Después del entrenamiento aerotransportado me presenté en mi Team SEAL. Los impares (Uno, Tres y Cinco) estaban en la Costa Oeste, en Coronado, California, y los pares (Dos, Cuatro y Ocho) en la Costa Este, en Little Creek, Virginia. Aunque existía el ultrasecreto Team Six, yo no sabía nada de él. Me presenté en el Team Two, en Little Creek.
Un miércoles, en una carrera en la pista de obstáculos, un SEAL de casi sesenta años, Rudy Boesch, que seguía en activo corrió con nosotros. Pensé que podía hacerlo fácilmente —no había instructores gritándonos—. Al final de la carrera Rudy nos llevó aparte a todos los que habíamos terminado después que él.
—Reuníos conmigo aquí esta tarde.
Esa tarde las otras tortugas y yo volvimos a correr en la pista O. Era un toque de atención. Incluso en los Teams merecía la pena ser un ganador. Posteriormente me convertiría en uno de los hombres más rápidos en la pista O del Team Two. Rudy pronto sirvió como el primer asesor superior alistado del recién formado Comando de Operaciones Especiales de Estados Unidos (USSOCOM), que dirigía las unidades de operaciones especiales de la Marina, el Ejército, la Fuerza Aérea y los marines, incluyendo los que estaban en el JSOC, como el Team Six y el Delta. Después de más de cuarenta y cinco años en la Marina, la mayoría como SEAL, Rudy se jubiló. Tras cumplir los setenta compitió en el programa de televisión Supervivientes.
Algunos tipos del Team Two volvieron de su despliegue en una gabarra petrolífera llamada Hércules, una de las dos que había en el golfo Pérsico. Eran parte de la Operación Mantis Religiosa. Cuando una mina iraní dañó el USS Samuel B. Roberts, una de las misiones de los SEAL fue capturar una plataforma petrolífera iraní que había estado lanzando ataques contra barcos en el golfo Pérsico. Los SEAL planificaron que un destructor de la Marina disparase a la plataforma con munición perforante del blindaje para mantener alejados a los iraníes. Después los SEAL debían aterrizar en el helipuerto y demoler la plataforma. Desgraciadamente, alguien del destructor cargó balas incendiarias y altamente explosivas. Cuando el destructor abrió fuego contra la plataforma, lo hizo literalmente. En lugar de mantenerse alejados, los iraníes pronto se tiraron de la plataforma ardiente. La barcaza se calentó tanto que los SEAL no pudieron aterrizar con su «helo». La barcaza se fundió en el mar. ¡Uy!
Dick, Mike H., Rob y yo no habíamos participado en esta «op» porque teníamos que seguir entrenando, pero eso no nos impidió querer celebrar el regreso de los miembros sanos y salvos. Después del trabajo dejamos el complejo del Team Two, salimos por la puerta Cinco de la base de Little Creek y nos dirigimos a un pequeño club de striptease llamado Body Shop. Dado que estaba tan cerca del complejo del Team Two algunos de nosotros habíamos pasado algún tiempo allí. El portero era nuevo, estaba sustituyendo a Bob, un colega del Team. Uno de nosotros le preguntó:
—Un grupo de los nuestros acaba de regresar del golfo Pérsico. ¿Puedes felicitarles por megafonía?
Así lo hizo.
—Transmitamos nuestro profundo agradecimiento a nuestros luchadores americanos que acaban de volver del golfo Pérsico.
La habitación se llenó de aplausos y ovaciones.
Nos chocábamos las manos mientras comprábamos cerveza.
Del fondo de la habitación, donde estaban sentados cuatro tunecinos, uno dijo en un inglés fluido:
—¿Por qué Estados Unidos no se ocupa de sus malditos asuntos?
Dick no rodeó la pista donde las chicas bailaban. Se fue directo. Para cuando di la vuelta y llegué a donde estaban los cuatro hombres, Dick tenía al bocazas agarrado por el cuello. Durante nuestro breve altercado los tres colegas del bocazas le gritaban improperios a su amigo. Dejamos a los tunecinos allí amontonados.
Cuando intentábamos marcharnos, el nuevo portero trató de detenernos.
—Acabáis de pelearos aquí. No vais a ninguna parte. Le tiramos por encima de la barra.
En la puerta principal apareció un oficial de policía. Debía de haber estado a la vuelta de la esquina, porque solo habían pasado cinco minutos desde que empezara la pelea.
—Venga señores, sentémonos un minuto.
Así lo hicimos. «Este tipo parece legal».
El portero se había levantado y nos interrumpió.
—Estos tipos son SEAL. Acaban de entrar y estaban destrozando el lugar.
«Oh, no. Había dicho la contraseña».
El oficial entró en pánico llamando por su radio.
—Unos SEAL están destrozando el local. ¡Necesito refuerzos!
Estábamos sentados hablando tranquilamente con él. Ya estaba bien. Nos levantamos para marcharnos.
—Esperad. No podéis iros.
Ignorándole, caminamos hacia la puerta principal. Fuera un mar de luces azules nos deslumbraban desde el aparcamiento. Los refuerzos incluían un furgón grande con la palabra Unidad K-9 escrita en el lateral. Los primeros oficiales bajaron de sus vehículos.
Comenzamos a explicarnos.
Los policías de dentro cortaron nuestras explicaciones, poniéndose de pronto desafiantes.
—Lo siento, pero van a tener que acompañarme.
Uno cogió a Mike de la manga de la camisa.
Dick le dio un golpe directo en el mentón al policía, derribándole.
Entonces los oficiales de policía, con porras, se enfrentaron a nosotros cuatro desarmados. Luchamos durante lo que pareció unos diez o quince minutos. En televisión se ve cómo las porras pueden derribar a las personas al suelo, pero estas porras rebotaban en nosotros. El perro policía saltó y mordió a Dick. Éste cogió al perro por la cabeza, lo obligó a agacharse, cayó encima de él y lo mordió. El perro chilló y huyó.
Estaba luchando con los dos polis que tenía delante cuando noté un golpecito seco en la espalda. Al girarme con el puño apretado vi que una pequeña oficial de policía acababa de golpearme con su porra. Era como la picadura de un mosquito en comparación con los porrazos que estaban dando los otros policías. Considerando que era una mujer, en lugar de darle un puñetazo la levanté y la lancé contra la trasera del coche.
Ahora eran casi treinta policías contra nosotros cuatro. Finalmente perdimos. Nos esposaron. Les contamos nuestra versión. Los tipos tunecinos habían salido del Body Shop y continuaban con su retórica antiestadounidense. Los policías estaban furiosos con el primer oficial.
—¿En qué estabais pensando? ¿Estáis locos?
Lo hecho, hecho estaba. Habíamos agredido a unos policías. Nos separaron y nos subieron a la parte trasera de los coches patrulla. La mujer policía metió su número de teléfono en el bolsillo de mi camisa y dijo:
—Eh, llámame alguna vez.
En la comisaría nos tomaron declaración y nos dieron fecha para comparecer ante el juez. Contactaron con nuestro comandante en el Team Two. La policía no nos dejaría marchar hasta que el Team Two enviase a un conductor para recogernos.
