sientes?

Mauri mira las fotos y hace esfuerzos para rechazar la sensación de asco hacia sí mismo que le provocan.

Es propiedad de todos. Lo utilizan como prueba para que su ideología sea la acertada. La industria y el comercio suecos lo invitan como conferenciante. Lo señalan y dicen: «Mirad. Cualquiera puede tener éxito si quiere». Göran Persson, el presidente de la nación, lo ha nombrado recientemente en televisión. Era en un debate sobre la criminalidad juvenil, ya que fue una asistente social la que hizo que Mauri volviera al buen camino. El sistema funciona. Continúa el estado del bienestar. Los débiles tienen una oportunidad.

Mauri se siente asqueado. Desearía que dejaran de utilizarlo, de manosearlo.

No deja que se note nada. Su voz es todo el tiempo tranquila y amable. Quizá un poco monótona. Pero no está allí porque tenga una personalidad carismática. Eso es cosa de Diddi y de Inna.

Mauri Kallis: No me siento… como un personaje de cuento.

Silencio.

Malou von Sivers (lo intenta de nuevo): En la prensa extranjera se te ha llamado «El milagro sueco» y se te ha comparado con Ingvar Kamprad, el fundador de IKEA.

Mauris Kallis: Los dos tenemos la nariz en medio de la cara…

Malou von Sivers: Pero algo hay de verdad en ello. Los dos empezasteis con las manos vacías. Conseguisteis levantar una empresa internacional en un país como Suecia, que se considera es… bueno, difícil para nuevos empresarios.

Mauri Kallis: Y es difícil para nuevos empresarios. Las leyes fiscales favorecen el dinero viejo pero hubo una posibilidad de conseguir hacerse con un capital entre los años ochenta y noventa y la aproveché.

Malou von Sivers: Explícanos. Uno de tus viejos compañeros de estudios de Empresariales dijo en una entrevista que sentías animadversión a consumir tu préstamo de estudios. «Comerlo y cagarlo».

Mauri Kallis: Es una expresión grosera y no quisiera utilizar ese lenguaje aquí. Pero claro que sí, así era. Nunca había tenido tanto dinero junto antes. Y seguro que había algo de empresario dentro de mí. El dinero tiene que trabajar, hay que invertirlo. (Deja que le aflore una corta sonrisa). Era un auténtico forofo de la Bolsa. Iba por ahí con copias de los indicadores de las inversiones en el maletín.

Diddi Wattrang: Leía el periódico económico Affars-världen.

Mauri Kallis: En aquellos tiempos era incisivo.

Malou von Sivers: ¿Y después?

Mauri Kallis: Bueno, después…

El pasillo de la residencia de estudiantes de Mauri da acceso a ocho habitaciones cuyos inquilinos comparten cocina y dos duchas. Una vez por semana viene una señora de la limpieza y, aun así, nadie va por el suelo de la cocina en calcetines. Se notan las migas y la suciedad a través de ellos, por todas partes hay restos pegajosos que nadie limpia sino que se evaporan hasta secarse. Las sillas y la mesa son de pino amarillento. Macizas y pesadas. De esas con las que, por algún motivo, siempre te tropiezas. Te salen morados en los muslos y te das con los dedos de los pies.

En las habitaciones viven varias chicas que se relacionan entre sí y van a fiestas a las que nunca te invitan. Anders, que vive enfrente de Mauri, lleva unas gafas modernas y estudia derecho. Se le ve alguna vez en la cocina pero casi siempre está en casa de su novia.

Håkan es alto y es de Kramfors. Mattias es grande y gordo. Y él, Mauri, es una hormiga delgada y pequeña. Vaya grupo. Ninguno va a las fiestas. Y tampoco es buena idea montar alguna porque ¿a quién iban a invitar? Por la noche se quedan sentados delante de la tele en la habitación de Håkan y miran películas porno con una almohada sobre las rodillas, como críos.

Por lo menos así ha sido hasta ahora. Pero Mauri se ha convertido en un especialista en Bolsa, sí, y por lo menos es algo, aunque eso no quiere decir que se relacione con los otros alumnos de la Escuela a los que también les interesa la Bolsa.

Se ha convertido en un inversor empedernido. No va a las clases y se queda despierto por la noche hasta que se le secan los ojos leyendo la prensa económica, como Dagens Industri, en lugar de estudiar.

Es fiebre y enamoramiento y ese subidón cuando se han hecho las cosas bien.

El primer negocio. Recuerda lo que sintió, no lo olvidará nunca. Seguro que es como con la primera chica. Compró 500 acciones de Cura Nova antes de la fusión con Artemis. Y subió la cotización. Primero ese salto, después un camino siempre hacia arriba cuando los otros inversores picaron y compraron. Iban muy por detrás de él y empezó a pensar en vender. No dijo nada de cuánto había ganado, a nadie. Se salió. Se quedó debajo de un farol con la cara levantada hacia la nieve que caía. Lo sabía. Lo sentía. Seré rico. Esto es lo mío.

Y como bonificación se ha hecho amigo de Diddi. Éste, que es de los que se quedan debajo del monitor a la entrada de la escuela, mira las cotizaciones y habla un poco de todo, a veces se sienta al lado de Mauri en las conferencias.

De vez en cuando salen de fiesta. Mauri se queda con el 25% de las ganancias de Diddi, porque él no trabaja gratis.

Tampoco es tonto. Sabe que es el dinero lo que le da el billete de entrada al Otro Mundo.

«¿Y qué?», se dice a sí mismo. Para él el dinero es el billete. Otros tienen la cara, otros el encanto y otros su bonito apellido. Un billete se tiene que tener pero todos se pueden perder. De lo que se trata es de mantener el que se ha conseguido.

Hay normas no escritas. Por ejemplo: Diddi es quien se pone en contacto con Mauri. Diddi lo llama y le pregunta si quiere salir. Al revés no. A Mauri no se le ocurriría nunca tomarse la libertad de llamar a Diddi y preguntarle.

