Capítulo XXIX

Ellos yendo así hablando dio voces el caballero de la tienda, diciendo así:

—¿Vos, caballero, sois de la casa del rey Artur?

—Sí —dijo Bandemagus—, sin falta, ¿mas por qué lo preguntáis vos?

—Porque lo quiero saber —dijo el de la tienda—, y puesto que sois de aquella casa quiero con vos hacer batalla.

—¿Por qué razón? —dijo Bandemagus.

—Cierto —dijo el caballero—, yo no tengo gran razón, mas habría placer de quebrantar el orgullo y soberbia que en casa del rey Artur hay, más que en todo el mundo.

—¿Y qué orgullo hay —dijo Bandemagus— y qué soberbia?

Y el caballero dijo:

—¿En dónde podría haber en el mundo más soberbia que en casa del rey Artur, pues ella ha de justar contra toda la buena caballería del mundo? Y por este orgullo quebrantar son jurados todos los buenos caballeros de esta tierra, que yo soy uno de ellos, y es por lo que ellos andan así por el mundo; por ende hice yo aquí armar esta tienda, porque si alguno de vos aquí viniese, que no se partiese sin batalla, y puesto que vos por aquí vinisteis, en la batalla estaréis conmigo.

Dijo Bandemagus:

—¿Puedo con vos otra cosa hacer?

—No —dijo el caballero—, sino que si más pudiereis que yo, iréis a la buena ventura que queráis, y si no deberéis iros por otro camino, que yo os defenderé este.

Y Bandemagus dijo:

—Cierto de la batalla no he placer, que tenía que ir adelante, mas puesto que así es comencémosla, y a quien Dios diere la honra, tómela.

Entonces se dejaron ir el uno contra el otro cuanto los caballos los pudieron llevar, e hiriéronse en manera que se derribaron de los caballos de tales caídas, que fueron tan aturdidos que no sabían si era de noche o si era de día, y así se comenzó la batalla de los caballeros. El caballero de la tienda dejóse ir a Bandemagus, y le dio un gran golpe por encima del yelmo. Y Bandemagus, cuando esto vio que así le trataba, le dio aprisa el galardón, que era muy esforzado y ardido, por ser de su edad. Y así se comenzó la batalla de ambos, que no se perdonaban cosa, antes se mostraban que eran mortales enemigos. Y así mantuvieron su batalla muy brava; y fue tan grande el reteñir de las espadas sobre los yelmos y sobre los escudos, que lo oyeron los del castillo, y fueron allá por ver la batalla, y mucho la miraron de grado, porque nunca ahí vieran sino otra, que sin falla en aquella sazón se comenzaron las justas y las batallas de los caballeros andantes, que duró luengos tiempos, así como la historia del Santo Grial y otras historias lo cuentan. Este Bandemagus fue el primero de los que las aventuras y las maravillas del reino de Londres comenzaron, y esta vida mantuvo lo más de su tiempo.

Ambos caballeros, así como yo os cuento, se combatieron ante la tienda, y tanto anduvieron en ello que quedaron cansados, que no pudieron más hacer, y queriendo o no hubiéronse de quitar afuera uno de otro y asentáronse para descansar; y fue tan dichoso Bandemagus, que no era llagado sino poco, mas el caballero de la tienda tenía dos grandes llagas, de las que había perdido mucha sangre, y esto le hacía tener gran miedo de recibir allí vergüenza. Y después que descansaron, cuando Bandemagus vio que el caballero era mal llagado, y vio toda la tierra alrededor de él teñida de sangre, dijo al caballero:

—Asaz nos combatimos y bien sería, si os pluguiere, que yo me fuese, que bien veis vos que hasta aquí yo lo tengo mejor, y veis que por vuestra fuerza no vedaréis el camino. Y si Dios me ayuda, esto digo yo por vuestra pro, que mejor sería que me dejaseis ir que no que tornásemos a la batalla que de ahora más yo y vos tomaremos daño; y por ende os ruego que me dejéis ir, y os perdono todo mi mal talante, y quiero haceros tanta honra para haber con vos paz, y otorgo que sois mejor caballero que yo.

Cuando el caballero esto oyó, cató a Bandemagus y le dijo:

—Caballero, sois más cortés de lo que creía, y vuestra cortesía me vale ahora mucho, que bien os digo que yo tenía lo peor de la batalla; pues vos por vuestra cortesía me rogáis lo que debería rogar a vos, yo os lo agradezco cuanto puedo, e id a buena ventura.

—Muchas mercedes —dijo Bandemagus.

Entonces metió su espada en la vaina, y fue a buscar su caballo, y cuando quiso cabalgar vino el caballero a él y le rogó le diera su nombre. Y él le dijo:

—Señor, mi nombre es Bandemagus.

