Se calcula generalmente que siete octavos de las estructuras del Londres victoriano en realidad eran edificios georgianos. El rostro de la ciudad y su carácter arquitectónico general eran legados de ese período anterior; los victorianos no acometieron seriamente la tarea de reconstruir su capital hasta la década de 1880. Esta renuencia trasuntaba la economía de la construcción urbana. Durante la mayor parte del siglo, sencillamente, no fue rentable demoler las viejas estructuras, incluso cuando se adaptaban mal a sus funciones modernas. No se trataba de una resistencia fundada en motivos estéticos —los victorianos detestaban el estilo georgiano, considerado por el propio Ruskin «el ne plus ultra de la fealdad».
Por lo tanto, quizá no deba sorprender el hecho de que el Times, al informar que un convicto había escapado de la cárcel de Newgate, señalara que «es evidente que se han sobrestimado las cualidades de este edificio. No sólo es posible fugarse de su recinto, sino que es un simple juego de niños, pues el villano huido aún no había alcanzado la mayoría de edad. Es hora de que esa deshonra pública sea demolida».
El artículo continuaba señalando que «la Policía Metropolitana ha despachado grupos de agentes armados a los “palomares” de la ciudad, con el propósito de atrapar al hombre que se ha fugado, y todos esperan que será posible aprehenderlo».
No volvió a hablarse del caso. Conviene recordar que durante ese período las fugas eran, para decirlo con las palabras de un comentarista, «tan usuales como los nacimientos ilegítimos», y en realidad no valía la pena informar sobre hechos tan corrientes. En momentos en que se empapaban de cal las ventanas del Parlamento para proteger a sus miembros de la epidemia de cólera, mientras discutían sobre cómo se llevaba a cabo la campaña de Crimea, los diarios no podían ocuparse de un delincuente de poca monta, un miembro de las clases peligrosas que había tenido la fortuna de huir sin dejar rastro.
Un mes después se halló flotando en el Támesis el cadáver de un joven, y las autoridades policiales afirmaron que era el convicto fugado de Newgate. Mereció apenas un párrafo en el Evening Standard; los restantes diarios ni siquiera lo mencionaron.