12 de septiembre de 1993
Casanova y yo entramos en el hangar, con el pelo y la barba cada vez más crecidos. No me corté el pelo en todo el tiempo que estuve en Mogadiscio. En el hangar todo el mundo parecía feliz de vernos. Sabían que habíamos estado viviendo casi quince días en territorio «comemocos» y habían oído rumores sobre algo del trabajo que habíamos llevado a cabo. Varios rangers se acercaron a nosotros.
—Nos hubiera gustado que estuvierais con nosotros cuando nos tendieron la emboscada.
Otros nos preguntaron:
—¿Qué habéis estado haciendo, chicos?
Vivíamos con la Fuerza Delta, el Equipo de Control de Combate (CCT) y los paracaidistas de rescate (PJ). Los CCT eran los rastreadores de operaciones especiales de la Fuerza Aérea, que podían lanzarse en paracaídas sobre una zona para proporcionar reconocimiento, control de tráfico aéreo, apoyo armado, y mando, control y comunicaciones sobre el terreno —lo que es especialmente útil para nosotros, cuando pedimos que ataquen desde arriba—. SIGINT reclutaba a mucha de su gente en los CCT. Los PJ de la Fuerza Aérea, también de operaciones especiales, se centraban en rescatar a pilotos derribados en territorio enemigo y administrarles tratamiento médico. Tanto Delta como el Team Six habían comenzado alimentando sus filas con CCT y PJ. En el equipo de un bote del Team Six, de ocho miembros, que asalta un edificio, añadir un PJ, que puede ocuparse de vendar heridas de bala, liberaba a un SEAL médico para derribar más puertas. Del mismo modo, añadir a un CCT que lleve una radio a la espalda y que llame para pedir apoyo aéreo libera a un operador de radio para llevar otro equipo esencial para la misión en la espalda y para ayudar a derribar puertas. Aunque los CCT y PJ de la Fuerza Aérea no estaban tan especializados en habilidades como derribar puertas, eran expertos en su campo —a un nivel más alto que los operadores del SEAL o de Delta—. Integrarlos en el Team Six o en Delta fue una de las mejores medidas que ha tomado nunca el JSOC. Aunque no se ajustaban a unos criterios tácticos tan altos (los del tipo forma física eran iguales) como los SEAL, especialmente en el entrenamiento de combate cuerpo a cuerpo, sí recibían el entrenamiento del Green Team del Six. Durante mi estancia en el Green Team, aunque un CCT o un PJ estaban entre los cuatro o cinco que suspendían, un CCT y un PJ aprobaban. Los CCT y los PJ también se turnaban con la Delta Force para su entrenamiento. Así, después de un periodo de tiempo con sus unidades de la Fuerza Aérea, se volvían a turnar entre Six y Delta. En el hangar los cuatro SEAL frecuentábamos sobre todo a los CCT y PJ porque les conocíamos de entrenar juntos en Dam Neck, Virginia. Como la mayoría de los Delta, tenían cortes de pelo del que solo dejan una mata en la parte central de la cabeza, para mezclarse con los rangers, pero la piel pálida del cuero cabelludo les delataba.
Uno de nuestros CCT era Jeff, un chico guapo que era como un imán para las mujeres, como Casanova; incluso iban juntos a veces. Otro CCT era Dan Schilling, un tipo tranquilo del sur de California de treinta años. Dan abandonó la reserva para convertirse en CCT. En medio del hangar, cuando jugaba a cartas en la mesa plegable de planificación, a menudo solía ofrecerme un puro; le gustaba fumar Maduros de Royal Jamaica.
Tim Wilkinson dejó su trabajo de ingeniería eléctrica por la aventura de convertirse en un PJ. Scotty era el jefe de equipo de los PJ.
Cerca de la mesa de planificación de la Fuerza Aérea, en medio del hangar, los CCT y PJ colocaron en una silla una muñeca hinchable, llamada Gina, la diosa del amor, con un cartel alrededor del cuello anunciando los servicios y tarifas. Era un regalo de cumpleaños de la mujer de Dan Schilling y de la novia de Jeff para uno de los chicos de la Fuerza Aérea que no tenía novia y nunca recibía correspondencia. Después de una visita de representantes del Congreso, Gina desapareció. «¡Qué falta de sentido del humor!».
