Entonces se partió Tor del ermitaño y se metió en su camino, y no anduvo más de media legua, cuando vio venir en pos de sí un estruendo de caballeros, y atendió por ver qué cosa era. Y vio venir un caballero a gran andar, como si la muerte viniese en pos de él, y venía solo y bien armado, que no le faltaba cosa.
—¡Ay, señor! —dijo el enano—, vos no os podéis ir sin batalla. ¿Y sabéis quién es este?
—Sí —dijo él—, que este es el que yo buscaba, aquel que tomó al sabueso de la corte.
Entonces tomó el escudo y su lanza que el enano le traía, y enderezó al caballero en medio del camino. Y el otro le dijo a las mayores voces que pudo:
—¡Ay, mal caballero, cierto por vuestro mal tornasteis a las señoras el sabueso, que vos lo daréis a vuestra deshonra!
Y Tor no respondió cosa alguna a lo que él le dijo, antes enderezó la cabeza del caballo contra él; y ellos vinieron el uno contra el otro, y no a gran prisa, aunque traían buenos caballos, mas se hirieron tan reciamente que las lanzas volaron en piezas. Y ellos se encontraron de los caballos tan bravamente que ambos se derribaron en tierra y atravesados, que ninguno de ellos no faltó que los yelmos no fuesen en polvo envueltos; mas ellos eran vivos y ligeros y de gran fuerza. Se levantaron lo más aprisa que pudieron, y metieron mano a las espadas y se comenzaron a combatir. Y se veían a los primeros golpes los escudos hendir y despedazar, y los yelmos confundir y las armas romper y desmallar, que ellos eran ambos de gran bondad y de fuerza y vivos en gran manera. Y se combatían tan de hecho que se hacían menos valer las armas que antes, y la sangre les salía de todas partes, que duró la batalla entre ellos desde hora de prima hasta hora de tercia. Entonces estuvieron laxos y cansados, que mucho había cada uno perdido sangre; mas era Abelín muy cuitado, más que Tor, porque su espada no era tan buena y la de Tor era muy buena. Esto fue una cosa que mucho le valió aquel día, que mucho mal hizo al otro. Y un poco antes de hora de tercia comenzó a enflaquecer, que en breve perdía mucha sangre; y no pudo tan grandes golpes dar como antes daba, ni tan a menudo como antes hacía. Y Tor entendió bien cómo era laxo, y le comenzó a dar muy grandes golpes de espada, que le hizo salir la sangre por más de diez lugares; y él sufrió siempre bien y no pudo tan rápido enmendar su voluntad. Y Tor lo traía de acá y de allá, hacia adelante y otra vez atrás, a cual parte quería; y cuando vio que lo tenía casi suyo, le dijo:
—Caballero, tú ves que eres muerto si yo quisiera, que no has de poder defenderte; mas porque eres buen caballero he de hacerte un buen amor, que tú no harías a mí si fueses tan bien andante sobre mí como yo sobre ti.
—Ahora decid —dijo Abelín— qué cosa puede ser, que os lo agradeceré mucho, o tal puede ser que no.
—Si te quieres tener por vencido e ir a la prisión donde yo te enviare, salvaré tu vida, y yo te daré por quito y te podrás ir por donde quisieres, mas que el sabueso quede a mí.
Y Abelín lo cató en travieso y dijo:
—¡Mala ventura haya quien lo hiciere mientras viviere y tuviere el alma en el cuerpo, que después que yo conociere mi cobardía, jamás no tendré honra! Así Dios me ayude querría cien veces morir, si cien veces pudiese nacer, que una sola cosa hacer que se me tornase en retraimiento.
—¿Cómo —dijo Tor— así que queréis vos morir antes de hacer lo que yo os digo?
—Sí —dijo Abelín—, por buena fe.
Y Tor dijo:
—Pues la muerte contigo es.
Entonces se dejó correr a él y le hirió por el yelmo de un golpe tan grande de espada que le hizo caer en tierra adormecido; y se echó sobre él y le trabó del yelmo y se lo tiró y se lo echó lejos, le dio tres tales golpes con la manzana de la espada que las mallas del barbote le metió por la cabeza. Y le dio voces que se otorgase por vencido, si no que lo mataría. Y Abelín respondió a muy gran afán y dijo:
—No me otorgaré por vencido por poder que tengas, y ahora haz de mí lo que te pluguiere, que ya por pavor de muerte no diré cosa que a mí vergüenza torne.
Y Tor le dijo:
—O tú lo dirás, o yo te cortaré la cabeza.
Y le dio entonces con la manzana de la espada en el rostro, que le hizo correr la sangre; mas por esto nunca rendirse quiso.
