El autor dice que después que el rey Artur cortó la cabeza de Ebrón el Follón, por lo que le dijera de Morgaina su hermana, pensando que se lo inventara, la mujer de Ebrón vino a él y le dijo:
—Señor, os ruego que la tierra que mi marido tenía de vos que me la dejéis tener a mí, porque me defienda con ella contra quien me quisiere hacer mal.
El rey dijo:
—Pláceme y otorgólo.
Dijo ella:
—Muchas gracias, señor, mas aún os demando más.
Dijo el rey:
—Pedid lo que quisiereis, que si es cosa que os pueda dar, la tendréis.
—Yo os pido —dijo ella—, en galardón de todos los servicios que os pudiere hacer, que un hijo que tengo doncel, que me lo hagáis caballero antes que de aquí os vayáis, que Dios os dio tanta gracia y tanta bondad, que me parece que no podría ser caballero por vuestra mano que todavía no fuese bueno, y por esto quiero yo que vos deis a mi hijo la honra de la caballería; que su padre fue tan buen caballero como vos, señor, sabéis que no podía el hijo errar en serlo.
El rey dijo:
—Bien lo sé, y quiero yo hacer lo que me rogáis.
—Muchas mercedes —dijo ella—. Ahora enmendasteis la gran pérdida que me disteis en la muerte de mi marido.
Entonces hizo venir la dueña a su hijo ante el rey, que tenía por nombre Brius y era muy hermoso doncel, pero tenía la catadura brava como su padre. El rey le preguntó:
—¿Tú quieres ser caballero?
—Señor —dijo él—, no hay cosa en el mundo que tan gran placer me cause.
—Tú lo serás por ruego de tu madre —dijo el rey—, y Dios quiera que sea en ti bien cumplida la caballería.
Dijo la madre:
—Amén.
Aquella noche mandó el rey tener vigilia al escudero en una capilla que por ende había, al otro día hízolo un caballero; y partióse después con su compañía, y el caballero novel quedó con su madre.
Y tanto que de allí partió, hizo Brius una promesa a su madre, donde mucho pesar y mucho daño vino a muchas dueñas y doncellas, que él prometió, porque su padre perdiera la cabeza por razón de Morgaina, que jamás nunca hallaría dueña ni doncella a la que no hiciese cuanto mal pudiese hacer. Y esta promesa tuvo él mientras vivió, que muchas mató después con sus manos y las deshonró. Y si su padre fue muy bravo y malo y de gran crueldad, no fue el hijo mejor, mas peor.
Y el rey Artur volvióse a Camalot, y halló ahí al rey Urián y a Morgaina. Y los de la corte tenían gran pesar, porque no sabían del rey ningunas nuevas; y muchos hombres buenos lo fueron a buscar a muchas partes. Mas cuando lo vieron venir fueron muy alegres; y él les contó cómo matara a Ebrón el Follón; y todos dijeron que era bien hecho de rey, e hiciéronlo escribir en el libro de las aventuras que en aquel tiempo eran comenzadas de nuevo. Pues los caballeros de la Tabla Redonda tenían puesto por mandado del rey y de Merlín, que metiesen por escrito todas las aventuras y caballerías que en aquel tiempo aviniesen en la Gran Bretaña, en tiempo del rey Artur.
Acabado esto aconteció otra aventura, que Bandemagus fue preso en el castillo de Urián, que era padre de Ebrón, y fue preso todo aquel día, que ninguno no miró por él en la prisión en que estaba, que era una cámara y muy hermosa y muy blanca. Y había ahí una doncella hija del señor del castillo que tuvo gran piedad de Bandemagus, porque lo viera tan mancebo y hermoso; y dijo que sería gran limosna que el tal caballero y tan niño pudiese librar de peligro. Y aquella doncella tenía la llave de la cámara donde Bandemagus yacía. Y tanto que hubo vagar de hablar con él, fue a él y le preguntó quién era. Y él le contó toda su hacienda, que no le menguó ninguna cosa; y después le dijo:
—¿Y vos, doncella, quién sois que de mi hacienda me preguntáis?
—Señor —dijo—, yo soy hija del señor de este castillo, y el caballero que vos matasteis era mi hermano; mas por defender vuestra vida y no por vuestra voluntad. Y porque veo que sois aún niño, yo he de vos gran duelo, que yo sé bien que hoy o mañana será vuestra muerte, que mi padre y cuantos aquí están os desaman, mirad qué remedio tenéis.
Dijo el caballero:
—Cierto, doncella, no sé; en Dios pongo mi esperanza, que si Dios quiere que yo aquí muera, no me puede ninguno guarecer, y si quiere Él que escape, escaparé, que así van las cosas del mundo como Dios quiere.