Y el caballero le dijo:

—Señor, seáis bien venido, mucho me place con vos, que sois mi primo.

Y Bandemagus le dijo:

—Y vos, ¿qué nombre tenéis?

Y el caballero le dijo que su nombre era Anchises, y Bandemagus tiró luego su yelmo por su honra y por abrazarle y por mostrarle placer. Y Anchises hizo otro tal y tuvieron entre sí gran placer ambos.

Y Anchises dijo a Bandemagus:

—Amigo, os ruego que os quedéis conmigo hoy todo el día.

—Hoy quedaré con vos —dijo él—, mas de quedar más esto no haría por cosa del mundo, que tengo mucho que hacer.

Entonces entraron en la tienda, y a Anchises no se le olvidaron las llagas, y se hizo desarmar y curar de ellas. Y el yantar fue hecho luego muy rico. Y Bandemagus le contó cómo partiera de la corte, y cómo fue preso y cómo lo librara aquella doncella, donde era juzgado para que le cortasen la cabeza, y cómo viniera a aquella floresta a buscar a Merlín. Y Anchises dijo:

—No hace seis días que pasó por aquí, e hícele muy gran pesar.

Y Bandemagus dijo:

—¿Y cómo le podrías vos hacer pesar?

—Yo os lo diré —dijo Anchises—. Él traía consigo una muy hermosa doncella, que decían era la Doncella del Lago, y así me lo dijeron después, y en su compañía venían muchas dueñas y doncellas, y bien doce caballeros. Y cuando yo vi a la doncella hice semblante de mostrar caballerías, por darle honra y prez; y fui luego a ella y la tomé por el freno y dije que la prendería, por la costumbre que es en el reino de Londres, y que los de la Tabla Redonda pusieron. Y que la costumbre era tal, que si la doncella fuese en guarda de cualquier caballero y otro la pudiese conquistar, que la pudiese tener por razón. Y por esto me metí en aventura contra los doce caballeros, no porque creyese que me aviniese tan bien como avino, mas hícele pregonar prez y loar, y no por otra intención. Y cuando los caballeros esto vieron, salió uno ante los otros por defenderla, y así comenzamos nuestras justas, y quiso mi ventura que los derribase a todos los doce, uno en pos de otro. Y después que a todos los hube derribado, tomé la doncella por el freno y le dije que la llevaría al castillo, pues la había conquistado. Y Merlín salió contra mí sañudo, y me dijo:

—Señor caballero, dejad la doncella, que no os la podéis llevar.

Y yo, que no sabía quién era, le dije que la llevaría. Y él me dijo otra vez que la dejase. Y yo me callé, y él vio que la llevaba, e hizo luego su encantamiento y me pareció la doncella que llevaba un león, y que el león era más fuerte y más bravo que hombre nunca viera, y quedé tan espantado cuando vi aquella maravilla, que dejé luego la rienda y comencé a huir por este campo cuanto el caballo me podía llevar, tan espantado que creía estar muerto. Y cuando esto vio Merlín, tomó su doncella en su camino y se fue con ella y con su compañía. Y esto me acaeció con Merlín y su doncella.

Y Bandemagus dijo:

—Mucho bien os vino en así partiros de él.

Así estuvieron hablando de Merlín y de otras cosas en solaz. Y después que fue hora de acostar se fueron a dormir. Y al otro día de mañana entraron Bandemagus y su doncella en camino, y dijo que jamás dejaría de andar hasta que hallase a Merlín. Y así anduvieron en pequeño paso hasta hora del mediodía. Entonces hallaron un caballero armado de todas armas, que iba muy ataviado, así que bien parecía en su cabalgar buen caballero de armas.

Y el caballero era grande y bien hecho. Y cuando él vio a la doncella dijo que la quería, y se llegó a ella y la salvó, mas no salvó a Bandemagus, que la tomó por el freno y dijo:

—Yo os llevaré.

Y Bandemagus dijo:

—No la llevarás, que yo la defenderé si pudiere.

—¿Cómo —dijo el caballero— tan gran placer habéis de combatiros conmigo por defender a esta doncella?

Y Bandemagus dijo:

—Vos tenéis placer de combatiros, ¿pero cómo sois tan sandio que creéis que os la tengo que dejar así? Esto no lo debería hacer el más cobarde caballero del mundo. Y ahora dejad a la doncella, que vos hallaréis en mí mayor resistencia de la que vos pensáis.

