La reina consorte del rey Lot vino acompañada al enterramiento de su marido con muchos obispos y prelados y con sus cuatro hijos, que eran muy mozos y niños. Y fue ahí hecho grande y extremo llanto por todos; el rey Urián vino ahí, con su mujer, Morgaina, que era muy maliciosa y sabía mucho de engaño y de otros males. Y cuando el rey Lot fue soterrado, Galván su hijo mayor, que era muy hermoso niño y no tenía entonces más de once años, hizo gran duelo por su padre, que todos los que veían tenían de él piedad. Y después que hizo su duelo, que hombre de su edad no podría más hacer ni más apuesto, dijo palabras que fueron bien oídas y después no olvidadas; y comienza diciendo:
—¡Ay Dios Señor, cómo me hizo tan gran daño y tan gran duelo saber que el rey Polinor os mató, y que mucho abaró vuestro linaje y nos tornó pobreza por vuestra muerte! ¡Y que el reino por eso mismo se hallará más menguado, que no hará de los mejores siete reyes que hallarse podrían hoy! ¡Y ya, no plega a Dios, que haga yo caballería que sea nombrada hasta que tome venganza, como es derecho que mate rey por rey!
Y de estas palabras se maravillaron todos cuantos lo oyeron, que muy grandes eran para decirlas niño tan pequeño, y muchos hubo ahí que dijeron:
—Aún éste vengará a su padre.
Y sí, así fue, que mató después al rey Polinor y a sus tres hijos.
Así hicieron las exequias del rey Lot muy honorablemente, que duraron quince días. Después de esto el rey Artur, que estaba muy alegre de aquel gran bien que Dios le hiciera al poder escapar de las batallas, dijo que haría las ochavas de aquella victoria. Y mandó hacer imágenes de reyes, trece de metal, y dorándolas muy bien, que cada rey tenía en su cabeza una corona de oro muy rica, y su nombre escrito en el pecho. E hizo hacer una imagen mejor que todas las otras a su semejanza; e hizo que los trece reyes tuviesen sendas candelas en las manos. Y el rey Artur tenía en la mano una espada desnuda, que parecía que amenazaba a los trece reyes y a las otras gentes. Y después que esto hubo hecho, las hizo poner encima de la mayor torre de su alcázar, así que todos los de la ciudad las veían bien. Y en medio de todas estaba el rey Artur más alto que ninguno, y tenían todas las cabezas alzadas, así como si le pidiesen merced de gran yerro.
Y después que todo esto fue hecho, comenzaron sus fiestas que les duró ocho días, mas en el primer día dijo el rey Artur a Merlín:
—Mucho me parece esta obra a mí bien, si estas candelas siempre durasen.
Merlín dijo:
—Yo os las haré durar más de lo que vos pensáis.
Entonces hizo su encantamiento y dijo al rey:
—Cierto, creed que estas candelas no morirán hasta aquel día en que el alma se me partiere del cuerpo. Y en aquel tiempo que ellas murieren habrá dos maravillas en esta tierra, que yo seré muerto por engaño de mujer. Y el Caballero de las Dos Espadas dará el doloroso golpe contra el defendimiento de Nuestro Señor, porque las aventuras del Santo Grial avendrán a menudo al reino de Londres. Entonces comenzarán las cuitas y las tempestades por la Gran Bretaña, así que todos serán espantados, y durará esto veintidós años.
El rey dijo:
—Merlín, ¿por esto puedo yo entender vuestra muerte y el día en que ha de ser?
Y Merlín dijo:
—En verdad veréis en aquel día que las aventuras vendrán primero, que entonces morirán estas candelas, y esto será a la hora del mediodía; y vendrá una oscuridad grande por toda la tierra, que ninguna cosa se podrá ver. Y aquella hora vendrá que andaréis acá, que descenderéis cabe una fuente por matar una bestia. Entonces vendrá la oscuridad tan grande que no sabréis parte de vuestra bestia, y bien os digo que tendréis un gran miedo.
Y el rey se maravilló mucho y le dijo:
—Merlín, ¿vos me podéis decir en qué día y hora será esto?
—Por buena fe —dijo Merlín—, esto no sabréis vos ni otro.