Los rangers eran más numerosos que todos los demás, pero eran cautos respecto a cruzar la línea imaginaria, que era como un muro que llegase hasta el techo y que les separase de nuestra zona. Quizá nos rodeaba una mística que respetaban —o un olor corporal—. Fuera cual fuese la razón, nos dejaban nuestro espacio. Muchos de los tipos de Delta parecían tener la actitud: «Si no sois Delta, no queremos tener nada que ver con vosotros». Probablemente nosotros también la teníamos en parte, pero solo éramos cuatro. Si hubiéramos estado todo el Red Team podríamos habernos mostrado más arrogantes. Al ser los únicos cuatro SEAL de África, teníamos que pasar el tiempo con alguien.
En el hangar llevábamos pantalones cortos, camisetas y chanclas. Cuando vestíamos uniforme no llevábamos insignias con los nombres o con la graduación. El rango significaba menos para nosotros que para los rangers o los militares convencionales. En el Team a menudo seguíamos a los líderes por la reputación que se habían ganado o por una determinada habilidad que tenían. A diferencia de los militares convencionales, nuestros alistados solían llamar a los oficiales por sus nombres o apodos. Tampoco nos adheríamos a la mentalidad militar robótica de liderazgo de arriba abajo. Solo porque alguien supere a otro en rango en los Teams no significa que lidere nada —más allá del papel—. Adaptábamos nuestras armas y tácticas al entorno y situaciones cambiantes.
A las 21:00 recibimos fuego de mortero, que se había convertido en una costumbre tan regular que la gente del hangar lo vitoreaba. Algunos hacían porras. Uno podía comprar una franja de tiempo por un dólar. Aquél que se acercaba más a la franja en que realmente llegaba el mortero se llevaba la porra.
13 de septiembre de 1993
Al día siguiente, fiel a su costumbre, aunque era el SEAL de más rango, Amargado no llevó a cabo nada de especial ni ejerció ningún control. Se contentaba con sentarse y escribir cartas a su mujer. Pequeño Gran Hombre probaba a utilizar helicópteros QRF como plataformas de francotirador. También nos animaban a patrullar con los rangers cuando no teníamos nada entre manos.
Llegó un convoy paquistaní para reabastecerse. Siguiendo órdenes del general Garrison, Casanova y yo nos fuimos con Steve (un francotirador ranger que trabajaba mucho con inteligencia militar), el comandante Assad y las tropas paquistaníes de éste. Fuimos a través de la ciudad al noroeste, cerca del estadio paquistaní, donde los paquistaníes tenían un complejo estricto. Sus tropas mostraban un porte militar excelente y una actitud que seguía las normas al pie de la letra. Mantenían limpia la zona. Nada que ver con los descuidados italianos que constantemente trataban de minarnos la moral.
Por la noche la milicia de Aidid disparó contra uno de nuestros helicópteros, utilizando la Universidad Nacional somalí como escondite de francotiradores. Casanova y yo subimos seis pisos hasta lo alto de una torre. Desde allí podíamos ver la casa de Osman Ali Atto —el responsable de las finanzas e influencia maligna de Aidid—. Supuestamente, Atto utilizaba los ingresos por tráfico de drogas (sobre todo khat) y de armas, pillaje y secuestro para comprar más armas y apoyar a la milicia de Aidid. Cerca de su casa había un taller, un enorme edificio de cemento sin tejado, donde sus mecánicos trabajaban con coches, excavadoras y «técnicos» —camionetas pickup con armas de calibre.50 sobre trípodes fijados con pernos a su base—. Era el mismo taller en el que Aidid había llevado a cabo la reunión para arengar a su milicia cuando estábamos en Pachá. «Si consiguiéramos capturar a Atto cortaríamos el apoyo financiero a la milicia de Aidid. Quien controla el monedero controla la guerra».
En casa de Atto no pasaba nada significativo excepto que la luz del porche se encendía y apagaba tres veces. Probablemente era una especie de señal, pero no vimos ningún movimiento en ella. Solo era cuestión de tiempo que capturáramos a Atto.
14 de septiembre de 1993
Continuamos vigilando el taller de Atto. La gente entraba y salía constantemente. Los mecánicos trabajaban con los vehículos. Casanova y yo localizamos a alguien que parecía Atto, con una gran sonrisa blanca y radiante, en una reunión.
