Galván se partió de su tío y anduvo a gran prisa en pos del ciervo, y Gariete su hermano en pos de él, que le llevaba las armas. Y cuando salieron de Camalot fueron a la entrada de la floresta a una casa que llamaban Alba; y cuando entraron dentro no anduvieron mucho que hallaron al rey que venía a la floresta de caza, y le saludaron muy cortésmente. Y él los recibió honorablemente y les hizo servir de lo que tuvieren menester; y los subió a las ventanas, porque de allí viesen la floresta y pradería que había alrededor de la casa. Y desde allí vieron en un prado a dos caballeros que se combatían, y otro que estaba caído en el suelo. Y tanto durara la batalla entre ellos que se mataron los caballos, y estaban muy mal heridos y perdían mucha sangre; y no era maravilla, que no había ninguno de ellos que no tuviese tres o cuatro heridas muy grandes. Y cuando Galván esto vio estuvo quedo, que era sazón de saber qué desamor tenían entre sí, por qué se combatían. Y los saludó y les dijo:
—Yo os ruego por honra y por cortesía que me digáis por qué os combatís.
Ellos estuvieron entonces quedos, y dijo uno de ellos:
—Esto os lo diré yo bien. Nosotros somos hermanos, y éste que está en el suelo muerto es otro caballero que se acertó aquí en este paso; y éste con quien me combato es mi hermano, y es menor que yo bien de dos años; y dice que es mejor caballero que yo, y que debería entrar mejor en una gran demanda que yo; y yo dije que no era así y por ende se comenzó la batalla entre nosotros, que aún no está acabada, ni estará hasta que conocidamente se pueda saber cuál es el mejor.
—¿Por cuál demanda —dijo Galván— se movió este desamor entre vos?
—Bien lo diré —dijo el caballero—. Yo y él íbamos a Camalot por ver las bodas del rey y de la reina, y pasamos de un camino a otro y hallamos este caballero que está aquí, que se combatía con otro. Y llegando nosotros le había mal herido, que cayó muerto como veis, y el otro se fue, que no le vimos más. Y estando así vimos venir un ciervo todo blanco, y en pos de él iban treinta canes; y no había ende caballero ni cazador ni hombre que de la batalla se trabajase, salvo los canes. Y cuando nos esto vimos dijimos entre nos: que esto era ya una de las aventuras que comenzaban a venir en la Gran Bretaña. Y como yo era mayor rogué a mi hermano que me otorgase de ir en pos de aquella caza, y él dijo que lo haría, mas que él iría y que era mejor caballero que yo. Y por esta causa nos combatimos como veis.
Cuando esto oyó Galván les rogó que por su amor de la batalla se dejasen. Y ellos se lo prometieron, y en adelante entre ellos ningún enojo habría.
Y ellos echaron luego las espadas y los escudos en tierra, y presto se quitaron los yelmos y comenzaron ambos a llorar. Y dijo el uno contra el otro:
—Por Dios, hermano, por poco me hubierais de matar y yo a vos, y fue que el diablo entró entre nosotros.
Y se hicieron seguridad de lo que habían prometido. Y dijeron a Galván:
—Señor, decidnos, ¿quién sois?
—Yo no os diré mi nombre —dijo él—, mas si fuereis a la corte del rey Artur preguntad quién fue aquel a quien Merlín otorgó el don de la primera demanda, y así podréis saber mi nombre, mas no de otra manera. Por Dios decidme hacia qué parte visteis ir al ciervo blanco, que por seguir esta aventura me fui de la corte.
Y ellos le mostraron por dónde iba, y él los encomendó a Dios. Y partióse de ellos y se despidió del rey Tor, que quedó allí en la casa. Y cabalgó y anduvo por medio de la floresta aquel día hasta hora de vísperas. Y después de hora de vísperas entró Galván en un valle por donde corría un río no muy alto, pero muy fuerte. Y cuando llegó al río para cruzarlo, no vio puente de piedra ni de madera, y por donde entendió que no había peligro comenzó a entrar. Y vio luego que entró de la otra parte de la ribera un caballero que le dijo:
—Don caballero, no os metáis en esta agua, si no conviene que justéis conmigo.
