Capítulo XXXVI

Cuando se partieron de Camalot anduvieron tanto por sus jornadas que llegaron al mar, y entraron en una nave; y les dio Dios tal tiempo tan próspero que en pocos días entraron en la Pequeña Bretaña, y pasaron por la tierra del rey Van de Venuit; y si no fuera Merlín con ellos hubieran gran riesgo, que entonces era la guerra tan grande entre el rey Van de Venuit y el rey Claudes de la Desierta, que ninguno no osaba por ahí pasar seguro. Y en aquel día fueron a aposentarse en un castillo del rey Van de Venuit, que estaba en una peña alta y maravillosa; y era aquel castillo uno de los más fuertes que hombre supiese en toda la tierra, y lo llamaban Table; y el rey Van de Venuit no estaba entonces en aquel castillo, estaba en otro lugar, cerca de allí, donde mantenía la tierra contra Claudes. Mas la reina, su mujer, que se llamaba Elena, estaba ahí. Y ésta era una de las más hermosas mujeres que había en la pequeña Bretaña, y la mejor dueña a Dios y al mundo. Y entre ella y su marido no había más de un hijo de un año; mas de su edad era la más hermosa criatura del mundo, y le llamaban los de casa Lanzarote, mas su nombre de bautismo era Galaz. Y la reina Elena tanto que conoció a la doncella de Urberlanda, plúgole mucho con ella y la recibió muy bien. Esta Urberlanda, donde yo os hablo, es el reino de Urberlanda que está entre el reino de Morgales y de Gorra, que esta Urberlanda es la Pequeña Bretaña y la otra es la Grande.

Mucho plugo a la reina Elena, así como ya os diré; y comió la doncella con ella y le hizo grande fiesta, y después que comieron hizo traer a su hijo para que lo viese la doncella. Y cuando la doncella lo vio lo cató bien y dijo:

—Cierto, hermosa criatura eres; si tú puedes vivir hasta la edad de veinte años, tú serás el que no tendrá par entre todos los otros.

Y de esta palabra se rió Merlín y todos los otros. Y se llegó Merlín a la doncella y le dijo:

—Él vivirá más de cincuenta años, mas en ningún tiempo no será tan loado de beldad como de caballería; y bien podréis creer que antes de él ni después no habrá tal caballero como él.

Y ella dijo:

—Bendito sea Dios que me dejó tener tal criatura.

Y le besó más de cien veces. Y la que lo criaba lo tomó y lo llevó para su cámara. Y la reina dijo a la doncella:

—Doncella, mucho nos sería menester que este mi hijo fuese mayor que es, que siempre tenemos guerra con nuestro vecino.

Dijo la doncella:

—¿Cuál es su nombre?

Dijo la reina:

—Claudes de la Desierta, y es el más mal hombre del mundo; y Dios me dé de él tal venganza que mi corazón quede contento. Que nunca tanto desamé a hombre como a él.

—Dueña —dijo Merlín—, aún más lo desamarás; pero vendrá tiempo antes que muera Lanzarote que Claudes no tendrá un palmo de heredad en esta tierra, antes se partirá pobremente vencido del campo; y huirá a otra tierra.

Y dijo la reina:

—Si aquel día yo viese estaría contenta, que no hay cosa que tanto desamo, pues me torna pobre.

—No os desconfortéis, dueña —dijo Merlín—, que todo así será como yo os digo.

—Dios lo haga así —dijo ella—, que así sería yo alegre.

Así habló Merlín de Claudes; y después así avino todo, y la reina nunca preguntó quién era, que jamás no creía que Merlín viniese a aquella tierra.

Y a la mañana, cuando la doncella oyó misa, cabalgó y se partió del Temblé [64], y su compañía con ella. Y anduvieron tanto que llegaron a una dehesa pequeña, que era la más hermosa de su grandeza que había en Francia y en Bretaña, y la llamaban Dehesa del Valle, porque la mayor parte de ella está en un valle. Y cuando llegaron a ella, dijo Merlín:

—¿Y queréis vos, señora, ver el lago de Diana del que vos muchas veces oísteis hablar?

—Sí —dijo ella—, mucho me placerá y cosa no podría ser de Diana que yo no viese de grado, porque amó en su vida el saber del monte y de la caza, así como yo.

—Vayamos —dijo Merlín—, y yo os llevaré.

Entonces se fueron por un valle, tanto que llegaron al lago de Diana, y era grande y bien alto.

Y dijo Merlín:

—Veis aquí el lago de Diana.

Entonces pasaron adelante tanto que vieron un padrón, y cabo del padrón había un monumento de mármol.