Entonces le dejó el rey de preguntar y le habló de otras cosas, y le dijo:
—Decidme, ¿dónde se fueron el rey Polinor y los dos hermanos que tan buenos fueron en las batallas, que yo los he hecho buscar lejos y cerca y no los pudieron hallar; y ellos hicieron tanto por mí que nunca tendré placer hasta que les de el galardón?
—Yo os digo —dijo Merlín—, que ya a los hermanos nunca veréis.
Y esto decía Merlín, porque se mataron ambos por desconocimiento. Mucho hablaron aquel día de muchas cosas, así que Merlín dijo al rey Artur:
—Yo no estaré aquí mucho, mas una cosa os diré. Y creed, si sois cuerdo, que la vaina de vuestra espada que la guardéis bien, que yo os digo que nunca tal la hallaréis, si la perdéis; ni la pongáis en mano sino de aquel en quien confiáis mucho, que si os la conocieren nunca más la tendríais; y bien visteis en las lides cuánto valía la vaina, que vos fuisteis en las batallas llagado de muchas llagas y nunca perdisteis una gota de sangre.
El rey dijo:
—Yo la guardaré a todo mi poder.
Aquel día hizo el rey Rión homenaje al rey Artur, e hizo reyes por todas las tierras donde eran reyes aquellos que murieron en la lid. Y aquel día hablaron mucho los unos con los otros de muchas cosas, y de las candelas que así ardían. Y cuando Morgaina supo que Merlín hiciera tal encantamiento, pensó de conocerlo, y que aprendería tanto de él porque podría hacer algo de lo que quisiese. Y entonces hizo en guisa que se conoció con Merlín, y le rogó que le enseñase de lo que sabía, y que haría pleito homenaje que haría por él lo que él quisiese. Y Merlín, que la vio muy hermosa a maravilla, comenzóla a querer bien y dijo:
—Señora, no os lo encubriré, yo os amo tanto que no hay cosa en el mundo que me pidáis que por vos yo no haga.
—Muchas mercedes —dijo Morgaina—, y esto quiero yo probar luego. Ahora os ruego que me enseñéis tanto de encantamientos, que no haya mujer en la tierra que de ellos sepa mucho más que yo.
Y Merlín dijo que eso haría él con mucha gana. Y le mostró tanto en poco tiempo, que supo gran parte de lo que deseaba saber, que ella era muy sutil y engañosa y codiciosa de aprender ciencia de nigromancia. Y cuando vino tiempo tuvo un hijo varón que llamaron en bautismo Iván, y después fue nombrado caballero, de gran bondad y de grandes hechos. Y cuando hubo aprendido tanto de nigromancia cuanto quiso, alongó a Merlín de sí porque vio que la amaba de loco amor, y le dijo que le daría un gran escarmiento si viniese más al lugar donde ella estuviese. Y Merlín, esto oído, tuvo gran pesar, que la quería infinito, y por amor del rey Artur que la amaba huyó y se fue de la corte.
En aquella sazón en el reino había un caballero muy hermoso y buen caballero de armas, que amaba mucho a Morgaina, y ella a él. Y tanto anduvieron en su amor, que hubieron ayuntamiento en uno, y ella lo amaba sobre todos los hombres del mundo; y en aquella sazón era en casa del rey y ponía cobro en su hacienda y le gobernaba la casa, porque el rey no tenía mujer. Y el rey se fiaba de ella más que de otra cosa en el mundo por la gran confianza que de ella tenía; y le dio a guardar la espada y le dijo:
—Guárdamela muy bien, y mejor me guardas la vaina, que éste es el guarnimiento del mundo que yo más amo y al que más precio.
Y cuando ella esto oyó se maravilló y díjolo al caballero que amaba. Y el caballero le rogó que preguntase al rey que por qué la amaba tanto y ella dijo que lo haría. Y un día preguntó al rey por qué amaba tanto aquella vaina. Y el rey, que mucho amaba a su hermana, le contó la verdad de la vaina. Ella le dijo:
—Por buena fe ya no entrará en mano de hombre, sino en la vuestra, y a partir de hoy la guardaré mejor que antes.
Y aquella noche vino su amigo, y él le preguntó por la vaina qué sabía de ella. Y ella le dijo cuanto el rey dijera de la vaina.
—Por Dios —dijo él—, pues que en ella hay tan gran virtud la quiero yo tener.
Y dijo ella:
—Así lo quiero yo, mas esperad hasta que haga hacer yo otra que se le parezca. Si me la pidiese el rey y no le diese otra que se pareciese, me mataría.