—Si Dios me ayuda —dijo la doncella—, yo he duelo de vos y he gran pesar de vuestra muerte.
Él dijo:
—¡Por Dios, señora, si vos de mi muerte tuviereis pesar, bien me lo podríais mostrar, que sé que me podríais sacar de aquí!
Y ella dijo:
—Si yo de aquí os sacase. ¿Cómo me lo agradeceríais?
—Por Dios —dijo él—, como vos quisierais, que cualquier cosa que yo hacer pudiera, yo la haría por ser libre, que bien sé que no puedo de aquí escapar sin muerte, porque todos los de aquí me quieren mal: y Dios lo sabe, que de la muerte del caballero me pesa como si fuese mi hermano, y yo no matara si no lo hubiera de hacer, que si yo a él no matara él me hubiera matado a mí.
Y la doncella dijo:
—Yo os libraré, si me dais un don.
—Cierto —dijo él—, si vos me libráis de aquí, yo os daré lo que me pidáis, si fuera cosa que pueda o deba dar, y aún más os quiero decir: si así lo hacéis como decís, de no poneros ninguna excusa a lo que me pidáis, aunque en ello hubiese de recibir agravio, cuanto más conociendo la merced tan señalada que de ella espero recibir.
Cuando la doncella esto oyó, dijo:
—Sabed, señor, que no os pediré cosa que os sea grave de hacer.
Y oída por él esta respuesta, dijo:
—Yo os prometo como leal caballero, que haré lo que me mandéis.
—Yo lo recibo —dijo ella— y os quiero librar; y os diré que en cuanto sea de noche os sacaré de aquí y haré parar dos caballos en la puerta del castillo, y después que vos os fuerais armado, cabalgaremos y tomaremos la carrera, y después que estuviéramos fuera de la tierra de mi padre, entonces os diré lo que os quiero pedir.
—Muchas gracias —dijo él—. Si lo hicierais así, yo seré para siempre vuestro caballero.
—Estad seguro, si Dios no me estorba.
En esto se acordaron ambos, y Bandemagus fue confortado mucho; y ella partióse de él y le dijo que se esforzase bien. Y trabajó mucho por librarlo, que tanto se contentó de él y tanto lo metiera en su corazón, que lo amaba desigualmente.
Y aquel día se aconsejó el señor del castillo con sus vasallos qué haría de aquel que mató al hijo que él mucho amaba, tanto como a sí, y que le dijesen de qué muerte le haría morir:
—Que yo quiero que los de la Tabla Redonda sepan la alta venganza que yo de él tomé; así que los que le oyeren se castiguen por donde anduvieren demandando aventuras por el reino de Londres, como suelen. Y quiero que por este hecho se espanten los caballeros andantes que andan buscando justas y batallas por la Gran Bretaña.
Y después que él este consejo demandó, se levantó un caballero y dijo:
—Señor, el mejor consejo que en esto podéis tener es éste: que le cortéis la cabeza y que la enviéis al rey Artur en presente, y que le enviéis decir que por venganza de vuestro hijo que Bandemagus mató, haréis tal justicia de todos los caballeros andantes que a vuestra corte vengan. Y estas nuevas espantarán así a todos los caballeros andantes, que jamás ninguno vendrá por aquí.
Y el señor del castillo dijo:
—Esto tengo yo por bien, y esto quiero yo hacer de todo en todo.
Cuando la doncella esto oyó tuvo gran pesar, y fue luego a Bandemagus y se lo contó todo.
Y él respondió espantado y dijo:
—Señora, ¿qué haré?, que bien veo que soy muerto, si vos merced no tenéis de mí; y por Dios pensad de librarme.
Dijo ella:
—Por Dios, he de hacerlo.
Después de que la noche vino, la doncella, que pensó mucho aquel día cómo libraría a Bandemagus, fue a la cámara y la abrió, y tomó a Bandemagus por la mano y lo sacó del castillo tan secretamente que no lo entendió ninguno, y lo llevó a un árbol donde tenía dos caballos y todas sus armas, que no le menguó cosa, y le dijo:
—Bandemagus, ahora armaos aprisa y salgamos de aquí, que después que estéis fuera de la tierra de mi padre, no tendréis miedo.
Él se armó y ella le ayudó; y cabalgaron luego y anduvieron hasta media noche. Bandemagus dijo a la doncella:
—Ahora podemos descansar, que ya estamos fuera de la tierra de vuestro padre.
