Capítulo XXVI

Muchas amonestaciones hizo Hero a su compañía, e hizo diez haces así como el rey Artur. Y después que las haces hubo partidas, hizo ir tres haces de caballeros en la delantera, en guisa que se juntaron con las del rey Artur. Y allí pudo ver a los hombres que al juntar quebraron las lanzas y corrían los caballos a todas partes sin señores, que no había, y ninguno que los tomase, que mucho había que hacer. Mas aquellos que estaban de parte del rey Artur, sufrieron mucho en el comienzo; y si tan buenos caballeros no fueran, ligeramente pudieran ser desbaratados; mas ellos eran vivos y ligeros, y los más de ellos eran mancebos de buena edad y prestos de muerte recibir y vencer antes que perder honra en batalla. Esto les hizo sufrir tanto aquel día, que muchos hubo de ellos heridos y muertos. Y después que las lanzas tuvieron quebradas, metieron mano a las espadas de cada parte, y comenzaron la batalla tan peligrosa y mortal, que en poco tiempo pudiera hombre ver el llano cubierto de muertos y llagados; mas todavía por fuerza y por ardimento ganaron los del rey Artur el campo, de manera que por fuerza convino a las tres haces de Hero volver las espaldas. Los del rey Artur fueron a herir en los otros que los venían a ayudar, que eran otras tres haces; y en aquella ida fueron muchos de los del rey Artur derribados y llagados y maltrechos, que eran ya muy pocos; y todos fueran muertos si no socorriera el rey Artur con otras cuatro haces; pero muchos más eran los otros que los del rey Artur. Y en tal manera se juntaron de ambas partes, que si mal iba a los unos luego los otros de su compañía los socorrían. Y cuando los dos hermanos vieron que el rey Artur entraba en la batalla, dijeron:

—Mucho esperamos; ahora dejemos de herir a nuestros enemigos, y heriremos en la postrimera en que va a Hero.

Y luego se dejaron correr contra ellos, y fueron a herir en la postrimera haz en que Hero iba. Y toparon primeramente con dos caballeros, y les metieron las lanzas por los cuerpos, que escudos ni otras armas les sirvió; y dieron con ellos en tierra, de manera que maestros no habrían menester, pero del tirar quebraron las lanzas. Y los dos hermanos metieron mano a las espadas, y comenzaron a dar a unos y a otros grandes golpes y a derribar yelmos y cabezas, y a llagar y a matar caballeros; y tanto hacían ambos grandes maravillas de armas, que viéndoles sus enemigos quedaron espantados. Y si alguno quisiese saber de cuál espada Baalín hería creería que de la suya, que no de aquélla que tomó que nunca hirió hasta el día que entró en campo con Baalán su hermano, y lo mató por desconocimiento, como adelante os lo contará el segundo libro del Santo Grial.

Esta batalla fue en el llano de Caravel; y fueron allí muertos muchos buenos caballeros. El rey Artur muchos mató y llagó aquel día por su mano, y bien mostró a sus enemigos la bondad de su espada Escalaber; y muchos compraron caramente el su buen tajar, que antes que la batalla fuese partida, mató y llagó por su mano más de cuarenta caballeros. Y don Queas, su mayordomo, lo hizo tan bien aquel día que ganó buen prez que le duró gran tiempo; y Ervisreinel, que era caballero mancebo, lo hacía otrosí muy bien, mas ninguna cosa que él ni otro caballero hiciese, todo era nada ante el Caballero de las Dos Espadas, que aquél hacía maravillas tan conocidas adonde llegaba, que todos no lo tenían por caballero mortal, mas por algún fantasma o por algún diablo que la mala ventura allí trajera. El rey Artur cuando lo vio, cató lo que hacía, y dijo que aquél no era caballero como otro, mas hombre nacido sobre tierra para destruir gente. Esto dijo él a Giflete, que fue después en muchos lugares retraído. Fue la batalla tan ásperamente mezclada, que en todos se hacía gran mortandad.

Merlín fue al rey Lot y lo halló que se ataviaba para venir sobre el rey Artur. Y le dijo:

—Cata cómo quieres hacer tan gran traición en ir contra tu señor y cuñado combatiéndole, por ti y por tu pueblo por quitaros de ser cautivos de otros; y quieres ir sobre él y matar todo su poder siendo tú su vasallo; cata si es ésta traición y gran crueldad.

—¡Ay Merlín! —dijo el rey—, si yo lo desamo no es maravilla, que él hizo la mayor traición que nunca rey hizo a gran daño de todos los altos hombres de su reino. Y otrosí hizo a mí, que un hijo que Dios me dio me mató, porque era él más poderoso que yo no curó de mirar que era su cuñado, ni que el niño era hijo de su hermana. Ahora cata si esta crueldad fue más que traición.

—Dime —dijo Merlín—, ¿sabes que tu hijo está muerto?

