Capítulo XXIII

Aquel día que Artur tornó con la espada del lago, le pidió el rey Abrián a Morgaina su hermana por mujer. El rey Artur le respondió que pediría consejo sobre ello. E hizo luego llamar a todos sus letrados y a los grandes de su corte; e hízplos juntar en una cámara, en la cual había una imagen de bulto que tenía tal virtud que en algunos casos de importancia allí se entraban, que si Dios permitía que se hiciese, tendía la imagen el brazo en señal de que quería que se hiciese, y visto aquello luego era concertado lo que entraban a hacer. Y así fue aceptado este casamiento, que luego el rey Artur se la dio muy de grado, diciendo consigo que no la podría mejor casar con hombre de su reino. Y diole un castillo que tenía por nombre Taruque, que estaba sobre la mar; y era el más fuerte que hombre vio. Y el rey Abrián de Garlóte hizo grandes bodas a maravilla, y fue muy alegre porque tan suntuosamente casara. Y la primera noche que con ella durmió hizo en ella un hijo que llamarón Iván. Y duró esta fiesta quince días.

Y pasada esta fiesta el rey Artur se partió de las bodas y se fue a Cardoil. Y un día que estaba comiendo, vino a él un caballero muy bien ataviado; que era extraño y le dijo:

—Rey Artur, te manda decir el rey Rión, señor de mortales, que ha conquistado doce reyes y que todos están a su servicio. Y en recuerdo de esta victoria tomó a cada uno la barba, y orló de ellas un manto; mas porque te aprecia más que a los otros, te manda decir que vayas a él, si quieres de él tener tierra y hacerle homenaje. Mas en comienzo envíale tu barba, y la hará meter en los terillos de su manto, porque te aprecia más que a los otros. Y haz lo que él te manda; que en otra guisa tú no puedes escapar que no te tire la tierra; que contra su poder tú no puedes durar mucho.

Y el rey Artur cuando esto oyó se comenzó a reír y le dijo:

—No soy yo aquel a quien el rey te envía, pues yo nunca tuve barba, que soy aún niño, y si la tuviese no se la encubriría, antes querría dar la cabeza; y dile que si en mi tierra entrare, que nuca tornará a la suya.

El caballero dijo que lo diría así a su señor. El rey habló de esto mucho y dijo que nunca oyó tal mensaje, ni de tan gran soberbia.

Y dijo:

—¿Hay alguno de vosotros que conozca al rey Rión?

Dijo un caballero, que tenía de nombre Narran:

—Mucho tiempo hace que yo lo conozco, y creedme, señor, que es uno de los mejores caballeros aventureros del mundo; en cuantas cosas comienza que a todas da cima a su honra. Y por esto tengo miedo que os traerá mal de guerra.

Y el rey dijo que a quienquiera que viniese a tomar su tierra que la guerra no le denegaría. Mucho estuvieron hablando de este negocio, y unos decían uno, y otros decían otro. El rey dijo un día a Merlín:

—¿Llegará pronto el tiempo en que dijisteis que iba a ser destruido este reino?

—Sí —dijo Merlín—, en aquel tiempo que yo dije, cuando naciere un niño que ha de ser la cima del destruimiento de este reino; y nacerá muy pronto, en el mes de mayo que ahora vendrá.

—Cierto —dijo el rey— niño no nacerá en aquel mes en todo el reino que no haga tomar y meter en una torre; y hacerlos allí criar hasta que haya consejo de lo que me decís.

Dijo Merlín:

—Rey, en vano lo probaréis, que sabes que no lo hallaréis, antes ocurrirá como yo dije.

El rey dijo que todavía lo probaría. Y así atendió el rey, e hizo luego pregonar que cuantos niños de allí en adelante naciesen, que todos se los trajesen. Y así fue hecho, que pensarían todos que por su bien fuera. No que Merlín dijera que había de venir en la tierra aquel niño que naciera en aquel tiempo. Y tantos le trajeron antes que naciese Morderet, que metió en una torre mil quinientos cincuenta niños, y era el menor de tres semanas.

El rey Lot, que sabía que estaba preñada su mujer y que allí había de nacer su hijo, preguntó muchas veces al rey qué quería hacer con aquellos niños; y el rey se lo encubrió muy bien. Y cuando el rey Lot supo que su mujer había tenido un hijo, lo hizo bautizar, que así hacían todos antes de que los enviasen; y le puso en bautismo de nombre Morderet. Y dijo el rey Lot:

—Enviemos nuestro hijo al rey vuestro hermano como así hacen todos.

