El rey vio que era lo mejor lo que Merlín decía, y mandó a la reina y a sus damas que se apartasen y ordenasen qué pena por la muerte de la doncella Galván merecía, y que no fuese criminosa la pena, pues se sabía que contra su gana había sido muerta. Luego salieron aparte, y cada una dijo acerca de esto lo que le parecía; y tornaron ante el rey, y habló una doncella ante todos y dijo:
—Galván, porque metisteis mano en la doncella tan crudamente que la matasteis, mi señora y nos acordamos que juréis sobre los Santos Evangelios que jamás, mientras viváis, no meteréis mano en doncella por cosa que os haga o diga, si no viereis peligro de muerte. Y queremos que si doncella os demandare socorro, que vos la ayudéis y la socorráis, aunque sea de extraño lugar, desconocida, si no fuere contra vuestra honra. Y asimismo queremos que se os dé pena ante mi señor el rey y ante dos caballeros suyos: que os den tres pescozadas y éstas dentro de su cámara; y las sufráis con toda paciencia, porque se os recuerde de lo por vos cometido.
Galván, oído esto, tuvo por bien de aceptarlo, como quiera que se le hizo muy grave. Y lo juró luego y lo tuvo bien toda su vida, que nunca después le demandó ayuda doncella, que él le fallase. Desde allí fue llamado por toda la corte y en otras partes el Caballero de las Doncellas; y nunca este nombre pudo olvidar mientras que pudo armas tomar.
Después que este juramento hubo hecho ante el rey y ante sus ricoshombres, dijo Merlín ante todos:
—Galván, yo os digo que debéis ser de mejor talante contra todos, que yo os seguro que si largamente vivís, que seréis uno de los buenos caballeros del mundo y uno de los más nombrados, y nunca podréis hallar caballero en batalla que os pueda traer mal, salvo uno solo. Esta batalla no será en mi tiempo; pero si en esta batalla vos os fiáis tanto que por la seguranza de ella os combatís, solamente podéis morir antes de vuestros días, que aquí no hay ninguna mudanza que cada uno no puede su muerte acuitar, si le pluguiere. Mas la villanía que hicisteis sobre el caballero que os pedía merced, que no se la aceptasteis, no os acontezca otra vez, porque hallaréis perdón en quien vos le perdiereis; y si lo hacéis os tendrán por cortés y de buena conversación, y seréis apreciado en cada lugar.
Y Galván hincó los hinojos y juró que así lo haría en toda su vida. Y Merlín dijo entonces al rey:
—Señor, sabed que yo no viviré mucho con vos desde aquí en adelante, y en el tiempo que yo más os quisiere servir por ver las maravillas y aventuras que vendrán después espesas y a menudo. Y porque vos no hallaréis así tan aprisa quién os aconseje, si la gracia del Espíritu Santo no fuere, quiero que vos de esta hora en adelante hagáis meter en escrito todas las aventuras que os contaren en vuestra corte la verdad de ellas; por esto lo sabrán después de nuestras muertes nuestros herederos y sucesores que avendrán en tiempo del Rey Aventurado. Y tened con vos algunos cronistas que escriban las aventuras de la corte así como sucedieran, conocidas y extrañas.
Y el rey otorgó que así lo haría de buen grado.
Aquí deja de contar la aventura de Galván, porque no hay más que decir de ella, y torna a hablar de las aventuras de Tor, y cómo le sucedió en ella.
Cuando Tor, hijo de Dares, se partió de la corte, anduvo muy presto por alcanzar al caballero que al sabueso llevaba. Y cuando entró en la floresta no anduvo una legua que vio, cabe camino, dos tendejones armados, y delante de cada uno de los tendejones, a la puerta, estaba un escudo y una lanza. Y él cató los tendejones, mas no quiso ende ir, antes se fue por su camino, por donde iba el rastro del caballero en pos de quien iba. Y cuando pasó por los tendejones cuanto un tiro de ballesta, vio venir contra sí un enano que traía en la mano una vara; y le dio tal herida en el rostro del caballo que se lo hizo tornar atrás más de un estado de una lanza, así que a pocas hubo de caer. Y el caballero se maravilló por qué lo hiriera, y dijo:
—¡Ay enano!, ¿qué te hizo mi caballo? Déjame ir, que Dios te dé mala ventura.
Dijo el enano:
—Cativo caballero, ¿pensáis ir vos así que no justéis con algunos caballeros de los tendejones?
—¡Ay enano! —dijo Tor—, no me es menester de justar, que tengo gran cuita de ir en pos de aquel caballero que no hace mucho que lo vi.
