De que el caballero vio que el rey era tan sañudo, entendió su tan gran mal, por matar a la doncella ante él, hincó las rodillas ante él y dijo:
—Señor, por Dios, merced, que cierto bien conozco que erré malamente, y por Dios, perdonadme.
El rey dijo que no lo haría.
—No —dijo él—, pues a lo menos, porque vine a vuestra corte para que me defendáis de los vuestros.
—Cierto —dijo el rey—, esto no haré en ninguna guisa, antes les ruego que venguen esta deshonra, que tan deshonrados son ellos como yo, que ni por mí ni por ellos no lo quisisteis vos dejar, tanto nos preciasteis poco; e idos de aquí que no hallaréis de mí nada ahora.
Y cuando el caballero vio que no hallaba merced de su yerro, se fue a su posada, y llevó la cabeza de la doncella a su casa y se la mostró a su escudero, y dijo:
—Aquí está la cabeza de la doncella que yo tan luengamente andaba buscando.
—¿Dónde la hallasteis? —dijo el escudero.
El caballero le contó todo cuanto le sucedió. Entonces comenzó el escudero a llorar y dijo al señor:
—Mal hicisteis, que por ende perdisteis la compañía de todos los de la corte y el alejamiento del rey, y en mal día fue esta doncella nacida.
—No te pese —dijo el caballero—, que si erré haré pronto que se pague de mí, que todo hombre de gran guisa se debe pagar de caballero y de bondad que en él haya.
El escudero dijo:
—¿Y vos qué haréis?
El caballero dijo:
—Yo le traeré la cabeza del más mortal enemigo que él tenga, y que él más tema, o se lo meteré vivo en prisión.
El escudero dijo:
—¿Quién es ese su enemigo?
—Es el rey Rión, que es el hombre más poderoso que hay en el mundo; pero aunque él es poderoso yo espero con la ayuda de Dios hacerlo venir a la corte del rey Artur, y así él me perdonará.
—Dios os dé poder —dijo el escudero.
—Yo te diré —dijo el caballero— qué harás. Vete al reino de Urberlanda, y lleva esta cabeza de esta doncella y muéstrala a mis amigos, y diles que me vengué de la alevosa que mató a mi padre, y en tal lugar donde había muchos de los mejores caballeros del mundo.
Y el escudero así lo hizo, mas le preguntó dónde lo hallaría cuando volviera.
El caballero dijo:
—Yo creo que me hallarás en la corte del rey Artur, que yo entiendo, si Dios quisiera, que antes que tú vengas seré su amigo.
Entonces tomó el caballero sus armas y subió encima de su caballo, y ciñó otra espada con la suya que tenía, así que llevó dos espadas. Y de sí tomó su escudero y su lanza y se fue donde creyó que hallaría al rey Rión con su hueste. Y cuando estuvieron fuera de la villa el escudero se despidió de su señor, y se fue con sus dos espadas. Y por estas dos espadas que trajo mientras que estuvo vivo perdió el primer nombre que le llamaban Baalín el Salvaje. Y un hermano suyo que era también caballero como él le llamaban Baalán el Salvaje. Y de aquel Baalín nació Don Dionadis el Salvaje, que fue compañero de la Tabla Redonda y muy nombrado y de grandes hechos. Mas aquel Baalín perdió su nombre por las dos espadas, que no fue llamado después Baalín, mas le llamaron el Caballero de las Dos Espadas, y por este nombre fue conocido después toda su vida. Y si él luengamente viviera seria nombrado sobre todos aquellos que armas tomaron en el reino de Londres, mas no quiso Dios que mucho durase; y él mismo fue ocasión de su muerte, que él quiso dar cima a tan grandes hechos por tener amor del rey, que no dejó lejos ni cerca aventura que no fuese a buscar y probase. E hizo tanto en el primer año, que para siempre hablarán. Y porque no recelaba a ninguno que hallase murió; que halló a su hermano con quien se combatió, y se mataron ambos por desconocimiento. Y fue esto gran daño, que ambos fueron buenos caballeros y en el reino de Londres no había tales dos hermanos.