Cuando llegó la fecha de comparecencia temí por mi trabajo. Todos éramos nuevos en los Teams y esperábamos perder nuestras carreras. En la primera fila de la sala del tribunal estaban sentados los oficiales de policía con collarines. Uno de ellos llevaba el brazo escayolado. Otro se apoyaba en un bastón. Parecían fertilizante. Con nuestros uniformes azules de gala, nosotros parecíamos un millón de dólares.
Elegido por mis compañeros como portavoz, conté al juez nuestra versión de lo sucedido. La gente en la sala parecía comprensiva con nosotros por lo ocurrido y cómo había ocurrido.
El juez preguntó:
—¿Por qué estos tres hombres fueron encarcelados y liberados inmediatamente, mientras que el suboficial [Dick] no fue liberado hasta más tarde?
El oficial del K-9 explicó:
—El perro le mordió y teníamos que llevarle al médico para que le pusiera una inyección.
—¿Cuánto tiempo pudo durar eso? —preguntó el juez.
—Bueno, señoría, le mordió a mi perro, por lo que tenía que llevarle al veterinario para que le pinchara.
La sala detrás de nosotros estalló en carcajadas.
El oficial del K-9 explicó:
—Señoría, realmente no es divertido. Me llevó meses entrenarlo, y sigo dedicando dieciséis horas al mes a su entreno. Pero desde que el suboficial [Dick] mordió al perro ya no ha vuelto a trabajar.
Las carcajadas aumentaron hasta convertirse en un alboroto.
El mazo del juez golpeó:
—¡Orden, orden en la sala!
Excepto por un par de risitas en las últimas filas, la sala se calmó.
—Ahora vosotros cuatro tenéis que dar un paso al frente —dijo el juez.
«Tío. Vamos a perder nuestras carreras. Directamente a prisión. No juntaremos doscientos dólares». Estábamos asustados.
El juez se echó hacia delante y habló en voz baja y con calma:
—Señores, voy a anular los cargos en base a su vigor juvenil y patriotismo, pero no hagan que vuelva a verles nunca en esta sala.
Oí los aplausos en la sala, detrás de nosotros.
Al darme la vuelta vi a los policías en primera fila. Parecía como si unos ladrones acabaran de robar sus casas. Al salir pasé por delante del policía con el collarín y del que llevaba el bastón. Cuando pasé delante del policía con el brazo escayolado le guiñé el ojo. Salimos de la sala.
De regreso al Team Two, informamos de lo sucedido al capitán del Team, Norm Carley, un tipo irlandés, católico y bajo de Filadelfia, graduado en la Academia Naval, y segundo (solo por detrás del comandante en jefe) del Team Six. Recientemente, el capitán del Team Two había regresado de la Operación Mantis Religiosa en el golfo Pérsico. Nos miró un momento.
—Hubo un tiempo en que solíamos salir y pelear mucho con los polis. Esos días han llegado rápidamente a su fin. El Ejército está cambiando.
Nos dejó marchar y su profecía se cumplió —los militares modernos han cambiado—. El 31 de marzo de 2004 Ahmed Hashim Abed, un terrorista iraquí de Al-Qaeda, llevó a cabo una emboscada de camiones vacíos robando equipos de cocina de la 82.a Aerotransportada del Ejército. Los terroristas de Abed mataron a cuatro guardias de Blackwater, mutilaron sus cadáveres, los quemaron, los arrastraron por las calles y colgaron dos de los cuerpos del puente del Eufrates. Uno de los cuatro guardias era un antiguo SEAL, Scott Helvenston. El 1 de septiembre de 2009 los SEAL capturaron a Abed. Otros tres SEAL comparecieron ante un consejo de guerra por haberle dado, supuestamente, una paliza. Aunque los tres SEAL acabaron siendo declarados inocentes, tales cargos nunca deberían haber acabado en un consejo de guerra. Si los SEAL simplemente le hubieran matado nadie hubiera dicho nada. Es difícil contratar a un abogado cuando estás muerto.
En el mismo edificio del Body Shop había un 7-Eleven. Mi casa estaba a unos cuatro kilómetros. Una tarde, después de la cena, cuando Blake todavía tenía cuatro años, conduje con él hasta el 7-Eleven hacia las siete para comprar leche y pan. Al mismo tiempo, Mancha se subía a su furgoneta Ford Bronco con ruedas y suspensión grandes. Nos habíamos hecho amigos cuando me uní a él en el Pelotón Foxtrot del Team Two. Mancha se acercó y, como de costumbre, levantó a Blake y le dio un abrazo.
Mientras sostenía a Blake le dije:
—Entro un momento para comprar algo de leche y pan. Vuelvo en seguida.
Cuando volví con las compras se habían ido. Miré al Body Shop. La novia de Mancha era bailarina de striptease allí. «Oh, no, no lo ha hecho». Cuando me precipité dentro, el portero me dio la bienvenida.
—Buenas tardes, Howard.
—Eh, Bob —dije—. Necesito ver si mi hijo está aquí.
Sonrió, dejándome pasar sin pagar la entrada.
Al entrar, el club estaba prácticamente a oscuras, excepto por la luz del centro del escenario donde una bailarina agitaba sus partes. Mancha estaba sentado en una mesa con los pies encima del escenario y con Blake en su regazo. La novia en topless de Mancha estaba cerca de ellos, inclinada hacia delante, mesando los pelos de Blake y acariciándole la mejilla.
—Eres tan mono.
Sus pechos eran tan grandes que era un milagro que a mi hijo no se le salieran los ojos de las órbitas.
Cogí a Blake, y le grité a Mancha mientras salía:
—Tío, ¿estás loco? Vas a hacer que me maten.
No podía entender cuál era el problema.
—Solo quería presentarle a Cassandra.
Ayudé a Blake a subir al coche y traté de aleccionarle en el camino de vuelta. «Ésta va a ser buena. Mancha es uno de mis mejores amigos, y quiere a Blake, pero si Laura se entera, nunca más podré tener a Mancha cerca de mi hijo».
Afortunadamente, en casa Laura estaba ocupada trabajando en la cocina. Llevé a Blake a su habitación y le entretuve con su juego de la Nintendo Duck Hunt. Después guardé la leche y el pan que había comprado en el 7-Eleven. Fui al salón y estudié algunas órdenes de «op» y manuales de entrenamiento del SEAL, como solía hacer, pero tenía la cabeza en el reloj, esperando la hora de dormir de Blake. Si podía meterle en la cama, estaría a salvo hasta la mañana siguiente. Habitualmente yo era el que le arropaba por la noche, y cuando llegó la hora de dormir me aseguré de ir a su habitación para hacerlo. Días después, Laura, Blake y yo pasamos en coche frente al Body Shop de camino al Team Two. «Mierda, ¿ver el sitio va a hacer que Blake diga algo a Laura? “Eh, yo vi unos pechos grandes ahí dentro”.» Incluso un par de semanas después seguía preocupado. Afortunadamente, Blake nunca dijo una palabra sobre el tema hasta que tuvo doce o trece años. Y yo nunca volví al Body Shop.