Así que comenzó el desamor entre los caballeros. Entonces se hicieron afuera uno de otro, y dejaron a los caballos correr contra sí, e hiriéronse de los mayores golpes que pudieron, mas Bandemagus fue herido en manera que no pudo estar en la silla, y fue tan maltrecho de la caída que estuvo como muerto. Y el caballero no atendió más cosa. Y fue a la doncella y le dijo:

—Doncella, vos sois mía por la costumbre de esta tierra, pues vuestro caballero no os pudo defender.

Y la doncella comenzó a llorar con cuita, y no sabía qué hacer.

El caballero le dijo:

—Cabalgad y venid vos conmigo.

Y la doncella comenzó a temer con miedo, y el caballero le dijo otra vez:

—Cabalgad, doncella.

Y ella dijo llorando:

—¿Fue nunca doncella tan desdichada como yo?

Y los escuderos la tomaron por la mano, por mandado de su señor y la pusieron en su palafrén, y ella comenzó a llorar y a maldecir el día en que naciera. Y el caballero le dijo:

—¿Quién era aquel que en guarda os traía?

Y ella respondió.

—Señor, es un caballero de la casa del rey Artur, y es novel caballero y es sobrino del rey Abrián y su nombre es Bandemagus.

—¡Por Dios! —dijo él—, yo conozco bien a Bandemagus, y si lo hubiera conocido antes no hubiera combatido con él, que hace poco que sus parientes y sus amigos me hicieron mucha honra. Y por ende me pesa que lo derribé.

Y cuando la doncella esto oyó, confortóse en alguna manera por saber si podría saber quién era el caballero que la había ganado, y le dijo:

—Por Dios, señor, decidme cuál es vuestro nombre.

Él le dijo:

—Sabed que mi nombre es Morlot de Irlanda.

Cuando la doncella esto oyó fue muy cuitada, y apenas se pudo tener en el palafrén. Y no era maravilla que fuese mucho espantada de Morlot de Irlanda, porque oyera decir que era bravo contra las dueñas y doncellas, pero era buen caballero de armas. Y fue menos querido de dueñas y doncellas que fue Brius sin piedad, aquel que les hizo tanto mal según cuentan muchos libros y muchas historias. Así que cuando Brius las tomaba a todas las mataba con sus manos, y Morlot todas las que tomaba las enviaba a Irlanda y las hacía meter en un castillo donde no podían salir después.

Esto hacía él por su padre y por sus dos hermanos que eran buenos caballeros, que fueron muertos en un torneo, por juicio que dueñas y doncellas dieron en el reino de Londres. Así que todas las dueñas y doncellas que podía haber, las hacía meter en prisión en Irlanda. Y por esto le tuvieron por la mayor crueza del mundo. Y él era compañero de la Tabla Redonda, y lo hizo compañero Merlín, porque era buen caballero en armas, y sin falta en aquel tiempo no había tan buen caballero en la Tabla Redonda como él. Y aún más os digo, que a maravilla lo podían hallar en todo el mundo. Y sabed que todas aquellas dueñas y doncellas que en prisión metiera, que nunca salía ninguna viva hasta aquel tiempo en que Tristán, el buen caballero fue a Irlanda, que liberó a las que estaban vivas. Empero aquí no se da cuenta de cómo las libró, ni de qué manera.

Cuando la doncella vio que estaba en poder de Morlot y que la llevaba, se puso muy triste. Mas Morlot metió poco mientes en ella, y anduvieron tanto hasta que llegaron a una hermosa ribera en que estaba un castillo muy fuerte en una peña grande, y se llamaba Avelón. Y cerca de la ribera había un llano cercado de unos árboles, y dos tiendas armadas, porque los de la tierra estaban ahí ajuntados y hacían honra y fiesta a su señor, que venía nuevamente de casa del rey Artur, que lo hiciera entonces caballero. Y se llamaba aquel caballero Perfides, que fue después de grandes hechos de armas y compañero en la Tabla Redonda. Y mientras Morlot venía por el camino cerca de la ribera, Bandemagus salió y cabalgó en su caballo, e iba en pos de él cuanto podía y dijo que no se llevaría así a la doncella, si no la ganase antes por la espada. Y Morlot, que iba delante, llegó a las tiendas cuanto un trecho de ballesta y tomó otro camino, y no quiso entrar entre ellos porque no lo hiciesen ahí quedar. Y un caballero que lo vio desviar, salió a él y le dijo:

—Señor caballero, el señor de este castillo que es novel caballero y cuantos con él están, os envían a rogar que vayáis a ver su fiesta, y agradeceros vuestra cortesía.

—Señor —dijo Morlot—, decidle que se lo agradezco, y que de grado iría allá, mas que he de hacer tantas cosas lejos, que no puedo este ruego hacer, y saludadme mucho a ese caballero y a los que están con él y decidles que no les pese.