Así que Mauri espera a que Diddi lo llame. Hay voces en su interior que le dicen que Diddi sale con otra gente y que Mauri no tiene acceso a esa gente. Gente guapa. Fiestas chulas. Diddi llama a Mauri cuando no tiene otra cosa que hacer. A Mauri le ronda en el interior algo parecido a la envidia. A veces piensa que va a dejar de especular para Diddi. Al momento siguiente se excusa ganando dinero para Diddi. Se aprovechan el uno del otro.

Intenta estudiar y cuando ya no tiene ganas de hacerlo o de negociar con acciones, juega a cartas con Håkan y con Mattias. Piensa que Diddi lo llamará. Sale corriendo hacia la habitación cuando suena el teléfono pero casi siempre es el de la habitación de al lado, donde viven las chicas.

Cuando Diddi lo llama, Mauri responde que sí. Siempre piensa que la próxima vez le dirá que no. Aparentará estar ocupado.

Otra norma: Diddi elige la compañía. Está absolutamente descartado que Mauri lleve a alguien. Håkan o Mattias, por ejemplo. Tampoco él querría hacerlo. Entre ellos no hay amistad, solidaridad ni nada de nada. Ellos están de más, eso es lo único que tienen en común. Aunque ya no.

Mauri y Diddi se emborrachan y se ponen espesos. De golpe se despejan con la cocaína. Mauri puede despertarse por la mañana y no saber cómo ni cuándo se fue a casa. En los bolsillos lleva post-its y entradas, sellos en las manos, que le indican por dónde ha transcurrido el viaje. Del bar a un café, después a un club y luego a una fiesta con unas chicas.

Puede follar con las amigas de las chicas más guapas que son menos guapas. Y está bien; qué pasa, es mucho más que lo que tienen Håkan o Mattias.

Pasan seis meses. Mauri sabe que Diddi tiene una hermana pero no la ha visto nunca.

Nadie sabe encogerse de hombros como lo hace Diddi. Suspenden un examen, los dos. Mauri vuelca la ira hacia dentro, que le araña y le corroe. Una voz le dice que no sirve para nada, que es un farolero, que dentro de poco resbalará hasta el borde y caerá en el mundo al que realmente pertenece.

Diddi dice «joder», pero después vuelca el fracaso hacia fuera, es el vigilante de los exámenes, el examinador, el chico que estaba sentado delante y que hacía… es por culpa de todos menos de él. Y no se lamenta más que un corto segundo. Después vuelve a sentir el desenfado de siempre.

Mauri tarda en darse cuenta de que Diddi no es rico. Siempre ha creído que los chicos de clase alta, especialmente los nobles, tienen dinero. Pero no es así. Cuando Diddi empieza a relacionarse con Mauri, se mantiene con casi nada, la parte de subsidio del préstamo de estudios. Vive en un piso del selecto barrio de Östermalm, pero es de algún pariente. Las camisas son del armario de su padre y que al padre le vienen pequeñas desde hace tiempo. Las lleva medio desabrochadas encima de una camiseta de manga corta. Tiene un par de téjanos y un par de zapatos. En invierno pasa frío, pero siempre va guapo. Quizá cuando pasa frío es cuando está más guapo. Cuando levanta los hombros con los brazos apretados contra el cuerpo. Uno tiene que aguantarse las ganas de abrazarlo.

Mauri no sabe de dónde ha sacado Diddi el dinero para empezar a jugar en Bolsa. Se dice a sí mismo que no es problema suyo. Después, cuando Mauri se da cuenta de que Diddi puede ir al baño del bar borracho y tambaleante y volver, al cabo de muy poco, fresco como una rosa, se empieza a preguntar de dónde saca el dinero para aquellas costumbres. Tiene una vaga idea. Una vez, cuando estaban por ahí, un hombre de edad se les acercó y empezó a hablar. Él no había dicho aún «hola» cuando Diddi ya se había levantado y simplemente desapareció. Mauri sintió en su interior que estaba completamente prohibido preguntar quién era aquel hombre.

A Diddi le gusta el dinero. A lo largo de toda su vida ha visto dinero, se ha relacionado con gente que tiene dinero, pero nunca lo ha tenido. Su hambre ha crecido. No tarda mucho en sacar cantidades cada vez más importantes de los beneficios de la Bolsa. Es el momento de Mauri de encogerse de hombros. Tampoco es problema suyo. La participación de Diddi en su sencilla empresa disminuye.

Diddi desaparece durante períodos cada vez más largos. Va a la Riviera y a París. Tiene los bolsillos llenos de dinero.

Todo el mundo se estrella alguna vez y le ha llegado el turno a Diddi. Dentro de poco, Mauri va a conocer a la hermana de Diddi.

Malou von Sivers: Lo llamas «amo».

Inna Wattrang: Es que somos sus chuchos.

Mauri Kallis (sonríe y sacude un poco la cabeza): Eso lo has sacado de Stenbeck y no sé si me he de sentir halagado u ofendido.

Malou von Sivers: ¿Son tus chuchos?

Mauri Kallis: Si vamos a continuar con el tema de los animales, prefiero trabajar con gatos hambrientos.

Diddi Wattrang: Y estamos gordos…

Inna Wattrang: Y somos vagos.

Malou von Sivers: Bueno, explícanos. Porque realmente es una amistad muy especial la que ha surgido entre vosotros. ¿Qué es lo que hace que los tres forméis tan buen equipo?