En esto estando, llegó una doncella que venía en un palafrén blanco pequeño a muy gran andar.
Y cuando llegó allí y vio que Tor así tenía a aquel caballero para cortarle la cabeza, se apeó e hincó los hinojos y dijo:
—¡Ay, buen caballero!, por la fe que tú debes a la caballería, dame un don, que cierto tú eres el primer caballero al que don pedí.
Dijo él:
—Yo os digo que sois la primera doncella que nunca me pidió don desde que fui caballero. Y por esto no hay cosa en el mundo porque os lo deje de dar, si lo pudiere haber por afán o por trabajo.
—Muchas mercedes —dijo ella—, señor caballero, os ruego me deis la cabeza de este caballero que vos tenéis en vuestro poder.
—Y cómo, ¿queréis vos que se la corte?
—Sí —dijo ella—, que otra cosa no demando.
—Mucho me pesa —dijo él—, que era buen caballero.
—No os pese —dijo ella— de su caballería, que sabed por verdad que éste es el más desleal caballero y el más soberbio que nunca hubo en la Gran Bretaña.
Cuando el caballero entendió lo que la doncella decía, dijo a Tor:
—¡Ay buen caballero, por Dios no la creáis ni me matéis por su ruego, que bien sabéis que ésta es la más desleal cosa que nunca visteis; mas dejadme que yo me tengo por vencido y he de rendirme por preso a quien vos quisierais!
Dijo Tor:
—¡Ay caballero!, muy tarde es para eso, que el don que prometí a la doncella he de dárselo, que si no se lo diese me podría reptar.
Cuando él esto oyó tendió las manos y le pidió merced contra la doncella y le dijo:
—¡Ay buena doncella, por Dios tened merced de mí, no me hagáis matar, que en mi muerte no ganaréis nada, mas en mi vida ganaréis un tal caballero como yo, que jamás mientras yo viva no serviré sino a ti, ni haré ninguna cosa contra tu voluntad!
—¡Ay doncella, por Dios —dijo Tor— si este caballero no os erró tanto que mereciese la muerte, tened merced de él y haréis gran cortesía!
Dijo ella:
—Dios no tenga merced de mi alma si yo le tuviere merced, que mató a mi hermano ante mí y nunca quiso escuchar mi ruego, aunque estaba ante él llorando de mis ojos. Ahora haced lo que me habéis prometido, si os pluguiere.
Y él dijo que así lo haría pues otra cosa no podía hacer. Él se levantó luego y se sintió más dispuesto y pensó huir, mas Tor no le dejó, que le alcanzó con tal golpe por el cuello que le hizo volar la cabeza del cuerpo más lejos de una braza. Y la doncella la fue a tomar luego con gran alegría. Y se lo agradeció mucho a Tor y le dijo:
—Aún este don te será bien galardonado, si yo puedo.
Entonces dijo Tor al enano:
—Yo estoy cansado, que he perdido mucha de mi sangre y si supiese dónde descansar yo descansaría.
—Por Dios —dijo la doncella—, mucho habéis perdido de vuestra sangre, y cerca de aquí, en esta floresta, hay una ermita muy hermosa y rica donde podéis descansar hoy y mañana, si quisiereis; mas cierto a mí placería mucho que fueseis a mi casa.
—Pues cabalguemos —dijo Tor—, que ya querría estar donde sea, tanto me siento mal herido.
Entonces cabalgaron y ella se fue delante, y llegaron a la ermita; y la ermita era hermosa y muy fuerte, y ella llamó a un doncel y vino luego y abrió el postigo, y ella le dijo:
—Abre esa gran puerta.
Y nunca visteis tan gran alegría como ahí fue hecha a Tor, cuando vieron la cabeza que la doncella traía. Y decían todos a una voz:
—Bendita sea la hora en que fuisteis nacido, caballero, que vos nos metisteis en paz y en alegría para siempre, que nos matasteis nuestro mortal enemigo y el nombre del mundo que nos hacía peor, y nunca nos dejaba hacer holganza ni bien.
Aquella noche fue Tor muy bien servido y bien abastecido de todos los bienes que los de dentro pudieron tener; y tenían con él mucho placer. Y en la mañana, después que oyó misa en una capilla, tomó sus armas y cabalgó y se despidió de la doncella y de todos los otros, y ellos lo encomendaron a Dios. Y le rogaron mucho que si por ventura por allí pasase, que posase con ellos, que aquella posada era ya suya; y él lo agradeció a la doncella y a ellos.
