Y a la mañana partió Merlín y la doncella y dos caballeros y cuatro escuderos con ellos; y los caballeros eran parientes de la doncella y sabían ya bien que no había cosa en el mundo que ella tanto desamase como a Merlín. Y había hasta llegar a la mar cuatro jornadas, y las anduvieron en breve espacio. Y cuando llegaron a la mar entraron en una nave, y tuvieron buen tiempo y pasaron a la Gran Bretaña. Y cuando salieron de la nave subieron en sus caballos. Merlín dijo:
—Vayamos contra el reino de Gorra, que allí podemos hallar lo que buscamos.
Uno de los caballeros dijo luego:
—Si fuéremos contra Gorra, convendrá que pasemos contra la Gran Bretaña por la Montaña Peligrosa.
—Verdad es —dijo Merlín— que por ahí es la derecha carrera.
Todo aquel día anduvieron en paz, que no hallaron cosa que hombre deba poner en libro. Y otro día de mañana se partieron de un castillo y anduvieron hasta hora de tercia, y llegaron a un llano hermoso y grande, y no había en él muchos árboles, sino dos olmos grandes y muy hermosos por maravilla. Y aquellos dos árboles estaban enmedio del camino. Y había una cruz entre ambos y había alrededor de la cruz bien cien monumentos, y cabe la cruz había dos cadiras tan hermosas y ricas como si un emperador hubiese de sentarse en ellas. Y había sobre cada una un arco de alabastro, así como bóveda, por tal que la lluvia ni el sol no podría dañar. Y en cada cadira un hombre bueno estaba sentado con su arpa en la mano, que tañía cuando quería. Y tenían alrededor de sí tantos otros instrumentos que era maravilla. Y cuando Merlín llegó cerca de él, estuvo quedo y dijo a los hombres que con él iban:
—¿Veis aquellos hombres que están en aquellas cadiras con sus arpas?
—Sí —dijeron ellos.
—Gran tiempo ha que no visteis tal maravilla. Sabed que aquel son de aquellas arpas es de tal virtud, que ningún hombre ni ninguna mujer, sino aquellas que las tañen, no las podrían oír, si no son encantados tan maravillosamente que luego pierdan el poder que tienen de todos sus miembros; de manera que luego caen como muertos y están en tierra mientras ellos quieren.
Cuando ellos esto oyeron quedaron muy espantados en oír tan gran maravilla como Merlín decía; mas algunos de ellos decían entre sí que no lo podían creer ser así como decía. Esto acusaba el mal querer que ellos con Merlín tenían, a causa de la doncella que con Merlín iba, porque era parienta de ellos. Mas Merlín, que bien los entendía, dijo:
—Aún os quiero decir que por este encantamiento avino mucho mal, que si alguno pasa por aquí y lleva su mujer o su amiga, si es hermosa, yacen con ella los encantadores ante aquellos que las traen, y después matan a aquellos que las quieren hablar. Y de esta manera hace gran tiempo que usaron estos encantadores, y murieron ya por esto muchos hombres buenos, y fueron muchas dueñas y doncellas escarnidas. Mas si yo sé algo de encantamiento jamás hombre bueno ni dueña ni doncella no recibirá de ellos pesar.
Entonces tapó sus orejas lo mejor que pudo por no oír el son de las arpas, e hizo así como hace una sierpe que hay en Egipto que se llama espas, que mete en una oreja el pico de la cola y la tapa; y mete otrosí la otra oreja en el polvo, por no oír la conjuración del encantador. Así hizo Merlín cuando llegó a los encantadores, que se temió ser encantado; y fue tan bien adelante que sus encantamientos no le pudieron dañar, mas a la doncella y a los otros hizo tan gran mal que cayeron en tierra muertos, y estuvieron amortecidos gran pieza. Y cuando Merlín vio así yacer a su doncella no fue pequeña la saña que tuvo, y dijo:
—Cierto, amigos, yo os vengaré en manera tan criminosa que siempre hablarán los que después de nosotros vengan, y por vos ganarán todos aquellos que por aquí pasaran y fueran encantados de cualquier encantamiento.
