Después que Bandemagus tomó su doncella, que no respondió a Morlot a ninguna cosa de lo que decía, antes se fue con ella por la montaña, que era muy espesa, e iba muy alegre porque su doncella había cobrado. Y anduvieron todo ese día hasta hora de vísperas sin comer ni beber; y llegaron a un valle extraño y muy hondo y enojoso de andar, que de una parte y de otra era todo peña viva; y era todo el camino empedrado y lleno de grandes peñas. Y entraron en el fondo del valle y vieron andar caballos paciendo, y yendo más adelante vieron dos chozas de nuevo, y aquellas chozas fueron de la compañía de Merlín y de la Doncella del Lago, que estuvieron allí. Y entraron en una cueva que estaba en aquel valle. Esta Doncella del Lago encerró ahí un monumento de extraña manera hecho, que era de mármol bermejo y a Merlín lo metió dentro, de manera que con los encantamientos que le mostró no pudo de él salir hasta que murió allí; y la manera cómo fue cuenta aquí el autor.
Verdad es que Merlín fue hijo del diablo, y bien se otorgó en todas las historias, y asimismo que él fue el más sabio hombre del mundo y que más supo de las cosas que estaban por venir, si no Dios. Y ningún hombre no sabe quién hablase tan maravillosamente de las cosas pasadas y de las que estaban por venir. Y príncipes no fueron en su tiempo, ni otra cosa, que él no lo supiese antes que sucediese, y también qué fin tendrían. Mas sin falta por el gran saber que tenía, habló tan oscuramente que no podía hombre entender lo que decía, porque dijo en el libro del Santo Grial que sus profecías no serían sabidas hasta que hubiesen pasado. Y tanto dijo de las cosas que habían de venir, que fue llamado profeta de los ingleses, y aún ahora así lo llaman, que mucho supo de sí y de otro. Y también dijo de su muerte que una mujer lo mataría; y él guareció de muerte a muchos buenos hombres, y a sí mismo no se pudo guarecer, y él así lo dijo. Y esto acaece en muchos lugares, que los que son maestros y sabios y dan consejo y profetizan a otros, a sí no pueden dar consejo ni profetizar lo que les aprovecha a su muerte. Y así acaeció a Merlín, que profetizó a todo el mundo y era el más sabio y a sí mismo no pudo aconsejar ni profetizar, que él amó por su pecado a la Doncella del Lago, que era en aquel tiempo una de las más hermosas mujeres del mundo; y también era muy rica y tenía gran tierra, y era natural de la Pequeña Bretaña; de bautismo tenía por nombre Niviana. Y ésta crió muchos hombres buenos y muchas dueñas e hizo mucho bien.
Y cuando ella vio que Merlín la amaba por su deshonra, comenzó a aprender de él todos los encantamientos que sabía, y le hacía gran infinta que lo amaba mucho lo que ella amaba poco. Y cierto que él hizo tanto que aprendió de él tanta ciencia que sabía más que hombre ni que mujer que hubiese en aquel tiempo, salvo Merlín que sabía más; sabía profetizar lo que Merlín no sabía mostrar a otro. Y él la amaba de todo su corazón; y ella lo desamaba en cuanto podía, que nunca mujer desamó tanto a hombre, y bien lo mostró en el fin; pero tanto le mostró ella de amor que él creía que lo amaba mucho. Y así anduvieron un gran tiempo, ella aprendiendo todavía de él, hasta que llegó a aquel valle donde Bandemagus llegó después a las chozas que ellos hicieron. Y un día que llegaron allí la Doncella del Lago dijo a Merlín:
—¿Os parece este lugar bien extraño?
—Sí —dijo Merlín—, pero no es tan extraño que en él no os muestre la más rica cámara y más hermosa que nunca visteis.
—¡Ay Dios! —dijo la doncella—, ¿quién podría hacer en tan extraño lugar tan hermosa cámara como vos decís?
—Cierto —dijo Merlín—, yo os lo diré cómo fue aquí hecho. En esta tierra hubo un rey poderoso que tenía un hijo gran caballero y hermoso, y tenía la edad de quince años. Y en aquel tiempo había en esta tierra un caballero pobre, que tenía una hija muy hermosa. Y la amaba tanto aquel hijo del rey que quiso casarse con ella y tomarla por mujer. Y cuando lo supo el rey fue muy sañudo y dijo al hijo:
—¡Oh malo, loco!, ¿así quieres deshonrar y abajar nuestro linaje? Cierto, si no te partes de esta locura, yo te haré tal escarmiento que nunca seas de ver al mundo, que ella no es para ser tu mujer, cual tú debes tener. Y no hay cosa en el mundo porque yo quisiese que lo hicieses, que me sería a mí gran vergüenza y a ti mengua; y porque sólo en ello pensaste la haré matar.