Mauri Kallis: Diddi e Inna me complementan. Una gran parte de esta actividad se basa en buscar a gente que quiera jugar, dispuesta a asumir un gran riesgo a cambio de llevarse a casa un gran beneficio. Y que tenga dinero para hacerlo. Que no venda la cartera de valores cuando alcanza el rock-bottom, sino que espere en una empresa que pierde dinero hasta que yo consiga un proyecto con beneficios. Porque siempre surge. Antes o después, pero se tiene que poder esperar. Por eso, en principio nuestras empresas no cotizan en Bolsa. Preferimos inversiones privadas para poder controlar quién compra. Es igual que en la explotación de las minas en Uganda. En estos momentos hay tantos disturbios que no podemos realizar ninguna actividad, pero es una inversión a largo plazo en la que yo creo. Lo último que necesito es un grupo de accionistas echándome el aliento en la nuca porque quieren ver los beneficios al cabo de seis meses. Diddi e Inna encuentran a ese tipo de inversores para los distintos proyectos, y son buenos vendiendo. Encuentran financieros con espíritu aventurero que apoyan proyectos inseguros y pacientes inversores sin problemas de liquidez para proyectos a largo plazo. Socialmente son mucho más competentes que yo. Tienen esa fuerza de atracción financiera. En estos momentos que estamos explotando nuevas minas dentro del grupo, también hacen un gran trabajo manteniendo el contacto con la gente del lugar y los colaboradores. Se pueden mover a nivel alto y bajo, siendo flexibles sin ponerse a malas con nadie.

Malou von Sivers (hacia Inna): ¿Y cuál es la fuerza de Mauri?

Inna Wattrang: Tiene olfato para un buen negocio. Una varilla de zahorí interior. Además es un buen negociador.

Malou von Sivers: ¿Y como jefe qué tal es?

Inna Wattrang: Siempre se mantiene tranquilo. Es lo más fascinante. A veces puede hacer viento fuerte, como los primeros años, cuando podía comprar concesiones sin tener lista la financiación. Nunca mostró inquietud o agobio. Y eso, a los que trabajamos a su alrededor, nos hace sentir muy seguros.

Malou von Sivers: Pero ahora ya has salido en pantalla y demuestras tus sentimientos.

Mauri Kallis: ¿Estás pensando en la mina de Ruwenzori? ¿El asunto de la organización Sida?

Malou von Sivers: Entre otras cosas, dijiste que Sida era una organización sueca de chiste.

Mauri Kallis: Era una declaración sacada de contexto. Y yo no me metí con la prensa, fue por culpa de un periodista que estaba en una conferencia que yo daba. Claro que al final te irritas al ver que la prensa sueca suele estar representada por periodistas que no se han preparado a fondo. «Kallis Mining construye carreteras para las tropas militares». Me ven estrechar la mano de un general de la guerrilla lendu y enseguida escriben lo que ese grupo ha hecho en el Congo y mi empresa minera en el noroeste de Uganda se convierte en el mismísimo diablo. Y yo también. Es muy fácil mantener los principios morales dejando que otros se encarguen de los países en crisis.

Mauri Kallis: Mandar ayudas económicas y mantenerse apartado. Pero la población en esos países necesita empresas, crecimiento, puestos de trabajo. Sin embargo, el gobierno prefiere las ayudas económicas sin control alguno. Sólo basta con mirar lo que pasa en Kampala para entender adonde va a parar gran parte del dinero. Menudas casas de lujo que hay en los acantilados. Allí viven los miembros del gobierno y otras personas con cargos importantes dentro de la administración. Yo llamo inocente al que no quiera ver que el dinero de Sida va a los militares que además de aterrorizar a la población civil se dedican a saquear las minas en el norte del Congo. Cada año se envían a África millones para luchar contra el VIH, pero pregunta a cualquier mujer africana de cualquier país africano y te dirá: «No hay ninguna diferencia». ¿Adónde va a parar entonces todo ese dinero?

Malou von Sivers: Sí, ¿adónde?

Mauri Kallis: A los bolsillos de los miembros del gobierno, pero eso no es lo peor. Mejor casas de lujo que armas. Pero la gente de Sida tiene un trabajo con el que se encuentra muy a gusto y eso está bien. Lo único que intento decir es que si se crean empresas allí te las tienes que ver con gente de dudosa moral, de una manera u otra. Claro que te ensucias las manos un poco, pero por lo menos haces algo. Y si construyo una carretera desde mi mina, será difícil impedir que los grupos combatientes la utilicen.

Malou von Sivers: ¿Así que duermes tranquilo por la noche?

Mauri Kallis: Nunca he dormido a gusto por la noche pero no es por eso.

Malou von Sivers (como él se ha puesto a la defensiva, cambia de línea): Parece como si hubiéramos vuelto a tu infancia. ¿Nos puedes explicar cómo fue? Naciste en Kiruna en 1964. Sin padre y con una madre que no se podía hacer cargo de ti.

Mauri Kallis: No, no tenía capacidad para cuidar de un niño. A mis hermanastros, que nacieron después, los obligaron a ir a un hogar de acogida casi desde el principio, pero claro, yo fui el primero así que viví con ella hasta los once años.

Malou von Sivers: ¿Cómo fue?

Mauri Kallis (busca las palabras, cierra los ojos, es como si hiciera pausas para ver las escenas que se le representan en la cabeza): Me las tuve que apañar solo… muchísimo. Ella dormía cuando yo estaba en la escuela. Se… enfadaba mucho si le decía que tenía hambre… Podía irse durante varios días seguidos y yo no sabía dónde estaba.

Malou von Sivers: ¿Es difícil hablar de ello?

Mauri Kallis: Mucho.

Malou von Sivers: Ahora tienes tu propia familia. Una esposa, dos hijos, de diez y doce años. ¿De qué manera tu infancia te ha influido en ese papel?

Mauri Kallis: Es difícil decirlo pero no tengo una imagen interior de cómo se vive una vida normal en familia. En la escuela veía, ¿cómo decirlo?, madres normales. Llevaban el pelo limpio e iban bien peinadas… Y padres. A veces iba a casa de algún compañero, pero no era habitual. Y entonces veía su casa con muebles, alfombras, objetos decorativos, acuarios con peces. En casa no teníamos casi nada. Una vez, los de los servicios sociales nos compraron un sofá de segunda mano, aún lo recuerdo. En el respaldo había como un cajón que se podía abrir y de allí salía una cama extra. A mí me parecía de lo más lujoso. Al cabo de dos días había desaparecido.