Torna a la historia y dice: que cuando el caballero se fue del palacio que el rey quedó muy preocupado por la gran deshonra que le había hecho, y preguntó a sus ricoshombres qué haría en derecho del fuero de su corte, que era quebrantado, que no cuidaba que tan sandio hombre en el mundo hubiere que osase cometer tal cosa ante él, ni ante tanto hombre como ahí estaba, ni en el mundo cosa tan amada, porque lo debiese sufrir ningún hombre. Entonces se levantó un caballero de Irlanda que se tenía por uno de los buenos caballeros del mundo, y así era él, pero no era tan bueno como él creía. Y éste tenía gran envidia de este caballero de las dos espadas, porque acabara la aventura, y porque él falleciera, y pensaba que fuera por alguna barata y no podía creer que el otro fuera mejor que él; y dijo al rey:
—Señor, si os placiere yo vengaré a vos y a vuestra corte de la deshonra que aquel caballero os hizo.
Y el rey dijo que le placía mucho y que se lo agradecía que lo hiciese así.
—Que quiero —dijo el rey— que todos tengan esta costumbre.
El caballero se lo agradeció mucho y se fue a su posada y se armó lo mejor que pudo, subió encima de su caballo y tomó su escudo y su lanza y se fue lo más aprisa que pudo en pos de Baalín.
Partido el caballero hizo el rey tomar el cuerpo de la doncella y le hizo los oficios de la Santa Iglesia. En aquella hora entró Merlín en la corte, y tanto que vio a la doncella que la espada trajera, dijo:
—¡Ay doncella, maldita sea aquélla a quien vos acá envió, y maldita seáis vos que acá vinisteis, que desde vuestra venida empeoró mucho la corte!
Y se volvió para el rey y le dijo:
—Rey Artur, sabed verdaderamente que esta doncella es la más desleal que en gran tiempo entró en tu corte, y he de mostrártelo porque ella tiene un hermano muy buen caballero y ardido y es más niño que ella, y ella ama a un caballero el más cruel y el más peor del reino de Londres. Y sucedió que hace un año se hallaron por ventura ambos, y combatiéronse en uno, y fue así que el hermano mató al amigo. Y ella tuvo gran pesar, que juró que nunca pararía hasta que lo hiciese matar. Y ella es muy amiga de la dueña de la ínsula de Bellón, y le rogó que buscase la manera de matar al que mató al amigo. Ella dijo que le placía. Y le ciñó la espada aquella que trajo aquí y le dijo:
—Conviene que aquel que esta espada desciñere, que sea el mejor caballero de su tierra y el más leal y sin toda tacha. Y ahora lo demanda doquier que lo hallares, y sabed que aquel que te la desciñere matará a tu hermano por fuerza de caballería, y así te vengarás de este gran pesar que así has recibido. Y así recibió esta doncella alevosa la espada, porque su hermano recibía muerte; y así será que muy pronto recibirá por ella muerte. Y no vendrá de esta espada este mal solo, que morirán por ella tales dos caballeros, que verdaderamente son los mejores y los más osados de todo el reino de Londres. Y ahora catad, señor, cuánta mala ventura por su causa vino y vendrá por esta mala doncella. Cierto bien parece que es verdad que más merecía ella la muerte que no ésta que aquí murió.
Y cuando esto oyó el rey quedó muy maravillado de la poca lealtad y crueldad de la doncella. Cuando la doncella esto oyó quedó muy espantada, cuanto más cuando vio que el rey otorgaba con Merlín, y se fue de delante de ellos lo más aprisa que pudo. Así quedaron hablando, y el rey dijo a Merlín:
—¿Qué podemos hacer de aquel caballero que tan poco apreció a mi corte que mató a aquella doncella ante todos nosotros?
—Señor —dijo Merlín—, no habléis de ello más, que esto sería gran daño si él muriese por tal cosa, que a maravilla es hombre bueno y buen caballero. En estos diez años no morirá caballero del que tanto os pese su muerte. Ruego por Dios, señor, que este yerro le perdonéis, que tal hombre es que bien merece todo serle perdonado si lo hiciese, y si vos también lo conocieseis como yo, mucho temierais que fuera gran mal solamente de lo que dijisteis. Y vos, señores ricoshombres, os ruego que no le queráis mal, que sabed cierto que él enmendará tan cumplidamente este yerro a la corte, que bien mostrará que debe haber la batalla de la espada más que hombre que aquí viva.
Y el rey dijo:
—¡Ay Merlín, decidme quién es, por Dios, que me parece que lo conocéis!
Y Merlín le dijo:
—Yo os digo que su nombre es Baalín el Salvaje, y os digo por verdad que es el mejor caballero que ahora hay en el mundo. Y tened pesar de su muerte que le vendrá más aprisa de lo que sería menester al reino de Londres.