—Si —dijo él— que lo sé verdaderamente, que lo metió sobre la mar con los otros niños. Y por esto nunca habrá conmigo paz ni amor, mas guerra en todos los días de mi vida.

Dijo Merlín:

—Entuerto haces, que no sabes que tanta es tu vida, y no debías decir cosa sino verdad. Sabed verdaderamente que Morderit, vuestro hijo, está vivo. Y si esto quisieras dejar, te lo mostraré antes de dos meses.

—Esto no creeré —dijo el rey—, si no lo viese.

—¿Pues qué quieres hacer? —dijo Merlín.

Y el rey dijo que:

—Si Dios no lo parte, yo de aquí no me partiré sin batalla; y así me vengaré, si la muerte no me estorbare.

Dijo Merlín:

—Yo te digo que si a la batalla vas, que serás vencido, y tú y los más de los tuyos muertos. Y bien me deberías creer lo que te digo, que tú sabes por verdad, que nunca me hallaste en mentira de cosa que me oíste decir. Y tú te hallarás aprisa mal, si no me crees.

Y el rey dijo, que no había en el mundo cosa por la que él dejase aquel día de tener venganza del rey Artur, y Merlín dijo:

—Pues cree cierto que te hallarás de esto tan mal, que no lo podrás mejorar.

Y cuando el rey Lot hablaba con Merlín, sus hombres se otorgaban en ello, y le decían:

—Señor, haced lo que Merlín os ruega, que de su consejo no vendrá mal ni a vos ni a los otros.

Y Merlín sabía ya que Hero se combatía en aquella hora con el rey Artur, y que si Lot llegase en tal sazón, que el rey Artur sería desbaratado y vencido. Y detenía Merlín al rey Lot en palabras, que no quería más plazo, salvo que los del rey Rión fuesen vencidos, que si Artur esta batalla venciese, bien sabría qué consejo habría contra el rey Lot. Y por esto lo detuvo cuanto pudo hablando hasta hora de tercia. Y esto hacía él por encantamiento, que después que entendió que la lid era vencida, bien quiso que fuese ahí el rey Lot porque muriese antes que él matase al rey Artur, que bien sabía que uno de ellos había de morir aquel día.

Y después de hora de tercia vino al rey Lot un hombre que le dijo:

—Señor nuevas os traigo maravillosas, sabed que el rey Artur venció la batalla del rey Rión, mas cierto creed que nunca vio hombre tan gran lid ni tan mala, que muchos hay muertos de una parte y de la otra; y presos de la parte del rey Rión muchos caballeros y buenos.

Y cuando el rey esto oyó fue espantado y cató si vería a Merlín por cortarle la cabeza, porque lo detuviera, pero no lo vio. Entonces dijo a sus ricoshombres:

—Merlín me ha matado, que si hoy de mañana yo anduviera, desbaratara al rey Artur y vengara mi despecho. Que ahora el rey más arredrado que nunca fue, y jamás mientras viva lo tendré en tal punto como hoy de mañana lo tenía; pero ahora no sé qué hacer, que si él me tiene por enemigo, porque no quise anoche hacer cosa por él, y si me volviera a mi tierra, irá sobre mí para destruirme.

Entonces dijo un caballero que era primo del rey Artur:

—No podréis cosa hacer sino por la espada, y ahora id seguramente que Dios os dará la honra de la batalla.

—Vayamos —dijo el rey—, que no quiero partir sin batalla.

Entonces preguntó al mensajero:

—Ahora di, ¿hay mucha gente con el rey Artur?

—Cierto —dijo él— no, y los que quedaron están cansados y lasos, y los más de ellos llagados.

—Pues vayamos —dijo el rey—, y haced todos de manera que en los primeros encuentros no quede ninguno en la silla.

Y ellos dijeron que así lo harían, puesto que tanto le placía. Entonces hicieron sus haces y fueron contra la hueste del rey Artur.

Merlín después que habló con el rey Lot volvióse al rey Artur, y lo halló llagado en muchos lugares de muchas llagas grandes y pequeñas, y vio que se desarmaba, y le dijo:

—Rey, no te desarmes que aún tienes que hacer. Ya veis al rey Lot de Ortania con sus ricoshombres y con toda su hueste, que vienen sobre ti; y cata las señas en aquella montaña, que vienen cuanto pueden.

Y el rey dijo:

—¡Ay Dios, qué cuita tan grande, que todo este mal yo creo que viene por mi pecado; y cierto los míos comprenderán lo que yo hice contra Nuestro Señor!

Y cuando los ricoshombres y caballeros esto oyeron, tuvieron de él gran piedad y duelo en sus corazones, y dijeron al rey:

—Señor, no te desconciertes y cabalga seguramente, que Dios te dará honra.