Malou von Sivers: ¿Adónde había ido a parar?

Mauri Kallis: Seguro que alguien lo vendió. Vino gente y se lo llevó. Si recuerdo bien, la puerta nunca estaba cerrada con llave.

Malou von Sivers: Al final te llevaron a un hogar de acogida.

Mauri Kallis: Mi madre se puso paranoica y peligrosa con los vecinos y la gente en general. Entonces se la llevaron y cuando se la llevaron…

Malou von Sivers: También se te llevaron a ti. Entonces tenías once años.

Mauri Kallis: Sí. Uno siempre piensa y desea… que podría haber sido diferente, que me podrían haber llevado antes… pero las cosas fueron así.

Malou von Sivers: Y tú, ¿eres un buen padre?

Mauri Kallis: Es difícil decirlo. Lo hago lo mejor que puedo pero, naturalmente, estoy fuera demasiado tiempo, lejos de la familia. Es un fallo.

Anna-Maria Mella cambia de postura en la silla.

—Eso me pone de los nervios —le dice a Sven-Erik—. Un pecado admitido es como si no fuera pecado. En cuanto dice: «Debería pasar más tiempo con mis hijos», se convierte en una buena persona. ¿Qué le dirá a sus hijos cuando sean adultos? «Sé que nunca estaba con vosotros, pero que sepáis que tenía remordimientos de conciencia todo el tiempo». «Ya lo sabemos, papá. Gracias, papá. Te queremos, papá».

Mauri Kallis: Pero tengo una mujer segura de sí misma que siempre está con los niños. Sin ella no hubiera podido ni llevar esta empresa, ni tener hijos. Ella me ha tenido que enseñar.

Malou von Sivers (claramente encantada del agradecimiento expresado hacia la esposa): ¿Qué, por ejemplo?

Mauri Kallis (piensa): Muchas veces cosas realmente simples. Que las familias se sientan juntas a comer. Ese tipo de cosas.

Malou von Sivers: ¿Crees que aprecias una vida «normal» más que yo, que he tenido una infancia común y corriente?

Mauri Kallis: Sí, si me lo permites, creo que sí. Me siento como un refugiado en el mundo «normal».

Cuando Diddi acaba tercero de Empresariales puede, por fin, dejar el mundo normal. Ha sido bello y encantador, pero ahora tiene dinero. Deja Estocolmo y se va más allá del Riche, el restaurante del barrio de la clase alta. Se tambalea por el Canal Saint-Martin con dos modelos de piernas largas y delgadas, cuando el sol sale en París. No porque fueran tan borrachos que no podían mantenerse en pie, sino porque se empujan unos a otros, como niños, en una especie de juego camino a casa. Los árboles se inclinan hacia el agua como mujeres abandonadas y dejan caer sus hojas en el río como si fueran viejas cartas de amor, todas rojas como la sangre, despidiendo vaho. Las panaderías exhalan un olor a pan recién salido del horno. Los camiones con mercancías susurran cuando se dirigen hacia el centro, con las ruedas haciendo ruido al pasar sobre los adoquines. El mundo nunca más será tan bello.

Conoce a un actor en una poolparty y lo invitan al jet privado de alguien para una filmación de dos semanas en Ucrania. Diddi sabe demostrar su generosidad cuando es necesario. Al avión lleva consigo diez botellas de Dom Pérignon.

Y conoce a Sofía Fuensanta Cuervo. Es mucho mayor que él, treinta y dos, y emparentada por parte de madre con la casa real española.

Dice que ella es la oveja negra de la familia, separada y con dos hijos que están en un internado.

Diddi nunca ha conocido a nadie que se le pareciera lo más mínimo. Es un trotamundos que, por fin, ha llegado al mar, chapotea hasta que se ahoga. Los brazos de ella son el remedio para todo. Se puede perder por completo sólo con que ella sonría o se rasque la nariz. Incluso se emborracha pensando en sí mismo y los niños. Imágenes difusas en las que hacen volar las cometas en la playa y él les lee en voz alta por la noche. No le permite verlos y Sofía habla poco de ellos. A veces ella los va a visitar, pero no deja que él la acompañe. No quiere que se encariñen con alguien que de repente desaparezca, le explica. Pero él no va a desaparecer nunca. Quiere vivir el resto de su vida con las manos enredadas en su pelo color de cuervo.

Los amigos de Sofía tienen grandes barcos. También los acompaña a cazar cuando visitan las propiedades de algún conocido en el noroeste de Inglaterra. Diddi está completamente encantador con su equipo de caza prestado y el pequeño gorro de fieltro. Es el hermano pequeño de los hombres y el deseo vehemente de las mujeres.

—Me niego a matar nada —le dice a los demás serio, como si fuera un niño.

En la batida va junto a una jovencita de trece años y hablan durante mucho rato de los caballos de ella. Por la noche, la niña convence a la anfitriona para que ponga a Diddi a su lado. Sofía lo deja prestado y se ríe. Acaba de ser desbancada.

Diddi invita a Sofía a cenar. Le compra zapatos y joyas increíblemente caros. La lleva una semana a Zanzíbar. Es como el decorado de un teatro. La belleza de la ciudad que se desintegra, las elegantes puertas de trabajada ebanistería, los escuálidos gatos cazando cangrejos blancos por las largas y blancas playas, la pesada fragancia de las plantas de clavo de olor, amontonadas en el suelo para que se sequen sobre desplegadas telas rojas. Contra aquel fondo de belleza inspira su último aliento. Dentro de poco, las puertas y las fachadas se desharán y todo será sobreexplotado. Dentro de poco las playas se llenarán de ruidosos alemanes y gordos suecos. Contra ese fondo: su amor.