El hijo quedó de ello tan espantado que no supo darle consejo. Y por la gran saña que veía en su padre pensó de guardar más la doncella, que creyó que la perdería. Y pensó en esconderse con ella; y tomó cuanto haber pudo, que les pareció que bastaría para espender gran tiempo él y ella, y a dos escuderos y una doncella de que fiaba mucho, y sus caballos y sus canes. Y se vinieron aquí, porque sabía él que aquí adelante había una gran peña que llamaban Alpía. Y en esta peña ninguno entraba sino por ventura; y no andaban ahí sino bestias fieras; y dijo en su corazón que allí se escondería con su doncella. Y así como lo pensó lo hizo, y tomó maestros para hacer casas lo más encubiertamente que pudo; e hizo hacer una cámara en aquella cueva tan rica y tan hermosa, que no la hay tal en el reino de Londres, y fue toda hecha a picos y a escoplos de hierro en la peña viva. Y después la hizo pintar con oro y azul y otras pinturas tan apuestamente, que es muy sabrosa cosa de ver. Después que aquel infante hubo hecho su cámara, metió dentro su doncella y dijo que nunca se iría de allí mientras su padre viviese, y que antes querría perder cuanto tenía que aquella doncella. Y dijo que jamás se iría de allí.
Y vivieron en aquella cueva tres años, que no salieron de aquella montaña; así que por la gran morada que allí hizo, saliendo a las veces a monte, que los vieron algunos y se lo dijeron a su padre. Y cuando lo supo su padre llamó a tres de sus caballeros que no se iría de allí hasta que lo hallase. Y gran tiempo lo anduvieron buscando que no pudieron de él nada saber; y de esto no sabía el hijo parte. Y andaba un día de caza con sus canes y con sus escuderos, y por ventura dijo el rey un día a aquellos caballeros que fuesen cada uno por su parte, que más aprisa lo podrían hallar que todos juntos. Y dijo que a la noche fuesen todos a un castillo suyo que se llamaba Rochandera, porque está encima de una fuerte peña. Y los caballeros lo hicieron así como el rey les mandó. Y el rey se fue solo y atravesó la montaña. Él así andando halló un sabueso en un valle que andaba tras un ciervo que levantara su hijo, y el rey lo llamó; y el can, que lo conocía de crianza, que él lo había criado, fue a él teniendo gran alegría. Y el rey por el can que vio entendió que su hijo no estaba muy lejos de allí, y que los podía hallar por donde el can fuese. Entonces lo dejó ir, y el can, porque conocía al rey, tuvo que era libre de su caza y la dejó, y fue por el camino derecho para la posada del infante, y el rey en pos de él.
El infante no estaba allí cuando su padre llegó, antes andaba a caza como ya os dije. Y cuando el rey vio la morada de la cueva, y la vio tan hermosa y tan rica, luego entendió que su hijo moraba allí con su amiga. Y se apeó y ató a su caballo a un árbol y se paró a la puerta con su espada ceñida, que otras armas no tenía. Y vio una doncella que salía fuera por el ruido del caballo, creyendo que era el infante su señor. Y cuando vio el rey a la doncella, la conoció y ella a él. Y en que vio que no estaba su señor, se tornó a su cámara muy espantada. El rey estaba contra ella muy sañudo con pesar, porque creía que por ella su hijo había perdido. Y él entró dentro, y no halló sino aquella doncella amiga de su hijo, y la otra doncella que estaba con ella. Y el rey preguntó quién estaba dentro. Y ellas quedaron muy espantadas y dijeron:
—Señor, no hay acá otro, sino nos.
Y el rey dijo:
—¿Dónde está el hijo del rey, que aquí mora?
Y ellas dijeron:
—De mañana salió a cazar.
Entonces se tornó el rey contra aquella doncella, y le dijo:
—Mucho mal y mucho pesar me habéis hecho de mi hijo que me quitasteis.
Entonces metió mano a la espada, y le dio tal golpe a la doncella que le cortó la cabeza, que bien creyó que si ella estuviera muerta que cobraría a su hijo.
Muerta la doncella, el rey dejó su espada con que la mató y tomó otra que él hubo dado a su hijo. Esto hizo él porque su hijo conociese quién la había matado. Y después salió de la cámara y cabalgó y anduvo tanto que llegó a su castillo, y se juntó con sus caballeros a la noche. Y después que allí estuvieron todos, les contó todo como acaeciera, y les dijo:
—Tornemos allá mañana y confortaremos a mi hijo.
Y en esto se acordaron todos. Pero algunos de los que allí estaban le dijeron que mal hiciera en matar a la doncella, y que no fuera hecho de rey, más de caballero bravo y desleal. Y fue mucho retraído, porque tal villanía había cometido.
Dice la historia que después de esto, contra hora de vísperas que llegó el infante de la caza a su posada; y tanto que el caballo vio la posada comenzó a relinchar; y la dueña tenía tal costumbre que, cuando veía al caballo relinchar, luego salía a recibir a su amigo. Y cuando él llegó y no la vio, se maravilló. Y sabed que cuando el rey la mató y se fue, fueron todas las otras doncellas cada una a su parte del monte como locas, y con gran espanto. Y cuando el infante llegó y halló a su amiga muerta, que amaba más que a sí, dio una gran voz y cayó en tierra, y estuvo una gran pieza amortecido. Y cuando los escuderos entraron y vieron a su señor así yacer y a su amiga muerta, quedaron muy espantados e hicieron muy gran duelo, y dieron muy grandes voces. Y el infante acordó y dijo:
—¡Ay Dios!, ¿quién me hizo tanto mal, que así me mató a mi amiga? Amigos, ¿sabéis quién me hizo esto?