Y él dijo:
—Pues catad qué haréis, que nunca estaré alegre hasta que la tenga en mi poder.
Entonces envió Morgaina por uno que era maestro de tales obras, y le mostró la vaina y le dijo que hiciese otra tal. Y el maestro dijo que lo haría en tal que tuviese la otra delante de sí. Y Morgaina lo metió en su casa, porque no se perdiese la vaina. E hizo otra tal, así que tanto se parecía que no había hombre que las supiese conocer cuál era la una de la otra. Y cuando Morgaina vio que se parecían tanto, tuvo miedo que lo descubriera el maestro que la labrara, y le mandó cortar la cabeza y echarlo en la mar.
Entonces envió por su amigo, y ellos estando así catando la vaina, llegó el rey Artur de su caza. Y ellos tuvieron miedo de que si el rey los hallase así, que pensaría algún mal; y huyeron cada uno de ellos a su parte, y dejaron las vainas encima de un lecho, una sobre otra y la espada sobre un alfamar. Y el rey fue a su cámara y halló por ende a Morgaina, y después que estuvo con ella un poco y ella con él, tornáronse a su lecho donde se partiera y cató las vainas, mas no pudo conocer cuál era, que se parecían muy bien y fue espantada. Entonces avino como Dios quiso que tomó la vaina y metió ahí la espada; mas no cuidó ella así y dio la otra a su amigo; y él la tomó cuidando que era la mejor. Y avínole así que aquella misma semana se combatió el caballero con otro caballero y fue llagado mal, y la vaina en que se fiaba no le valió cosa, que le salía tanta sangre que apenas se podía tener en la silla, y por ende creyó que Morgaina se la cambiara adrede, y dijo que se vengaría de ella. Y fue a su posada y trabajó de guarecer con la más diligencia que pudo.
Después que esto pasó, un día avino que el rey fue de caza y el caballero pensó de aguardarle, y avínole así que se arredró de su compañía, salvo de aquel caballero que lo aguardaba. Y después que hubo seguido el ejercicio de la caza, cuanto fue contento vino hablando con aquel caballero de muchas cosas. El caballero dijo:
—Señor, deciros debería una cosa, pero tengo pavor. Y cierto creed que no lo digo sino por vuestro provecho.
Y el rey le dijo:
—Decid, que no os vendrá por ello mal, mas grande bien, si veo que es mi provecho.
Y el caballero dijo:
—Señor, os pido por merced que con toda diligencia me oigáis. Sabed que Morgaina os desama y no sé por qué; mas tan mortalmente os desama, que os busca la muerte, y por ende envió el otro día por mí y me hizo jurar que hiciese lo que ella mandase. Y después que lo juré me dijo:
—Quiero que me venguéis de Artur, que mató a mi sobrino y a mi cuñado y quiero que lo matéis.
Y yo le dije:
—Señora, esto no podría yo hacer, que tengo miedo de matar al que a mí hizo y hace tantos bienes y es mi señor.
Y ella dijo:
—De esto no tengáis miedo, que yo te daré un tal guarnimiento que mientras lo tuvieres no perderás una gota de sangre, ni recibirás llaga mortal. Entonces me dio la vaina de una espada, y me dijo que aquella tenía tal virtud si lo hiciese, que me haría rico para siempre si os matase; mas yo no lo quise hacer, porque soy vuestro natural y porque no he derecho en querer vuestro mal, y por ende os descubro este secreto, y os ruego que os guardéis de ella.
Cuando el rey esto oyó, signóse por la maravilla que oía, y le dijo que le mostrase la vaina. Y el caballero se la mostró, y el rey la tomó por la suya verdaderamente, y dijo al caballero:
—Dádmela, y yo me vengaré de la gran traición.
Y el caballero se la dio, que pensó que hiciera bien su hacienda, y el rey se tornó para donde se partiera de su hermana.
Mas Merlín, que sabía cuanto dijera el caballero al rey, y vio que el rey iba tan sañudo que mataría a Morgaina, si otro consejo no hubiese, fue a ella y le dijo todo el consejo del rey y del caballero. Esta guarda le hizo porque la amaba de corazón, y no paró mientes en cómo lo partió de sí tan avinadamente. Y cuando ella esto oyó tuvo gran miedo e hincó los hinojos ante Merlín y dijo:
—Tened merced de mí y ayudadme a esto, que si no muerta soy, que bien sabes tú que nunca aquello dije yo al caballero.