La primera vez que Blake tomó un sorbito de cerveza se lo dio un tipo del Team. Cuando creció, todos jugábamos al golf juntos. La primera clase de conducir de Blake fue en un carrito de golf con uno de mis colegas borracho —rebotando contra los árboles—. Blake me diría más tarde:
—Algunos de mis mejores recuerdos de Virginia tuvieron lugar con los diferentes tipos.
Fueron sus tíos del Team que escuchaban «The Boys Are Back in Town» de Thin Lizzy y a veces le dejaban hacer cosas que no debería.
Después de unos meses en el limbo, haciendo trabajos extraños en el complejo del Team Two, finalmente pasé a realizar entrenamiento avanzado en el mar y en el aire y guerra terrestre, conocido como Pruebas Tácticas del SEAL (STT). Mientras que el BUD/S se centraba en cribar gente y entrenar a los supervivientes, STT se enfocaba especialmente en el entrenamiento. Durante los seis meses de STT solo dos personas fueron expulsadas por bajo rendimiento. Aprendimos niveles avanzados de submarinismo y guerra terrestre, incluyendo combates cuerpo a cuerpo (CQC). (Para saber más sobre el entrenamiento avanzado después del BUD/S, véase The Finishing School de Dick Couch).
Cuando terminé el STT, el capitán del Team Two, Norm Carley, apareció con los tridentes y me prendió uno a mí. El tridente consistía en un águila agarrando un ancla de la Marina de Estados Unidos, un tridente y una pistola. Como se parecía a la antigua águila de Budweiser, a menudo llamábamos «la Budweiser» al tridente. Tanto los oficiales como los reclutas llevaban la misma insignia dorada, en vez de seguir la práctica común en la Marina de que los reclutas lleven una insignia de plata. Sigue siendo una de las insignias más grandes y chillonas de la Marina. Con su puño, Skipper dio un golpe en mi pecho. Después cada miembro de mi pelotón pasó por delante y le dio un puñetazo. El tridente literalmente se pegó tan profundamente en mi pecho que el primer suboficial tuvo que levantármelo de la piel. Me quedaron marcas durante semanas. Ahora podía jugar oficialmente con los mayores.
Mi primer comandante de pelotón fue Burt. En la Marina un «papá marino» es alguien que asume la responsabilidad de ser el mentor de un marino. Realmente yo nunca tuve un papá marino, porque recibí consejos, tanto tácticos como personales, de varias personas, pero tengo que agradecer a Burt por elegirme para su pelotón de guerra de invierno nada más acabar el STT. Se suponía que los SEAL tenían que haber servido en un pelotón regular antes de trabajar en un pelotón de guerra de invierno, pero Burt mostró pronto confianza en mí.
Como casi el 50 por ciento de los oficiales del SEAL, un porcentaje extremadamente alto en el Ejército, Burt había sido un recluta antes de convertirse en oficial —lo que llamamos un mustang—, y tal vez fuera por eso por lo que me gustaba tanto. Nunca nos pedía que hiciéramos nada que no hiciera él también. Era muy bueno en informar adecuadamente de las misiones, evaluando concienzudamente las órdenes y la «op» resultante. Era un gran facilitador y diplomático. A Burt le encantaba el ambiente invernal —esquiar, caminar con raquetas en la nieve y el resto de las actividades— y liderar a los Teams con equipamiento de guerra invernal de alta tecnología. Por ejemplo, nosotros probamos y evaluamos el valor expedicionario del Gore-Tex.
El segundo en el mando de Burt era Mark que medía más de uno ochenta. Los padres de Mark habían emigrado desde un país de la órbita rusa. Era discreto, no decía a la gente que era licenciado del MIT (Instituto Tecnológico de Massachusetts), que hablaba ruso, checo, polaco y alemán. Su autorización de seguridad era indefinida. Aunque muy inteligente y multilingüe, nunca nos hablaba de forma condescendiente. Mark concebía grandes planes y podía explicarlos de forma simple y tan clara que cualquiera podía entenderlos. Sin embargo, hablaba con un leve ceceo, que nosotros imitábamos durante las sesiones informativas de las misiones, tomándole el pelo. Después del trabajo, si le dabas un par de copas y una chica guapa en cada lado, el habla de Mark se volvía incomprensible.
En el Team Two un día a la semana hacíamos entrenamiento físico de equipo. El miércoles era el día de la pista O. Los otros días nos encargábamos nosotros de nuestro propio entrenamiento. Algunos tipos empleaban los días para jugar al baloncesto o para perder el tiempo, pero Mark insistía en que nos machacáramos realizando una sesión larga de correr-nadar-correr o cualquier otra tortura. Corría como una gacela y nadaba como un pez, haciendo que aquellos de nosotros que no podíamos seguirle odiáramos la vida, aunque disfrutáramos trabajando con Mark.
En el Team Two empecé a oír rumores sobre un Team Six que era alto secreto. Después del intento fallido en 1980 de rescatar a los rehenes estadounidenses de la Embajada de Estados Unidos en Teherán, la Marina pidió a Richard Marcinko que creara un equipo antiterrorista permanente. Como su primer comandante en jefe, Marcinko bautizó a la nueva unidad con el nombre de Team Six. Reclutó intensivamente de las dos unidades contraterroristas: Mobility Six (MOB Six) del Team Two en la Costa Este y Pelotón Eco del Team One en la Costa Oeste. Vestían de civiles y llevaban el pelo largo y se les permitía dejarse barbas y bigotes no reglamentarios. Los oficiales y los reclutas se dirigían a los demás utilizando los apellidos y apodos, sin hacer uso de los saludos militares. Se especializaban en rescatar rehenes de barcos, plataformas petrolíferas y otras localizaciones marinas. Además ayudaban en la seguridad de las bases militares y las embajadas. Y encima también apoyaban operaciones de la CIA.
El bautismo de fuego del Team Six tuvo lugar en 1983. Después de que comunistas aliados con Cuba y la Unión Soviética derribaran el gobierno de Granada en un sangriento golpe de Estado, Estados Unidos lanzó la Operación Furia Urgente para restablecer el gobierno de Granada. En apoyo de la operación doce tiradores del Team Six se lanzarían en paracaídas frente a las costas de Granada. La primera misión se convirtió en una situación descontrolada y caótica por al menos tres razones. Primero, aunque el Team Six se había entrenado intensivamente en numerosas tácticas contraterroristas, no se habían entrenado en lanzamientos nocturnos en el agua —y lo que es aún más difícil, con barcos—. Una misión que probablemente debería haber recaído en el Team Two, que estaba preparado, fue a parar al Team Six. Segundo, la información era una mierda. La misión fue planificada sin tener en cuenta el horario de invierno; como resultado, esa hora de diferencia convirtió un salto diurno en otro nocturno. Ni siquiera había salido la luna. Nadie habló a los tíos del Team Six del oleaje de casi dos metros, los fuertes vientos y la intensa lluvia. Tercero, probablemente porque los pilotos de la Fuerza Aérea no tenían experiencia en lanzamientos al agua, el segundo avión lanzó a los SEAL en el lugar equivocado, lejos de todos los demás.