Ella dijo:
—Tengo miedo de que venga en pos de nosotros y que nos alcance; y si nos alcanzan estaríamos en peligro de muerte, y cuanta diligencia hicimos estaría perdida; y por esto tengo por bien que andemos cuanto la noche dure, y cuando sea de día algún castillo podremos hallar, donde nos acostemos y estemos seguros.
Él le dijo:
—Doncella, vos decís lo mejor y así lo haremos. Mas esto decía yo, porque creía que vos estaríais cansada del camino.
Entonces comenzaron a andar lo más aprisa que pudieron, y cuando ya fue de día claro, que salió el sol, dijo Bandemagus:
—Señora doncella, ¿sabéis dónde estamos?, que yo no sé cosa de esta tierra, si Dios me vale.
—Ni yo —dijo ella—, que nunca estuve aquí, mas tanto sé yo bien que hemos andado gran camino, y que estamos muy lejos del castillo de mi padre.
—Bien lo creo —dijo él.
Estando ellos así hablando cataron a su diestra y vieron una ermita antigua, que estaba entre unas matas sobre una peña. Y Bandemagus dijo:
—Doncella, esperadme aquí un poco; iré a aquella ermita a saber nuevas de esta tierra donde estamos.
Y ella dijo:
—Id, mas venid luego.
Y Bandemagus fue a la ermita y halló que era casa de orden. Y dijo a los frailes:
—¿Hay aquí cerca algún castillo o lugar donde pudiéramos descansar yo y una doncella que anda conmigo?
—No —dijeron ellos—, mas a cinco leguas de aquí hay otras casas de orden.
Y mientras ellos así hablaban cató Bandemagus de una peña y vio una floresta muy espesa, y esto podía estar de allí a cuatro leguas pequeñas. Y dijo:
—Ahora decidme, señores, ¿cuál es aquella floresta que veo?
—Aquella, señor —dijeron ellos—, es la floresta de Armantes, una de las grandes florestas que hay en la Gran Bretaña, y de las más desviadas y donde los hombres hallan más aventuras.
—Por Dios —dijo él—, de la floresta de Armantes yo oí muchas veces hablar, mas ahora me decís cómo puedo ir yo más derechamente contra la montaña de Sangin.
Y ellos dijeron:
—De esa montaña no sabemos ninguna cosa, que nunca de ella oímos hablar.
—¡Ay Dios —dijo él—, y esto qué puede ser!, que yo creía que era aquí cerca y ahora estoy tan lejos, que los hombres de esta tierra no saben de aquella parte, ahora no sé qué hacer.
Entonces se tornó a la doncella y le dijo estas nuevas. Ella dijo:
—Puesto que no estamos tan cerca, bien anduvimos esta noche cuatro jornadas.
Y él dijo:
—¿Qué os place que hagamos?
—Por Dios —dijo ella—, me placería que descansásemos aquí, que estoy muy cansada.
Y él dijo:
—Pues vayamos a descansar a aquella capilla, que allí hay un buen lugar donde albergan a los caballeros andantes, y ahí tomaremos consejo de dónde vayamos.
—Señor —dijo ella—, muy bien decís.
Entonces se fueron a la ermita a albergar con el ermitaño. Y él los recibió muy bien, y todo aquel día descansaron allí, que estaban muy cansados. Y después que fue de noche preguntó Bandemagus al ermitaño si hacía mucho que vinieran por allí algunos caballeros de casa del rey Artur. Él dijo que hacía poco que pasara por allí Nabordgaunes, compañero de la Tabla Redonda, y que le dijeran sus caballeros que era uno de los buenos caballeros de la Gran Bretaña.
Y Bandemagus dijo:
—Cierto, es uno de los buenos caballeros de la Tabla Redonda de casa del rey Artur.
Y el ermitaño dijo:
—Aún más os diré, no hace mucho que pasó por aquí Merlín el profeta, y llevaba consigo una doncella de la Pequeña Bretaña y se iban a la floresta de Armantes a descansar, y después supimos que mora ahora ahí. Estas nuevas nos dijeron en casa del rey Artur.
Dijo Bandemagus:
—Puesto que estoy tan cerca de él, quiero ir a verle.
Entonces dijo Bandemagus a la doncella:
—Pues habéis hecho tanto por mí, que yo debo ser vuestro caballero, y así lo haré, que me librasteis de muerte, y esto que yo vivo por vos es. Y esto os digo porque os tengo que dar un don, el que vos me pidáis, que yo pueda dar.
—Señor —dijo ella—, verdad es, y yo os lo pediré cuando sea tiempo y lugar.
Y Bandemagus se calló de esto. Y después dijo a la doncella:
—¿Qué os place que hagamos de mañana?