La gente se gira para ver a la pareja que va con las manos entrelazadas. El pelo de él, casi blanco por el sol, y el de ella, negro y brillante como las crines de una yegua andaluza.

A finales de noviembre Diddi llama desde Barcelona porque quiere vender. Mauri le dice que no hay nada que vender.

—Tu capital ya ha sido utilizado.

Diddi le explica que tiene al dueño de un hotel que va como loco detrás de él para que le pague la cuenta.

—Es decir, está furioso y me tengo que esconder para que no me pille por la escalera.

Mauri aprieta las mandíbulas durante el violento silencio en el que Diddi espera que le ofrezca prestarle dinero. Después Diddi se lo pregunta directamente. Y Mauri le responde que no.

Acabada la conversación telefónica, Mauri sale a dar un paseo por la nevada ciudad de Estocolmo. La ira del abandonado le sigue los pasos como un perro. ¿Qué cojones pensaba Diddi? ¿Qué podía llamar y que Mauri se inclinaría hacia adelante con los pantalones abajo?

No. Las tres semanas siguientes Mauri las pasa con su nueva novia. Muchos años después, cuando está en una entrevista con Malou von Sivers, no se acordará de su nombre, ni aunque lo amenazaran con una pistola en la cabeza.

Tres semanas después de la conversación telefónica, aparece Diddi en la cocina del pasillo de la casa de estudiantes de Mauri. Es sábado por la noche. La novia de Mauri está de cena con las amigas. El compañero de pasillo de Mauri, Håkan, mira a Diddi como cuando mira la tele. Se olvida de apartar la mirada y de comportarse como una persona normal. Lo mira fijamente con la boca abierta. A Mauri le entran ganas de darle en la cara, para que cierre aquella bocaza.

Los ojos de Diddi son un hielo agrietado sobre un mar de color rojo sangre. La pegajosa nieve se deshace en su pelo y le cae sobre la cara.

El amor de Sofía desapareció con el dinero, pero Mauri aún no sabe nada.

En la habitación de Mauri se desata la tormenta. Mauri es un jodido estafador. ¿Veinticinco por ciento, no? Jodido usurero. Es tan avaro que le da pena cagar. Diddi puede aceptar un diez por ciento y quiere su dinero ya.

—Estás borracho —le responde Mauri.

Parece tener consideración cuando lo dice. Ha ido a la escuela de la vida justo para gestionar situaciones como aquélla. Con facilidad adquiere el tono de voz y la postura de su padre de acogida. Tierno por fuera, duro como una piedra por dentro. Tiene a su padre de acogida dentro de él. Y dentro de su padre de acogida, tiene a su hermano de acogida. Son como las muñecas rusas. Dentro del hermano de acogida está Mauri. Pero le quedan muchos años antes de que aquella muñeca salga a la luz.

Diddi no sabe nada de muñecas rusas. Ni le importan. Focaliza su ira contra la muñeca que representa el padre de acogida, grita y arma todo el barullo que puede. Si aparece el hermano de acogida se lo habrá buscado él mismo.

Malou von Sivers: Así que te llevaron a un hogar de acogida cuando tenías once años. ¿Cómo fue?

Mauri Kallis: Fue una mejora notable comparado con lo que tenía antes. Pero era una forma de mis nuevos padres de ganar dinero, eso de acoger a niños. Los dos hacían muchas cosas y tenían muchas teclas que tocar. Mi nueva madre por lo menos tenía tres trabajos a la vez. Llamaba viejo a su marido y también lo hacíamos mi hermano de acogida y yo, y él a sí mismo también.

Malou von Sivers: Háblanos de él.

Mauri Kallis: Era un estafador que se mantenía al borde de lo que era legal y no tenía escrúpulos. Era como un hombre de negocios más bien turbios. (Sonríe y sacude la cabeza con el recuerdo). Por ejemplo, compraba y vendía coches y todo el patio estaba lleno de chatarras viejas. A veces iba a otras ciudades a vender. Entonces se ponía una camisa y alzacuello porque la gente confía en los hombres de Dios. «He leído la ley eclesiástica de arriba abajo —decía—. En ningún sitio pone que uno tenga que haber sido ordenado sacerdote para ponerse un alzacuello».

A veces ocurre que viene gente que se siente estafada por el viejo. A menudo están enfadados, a veces lloran. El viejo lo lamenta, lo siente. Los invita a licor y a café, pero los negocios son una cuestión de honor. El deal está hecho. No suelta el dinero.

Una vez viene una mujer que le ha comprado al viejo un coche usado. La acompaña su ex marido. El viejo se da cuenta enseguida de la clase de tipo que es.

—Ve a buscar a Jocke —le dice en cuanto ve a la pareja salir del coche en el patio.

Mauri se va corriendo a buscar a su hermano de acogida.

Cuando Mauri y Jocke vuelven, el viejo ya ha recibido unos cuantos empujones en el pecho. Pero llega Jocke con un bate en la mano. La mujer abre mucho los ojos.

—Nos vamos —le dice agarrando a su ex marido del brazo.

Él deja que se lo lleve de allí. De esa manera mantiene el honor intacto. A Jocke se le ve que está completamente loco y eso que sólo tiene trece años. Todavía es un crío que hace barrabasadas. Como lo del perro. Ese tipo de barrabasadas. Uno de los vecinos del pueblo deja suelto a su perro. Al viejo le irrita que se mee en su jardín. Un día Jocke y sus amigos lo cogen, lo rocían con queroseno y le prenden fuego. Se echan a reír cuando lo ven salir corriendo como una antorcha por el prado. Casi compiten a ver quién se ríe más alto y quién se lo pasa mejor. Se miran a hurtadillas y exigentes unos a otros.