—Doncella —dijo Merlín—, en este monumento yace Faunos, amigo de Diana, que la amaba de todo amor, y ella fue tan villana que le hizo morir por la mayor deslealtad del mundo.

Y tal galardón le dio del gran amor que le tenía.

—¿Es verdad —dijo la doncella— que así mató Diana a su amigo?

—Verdad es —dijo él sin falta.

—Contad cómo fue —dijo ella—, que lo quiero saber.

—De grado —dijo él— os lo diré. En el tiempo de Virgilio, un tiempo antes que Jesucristo viniese a la tierra, Diana amó sobre todas las cosas la caza del monte. Y después que anduvo cazando por todas las tierras y montañas de Francia y de Bretaña, no halló ningún lugar con que tanto le pluguiese como con éste, y quedó aquí e hizo sobre este lago sus casas; y de día iba a cazar y de noche se tornaba aquí. Y de esta manera vivió en esto gran tiempo, que no hacía sino cazar y tomar venados; tanto que un hijo de un rey que tenía esta tierra, que se llamaba Faunes, la amó por la gran beldad que en ella vio, y porque era tan buena y tan viva y ligera y sufridera de afán que ningún hombre no podría tanto trabajo sufrir de caza como ella. Y él no era aún caballero, mas niño hermoso y despierto, y ella le amó tanto que le prometió su amor por tal pleito: que se partiese de su padre y que otra compañía no quisiese sino la suya. Y él se lo prometió y quedó con ella; y ella, por amor de él y porque con este lugar le placía, hizo sobre este lago su morada muy rica y muy hermosa. Y así fue Faunes como perdido y dejó a su padre y a sus amigos y a todas las otras compañías por amor de Diana. Y él vivió con ella bien dos años, y amó ella a otro caballero que le halló así cazando como a Faunes; y aquel caballero se llamaba Félix y era de bajo linaje y pobre, que por bondad de armas fue caballero. Y sabía bien que Faunes era amigo de Diana, y le dijo que si ahí le hallase que le haría escarnio. Entonces dijo Félix a Diana:

—¿Vos me queréis bien, así como decís?

—Verdad es, dijo Diana, y más os amo que a hombre que fuese en el mundo.

—De esto —dijo él—, no me puede venir bien, que si a vos yo amase mucho no osaría venir a vos, que Faunes es tan poderoso, que tanto que lo supiese haría destruir a mí y a mi linaje.

—De esto —dijo ella— no temáis ni dejéis por ende de venir.

—Cierto —dijo él—, yo no vendré a vos si no os partís de él.

—Yo no podré —dijo ella— quitarme de él mientras él esté vivo y sano, que me quiere tan gran bien que no hay cosa en el mundo por la que de mí se apartase.

—Y cierto —dijo Félix—, a quitar os conviene de él, si no yo seré quito de vos.

Y Diana amaba a Félix tanto que haría cualquier cosa por su amor. Y pensó que haría morir a Faunes por alguna manera, o por ponzoña o por otra vía. Y con este concierto no se habló más y le dio cuenta del edificio que allí estaba y comenzó a decir:

—Este monumento que aquí veis estaba entonces aquí como ahora está, y estaba lleno de agua de su propiedad de la piedra, y encima había una campana. Entonces había en esta tierra un encantador que llamaban Damefori, que encantaba esta agua, que todos los heridos que de ella bebiesen eran sanos y guaridos.

Y después de esto avino un día que Faunes era herido de una herida que un puerco le diera. Y Diana, que no pensaba en otro sino en su mal y en su confusión, tanto que supo que estaba herido hizo sacar el agua del monumento porque no hallase ahí el agua con que guareciese. Y cuando él llegó y no halló el agua, tuvo gran pesar y dijo a Diana:

—¿Qué haré que estoy muy mal herido?

—No tengáis miedo —dijo ella—, que yo os remediaré bien. Despojaos y tendeos en este monumento, cubriros de esta piedra y echaros he dentro yerbas por un forado que tiene la piedra; que las piedras tienen tan gran virtud que luego estaréis guarido, tanto que sufráis un poco de la calentura de lo en que fueren cocidas las yerbas.

Y él, que no creía que cosa de su mal le quisiese, se echó en el monumento desnudo, y la piedra fue luego puesta sobre él, que era tan pesada que él no podía salir si no se la alzasen. Y tanto que él estuvo dentro, Diana, que pensaba en todo su mal, hizo derretir mucho plomo y lo echó en aquél forado por el monumento, y fue luego muerto. Y luego dijo ella a Félix:

—Quita soy de Faunes, que vos tanto dudabais.