Y cuando los ricoshombres esto oyeron le perdonaron todo su mal talante y rogaron a Dios que lo guardasen de todo mal, y al rey no le fue de tan mal talante como antes era, que bien creía a Merlín de cuanto le decía, y le dijo que le pesaba de lo que le hablaba tan bravamente. Y Merlín dijo:
—¡Ay señor, tarde os acordasteis!, sabed que muy poco vivirá con vos.
Así hablaban los unos y los otros del caballero. Y el rey dijo a Merlín:
—¿Qué me decís del rey Rión? ¿Puede hacerme mal?
—Rey —dijo Merlín—, cabalgad seguramente, que Nuestro Señor nos hará mayor honra de la que vos pensáis, y el que os puso en tan gran honra no os derribará de ella tan aprisa, que Él os ayudará en todo lugar, si no quedare por vos.
Así lo esforzó Merlín al rey, y lo castigó de lo del caballero; y el rey dijo que mucho le pesaba de lo que le dijera, pero que ya estaba dicho, que no había que hablar sobre ello.
Cuando el caballero de Irlanda se fue en pos de Baalín, al salir de la villa halló el rastro de él, pero no sabía cierto que era él, mas su ventura lo llevó por aquel mismo camino por donde el otro iba, y anduvo tanto hasta que lo alcanzó al pie de la montaña, y le dio voces tan grandes como entendió que le podría oir, y le dijo:
—Don caballero, tornad acá.
Y cuando Baalín esto oyó tornó, que bien entendió que ajustar le convenía, y le dijo:
—Caballero, antes que conmigo ajustéis, decidme quién sois.
Y él dijo:
—Soy de casa del rey Artur, que me envía acá por vuestro mal, y yo os desafío.
—Cierto —dijo Baalín—, mucho me pesa porque sois de su casa, que si os matare tendré mayor culpa, y así pondré otro mayor yerro sobre mí.
Entonces se lanzó el caballero contra él, y juntó el escudo al pecho y lanzó la lanza y el otro no se detuvo más. Y fue cuanto el caballo le pudo llevar, y se encontraron muy reciamente el uno contra el otro, y Baalín le puso el escudo y le quebró la lanza en el pecho, mas no le hizo otro tal golpe ni se movió de la silla. Baalín lo hirió tan fuertemente que le traspasó el escudo y la loriga, y le metió la lanza tanto y tan crudamente que le pasó de la otra parte gran pieza del asta, y le puso en tierra por encima del cuello del caballo. Y al sacar la lanza extendióse con cuidado y volvió sobre él y tomó la espada creyendo que estaba vivo y cuando llegó a él lo halló muerto y le pesó mucho, porque era de la casa del rey Artur, y pensó qué haría sobre eso.
Y así estando pensando vio venir una doncella, cuanto más podía aguijar. Y cuando llegó donde yacía el caballero descendió luego, que no creyó que estaba muerto, y cuando lo vio muerto hizo tan gran duelo, que el caballero que la miraba dijo que nunca tal viera; y amortecíase y acordábase, y cuando pudo acordar dijo a Baalín:
—¡Ay señor caballero, dos corazones y dos cuerpos matasteis en uno, que dos almas había en uno!
Entonces sacó la espada del caballero de la vaina, y dijo:
—Amigo, en pos de vos me conviene ir, y me parece que mucho tardo y si la muerte fuese tan sabrosa como me es a mí nunca dos morirán en tan gran placer.
Entonces se dio con la espada en medio del pecho, y Baalín que le quiso quitar la espada, no pudo hacerlo antes que ella lo hiciese. Cuando Baalín vio esta aventura no supo qué hacer, que nunca vio cosa que tanto le maravillase. Y dijo:
—¡Por Dios, lealmente amaba esta doncella más que nunca mujer amase!
En cuanto él estaba mirando en esta aventura qué podría hacer de ambos, miró contra la montaña y vio salir a su hermano Baalán, armado de todas armas y un escudero con él. Y cuando lo vio venir salió contra él y le dijo que fuese bien venido. Y el otro que lo aconteció en las armas, tiró su yelmo y fue a él y le abrazó y lloró con él de alegría y le dijo:
—Hermano, nunca os pensé volver a ver. Y, por Dios, decidme cómo salisteis de la prisión.
Y él le dijo:
—La hija del rey de Urberlanda que me tenía preso me libró, que si por ella no fuera, aún no hubiera salido. Pues decidme, qué aventura os trajo aquí; cierto que me dijeron en el castillo de las Cuatro Pedreras que erais libre, y que os vieron en casa del rey Artur. Y por esto iba tan aprisa, por ver si os podría hallar, mas decidme si fuisteis a casa del rey Artur.