Como resultado, cuando los doce hombres llegaron al agua, el viento continuó inflando los paracaídas, arrastrándolos. Con un equipo excesivo y sin suficiente flotabilidad, algunos SEAL se hundían.
Aunque habían practicado con paracaídas de alta tecnología, ahora estaban usando antiguos MC-1. Los chicos lucharon por sus vidas para evitar que los paracaídas les arrastraran a unas tumbas marinas. Sin luces, reunir a todos se hizo imposible. Un SEAL siguió gritando y lanzó tres bengalas en la noche, pero nadie podía alcanzarle. Un total de cuatro SEAL desaparecieron. Los supervivientes buscaron pero nunca encontraron a sus compañeros: Kenneth Butcher, Kevin Lundberg, Stephen Morris y Robert Schamberger. Aunque tenían el corazón partido, los otros SEAL seguían teniendo una misión que realizar.
Helicópteros Black Hawk volaron durante una hora a través de la oscuridad de primeras horas del día a la mansión del gobernador general Paul Scoon. Proyectiles de avión soviéticos tallaron con luces verdes el cielo. A bordo de uno de los «helos», los quince SEAL embutidos en su interior parecían en calma —hasta que el fuego enemigo empezó a agujerear el «helo»—. Denny «Serpiente» Chalker y los otros que nunca habían entrado en combate cambiaron su cara de póquer. El oficial al mando, veterano de Vietnam, Wellington «Duque» Leonard, Bobby L. Timmy P. y JJ sonrieron.
—¿Qué se siente cuando te disparan?
Después de un momento tenso, Denny y los otros sonrieron, ¿qué otra cosa podían hacer? El «helo» al mando, que llevaba a bordo al oficial en jefe del Team Six, Bob Gormly (el sustituto de Dick Marcinko), recibió el fuego más intenso y tuvo que separarse del resto para poder regresar renqueando al portaaviones antes de caer del cielo maltrecho.
El helicóptero de Duke y Denny colocó su morro hacia arriba, parado en el aire a 25 metros frente a la mansión, mientras el otro «helo» se colocó en la parte trasera, sobre la pista de tenis. Uno de los pilotos recibió un disparo, pero continuó pilotando. Desde la mansión les llegaban disparos de AK-47. Un SEAL se asomó y respondió a los disparos. Rich había sido alcanzado, pero bombeaba tanta adrenalina que no se dio cuenta. Denny tiró la cuerda y descendió en soga rápida[2] a la parte trasera de la mansión, chocando con las ramas de unos pinos en su trayectoria descendente. Duke y los otros le siguieron de cerca, golpeando las ramas que Denny todavía no había roto.
Al acercarse Denny a la mansión, un AK-47 se asomó por una puerta en dirección a él. Denny se contuvo con su rifle de asalto CAR-15 (el antecesor del M-4) hasta que pudo identificar el blanco, era el gobernador Scoon. Duke, que llevaba una escopeta, se hizo cargo del arma del gobernador. Los tíos despejaron la mansión, pero dentro solo estaban el gobernador, su familia y su equipo. Establecieron un perímetro. RPG —granadas propulsadas por cohetes— saltaron por el tejado sin llegar a explotar.
Su radio de comunicación por satélite (SATCOM) había volado con el «pájaro» de mando dañado, limitando las comunicaciones, por lo que tenían que conservar las baterías en sus radios de mano.
Duke dijo a todo el mundo:
—No desafiéis a nadie a menos que entren en el complejo.
No querían iniciar una lucha que no podían terminar. Rescatar al gobernador era la prioridad.
Cuando comenzó a caer la noche, treinta combatientes enemigos y cuatro transportes de personal blindados soviéticos de ocho ruedas (BTR-60PB) rodearon la mansión. Duke utilizó su pequeña radio de mano MX-360 para contactar con el general Dennis Johnson en el aeródromo de Port Salines. El general retransmitió el mensaje de Duke a un avión de ataque AC-130 que volaba por encima de ellos.
—Haz una ronda de disparos de 360 grados alrededor de la mansión.
El Spectre disparó con su cañón de 40mm: bloop, bloop. Las explosiones resultantes expulsaron a los enemigos que les rodeaban excepto a dos que salieron corriendo. Pronto a las pequeñas radios MX-360 se les acabó la batería. Duke utilizó el teléfono del gobernador para mantener la comunicación.
Dos cubanos armados con AK subieron andando por la entrada de vehículos. Apuntaron con sus armas. Así que nuestros chicos dispararon: escopetas, CAR-15, ametralladoras ligeras Heckler & Koch 21, ametralladoras M-60 y rifles de francotirador.50 RAI 500 (Research Armament Industries Model 500). Uno de los cubanos trató de escapar saltando un muro, pero él y su compañero fueron literalmente destrozados.
A la mañana siguiente la fuerza de reconocimiento de los marines ayudó a los SEAL, el gobernador y su familia a salir del lugar. Vieron los restos carbonizados de los camiones quemados, armas y sangre donde los Spectre habían disparado —alguien había retirado los cadáveres—. Encontraron una bandera de Granada que sustituyeron con la del Team Six. Posteriormente, cuando regresaron, izaron la bandera de Granada en la sede del Team Six. El séquito se dirigió a la zona de aterrizaje de helicópteros, donde un aparato les sacó a todos de allí.
En una misión separada en Granada, doce SEAL, dirigidos por el teniente Donald Kim Erskine, volaron en helicóptero a la emisora de radio, que debían proteger hasta que el gobernador Scoon pudiese acudir y emitir un mensaje al pueblo de la isla. Mientras estaban en el aire recibieron fuego de armas pequeñas, pero cuando aterrizaron el enemigo había abandonado la emisora. Los hombres de Erskine tenían problemas con la radio y no pudieron establecer contacto con el puesto de mando, alguien había cambiado las frecuencias sin informar a los SEAL.
Establecieron un perímetro de seguridad. Poco después llegó un camión cargado con veinte soldados enemigos. Los SEAL les ordenaron que bajaran las armas, pero no lo hicieron. Así, los chicos abrieron fuego contra ellos, utilizando un tercio de su munición, y mataron a diez enemigos. Hicieron prisioneros a los diez que habían sobrevivido y utilizaron la mayor parte de sus suministros de primeros auxilios para vendarles en la emisora. Ninguno de los SEAL resultó herido.
Un BTR-60PB y tres camiones subieron la colina hacia la emisora. Entre cuarenta y cincuenta soldados enemigos salieron de los vehículos. El oficial cubano golpeó a sus hombres en el culo con un bastón de mando:
—Atacad.
Erskine y sus chicos se defendían desde el edificio. El enemigo trató de flanquearlos mientras sus BTR rodaban hacia la puerta principal y disparaban su cañón de 20 mm. El cañón hizo agujeros en el cemento del edificio como si fuera de papel.