Y le contó cómo. Y cuando Félix oyó la traición que Diana hiciera, dijo:

—Cierto, todo el mundo os debería desamar y ninguno no os debería amar ni preciaros, y ni yo lo haré.

Entonces tomó a Diana de los cabellos y sacó la espada, y le cortó la cabeza y después echó el cuerpo de ella y la cabeza en el lago. Y porque Diana fue echada allí, y porque tan de grado vivía allí, llaman a este lago y llamarán cuanto el mundo dure, el lago de Diana.

—Ahora os conté —dijo Merlín— cómo Diana mató a su amigo y cómo el lago fue llamado el lago de Diana.

—Cierto, Merlín —dijo la doncella—, vos me lo contasteis todo muy bien. Mas decidme, ¿qué fueron de las casas que aquí había hechas?

—El padre de Faunes las destruyó —dijo Merlín— luego que supo que su hijo estaba allí muerto.

—Mal hizo —dijo ella—, que a maravilla eran hechas en lugar tan bueno, y en él era gran placer; que ya, Dios no me ayude, si me partiere de aquí hasta que haya aquí hechas tan buenas casas como nunca aquí estuvieron, si por hombre pueden ser hechas, en que yo more mientras viviere. Y yo os ruego, Merlín, que por el amor que me tenéis, que vos trabajéis ende.

Y él dijo que lo haría, pues se lo rogaba. Y así comenzó Merlín por esta razón a hacer las casas cerca del lago de Diana. Y la doncella dijo a aquellos que con ella venían:

—Señores, si quisiereis conmigo quedar, ha de placerme mucho, os lo digo porque quiero aquí quedar en los días de mi vida, en tal manera que cada día iré a cazar y tornaré aquí.

Y aquellos que allí estaban que esto oían eran sus parientes, y respondieron:

—Si os place de quedar aquí más que de ir con vuestro padre, nos quedaremos con vos, que sin vos no osaremos ir a vuestro padre.

Y ella dijo que le placía quedar allí.

—Y yo os digo —dijo ella— que yo tengo tanto oro y plata que Merlín me dio, cuanta podemos en nuestra vida despender.

Entonces fue Merlín a buscar por toda la tierra pedreros y carpinteros e hizo hacer cabo del padrón casas y palacios tan hermosos y tan ricos, que en toda la Pequeña Bretaña no los había tales de rey ni de príncipe. Y después que esta obra fue cumplida, Merlín dijo a la doncella:

—Ahora vos no vale cosa esta morada, si no la hago tal que no la vea ninguno, salvo los que dentro moraren.

Entonces comenzó a hacer su encantamiento, y cerró tan maravillosamente las casas de todas partes que no se parecía a ninguna cosa, sino agua; y así que quien fuese alrededor por fuera, ya tanto no sabría mirar que viese sino agua del lago. Y después que hubo hecho esta maestría dijo a la doncella:

—Ahora está vuestra casa bien ataviada, y sabed que ninguno no la puede ver si no fuere de aquí morador. Y si alguno de vuestra compañía por envidia o por desamor la quisiera enseñar a otro, caerá luego en el lago y morirá.

—Por Dios —dijo la doncella—, mucho es hermoso y maravilloso este edificio, y nunca oí hablar de tan rica cobertura.

Así quedó Merlín con la doncella, y la amaba de tan gran amor que la tenía, que no había cosa en el mundo que tanto amase; y por el gran amor que le tenía no le osaba pedir cosa por no enseñarle. Él pensaba todavía que se le llegara alguna manera de tenerla a su voluntad; y le enseñó ya tanto de nigromancia y de encantamiento, que ella sola sabía ya más que todos los que en aquel tiempo lo usaban, salvo Merlín. Y ninguno no sabrá pensar cosa ni hacer juego hermoso que ella no lo hiciese por encantamiento; pero con todo ello no había cosa en el mundo que tanto desamase como a Merlín, porque sabía bien que contendía él por llevarse su virginidad; y si le pudiera luego acometer la muerte por ponzoña, lo haría muy de grado, mas no osaba porque tenía pavor de que se lo entendiera él, porque era más sabio hombre que otro; empero ella lo había ya encantado por aquello que de él prendido había, que hacía ella de él todas las cosas que quisiese, y Merlín no sabía cosa. Y un día andaba Merlín por la casa y halló un caballero durmiendo en medio del palacio, y era pariente de la doncella, y ella estaba ahí, y Merlín dijo:

—¡Ay Dios, cómo es este caballero vicioso, más que fue el rey Artur!