Y Baalín le dijo:
—Ahora parto hacia allá.
Y le contó todo cuanto pasó y que de grado quedara en compañía de tantos buenos hombres, si esto no fuera. Y que después que de allá partiera, que matara aquel caballero, y cómo aquella doncella se matara por él. Entonces dijo Baalín que lealmente lo amaba, y que por la lealtad de aquella, que jamás nunca hallaría a dueña ni a doncella que su ayuda fuese menester. Y Baalín dijo a su hermano:
—¿Qué podemos hacer de estos dos cuerpos?
—Cierto —dijo Baalán—, no sé dar consejo.
Estando ellos en esto, llegó un enano que salía de la ciudad, y venía cuanto un rocín lo podía traer. Y cuando allí llegó y vio los cuerpos los conoció, y comenzó a hacer duelo grande y a batir las palmas y a tirar de sus cabellos. Y después que ya una pieza hizo su duelo, dijo a los caballeros:
—¿Decidme, cuál de vos mató a este caballero?
Y Baalín dijo:
—¿Por qué lo preguntas tú?
Y el enano dijo:
—Porque lo querría saber.
Baalín dijo:
—Yo lo maté, mas esto fue en defendimiento mío, mas si Dios me ayude, pésame mucho.
Y el enano dijo:
—Pues de esta dueña decidme la verdad, pues del caballero me la dijisteis.
Y le contó cómo se matara por amor del caballero.
—Cierto —dijo el enano—, este es mal grande, que el caballero era de los más preciados del mundo, y es hijo del rey de Irlanda, y en su muerte buscasteis la vuestra, que es de tan buen linaje y de tales caballeros, que si Dios no, ningún otro os podrá escapar de muerte tanto que los de su linaje lo supieren, que tales son que por todo el mundo os buscarán.
Y Baalín dijo:
—Yo no sé lo que pasará, mas me pesa mucho su muerte; y no por miedo de su linaje, mas por amor del rey Artur.
Y en cuanto los caballeros hablaban en esto con aquel enano, salió de la montaña el rey Mares, que después casó con Iseo, la que tenía los cabellos como oro, así como se os dirá más adelante, que mucho conviene que lo contemos por una aventura del Santo Grial. Y el rey hacía poco que era rey, y era de la edad de diecisiete años, e iba al rey Artur para ayudarle a la guerra que tenía con el rey Rión, que toda su tierra obedecía al reino de Londres. Y cuando el rey Mares llegó al lugar donde los cuerpos yacían y supo la verdad, así como los caballeros se la contaron, dijo que no oyera hablar de dueña que tan lealrnente amase, y que por la lealtad de ella haría honra a ambos. Luego mandó el rey Mares a aquellos ricoshombres que con él venían, que fuesen a buscar un monumento, el más hermoso que pudiesen hallar, y que lo llevasen allí, y dijo que no se iría hasta que fuesen enterrados allí, en aquel lugar donde murieron. Y mandó entonces armar su tienda, y sus hombres fueron a buscar un monumento y lo hallaron en una iglesia y lo llevaron allá. Y el rey hizo allí meter los cuerpos de ambos, e hizo entallar letras a los pies del monumento, que decían: «Aquí yace Calandor, hijo del rey de Irlanda, y con él yace Calamesa, su amiga, que por él se mató cuando lo vio muerto». Y el rey hizo poner en la cabeza del monumento una cruz muy hermosa y rica, en la que había muchas piedras preciosas.
Y después que esto fue hecho, que el rey quería partir de allí, llegó Merlín en semejanza de montañés, y comenzó a escribir en la cabeza del monumento letras de oro que decían: «En este llano se juntará la batalla de los dos amigos, que se amarán más en su tiempo. Y será aquella batalla maravillosa más que ninguna de las que antes fueron de ellos ni después, sin muerte de hombre». Después que esto se hubo hecho, escribió en medio del monumento dos nombres: el uno Lanzarote y el otro Tristán.
Y de que esto hubo hecho cató el rey el monumento de lo que ahí hiciera, y se maravilló del villano de poder hacer tal cosa, y le preguntó quién era.
—Rey —dijo él—, esto no te lo diré yo ni lo sabrás hasta que aquel día que Tristán leal amador será preso con su amiga; entonces te dirán de mí tales nuevas que te pesarán.