Uno de los SEAL montó un arma de asalto de fusilero (RAW), una granada propulsada por cohete, en el cañón de su CAR-15 y quitó el seguro. Dirigiéndose al BTR, apretó el gatillo y el disparo lanzó el cohete. Un kilo de un potente explosivo dio directamente en el BTR.
Como se estaban quedando sin munición frente a una potencia de fuego enemiga abrumadora, Erskine y sus SEAL colocaron sus explosivos en la emisora y salieron corriendo por la puerta de atrás. Todos ellos pensaban que estaban muertos, pero los SEAL corrieron a través de la pradera que había detrás de la emisora. Con el enemigo acercándose a su retaguardia, por lo dos lados, Erskine llevó a sus hombres, con calma, dando saltos a través de una zona de la muerte totalmente abierta hasta la playa. Él y la mitad de sus hombres se tiraron al suelo disparando al enemigo mientras la otra mitad se retiraba. Entonces los que se retiraban se tiraron y dispararon mientras Erskine y los suyos se retiraban. Les estaba cayendo encima una lluvia de balas; una de ellas se llevó por delante su cantimplora; aunque Erskine medía más de 1,80 y pesaba más de 90 kilos, el disparo lo tumbó. Los miembros de su pelotón se tiraron al suelo con él. Se dieron la vuelta y dispararon mientras el otro pelotón se retiraba. Los chicos continuaban dando saltos cuando otra bala arrancó el tacón de la bota de Erskine, tirándole al suelo. La siguiente vez que se levantó y corrió, un disparo rebotó en el cargador de munición de su cinturón, tumbándole una vez más. La bala número cuatro fue menos amable. Arrancó un pedazo del codo derecho de Erskine, levantándole literalmente en el aire antes de tirarle al suelo. Sintió como si todo su brazo hubiese volado por los aires. Al final del prado los chicos cortaron una valla metálica y se arrastraron a través de ella. Cuando Erskine contó sus hombres descubrió la peor pesadilla de un jefe SEAL, le faltaba uno. Entonces los SEAL vieron al compañero que faltaba. Erskine y los demás dispararon al enemigo mientras el encargado de la radio arrastraba la SATCOM, que no funcionaba, a través del prado.
—¡Tira la radio! —chilló Erskine.
El encargado de la radio se la quitó de encima e hizo varios disparos con su SIG SAUER de 9mm en las piezas criptográficas. Entonces esprintó para alcanzar a sus compañeros.
Corrieron hacia una jungla de vegetación, que les ocultaba del enemigo. Aunque habían matado a algunos de los oponentes, los SEAL seguían estando en inferioridad numérica y prácticamente no tenían munición en los rifles. Los hombres continuaron por un sendero y abrazaron el Padre Océano. Si nadaban en línea recta en el mar se convertirían en blancos fáciles para el enemigo. Erskine dijo a los chicos:
—Deshaceos de todo excepto vuestro equipo básico y nadad en paralelo a la playa.
Se despojaron de sus rifles, mochilas y casi todo, excepto de las pistolas, la munición para estas y los kits E & E (escape y evasión). Y nadaron en paralelo a la playa hasta que encontraron refugio en los acantilados, donde un saliente les ocultaba del enemigo situado más arriba.
Fuerzas amigas, que no sabían que seguían vivos, bombardearon a los malos cerca de su posición. Los SEAL esperaron hasta que el enemigo se hubo marchado, y a las 03:00 se tiraron al mar y se pusieron a nadar. Estuvieron flotando durante seis horas, hasta que un avión de rescate les vio y llamó a un barco de la Marina para que los recogiera. Habían estado despiertos durante cuarenta y ocho horas. Después de asegurarse de que tenía a todos sus hombres a bordo, Erskine se desmayó. Luego se recuperó. La Marina le condecoró con la Estrella de Plata.
En 1985 terroristas de la OLP (Organización para la liberación de Palestina) secuestraron el crucero Achille Lauro y mataron al pasajero Leon Klinghoffer. Los terroristas buscaron refugio en Egipto, y cuando ese país trató de meterles de incógnito en un vuelo hacia el cuartel general de la OLP en Túnez, aviones de combate de la Marina de EE.UU. obligaron al avión a que aterrizara en una base de la OTAN en Italia. El Team Six rodeó a los terroristas en la pista de aterrizaje, pero los italianos impidieron que los SEAL tomaran el avión, exigiendo que les fueran entregados los cinco terroristas. Después de un breve enfrentamiento entre los SEAL y militares y policías italianos, Estados Unidos aceptó entregar a los terroristas a ese país. Desgraciadamente, el gobierno italiano liberó a su jefe, Abu Abbas (que fue capturado posteriormente en Irak en 2003). Aunque los otros terroristas fueron a la cárcel, a uno se le permitió salir y escapó (fue capturado de nuevo en España). Otro terrorista desapareció de Italia mientras estaba en libertad condicional.
En 1989 el Team Six fue a Panamá para capturar al dictador y narcotraficante Manuel Noriega. Éste trató de ocultarse en una iglesia católica, pero sin posibilidad de escapar del país, finalmente se entregó.
Granada, el Achille Lauro y Panamá fueron simplemente tres de las muchas operaciones que el Team Six llevó a cabo antes de que yo me uniera a la unidad.
Realicé mi primer despliegue con el Team Two en Machrihanish, Escocia, la tierra de los antepasados Kirkland de mi madre, que cambiaron su nombre por el de Kirkman cuando emigraron a los Estados Unidos. Los escoceses le dieron su apodo a Mancha, tomándolo de un famoso futbolista inglés. Fui con algunos de los compañeros a un museo de telas escocesas en Edimburgo donde me enteré de que mi clan procedía de las tierras altas de Escocia.
Mancha me tomaba el pelo respecto a encontrar mi tartán.
—Caramba, Howard el de las tierras altas.
—Sí, ¡solo puede haber uno! —exclamé.
En Escocia nos entrenamos junto a, o interactuamos con, una serie de unidades de operaciones especiales: el Servicio Especial Naval británico, el Comando Hubert francés, los nadadores de combate alemanes (Kampfschwimmer), las tropas de asalto costeras suecas (Kustjágarna), el comando de tropas de asalto de la Marina noruega (Marinejegerkommandoen), y otros. Durante un ejercicio de penetración en una bahía, en Alemania, intercambié una ración de mis MRE por las raciones de un miembro del Comando Hubert. Su unidad de comandos buzos había recibido mucha ayuda en su creación por parte de un oficial naval de la segunda guerra mundial llamado Jacques-Yves Cousteau, que es muy conocido por sus series de televisión sobre el mundo submarino. Las raciones francesas incluían botellas de vino, queso y paté. Me asombraba cuánto les gustaba nuestra comida liofilizada y el café Maxwell House (solo había que añadirle agua). Cuando regresé al cuartel de Escocia casi todos me rogaban que les diera algo de vino, queso y paté.