Y los escuderos dijeron llorando:
—Señor, no sabemos ende cosa; ¿y quién fue tan malo que mató esta dueña y que tal atrevimiento hizo?
Y el infante decía:
—¿Quién fue éste que tal cosa hizo, y vino aquí por hacerme perder el corazón y el alma y cuanto tenía?
Después que el infante dijo esto, tomó la espada con que mataran a la dueña, y dijo contra los escuderos:
—Amigos, vos me servísteis bien lealmente desde hace tiempo; y mi padre pensó que por matar esta dueña me cobraría, y por su muerte me perdió. Y conviene que con esta espada que ella por mí murió, que con esta misma muera yo por ella. Y decid a mi padre, cuando viniere, que le pido por merced que mande hacer un monumento noble en aquella cámara donde yo y esta doncella muchas veces tuvimos placer. Y que nos haga a ambos meter en él, y que haga a vosotros bien y merced, en galardón de cuanto bien me había de hacer.
Después que esto y otras cosas dijo, tomó la espada por el arriaz y se hirió con ella por los pechos, en manera que apareció la punta por las espaldas. Después que este golpe hizo, comenzó a dar en tierra con los pies y con las manos, y dio una gran voz con cuita de muerte; y a poca de hora le salió el ánima del cuerpo.
Y cuando los escuderos esto vieron, tuvieron mayor pesar que el que antes tenían, y toda la noche hicieron gran duelo. Y otro día de mañana llegó el rey por confortar a su hijo y llevarlo de allí. Y cuando lo halló muerto y dijeron los escuderos cómo se matara, dijo:
—Yo maté a mi hijo y a mí con mis propias manos, y ahora soy mezquino y cativo.
Y así hizo su duelo muy grande. Y los escuderos le contaron al rey todas las cosas que el Infante dijo, y que rogasen a su padre que lo enterrasen con aquella su amiga en aquella su cámara, y que en su sepultura pusiesen escritas letras que dijesen así:
Bien como cisne que llora
su muerte cuando consiste,
que la dice y la memora
con aquel gemido triste;
así mi mal lloraré
con un suspiro profundo,
la vida que dejaré
de aqueste cativo mundo.
Lloraré mis tristes males,
lloraré mis grandes penas,
fatigas tan desiguales
que sobran a las ajenas;
lloraré la fin venida
de aquesta que muerta veo,
pues que la fin de su vida
dio morir a mi deseo.
Y que les hiciese merced a ellos por cuanto servicio le hicieran.
El rey dijo que cumpliría todo cuanto su hijo había mandado. Y así lo hizo, y los enterró en aquella cámara en un monumento de piedra bermejo, muy ricamente obrado con oro y plata y con piedras preciosas; e hizo escribir alrededor del monumento las letras que su hijo mandó. Y cuando esto hubo el rey hecho, se fue de allí y nunca más tornó.
La Doncella del Lago dijo:
—Esta cámara quiero ir a ver, que decís que está bien hecha y en tan extraño lugar.
Y esto era ya tarde, al sereno de la noche. E hizo Merlín encender muchas candelas, y se fue con la doncella a la cueva, y caballeros y escuderos y doncellas con ellos. Y dejaron la otra compañía en la posada donde tenían el fardaje. Y cuando llegaron a la cueva hallaron una puerta de hierro que parecía que hacía muchos años que no se abría, y la abrieron y entraron dentro y hallaron aquel lugar tan rico y hermoso que no hay hombre que lo pudiese contar. Y fueron a la cámara y hallaron otra puerta de hierro, y la abrieron y entraron dentro, y hallaron ahí aquel monumento cubierto de cobertura de seda colorada.
Después que la Doncella del Lago cató la cámara toda, y los cuerpos de los dos amadores que yacían dentro muertos, dijo en su corazón que, puesto que aquella cámara estaba en tan extraño y apartado lugar, que creía que nunca ahí hombre vendría, y que estaba bien que quedase allí Merlín para siempre. Y dijo a Merlín:
—Cierto, muy alegre y sabrosa vida hacen los dos amadores que bien se quieren en tal lugar; y maravillosamente se amaron estos que dejaron el mundo por tener placer de sus amores.
Merlín dijo:
—Cierto, señora, como éstos dejaron el mundo con sus amores, así lo dejé yo por vuestro amor, que bien sabéis cómo yo era señor de la Gran Bretaña y de la Pequeña, y del rey Artur, y de su hacienda toda; y cuánta honra me hacían todas las gentes, y creían cuanto yo decía y se guiaban por mi consejo: y todo lo dejé por vuestro amor.
Y la doncella le dijo:
—Merlín, esto sé yo muy bien; así haré yo por vos. Y cierto de aquella tan gloriosa vida que aquellos dos amadores tuvieron, tengo yo gran envidia, y quiero que holguemos esta noche aquí, y tengamos placer.
Y Merlín dijo:
—Señora, hagamos como quisiereis.