Entonces dijo un caballero, el cual era aquél que seguía a la bestia ladradora, cuyo hijo fue Perseval, según adelante se dirá:

—Señor, vuestra merced no recele cosa que avenir pueda, que mi hacienda y persona están muy aparejadas para ayudaros a vos y a los otros caballeros buenos, y si todos fuesen tales como vos, poco nos durarían cualesquiera que viniesen.

El rey dijo:

—Os ruego que me digáis quien sois, que a vos no conozco por razón de las armas.

Y el caballero dijo:

—Señor, no os lo encubriré, yo soy aquel caballero que vos visteis seguir a la bestia desemejada, y por la gran bondad que en vos había os vine a ayudar, que no por tierra que de vos obtenga; esto sabéis vos muy bien.

—Vos la tendréis —dijo el rey—, en cuanto queráis, que mucho lo merecéis bien.

Entonces movieron sus haces contra la hueste del rey Lot, y desde que fueron juntas muchos caballeros derribaron, que los había buenos de una parte y de la otra. Y comenzaron su batalla tan mortalmente de una parte y de la otra, que bien mil fueron muertos de aquella vez, tan dura y tan fuerte fue comenzada. Y desde poco más de hora de tercia duró hasta hora de vísperas, mas si el rey Lot no fuera tan buen caballero como era, sus gentes fueran desbaratadas en breve. Era tanto lo que el rey Lot sufría en el peso de la batalla, que hacia tornar a los suyos y los esforzaba, que cuantos lo veían se maravillaban de cómo lo podía sufrir. Y él comenzaba todas las proezas y a dar los golpes, que no había tal que no tuviese de él gran pavor. Y cuando el rey Artur vio lo que hacía el rey Lot, dijo:

—¡Ay Dios, qué cuita y qué daño que tal hombre como éste errara tan mal, que tanta es su bondad que debía ser emperador!

El rey Lot, que no cataba sino cómo podría matar al rey Artur, metió la mano a la espada y fue corriendo contra él, donde lo vio en una gran espesura. Y el rey Artur, que entonces no se hallaba en aparejo ni en tiempo de recibirlo, tiró del freno y escudóse lo mejor que pudo contra el golpe que a darle venía; mas el rey Lot, con la codicia de darle, le erró e hirió al caballo del rey Artur muy de recio por encima del arzón, tan bravamente que le trancó por la aguja ambas espaldas, y el caballo cayó muerto y el rey Artur cayó ante él. Y el caballero de la desemejada bestia, que estaba cabe el rey Artur, cuando lo vio así caer, creyó que estaba muerto y tuvo gran pesar, y dijo que era un gran daño, que nunca los del reino de Londres cobrarían tal señor, y que lo vengaría si pudiese. Y fue a herir al rey Lot, que no lo receló, y el caballero lo hirió tan de recio que el yelmo no le aprovechó ni le pudo guarecer, que todo le abrió hasta la garganta, y cayó muerto en tierra.

Y cuando los de Ortania esto vieron, quedaron espantados, que no se pudieron ni supieron aconsejar, que veían muerto a su señor, aquél en quien toda esperanza era de vencer aquella batalla. Cuando los caballeros del rey vieron aquel muerto que tanto mal hacía, se esforzaron y dejaron correr a los de Ortania, y mataron y derribaron de ellos tantos que cubrían la tierra. Y los de Ortania dejaron el campo y comenzaron a huir para guarecerse, si pudiesen; y los otros iban en pos de ellos que los desamaban mortalmente; y mataron de ellos tantos, que a gran pena quedó ninguno. Y así fueron desbaratados todos los de Ortania, y aquel día recibieron venganza que para siempre les será retraída, como fueron vencidos en campo donde fueran contra su señor natural.

De esta manera mató el rey Polinor de Galaz al rey Lot de Ortania, por lo que Galván su hijo, cuando después fue caballero, desamó mortalmente al rey Polinor; y de aquel linaje mató después a sus hijos Lamarate y Drianes: y Agraval mató en la demanda del Santo Grial, así como el autor lo dirá más adelante.

Cuando la batalla fue vencida, todos los de Ortania fueron muertos y presos. El rey Artur mandó tomar todos los suyos y los mandó echar a una cueva muy honda, e hizo allí hacer una iglesia en la que cantasen siempre misas por sus ánimas; mas por todos los otros cuerpos no dio cosa; si no fue que los soterrasen por esos llanos y por los montes donde yacían. Mas en la batalla del rey Rión avino que los doce reyes que el rey Rión confabulara, fueron ahí todos muertos; y el rey Artur hizo llevar los cuerpos de ellos a Camalote, y los hizo meter en una iglesia de San Augustín, e hizo escribir sobre cada uno de ellos su nombre; y al rey Lot, porque lo amaba de antes, hízole poner en medio de la ciudad en una tienda muy hermosa y muy rica, y le mandó hacer una honorable cama; e hizo hacer por honra de él en aquel lugar una iglesia, que fue después muy honrada, y estará mientras el mundo dure, y le puso de nombre la iglesia de San Juan.