Como entrenamiento de guerra invernal, disfruté de un mes de diversión con las tropas de asalto costeras suecas, que realizan reconocimientos de largo alcance, sabotajes y asaltos contra enemigos que invadan la costa sueca. Aunque todos los hombres jóvenes suecos tienen que servir en el Ejército durante un año, algunos de ellos intentan convertirse en soldados de asalto costero. Durante la guerra fría la Unión Soviética era su mayor amenaza.
Burt, DJ, Steve y yo volamos a Estocolmo, la capital de Suecia. Iglesias históricas, palacios y castillos se mezclaban con parques y canales, convirtiéndola en la Venecia del norte. Los edificios más nuevos unían diseños ecológicos con alta tecnología y funcionalismo. Nuestros anfitriones nos alojaron en un hotel maravilloso. Una tarde, cuando volvíamos del entrenamiento, un tipo pequeño, flaco y con el pelo puntiagudo estaba sentado en la recepción, con una mujer de largas piernas sentada a cada lado y otra en su regazo. «¿Quién es éste?». Dos de nosotros nos acercamos para ver quién era: Rod Stewart. Hay esperanza para los tipos feos en todas partes, hazte estrella del rock.
Por la mañana, Burt nos llevó en un coche alquilado a un transbordador en el que cruzamos el agua de modo que pudimos conducir hasta la base de las tropas de asalto costeras, situadas en Berga, en el Cuerpo Anfibio sueco, primer regimiento de infantes de Marina (Första Amfibieregementet, AMF1). Nuestras primeras operaciones comenzaron en el archipiélago de Estocolmo. Con miles de islas, es uno de los mayores archipiélagos del mar Báltico. Mi homólogo y yo nos movíamos en un kayak plegable y ligero, de dos plazas y no metálico, en busca de submarinos soviéticos. Yo llevaba gafas de sol Vuarnet —que reciben su nombre de un corredor de esquí alpino francés, medalla de oro en las Olimpiadas— para proteger mis ojos del sol. Tomamos tierra en algunas islas y buscamos en ellas cualquier actividad humana, un juego del ratón y el gato con los soviéticos. Navegar en kayak de una isla a otra llevando todo nuestro equipo encima era un trabajo duro y frío.
Después de casi una semana, nos montamos en varios autobuses con las tropas de asalto costeras. Transportaban bolsas de comida en el autobús.
—¿Qué distancia nos queda para llegar? —pregunté.
—Noventa y ocho kilómetros.
El ranger costero hablaba un buen inglés.
—¿Y para qué toda esa comida?
—Es un viaje largo.
«Solo noventa y ocho kilómetros, podría hacerlos sobre mi cabeza».
Después de tres horas en la carretera le dije a otro ranger:
—Pensaba que esto solo iban a ser noventa y ocho kilómetros.
—Si, noventa y ocho kilómetros.
—Ya hemos recorrido noventa y ocho kilómetros.
Otro ranger sonrió.
—Noventa y ocho kilómetros suecos.
Torcí el gesto.
—¿Qué distancia es ésa?
—Oh… unos seiscientos kilómetros de los vuestros.
«Me estás tomando el pelo». Estaba contento de no haberme ofrecido a acompañarles en sus carreras de seis kilómetros.
Pasamos delante de un cartel que ponía «cruce de alces» antes de llegar a un pequeño pueblo nevado llamado Messlingin, cerca del lago del mismo nombre, que estaba helado. Messlingin no se puede encontrar en ningún mapa turístico. Está situado a 215 km al suroeste de Ostersund en el centro de Suecia. Nosotros cuatro nos registramos en un hotel de madera con un tejado inclinado y aleros salientes que semejaba a un chalet. Pronto los rangers nos llevaron a bañarnos en un agujero en el hielo. Aunque era opcional para nosotros, todos saltamos en el agua casi congelada. Nos dejamos llevar por el ejemplo, una de las estúpidas tradiciones de los SEAL de «dame una patada en los cojones que lo puedo aguantar». Alrededor de nuestros cuellos llevábamos una cuerda con un piolet colgando a la altura del pecho. El mango de madera tenía el tamaño de la mano, y la pica tenía una longitud de 2,5 cm. Teníamos que tirarnos en el agujero en el hielo, tranquilizarnos y pedir permiso para salir del agua. Entonces podíamos echarnos hacia delante, clavar en el hielo con la pica y salir del agua. En el primer intento mis cuerdas vocales ni siquiera funcionaban, hacía tanto frío que simplemente salté fuera. Durante el tercer intento me tranquilicé y le di a mis cuerdas vocales el tiempo suficiente como para que pudieran funcionar. Mi voz fue un chirrido:
—Permiso para salir.
Una vez fuera, calentarse se convertía en la prioridad.
Rememoré el entrenamiento de guerra invernal en Alaska. Kevin y yo nos hicimos compañeros. Él era un SEAL grande y tranquilo, con el pelo y los ojos oscuros. Entrenado como sanitario, podía hacerse cargo de la mayoría de las emergencias médicas que se producían en combate hasta que el herido pudiera ser transportado a un hospital (posteriormente me enteré de que dejó el SEAL y se convirtió en médico de la marina estacionada en España). Kevin y yo esquiamos por un sendero para despistar —esquiar más allá de la zona en la que colocaríamos nuestra tienda de campaña—. De este modo podríamos oír a alguien que se acercara antes de que llegara hasta nosotros. Colocamos una tienda de North Face para dos personas, pusimos nuestros sacos de dormir bajo su parte delantera y apilamos nieve fuera de la entrada, de modo que podríamos derretirla después para beber agua, incluyendo la que usaríamos mientras esquiábamos al día siguiente; en realidad la gente se deshidrata más en invierno, porque sus pulmones utilizan mucho vaho para calentar el aire. También la añadiríamos a nuestra comida liofilizada. En el vestíbulo de la tienda nos quitamos la ropa mojada quedándonos con la ropa interior de polipropileno. Encendimos el hornillo MSR WhisperLite para hacer agua. El calor que desprendía calentó la tienda rápido. Los pies de Kevin eran enormes —sus cubrebotas no encajaban en sus botas de esquí—. Mientras esperábamos a que la nieve se derritiera, Kevin se quitó las botas y yo puse sus dedos gordos de los pies bajo mis sobacos para evitar que se congelaran. Otros estaban ansiosos por llegar a sus tiendas, pero yo no. Durante diez días, cada noche calentaba esos malditos dedos gordos congelados bajo mis sobacos. Entonces podía meterme en el saco de dormir encima de la esterilla térmica.
Afortunadamente, en Suecia, a solo 50 metros del agujero en el hielo tenían sauna… y cerveza.