Jocke enseña a Mauri a pelear. Al principio de estar en la casa de acogida, Mauri no necesita ir a la escuela. Volverá a repetir cuarto en otoño. Se pasea por el pueblo sin hacer nada. No hay mucho que hacer en Kaalasjärvi, pero no se aburre. Acompaña al viejo en el coche a hacer negocios. Un muchacho pequeño y callado es un buen recurso. El viejo vende depuradoras de agua a viejos que le alborotan el pelo a Mauri. Las mujeres los invitan a café.

En casa nadie le alborota el pelo. Jocke se inclina sobre él a la hora de comer y lo llama tonto, loco, paralítico cerebral. Tira la leche de Mauri en cuanto la madre se da la vuelta. Mauri no se chiva. Tampoco le importa. Lo hace enfadar como siempre. Se dedica a cenar. Barritas de pescado rebozado. Pizza. Perritos calientes y puré. Morcillas con gelatina de arándano, dulce. La madre de acogida lo mira fascinada.

—¿Adónde va a parar todo lo que comes? —pregunta.

Pasa el verano. Después empieza la escuela. Mauri intenta apartarse de los demás pero hay críos que huelen a dóciles víctimas.

Le meten la cabeza en el váter y vacían la cisterna. No le cuenta nada a nadie pero de alguna manera se enteran en casa de su nueva familia.

—Tienes que responderles —le dice Jocke.

No porque se preocupe por Mauri. A Jocke simplemente le gusta cuando ocurren cosas.

Jocke tiene un plan. Mauri intenta decirle que no quiere. No es que tenga miedo de que le peguen. Las palizas de la gente de su edad son… nada. Es sólo desagradable. E intenta evitar lo desagradable siempre que puede. Pero esa alternativa ahora no existe.

—Si no lo haces te pegaré yo. ¿Te enteras? Te voy a montar un pollo que te van a devolver con tu madre.

Entonces Mauri lo acepta.

Tres chicos de otro grupo pero del mismo nivel son los peores inquisidores. Buscan a Mauri en un pasillo cerca de la sala de recreo y lo empiezan a empujar. Jocke se ha mantenido cerca, sale en compañía de dos amigos y dice que ha llegado el momento de arreglar las cosas. Jocke y sus compañeros son de séptimo. A Mauri le parece que sus torturadores son grandes y dan miedo, pero al lado de Jocke y de los otros dos, son unos mierdecillas.

El jefe de los que le pegan a Mauri responde:

—Vale. De acuerdo.

Intenta aparentar que no le afecta pero los tres esquivan la mirada de los otros. Es un reflejo ancestral. Los ojos buscan una vía de escape.

Jocke los saca de la sala de recreo, donde hay vigilantes y profesores, y los lleva hacia las taquillas que hay fuera de las clases de trabajos manuales. Dirige a Mauri y al jefe de los otros hasta un pasillo sin salida, con taquillas a los dos lados.

Los dos compañeros del jefecillo creen que tienen que ir con él pero Jocke los para. Aquello es entre Mauri y el jefe de la pandilla.

Empieza el combate. El jefecillo empuja a Mauri en el pecho y éste retrocede hasta una taquilla y se da contra la espalda y la cabeza. El miedo le corre por dentro.

—¡Ahora dale tú, Mauri! —le animan los compañeros de Jocke.

Jocke no dice nada. Su mirada es inexpresiva, casi lánguida. Los que pegan a Mauri no se atreven a animar, pero su postura es ahora más desafiante. Empiezan a pensar que al único al que le van a dar una paliza aquí es a Mauri. Y no tienen nada en contra.

Entonces ocurre. Otro circuito se conecta en la cabeza de Mauri. No el circuito de echarse a un lado, retroceder y levantar las manos para protegerse la cabeza. Algo se le ilumina dentro de la cabeza y el cuerpo se mueve por si solo, mientras Mauri mira.

Sale todo lo que Jocke le ha enseñado y un poco más.

En un movimiento: los pies bailan hacia adelante, la mano se apoya en una de las taquillas y le ayuda a alzar y a fortalecer la patada. Una coz de caballo que le da al contrincante en un lado de la cabeza. Después, una patada en el estómago y un puñetazo en la cara.

Se da cuenta: así es como ha de pelear uno, distancia, golpe, distancia. No se puede pelear a empujones contra gente que es más grande. Mauri está de nuevo dentro de sí mismo pero está alerta, mira a su alrededor en busca de un arma. Encuentra la puerta suelta de una taquilla que el conserje tiene que montar un año de estos, porque tiene cosas que hacer en su propia cabaña y está poco en la escuela.

Mauri coge la puerta de la taquilla con las dos manos. Es de metal anaranjado y la hace sonar. Pang, pang. Ahora es el jefe de los inquisidores el que levanta las manos. Ahora es él quien se protege la cabeza.

Jocke coge de un brazo a Mauri y dice que ya basta. Mauri ha llevado a su rival hasta un rincón. Está tumbado en el suelo. Mauri no tiene miedo de haberlo matado, espera haberlo matado, quiere matarlo. A su pesar, suelta la puerta de la taquilla.

Se va de allí. Jocke y sus compinches ya se han ido hacia otra parte. Le tiemblan los brazos por el esfuerzo físico.

Los tres jóvenes del otro grupo no se lo explican a nadie. Si no fuera por Jocke y sus amigotes, quizás se tomarían la revancha. Seguramente a él no le importaría pero creen que está de parte de Mauri.

Mauri no se convierte en el rey de la clase ni tampoco lo respetan más. No es que suba de nivel en la clase, pero lo dejan en paz. Puede quedarse en el patio a esperar a que llegue el autobús pensando en sus cosas sin tener que estar todo el rato en guardia, dispuesto a salir de allí para esconderse.

Pero por la noche sueña con que mata a su madre. La mata dándole golpes con un tubo de hierro. Se despierta y escucha porque cree que ha chillado. ¿O era ella la que chilló en el sueño? Se sienta en la cama e intenta mantenerse despierto, con miedo de volverse a dormir.