Y se partió dende y anduvo tanto que llegó a Camalot, y halló a Galván, que había llegado el día antes. Y el rey Pelinor no había venido. Y cuando los de la corte vieron venir a Tor fueron muy ledos, que ya sabían nuevas de él por los dos caballeros de los tendejones que él enviara. Y el rey le recibió muy honorablemente y preguntó cómo acabara su demanda.
Dijo él:
—Señor, bien veis aquí al sabueso que el caballero llevara.
—¿Y del caballero —dijo él— hallasteis nuevas?
—Sí —dijo él.
El rey hizo traer los Santos Evangelios y le hizo jurar, y juró que le diría la verdad de los hechos, en qué manera pasaran en aquella demanda, y que no lo dejaría por honra ni por deshonra. Y comenzó luego a contar ante todos los de la Tabla Redonda lo que le aviniera así como ha sido relatado. Y después que lo hubo todo contado, los cronistas lo metieron todo en escrito y por ende sabemos nosotros la verdad.
Dijo el rey Artur:
—Ahora sólo falta el rey Pelinor.
Dijo Merlín:
—No os enojéis con él, que antes que sea de noche estará aquí.
Dijo Merlín:
—¿Qué os parece de vuestro caballero que vos creíais que era hijo del vaquero, que si lo fuera no comenzara tan bien como comenzó? Sabed —dijo Merlín—, que natura del linaje y derecha hidalguía lo enseñó así en tan poco tiempo como veis.
—Merlín —dijo el rey—, vos lo conocéis mejor que se conoce él mismo.
—Verdad es —dijo Merlín— que él no sabe quién es su padre y yo lo sé bien.
—¿Y quién es? —dijo el rey Artur—, que bien lo podéis decir si os pluguiere.
Merlín le dijo a la oreja muy manso:
—Cuando vos viereis al rey Pelinor cabo él, bien podréis decir que el uno es el padre y el otro es el hijo, que bien podéis saber que el rey Pelinor lo hizo en una mujer de aquel vaquero, antes que fuese su mujer, que el rey Pelinor la tuvo virgen; entonces tuvo en ella a Tor, mas el villano la tuvo por mujer aquella semana misma que el rey Pelinor durmió con ella, y por esto creyó él verdaderamente que Tor era su hijo, mas no lo es, que le avino así como a vos os digo.
El rey comenzó a reír y dijo:
—Cierto yo bien creo que así es, pero decidme si la manceba era hidalga.
—No —dijo él—, que antes era una labradora que guardaba su ganado en un prado, mas era tan hermosa que la codició el rey y durmió con ella. Entonces engendró a Tor.
El rey se maravilló y dijo:
—Cierto aquí tuvo hermosa aventura, y jamás estaré contento hasta que tenga a los tres delante de mí: al rey Pelinor y a Tor y a su madre, y nos haga cierto de esto.
—Pues enviad por la madre —dijo Merlín—, que a Tor tenéis aquí y Pelinor estará hoy con vos.
—Mas vos —dijo el rey— enviad por ella, que sabéis donde ella está.
Y el rey dijo que con su consejo enviaría para que la avisasen. Y así quedó esto para en su lugar decir cómo fue sabido Tor cuyo hijo fuese.
Y torna a hablar de lo que sucedió al rey Pelinor, el cual siguió su camino a gran prisa, por ir en pos del caballero que llevaba a la doncella; y le pesó mucho porque tanto tardaba. Y cuando estuvo cerca la floresta, halló un doncel que venía en un rocín magro y laxo, y le preguntó si hallara un caballero que llevaba una doncella.
—Sí —dijo al rey—, mas va muy lejos de aquí. Nunca tan grande llanto vi hacer a doncella.
—¿Por qué camino va? —dijo el rey.
—Señor —dijo él—, va derechamente para un lugar que se llama Vivas, por el gran camino.
Entonces se partió el doncel del rey y se metió por el camino por donde él iba, y halló luego el rastro del caballero y aquejóse de andar; y anduvo tanto que halló cabe una fuente una doncella muy hermosa. Y tenía cabe sí un su amigo herido, y hacía gran duelo y lloraba muy de corazón. Y pasó de largo como aquel que no había talante de tardar. Y cuando ella lo vio pasar, le dio voces y le dijo:
—Por Dios, caballero, tornad y hacedme un poco de amor, en que recibiréis poco afán.
Y él entendió bien a la doncella, pero no quiso tornar, que tenía mucho que hacer. Y cuando ella vio que no volvía, comenzó a hacer mayor duelo que antes, y le dijo:
—¡Ay, caballero malo, soberbio, Dios te haga tanto vivir que tengas tan gran menester como ahora yo tengo, y que ruegues cuando te fuere menester y que no halles ayuda más de cuanta yo hallo en ti!