Dijo el enano:
—Cierto no os iréis de aquí hasta que sepamos cómo sabéis herir de la lanza. Y veis en aquellos tendejones que están dos caballeros noveles que por ver cómo los caballeros de la corte del rey Artur saben justar, vinieron acá. Y ahora tornad contra ellos por ver justa. Cierto si de esto os dejáis, no me parece que vos sois caballero que en ninguna demanda se deba poner.
Cuando Tor oyó las palabras que el enano decía, no le osó recelar por no caer en cobardía. Respondió al enano con gran enojo que de él tenía y le dijo:
—Puesto que ellos vinieron por justar no verán fallo en mí, pero que me es más menester irme a mi carrera que tardarme, que no sé dónde hallaré lo que demando.
—No os pese —dijo el enano—, que el bueno puede perder por diferir el tiempo, y podéis aquí probar si pudieseis valer alguna cosa.
Y cuando el enano esto oyó tomó un cuerno que traía al cuello y lo sonó, y no tardó mucho que no salió luego de un tendejón un caballero armado sobre un caballo, y su yelmo enlazado y un escudo al cuello y su lanza en la mano, y dijo a Tor que se guardase de él. Y Tor tornó a él y le dio un gran golpe en los pechos que lo derribó del caballo, tan bravo que a pocas no le quebró el brazo; y pasó delante que no lo cató, y tomó el caballo por el freno y le dijo al enano:
—Toma este caballo, que este es el comienzo de mi caballería.
Y tanto que esto dijo, vio salir de otro tendejón a otro caballero bien ataviado de justa; y no dijo cosa, mas se dejó correr a él y tornóse Tor a él; y el otro lo hirió tan recio que le quebró la lanza en medio de los pechos; mas otro mal no le hizo. Y Tor que le cogió en lleno le dio tal lanzada que le falso el escudo y la loriga, y le metió el hierro de la lanza por el costado siniestro, mas no fue en tal lugar que no pudiese guarir bien; y le derribó en tierra y al caer se quebró la lanza y le quedó un trozo en el cuerpo. Y cuando los vio Tor en tierra metió mano a la espada, porque quería que se otorgasen por presos. Y fue al primero que se levantara y le dio tan gran golpe por medio del yelmo, que le hizo hincar los hinojos en tierra; y le dio de los pechos del caballo y le derribó y trajo al caballo tanto sobre él que lo hizo menudo como sal, que no se quiso tener por contento hasta que le pidiese merced. Y ató su caballo a un árbol, y se fue para aquel que hollara bajo los pies, y le quitó el yelmo y le dijo que lo mataría si no se otorgase por vencido. Y cuando se vio en peligro de muerte le pidió merced, que bien vio que en otra guisa no podía escapar.
—Ahora júrame —dijo Tor— que te meterás en la prisión que yo te enseñare.
Y él le juró que lo haría, y Tor corrió luego al otro que estaba quebrado de la caída, y le dio por medio del yelmo con ambas manos un golpe tal que le hizo por los ojos echar grandes lágrimas como llamas de fuego, en manera que cayó en tierra de rostros, que no se pudo dende levantar; y lo tomó por el yelmo, mas no le pudo quebrar las correas, que eran fuertes; entonces las cortó con la espada. Y cuando el otro vio su cabeza desarmada tuvo gran pavor de muerte, y le pidió merced. Y Tor le dijo:
—Tú no tendrás merced si no me aseguraras que irás preso donde yo te mandaré.
Y él lo prometió. Y Tor le dijo a él y al otro:
—Ahora sois mis presos.
—Verdad es —dijeron ellos.
—Pues yo os mando —dijo él— que os vayáis a Camalot y que vos os rindáis presos al rey Artur de parte de Tor, hijo de Dares.
Y ellos así se lo otorgaron. Entonces subió Tor en su caballo y tomó su escudo y pidió su lanza al enano. El enano se la dio buena y fuerte de las que estaban en el tendejón. Y después que encomendó a Dios a los dos caballeros, y se quiso ir, le dijo el enano:
—¡Ay buen caballero, yo te ruego por la fe que tú debes a toda caballería, que me des un don donde mayor provecho te vendrá, que no daño!
—Enano —dijo él— yo te lo doy, que este es el primer don que hombre me pidió después de que fui elegido caballero. Ahora di todo cuanto te plugiere.
—Yo te ruego —dijo el enano— que me dejes ir contigo en lugar de escudero, que yo te digo que te valga más en esta carrera y que te sirva mejor que el mejor escudero de toda la corte del rey Artur. ¿Y sabes por qué me quiero ir contigo?; porque no quiero más vivir con estos malos, que no me venía honra de servirlos.
—Yo lo otorgo —dijo Tor—, ahora vente conmigo, pues te place.
Y el enano subió en el caballo que le diera Tor y le dijo:
—Señor, ahora podéis ir por donde queráis, que yo os seguiré.