Hicimos una foto, transmitimos la información a través de una conexión segura a los tipos de inteligencia para que pudieran asegurarse de que el tipo del taller era Atto. Le perdimos cuando se marchó del taller en coche.
Ese mismo día, un ranger creyó haber localizado a Aidid en un convoy. Delta entró en un edificio, para descubrir que en realidad habían capturado al general Ahmed Jilao, aunque este era mucho más alto, gordo y de piel más clara que Aidid —y además un estrecho aliado de Naciones Unidas—. Aidid se había convertido en Elvis: la gente le veía donde no estaba.
De noche el complejo paquistaní fue alcanzado desde la zona cercana de árboles y edificios. El comandante Assad dijo:
—Seguimos recibiendo disparos desde ahí de forma regular. ¿Podéis ayudarnos?
—Podemos localizarlos con nuestras miras infrarrojas y lanzarles balas trazadoras, y vuestros tiradores pueden abrir fuego sobre esa zona. —(Las balas trazadoras están cubiertas de fósforo que reluce cuando se disparan).
Alá estaba con esos milicianos. No volvieron a disparar esa tarde.
16 de septiembre de 1993
Dos días después, tres mujeres entraron en casa de Atto, y salieron dos. También entró un hombre. Tuvo lugar una reunión, con una persona que parecía Atto, sonriendo con esos dientes blancos perlados. Parecía que estaba al mando, diciendo a la gente lo que tenía que hacer.
Casanova bajó de la torre del complejo paquistaní y se acercó al muro de contención frente al complejo de Atto. Se dio cuenta de que la gente entraba en una casa cercana al taller en lugar de en la casa de Atto. Avisamos al QRF para que lanzara un ataque con mortero, pero los tres disparos aterrizaron en la nada, cerca de la casa.
Más tarde regresamos al hangar del complejo militar. Allí informamos al capitán de Delta.
Durante el informe dije:
—No nos importa patrullar con los rangers, pero preferiríamos conducir nosotros mismos. Sabemos qué haremos cuando nos disparen, pero no sabemos lo que harán ellos.
El capitán aceptó.
—También nos gustaría poder hacer vuelos nocturnos de francotirador con el QRF: ojos sobre Mogadiscio.
—De acuerdo.
Casanova y yo hicimos una visita al remolque de la CIA y compartimos la información sobre Osman Atto con ellos.
La primera vez que Casanova y yo volamos en un «helo» de QRF, descubrimos que sus normas de enfrentamiento les permitían llevar el cargador en el arma pero no la bala en la recámara hasta que el enemigo les disparase. Nosotros siempre llevábamos una bala en la recámara, por lo que todo lo que teníamos que hacer era quitar el seguro y disparar. En una zona de guerra las normas de enfrentamiento del QRF eran ridículas.
Un día Casanova y yo nos subimos a un Humvee con el QRF. Dije:
—Poned seguro y cargad.
Los soldados me miraron con extrañeza.
—¿Qué coño?
Poco a poco se encendieron las bombillas. Cada hombre se aseguró de que su arma tenía puesto el seguro y cargó una bala en la recámara. Casanova y yo nos haríamos responsables de cualquier repercusión por parte de los oficiales del Ejército.
La siguiente vez, algunos rangers, Casanova y yo fuimos en nuestros Humvees al complejo del QRF. Los soldados del QRF que nos habían llevado anteriormente se precipitaron para llevarnos otra vez, porque sabían que nuestra primera orden sería:
—Poned seguro y cargad.
Más tarde, a medida que más soldados tuvieron la oportunidad de llevarnos, se alineaban a la espera de ver en qué Humvee nos subíamos Casanova y yo. Nos reíamos al verles pelear para ver quién iba a conducir nuestro vehículo.
A las 24:00 nos subimos a un «helo» del QRF, ambos sentados en un lado del avión.
—Poned seguro y cargad.
Los dos francotiradores del QRF, sentados en el otro lado del pájaro, pusieron el seguro y cargaron.
Nuestra tripulación de vuelo acostumbraba a esperar hasta que les disparaban para devolver el fuego, pero les habían disparado con armas de fuego pequeñas y RPG la noche anterior.
—Disparad a cualquiera que penséis que os amenaza.