Después que esto dijo, cayó amortecida. Mas con todo esto no quiso tardar, que mucho le pareció que tardaba de alcanzar al caballero que llevaba a la doncella. Y cuando ella vio a su marido que era ya muerto de una gran herida que tenía por medio de los pechos, se llamó malaventurada y cativa y la más desdichada de todas las nacidas. Y dijo que, puesto que su marido estaba muerto por fallimiento de ayuda, que ella no podía tener sino el socorro de Dios, que no quería vivir más. Tomó la espada de su amigo y se hirió con ella por medio de los pechos, así que la punta le salió por la otra parte, y cayó muerta en tierra.
Y el rey Pelinor, que no metía mientes, se iba cuanto podía. Y cuando vino a la hora de las vísperas halló un villano que iba con un haz de leña y le preguntó:
—¿Di, amigo, viste un caballero que llevaba una doncella?
Y el villano dijo:
—Señor, la vi cierto. Y le avino que pasaba por un llano y salió un caballero de un tendejón, y le dijo que no llevaría la doncella, que era su hermana, y que antes se combatiría con él que la llevase así en paz. Y el caballero puso luego a la doncella en tierra, y dijo que bien quería la batalla, mas que ella fuese metida en tal guarda, que aquel que venciese, que la tuviese. Y él la metió luego en un tendejón en guarda de dos caballeros y de dos dueñas; y ellos comenzaron luego la batalla en manera que aún ahora los hallaréis en ella, y no creo que se acabe hasta que vos lleguéis, si no os tardáis en andar.
Cuando el rey Pelinor oyó estas nuevas estuvo muy alegre y se partió del villano, y anduvo cuanto pudo, que no pensaba llegar con tiempo y no anduvo mucho que topó con el tendejón donde estaba la doncella que él buscaba.
Y ella estaba fuera sobre una yerba con otras dueñas y con los escuderos, y los caballeros se combatían fuertemente. Y cada uno de ellos tenía muchas heridas y perdía mucha sangre, que no tenían fuerza y la muerte cercana, que eran ambos muy buenos y de muy buen corazón. Y el rey luego fue a la doncella y le dijo:
—Vos fuisteis llevada a gran entuerto, y yo os tornaré por esto; que me envió el rey Artur acá en cuya casa vos fuisteis tomada.
Y los escuderos y las dueñas se levantaron y dijeron:
—¡Ay señor, vos tal villanía no haréis que no tomaréis la doncella que nosotros tenemos en guarda! Mas bien veis aquellos dos caballeros que nos la dieron en guarda; haced que nos lo manden y os la daremos.
—Yo no demando más —dijo el rey— que a vuestro pesar yo no la quiero tomar, pudiéndola tener de otra manera.
Entonces se fue contra los dos caballeros y les dijo:
—Señores, parad un poco y hablaré con vos.
Y los caballeros se detuvieron, pusieron los escudos ante sí y díjoles:
—Señores, esta doncella por que os combatís fue tomada por fuerza en la corte del rey Artur, y yo vine en pos de ella, que la llevaré allí donde fue tomada.
Y ellos respondieron:
—Esto no puede ser.
—Y ahora decidme —dijo al uno—, ¿por qué razón la queréis vos tener?
—Porque es mi prima cormana [63] —dijo él—, y la quiero llevar a sus amigos y parientes que la desean mucho, porque hace mucho tiempo que no la ven.
—Y vos —dijo al otro—, ¿por qué la queréis?
—Porque la conquerí —dijo él— por mi bondad, y la tomé ante el rey Artur y ante toda su compañía y la traje hasta aquí, y por eso me parece que la debería tener antes que otro.
—Ahora vos os debéis tener por sandios —dijo el rey—, porque os combatís por ella, que ninguno de vos la tendrá; de esto yo os certifico: que yo la llevaré a casa del rey Artur donde fue tomada.
—Verdad es —dijeron ellos—, si pudieres tenerla, que antes nos combatiremos con vos.
—La batalla —dijo él—, no os podría yo vedar, mas la doncella llevaré yo como quiera que vos digáis.
—Sí —dijeron ellos—, si pudieres, y ahora lo veremos.
Entonces se otorgaron por quitos de su batalla y se concertaron que se ayudarían hasta la muerte. Y cuando el rey vio que se ataviaban de acometerlo, dijo:
—¿Cómo? ¿Gana tenéis de la batalla?
—Bien lo veréis —dijeron ellos.