Y ella dijo:

—Señor, pláceme pues a vos os place, como quiera que mucho me pesa apartarlo de mí.

Y luego hizo el rey meter al niño en una cuna muy hermosa y muy rica y cubierta de ricos paños. Y cuando su madre ponía al niño en la cuna, se hirió el niño con un palo de la cobertura, así que se hizo una llaga en el rostro que le duró siempre. Y el rey pensó mucho en la llaga, mas no quedó por eso que no lo enviase. Y después lo metió en una nave con una gran compañía de caballeros y de dueñas, y les mandó que lo lavasen y lo diesen a su tío. Y ellos dijeron que así lo harían, si Dios los sacase a puerto.

Entonces partieron de la ciudad de Ortania; y el viento fue tan próspero que alzadas sus áncoras y tendidas su velas, en poco tiempo vieron tierra y tuvieron buen tiempo aquel día y aquella noche; y a la mañana se cambió y se levantó una gran tempestad, que todos tuvieron pavor de muerte, y llamaban a Dios y a los Santos y Santas que les socorriesen y tuviesen piedad de aquella criatura tan pequeña. Mas el viento fue tan fuerte que hizo dar con la nave en una peña, y la quebró toda; quedando Morderet solamente que yacía en la cuna; y la cuna andaba nadando cerca de la ribera. En esto vino un pescador con su barco, que quería pescar, ya que el viento era manso, y halló la cuna y al niño. Y fue con ella muy alegre y lo cogió en su brazo. Cuando vio al niño que estaba tan ricamente guarnecido y ataviado que andaba metido en paños de seda y en otras riquezas, luego entendió que era de alta cuna, y fue más alegre que antes y cogió la cuna con el niño y se volvió a la villa donde vivía y se fue a un lugar desviado para sacarlo, para que no lo viese nadie. Y se lo llevó a su casa y se lo mostró a su mujer.

—Cierto —dijo ella—, Dios nos quiere hacer bien, que de la riqueza de la cuna podremos vivir veinte años; y Dios lo hizo, porque sabía que era menester y ahora ya no tendremos cuidado.

—Dueña —dijo el pescador—, este niño conviene que lo criemos lo mejor que podamos; y si Dios quiere que lo sepan aquellos de donde él viene, mucho bien nos puede hacer.

—Otra cosa haría yo —dijo ella—. Este niño no puede ser que no sea muy pronto conocido. Llevémoslo al señor de esta tierra así como lo hallamos, que si después supiese que lo hallamos y no lo llevamos, nos destruiría.

Dijo el pescador:

—Si me ayuda Dios, este es el mejor consejo.

Entonces llevaron el niño al señor de la tierra, que se llamaba Nabor el Derranchador, y tenía un hijo pequeño de cinco semanas de nombre Sagramor; y este Sagramor fue después caballero de la Tabla Redonda y caballero maravilloso, que hizo muchas buenas caballerías y fue amigo de Tristán el buen caballero, y tomó de nombre Sagramor el Derranchador, así como el libro del Santo Grial lo cuenta. Y se puso muy alegre el niño Sagramor cuando vio al otro niño que bien le pareció de gran guisa en los buenos guarnimientos que le vio. Y dio algo grande al pescador que lo traía, de guisa que se tuvo por bien pagado. E hizo al niño criar con su niño. Y dijo que si Dios los dejase llegar a edad de caballeros, los haría a ambos caballeros.

Y así escapó Morderet del peligro, y todos los otros que con él venían se perdieron, que así fue su ventura. Y el duque Nabor hizo guarecer al niño de la llaga que tenía en la cara y talló un escrito en la cuna que tenía de nombre Morderet pero no hizo más cuenta de su hacienda.

