Capítulo XXX

Preguntó Morlot a su escudero si había algún lugar donde pudiesen ser aposentados aquella noche; y su escudero dijo que cerca de allí moraba una tía suya, y que si iban allí, que le harían mucho servicio. Y Morlot dijo:

—Pues vamos allá, que me siento muy mal herido, que se me va mucha sangre.

Y ellos yendo así hablando, llegó Bandemagus con gran pesar de su doncella que llevaba Morlot, con que cuidaba ser alegre, que él bien sabía que Morlot era aquel que la llevaba. Y el escudero que lo vio dijo a Morlot:

—¿Veis aquel caballero al que hoy tomasteis la doncella en la fortaleza? ¿Y ahora qué haréis, que en la batalla estáis?

—No temáis —dijo Morlot—, que yo me libraré bien de este caballero.

Entonces llegó Bandemagus y dijo a Morlot:

—Señor, vos sabéis que yo traía esta doncella en mi guarda, y por esto me acometisteis y me derribasteis, y me conviene sufrirlo; mas la doncella no puedo sufrir que sufra, y la quiero tomar, que vos sabéis bien que contra toda razón me la tomasteis. Y aunque me derribasteis no me vencisteis, y sin falta a entuerto la lleváis, y os la quiero tomar; y si me la quisiereis defender mucho me placerá —dijo Bandemagus.

Dijo Morlot:

—Bandemagus, si vos me tomáis esta doncella y me la lleváis aprisa, os será hecha gran vergüenza y no tardará mucho. Otra cosa os diré más, que cierto ningún hombre no me desafiará estando yo tan mal herido como estoy.

Y Bandemagus dijo:

—Yo no os acometo ni os desafío, mas quiero tomar esta doncella que es mía, pues me la lleváis a entuerto; y si otra vez la pudierais tomar, que la llevéis en buena hora.

Y Bandemagus tomó la doncella. Morlot dijo:

—Vos me deshonráis: acordaos que yo sé que seré vengado de vos la primera vez que os halle a caballo o en otra manera, tanto como yo esté sano.

Así llevó Bandemagus a la doncella.

Cuando ya hubo todo esto pasado, según es dicho, Galván, que era un niño muy hermoso, vino al rey y le dijo:

—Señor, yo os pido por Dios que me deis un don.

Y el rey se lo otorgó, si era cosa que pudiese hacer.

—Señor —dijo Galván—, os suplico que me hagáis caballero el día de vuestra gran alegría, cuando toméis por mujer a la vuestra preciada Ginebra.

Y el rey dijo que le placía, puesto que él quería tomar vigilia aquella noche en la iglesia de San Ostiano, que era la iglesia Catedral de Camalot, y otros diez niños con él, a quien el rey había de hacer caballeros por amor de él.

Y en la mañana, tanto que el rey se levantó y los ricoshombres se comenzaron a juntar en el palacio, vieron venir a un villano sobre un rocín magro y laxo y trotando, y traía consigo un hijo suyo de quince años de edad sobre una yegua muy magra; y entraron por medio del palacio, así como venían caballeros; y se metieron entre los ricoshombres, que no hallaron ninguno que la entrada les estorbase. Y el villano comenzó a preguntar cuál era el rey Artur. Un niño vino a él y se lo mostró y le saludó y le dijo de modo que todos lo oyeron:

—Rey Artur, a ti me envía la gran fama que de ti corre cerca y lejos, que todos dicen que ninguno no viene a ti tan sin consejo que tú no le socorras, y ninguno no te viene a pedir don que tú no se lo des, si es cosa que puedes; y por estas nuevas que de ti oí decir vine a ti, que me des un don que por él no te puede venir daño.

Y él cató al villano y cuando vio que tan sabiamente hablaba, maravillóse de qué es lo que quería pedir.

Y el villano dijo:

—Rey, has de darme por lo que vine.

—Cierto es, si lo pudiere tener.

El villano descendió del rocín y fue a besarle el pie, y su hijo otrosí y le agradecieron el don.

Y el villano dijo:

—Señor, la merced que os pido es que hagáis a mi hijo caballero, y le ciñáis la espada antes que a vuestro sobrino Galván.

Y él se lo otorgó, sonriéndose de lo que decía. Y le dijo:

—Te ruego que me digas quién te dio ese consejo, que me parece que no te debías poner en tan alta cosa como ésta, ni tu hijo tampoco se debía en ello trabajar.