También en Suecia experimenté con un vehículo oruga para la nieve por primera vez —se trata de un transporte personal blindado con orugas para andar sobre la nieve—. Las tropas pueden disparar al enemigo desde el interior. Le ataban una cuerda a la trasera del vehículo y de ese modo transportaban a diez o doce soldados con sus esquís. Al enganchar un bastón de esquí en la cuerda me sujetaba en el asa mientras me remolcaba. Muchos de los rangers costeros habían crecido esquiando. Uno de ellos era atleta olímpico en salto de esquí. Por supuesto que no había pistas de esquí en el sur de Georgia, donde yo me había criado. Me caía y los rangers que iban detrás de mí trataban de maniobrar a mi alrededor. Cuatro de ellos acabaron en el suelo conmigo. Después de un rato empezaron a discutir. No podía entenderles, pero sabía que estaban discutiendo sobre quién iba a esquiar detrás de mí. Mis tres compañeros y yo nos caímos tantas veces, arrastrando al suelo a los rangers como si fuéramos fichas de dominó, que respetuosamente nos situaron en el extremo de la cuerda. Si hubiéramos podido grabar nuestro espectáculo «SEAL sobre hielo» para un programa de televisión de videos caseros probablemente hubiéramos ganado.
Como estábamos allí como cuadros para ayudar a entrenar a reclutas jóvenes, estos nos trataban como si fuéramos oficiales, limpiando y engrasando los esquís mientras cenábamos. Por la noche, si dejábamos nuestras botas fuera de la puerta, las limpiaban y daban brillo antes del día siguiente. Los reclutas incluso nos limpiaban las armas.
Otra cosa chula que hicimos fue aprender cómo construir una cueva de nieve. Mi homólogo ranger era alto y delgado. Podía esquiar sin esfuerzo dando vueltas alrededor de mí. Excavamos horizontalmente en el lateral de un ventisquero, hacia arriba, y hacia el fondo, creando una pequeña meseta para que ascendiera el calor mientras que el aire frío descendía hasta el nivel inferior. El ranger y yo colocamos nuestras mochilas en la entrada para cortar el viento y conservar nuestros piolets dentro, por si teníamos que desenterrarnos. Desde la meseta convertimos el techo en una cúpula, de modo que no nos cayeran directamente encima las gotas.
Nos quitábamos los cubrebotas antes de entrar en la zona de la meseta. Con solo cuatro SEAL actuando como jefes, mi compañero se sentía honrado de haber sido emparejado conmigo. Trató de limpiarme las botas.
—No, está bien. Yo me encargo —le dije.
Me miró con extrañeza. Posteriormente agradecería no tener que ser mi servidor.
Una o dos velas eran suficientes para calentar la cueva. Fuera la temperatura era de -40 °C. Dentro yo me sentaba en la funda del saco de dormir y solo llevaba puesta mi ropa interior de manga larga, de polipropileno azul, de la Marina. No queríamos que la temperatura interior fuera muy superior a 0 oC, ya que de otro modo nuestra cueva de nieve podía descongelarse, comenzar a gotear y finalmente hundirse encima de nosotros. La diferencia entre la temperatura exterior y la interior, 21 grados, hacía que nos sintiéramos como si viviéramos en las Bahamas. El calor interior ablandaba los muros y el techo, por lo que les dábamos palmadas hasta que se volvían a endurecer.
Después de vivir en la misma cueva de nieve durante dos semanas, utilizándola como base desde la que realizar «ops», habíamos palmeado tanto los muros y el techo que el espacio interior parecía a punto de convertirse en una casa de nieve. Los suecos sabían cómo hacer la guerra —sus raciones incluían coñac y el mejor chocolate caliente que había probado nunca, además de comidas como pasta boloñesa con pan de centeno—. Para mi sorpresa, mi homólogo sueco quería intercambiar sus raciones por mis MRE. Podéis adivinar que se cansó de las mismas comidas todo el tiempo. Disfrutamos comiéndonos la comida del otro en nuestra cueva de nieve.
De hecho, parte de la diversión del entrenamiento con unidades de operaciones especiales extranjeras era el intercambio de equipamiento. Yo me había traído de Estados Unidos algunos palitos grandes de ternera, sin sabores picantes, para cortarlos en rodajas y añadirlos a mis raciones para conseguir energía adicional en el clima frío. A los rangers costeros les encantaban los palitos de ternera. También me había traído un mechero Zippo, que uno de los ranger me cambió por su maravillosa navaja lapona. Tenía un mango de madera con una hoja ligeramente curvada, además de una funda de cuero con dos hebras de cordón de cuero crudo para atarla a mi mochila. En el frío el Zippo es más fiable que un mechero de butano, pero yo prefería la navaja.
El último día mi compañero y yo nos pusimos pintura blanca para la cara en aquellas partes de nuestros rostros que forman sombras y grises de forma natural en las partes prominentes: frente, cejas, mejillas, nariz y barbilla. Todos nosotros abandonamos nuestras cuevas de nieve para la gran «op». Entre cien y ciento cincuenta de nosotros nos enganchamos a las cuerdas de detrás de los vehículos oruga para la nieve, que nos arrastraron hasta nuestro área de destino. Esquiamos tan lejos como pudimos, entonces nos quitamos los esquís y mochilas dentro de la línea de los árboles, a unos 280 metros de nuestro objetivo. Me puse mis grandes y toscas raquetas de nieve de la OTAN. Los rangers costeros tenían bonitas raquetas de nieve de metal con las que podían correr. «Vaya, tíos, tenéis tecnología mucho más avanzada que nosotros en guerra invernal». Cambié un par de ellas por mi vieja navaja del Ejército Suizo y la desgastada funda de cuero que utilizaba para llevarla en el cinturón. Uno de los laterales de plástico negro de la navaja estaba roto, pero conservaba sus herramientas: sierra, quita escamas con saca anzuelos, punzón escariador, lupa, hoja grande y pequeña, tijeras, dos tipos de pinzas pequeñas, sacacorchos y palillo de dientes. Se podría pensar que como Suecia está más cerca de Suiza que Estados Unidos, una navaja del Ejército Suizo tendría menos demanda, pero no era el caso. Los rangers costeros incluso le añadían una botella de aguardiente a las raquetas. Estaba tan contento que prácticamente me veneró por hacer el intercambio. Entonces fue a contárselo a sus colegas. Le abroncaron por aprovecharse de mí. Si hubiese llevado esas raquetas cuando realicé la guerra invernal en Alaska, le hubiera dado cinco navajas del Ejército Suizo. Al volver a Estados Unidos compraría otra.
Continuamos patrullando en formación de cuña, con un hombre en medio y un ala a cada lado. Otro elemento se aproximaba a la zona del objetivo desde el flanco izquierdo. Disparando con balas de fogueo, el flanco izquierdo y la cuña delantera atacaron simultáneamente a través de una fortificación simulada de diez edificios. Normalmente una unidad básica SEAL está compuesta de un equipo de bote, solo siete u ocho hombres. En este ataque del tamaño de una compañía de más de cien soldados, lo único que teníamos que hacer era seguir la corriente.
Los rangers costeros suecos y otras unidades del norte de Europa, como los rangers de la Marina noruega, pasan más tiempo subidos a los esquís y actuando en el entorno invernal de lo que lo hacen los estadounidenses, proporcionándoles una marcada ventaja. Sin embargo, la tecnología estadounidense ayuda a igualar el campo de actuación. No importa lo bueno que seas encima de los esquís si te puedo alcanzar con mi mira de visión nocturna desde 350 metros de distancia. Supéralo esquiando.