Si alguien nos apuntaba o adoptaba una actitud agresiva, o se posicionaba para dispararnos, entonces podíamos dispararle nosotros.
Aunque la media de las temperaturas diurnas era de 31 grados, de noche bajaba hasta 15. Durante nuestro vuelo sobre Mogadiscio los fuegos ardían en los pisos superiores de los edificios abandonados. Podía imaginarme a los refugiados reunidos alrededor para calentarse.
Dos somalíes en tierra nos apuntaron con sus armas. Casanova apuntó su CAR-15 hacia uno de ellos. Apretó el gatillo hacia el somalí. Éste salió corriendo entre los edificios y nuestro piloto no pudo acercarnos a él.
Esa misma noche, un operador de Delta con un CAR-15 le disparó a un somalí tres veces en el pecho; era uno de los lugartenientes de Aidid.
Desgraciadamente, los Delta también tuvieron su segundo disparo accidental (AD). Un operador de una de las mejores unidades de combate del planeta disparó su arma por accidente en el hangar. Podía haber matado a alguien. Me acuerdo del aspecto de la cara del operador después —sabía lo que iba a pasar—. Garrison y los demás estaban furiosos. Aunque el operador se había pasado gran parte de su carrera practicando para usar su arma en combate, ahora tenía que recogerla y marcharse. Su historial también se vería afectado. Tanto en la Delta Force como en el Team Six, un AD significa un viaje de regreso fulminante a Estados Unidos. Aunque podíamos resistir el dolor físico y el sufrimiento, ser excluidos del grupo era a menudo el mayor castigo, como yo también iba a descubrir más tarde.
17 de septiembre de 1993
Al día siguiente, Casanova y yo subimos a la parte alta de la torre paquistaní y relevamos a Pequeño Gran Hombre y Amargado. Habían estado observando a Atto durante tres horas en su taller.
Un activo de la CIA tenía que entrar en el taller y comprobar que la persona era efectivamente Atto antes de que lanzáramos el paquete completo —al menos cien hombres, incluyendo una fuerza de bloqueo Humvee, Little Birds con francotiradores Delta y Black Hawks con operadores rangers y Delta—. La señal convenida era que nuestro activo caminara hasta el centro de la zona del taller, se quitase la gorra roja y amarilla con la mano derecha y diera una vuelta. Entonces Casanova y yo avisaríamos para poner en marcha el paquete completo, una enorme responsabilidad para dos reclutas.
Nos enteramos de que Atto tendría una reunión en su taller al día siguiente a las 07:30. Nuestra HUMINT era increíble, informándonos exactamente de cuándo y dónde iba a tener lugar la reunión de Atto. Desgraciadamente, no pudimos obtener ese tipo de información en lo referente a Aidid, como había ocurrido anteriormente.
Delta se lanzó a por la emisora de radio para capturar a Aidid, pero fue otra operación fallida.
Esa tarde, Casanova se quedó en la torre mientras yo me deslizaba hasta el extremo del complejo paquistaní y miraba por encima del muro al edificio contiguo de Save the Children. Simplemente se desarrollaba demasiada actividad en la oscuridad de la madrugada y la noche. Posteriormente, fuentes HUMINT nos dijeron que uno de los conductores somalíes utilizaba en secreto los maleteros de los coches para transportar armas y municiones, incluyendo proyectiles para mortero. Con la bandera de Save the Children en el vehículo, podían atravesar casi cualquier control sin ser registrados. No creo que la gente del complejo de Save the Children supiera que los conductores estaban utilizando sus vehículos de ese modo, pero para nosotros respondía a muchas preguntas sobre el transporte de equipo y munición.
18 de septiembre de 1993
Casanova y yo empezamos la vigilancia del taller de Atto desde la torre paquistaní a las 06:00. A las 07:45 el activo de la CIA, con bigote en su cara alargada, que llevaba una gorra roja y amarilla, una camiseta azul y un macawi de cuadros azules y blancos, apareció en el taller. Si conseguía señalar a Atto ganaría 5.000 dólares. Después de veinticinco minutos, aún no había hecho la señal prefijada. Entonces llegó Atto, luciendo su sonrisa de gato de Cheshire. Con él iban sus guardaespaldas y un hombre mayor. Transmitimos la información por radio, pero se nos pidió que tuviéramos la confirmación del activo antes de lanzar el paquete.
