Capítulo XXXIV

Merlín dijo al rey Artur:

—Señor, haced delante de vos venir a la madre de Tor y veréis si es verdad lo que yo os dije.

Y el rey envió por ella. Y llegado el mensajero ella se maravilló de porqué el rey la quería, y vino luego a palacio y envió un hombre suyo y un paje a hacer saber al rey que era venida y qué mandaba. El rey como lo oyó se apartó a una cámara e hizo ir consigo a Merlín, y al rey Pelinor y a otros de los mejores de su casa; y se sentó el rey e hizo que entrase allá la madre de Tor. Y entrada dijo Merlín a la dueña:

—Dueña, veis aquí al rey Artur, que es vuestro señor, que os ruega que le hagáis conocer al padre de este caballero.

Y le mostró a Tor. Y respondió ella y dijo:

—Señor, su padre puede si quisiere muy bien conocer él, que es un hombre pobre labrador de tierra; y creo que alguna vez lo vio, que él lo trajo aquí para hacerle caballero.

—Dueña —dijo Merlín—, no os demandamos de aquel que lo crió, mas de aquel que lo engendró. Bien sabemos por verdad que no salió él de villano, mas de hidalgo.

Entonces dijo la dueña:

—Cierto, señores, la verdad yo os la contaré, que no os mentiré en cosa. Siendo yo moza de poca edad vino a mí un caballero y durmió conmigo, y yo concebí de él este hijo. Y esto sabe bien Dios, y jamás nunca vi al caballero ni tuve nuevas de él. Y cierto me tuvo virgen, que no tenía más de quince años.

Y dijo el rey:

—Por esto que vos me decís, no me decís quién es el padre de Tor.

—Cierto —dijo ella—, no, que no lo sé.

Entonces comenzó Merlín a reír y dijo:

—¿Si os lo mostrare lo conoceríais?

—No —dijo ella—, según yo creo, que nunca lo vi, sino una vez, y de esto hace mucho tiempo.

Y Merlín dijo:

—Pues sabed que está aquí entre nosotros.

Y tomó al rey Pelinor por la mano y le dijo:

—Dueña, vedlo aquí.

Y ella embermejeció con vergüenza, y él también.

Y Merlín dijo:

—Yo os daré señas, por las que conocerás que es él. Vos la hallasteis cabe una mata pequeña, y estaba cabe ella un galgo y un mastín. Y vos hicisteis ir delante de vos a todos vuestros hombres, porque fingisteis que queríais hablar con un ermitaño, de penitencia. Y esto fue a tres trechos de ballesta de un castillo de nombre Amina. Y vos cuando la visteis tan hermosa os apeasteis y le disteis el caballo a tener hasta que os desarmasteis y dormisteis con ella dos veces, a su gran pesar. Y después que hubisteis cumplido vuestro querer le dijisteis:

—«Y creo que quedáis preñada».

—Y os armasteis y subisteis en vuestro caballo, y os la quisisteis llevar con vos; mas ella no quiso, antes comenzó a huir cuanto pudo, diciéndoos mal de corazón. Y cuando visteis que no quería ir con vos, la tomasteis el galgo que era todo blanco y lo llevasteis y dijisteis que lo amaríais por su amor, y lo guardaríais, y así os acaeció como os digo. Ahora ved, rey, si yo digo la verdad.

—Cierto —dijo el rey— vos no faltáis en cosa, que así fue todo como dices.

Entonces dijo Merlín a la dueña:

—Dueña, ¿os parece que digo la verdad?

—Sí —dijo ella—, ¡y cuánto yerran los que dan testimonio contra vos, diciendo que no decís la verdad de todas las cosas!

—¿Conoces a este hombre?

Dijo ella:

—Sí conozco, por aquella llaga que fue en esta corte sano. Y conozco yo mejor que vos, que sé la hora y el término en que fue engendrado.

—Si conoces cierto, pues creed que cuanto mas me veáis más me conoceréis.

—Cierto —dijo la dueña—, yo os creeré bien, que el diablo tiene poder de enseñar sus saberes en tantas formas y en tantas maneras, que no hay en el mundo tan cuerdo ningún hombre que no engañe a las veces. Y yo sé bien, así como muchos dicen, que vos fuisteis hijo del diablo, por lo cual no es maravilla que yo no os conociese luego donde os viese, que el diablo se encubre y se esconde siempre lo más que puede.

Entonces comenzaron a reír cuantos ahí estaban y decían a Merlín:

—¿Qué os parece esta dueña?

Dijo Merlín:

—Yo no puedo decir cosa de ella si no todo bien, que la buena dueña dice verdad. Mas no me quiere conocer lo que digo; mas yo le diré por qué lo hace ella.