Entonces dijo a Baalín:
—Cuídate, caballero, por tu dolor grande y doloroso, porque sufriste que esta dueña se matase.
Y él dijo:
—Nunca me pudo tanto acuitar que la espada le pudiese tomar de la mano.
—Tú no serás —dijo Merlín— tan poderoso como aquí fuiste, cuando el doloroso golpe se hará, porque los tres reyes serán en pobreza antes de dos años. Y sabe que nunca tan malo ni tan feo golpe fue dado por hombre, que muchos dolores por ahí vendrán. Y me parece que cobramos en ti primeramente la anieza, que bien así como por hacer obras vino dolor y gran mezquindad, que todos nos compramos y laceramos de día en día, y así serán estos tres reinos pobres y estragados por el golpe que harás. Y no habrá este cuidado porque tú seas el mejor caballero que haya en el mundo sino porque pasarás el mandado que otro hombre ninguno no pasará, que tirarás por aquel golpe el mejor y más leal caballero del mundo ni más amigo de Dios. Y si tú supieras cuánto será aquel dolor y cuán caramente será comprado, tú dirás que por un hombre nunca tan grande mal vino en la tierra. Y tal hora será que antes querrías ser muerto, que tal golpe hubieses hecho.
Entonces le preguntó el caballero quién era, que así contaba las cosas que habían de venir. Merlín dijo:
—Tú no lo sabrás esta vez, mas todo sucederá así como yo digo.
Y Baalín dijo:
—Dios no quiera que así sea verdad como esto que tú dices, y si yo cuidase que tan malaventurado golpe por mí había de ser hecho, antes me mataría por hacerte mentiroso; y gran derecho sería, que más valdría mi muerte que mi vida.
Después que esto hubo dicho Merlín, se fue de ellos en guisa que, cuando el rey Mares y los otros lo miraron, no vieron cosa; y no anduvo mucho cuando halló a Blaisén, y Blaisén lo recibió muy bien y Merlín a él. Y dijo:
—Ahora me quitaré de lo que os prometí en Urberlanda, que después pensé mucho cómo podríais dar fin a vuestro libro. Idos a Camalote y esperadme ahí, y cuando me vaya de la mala andanza del rey Rión y de ver el astroso caballero cómo se probará en esta batalla, entonces volveré a vos.
Y Blaisén le preguntó:
—¿Cuándo será eso?
Y Merlín le dijo:
—Antes de un mes, si las suertes no me mintieran, me hallaréis en Camalote.
Entonces se fueron ambos y se fue cada uno por su parte. Mas cuando Merlín se fue del rey Mares y de los dos hermanos, los dos hermanos se tornaron en uno para ir a la busca del rey Rión. Y el rey Mares se fue a la ciudad, mas al partir preguntó mucho cómo había nombre Baalán, mas Baalín que no quiso que su hermano fuese conocido, porque era enemistado, dijo:
—Las dos espadas que trae dan mostranza de su nombre, que él tiene el nombre de el Caballero de las Dos Espadas.
Y el rey dijo que era derecho, pues que dos espadas traía. Así se partieron los unos de los otros. Y los dos caballeros se fueron a la busca del rey Rión, y no anduvieron mucho cuando hallaron a Merlín que iba por el camino, mas en otra semejanza iba que cuando con ellos estaba, y no pensaron en conocerle. Y se paró y les dijo:
—¿A qué lugar vais?
Dijo Baalín:
—¿A ti qué te hace, o qué nos dará a nosotros decírtelo?
—Qué tanto os valdría —dijo Merlín— que si osarais cometer una cosa que yo os diré, nunca dos caballeros tanta honra les vendrá en poco tiempo, que siempre de ello hablarán.
Y cuando Baalín esto oyó, le preguntó por probar:
—¿Tú qué sabes por lo que nos andamos?
Dijo Merlín:
—Yo sé bien que andáis buscando a todo vuestro poder del rey Rión, mas cuanto vos podáis hacer no os valdrá de nada, tanto como lo que yo os enseñaré, si tuviereis ardimento de hacerlo. Y cierto ligeramente lo podéis acabar por vuestra buena caballería, si los corazones no os fallaren.
Y cuando ellos esto oyeron se maravillaron y le dijeron:
—Ahora enséñanos cómo puede esto ser y cómo podremos acabar y ganar tan gran honra. Y si viéremos que puede ser, lo haremos.
Y Merlín dijo:
—Yo os diré cómo, si vosotros hacerlo queréis.