Y Tor entró por su camino muy alegre de esta buena ventura que le diera Dios en comienzo de su caballería. Y cuando se alejó un poco de los tendejones, dijo al enano:
—¿Tú viste al caballero?
—Sí, señor —dijo él.
—¿Y tú sabes cómo le llaman?
—Señor, su nombre es Abelín, uno de los buenos caballeros de esta tierra, mas es uno de los soberbios hombres del mundo; y cierto él lleva el sabueso y tiene con él gran alegría.
—Verdaderamente —dijo Tor— no fue cortés de que lo tomó, y si yo lo puedo hallar creo que lo rendirá.
—Y yo os llevaré —dijo el enano— derechamente donde él está.
—Pues vayamos —dijo Tor— que mucho me tardo de allá llegar.
Así fueron hablando hasta que llegaron a una ribera donde había muchas tiendas armadas, hermosas y ricas, y en cada una de ellas estaba un escudo; y todos los escudos eran bermejos, salvo uno que era blanco, y aquel blanco estaba ante la tienda que era más rica. Entonces dijo el enano al caballero.
—Señor, en aquella tienda donde aquel escudo blanco está hallaréis vos a vuestro sabueso; y el caballero con él, según yo creo. Y sabed que es el señor de todos aquellos que en las tiendas están.
Y Tor dijo que no demandaba más sino que hallase el sabueso. Y él se apeó entonces, que no podía entrar en la tienda a caballo, y dio la lanza y el caballo al enano, y entró allí donde pensaba hallar lo que buscaba. Y cuando entró vio estar en una cama muy rica una dueña sola y durmiendo y el sabueso cabo ella, que echara ella ante sí y dormían ambos. Y cuando el sabueso sintió que venía el caballero contra él, salió del lecho y comenzó a ladrar muy fuertemente, que no lo conocía. Y la dueña despertó a la vuelta que hacía el sabueso. Y cuando vio al caballero armado quedó muy espantada y salió luego fuera de la tienda. El caballero conoció bien que aquel era el sabueso que buscaba, y lo tomó con él de la tienda y se lo dio al enano y dijo:
—Veis aquí al sabueso por quien yo salí de la corte. Venga quien quisiere a demandarlo, que yo no lo daré a ninguno mientras lo pudiera defender hasta que a la corte llegue.
Y el enano lo tomó, y Tor subió en su caballo y se quería ir, y salió una doncella de una tienda y le dijo:
—¡Ay señor caballero!, no os llevéis nuestro sabueso, que haréis villanía, y sabed por verdad que os hallaréis mal, y el caballero cuyo es no os lo dejará llevar que no venga en pos de vos y que no os lo tome, que así lo hizo ante el rey Artur mismo.
—Doncella —dijo Tor—, el sabueso fue tomado por soberbia y por entuerto que fue hecho en la corte del rey Artur, mi señor; y yo vine hasta aquí por su mandado y he de llevarlo por derecho. Y si en algo al caballero que lo trajo pesare, vaya en pos de mí para tornarlo.
—¿Cómo —dijo ella— así lo tomáis a nos que somos dueñas y no halláis en nos defensa alguna?
Dijo él:
—Tomo lo que es mío.
—Sea —dijo la doncella— pues a vos place, mas yo no creo que vos lo llevareis hasta Camalot.
—Sin embargo —dijo él—, yo lo llevaré a pesar de quien pesare.
Entonces se fueron derechamente contra Camalot, y antes que anduviesen media legua fue noche tan oscura que no supieron ir por el camino. Y Tor preguntó al enano a dónde podían ir a dormir, que ya era tarde, y no podían ir a Camalot.
—Cierto —dijo el enano—, no sé, señor, si no fuésemos aquí a un ermitaño que mora en esta montaña, que yo os guiaré bien si a vos pluguiere.
—Pues ve delante —dijo él—, y yo iré en pos de ti, que ya querría estar allá.
Entonces se fue el enano delante y lo guió a la ermita, que estaba en un lugar muy estrecho en un gran valle y hondo y lleno de piedras y de peñas. Y como antes que allá llegasen saliera la luna muy clara, que bien veían la ermita que estaba cerca, vieron que era un casa muy pequeña y pobre; y el enano que ya otra vez había estado allí fue derechamente a la puerta y llamó. Y el ermitaño salió a una ventana pequeña y la abrió. Y cuando vio al caballero armado entendió que quería quedar allí y fue a la puerta, y los recibió muy bien. Y el caballero se desarmó; y el enano pensó en los caballos lo mejor que pudo y les dio hierba, que andaban muy cansados. Y en la mañana oyó misa que el ermitaño dijo, y se armó y subió en su caballo; y rogó al ermitaño que rogase a Dios por él; y el hombre bueno se lo otorgó de así hacerlo.