—Cierto —dijo el villano—, así me parece a mí, mas mi hijo me lo hace hacer quiera o no, que por mi grado no se pondría en tan gran cosa como ésta, antes querría que fuese labrador como sus hermanos; mas por cosa que yo le diga no se quiere acordar, sino a ser caballero.

Y el rey dijo que le tenía por gran cosa, y conjuró al villano que le dijese toda su hacienda, y dijo:

—¿Tú cuántos hijos tienes?

Él respondió y dijo:

—Señor, yo vivo de la labor de mis manos y tengo trece hijos, y los doce son labradores como yo, mas éste no se quiere acordar de ninguna cosa, antes dice que no será sino caballero, y no sé dónde este comienzo le pudo venir.

Y cuando esto oyeron los del palacio comenzaron a reír. Y el rey, como era cuerdo, no tomó esta demanda por cosa de escarnio, y dijo al mozo.

—Amigo, ¿tú quieres ser caballero?

Y él respondió:

—Señor, no hay cosa en el mundo que yo tanto desee como ser caballero de vuestra mano, y ser caballero de la Tabla Redonda.

—Ahora te haga Dios ser hombre bueno, porque te pones a mayor cosa que tus hermanos. Y cierto no me demandarás cosa que te la deniegue. Bien creo que si hidalguía no te viniese de alguna parte, que tu corazón no te incitaría a tan alta cosa como la caballería. Y ruego a Dios que sea en ti bien empleada, que no habrá hoy aquí caballero hecho antes que tú.

Y él se lo agradeció mucho, y se humilló ante él y le besó las manos.

Ellos en esto hablando llegó Galván y sus compañeros, y cuando los vio el rey los llamó y los hizo venir ante él, y los hizo vestir de paños y de armas, y al niño labrador antes y después a Galván y a los otros.

Y en aquel tiempo era tal costumbre en la Gran Bretaña, que cuando hacían caballero novel, que lo vestían de jamete sobre el arnés y le metían en la mano la espada. Y así armados iban a oír la Gran Misa en cualquier lugar que fuese, y después que oían la misa conveníales a ceñir la espada aquel que lo había de hacer caballero, que así era costumbre. Y fueron ataviados los caballeros aquel día ricamente. Y aquel día era ya puesto que el rey había de tomar bendiciones con su mujer la reina Ginebra; el mismo día que los caballeros de la Tabla Redonda habían de jurar que jamás no se fallarían unos a otros, mas que se tuviesen toda leal compañía mientras viviesen. Y el rey fue ataviado y la reina también, y los caballeros noveles y los otros se fueron a la iglesia mayor con gran alegría, y con tan gran fiesta que no os lo sabría hombre contar mayor. Y en aquella fiesta hubo reyes y duques y condes, tantos que fue maravilla. Y en aquel día fue la reina Ginebra sagrada con el rey Artur: y en aquel día tuvieron ambos coronas.

Y la reina Ginebra era la más hermosa mujer que en aquel tiempo se hallaba. Y cuando la misa fue cantada y se tornaron al palacio, el rey preguntó al villano:

—Di, amigo, ¿cuál es tu nombre?

—Señor —dijo él—, mi nombre es Ares el Vaquero.

Y tomó la espada del niño y le dio la palmada así como a caballero novel. Y cierto en aquel tiempo no se usaba dar palmada a ningún novel caballero; el rey Artur fue el primero que dio palmada. Y después que le dio la palmada, le ciñó la espada y le dijo:

—Nuestro Señor te haga buen hombre, que cierto mucho me placería.

Entonces vino ahí un hombre bueno, y este era Merlín que sabía bien la hacienda de éste, y sabía bien cuyo hijo era y que no era hijo de aquel villano.

Y dijo al rey:

—Señor, cierto él será hombre bueno y buen caballero: y bien lo debe ser por linaje, que él es hijo de rey, y de tal que es uno de los buenos caballeros del mundo.

Y dijo al villano:

—¿Eres desvariado que creéis que es éste tu hijo? Cierto no lo es, que si lo fuese no se pondría en lo que se pone más que ninguno de sus hermanos, antes sería derecho villano como su naturaleza diría. Mas si tú no quieres decir al rey cuyo hijo es, yo se lo diré, que sé bien que es suyo así como tú lo sabes.

Y cuando el villano vio que el hombre bueno hablaba tan osadamente, quedo espantado y no supo qué decir. Y el hombre bueno le cató y dijo al mozo:

—O tú dirás que eras su hijo, o lo diré yo, que yo sé verdaderamente que tú no eres hijo de éste.

Entonces habló el mozo y dijo:

—Amigo señor, si soy su hijo o si no lo soy, ¿qué os hace a vos?, y si lo soy me place, y si no lo soy, ¿por qué me denostáis la madre?