Y se dejaron ir a él, las espadas en las manos; y uno le dio un golpe en el costado siniestro del caballo, que se lo mató y cayó a tierra. Y el rey, que era muy ligero, saltó de la otra parte y dijo:
—¡Ay caballero, cómo habéis hecho tan gran villanía y maldad de matar a mi caballo!
Y con la gran saña que tuvo alzó la espada y le hirió tan de recio que le hundió la cabeza hasta los ojos y cayó a tierra muerto. Y éste era aquél que la doncella llevara de la corte. Y cuando el otro vio este golpe no estuvo seguro, que se vio solo y se sentía laxo y cansado y mal herido, y se tiró fuera y le dijo:
—Señor caballero, yo comencé con folia con vos esta batalla, que bien sé que no vinisteis acá por deshonra de la doncella, mas por su honra y por vengarla de aquél que por fuerza la traía, y os la dejo, que no creo mucho ganar esta batalla, mas os ruego por Dios que la guardéis como hija de rey debe ser guardada, que sabed que es hija de rey y reina de gran manera. Mas a ella tanto le place la caza del monte, y tanto saber tiene de ella, que no quiere tener marido ni amigo, antes sería de quienquiera que le hable de ello.
—Ahora sabed —dijo el rey— que no hallará quien le haga pesar mientras yo la tuviere en guarda; y os agradezco mucho la batalla que me quitasteis, mas de un caballo, si os pluguiere, dadme consejo.
Y el caballero le dijo:
—Yo os lo daré muy bueno; mas conviene que quedéis aquí conmigo, puesto que ya es tarde, que no podríais hallar otro albergue.
Y el rey se lo otorgó, porque vio que decía verdad. Y aquella noche estuvo el rey en el campo en un tendejón del caballero. Y en la mañana, después que fue vestido, tomó sus armas y el huésped le dio un buen caballo, y el rey se lo agradeció mucho, y dieron un palafrén a la doncella. Y cabalgaron luego ambos, y el caballero fue con ellos una legua, y después se tornó. Y desde que anduvieron hasta hora de prima entraron en un monte, y por un valle muy malo anduvieron, que todo estaba lleno de piedras y de peñas. Y el palafrén de la doncella, que no se pudo guardar, cayó encima de una peña; y ella cayó tan gran caída sobre el brazo siniestro, que bien pensó que tenía la espalda fuera de su lugar; y tuvo tan gran cuita que se amorteció. Y cuando acordó en sí, dijo:
—¡Ay caballero, muerta estoy!
Y descendió luego y puso en tierra su escudo y su lanza y fue allá, y la halló amortecida y la puso entre los brazos, y cuando acordó le preguntó cómo se sentía.
Y ella dijo toda tremiendo:
—Nunca mayor dolor tuve, que bien cuidé que tenía el brazo o la espalda sacada; mas no es así, merced es a Dios.
—¿Y os sentís ahora bien? —dijo el rey.
—Bien —dijo—, que aunque de aquí partamos a hora de vísperas bien podremos llegar a Camalot.
Y entonces la tomó y la puso bajo un árbol, y tomó la yerba y púsola bajo su cabeza, y le dijo que durmiese, que mucho le aprovecharía. Y ella se durmió y él pensó en las bestias: y les tiró los frenos y las sillas y las dejó pasear, y se echó a dormir a par de su doncella y durmieron hasta la noche. Cuando la noche llegó el aire comenzó a refriar, y despertaron ambos y hallaron que era de noche oscura.
Y dijo el rey:
—Por Dios, doncella, mucho hemos dormido.
—Señor —dijo ella—, conviene que estemos aquí hasta la mañana, que aunque queramos ir adelante, no sabemos el camino, y cuando pensá sernos ir bien, entonces iríamos perdidos.
Dijo el caballero:
—Sea así, puesto que a vos place. Mas decidme, ¿cómo os sentís?
—Muy bien —dijo ella—, a Dios gracias; mas creo que el cansancio nos hizo dormir tanto.
Y en cuanto esto hablaban, oyeron caballeros que venían por el camino por delante de ellos.
Dijo el rey:
—Algún hombre vendrá aquí de quien oiremos nuevas.
Dijo ella:
—Puede ser.
En tanto que en esto hablaban vieron dos caballeros armados; uno venía de Camalot, el otro iba para allá, y se toparon en par de ellos; y los caballeros se conocieron luego que llegaron cerca el uno del otro y estuvieron quedos por hablar el uno con el otro. Y dijo aquel que iba a Camalot.
—¿Qué nuevas traéis?