—¿Y cómo lo fue? —dijo la doncella—, por Dios, decídmelo.

—Él tuvo hoy —dijo Merlín— tan gran pavor de muerte que no creyó escapar ni escapará, si no fuera por ardimiento de Quía, su mayordomo, que a dos golpes mató dos reyes; y por esto fue libre el rey Artur y fueron vencidos sus enemigos.

—Por buena fe —dijo la doncella—, si vos amaseis tanto al rey Artur como él os ama a vos, no lo dejaríais caer en tal peligro, antes vendríais siempre a su corte y nunca vos partiríais de la corte donde él estuviese.

—Cierto —dijo Merlín—, yo le dejé por dos cosas: la una por amor de vos, que os amo tanto que en ninguna manera no podría sin vos allá vivir. Y la otra, porque mis suertes me dicen que tan presto que ahí fuere, luego me matarán por traición.

—¿Cómo —dijo ella— y no os podéis guardar?

—No —dijo él—, que estoy ya encantado, que no sé quién me ordena esta muerte.

—Vos solíais saber —dijo ella— tan gran cosa de las cosas que habían de venir, y ¿ahora sois tornado en esto que perdisteis la sabiduría?

—Y aún —dijo él— yo sé gran parte de las cosas que atañen a mi vida y a mi muerte. Mas de las cosas que atañen para guardarme estoy tan tollido por encantamiento, que no sé darme consejo; que los encantamientos que son hechos no los puedo yo deshacer si no pierdo mi alma. Y cierto, antes quiero morir por cualquier día que muera, que no perder el alma.

De estas nuevas fue la Doncella del Lago maravillada, pero quedó alegre, que no entendía tanto en ninguna cosa como en la muerte de Merlín. Y Merlín no podía ya saber cosa de lo que ella hacía y decía y bien se guardaba ya de él por nigromancia.

Y no tardó mucho después de esto que Merlín estaba un día a la mesa y la doncella cabo por él, y le dijo:

—Ay Doncella del Lago, si vos amaseis al rey Artur y supieseis lo que en su daño ordenan, ¿no os placería?

—Señor —dijo ella—, bien puede ser, y os ruego que me digáis qué es.

Dijo él:

—Que Morgaina, su hermana, en quien él mucho confia tomó su espada con la vaina, y le dio otra contrahecha que se le parece, y que no le vale cosa. Y él se va mañana a combatir con un caballero, y así está en peligro de muerte, que su espada le fallará cuando más la necesite. Y el otro tendrá la mejor espada de caballero que en el mundo puede haber, con una vaina tal que hombre que la traiga no perderá gota de sangre.

—Por Dios —dijo la doncella—, mal andanza hay aquí y peligrosa hora, y querría que fuésemos vos y yo donde la batalla ha de ser, que cierto si el rey Artur en esta batalla es muerto, será el mayor daño que vendrá en nuestro tiempo.

—Y creed que será —dijo Merlín— muerto si Nuestro Señor de él no tiene piedad. Pues esto será por un pecado que yo sé que él hizo, después que Nuestro Señor le puso en la alteza en que está.

Y ella le preguntó qué era. Y él dijo:

—Esto no os lo puedo decir, que no cumple a mí ni a vos, que atañe a Aquel que de los grandes pecados toma entera venganza.

—Vos decís verdad —dijo ella—, y era desvarío lo que yo demandaba. Mas decidme si podéis en alguna manera estorbar esta batalla, que hubiese tanto plazo que pudiésemos ir primero de aquí a la Gran Bretaña.

—Sí —dijo él.

—¿Y en cuántas jornadas podríamos ir?

—En doce —dijo él.

—Os ruego —dijo ella— que hagáis alongar el plazo y nos andemos en holgar hasta que lleguemos allá, y yo creo que el rey Artur no perderá cosa.

—Cierto, doncella —dijo Merlín—, no hay cosa que de más grado hiciese que esta de ir a la Gran Bretaña, si no me temiese de muerte por traición.

—No temáis —dijo ella—, que yo os guardaré así como guardaría a mi cuerpo, que os amo más que a hombre del mundo que sea, y tengo mucha razón, que vos me enseñasteis cuanto sé y no tengo bien sino por vos.

—Doncella —dijo él—, ¿pues pláceos que vamos a la Gran Bretaña?

—Sí —dijo ella—, os lo ruego.

—Yo iré —dijo él—, pues os place; pero bien sé que hago desvarío.

Entonces mandó la doncella a algunos de los suyos que quedasen en su casa, y otros que fuesen con ella, y así lo hicieron.