Capítulo 27LA PERPLEJIDAD DEL SALCHICHERO

Los economistas de mediados del período Victoriano observaron que un número cada vez más elevado de personas se ganaba la vida con lo que entonces se denominaba «los negocios», expresión general que aludía al suministro de bienes y servicios a la floreciente clase media. Inglaterra era entonces la nación más rica del planeta, y también la más rica que la historia había conocido. La demanda de toda clase de artículos de consumo era insaciable, y se procuraba satisfacerla mediante la especialización en la manufactura, la distribución y la venta de artículos. Precisamente en la Inglaterra victoriana oímos hablar por primera vez de los fabricantes de gabinetes que producían únicamente las ensambladuras de los gabinetes, y de negocios que vendían sólo ciertos tipos de gabinetes.

La especialización cada vez más acentuada era evidente también en los bajos fondos, y su expresión más peculiar era la figura del «salchichero». El salchichero era generalmente un operario metalúrgico que había tomado el mal camino, o un hombre demasiado viejo para soportar el ritmo furioso de la producción honesta. En cualquiera de los dos casos, desaparecía de los círculos formados por personas honradas, y reaparecía como proveedor especializado de artículos de metal destinados a los delincuentes. A veces, el salchichero era un acuñador de moneda falsa que no podía conseguir las matrices necesarias para producir monedas.

En cualquier caso, su principal actividad era la fabricación de salchichas, es decir, cachiporras. Las primeras cachiporras eran bolsas de forma alargada llenas de arena, y los asaltantes y los ladrones las llevaban ocultas en la manga hasta que llegaba el momento de usarlas contra sus víctimas, después, se llenaron las bolsas con munición, para destinarlas al mismo propósito.

Un salchichero también producía otros artículos. Se llamaba «neddy» a una porra, a veces consistente en una simple barra de hierro, y otras en una barra con una abrazadera en un extremo. El «saco» era una esfera de hierro de aproximadamente un kilogramo metida en una media de tejido fuerte. El «whippler» (látigo) era una munición unida a una cuerda, y se usaba para golpear la cabeza de la víctima; el atacante sostenía la munición en la mano, y la arrojaba al rostro de la víctima, «como un horrible yo-yo». Unos pocos golpes de estas armas bastaban para incapacitar a la presa, y luego se ejecutaba el robo sin más resistencia.

A medida que las armas de fuego se difundieron, los salchicheros se dedicaron a la producción de balas. Unos pocos salchicheros hábiles también fabricaron juegos de ganzúas, pero éste era un trabajo difícil, y la mayoría se limitaba a tareas más sencillas.

A principios de enero de 1855, un salchichero de Manchester llamado Harkins recibió la visita de un caballero de barba roja, quien le dijo que deseaba comprar cierta cantidad de munición.

—Eso es fácil —dijo el salchichero—. Fabrico toda clase de municiones. ¿Cuántas necesita?

—Cinco mil —dijo el caballero.

—¿Cómo?

—Digo que necesito cinco mil municiones.

El salchichero pestañeó.

—Cinco mil… es mucho. Veamos… seis municiones por onza. De modo que… —elevó los ojos al techo y se mordió el labio inferior—. Y dieciséis… bueno significa que… Dios mío, en total más de cincuenta libras de munición.

—Eso creo —dijo el caballero.

—¿De modo que quiere cincuenta libras de munición?

—En efecto, quiero cinco mil unidades.

—Bien, cincuenta libras de plomo llevan tiempo y trabajo, y los moldes… bien, es mucho trabajo. Para satisfacer su petición necesitaré tiempo.

—La necesito dentro de un mes —dijo el caballero.

—Un mes, un mes… Veamos, ahora… cien por molde… Sí, bien… —el salchichero asintió. De acuerdo, tendrá sus cinco mil municiones en el plazo de un mes. ¿Vendrá a buscarlas?

—En efecto —dijo el caballero, e inclinándose un poco, con aire conspirativo—: Es para Escocia, ¿sabe?

—Para Escocia, ¿eh?

—Sí, para Escocia.

—Aah, muy bien, entiendo perfectamente —dijo el salchichero, aunque era evidente que no entendía nada.

El caballero de la barba roja entregó una señal y se marchó, dejando al salchichero en estado de profunda perplejidad. Pero más se habría desconcertado de haber sabido que el mismo caballero había visitado a otros especialistas de Newcastle-on-Tyne, Birmingham, Liverpool y Londres, encargándoles idéntico pedido a cada uno, de modo que en realidad estaba ordenando un total de doscientas cincuenta libras de munición de plomo. ¿Para qué podría necesitar alguien este material?