Y cuando Galván vio al caballero que le defendía el pasaje, no le pesó mucho, que lo vio solo y comenzó a irse contra él. Y el otro, como lo vio cerca de la ribera, dejóse correr a él. Y Galván se cuidó lo más que pudo por salir fuera, porque el caballero no le derribase en el agua; mas aún no salió fuera cuando el caballero lo hirió tan reciamente que hizo su lanza volar en piezas, mas otro mal no le hizo. Y Galván que se lanzó fuera del agua lo hirió tan bravamente, que lo derribó del caballo en tierra; mas él no estuvo mucho, antes se levantó muy presto y metió la mano a la espada y dijo que, aunque lo derribara, que no le vencería.
—¿Cómo —dijo Galván—, no me puedo aún ir quito si me quisiere ir?
—No —dijo el caballero—, mientras la batalla pudiere sostener; y os tendrían los hombres por malo y por retraído si antes de esto vos de aquí os fueseis.
—Cierto —dijo Galván—, yo no me quiero partir de aquí hasta que uno de nosotros sea vencido.
Entonces echó Galván en tierra su lanza que aún estaba entera, y metió mano a su espada, y quiso ir así a caballo como estaba contra él. Y el caballero fue luego a tomar la lanza y dijo:
—O vos os ponéis en pie o me haréis matar a vuestro caballo; y así se nos tornará en villanía todo.
—Cierto —dijo Galván—, vos decís bien y verdad; y vos me enseñaste ahora una cortesía que yo mantendré en toda mi vida, que jamás no tomaré caballero que a pie esté.
Y descendió luego y sacó su espada y puso su escudo sobre su brazo, y fue contra él y le dijo:
—Vos me hacéis mal, que me estorbáis mi demanda, y me habéis seguido tanto que vos hallaréis mal de ello, si yo puedo.
Entonces le dio un golpe con toda su fuerza tan recio, que ni el yelmo ni el escudo no le pudo guarecer, que le derribó en tierra. Y aquel golpe fue el primero que hizo Galván, hijo del rey Lot de Ortania, después que fue caballero. Y cuando Gariete su hermano, que con él estaba, vio este golpe fue muy ledo y dijo:
—Hermano, altamente habéis comenzado a herir de espada y si siempre así herís aún será el vuestro padre vengado.
Y Galván dijo que jamás tendría placer hasta que lo vengase. Entonces subió en su caballo y dijo a su hermano:
—Cierto no sé a qué parte se fue el ciervo y los canes en su rastro.
Dijo Gariete:
—Entrados en el camino lo veremos.
Y entraron luego en la carrera, y se fueron ambos a andar en pos de él por una floresta muy espesa. Y el día era grande y caliente, y el sol muy fuerte, como suele ser en el día de Santa María Magdalena. Y no anduvieron mucho cuando oyeron ladrar a los canes en pos del ciervo, que iban cerca de ellos.
—Señor —dijo Gariete—, ahora acuciémonos, que ya somos tornados a nuestra caza.
Y Galván hirió luego al caballo con las espuelas, y comenzó a ir en pos del ciervo cuanto pudo; y Gariete lo siguió que no lo dejó mientras pudo, ni a pie ni a caballo.
Tanto anduvieron, que vieron ante sí al ciervo y a los canes, que estaban tan laxos que los más de ellos dejaron de correr, pero no había ninguno tal que no corriere como podía. Y Galván, que los iba alcanzando, comenzó a darles voces y a esforzarlos. Entonces comenzó el ladrido y la vuelta tan grande; y el ciervo comenzó a saltar lo más que pudo, y pensó en huir como aquel que no era seguro de la vida; y el ciervo huyendo y los canes que lo alcanzaban, y Galván y Gariete hiriendo con las espuelas.
Y así con esta prisa salieron de un valle, y subieron a un cerro alto, y vieron un llano y una floresta muy buena cercada de muro; y el ciervo se fue contra aquella parte cuanto pudo, y los canes en pos de él. El ciervo halló en la floresta una casa y la puerta abierta, y se metió dentro y se fue contra el palacio. Y los canes lo acuitaban tanto que lo prendieron y lo derribaron en medio del palacio; y tantos llegaron de los canes, que lo mataron. Y después que lo vieron muerto, lo dejaron yacer y se echaron alrededor de él como por guardarle. Y mientras que ellos así yacían guardando, llegó un caballero todo armado sino del escudo y la lanza. Y cuando llegó y halló el ciervo muerto y los canes alrededor de él, hizo gran duelo y dijo:
—¡Ay Dios, que mal guardé lo que mi señora mandó!