—Amigo —dijo el hombre bueno—, cierto ella no puede ser denostada por lo que yo digo, que aquél de quien yo hablo es rey sagrado, y con todo esto es uno de los buenos caballeros del mundo.

Dijo el novel:

—Quienquiera que sea yo bien querría que vos lo callaseis.

—Esta vez —dijo el hombre bueno—, yo lo haré.

Entonces hizo el rey caballero a su sobrino Galván, y éste vengará a su padre, si vive luengamente, de aquél que lo mató. Aquel día salieron a la Tabla Redonda aquellos que eran compañeros; y las sillas fueron todas cumplidas, sino dos: la peligrosa y la postrimera. Y cuando comenzaron a servir las mesas, el rey dijo a Merlín:

—Merlín, no lo habéis hecho todo, que aquel lugar postrimero está vacío.

—Atended, señor, no os pese —dijo Merlín—, que bien será cumplido cuando lo quiera Nuestro Señor. Y yo no lo dejo de cumplir porque no haya aquí muchos buenos caballeros, mas porque se debe acabar como se comenzó con el rey. Y vos sois rey, y buen caballero, y por eso estáis en el comienzo en el primer lugar, y yo pondré en el final tan buen caballero como vos, o mejor, que es rey coronado como vos. Y así comenzará por alta persona y fenecerá por alta persona. Y así debe ser en tan alto lugar como es la Tabla Redonda.

El rey dijo:

—Muy gran cosa es esto que Merlín dice.

Así hablaron en esto todo aquel día. E hicieron tan gran alegría y tan gran fiesta por la ciudad de Camalot, que todos los pobres y los ricos no entendían sino en hacer gran alegría y fiesta. Y al otro día de mañana, un poco antes de la Gran Misa, llegó a la corte el rey Pelinor y se fue al palacio muy ricamente ataviado, y se fue contra donde estaba el rey Artur, e hincó los hinojos ante él, y le dijo:

—Rey Artur, yo vine aquí por ver tu fiesta y tu alegría y tan gran honra. Y cierto yo te precio y loo sobre todos los reyes cristianos que en tu tiempo viven. Y vine a tu corte por hacerte servicio; y quiero hacerte homenaje para ser tu vasallo aquí ante tus ricoshombres, porque confíes de aquí en adelante más en mí, y que sea tu privado.

Y le dio luego un manto muy rico, que tal costumbre era entonces. Y en aquel instante vino Merlín ante ellos, y dijo al rey Artur:

—Señor, recibidlo y agradecedle esta oferta que os hace, pues conoce que tanta honra de él recibís como le habéis de ofrecer; la cual no os haría si quisiese, que cierto es tan gran señor como vos, y es rey sagrado como vos y muy noble en todas virtudes, como por la experiencia parece.

Cuando el rey hubo oído las palabras que Merlín le decía, le recibió luego y se levantó a él y le sentó a su lado, y le agradeció mucho cuanto le había ofrecido. Entonces Merlín habló tan alto que todos lo oyeron, y dijo:

—Señores compañeros de la Tabla Redonda, hora sed ledos y alegres que en este día será toda vuestra Tabla cumplida, salvo el lugar peligroso.

Y ellos le agradecieron mucho a Dios, pero aún no sabían a quién en ella querían poner, que muchos había en la corte del rey, por lo que no sabían cuál sería.

A la hora de yantar, cuando las mesas fueron puestas, vino Merlín al rey Polinor y le dijo:

—Venid en pos de mí.

Y él se levantó luego y fue en pos de él, y él lo llevó derechamente a la silla postrimera de la Tabla Redonda.

Y le dijo:

—Sentaos aquí, que este lugar es vuestro; y cierto no lo hago porque os haya mayor amor que a otro, mas porque os conozco por buen caballero y leal.

Entonces lo hizo sentar en la silla. Y cuando el rey Artur vio esto dijo a Merlín:

—Cierto será quien sobre vos se quisiese trabajar de hacer sobre esto cosa, que ninguno no lo podría hacer tan cuerdamente ni tan bien como vos. Y Dios no me ayude si aquí hay entre nosotros hombre que valga más para este lugar que el rey Polinor.

Y en esto se otorgaron cuantos en el palacio estaban, y a todos plugo sino a Galván, que él verdaderamente le desamaba, porque mató a su padre el rey Lot; y dijo a Gariete su hermano:

—Gran pesar debemos tener cuando vemos aquí en tan gran honra y en tan gran alteza al que nos mató al padre.