Entonces mandó ella venir a sus gentes, y mandó que le trajesen allí su cama y bien de cenar; y Merlín mandó traer la suya. Y a poca de hora tornó Merlín muy triste y a hacer mal continente. Y la doncella le dijo qué tenía; y él le dijo:
—Cierto, señora, que todo el cuerpo me duele y todos mis miembros me triemen, y me fallan las fuerzas y el corazón; y tengo tan gran espanto que no sé qué puede ser de mí.
Y la doncella le dijo:
—Merlín, no tengáis miedo y esforzaos, que a los otros solíais vos esforzar. ¿Cómo os desmayáis?
Merlín no respondió cosa después que esto dijo. Cenaron y se fue Merlín a acostar y se durmió luego, como aquel que tenía sueño mortal.
Después que la doncella lo vio dormido hizo sobre él su encantamiento, que él mismo le enseñó, y le encantó tan fuerte que no sentía cosa que le hiciesen. Y llamó a aquellos de su compañía en quien más confiaba, y les dijo:
—Tomad a Merlín y traedlo por esta casa por los cabellos y por los brazos, y veré si acordará.
Y ellos lo hicieron, mas por mal que le hicieron nunca pudo acordar. Y después que esto hubo hecho dijo a aquellos que lo arrastraban por la casa:
—Amigos, ¿qué os parece de mi saber, que está bien encantado éste que solía a los otros encantar?
—Cierto, sí —dijeron ellos.
—Amigos —dijo ella—, este hombre sabed que es hijo del diablo y sus obras hacía; y andaba en pos de mí por hacerme escarnio y deshonra, si pudiese, que él creía de mí tener mi virginidad, la que yo he ofrecido a Dios. Y nunca otro la tendrá sino Él, como Señor que todas las cosas y a mí hizo. Y bien escapé del hijo del diablo sin deshonrarme, si pudiera; mas Dios me libró de él, que sabía mi intención y la suya. Y puesto que él me quería escarnecer, mejor es que yo le escarnezca a él. Cierto por mal suyo me cuidó deshonrar, que yo le acortaré su vida por lo que él contra mí pensaba hacer.
Y mandó luego tomarlo a aquellos sus hombres, y le metieron dentro en aquel monumento que estaba abierto; y lo hizo cerrar así como antes estaba; e hizo encima del monumento su encantamiento con letras y carátulas que él mismo le enseñara, tan fuertes que jamás no vendría tan recio hombre que pueda abrir ni alzar la cobertura del monumento, ni sobre él tirarla. Ni fue alzada hasta que llegó y después Tristán el Buen Caballero, que la alzó. Y este encantamiento hizo ella en tal manera: que él yacía sobre los dos amadores. Y puso sobre el monumento una campana, por tal vía, que de ninguno pudiese ser alzada hasta que viniese aquel que había de amar más lealmente que todos los que amaron. Y cuando viniese el Amador de los Amadores, y viese aquel monumento y las letras que en él estaban y el nombre de Merlín, deshacerse haría el encantamiento, porque había él de alzar la campana para ver los huesos de los amadores. Así hizo el encantamiento como Merlín mostró, y así avino que duró después hasta que Tristán vino y estuvo ahí, como adelante oiréis.
De esta manera fue Merlín metido en el monumento; y como quiera que él fue muy sabio y gran profeta de las cosas que habían de venir, Dios, que es sabedor y poderoso en todas las cosas, no quiso que esto él supiese, ni que de esto se pudiese guardar. Y así fue soterrado vivo y engañado por mujer virgen, así como él lo profetizó; y así fue muerto por los encantamientos mismos que él mostró a la Doncella del Lago, que en otra manera ella ni otro no lo pudiera matar, sino Dios. Y aquella noche durmió allí, y en la mañana cabalgó con sus gentes y se fue.
Al tercer día llegó allí Bandemagus y su doncella; y cuando vio las chozas y las ramas dijo a la doncella:
—Doncella, aquí reposemos en estas chozas hoy; si halláramos a quien conozcamos, así podremos saber quién las hizo en tan extraño lugar.
Y entonces se fueron allá y no hallaron hombre ninguno ni mujer; y les avino tan bien que en una de las chozas hallaron cuanto tenían menester para sí y para sus caballos; que tal provisión la compañía de la Doncella del Lago dejara, porque no la pudieron llevar. Y ellos estuvieron alegres de esta aventura, que lo tenían menester, y dijeron que puesto les aviniera tal aventura, que querían holgar allí aquella noche. Y al otro día de mañana Bandemagus se levantó así armado como estaba que no se desarmó de noche; y la doncella dormía, que estaba cansada de la jornada que hiciera.
Y Bandemagus salió de la choza y miró si vería alguna iglesia donde irían a oír misa, que era en aquel tiempo costumbre de los caballeros andantes oír misa antes que entrasen al camino, si fuese en lugar donde pudiesen hallar clérigo, y demás que los de la Tabla Redonda lo habían de hacer por mandado de la corte y porque era costumbre. Y estando Bandemagus mirando si vería alguna iglesia, vio una carrera por donde la Doncella del Lago y su compañía salieran de la cueva donde Merlín quedó soterrado vivo. Y él entró por aquella carrera hasta que entró en la cueva, y halló la puerta de hierro que dije. Entonces entró y miró a todas partes, y dijo:
—¡Ay Santa María, qué cosa es ésta tan buena y tan hermosa!