Entonces hizo Merlín sus encantamientos tales cuales supo que podían valer a tal cosa. Y se fue contra los encantadores, y tanto que a ellos llegó fueron tales que perdieron el saber y el poder de los miembros, así que un niño los pudiera matar, si tuviese tanta fuerza. Y ellos no podían cosa saber en que miraban a Merlín, y cada uno no tenía su arte en nada. Y cuando Merlín los vio tales les dijo:
—¡Ay hombres malos y descomulgados, quien esto hiciera tiempo ha gran limosna hubiera hecho, que mucho habéis hecho males y traiciones después que vinisteis a esta tierra, mas desde ahora quedará vuestra maldad y traiciones!
Entonces tornó a la doncella y a los que con ella estaban, y tanto hizo que los desencantó y tornaron en su poder así como antes eran, y les preguntó cómo les fuera:
—Señor —dijeron ellos—, nosotros tuvimos gran miedo y toda cuita que corazón de hombre no podría pensar, que tuvimos entre nosotros conocidamente los príncipes y sirvientes del infierno; y nos ligaron y apretaron tan de recio que no teníamos ningún poder de hacer cosa, antes creíamos de estar muertos en cuerpos y almas.
—No os acuitéis —dijo Merlín—, que cuando éstos me escaparen de la mano, tales quedan que jamás cristiano no recibirá daño de ellos.
Entonces hizo hacer dos cuevas grandes, la una del un cabo del árbol y la otra del otro cabo; y después que fueron hechas tomó uno de los encantadores, así como estaba en su cadira, y lo metió en una de las cuevas, y el otro en la otra; y tomó mucho azufre y encendiólo, que del hedor y de la gran calor fueron luego muertos los encantadores.
Entonces preguntó Merlín a aquellos que con él estaban:
—¿Qué os parece, señores, qué venganza he tomado de estos encantadores?
Dijeron ellos:
—Es grande por Dios, y creemos sin falta que jamás no oirán hombres hablar de esta venganza que no os bendigan por ello.
—Pero —dijo Merlín— creed, señores, que según el daño que han hecho a las gentes, aún no me tengo por contento en esto hacerles, si esta venganza que hago no fuere bien conocida, tal que después de mi muerte la vean los que después de mí vinieren.
Entonces fue a tomar cuatro capas de las que estaban sobre los monumentos de los que allí mataron, y puso dos sobre cada una de las cuevas, de manera que los que por allí pasasen pudiesen bien ver el fuego que había en cada una de las cuevas.
Y Merlín, entonces dijo a los que con él estaban:
—Este fuego durará tanto cuanto dure el reinado del rey Artur, y aquel día que él muriere, morirá el fuego. Otra maravilla vendrá mayor: que los cuerpos de los encantadores se tornarán así como ahora son, que no arderán ni perecerán hasta que el rey Artur esté muerto. Y esto hago yo, porque todos los que después de mí vinieren, sepan que yo fui el que más entendió de nigromancia de todos los del reino de Londres. Y cierto, si yo creyese largamente vivir no me entretendría en tal cosa, mas yo sé bien que he presto de morir, y por ende hice esto, porque después de mi muerte sea testimonio de mi saber.
—Cierto —dijeron ellos—, bien se cree, por esto y por otras cosas que habéis hecho mostrar, que vos sois el más sabio hombre sobre todos los otros. Pues de tan gran maravilla nunca oyó hombre hablar.
Entonces se partieron de allí y entraron en su camino contra la Floresta Peligrosa, y anduvieron por sus jornadas hasta llegar a la Pequeña Bretaña.
Cuando Merlín se partió de la corte con la Doncella del Lago, quedó el rey Artur en Camalot cinco días en gran alegría y pasados los cinco días se fue a Cardoil, una ciudad muy hermosa y muy rica. Y un día, estando el rey con ricoshombres, le llegaron nuevas que el rey de Irlanda y el rey del Valle y el rey de Salebrén y el rey de la Luenga ínsula y el rey de la Marcha aportaron en su tierra con gran gente a maravilla, y le robaron la tierra y le quemaron las villas, y le tomaron tres castillos o cuatro contra Sereloyes. Cuando el rey Artur oyó estas nuevas fue muy sañudo y dijo que por su mal vinieran, y se atavió de ir contra ellos. Entonces envió por todos sus vasallos, que fuesen en pos de él hasta el reino de Norgales, que allí creía hallar a sus enemigos. Y después que hubo enviado sus letras a cada uno, se partió de Cardoil con aquella gente que pudo tener, y los ricoshombres que con él estaban le dijeron:
—Señor, vos debíais atender hasta que vuestros ricoshombres viniesen y los otros por que enviasteis; que cierto si vos con tan poca gente venís contra vuestros enemigos, no los podréis sufrir, que ellos tienen gran gente.