Entonces sacó la espada y comenzó a echar a los canes fuera del palacio y a matar a aquellos que alcanzaba. Y haciendo esto llegó Galván y su hermano con él.
Y cuando vio que el caballero andaba hiriendo a los canes, le dio voces y dijo:
—¡Ay caballero malo y retraído, no los hieras, que Dios te dé mala ventura!
El caballero dijo que por él no los dejaría de herir ni matar, porque le hicieron gran pesar en matar dentro de su casa al ciervo, que era la cosa del mundo que él más amaba.
—Ellos hicieron lo que debían —dijo Galván—, mas vos no hacéis lo que debéis, antes hacéis como caballero vil y malo que vos sois.
—¿Cómo —dijo el caballero— tal sois vos que con todo el pesar que yo tengo me decís mal y villanía y en mi casa? Cierto creed que bien seré enmendado si puedo; yo os aseguro que por poder que tengáis no os llevaréis de aquí al ciervo, antes quedarán aquí y vos con él y todos vuestros galgos aquí morirán.
—No sé —dijo Galván— qué haréis vos, que vuestras amenazas tengo yo en poco.
Y luego fue al ciervo y le cortó la cabeza, y dijo que aquélla llevaría a la corte a pesar de quien demandárselo quisiese. Y miró por el palacio y vio a los galgos muertos; y fue sañudo y dijo:
—Bien serán vengados estos, si yo puedo.
Y el caballero en que vio tan sañudo a Galván, le dijo:
—Don caballero, yo os desafío; y guardaos de mí que nunca caballero entró en mi casa que tanto me pesase como vos.
Dijo Galván:
—Ni yo nunca tanto desamé caballero como a vos, por mis canes que me matasteis.
Entonces se dejaron ir el uno al otro, las espadas en las manos; y se dieron los mayores golpes que pudieron, y se rompían los escudos por todas partes; y despedazaban los yelmos malamente, mas no pudo durar la batalla, porque era Galván más vivo y más ligero que el otro. Y a maravilla daba grandes golpes y más a menudo. Y de aquella manera trajo mal al caballero, que no lo pudo sufrir, antes se hubo de vencer y de revolver, y Galván, que lo desamaba mucho, lo seguía todavía a dondequiera que iba. Y le puso en gran cuita, que le salía mucha sangre. Y bien vio que estaba en aventura y en peligro de muerte, si no le pidiese merced; y bien quisiera antes ser muerto que hacer cosa que fuese contra su honra. Y Galván, que mucho lo desamaba, le traía a una parte y a otra; y tanto lo trajo así que el otro no pudo más sufrir ni durar, porque a maravilla había perdido mucha sangre, y el campo por donde andaba era todo sangriento, que muchas heridas tenía, grandes y pequeñas. Tanto sufrió el caballero, que tuvo que caer en tierra de rostro. Y Galván fue a él y le trabó del yelmo, y le tiró tan recio que le quebró los lazos y le echó el yelmo lejos. Y fue por cortarle la cabeza; y cuando el caballero se vio en tan grande aventura y vio que estaba en grave peligro de muerte, le pidió por aquello merced y le dijo:
—¡Ay buen caballero, yo os pido merced que no me matéis, que yo me tengo por vencido! Y si de aquí en adelante en mí ponéis la mano haréis gran villanía y cosa que os estará mal; que todo caballero que merced pide debe merced hallar, por aleve que haya hecho o traición.
—Yo no tendré de vos merced por el gran yerro que me hicisteis —dijo Galván—, de mis canes que me matasteis.
Dijo el caballero:
—Si no hallaré merced en vos, sabed verdaderamente que todos aquellos que lo supieren, os tendrán por el más alevoso caballero y más falso que nunca trajo armas.
—Esto no me hace mudar mi propósito —dijo Galván—, que por cosa que me digáis no escaparéis, antes moriréis.
Así dijo él:
—Pues ahora matadme, que yo no os rogaré más, pues en vos no puedo merced hallar.
Y alzando la espada para cortarle la cabeza, llegó una doncella que era amiga del caballero, y cuando vio que lo tenía Galván y que le quería cortar la cabeza, pensó que más querría ella morir que no ver morir a su amigo de muerte, y se metió ante el golpe y se dejó caer sobre su amigo.