—No traigo ninguna que con ellas reciba placer, que el rey Artur es tan poderoso de amigos y de caballeros, que tiene los mejores caballeros del mundo, y tiene ganados los corazones de sus hombres y es muy franco. Y tal que, si todos los reyes de las ínsulas viniesen sobre él, no los preciaría; y por esto me torno a mi señor, y he de decirle que deje esta folia que comenzó, que no tiene poder ni gente por la que el rey Artur pueda desheredar ni echar de su tierra. Y más podrá el rey Artur empecer a él, que él al rey Artur. Y tales son las nuevas que yo llevo al rey mi señor. ¿Y vos quién sois y a dónde vais?
—Yo voy allá donde vos venís —dijo el otro—. Yo creo que esta guerra será acabada tan pronto como yo llegue a la corte.
—¿Y cómo podría esto ser? —dijo el otro.
—Esto podría ser muy bien, que yo traigo aquí una redoma llena de ponzoña tan maravillosa, que no hay en el mundo hombre que la guste que no muera. Y en la corte hay un caballero que el rey ama mucho y es su privado, el cual prometió a mi señor que le daría esta ponzoña a beber tanto que yo la llevase; y yo se la llevo. Ahora veré lo que hará.
—Guardaos —dijo el otro caballero—, que no os lo entiendan, que pues el hombre ha de hacer traición, conviene que la haga tan sagazmente que no se lo entiendan hasta que esté hecho. Y si Dios quisiere, vos oiréis en breve tales nuevas que toda nuestra tierra será espantada.
—No sé —dijo el otro— cómo os irá, que si yo fuese vos, no me entrometería en tal cosa; que no puede ser que no os lo entiendan y que no seáis escarnecido. Y por esto os aconsejaría de tornaros, más que no de ir allá.
Y él dijo que no tornaría, que bien creía de hacerlo bien y ligeramente aquello que comenzara.
—Pues os encomiendo a Dios —dijo el otro—, puesto que no queréis creer en mi consejo, y no me pongáis culpa si os viniere mal de esto.
—No tengáis miedo —dijo el otro.
Y se partieron luego el uno del otro. Y el que venía de Camalot se fue a la montaña, y el otro fue contra Camalot. Y cuando ellos estuvieron alejados ya de allí, el rey Pelinor que bien oyó lo que dijeran, dijo a la doncella:
—¿Oísteis lo que éstos dijeron?
—Sí —dijo ella—, y yo creo cierto que Nuestro Señor nos echó aquí por oír estas nuevas y por decírselas al rey Artur, que no le place que tan aprisa muera, en especial por tan gran deslealtad.
—Y así me ayudó Dios mucho; fue esta ventura hermosa y mucho me place que yo oí esto, que si Dios quisiere yo lo diré al rey por quitar ocasión que no muera por tan gran traición.
—Pues —dijo ella—, no hemos de tardar más, que movamos luego, que seamos ahí al yantar; que sé verdaderamente que este desleal caballero entonces querrá hacer esta traición, si viere aparejo.
Y el rey pensó un poco y dijo:
—No tengáis duda, que si Merlín está en la corte no lo sufrirá en ninguna manera, que el rey sea así muerto, que lo ama de todo corazón.
—¿Cómo —dijo ella—, Merlín está en la corte?
—Sí —dijo el rey—, que ahí lo dejé.
Dijo ella:
—No tiene el rey que temer, que bien sabe Merlín cuanto se hace dentro y fuera de la corte. Y por esto es de creer verdaderamente que hallaremos a este muerto y al otro donde él habló, tanto que lleguemos a la corte.
—Yo lo creo bien —dijo el rey.
Entonces dejaron de hablar y durmieron hasta la mañana. Y cuando fue de mañana se levantó el rey, y mandó ensillar y se armó e hizo subir a la doncella en su caballo, y cabalgó él y entraron en su camino y se fueron contra Camalot. Tanto anduvieron que llegaron a la fuente donde él hallara a la doncella que le dijera que tornase y hablaría con él, y hallaron el caballero muerto y la doncella así mismo; y comidos de bestias y de aves, salvo las cabezas solas y los huesos que quedaron ahí. Y cuando el rey esto vio tuvo gran pesar y dijo:
—¡Ay Dios, esta doncella fue muerta por falta de mi ayuda, que si yo tornara cuando ella me llamó y la socorriera no muriera así! ¡Ay Dios, cómo soy pecador y cativo, que esta mala ventura me avino por mi pecado; esta doncella y este caballero fueron muertos por mí!
Y comenzó a hacer su duelo grande, además que bien quisiera morir y se llamó cativo más que todos los otros caballeros. Y la doncella que esto oyó tuvo gran pesar, y le dijo:
—Señor, ¿qué es esto que hacéis? Cierto no vi hombre de tan pequeño corazón como vos, que lloráis por muerte de una doncella; no lo hagáis que no está bien. Cierto no oyera ninguno de esto hablar, que no os tenga por de poco ánimo.