Y él respondió:
—¿Cómo queréis que vaya así tardando, y mis enemigos robándome la tierra y quemándola y matándome mis hombres? Cierto, mal guardaría yo el pueblo que Dios metió en mi mano, si no les impidiese los robadores y los malos, y verdaderamente que jamás no tendré holganza hasta que vaya a ellos. Y si yo tuviese la mitad menos de gente que tengo, yo me iría contra ellos, que en otra manera no mostraría que debía ser su señor, si no los sacase a todo mi poder de señorío de otras gentes.
Esto dijo el rey a los que decían que quedase. Y él amaba a la reina tanto que no podía ir sin ella a ningún lugar, y le dijo:
—Señora reina, ataviaos de ir conmigo y llevad con vos todas vuestras doncellas, cuales vos quisiereis que vayan con vos.
Cuando esto oyó la reina, dijo ella:
—Señor, en esto vuestra voluntad sea cumplida.
Y al otro día de mañana se partió el rey de Cardoil con la gente que pudo, y su mujer con él. Y cabalgaron contra el reino de Norgales, que allí sabían que hallarían a sus enemigos. Y él yendo por la carrera llegó la gente por toda parte, que sus hombres se cuitaban de llegar a la batalla con tiempo. Y el rey llegó al reino de Norgales. Y sus enemigos, de que supieron que venía, tomaron consejo sobre qué podían hacer, que mucho se temían de juntarse con él en el campo, que sabían que era buen caballero de armas y ardido, y que sus hombres eran más sufridores de armas y más dispuestos que otros hombres. Y un caballero que era hermano de uno de los reyes, dijo:
—Yo os diré cómo podremos desbaratar la gente y al rey muy ligeramente, en manera que no perdáis mucha gente; y podréis esto haber hecho mañana antes de hora de prima.
Ellos respondieron:
—Si nos enseñáis esto, nunca mejor consejo fue dado; y ahora decidnos cómo podrá ser.
—De grado —dijo él—, verdad es que el rey Artur posa aquí sobre la ribera Dombre, a la entrada de la floresta que llaman Marsola, y allí el rey quiere holgar hoy y mañana, por atender al rey Pelinor, que le ha de traer mucha gente de su tierra; y él bien cree que no sabemos nada de su venida, y por ende, sería bien que nos cabalguemos tanto que fuere de noche y nos llevemos la mitad de nuestra gente, y la otra mitad quede aquí; así andaremos toda la noche, y antes de la luz estaremos con él; y si nosotros pudiéramos entrar en las tiendas antes que los hallemos armados a todos, los desbarataremos. Y este es mi consejo; ahora veamos qué decís vosotros.
—Por Dios —dijeron ellos—, este es buen consejo; y no hay cosa que mejor podamos hacer si fuéremos cuerdos.
Y en este consejo se otorgaron, y escogieron entre sí cuáles irían y cuáles quedarían; y mandaron a aquellos que habían de ir que se ataviasen. Y después que cenaron en la hueste, los cinco reyes cabalgaron e hicieron tomar sus armas y sus escudos, y llevaron consigo aquellos que entendieron y en quien más se fiaban; y en tal manera anduvieron toda la noche que nunca holgaron. Y cuando la luz apareció, el rey y la reina y toda la gente se levantaron; y Galván y Quía el mayordomo y Giflete, el hijo de Bron, fueron a las tiendas del rey desarmados pues querían oír misa. Y en cuanto el rey les dijo que estaría bien que tomasen sus armas, las voces fueron muy grandes por toda la hueste, y decían: «¡Armas, armas!»; que ya los cinco reyes con su hueste estaban entre ellos, y los comenzaron a matar y a herir, que los hallaron desarmados, como hombres que no se recelaban de lo que les avino.