Y él esto diciendo oyó una voz espantosa, como de hombre que yacía so tierra, y miró alrededor de sí y no vio cosa, y quedó espantado y dijo:
—No dejaré de saber qué cosa es esta voz.
Y le pareció que de aquella cueva era de donde salía. Y tomó la espada en la mano y la abrió y entró dentro, y vio aquella casa tan buena y dijo en su corazón que era paraíso aquella cámara, pero tuvo miedo de ser encantado, porque veía tan hermosa cosa en tan extraño lugar; y cuando vio el monumento se maravilló, que nunca viera otro tan hermoso y tan rico. Y en la cámara había gran lumbre, que de suso de él había tres ventanas muy buenas. Y después que vio el monumento fue contra los pies de él, y vio en la campana y en el sepulcro letras. Y visto lo que decían, estuvo pensando en quién podrían ser los dos amadores. A deshora oyó una gran voz que decía:
—¡Ay cativo!, ¿por qué nací?
Y de esta voz quedó él tan espantado que no supo qué decir ni supo qué hacer, que bien vio que aquella voz salía del monumento; y se quiso ir, pero dijo:
—Gran vergüenza me sería de estar en el lugar donde tal cosa oyese, si no supiese de dónde sale esta voz y qué cosa es.
Y él estaba todavía muy espantado. Entonces escuchó y oyó hablar paso a aquél que yacía en el monumento y decía así:
—Bandemagus, no tengáis miedo de mí, que no te vendrá por mí mal alguno.
Y cuando esto oyó el caballero se esforzó más, y habló más osadamente y dijo:
—¿Quién eres tú que me conoces y sabes mi nombre y tales ansias haces? ¿Estás muerto o vivo? Cierto, mucho me maravillo de ti; y por Dios, dime tu nombre y hazme saber de tu hacienda y qué cosa eres.
Y después salió del monumento una gran voz muy dolorosa y muy espantosa de oír, y habló más claramente y dijo:
—¡Ay Bandemagus, sabe que yo soy el más mal aventurado hombre del mundo!, y verdaderamente así es, porque yo mismo hice que muriese tan crudamente, que yo me maté con mis propias manos, porque enseñé a la más mortal enemiga que en el mundo tenía con qué me pudiese matar.
Y después que esto dijo dio otro baladro muy doloroso. Entonces se signó Bandemagus y habló más sin miedo, y dijo:
—¿Tú eres hombre, o cómo fuiste encerrado en este monumento?
Y la voz le dijo:
—¡Ay Bandemagus!, confiando yo de una doncella en la cual nunca hallé crueza y deslealtad y traición; a la cual yo hice mucho bien y mucha ayuda, porque la amaba más que a otra cosa, me encerró aquí, que por su saber ni poder no pudiera ella hacer cosa contra mí, mas yo le enseñé por que ella me ha dado tan cruda muerte.
Y Bandemagus le dijo:
—Decidme, por Dios, ¿quién sois y cómo os llamáis?
Y la voz le dijo:
—Bandemagus, tú me viste ya muchas veces en gran honra y muy preciado, que el mundo me tenía en parte por señor, y creían todo lo que yo decía, así como si lo dijese uno de los apóstoles del Señor; y a ti no me quiero encubrir. Sabe que yo soy Merlín, el que tú mucho amabas en casa del rey Artur; y todos los que me veían me tenían por el más sabio del mundo; mas cierto yo fui el más sandio y el más alongado de saber que en el mundo nació, que yo mostré y enseñé a mi enemiga cómo ella me matase. Y puesto que así fui yo el más sandio hombre del mundo, porque yo mostraba a los otros cómo se guardasen, y el mal mío no supe entender ni guardarme de él, ni quiso que mi pecado lo supiese. Y cierto bien podéis decir al rey Artur, que en mi muerte perdió uno de los mejores amigos que en el mundo tenía. Y cierto el reino de Londres me echará mucho de menos cuando le será menester; que si yo a aquel tiempo llegara no fuera destruido el reino de Londres como lo ha de ser.
Cuando Bandemagus esto oyó quedó muy espantado y dijo:
—¿Cómo? ¿Vos sois aquel muy sapientísimo Merlín que teníamos por profeta?
—Yo soy —dijo Merlín—, mas yo no tenía tanto saber como vosotros creíais, que ya os dije que yo mismo me traje la muerte.
Y Bandemagus le dijo:
—Merlín, vos no os desconfortéis, que yo abriré el monumento y os tiraré de ahí, si no os tiene otra cosa; que si vos ahí muriereis sería gran daño y cosa de mucho doler.
Entonces dijo Merlín:
—De balde vos trabajaréis, que este monumento está cerrado por tal encantamiento, tan fuerte y por tan fuertes palabras, que son de tal calidad que no hay hombre en el mundo que lo pudiese abrir. Y por esto me conviene de morir, que en el mundo no hay hombre mortal que me pueda dar vida. Y esta campana que veis no se moverá por caballero que aquí venga, que es en tal manera encantada que no se podrá mover hasta que Tristán el buen caballero venga aquí, que me ha de sacar.