Y Galván, que había alzado la espada para dar el golpe y que no la pudo detener, alcanzó a la doncella en el cuello y le echó la cabeza lejos.
Y cuando Gariete esto vio dio voces y dijo:
—Hermano, ¿qué habéis hecho que cierto ningún caballero no debía hacer tal villanía, por saña ni por desamor que a ninguno tuviese?
Y cuando el caballero que yacía en el suelo vio a su amiga muerta por él, dijo:
—¡Ay Galván, ay mal caballero y descreído! Ahora me habéis vos mostrado vuestro desamor y vuestra gran maldad, que matasteis esta doncella por nada. Cierto no daría ahora cosa por morir, salvo porque moriré por manos del peor caballero y del más sin virtud que en toda mi vida vi.
Y cuando Galván esto vio, que había cortado la cabeza a la doncella por tan mala dicha, tuvo gran pesar y dijo al caballero:
—No te mataré, pues te tienes por vencido, mas conviene que vos me prometáis que iréis a la corte del rey Artur y que os meteréis en prisión de mi señora la reina Ginebra, de parte de aquel que tuvo el don de la ventura del ciervo. Y por razón de saber la razón de nuestra batalla, que llevéis los dos galgos que vos matasteis, el uno ante ti y el otro detrás de vos. Y quiero que os acuitéis por cabalgar luego, en manera que vos estéis mañana en la corte antes que el rey vaya mañana a la iglesia.
—¡Ay señor —dijo el caballero—, sabed que yo he menester de ir cabalgando, que soy laxo y trabajado, que he perdido mucha sangre y recelo quedar en la carrera!
—Conviene —dijo Galván— que vos me prometáis hacer mi mandado.
Y él se lo prometió luego, puesto que vio que más no podía hacer; y de sí hizo su duelo por la doncella, y de que lo hubo hecho subió sobre un gran caballo que un doncel le trajo, y tomó los galgos y puso uno ante sí en el caballo y el otro detrás de si y los lió muy bien, porque no cayesen; y de sí partióse de allí cuitado y de gran pesar.
Gariete, que estaba viendo a la doncella, preguntó a su hermano y le dijo:
—Señor, ¿qué haremos, que ya es tarde, fincaremos aquí o iremos a otro lugar?
—Nos fincaremos aquí —dijo Galván—, y después nos iremos a la corte, que bien me parece que acabé mi demanda, gracia haya Dios.
—Pues quedemos —dijo Gariete— si os place, mas mucho me pesa de esta doncella que matasteis.
Y él dijo que bien tanto le pesaba a él, porque era tan hermosa y tan rica cosa.
Y dijo Gariete:
—No hay más gente de la que ahí hallemos mal, que están dentro en algunas torres o en algunos palacios, que tal casa como ésta no puede estar sin gente.
—Bien puede ser —dijo Galván.
Y en tanto que esto hablaban Gariete iba a desarmar a su hermano; y así estando oyeron en el palacio sonar un cuerno tan alto que bien lo podían oír a media legua.
—Hermano —dijo Gariete—, yo creo que estáis en la batalla por el ciervo que matasteis o por la doncella. Ahora os aviso que os defendáis, que bien creo que os es mucho menester.
Y tan presto que esta palabra hubo dicho, vieron entrar en el palacio por una puerta pequeña cuatro caballeros armados, y dieron voces a Galván:
—¡Ay caballero follón y desleal!, cierto por vuestro mal matasteis a la doncella, que moriréis por ello y bien lo merecéis. Guardaos de nosotros, que no podéis escapar de muerte.
Y cuando Galván los vio venir no estuvo muy seguro, que era laxo y cansado y ellos estaban descansados y además eran cuatro y él sólo uno, pero no fue espantado, antes fue esforzado; y porque no le pudiesen hacer mal de parte de las espaldas se retiró en un muro, y puso el escudo sobre la cabeza y sacó la espada. Y los cuatro fueron a él y le acometieron de todas partes, mas él se defendía tan bien y se cubrió tan cuerdamente que era maravilla. Y aquellos que lo desamaban mortalmente tuvieron en mucho lo que hacía, y le daban grandes voces y golpes por el escudo y en su persona. Bien se pudiera defender, si no por un caballero que vino a la vuelta con su arco tendido en su mano y una saeta en la cuerda, y como vio a Galván que hacía todo su poder por defenderse contra aquellos que le acometieran, le tiró la saeta de manera que lo hirió y le pasó las armas y lo hirió en el brazo diestro; y le entró el hierro de la saeta con algún tanto de fuste, y fue dicho que no entró por el hueso, pero sufrió gran dolor porque era la saeta emponzoñada. Y cuando se sintió herido dio una voz dolorosa y dijo:
—¡Ay, muerto estoy!