Y Gariete dijo:

—¿Qué queréis que yo en ello haga?, que soy un escudero vuestro y no debo meter mano en caballero, porque no es costumbre como sabéis; pero si vos me lo loáis, lo iré a matar allí donde está ante todos; y yo soy con buen aparejo porque yo tengo muy buena espada, la más tajadora y la mejor que yo vi hace días. Y yo lo mataré con ella muy breve, si vos acordáis en ello. No hay cosa en el mundo que tan mortalmente desame como a él.

—No haréis tal cosa, hermano —dijo Galván—, que si metieseis en él mano, siendo escudero, perderíais la honra de caballero; mas a mí que soy caballero dejadme tomar la venganza. Y yo os digo que la tomaré tan grande como un hijo de rey debe tener de quien le mató a su padre.

—¿Cómo lo queréis hacer? —dijo Gariete.

—Yo quiero esperar —dijo Galván— que se parta de esta corte, y después que se partiere iremos en pos de él una jornada o dos; tanto que lo encuentre, haré mi batalla con él. Y si lo venciese no dejaría por cosa del mundo que no le corte la cabeza, así como él se la cortó a mi padre, como a mí me dijeron.

Y Gariete dijo:

—Yo no lo dejaré en ninguna manera que no lo mate luego, si me prometéis que no os iréis sin mí, porque yo pueda ver la batalla de ambos.

Y él se lo prometió como a hermano. Y entonces dejaron de hablar de esto.

Mucha fue la alegría y grande la fiesta que los ricoshombres del reino de Londres hicieron aquel día en la ciudad de Camalot. Y el gran palacio donde el rey tenía asentadas sus bodas era en tal manera asentado, que estaba encima de la ciudad contra la gran floresta, que floresta dicen en francés por una tierra espesa de árboles sin fruta de comer, y en el que no hay cosa de mata. Y el palacio era todo cercado de grandes huertas y maravillosas, y así espesas como si fuese una floresta. Y se fueron todos aparejando para irse, porque la fiesta se iba ya acabando. Merlín dijo:

—Señores, los que aquí en esta fiesta os habéis juntado, no os maravilléis de cosa de las que aquí oigáis, que yo os digo que oiréis aquí tres aventuras ahora maravillosas, que nunca oísteis. Y ninguna de ellas no será aquí acabada, pero tres caballeros de este palacio las acabarán. Galván acabará la primera, y otro hijo de Dates acabará la segunda y el rey Pelinor la tercera. Y sabed que cada uno de ellos bien dará cima a la suya.

Y de esto que Merlín dijo se maravillaron los del palacio. Ellos así hablando vieron venir por la huerta un ciervo a grandes saltos, y un sabueso en pos de él, y en pos de ellos iban treinta canes sueltos, que iban ladrando y corriendo en pos del ciervo; y el ciervo era todo blanco y el sabueso todo blanco y todos los otros eran negros; y con ellos una doncella, que os puedo bien decir que era una de las más hermosas doncellas que nunca entró en la corte del rey Artur. Y andaba vestida de un paño verde, y traía colgado a su cuello un cuerno de marfil, y tenía un arco en su mano y una saeta. Y andaba muy bien ataviada en hábito de cazador, y venía cuanto el palafrén la podía traer, haciendo tan gran vuelta que maravilla era. Y cuando el ciervo entró en palacio no dejó por ninguno de entrar dentro, y el sabueso en pos de él. Y el ciervo se metió entre los caballeros que estaban a las mesas, y el can fue en pos de él y le trabó de la pierna, y le tiró tan de recio que se llevó de él una pieza. Cuando el ciervo se sintió herido, se lanzó de la otra parte de la mesa. Entonces se levantó un caballero, que ende comía y tomó al sabueso y acogióse a su caballo, que tenía a la puerta, y se fue a gran andar como si el mundo fuese en pos de él. Y él iba diciendo en su corazón que mucho acabara bien por lo que fuera a la corte. Y la doncella que en pos del ciervo venía, cuando vio a su can llevar, dijo a aquel que se lo llevaba:

—Señor caballero, más os valdría dejarlo que llevarlo, que lo daréis a mal de vuestro grado.