Y Bandemagus le dijo:
—Decidme quién es aquel Tristán, y lo iré a buscar por libraros de esta muerte, si él estuviere cerca de aquí.
Y Merlín le dijo:
—Bandemagus, ¿qué dices de Tristán?, que es aún tan pequeño que aún trabaja con la teta de su ama, y no tiene aún dos años cumplidos. Pero aquél vendrá aquí por ver mis huesos y mi sepultura, y por llorar mi muerte; y aquél abrirá este monumento, y hasta aquel tiempo que aquél venga no se abrirá. Y aquél será tan buen caballero que su buena caballería y sus tan buenos hechos, y su hermosura y cortesía alegrarán a todo el mundo. Y creed esto sin falta, mas yo no le veré; y pesa mucho y por bienaventurado me tenía, si pudiese ser que holgasen mis ojos en vista de tan buen caballero como él será; y todo hombre bueno debía desear de verlo.
Y Bandemagus dijo:
—¡Ay Merlín!, pues me decís que tan buen hombre será y tan buen caballero aquel Tristán, que por sus bondades y caballería estará el mundo en alegría y placer, por Dios mostradme, si os pluguiere, cómo le conoceré yo cuando él sea caballero.
Merlín dijo:
—Bandemagus, así como se conoce la luna entre las estrellas, que es mucho mayor y de mayor lumbre, así parecerá Tristán sobre todos los caballeros; mas verdaderamente él tendrá dos Caballéros en compañía, y el uno será poco mayor de días que él, y será su par; y el otro será un poco mejor que él; pero Tristán será flor de los caballeros en bondad y en toda caballería, y ninguno de los otros no serán tales como éstos. Y éstos serán muy buenos en caballería, mas a todos pasará Tristán en bondad y hermosura.
Bandemagus le dijo:
—Pues vos, Merlín, me decís que estos tres serán tan buenos caballeros, que pasarán en toda bondad y caballería a todos los otros, y puesto que me decís el nombre de uno, decidme el nombre de los otros dos.
—No lo haré —dijo Merlín.
Y después que esto dijo dio un gran baladro doloroso, que el cielo traspasó, tal que Bandemagus tuvo de él gran cuita y sentimiento; y si lo pudiera socorrer de grado lo hiciera. Y Merlín hizo dentro su duelo muy doloroso y esquivo a maravilla, que no hay corazón humano que no tuviese de ello gran sentimiento; y Bandemagus le dijo:
—¡Ay Merlín, buen amigo!, decidme si os pluguiere: la Tabla Redonda que se hizo por vuestro consejo, ¿qué será de ella?
Y Merlín dijo:
—Bandemagus, ella entrará en gran honra y en muy gran alegría y alteza; además, será de tan gran poder, que tendrán de ella que hablar las gentes por siempre; y todos los buenos caballeros del mundo que se preciaren la vendrán a ver; y el que ende fuere compañero se tendrá por bien andante. Y cuando estuviere en la mayor honra y en el mayor poder, entonces comenzará su vergüenza y vendrá su abajamiento, y comenzarán a perderse todos los buenos hombres. En aquel tiempo se llamará al rey Artur rey atribulado, y largo tiempo deseará su muerte. Y en aquel tiempo fallará la flor de la caballería de todo el mundo, y los reinos de Londres, que tú verás cumplidos de toda buena ventura sobre todos los otros reinos, tornarán en gran dolor y cuita; mas aquel tiempo no verás tú, que aquel que no tiene miedo ni vergüenza a ninguno enviará por ti.
Y Bandemagus le dijo:
—Decidme, ¿qué decís del rey Artur?, ¿podrá reinar largo tiempo?
—Sí —dijo Merlín—, y será mucho menester al mundo de reinar mucho, y todos los reyes de esta tierra valdrán muy poco sin él, que él en su vida usará largo tiempo de alegría. Y han de avenirle cosas extrañas; mas al fin su casa será fuente de lágrimas, y su término será en el doloroso día en que los que quedaren de la Tabla Redonda harán fin. Aquel día será buen día de sangre y de tristeza y de mortal pesar; aquel día entrará saña y pesar y dolor; aquel día tendrán los ojos atados paños y no verán; aquel día será la ventura madrastra a todo el mundo, y todos en aquel tiempo serán lavados en sangre de hombres. Allí se matarán hermanos y parientes, y el padre al hijo y el hijo al padre, y no se tendrán vergüenza ni se temerán el uno al otro; y allí no habrá sino cuita y dolor, después que el padre diera el golpe al hijo malo y mal hecho, de que morirá; y de aquel golpe morirá toda la flor de la caballería. Y aquel día será día de gran duelo y pesar, que no lo podrá creer hombre ninguno. Y el mundo entero debería rogar a Dios, que no fuese aquel día, pues aquel día serán tinieblas y noche oscura. Y este día vendrá en las tierras por ocasión de la reina Ginebra, y por amor de la maldita sierpe que al rey apareció en visión.