Y tanto se dolió del brazo que le cayó la espada en tierra. Y cuando Gariete esto vio, tomó una lanza y fue corriendo al ballestero y le dio tal lanzada por medio de los pechos que le salió a la otra parte y cayó en tierra, que no se pudo tener. Y los otros caballeros tenían ya a Galván en tierra y le querían cortar la cabeza. Llegó una doncella que les comenzó a dar voces:
—No lo matéis, mas prendedlo hasta que sepamos quién es, y tal hombre puede ser que todo el oro del mundo no lo guardará que no lo haga morir de mala muerte.
Cuando los caballeros vieron lo que la doncella mandara, metieron las espadas en las vainas y dejaron a Galván y le metieron en prisión en una cámara bajo tierra, que era cabe una huerta, y Gariete con él. Y toda la noche estuvieron así ambos hermanos, que no comieron ni bebieron, ni Galván tenía gana de comer, que se sentía muy malherido. Y jamás nunca aquella noche durmió ni dejó de gritar, ni de hacer cuita, tanto se sentía del dolor; y cuando fue la luz vio su brazo más hinchado que la pierna de un hombre.
Entonces tuvo gran pavor y lo mostró a su hermano y le dijo:
—Hermano, yo muero de cuita y de dolor. Ahora podéis ver que la saeta con que fui herido fue emponzoñada, y si luego no hubiere maestro no puedo escapar de la muerte.
Entonces comenzó Gariete a llorar muy fuertemente, que vio a su hermano en gran trabajo y en peligro de muerte, y le dijo:
—Hermano, vos tuvisteis mal consejo, porque quedasteis aquí, aunque vuestra batalla habíais ya acabado.
—Ya está hecho —dijo Galván— y si Dios quiere que muera, moriré; y me pesa que muero por tan poca hacienda de caballería como hice, y sabe Dios cómo no quisiera ser caballero.
Ellos estando en esto, vino la señora del lugar a una ventana, donde pudo bien hablar con ellos; y cuando vio que hacían tan gran duelo tuvo pesar, porque los vio niños y de poca edad; y porque se preciaban de caballería, siendo tan niños, los preció más. Entonces habló con ellos y les dijo:
—Señores, vos estáis en mi prisión, y cierto que me enojasteis tanto que si al vuestro yerro mirase, os haría matar por derecho. Mas si vos fuisteis sandios y villanos en hacerme mal en mi casa, y muy soberbiamente, yo seré más cortés, que os sacaré de prisión y enviaros he, si me queréis dar la fe, a hacer lo que os dijere, y no os diré cosa que a vergüenza se os torne, ni cosa que vos no podáis hacer.
Cuando Galván vio que la señora hablaba tan piadosamente, dijo:
—Señora, vos lo decís tan honradamente, que no hay cosa que me mandéis que yo no haga con toda voluntad, como quiera que por ende me venga.
—Cierto —dijo ella—, no os puede venir mal.
Dijo él:
—Os lo prometo.
Y tendió la mano, y ella también por manera de fianza.
Y cuando Gariete vino a hacerlo también, preguntó la dueña:
—¿Y vos sois caballero?
Y él dijo que no.
—Pues no tomaré de vos fianza —dijo ella—, pues sois escudero, que haría villanía.
Entonces hizo abrir la puerta de la cámara, y ellos salieron fuera y fueron ante ella. Y ella comenzó a mirar muy hito en la cara de Galván, y le preguntó cuántos años podía tener. Y él le dijo que tenía dieciocho años.
—Cierto —dijo ella—, sois bastante mancebo, y si vos pudiereis vivir largamente, yo creo que seríais uno de los buenos caballeros del mundo.
Y ella dijo:
—Decidme, ¿quién sois?
—El rey de Ortania fue mi padre —dijo Galván.
—¿Vos sois —dijo ella— sobrino del rey Artur, y ese es vuestro hermano?
Dijo él:
—Verdad es.