Y el rey respondió con gran pesar:
—Cierto, doncella, si yo tengo dolor no es maravilla, que bien conozco verdaderamente que esto me vino por mi pecado.
—¿Por qué os queréis matar que ya esto está hecho? Y bien debéis pensar en vos por hacer tan gran llanto que no os vendrá por ello sino mal.
—Verdad es —dijo él—, mas me pesa que me siento culpado; mas aconsejadme qué haga.
Dijo ella:
—Llevaréis la cabeza de la doncella a la corte, porque sepan esta maravilla. Y el caballero llevaréis a aquella ermita donde será enterrado.
Y le mostró la ermita, que estaba cerca de una peña alta. Y dijo que este era el mejor consejo que ella tenía. Entonces dio la cabeza a la doncella que la llevase colgada ante sí. Y él tomó al caballero y lo puso ante sí, y lo llevó a la ermita y halló que el ermitaño no saliera de su celda, y descendió en un pequeño corral de la capilla y metió dentro al caballero. Y contó al ermitaño cómo hallara muerto al caballero, y que no sabía en qué manera fuese muerto y le rogó que hiciese enterrar al caballero. Y el ermitaño le dijo: que después que acabase su misa que lo enterraría dentro en su capilla, y que no le podía mayor honra hacer.
—Señor —dijo el rey— mucho lo decís bien.
Como el ermitaño lo dijo así lo hizo, y después que lo hubo hecho se lo agradeció el rey mucho.
Y se partió dende con su doncella, yéndose hablando en lo que les placía.
Se fueron a Camalot, y llegaron a hora de vísperas. Y cuando los de la corte vieron tornar al rey y a la doncella fueron maravillados, cuanto más que vino sano, y le recibieron muy honradamente; y el rey Artur estuvo con él muy alegre, que lo amaba mucho. Y de que fue desarmado tomó la doncella por la mano y le dijo:
—Rey, veis aquí mi demanda bien acabada.
—Cierto, sí —dijo el rey—, y Dios haya gracias. Nunca oí decir de hombres a quien tan bien aviniesen como a vosotros tres todos que de aquí salisteis; no hay tal que no tornase sano y bueno, y que no acabase su demanda.
Entonces trajeron los Santos Evangelios y juró el rey Pelinor así como los otros. Y el rey Artur le mandó que le contase todo lo por él acaecido en la demanda. Y el rey Polinor lo contó todo según le había sucedido, y cómo oyó hablar de la ponzoña que le querían dar.
—Por Dios —dijo el rey—, de esto estaba bien advertido, que me lo descubrió Merlín todo. Y aquellos que tal traición querían cometer ya son aquí conocidos.
Y le contó todo lo acaecido así como arriba está dicho. Y le mostró la cabeza de la doncella que lo llamara a la ida, y que a la venida halló muerta. Y Dios era testigo del pesar que por ello tenía.
—Cierto —dijo el rey—, derecho es que gran pesar tengáis, que mucho sois de culpar, que bien creo verdaderamente que si os tornarais que no fuera la doncella muerta, y que hallara algún consejo en vos.
Y el rey esto diciendo, llegó Merlín y dijo al rey Pelinor:
—Señor, ¿sabéis quién es la doncella?
—Cierto —dijo el rey—, no, y bien lo querría saber.
Y Merlín comenzó a pensar y dijo:
—Cierto, señor, en toda la casa del rey Artur tan buen hombre como vos no hay, ni donde si él hallase menester le fuese tan gran lealtad. Mas cierto, siempre Nuestro Señor envía a los buenos y a los derechos saña y pesar en este mundo que no hace a los malos. Y esto os debe consolar mucho en esto de esta doncella.
—Merlín —dijo el rey Artur—, decís verdad, que esto siempre ocurre así como decís.
—Señor Merlín —dijo el rey Pelinor—, por Dios, vos que sabéis todas las cosas, que ya no os será cosa escondida, decidme lo que os preguntaré, y si me hiciereis cierto mucho me haréis señalada honra.
—Yo bien sé —dijo Merlín— lo que vos queréis preguntar; he de sufríroslo y decíroslo tan oscuramente que no lo entenderéis. Vos queréis que os diga quién es esta doncella, cuya cabeza es la que aquí trajisteis. Ahora yo no os diré su nombre ni quién es su padre ni su madre, mas os diré una palabra por la que la podréis conocer si fueseis cuerdo. Acordaos cuando estabais en Monter hará dos años en una vuestra ciudad y teníais ahí cortes, y viniera ahí gran caballería de cerca y de lejos.