Él no le respondió ninguna cosa, antes se fue cuanto podía. Y la doncella entró luego entre los caballeros que estaban en el palacio, que se maravillaban del ciervo que pasó entre ellos, y de los galgos que se iban en pos de él y cómo saliera por ante ellos, así que era ya en la huerta de la otra parte del palacio, y comenzaban su caza. Y cuando ella entró y no halló el ciervo ni los galgos, estuvo como espantada y echó su arco y sus saetas en tierra, y preguntó cuál era el rey. Y se lo mostraron, y ella se apeó y fue ante él y dijo:

—¡Ay rey, yo me quejo malamente de ti y de tu casa, porque perdí primeramente mi sabueso que yo amaba mucho, y no puedo seguir a mis galgos y al ciervo en pos de quien iba, que yo pudiera tomar en breve y ahora no sé adonde fue! Y todo esto, rey Artur, me vino por tu casa y por ende me quejo de ello, y ahora parecerá cómo lo cobrarás.

Entonces vino a la doncella Merlín, y le dijo:

—Asaz habéis dicho, y yo os digo que no perderéis aquí cosa que bien no os sea cobrada.

—Señor —dijo la doncella—, pues muevan algunos caballeros de aquí y vayan en pos del ciervo, que me parece que no tienen por qué tardar, si alcanzarlo quisiesen.

—Doncella, no aquejes a los caballeros, que no os valdrá. Y de hoy más habrá tal costumbre en esta casa, que por aventura que venga, si peligro mortal no tuviere, no se moverá caballero de la mesa hasta que coman. Así que después podrá cualquier caballero seguir su aventura, aquel a quien fuere juzgada; y yo ruego al rey que aquí está que tenga esta costumbre mientras viva.

Y el rey lo otorgó ante los ricoshombres diciendo que así lo haría. Entonces dijo Merlín a Galván:

—La aventura del ciervo es vuestra, y tan presto que hayáis comido tomad vuestras armas y vuestro caballo y seguid al ciervo hasta que lo hayáis hallado y apresado; y traed la cabeza y guardaos que no quede ninguno de los galgos, que los traéis a todos aquí, si no murieren en la caza, que en otra manera no sería vuestra aventura cumplida.

Y él dijo que jamás estaría alegre hasta que no estuviese en la carrera para seguir la aventura. Merlín dijo así:

—Ator, hijo de Dares, tomad vuestras armas, tanto que las mesas alcen, e id en pos del caballero que lleva al sabueso. Y guardaos que no dejéis allá al caballero o al sabueso vivo o muerto.

Él dijo que estaba muy alegre de hacerlo. Entonces dijeron los otros hombres buenos:

—¡Ay Merlín, cierto es este gran pecado, que a estos niños metéis tan presto en aventura de morir!

—Señores —dijo Merlín—, no tengáis pavor que mejor los conozco que vos, y creed que cada uno de ellos llegará bien al final de su aventura, con la ayuda de Dios.

Hablando ellos de esto vino un caballero armado de todas armas sobre un caballo blanco, y entró por medio del palacio y vio a la doncella, y de que la vio ante sí la tomó y la puso en el caballo; y ella se defendía cuanto podía. Y salió del palacio y se comenzó a ir. Ella que vio que así se la llevaba, dio voces y dijo:

—¡Ay, rey Artur, yo soy muerta y escarnecida por la seguridad que yo tenía en ti y en tu casa, si tú no haces tanto que yo esté fuera del poder de este caballero!

Y así se fue el caballero que la doncella llevaba, y ella iba dando voces al rey Artur que la socorriese.

Entonces dijo Merlín a los ricoshombres:

—¿Os parece que os dije la verdad de las tres aventuras que habían aquí de ocurrir hoy en este día?

Y ellos dijeron:

—Verdad es esto y otras muchas cosas que ya os oímos.

Merlín dijo luego al rey Pelinor:

—¿Qué os parece esta postrimera aventura? Sabed que ésta es vuestra. Cabalgad luego cuando os pluguiere, e id en pos de aquel caballero y tornad con la doncella; y haced tanto que la honra sea vuestra.

Y él le agradeció mucho esto, y dijo que se metería en la carrera lo más breve que pudiese.

De esta manera comenzaron las aventuras a venir a la corte del rey Artur. Y cuando las mesas fueron alzadas, Galván se partió de su tío el rey y de sus hermanos, y lo encomendaron a Dios todos llorando. Después Gariete rogó a su hermano que lo dejase ir consigo, y que lo serviría como escudero; y él se lo otorgó. Y Tor pidió sus armas, y se las dieron; y después que fue armado se despidió del rey, y de aquel que tenía por padre y de los otros. Y el rey Pelinor hizo lo mismo y partieron los tres de la corte. Y Galván se fue en pos del ciervo lo más derechamente que supo; y Tor se fue en pos del caballero y del sabueso; y Pelinor en pos del caballero que la doncella llevaba.