—Cierto —dijo ella—, yo conozco tanto de vos que sé verdaderamente que no podéis fallecer de ser buen caballero, si vivís largamente. Y cierto gran villanía hicisteis en matar a la doncella que matasteis, que tal hombre como vos no lo debiera hacer. Y quiero que hagáis en lugar de enmienda lo que os dijere, y os lo mando por la fe que me disteis.
Dijo él:
—Dueña, decid, que lo haré como quiera que no fuese mi honra.
Ella mandó luego a sus hombres que le trajeran las armas y le hizo armar, y subió en su caballo, y le hizo dar la cabeza del ciervo, porque bien quería ella que los de la corte supiesen que él acabara su demanda; y él la dio a Gariete.
Entonces le preguntó la señora por su nombre, y él dijo que su nombre era Galván. Dijo ella:
—Ahora os conviene que el cuerpo de esta doncella que matasteis llevéis ante vos, sobre el cuello de vuestro caballo a la corte.
Y él dijo:
—Yo lo haré, puesto que vos queréis.
Y la tomó y la puso ante si, y ella hizo tomar la cabeza de la doncella, y la hizo atar al cuello por los cabellos, y él sufrió de grado cuanto le hacían por su fe quitar.
Y cuando la dueña lo vio, así dijo a Galván:
—Vos iréis de esta manera a la corte de Artur, vuestro tío, como estáis. Y cuando ahí fuerais enviaréis por todas las dueñas y las doncellas, y de que os vieren debéis contarles cómo matasteis la doncella y la crueza que hicisteis del caballero que os pedía merced y no le quisisteis escuchar; y la penitencia que os dieron por enmienda del yerro que es ésta. Yo os encomiendo sobre vuestra fe que así lo hagáis.
Dijo él:
—Dueña, yo lo haré todo bien; y así os lo prometo como caballero.
Entonces dijo Galván a Gariete:
—Ahora, hermano, ¿cómo podremos llevar nuestros galgos a la corte?, que si fuésemos sin ellos no sería nuestra demanda acabada.
—Yo os daré —dijo la dueña— mozos que os los lleven. Y creed que no hay ninguno perdido, salvo los muertos.
Entonces hizo tomar los galgos y meterlos en cadenas, dos a dos. Y tomó Gariete los dos primeros; dijo a la dueña:
—No enviéis con nosotros a ninguno, que yo llevaré estos dos y los otros los seguirán de grado.
—Queden —dijo ella—, pues a vos place que no vayan, que yo los enviaba con vos de buenamente.
Entonces se partió Galván y se tornaron ambos a Camalot, y nunca se apearon hasta que fueron en medio del palacio. Llegados, Gariete puso en tierra el escudo de su hermano y el yelmo y la cabeza del ciervo. Y el rey y Merlín fueron a Galván y a los otros que ende estaban; y mandó el rey que le tirasen la doncella; y Merlín dijo:
—Señor, haced antes llamar a la reina, a las dueñas y a las doncellas, y oirán quién envió a Galván así como viene, y por qué trae así el cuerpo y la cabeza de la doncella, que no es sin razón.
Y el rey envió luego por la reina, y ella vino con gran compañía de dueñas y doncellas, y cuando vieron a Galván así estar se maravillaron. Entonces mandó Merlín que le tomasen el cuerpo de la doncella y que le desatasen la cabeza que traía colgada al cuello del yelmo, y que lo desarmasen. Y después que fue desarmado y le vieron el brazo diestro tan mal herido, tuvieron todos gran pesar. Merlín dijo:
—No os pese por cosa que veáis, que si Galván es herido bien se salvará, y yo os digo que él lo hizo mejor que vos pensáis, que él acabó bien su demanda. Y cierto esta aventura podéis vos tener por una de las aventuras del Santo Grial; y desde hoy veréis muchas más y muy a menudo y de más crueza que esta.
Después que hubo contado toda su aventura, dijo Merlín:
—Cierto, Galván, vos no fallasteis de cosa que habéis dicho; y mucho fue el comienzo de vuestra caballería de loar, si no os excedieseis tan osadamente en algunas cosas. Y la dueña que acá os envió fue muy sabia y cortés; y yo ruego a mi señor que aquí está, y a las dueñas y doncellas que con ellas están, que os den aquella penitencia por la doncella que matasteis, cual otorgaren, que será conveniente, según el yerro cometido. Y ruego a mi señor el rey Artur, que aquí está, que lo mande así hacer.