—¿Y cómo os podría yo ayudar? —dijo Merlín.
—Esto os diré yo —dijo ella—. Tú quedarás aquí y yo subiré en mi palafrén, y he de salir fuera de la villa y haré infinta que me quiero ir. Y cuando el rey viniere a preguntar por mí, dile que me hurtaron la vaina de la espada y que me fui con miedo. Y si tú esto dices yo tendré el amor del rey y el caballero será escarnecido.
Y Merlín dijo:
—Yo lo haré por vuestro amor.
Y Morgaina escondió la vaina que tenía, para que no la pudiese hallar el rey. Y cabalgó en un palafrén y se fue; y al cabo de un poco, llegó el rey y preguntó por su hermana, y Merlín le dijo:
—Señor, mal le va, que huyó y se va para su reino.
—¿Por qué? —dijo él.
—Porque le hurtaron la vaina —dijo Merlín— que le disteis a guardar, y huyó con miedo de vos.
Cuando el rey esto oyó luego pensó otra cosa de lo que antes pensaba, que bien cuidó que el caballero hurtara la vaina y que dijera aquello por algún desamor que tenía a su hermana. Entonces cató al caballero muy sañudamente y dijo:
—En poco estuve de hacer la mayor desmesura y yerro que nunca rey hizo, que hubiera de matar a mi hermana por vuestra mezcla.
Entonces metió la mano a la espada con mucha ira y dijo:
—Ved aquí el galardón de vuestra mentira.
Y dióle tan gran golpe que le echó la cabeza lejos, y dijo a Merlín:
—¿Sabéis dónde hallaré a mi hermana?
Y él le dijo dónde estaba. Y él envió luego por ella y la hallaron en un monasterio de dueñas, y la trajeron ante el rey. Y cuando el rey la vio le dio la vaina y le dijo:
—Guárdamela mejor que la otra vez guardasteis, que por dicha la hube; y si vos aquí fallarais caramente pagaréis.
Y él decía esto porque pensaba que aquella era su vaina que le diera con su espada. Así hizo Morgaina paz con su hermano a quien buscaba muerte cuanto podía, mas el rey nunca entendió cuál era su mal, por ende la tenía consigo.
El rey Aurián vivió mucho con el rey Artur por amor de su mujer, que le regía su casa. Y porque ella era sabedora de muchas cosas la amaba el rey Artur; mas después la desamó mortalmente, y cierto con gran derecho, que la hubiera de matar.
Y después de esto el rey Aurián tenía un sobrino muy hermoso, atrevido y de buen seso para ser de su edad; tanto que todos se maravillaban y no había niño en el reino tan gracioso, y era de la edad de dieciocho años. El rey Aurián no amaba en el mundo cosa tanto como a él, y tenía por nombre Bandemagus; el cual amaba más la compañía de Galván y de Gariet que otra, y tenía sobre Galván seis años y un día. Servían ante el rey; y después que hubieron comido se tomaron por las manos los tres, e iban por la sala. Y Bandemagus iba en medio y tenía el brazo diestro sobre Galván y el siniestro sobre Gariet, y pasaron por donde estaba Merlín. Merlín dijo como en manera de sañudo:
—¡Ay Bandemagus, a tu diestro y siniestro es por quien te perderás! Y esto será gran daño, que en tu tiempo no morirá más cuerdo príncipe que tú.
Y esta palabra oyeron muchos, mas no la entendieron, y el rey le rogó que la dijese otra vez. El no quiso, y dijeron al rey Artur cómo dijera, mas nunca ninguno pudo saber ni entender ésta profecía. Y así como él dijo, así fue que mató Galván a Bandemagus.
Muchos hablaron en la corte todos de Bandemagus. Y en aquel día acaeció así, que Nabor, padre de Sagramor, aquel que a Morderit criaba, estaba cabe el rey Urián y viniera aquel día de la corte, y dijeron al rey:
—Mucho debierais y debéis ser alegre con tan buena criatura como hicisteis en Bandemagus. Y cierto que yo no sé ahora en esta tierra con qué tanto os debiese placer. Y ahora pluguiese a Dios que hubiese yo otro tal hijo, que si Dios me ayuda, lo amaría y lo preciaría mucho.