Después que Merlín esto y otras muchas cosas hubo dicho, se calló, y cabo de una pieza tornó a hacer su duelo muy fuerte. Después que hubo hecho el duelo, Bandemagus le dijo:
—Merlín, yo me tengo de combatir con Meliadús el Arreciado, ¿qué me decís?, ¿podré vencerlo?
—No —dijo Merlín—, que es mayor y mejor caballero que vos y mucho más recio que vos. Y creed que si os combatís con él en esta edad en que estáis, que os matará.
Y Bandemagus dijo:
—Pues, ¿qué haré que todavía me he de combatir con él, queriendo o no?
Y Merlín dijo:
—Bandemagus, yo os diré qué haréis, y si de otra manera lo hacéis seréis muerto. Así como vos andáis demandando a Meliadús el Grande por lidiar con él, así lo anda buscando Morlot de Irlanda hasta que lo halle; y vos pugnad de haber compañía y amor con Morlot. Y de que tomareis con él amistad hacer por buscarle juntos, y dejar tomar con él la batalla a Morlot antes que vos la toméis. Y sed cierto que Morlot ha de matar a Meliadús, y así será vuestra demanda acabada. Entonces vos podéis tornar a la corte del rey Artur, sin vergüenza de esta demanda cuando quisiereis, mas vuestra honra anda en esto catando deshonra. Y por esto te aconsejo que así lo hagas, que no puedes en otra manera hacer sin recibir muerte.
Cuando esto oyó Bandemagus dijo que así lo haría. Y Merlín dijo a Bandemagus:
—Si fueres a la corte del rey Artur, dile de mi parte que es preso su sobrino Galván, y que no puede ser libre sino por su hermano Gariete; y que mire cómo arme caballero a su hermano Gariete, si quiere que sea libre Galván.
Y después que esto hubo dicho, Merlín se calló; y al cabo de un pequeño espacio preguntó Bandemagus:
—¡Ay Merlín!, ¿quién fue aquella que así os prendió y encerró aquí tan fuerte que no hay hombre que os pueda dar remedio?
Y Merlín le dijo:
—Una doncella que yo vi en tan mal día para mí, cuyo nombre de bautismo es Niviana y es natural de la Pequeña Bretaña, y la llaman la Doncella del Lago, que en punto malo nació para mí y para muchos buenos a quien yo haré gran falta; y en fuerte hora vi yo su compañía.
Y de que esta palabra dijo, se calló así que cosa que Bandemagus le preguntase no le respondió; y muchas veces le preguntó y no respondía, y así atendió hasta otro día. Entonces vino un gran tronido con relámpagos y piedra y agua, y oscuridad tan grande que parecía noche oscura. Y Bandemagus cayó en tierra y perdió gran parte de su fuerza. Un poco después de hora nona dio Merlín un gran baladro y un gemido tan espantoso, que Bandemagus tuvo gran miedo; y al cabo de una pieza habló no en voz de hombre, mas de diablo, y dijo:
—¡Ay mala criatura, y vil y fea y espantosa de ver y de oír, mal aventurado y de mal hacer, que ya fuiste flor de verdad y ya fuiste en la bendita silla en la gloria celestial con toda alegría y con todo bien cumplido! Criatura maldita y de mala parte desconocida y soberbia, que por tu orgullo quisiste estar en lugar de Dios, y por ende fuiste derribado con tu mezquina y cativa compañía; que te tiró del lugar de alegría y placer por tu culpa, y te metió en tiniebla y en cuita que no te fallecerá en ningún tiempo. Y esto tienes tú por tu gran soberbia, que has ganado cosa maldita que me hiciste contra razón; pues que tú ves que así me escarnece mi pecado, porque Dios de mí no quiere tener parte. ¿Por qué no vienes tú por mí con tu grande y mala compañía de tus sirvientes? Y hazme tener mal fin, que yo soy tu carne; ven y tómame, que de ti vine por mala ventura y a ti me quiero tornar, que yo soy tuyo de comienzo, que siempre hice tus obras; y yo no quiero ni amo sino a ti, y a ti ruego y a ti demando que no me dejes: ¡Ay infierno que siempre estás abierto para mí y para otros, alégrate que Merlín entrará en ti, y a ti me doy derechamente!
Y cuando Bandemagus esto oyó quedó tan espantado, que no supo qué hacer; y se signó muchas veces de las grandes maravillas que oía, y dijo entre sí:
—Desde hoy más quiero irme de aquí.
Y luego tornó de otro acuerdo y dijo:
—Por cierto no lo haré, antes quiero esperar en qué manera finará Merlín.