Diddi está en la habitación de estudiante de Mauri. Tiene el pelo mojado, alza la voz y quiere dinero. Su dinero, afirma. Mauri le dice amablemente con la voz del padre de acogida que siente que las cosas hayan ido así entre ellos, pero que tenían un deal y es el que vale.

Diddi dice algo despectivo y después le da un empujón a Mauri en el pecho.

—No hagas eso —le advierte Mauri.

Diddi le vuelve a dar otro empujón. Seguramente quiere que Mauri le devuelva el empujón y empujarse cada vez más fuerte hasta que sea el momento de rendirse y se vaya a casa a dormir la mona.

Pero el golpe le llega de forma directa. Es el hermano de acogida, Jocke, que no tiene paciencia ninguna. En toda la nariz. A Diddi nunca le han pegado antes. No le da tiempo a llevarse la mano a la nariz. La sangre aún no le ha empezado a salir, cuando recibe el siguiente golpe. Le dobla el brazo hacia atrás y Mauri lo lleva al pasillo, lo baja por la escalera y lo echa fuera, sobre la nevisca.

Mauri sube de tres en tres la escalera hasta su pasillo. Piensa en su dinero. Lo podría sacar todo mañana si quisiera. Son más de dos millones. Pero ¿qué iba a hacer con ellos?

Se siente curiosamente libre. A partir de ahora ya no tiene que esperar sentado a que Diddi se ponga en contacto con él.

El inspector de policía, Tommy Rantakyrö, asomó la cabeza en la sala de reuniones.

—El señor Kallis y compañía están aquí —informó.

Anna-Maria Mella cerró el ordenador y bajó a recepción junto a sus compañeros Tommy Rantakyrö y Sven-Erik Stålnacke.

Mauri Kallis llevaba de compañía a Diddi Wattrang y a su jefe de seguridad, Mikael Wiik. Tres hombres con abrigo largo de color negro. Sólo eso hacía que destacaran. Los hombres de Kiruna llevaban chaqueta.

Diddi Wattrang se movía constantemente y miraba para todos lados. Cuando saludó a Anna-Maria le apretó mucho la mano.

—Estoy muy nervioso —reconoció—. A la hora de la verdad, me entra el canguelo.

Anna-Maria quedó desarmada con su sinceridad. Era muy extraño que los hombres reconocieran ser tan débiles. Le entró el deseo de decir las palabras correctas pero sólo acertó a emitir un sonido gutural que significaba que entendía que fuera difícil.

Mauri Kallis era más bajo de lo que pensaba. No tan bajo como ella, claro, pero aun así. Cuando lo vio en persona se dio cuenta de los pocos gestos que hacía. Se hacía más manifiesto con el inquieto Diddi a su lado. Mauri hablaba con una voz bastante baja y tranquila. No le quedaba nada del dialecto de Kiruna.

—Queremos verla —dijo.

—Naturalmente —respondió Anna-Maria Mella—. Y después quisiera hacer unas preguntas, si os parece bien.

«Si os parece bien —pensó—. ¡Deja de arrastrarte!».

El jefe de seguridad saludó a los policías y casi de inmediato les dijo que él había sido policía.

Repartió su tarjeta de visita. Tommy Rantakyrö se la metió en la cartera. Anna-Maria frenó el impulso de tirarla directamente a la papelera.

La asistenta forense, Anna Granlund, había llevado a Inna Wattrang en una camilla de ruedas hasta la capilla, dado que los parientes iban a ir a verla. Allí no había símbolos religiosos, sólo unas sillas y un altar vacío.

El cuerpo estaba cubierto por una tela blanca. No había motivo para enseñar a los familiares las marcas de cuchillo y de quemaduras. Anna-Maria apartó la tela de la cara.

Diddi Wattrang asintió con la cabeza tragando saliva. Anna-Maria vio que Sven-Erik, sin apenas notarse, se colocó detrás de él para cogerlo si se caía.

—Es ella —dijo Mauri Kallis afectado y dando un profundo suspiro.

Diddi Wattrang rebuscó en los bolsillos de su americana hasta dar con un paquete de cigarrillos y encendió uno. Nadie dijo nada. No era trabajo de ellos que se respetara la prohibición de fumar.

El jefe de seguridad dio una vuelta alrededor de la camilla y levantó la tela. Miró los brazos de Inna Wattrang, los pies, se paró un segundo en la herida en forma de cinta alrededor del tobillo.

Mauri Kallis y Diddi Wattrang siguieron su actividad con la mirada, pero cuando levantó la tela a la altura de las caderas y el sexo, los dos apartaron la mirada. Ninguno de los dos vio nada.

—No creo que al médico forense le guste eso —advirtió Anna-Maria.

—No la toco —respondió el jefe de seguridad inclinándose sobre su cara—. Tranquila, estamos en el mismo bando.

—Quizá podías esperar fuera —le sugirió Anna-Maria Mella.

—Claro que sí —respondió el jefe de seguridad—. Ya he acabado.

Salió a esperar fuera.

A un gesto de Anna-Maria, Sven-Erik lo siguió. No quería que el jefe de seguridad se paseara libremente por el departamento de autopsias.

Diddi Wattrang se sopló el flequillo que le caía de lado hacia la cara y se rascó la nariz con la mano en la que mantenía el cigarrillo. Era un gesto descuidado. Anna-Maria temió que se quemara el pelo con la brasa.

—Espero fuera —le dijo a Mauri Kallis—. Esto me resulta difícil.

Salió también fuera. Mientras, Anna-Maria Mella se disponía a poner de nuevo la tela sobre la cara de Inna Wattrang.

—¿Puedes esperar un momento? —pidió Mauri Kallis—. Su madre quiere que la incineren, así que es la última vez que…

Anna-Maria dio un paso hacia atrás.

—¿La puedo tocar?

—No.

Sólo quedaban ellos dos en la sala.

Mauri Kallis sonrió. Después fue como si casi se fuera a echar a llorar.