—Sí, Dios me valga —dijo el rey Aurián—, yo lo amo tanto como si fuese mi hijo. Y le amo más por el bien que en él veo que por el linaje que con él hay.
Ellos, diciendo esto, se levantó Merlín y dijo al padre de Sagramor:
—El rey Urián puede estar más alegre de su hijo que vos del vuestro; él le verá ir para bien, y vos veréis que el vuestro os matará con una lanza. Y uno de los que aquí están matará al otro. Y así podréis bien decir que metisteis el lobo con el cordero, que así como el lobo es alegre con la muerte del cordero, así será alegre el uno con la muerte del otro. Y esto avendrá en el día que la mortal batalla será en los llanos de Salabez, cuando la noble caballería del reino de Londres será muerta y desbaratada.
Y de esto fueron maravillados cuantos lo oyeron, y hablaron de ello mucho y se lo dijeron al rey, y dijo:
—Esta es una de las profecías de Merlín.
Y la mandó escribir con las otras. Entonces dijo el rey a Merlín:
—¿Decidme si estas cosas que decís ante mí serán en mi tiempo?
—Sí —dijo Merlín—, verdaderamente yo no digo cosa que vos no veáis antes de vuestra muerte.
—Mucho me place —dijo el rey.
Otro día a hora de medio día avino que el rey hizo armar sus tiendas fuera del castillo en un prado sobre el camino, y sintióse pesado de un dolor que le vino y se acostó en su cama y mandó cerrar la tienda, para que no entrasen allá si no fuesen sirvientes. Y él así yaciendo comenzó a pensar una cosa, que mucho le disgustaba. Y él estando así oyó un gran sonido de caballo que venía por el camino, y se levantó y salió fuera para ver qué era. Y halló a sus sirvientes durmiendo y vio venir de contra el castillo de Camalote un caballero armado, y hacía el mayor duelo del mundo.
—¡Ay Dios, dónde te merecí esto, por qué me conviene hacer tan gran mal y tan gran deslealtad, que no era yo usado señor de hacer tan gran traición!
Y después que esto hizo comenzó a hacer su duelo mayor que antes. Y cuando llegó al rey, le dijo el rey:
—¡Ay caballero, os ruego por mesura que me digáis por qué hacéis este duelo!
—Señor —dijo—, yo no os lo diré, que no sois poderoso de ponerme consejo.
Y así se fue, que no le dijo más. De esto tuvo el rey gran pesar, y cató al caballero mientras lo pudo ver. Y estando así vio venir de traviesa del camino al Caballero de las Dos Espadas, el hombre que él más en el mundo amaba, que venía derechamente a él. Cuando lo vio el rey venir contra él, le dijo:
—Amigo, bien venido.
Y él descendió luego que conoció al rey, y le fue muy humildemente y le dijo:
—Señor, todo mi corazón está en vos, para serviros en todas las cosas que en el mundo pudiere.
Y el rey dijo:
—Vos me lo mostrasteis bien mucho tiempo, mas aún os ruego que hagáis por mí una cosa que no os será muy grave.
—Hacerla he yo si pudiere, pues me lo mandáis —dijo el caballero.
—Yo os ruego —dijo el rey— que vayáis en pos de un caballero que va por aquí, y haced que venga a mí. Y sabed que no lo digo por su mal, mas querría saber por qué iba haciendo muy grande duelo.
—Señor —dijo el caballero—, en merced os tengo porque os plugo mandarme esto. Yo iré muy de grado, y os lo traeré, si Dios quiere.
Luego subió en su caballo y se fue en pos del caballero y lo alcanzó; y traía las armas y las cubiertas blancas. El Caballero de las Dos Espadas se cuitaba tanto que llegó a él al pie de una montaña, y halló con él una doncella que le preguntaba:
—¿Por qué haces tal duelo?
Y él le respondió:
—Yo querría estar ya muerto hace diez años, que no seguir esta aventura.
Entonces le dijo el Caballero de las Dos Espadas:
—Dios os salve.
Y el caballero le devolvió los saludos.
—Señor —dijo el Caballero de las Dos Espadas—, yo os ruego por Dios y por honra de caballería que volváis al rey Artur que me envía por vos.