—Bien se me recuerda —dijo el rey Pelinor—, y nunca estuve tan alegre como aquel día.
—Bien puede ser —dijo Merlín—. Y ahora os diré por qué os digo esto. Cuando estabais a vuestra mesa con vuestros ricoshombres, y vestido de paños reales y vuestra corona en la cabeza, y cuando os habían traído todos los manjares, vino entonces ante vos un hombre que os dijo:
«Rey, quita esta corona de la cabeza, que no te está bien; y si tú no la quitas el hijo del rey muerto te la quitará y así la perderás y no será gran maravilla, que por tu maldad y por tu pereza dejarás tú a los leones comer tu carne; aquel año mismo serás metido en poder de otro».
—Así os dijo aquel hombre la significanza de vuestra muerte y que entraríais en poder de otro, pero no sabíais qué se decía, sino lo que le venía a la boca.
—Cierto —dijo el rey—, todo eso me dijo y bien conozco yo algo de ello, y es verdad que me dijo que entraría en poder de otro, que estoy en compañía de mi señor el rey Artur; mas de lo que me dijo sobre que me dejaría comer mi carne a los leones, esto no sé qué es, si vos no lo sabéis.
Dijo Merlín:
—Lo sabréis después, que no os digo cosa que así no os venga. Que si os dijo que el hijo del rey muerto os tiraría la corona, si no os aviniere así, mentiros he. Cierto cuando esto aviniere será gran daño en el reino de Londres.
—Aún con todo esto —dijo el rey—, no me decís lo que os pregunté; ¿quién era la doncella?
—Ya os lo diré cuando pueda —dijo Merlín—, y no os descubriré más, porque en breve lo sabréis; y cuando lo supiereis vos creed que nunca tan gran pesar tendréis. Y aún os diré más que vos no pensáis.
Y por el gran placer que tuvo de saberlo le rogó que se lo dijese y por cosa del mundo no le descubriese nada, “que bien sé que no me diréis cosa por mí mal”.
—Cierto —dijo Merlín—, verdad es y os lo quiero decir, puesto que tanto me rogáis. ¿Oísteis vos lo que la doncella os dijo cuando pasabais? «Ay, caballero malo y soberbio, Dios te haga tanto vivir que tengas menester de tan gran ayuda como ahora yo tengo, y no halles más ayuda que la que yo hallo en ti». Todo esto os dijo la doncella.
—Verdad es —dijo el rey.
—Cierto —dijo Merlín—, ella era tan santa doncella y tan buena mujer que Nuestro Señor oyó su ruego. Creed que todo así sucederá como ella lo rogó a Dios, que vos moriréis por falta de ayuda así como ella hizo. Entonces se acabará una palabra que os fue dicha el primer día que tomasteis corona, y os diré cuál. Y bien sé que recordaréis cuando vuestros arzobispos y vuestros obispos os coronaron, y oísteis la misa y fuisteis ante el altar y comenzasteis a rogar con lágrimas que os defendiese, que no murieseis por fallecimiento. Entonces vino una voz y os dijo que estuvieseis sin falta ni temor, y aquella no fue voz, que fue la respuesta y mandato de Dios que dijo: «Rey Pelinor, así como tú fallecerás a tu carne, te fallecerá tu carne».
—Cierto —dijo el rey—, verdaderamente esta palabra fue así, y pienso mucho en ella, que no puedo entender qué es. Y por ende rogaría y ruego a vos que lo sabéis que me lo digáis.
—Esto no os diría yo —dijo Merlín—, en ninguna manera, que no hay cosa por la que yo descubriese las cosas que el Alto Maestro puso en su voluntad. Y sabed bien que ningún hombre que en el mundo viva no os lo puede decir, sino yo; y por esto no lo sabréis hasta el día de vuestra muerte; mas entonces sin falta lo sabréis tan bien como yo.
—Ahora sea —dijo el rey—, de mi vida y de mi muerte, la voluntad del que me hizo, que si Él quisiere he de perderme, y si Él quisiere escaparé de todo peligro.
Entonces le comenzaron a salir lágrimas por los ojos. Y Merlín dijo:
—No has menester de ser de poco esfuerzo, que ninguno no puede estorbar la voluntad de Dios que no sea.
—Dejad esto —dijo el rey Artur— y hablemos de otras cosas. No os pese de la muerte, que por aquella carrera conviene que pasen viejos y mancebos, que ninguno no escapará.
De estas cosas y de otras muchas hablaron aquel día. Y Merlín dijo que si quería saber de quién era hijo Tor, que él se lo haría saber. El rey dijo que mucho lo quería saber.