En lugar de hacernos la señal con total tranquilidad, el activo se comportó como si hubiera visto muchas películas de serie B o como si fuera estúpido. Colocó su mano estirada en un lado del cuerpo, alcanzó la parte superior de su gorra haciendo un arco, tiró de la gorra hacia arriba, volvió a hacer el arco en sentido contrario, y bajó el brazo hasta colocarlo a su lado. Si hubiera sido uno de los guardianes de Atto hubiera disparado al idiota en la cabeza justo en ese momento. Esperaba claramente que fuera ejecutado ante nuestros ojos, pero nadie notó su acción exagerada.
Casanova y yo lanzamos el paquete completo. La QRF se puso en alerta. Los Little Birds y Black Hawks llenaron el cielo. Pronto operadores de la Delta Force bajaron con cuerda de rápel dentro del taller, los rangers también descendieron con cuerda de rápel alrededor del taller, y los Little Birds sobrevolaron con francotiradores protegiendo a la fuerza de asalto. La gente de Atto se dispersó como ratas. Los milicianos aparecieron en el vecindario disparando a los helicópteros. También se presentaron reporteros de prensa y el francotirador Dan Busch lanzó granadas de aturdimiento para ahuyentarles y que no entraran en la zona de la muerte. Más tarde se informaría erróneamente de que se habían lanzado granadas de mano sobre el equipo de prensa. «Idiotas desagradecidos. Una granada de mano lanzada a esa distancia les hubiera matado a todos». Dan personalmente me contaría luego que habían llamado del Pentágono y había tenido que explicar a los peces gordos que no estaba lanzando granadas de fragmentación.
Después de haberme arrastrado por la cornisa de un muro de contención y escalado hasta la cima de nuestra torre de seis pisos, permanecía boca abajo, con cuatro balas cargadas en mi Win Mag y una quinta en la recámara. Casanova cubría la mitad izquierda de la zona del taller de Atto. Yo me ocupaba de la derecha. A través de mi mira de diez aumentos Leupold vi a un miliciano a unos 450 metros disparando desde una ventana abierta contra los «helos». Le apunté al pecho. Cayó hacia atrás en el edificio, de manera fulminante.
Otro miliciano que llevaba un AK-47 salió por una puerta de una escalera de incendios, en el lateral de un edificio, a 275 metros de distancia, y apuntó a los operadores de Delta que asaltaban el taller. Le disparé en el lado izquierdo y la bala le salió por el derecho. Cayó por las escaleras sin saber qué le había golpeado.
A unos 700 metros apareció de repente un tipo con un lanzagranadas RPG en el hombro, preparado para disparar a los helicópteros. Me llevaba mucho tiempo ajustar la mira a la distancia de cada objetivo. Lo ajusté a 900 metros —podía calcular mentalmente las distancias inferiores a ésa—, pero olvidé ajustar físicamente los puntos milimétricos. Colocando el retículo visual sobre la parte superior del esternón del Sr. RPG, apreté el gatillo. La bala le alcanzó justo debajo de la nariz. La gente se imagina que cuando disparan a un tipo, este sale hacia atrás, pero a menudo ocurre lo contrario. La bala penetra a tal velocidad que en realidad arrastra al hombre hacia delante mientras le atraviesa, provocándole que caiga sobre la cara. Este miliciano apretó el gatillo del RPG al caer hacia delante, disparándolo directamente contra la calle de abajo. ¡Boom!
Los francotiradores de Delta, que estaban suspendidos en el aire en sus Little Birds, me vieron realizar el disparo. Unos minutos después uno de los «helos» zumbaba en nuestra torre.
—¡De puta madre! —gritaron los francotiradores con el pulgar levantado.
Me alegraba de que Casanova y yo hubiéramos estado boca abajo, porque las rachas de aire del helicóptero de los francotiradores estuvieron a punto de tirarnos de la torre de seis pisos.
Delta hizo quince prisioneros, pero los rangers en los Humvees no habían llegado a tiempo para proteger la zona acordonando el tráfico de vehículos y personas. Atto se había cambiado la camisa con uno de sus lugartenientes y estaba saliendo por la trasera del taller, escapándose.