Y ella dijo:
—No andaré yo con vos hasta tanto que sea tiempo de pediros el don.
—Todo sea a vuestro placer —dijo él.
Y ella dijo:
—¿Contra cuál parte iréis vos?
Y él dijo:
—Yo quiero ir contra la floresta de Almantes a buscar a Merlín el profeta, que dicen que está ahí, y yo querría hablar con él de muy buen grado para preguntarle por mi hacienda.
—Vayamos —dijo ella— que no me apartaré de vos.
Y en esto quedaron. Y de mañana oyeron misa y se despidieron de la ermita, y anduvieron hasta mediodía, y a esta hora avínoles que hallaron en un árbol un caballero que yacía durmiendo en un prado, y tenía su escudo y su lanza y su yelmo sobre sí; y cerca de sí su caballo atado a un árbol. Y tanto que los caballos se vieron comenzaron a relinchar. Y el caballero que dormía despertó y se irguió luego y enlazó su yelmo, y Bandemagus le dijo:
—Caballero, no temáis; ni por miedo de mí no os arméis, mas descansad en paz, que no vine yo por aquí para combatirme con vos.
—Ni yo con vos —dijo el otro—, pues no queréis vos más verme a mí armado, que no que me toméis desarmado.
Entonces se echó el escudo al cuello y tomó su lanza, y después que estuvo ataviado, dijo:
—Ahora querría, señor caballero, si os pluguiese, saber quién sois y a qué lugar vais y a qué vinisteis a esta floresta tan solo.
Y Bandemagus dijo:
—Puesto que vos mi hacienda queréis saber, yo os diré una parte. Sabed que yo soy un caballero de la corte del rey Artur, pero no soy de los de la Tabla Redonda, y salí acá nuevamente por demandar aventuras. Ahora es así que mi camino me trajo a esta floresta, no porque yo quería venir mas por la aventura que aquí me trajo; y pues así avino, querría buscar a Merlín, que me dijeron que estaba aquí, que tengo gran necesidad de hablar con él.
—Cierto —dijo el caballero—, ahora hace un año o más que estoy aquí solo, y nunca de aquí salí ni pude hallar lo que yo demando.
—¿Y qué es lo que demandáis?
Dijo el caballero:
—Esta no es cosa que deba encubrir de vos ni de otro. Yo ando buscando un caballero que mató a mi padre a traición, y si lo pudiese hallar y no hiciese mi poder por vengarlo, yo no me debería tener por caballero.
Y dijo Bandemagus:
—¿Y cómo sabéis vos que está en esta floresta?
—Yo lo sé —dijo él—, que lo vi muchas veces.
Dijo Bandemagus:
—Pues, ¿por qué no os combatís con él?
—De muy buen grado lo haría yo, si pudiese, mas cada vez que lo halló me huye, y por mi mala ventura nunca llego a él sin que escape.
—Eso no es maravilla —dijo Bandemagus—, que muchas veces suele acaecer.
Y así se dejaron de esta habla. Bandemagus dijo:
—Decidme si sabéis nuevas de Merlín.
—Cierto —dijo el caballero—, no hace seis días que lo vi y andaba con él una doncella muy hermosa a maravilla y con otra compaña grande.
—Si Dios me ayuda —dijo Bandemagus— mucho lo deseo ver.
Dijo él:
—Dios a vos os deje verle y a mí lo que ando buscando.
Entonces se partió Bandemagus del caballero y su doncella con él, y anduvieron por el camino de la floresta hasta hora de nona, y estuvieron muy cansados por el trabajo que tomaron grande, y por la gran siesta que hacía. Y porque no habían comido aquel día, cataron ante sí y vieron un castillo pequeño, que estaba sobre una peña y era fuerte y hermoso, y había una tienda muy hermosa armada, mas no era tan grande, y cerca de ella estaba un caballo atado a un árbol por la rienda, y en él estaba un escudo colgado por el tiracol, y tenía entallado un león de plata. Y en otro árbol estaban acostadas bien veinte lanzas. Y tanto que el caballo, que estaba atado, los vio, comenzó a relinchar, y no tardó mucho que no salió de la tienda un caballero armado de todas armas. Y cuando vio a Bandemagus subió encima de su caballo, y tomó su lanza y se fue a parar en el camino. Y cuando la doncella esto vio, dijo:
—Me parece, Bandemagus, que en la batalla estáis, ¿y qué podemos hacer?
—No os conviene tal —dijo Bandemagus—, que si yo pudiere la batalla partir he de hacerlo, si no he de combatirme, que por miedo de un caballero no haré yo sino lo que debo.