Han pasado dos semanas desde que Mauri tiró a Diddi en la nieve y éste ya no aparece por Empresariales. Mauri les dice que a él le es igual.

—¿En qué piensas? —le pregunta su novia. Es tan simple que Mauri apenas la aguanta.

—Pensaba en cuando nos conocimos —responde.— O en lo guapa que eres cuando te ríes. Sólo te puedes reír de mis bromas, lo sabes. O ¡en tu culo! Ven con papá. —Una forma fácil de evitar su: «¿Me quieres?». Ahí está el límite del engaño. Si no, puede mentir e imaginarse cosas. Es curioso que sea tan difícil responder «sí» a aquella pregunta, mientras la mira a los ojos y aparenta hablar en serio.

Una tarde aparece Inna Wattrang de visita.

¡Se parece tanto a su hermano! La misma nariz marcada, el mismo pelo rubio estilo paje. Él casi parece una chica y ella casi un chico. Un joven con falda y camisa blanca.

Los zapatos que usa parecen caros y no se los quita cuando entra, como es costumbre. Lleva unos bonitos pendientes de perlas.

Hacía poco que había acabado la carrera de Derecho, le explica cuando se sienta en el borde de la cama de Mauri. Él se sienta en la silla del escritorio e intenta mantener fría la cabeza.

—Diddi es un idiota —dice ella—. Ha conocido a la mujer que todo hombre joven tiene el destino de conocer. Ella es como su excusa para comportarse como un cerdo con las demás mujeres por los siglos de los siglos.

Sonríe y pregunta si puede fumar. Mauri ve que se le forma un hoyuelo cuando sonríe, sólo en un lado.

—Oh, soy tremenda —dice después.

Se parece a la actriz sueca Sickan Carlsson, expulsando el humo como si fuera un pequeño tren. Es como sacada de otro tiempo. Mauri tiene una visión en la que la ve rodeada de criadas vestidas de negro y delantal blanco, conduciendo un automóvil con guantes de piloto y bebiendo absenta.

—No quiero minimizar su dolor —explica—. Esa Sofía realmente lo ha hundido. No sé qué pasó entre vosotros pero no es el mismo. No sé qué hacer. Estoy realmente intranquila, ¿lo entiendes? Sé que te considera amigo suyo y me ha hablado de ti muchas veces.

Mauri quiere creerlo. Quiere hacerlo. Dios, sí creo, ayúdame en mi falta de fe.

—Sé que quiere hacer las paces contigo. Acompáñame a verlo. Le hace falta poder pedirte perdón. Lo último que necesita en estos momentos es fastidiar las relaciones buenas que tiene.

No es en absoluto lo que Mauri había pensado hacer, pero toman el autobús 540 y después el metro hasta el centro. Luego va trotando al lado de ella a través de la nieve húmeda que cae, hasta el bar Strix.

Ella va un poco demasiado cerca. La parte superior del brazo lo roza de vez en cuando. A él le gustaría tomarla del brazo, como en las películas antiguas. Es fácil hablar con ella y se ríe a menudo. Es una risa bastante baja y suave. Antes de que llegue Diddi les da tiempo a tomarse unas copas.

Inna insiste en pagar. Ha hecho un buen trabajo para un pariente que tiene una inmobiliaria y acaba de cobrar. Mauri se muestra interesado, ya que ella ya le ha estado preguntando mucho a él, pero desvía la conversación aunque él no lo nota y al momento están en otro tema completamente distinto. Mauri se siente cómodo un poco bebido y sin darse cuenta está hablando demasiado. No controla su mirada que, desobediente, se desliza hacia los grandes pechos debajo de la camisa de hombre que lleva Inna.

Cuando llega Diddi es realmente como en una película antigua en la que tres grandes amigos hacen las paces. La nieve cae fuera en la oscura Estocolmo. Personas sin importancia pasean como figurantes por la calle Drottning o brindan, hablan o ríen justo en la mesa de al lado. Son tan mediocres.

Diddi, que es el fantasma y la piltrafa más bellos que uno se pueda imaginar, llora abiertamente en el restaurante mientras la historia con Sofía sale de él.

—No tenía ningún problema en pasárselo bien con mi dinero, mientras había.

Inna le acaricia la mano a su hermano con rapidez pero la rodilla está en continuo contacto con la de Mauri, aunque aquello igual no significa nada.

Al cabo de un buen rato y debajo de un farol, delante de una tienda que está abierta por la noche, llega la hora de separarse. Diddi dice que quiere continuar especulando con acciones junto a Mauri.

Mauri no dice que Diddi y él nunca han especulado juntos, sino que es Mauri quien hace el trabajo. Es cuando se despierta la dureza que hay dentro de él. Ni Inna ni Diddi, ni ninguna magia del mundo la pueden acunar hasta dejarla dormida por completo.

—De acuerdo —dice con una media sonrisa—. Consigue dinero y estarás dentro de nuevo pero ahora me quedaré con el treinta por ciento.

De golpe el ambiente se hace menos agradable. Mauri se traga los chirridos y la incomodidad a grandes sorbos. Piensa que debe acostumbrarse a situaciones como aquélla. Para hacer negocios, buenos negocios, uno tiene que aguantar. Desagrado, chirridos, llanto y odio.

Debe llevar bien sujeto con la correa el perro sin amo que está en alguna parte dentro de su pecho.

Inna se echa a reír de pronto, con una risa que parece un arrullo.

—Eres maravilloso —le dice—. Espero que nos veamos alguna vez.

La inspectora jefe de policía, Anna-Maria Mella, cubrió con la tela la cara de Inna Wattrang.

—Vamos a la jefatura —le informa—. Quiero que me hables un poco de Inna Wattrang.

«¿Qué puedo decir? —piensa Mauri Kallis—. ¿Qué era una puta y una drogadicta? ¿Qué era tan parecida a Dios como puede llegar a serlo una persona?».

Después mintió todo lo que pudo. Y pudo mucho.