19 de septiembre de 1993
En las primeras horas de la mañana, me despertó el QRF que estaba realizando una incursión en las casas a 450 metros al norte de nuestra posición. El QRF se apoderaba de las armas de fuego pequeñas y de los RPG. La milicia de Aidid eligió el convoy equivocado al que disparar esa mañana. Desde la torre, con mi visión nocturna, tenía una imagen excelente del enemigo. Cogí el micrófono de la radio y di al helicóptero las coordenadas de las milicias de Aidid. El «helo» del QRF lanzó proyectiles de calibre.50 y balas de 40mm, y las fuerzas terrestres del QRF atacaron con tanta fuerza que el cielo vibró y la tierra tembló. Los pocos enemigos que sobrevivieron no pudieron escapar de allí lo suficientemente rápido, corriendo para salvar sus vidas por delante de la posición de Casanova y mía.
Habíamos utilizado la torre con efectividad, pero la gente de Aidid sumó dos y dos. Una mujer somalí se detuvo y nos miró. Después nos hizo el signo de cortar el cuello a Casanova y a mí. Decidimos que nuestro escondite de francotiradores en la torre paquistaní estaba en peligro y obtuvimos permiso para cerrarlo durante unos días.
Abandonamos el complejo paquistaní a las 17:00 y llegamos al hangar hacia las 17:30. Media docena de francotiradores de Delta se nos unieron en la puerta principal chocando las manos.
—Wasdin, ¡eres grande!
Uno de ellos miró a los otros francotiradores de Delta.
—Si alguna vez alguien me dispara, ¡quiero a Wasdin respondiendo a esos disparos a la cabeza a 900 metros!
Más tarde Casanova y yo medimos con láser la distancia real del disparo a la cabeza: 773 metros, convirtiéndose en el disparo con resultado de muerte más largo de mi carrera. También mejoró nuestras relaciones con Delta. Nunca les dije que en realidad había apuntado al pecho del tipo.
20 de septiembre de 1993
A las 02:30 Casanova y yo tomamos un vuelo de QRF hasta las 05:45. Durante él localizamos a un hombre instalando un transmisor móvil. Pensamos que habíamos encontrado la ubicación de Radio Mogadiscio de Aidid, desde donde transmitía órdenes, cómo disparar los morteros, y propaganda: la ONU y los americanos quieren conquistar Somalia, quemar el Corán y capturar a nuestros primogénitos. Incluso cuando las milicias de Aidid recibían una patada en el culo, Radio Mogadiscio emitía gritos de victoria, manteniendo motivada a su gente y animando a los demás somalíes a que se unieran a su equipo ganador. Casanova y yo no podíamos disparar a un hombre por instalar un transmisor, pero marcamos la localización como posible lugar de la emisora de Aidid.
La tripulación del QRF nos pidió que voláramos con ellos toda la semana. Les habían disparado tanto que querían francotiradores del SEAL.
Después, ese mismo día, en el complejo, Cóndor contactó con nosotros. Uno de sus activos había informado de que Atto iba a estar en su casa para una reunión. Nosotros cuatro éramos los únicos operadores que habíamos visto frecuentemente a Atto y le podíamos identificar. Cóndor quería un SEAL y algunos operadores Delta para que le acompañaran. Elegimos a Casanova, pero la misión se canceló. Nuestro vuelo de QRF también se canceló. Aunque nos habíamos montado en los Humvees para un asalto a la casa de Atto, eso también fue cancelado. «Equípate, descansa, equípate, y cada vez puede ser la última». Los descansos me fastidiaban, pero no hasta el punto de debilitar mi motivación para volver a equiparme. Cualquiera que fuera el desafío, sabía que tenía que levantarme y seguir intentándolo. Había crecido con un nudo en el estómago, un estado permanente de preocupación sobre cuándo me iba a perseguir mi padre. En el BUD/S, el instructor Stoneclam nos había dicho:
—Puedo hacer que cualquiera sea duro, pero se necesita a alguien especial para que lo convierta en alguien mentalmente duro.
Aunque los SEAL son conocidos por su pequeño número y eficacia, el Ejército en su conjunto es enorme y engorroso —y exige de nosotros que seamos pacientes—. Mis compañeros y yo compartíamos una mentalidad similar. Habíamos aprendido a controlar el sentimiento de frustración. Sabía que podía superar los desafíos de un entorno confuso. Nada ocurre nunca según lo planeado. Incluso con el mejor de los planes, cuando las balas comienzan a volar, el plan cambia.