Y el caballero dijo:
—Señor, no os pese, que en ninguna manera puedo volver esta vez; y por Dios os ruego que no me lo tengáis a mal, que yo lo haría si pudiese.
El Caballero de las Dos Espadas dijo:
—¡Ay caballero señor, por Dios no lo digáis, que me habríais hecho caer en falta, que prometí al rey que no os dejaría en ninguna guisa!
Y él le dijo que no podría por ende volver, que si volviese a él que le vendría gran mal. Y el Caballero de las Dos Espadas le dijo:
—Volveréis, si no luego sois en batalla, y me pesaría mucho si Dios me ayuda, que me parecéis hombre bueno, y no os querría hacer enojo.
—¿Y cómo? —dijo él—, ¿así me conviene combatir con vos, si no volviera?
—Sí, sin falla —dijo el Caballero de las Dos Espadas—, y me pesa, mas me conviene hacerlo que lo prometí al rey.
—Por buena fe —dijo el otro—, mal me vendrá en alguna manera, que convendrá en dejar esa demanda en que entré, y si yo la dejare, ¿quién será aquel que la tomare?
—Yo —dijo el Caballero de las Dos Espadas—, que jamás no la dejaré sino por muerte, si esto me prometéis.
—Entonces —dijo el caballero—, yo me iré con vos, mas quiero que me llevéis a salvo en vuestra guarda, de manera que si me viniere mal, que la culpa sea vuestra.
Y el de las Dos Espadas dijo que así lo haría él. Entonces se volvió el Caballero de las Dos Espadas y el otro con él, y le dijo:
—Id delante, que yo os aseguro.
Y fueron así hasta cerca de las tiendas del rey, cuanto podía ser un tiro de ballesta. Entonces el caballero que iba en pos del otro le dio voces y le dijo:
—¡Ay caballero que las dos espadas traes, muerto soy en vuestra guarda, y la deshonra es vuestra y el daño mío!
Entonces se volvió el Caballero de las Dos Espadas y le vio caer en tierra del caballo; y descendió luego y lo halló herido de una lanzada por medio del cuerpo, que no supo quién lo hizo. Y fue tan gran golpe, que el hierro aparecía por la otra parte; y hubo tan gran pesar, que nunca lo hubo mayor de cosa que le aviniese; y dijo:
—¡Ay Dios, escarnecido soy, que este caballero fue así muerto en mi guarda!
Y el caballero le dijo con gran afán:
—Señor caballero, soy muerto y la culpa es vuestra; y ahora os convendrá entrar en la demanda que yo comencé, y acabadla de vuestro poder; y subid en aquel mi caballo, que es mejor que el vuestro, e id en pos de la doncella que conmigo hallasteis, y aquélla os llevará donde yo había de ir, y os mostrará a aquel que me mató, y ahora parecerá cómo me vengaréis.
Y tanto que esto hubo dicho fue muerto; mas el rey que por ende llegara antes que muriere, oyera gran pieza de lo que dijera. Y le dijo el caballero:
—Señor, escarnecido soy, que tan buen hombre como éste murió en mi guarda.
—Cierto —dijo el rey—, nunca tan gran maravilla vi, que lo vi herir y no vi quién lo hirió.
Entonces tomó el Caballero de las Dos Espadas la lanza con que fue herido el caballero, y la sacó de él.
Y después dijo al rey:
—Señor, yo me voy y os encomiendo a Dios, y bien os digo que yo nunca tendré placer hasta que vengue a este caballero y acabe lo que comenzó a buscar el caballero muerto.
Y tomó el escudo y fue en pos de la doncella. Y el rey quedó con el caballero tan espantado que no podía más. En cuanto el rey así estaba catando al caballero, vinieron sus ricoshombres y le preguntaron quién mató a aquel caballero. Y el rey dijo que no sabía. Y ellos en esto hablando llegó Merlín, y dijo al rey:
—No te espantes de esta aventura, que pronto veras muchas más maravillas; mas haz aquí un monumento muy rico y hermoso y mete dentro el caballero, y haz escribir sobre el monumento: «Aquí yace el Caballero Desconocido». Y sabe que aquel día que tú sabrás su nombre, habrá tan gran alegría en tu corte que antes ni después no la hubo tan grande; y antes no lo sabrás.
Y el rey hizo lo que le dijo Merlín. Y quedó de esta manera esto, y el rey volvió a entender en las cosas de su corte.