Y él así estando ante el monumento vino un gran trueno y pedrisco, y tan gran ruido espantoso y tan gran oscuridad que no vio ni punto más que si fuese noche oscura, aunque era un poco antes de nona. Y oyó en la casa vuelta y alborozo tan grande como si estuviesen allí mil hombres, y que diese cada uno las mayores voces que pudiese. Y había entre ellas muchas voces feas y espantosas, de las cuales Bandemagus tuvo gran miedo, que no se pudo tener en pie. Y le pareció que le fallaba el corazón, y que toda la fuerza del cuerpo le menguaba; y cayó aturdido en tierra y muy sin virtud, que creyó luego estar muerto. ¡Tanto tuvo gran miedo! Y él, así yaciendo en tierra, oyó un baladro tan grande como si mil hombres diesen voces todos a una, y entre todas había una voz tan grande que sonaba sobre las otras y parecía que lloraba al cielo, y decía aquella voz:
—¡Ay cativo, por qué nací, pues mi fin tengo con gran dolor! ¿Di, mezquino Merlín, dónde vas a perderte? ¡Ay qué pérdida tan dolorosa!
Estas palabras y otras muy sensibles dijo. Y sobre esto Merlín calló y murió con un muy doloroso baladro, que fue en tan alta voz que, según lo escribe el autor y otros muchos que de esto hablaron, este baladro que entonces dio Merlín fue oído sobre todas las otras voces, que sonó a dos jornadas en todas partes. Y hoy día están ahí los padrones que los hombres buenos de aquel tiempo hicieron poner; y están ahí porque sea sabido por dónde fue la voz oída, y hasta donde llegó el sonido de ella. Y las candelas que él hizo arder siempre de largo tiempo sobre los tres reyes que mató el rey Artur, cuando venció al hermano del rey Rión, fueron luego muertas; y otras muchas cosas acaecieron aquel día que Merlín murió, que las tuvieron por maravilla. Por esto lo llaman el Baladro de Merlín en romance, el cual será de grado oído de muchas gentes, en especial de aquellos caballeros que nunca hicieron villanía, sino proezas y grandes bondades de caballería, y cosas extrañas que hicieron los caballeros de la Tabla Redonda. De esto da cuenta por extenso la Historia del Santo Grial.
Bandemagus estuvo así atordecido del espanto que tuvo en oír el baladro de Merlín y las grandes voces, como ya es dicho, y tanto estuvo atordecido como uno pudiera andar una jornada. Y desde que en su acuerdo tornó vio tanta multitud de diablos, que le pareció que toda la tierra cubrían; y salió de allí con gran espanto y con mucho dolor, porque no pudo remediar en cosa la muerte de Merlín. Y así como hombre el más de los tristes fue a donde había dejado su doncella, la cual desde que le vio fue muy atribulada, porque le vio tan desfigurado que a gran pena le conmocía; y le preguntó con infinitos ruegos que le dijese de qué venía así desfigurado, y dónde había estado tanto tiempo. Bandemagus, vistos los congojosos ruegos que su doncella le hacía, se esforzó en hablar, que tal venía que con toda pena podía ser entendido lo que decía; y lo mejor que pudo contó, punto por punto, a la doncella todo lo que había visto y oído. La doncella se maravilló de oír las cosas que Bandemagus decía, y le rogó que luego se fuesen de allí; lo cual Bandemagus hizo.
Y se fue por la montaña a ver si podría hallar a Morlot o a Meliadús el Arreciado para acabar su aventura, como Merlín le había aconsejado. Y tanto anduvo que halló a Morlot, e hizo con él su amistad, y enviaron la doncella honorablemente a su tierra. Y fueron a buscar a Meliadús, y a poco trecho le toparon. Y Morlot quiso la primera batalla, y abajaron sus lanzas y de todo su poder se encontraron; y Morlot pasó a Meliadús la lanza por los pechos hasta la otra parte, y cayó muerto en tierra. Y Bandemagus que lo vio le pesó, como quiera que así se lo había dicho Merlín que había de ser, según arriba es dicho.
Así acabó Bandemagus su aventura, y se partieron Morlot y él muy conformes, cada uno por su camino: Morlot a Irlanda, Bandemagus a la corte del rey Artur; y contó lo que había visto y la muerte de Merlín tan dolorosa que no le pudo poner remedio. De lo cual todos los de la corte hicieron gran sentimiento, en especial el rey Artur, que perdía con él gran pérdida, y todo el reino de Londres asimismo. Y cierto fue tan Manteado por tantas partes, que nunca ningún príncipe ni señor tanto lo fue en el reino de Londres, ni en otras provincias; y quedaron los caballeros de la Tabla allí por algunos días, que no hicieron caballerías ni cosa que de contar sea.
Así pasó la muerte de Merlín como arribas es dicho, y con mayor sentimiento que aquí escribirse puede; pero quienquiera puede colegir por vía de razón, un hombre que tanto servía al rey y reino cuánta razón habían de llorarle todos.
Así hace aquí fin el presente tratado, muy ilustre señor, poniendo silencio a la pluma, suplicando a vuestra real excelencia quiera recibir la presente copilación, no por profano servicio, mas con toda rectitud y de serviros hecha. Y si en algo de lo por mí escrito algún defecto se hallare, lo que no dudo, muy esclarecido señor, a vuestra real majestad suplico lo mande corregir y enmendar, que yo no de mío este libro copilé, mas le transferí de una lengua en otra, porque me parecía a este vuestro propósito o prisión algo hacer. Humildemente suplicando quedo, vuestra serenidad dar quiera lugar a mi tan pequeño servicio en la menor parte de su real y virtuosa condición humana.