21 de septiembre de 1993
Nuestro activo Abe informó de que había visto a Osman Atto en Lido, cerca de nuestro antiguo piso franco, Pachá. Cuando nos enfrentábamos a la información de seres humanos siempre teníamos que averiguar qué era real y qué era inventado en beneficio propio. No pienso que ninguno de nuestros activos nos mintiera permanentemente, pero exageraban, probablemente para conseguir más dinero. Abe no parecía hacer esto solo por dinero. De voz suave, nunca se ponía ansioso como los demás. Hablaba con calma y con total naturalidad. Nos gustaba trabajar con el «honesto Abe».
En la película Black Hawk derribado, alguien señala el techo del coche de Atto con lo que parece cinta adhesiva con base de caucho y de color verde oliva (cinta americana). Eso se hubiera despegado como un zurullo en una ponchera. Lo que pasó realmente era como de película de James Bond. La oficina de servicios técnicos de la CIA en Langley metió una baliza casera dentro de un bastón con mango de marfil como regalo para Aidid, pero la misión se anuló. Cóndor recuperó el bastón y se lo dio a Abe, que se lo pasó a un contacto que se veía a menudo con Atto. El contacto se lo regalaría. Cuando este iba en un coche, con el bastón, al norte de Mogadiscio, un helicóptero en el aire seguía la baliza. Cuando el coche se paró para repostar, apareció Atto. Un activo llamó a Cóndor para hacerle saber que Atto estaba en el coche. Cóndor lo transmitió por radio a Delta.
Delta se puso en marcha. El «helo» de asalto aterrizó casi encima del vehículo, y un francotirador disparó al bloque del motor, deteniéndolo —el primer aterrizaje de un helicóptero en un vehículo en movimiento—. Atto dejó abierta la puerta del coche y escapó. El guardaespaldas disparó con su AK-47 al equipo atacante, pero un francotirador acertó al guardaespaldas en la pierna, inutilizándolo. Los atacantes saltaron del «helo», se precipitaron dentro del edificio y capturaron a Atto.
Otros tipos de Delta crearon un perímetro alrededor del edificio. Los somalíes quemaron neumáticos para pedir ayuda mediante señales. Unos pocos probaron el perímetro de Delta. Se formó una muchedumbre. Dispararon con AK-47 y RPG a los «helos». Los francotiradores de Delta en un «helo» y los cañones en otro dispararon al enemigo, derribando a entre diez y veinte, y haciendo retroceder a la masa.
Dentro, Delta llevó a Atto a la parte de arriba del edificio, donde aterrizó un «helo» y los recogió.
Más tarde, de regreso al complejo, Delta nos preguntó:
—No estamos seguros de si es Atto o no, ¿podéis venir a identificarlo?
—Claro que sí.
Casanova y yo caminamos hasta el otro extremo de la pista, cerca del edificio de la CIA, donde lo tenían prisionero en un contenedor. En Black Hawk derribado era un hombre alto que llevaba ropa buena, fumaba un puro con calma y ridiculizaba a sus captores. En realidad, aunque vestía una camisa y un macawi medio informales, lloriqueaba. Bajo, flaco como el palo de una escoba, y temblando como una hoja, Atto nos miró a Casanova y a mí como si fuéramos la Parca que había llegado para deshacerse de él. Casi sentí pena. Una parte de mí quería darle un abrazo y decirle:
—Todo va a ir bien —y otra quería dispararle en la cara.
—Sí, es él —dijo Casanova.
—No lo sé —bromeé—. Todas las veces que le hemos visto antes de ahora tenía una gran sonrisa blanca.
Casanova miró al intérprete.
—Dile que si no sonríe le vamos a dar una paliza.
Antes de que el intérprete pudiera traducir, Atto puso una sonrisa falsa.
No nos habíamos dado cuenta de que Atto hablaba inglés. Casanova y yo chocamos los cinco.
—¡Es él!
Delta se lo llevó a una prisión en una isla frente a la costa de Somalia. Le encontraron encima una nota pidiéndole que se reuniera con reporteros para llevar a cabo una sesión negociadora con la Operación de las Naciones Unidas en Somalia (UNOSOM). Suponemos que la nota era de Aidid, el pez grande al que seguíamos queriendo capturar.