La doncella, creyendo que después que los caballeros de la tienda supiesen que allí iba presa que la socorrerían, dijo al caballero de la tienda:

—¡Ay buen caballero, yo estoy presa en poder de Morlot y soy una doncella extraña y pobre y cuitada y desaconsejada, y con harta mengua de amigos, que mis pecados me trajeron a esta tierra! Y ahora me lleva este caballero presa, que me conquistó a otro caballero con quien venía; y por hacerme merced decid a aquellos caballeros que tengan de mí piedad, y que me libren de la prisión de Morlot, que es hombre de gran crueza contra mujeres, como todos sabéis.

Y cuando el caballero esto oyó dijo:

—Señor caballero, yo os ruego por cortesía que enviéis esta doncella al señor del castillo.

Y Morlot dijo:

—La doncella yo no la dejaré en ninguna guisa, mientras yo la pudiese defender.

—Cierto —dijo el caballero—, días ha que nunca vi en caballero tan poca cortesía como en vos hay, que por ruego no queréis dar la doncella, mas aun por ventura vos la daréis queriendo o no.

Y luego se partieron. Y la doncella se iba deteniendo lo más que podía. Cuando Morlot de Irlanda llegó al río que estaba al pie de la torre y vio el agua tan honda que no podía pasar, dijo a sus escuderos:

—Me parece que si no hallamos aquí otra posada, que habremos aquí de quedar.

Y dijeron ellos:

—Señor, por otra parte no podréis pasar, sino por el puente.

Entonces tomó su escudo y su lanza, que bien veía cierto que sin batalla no podía de allí partir. Y fue por la ribera contra el puente, y no anduvo mucho que vio salir del castillo un caballero armado de todas armas, que cuando llegó a Morlot, le dijo:

—Señor, yo os ruego de parte de los caballeros de las tiendas, que a esta doncella por amor de ellos y por vuestra cortesía que la libertéis y la enviéis donde ella quisiera ir, y han de agradecéroslo. Y si no quisierais hacerlo, sabed que no podéis de aquí partir sin vuestro daño.

—Cierto —dijo Morlot—, que no la daré a vos ni a otro en cuanto la pudiese defender yo.

Y el caballero de las tiendas dijo:

—Pues de hoy más en la batalla sois, y guardaos de mí y de todos aquellos otros que todavía queremos que la doncella sea libertada, pues así se nos encomendó.

Entonces se dejó correr cuanto el caballo lo pudo llevar contra el caballero y Morlot a él otrosí, y le hirió tan reciamente que lo derribó del caballo en tierra con muy gran caída. E hizo contra él una villanía, que no se tuvo por satisfecho con que lo derribase, y trajo el caballo sobre él dos veces, y lo trató tan mal que el caballero se amorteció. Y de esto creció gran enojo a los caballeros de las tiendas. Y armáronse diez caballeros y dijeron que vengarían aquella villanía, si pudieran. Y se fueron a él y le dijeron:

—Caballero, bien cierta parece vuestra crueldad y el mal talante que os hayo. Dejad al caballero, que descortésmente os habéis visto con él.

Cuando Morlot esto oyó, dejóse ir a uno de ellos y le hirió en la garganta y dio con él en tierra, y fue a los otros y derribó a seis de ellos, y tanto hizo de armas que uno de ellos le llagó en la garganta muy mal, que no pudo hacer más de armas.

Y cuando se vio tan mal llagado, tornóse a uno de sus escuderos y le dio el escudo y la lanza. Y cuando los caballeros vieron que no quería más justar, dijo uno de ellos a Morlot:

—¿Cómo, caballero, no queréis más justar?

Dijo Morlot:

—¿Y cómo no os parece que hice bastante en derribar a seis de vosotros? Cierto no vinieran ya tantos que no los derribara, sino por ese caballero que me llagó tan mal, que jamás no cuido en tomar armas.

Y el otro caballero dijo:

—Pues que así es menester, que se quedé aquí la doncella.

Dijo Morlot:

—No está bien lo que decís, que de hoy más no la podéis haber, que yo soy tan mal llagado que no puedo más hacer de armas, y por esta razón vos no me podéis hacer fuerza. Y si os queréis combatir conmigo, todo el mundo os lo tendrá a mal, si me hacéis esta fuerza.

Cuando los caballeros esto oyeron, entendieron que era derecho y razón lo que Morlot decía, y dijéronle que se fuese con su doncella. Y cuando Morlot se vio libre dijo a su escudero:

—Cabalguemos y vayamos a buscar donde descansaremos.

Y luego pusieron a la doncella en su palafrén, y los tres llegaron a un puente ribera de un río.