Me enteré de que mientras yo entrenaba en Suecia, Laura había estado saliendo hasta tarde la mayoría de las noches, de marcha fuerte con las mujeres de algunos otros SEAL. Cuando le pregunté por ello dijo:
—Oh, solo ha sido una o dos veces. Simplemente me aburría.
Me lo creí porque me fiaba de ella, no quería creer otra cosa. Acudíamos a la iglesia los domingos y todo parecía que iba bien.
A mi hijo Blake realmente le gustaba pasar el rato con los chicos del Team y a ellos también les gustaba él, especialmente después de un incidente concreto, cuando Blake tenía cuatro años. Un día, después del trabajo, volví a casa y me encontré a Laura en la cocina fuera de quicio.
—¿Qué pasa? —le pregunté.
—La pequeña Debbie estaba aquí y se metieron en la piscina hinchable, ¡desnudos! —La pequeña Debbie era la hija de seis años del vecino.
—Oh.
—Llamé a su madre y se lo conté. Pensó que era divertido. Es mejor que hables con él.
Así que fui a su habitación.
Blake estaba jugando a Duck Hunt en la Nintendo, disparando a los patos voladores con su pistola NES Zapper.
—Eh, amigo, ¿qué tal el día?
—Bien —dijo.
—¿Qué has hecho?
—He jugado.
Le dejé con su juego y volví con Laura a la cocina.
—Está bien. Ni siquiera lo ha mencionado. No debe ser para tanto.
—Oh, no. Tienes que hacerle hablar del asunto. Probablemente esté traumatizado.
Así que volví a la habitación de Blake. En el monitor de la televisión un perro olisqueaba a los patos muertos en el césped y felicitaba a Blake.
Fui más directo con mis preguntas.
—¿Has ido a bañarte hoy?
—Sí.
—Bien, ¿alguien fue a nadar contigo?
—Sí, Debbie se bañó conmigo.
—¿Debbie y tú os quitasteis toda la ropa cuando estabais en la piscina hinchable?
—Debbie se quitó el bañador y me dijo que yo me lo quitara.
—¿Sabes que se supone que no debes dejar que la gente te vea el pito?
—Sí, mamá me dijo que no dejara que me vieran el pito.
—Bien, ¿Debbie te vio el pito?
—Sí, Debbie vio mi pito.
Reí.
—¿Viste el pito de Debbie?
Dejó de jugar al juego y apartó la pistola. Había un deje de preocupación en su voz.
—¿Sabes qué papá? Debbie no tiene pito. —Parecía que lo sentía por ella—. Tiene un culo delantero.
Fue todo lo que pude escuchar para evitar partirme de risa. Llamé a Mancha y casi se desternilla.
Al día siguiente, por la tarde, Blake fue conmigo a una sala de reuniones del pelotón Foxtrot del Team Two. Empezamos a hablar del culo delantero y todo el mundo se tronchó de risa.
Años después uno de los chicos dijo:
—Eh, ¿sabes qué? Esta noche me voy a la ciudad y trataré de conseguirme un pequeño culo delantero.
Mi hijo se había convertido en una leyenda del Team.
Cuando estaba en el Team Two mi tío Carroll murió de un ataque al corazón mientras pescaba. Mi corazón me dolía cuando regresé a casa para el funeral en la primera iglesia baptista —la misma en la que le había pegado una paliza a Timmy tantos años antes—. Parientes, amigos y gente a la que no conocía llenaban el interior de la iglesia. En la parte delantera, el tío Carroll yacía en su ataúd. Me había querido, había pasado tiempo conmigo, y me ayudó a crecer para convertirme en un chaval. Para mí el funeral fue una nebulosa —cánticos, plegarias, lecturas de la Biblia, las palabras del hermano Ron, y un panegírico—. Sentado en el banco, simplemente no podía soportarlo físicamente. Me levanté y salí fuera de la puerta principal de la iglesia. Estaba de pie en las escaleras y lloré, temblando de forma incontrolable. Fue la vez que más había llorado. Alguien me rodeó con sus brazos y me abrazó. Miré esperando ver al hermano Ron, pero el hombre cuyos brazos me rodeaban no era el hermano Ron. Era papá. Solo era nuestro segundo abrazo. No fue como el abrazo forzado antes de subirme al autobús para ir a la universidad.
—Sabes, Howard, yo también le voy a echar de menos. Él siempre sacaba tiempo para estar contigo porque era mejor enseñándote que yo. Tenía más paciencia. Es por eso por lo que el tío Carroll siempre hacía eso contigo.
Más tarde me calmé y seguí la comitiva funeraria hasta el cementerio donde el tío Carroll iba a ser enterrado.
El 6 de junio de 1990 nació mi hija Rachel en un hospital civil en Virginia Beach. Mi suegra había llegado desde el sur de Georgia. Yo estaba en el Fuerte A. P. Hill, en Virginia, uno de los mayores campos de tiro con fuego real de la Costa Este. Conduje 225 kilómetros en dirección sureste para ver a Laura y a mi bebé. Ver a Rachel me hizo extremadamente feliz. A pesar de ello, por mucho que la quisiera, una parte de mí estaba preocupada por el Team. Quizá algunos SEAL sean capaces de equilibrar Dios, familia y los Teams. Yo no podía. Los Teams lo eran todo. Después de estar en el hospital uno o dos días me volví a marchar.
Cada vez que volvía a casa era la niña de papá. Le encantaba estar conmigo, y a mí me encantaba estar con ella. En una ocasión, cuando fue más mayor, Blake la tiró del banco de la parte de atrás de la casa.
—Blake, ¡vete al armario y trae un cinturón!
Desapareció en el armario y regresó con mi cinturón de cuero más grande.
—Hijo, ¿por qué has traído el cinturón más grande que has encontrado?
Me miró a los ojos.
—Papá, he hecho algo malo. Así que me imaginé que merecía ser azotado con este cinturón grande.
Quizá estaba jugando conmigo. En cualquier caso, esa vez no le azoté. Ni nunca después. Si era algo con Blake era demasiado indulgente. Probablemente podría contar con los dedos de una mano las veces que le tumbé en la cama y le azoté con un cinturón.
A Rachel la dejé que se saliera con la suya más que a Blake. Ella era mi amor, él era mi compinche.
Continué escuchando más cosas sobre el Team Six, la secreta unidad contraterrorista. La gente decía que el Team Six era el Team al que había que ir. Six era la unidad más importante y solo reclutaba a los mejores SEAL —como el partido de las estrellas de la liga de fútbol americano—. Llevaban a cabo rescates de rehenes sin tener que hacer entrega del dinero. Los operadores iban a cualquier escuela que quisieran. ¿Gastar miles de dólares para acudir a una academia de conducción durante dos semanas? Ningún problema. ¿Quieren ir a la academia de tiro Bill Rogers? ¿Otra vez? Ningún problema. Utilizaban equipo de primera línea. Tenían todo el apoyo —un escuadrón de helicópteros completo estaba dedicado a ellos—. Era una tarea para tontos. Yo quería ir al Team Six. Tal y como resultaron las cosas, antes iría a la guerra.