Y ella respondió sañuda con enojo que de él tenía; y dijo:

—Ahora conozco sin falta, Merlín, que vos no sois de la manera de los otros diablos. Esto lo sabemos bien, que quieren siempre que el pecado de cada uno sea encubierto, así que no salga por la boca del pecador, si no fuere por escarnio o por profazo. Y vos así queréis que descubra el mío. Y yo he de descubrirlo, mas creed que Dios no os dará grado, que no lo hacéis por amor de Él, ni por enmendar a mí, sino por enseñar vuestro saber.

Entonces dijeron los ricoshombres:

—Merlín, ¿no os parece que esta dueña es sabia?

Dijo Merlín:

—Y tan buena dueña que yo le sufriría que me dijese peor de lo que me dice.

Entonces dijo la dueña al rey:

—Cierto, señor, no os mentiré, antes os lo diré todo, puesto que decirlo me conviene. Sabed que Tor, mi hijo, no es hijo de mi marido, antes lo hizo en mí aquel caballero, en aquella semana que yo fui casada, de que durmió conmigo en un monte.

Nuevamente dijo el rey:

—¿Y creéis ciertamente que éste es el padre de Tor?

—Sí —dijo ella—, verdaderamente, lo sé.

Entonces dijo Merlín a Tor:

—Ahora podéis vos ver y conocer que no sois hijo de villano, que cierto si vos fueseis hijo de villano, vos no haríais memoria de caballería; mas no puede ser que la hidalguía no se muestre por encubierta que esté y encerrada.

Entonces dijo el rey Pelinor:

—Ahora habéis ganado tanto como habéis perdido, que vos cobráis uno por otro.

Y el rey le rogó que le hiciese entender mejor aquello.

—Yo no os lo diré ahora —dijo Merlín—, mas en breve lo sabréis; y vos no ganaréis ahí cosa, si ahora lo dijese. Mas tanto os digo bien: que este es vuestro y debéis amarlo, que bien se demostrará por vuestro hijo en caballería, que si largamente vive no habrá en esta casa sino pocos caballeros mejores que él.

Así se hizo gran alegría entre cuantos allí estaban, y el rey Pelinor corría contra Tor y Tor contra él. Y besó el padre al hijo y el hijo al padre muchas veces. Y dijo Tor que se tenía por bien aventurado, por ser el rey Pelinor su padre; y el rey Pelinor decía lo mismo de Tor, y que se tenía por el más rico del mundo, pues tanto bien viera en su comienzo, que bien sabía que no fallaría de ser hombre bueno, si viviese. Y la dueña de que vio que así era, se despidió del rey Artur y besó a su hijo y le dijo:

—Hijo, vos fuisteis criado en pobreza, y Nuestro Señor os ama tanto que os quiere poner en alteza y en buena andanza. Por ello dad gracias a Nuestro Señor, que Él es poderoso de ensalzaros y de abajar y tornaros a nada. Y en esto vos debéis catar, que Él no os dio a guardar sino una alma; y si vos aquélla le diereis al diablo, cierto os valdría más ser pobre labrador como uno de vuestros hermanos.

Y Tor le respondió:

—Señora, yo pensaré bien en ella, si Dios quiere.

Y ella partió entonces de la corte, y se fueron con ella muchos hombres buenos y honrados, y el rey Pelinor le hizo después mucho bien de lo cual aquí no se hace mención. Y cuando la madre de Tor se partió de la corte, y fueron todas estas cosas así pasadas, preguntó el rey a la doncella cazadora, luego que le dio los galgos y el sabueso y la cabeza del ciervo:

—Doncella, ¿somos bien quitos de vos?

—Cierto —dijo ella—, que yo no creía que tan bien lo pudieseis vos hacer. Y pues cosa no me fallece de por lo que aquí vine, me quiero de vos despedir e ir para mi tierra.

—Doncella —dijo el rey—, antes holgaréis aquí con las dueñas y con las doncellas de la reina, y yo os digo que vos seréis festejada y honrada, tanto como la más alta dueña del mundo, si Dios me ayuda.

Dijo Merlín:

—Vos haréis gran derecho, sabiendo como yo lo sé quién es.

Entonces se llegó al rey y le dijo cómo era hija de rey y de reina.

—Y si le hiciereis honra todo el mundo os lo agradecerá.

Y el rey dijo que toda honra y todo amor le haría. Entonces rogó a la reina que la tomase y le hiciese honra sobre todas las demás doncellas de su casa. Y la reina dijo que lo haría de muy buen grado; y tanto le rogaron que ella les otorgó que quedaría con ellos algunos días. Y le preguntó la reina cuál era su nombre de bautismo, y ella le dijo que su nombre era Niviana, y que era hija de un buen hombre en la pequeña Bretaña, mas no quiso decir que era hija de rey. Y según por las crónicas francesas se dice, esta doncella fue aquella que después fue llamada la Doncella del Lago, y aquella crió después a Lanzarote gran tiempo, que por ende tuvo de nombre Lanzarote del Lago, así como la historia de Lanzarote lo recuenta. Mas la historia del Santo Grial no habla de esta cosa, antes habla de otras cosas, según que oiréis en dicha crónica.