En este comedio el rey Artur hizo juntar todos los niños en su torre, cuantos en Londres nacían, así como es más arriba dicho. Y cuando el tiempo pasó que Merlín dijera, pensó el rey que los mataría, que bien pensó que aquel donde el gran mal había de venir estaba en aquella compañía. Y una noche yaciendo el rey así pensando, adormióse y le parecía que venía a él un hombre, el mayor que nunca vio, y que le traía cuatro bestias, pero no pudo conocer qué bestias eran. Y el hombre dijo al rey:

—¿Por qué te apercibes de hacer tan gran mal, que quieres matar estas santas criaturas que nunca pecaron y son limpias de toda la maldad del mundo? Y más valiera que el Señor del cielo y de la tierra no te diera esta tierra que te dio, que Él te puso por pastor de estas sus ovejas, y tú eres tornado lobo; ¿y qué entuerto te hicieron estas criaturas que tú quieres matar? Cierto si lo haces, Dios tomará de ti venganza tal que por siempre hablarán.

Y el rey cataba al hombre bueno y se maravillaba de lo que le decía, y comenzó a pensar. Y el hombre bueno le dijo:

—Yo te diré lo que harás, de que te tendrás por bien pagado. Hazlos meter en una nave sin remos, sin gobernante y sin maestre, y hazles tender la vela. Y entonces vayan por esa mar; a cualquier parte donde les lleve el viento. Y si escaparan de este peligro bien mostrará Dios que los ama y que no quiere sus muertes. Y bien te debe esto placer, si tú no eres el más desleal rey y peor que nunca fue en esta tierra.

Y el rey dijo:

—Maravillosa venganza me enseñaste y ya en otra guisa no lo haré, sino así como decís.

El hombre bueno dijo:

—Esto no es una venganza que tú tomarás, que ellos nunca lo merecieron de ti, ni de otro, mas esto es porque tú cumplas tu voluntad, que tú piensas que por esto estorbarás el destruimiento del reino de Londres, mas no lo harás, que todo así será como el hijo del diablo te enseñó.

Entonces despertó el rey, y aún bien le pareció que el hombre bueno estaba ante él; y cuando vio que era sueño, signóse y se encomendó a Dios y dijo que haría de los niños lo que el hombre bueno dijera. Y aquel día hizo el rey ataviar una nave grande, y no supo ninguno para qué. Y tanto que fue de noche mandó meter dentro a los niños, e hizo tender la vela a la nave, y el viento le dio en popa tanto que en pocas horas dio con ella en alta mar. Y así fueron los niños en aventura de muerte; mas no plugo a Dios que no merecieron por qué. E hizo aportar la nave a un castillo al que llamaban Ameluy y era fuerte y muy bien labrado. Y era señor de aquel castillo un rey que era gran pagano y hacía poco que se tornara cristiano y amaba mucho a nuestro Señor; y se llamaba Tanor, y hacía poco le nació un hijo de su mujer, mas después le fue este nombre cambiado en casa del rey Artur. Y este fue después buen caballero y muy ardido, mas porque era negro como su padre, le llamaban todos Laydo Ardid. Y de él se habla mucho en la Demanda del Santo Grial. Y cuando la nave llegó a la ribera del castillo que os dije, el rey estaba fuera en compañía de caballeros y de otra gente. Y fue ventura que pasó por ante el puerto, y cuando vio la nave mandó que fuesen a ella y que entrasen dentro y que viesen lo que había. Y muchos hubo que fueron allá, y vinieron con nueva y dijeron que había dentro muchos niños. Y envió el rey a coger la nave y entró en ella, y cuando vio tanto niño se maravilló y se signó y dijo:

—Señor Dios, ¿quién pudo tantos niños juntar? Yo creería que tantos niños no hay en todo el mundo.

—Yo os diré —dijo un caballero que allí estaba— qué será esto. El otro día me vino que por ventura fui al reino de Londres, y vi que el rey Artur hizo juntar todos los niños del reino así como nacían; y los hizo guardar en sus torres, y no sabía nadie por qué lo hacía, y ahora creo que los hizo meter en la mar por algún mal que le ha de venir por ellos. Y por cuanto los ricoshombres no consentían que los matasen así entre ellos, quisieron antes que los echasen en la mar a su aventura. Y bien puede ver quienquiera que si tanto amara su vida como su muerte, que no los metiera en una nave sin gobernador y sin gobernarla.

El rey dijo:

—Por buena fe me parece que así debe ser verdad. Y pensemos nosotros qué haremos con estos niños, que puesto que nos los envió Dios querría que fuesen a un lugar donde lo supiesen pocos; que puesto que el rey Artur quiso su muerte, y si supiesen que los tenía yo, me desamaría, y su desamor no lo querría, que por ello me vendría mal y a toda mi tierra.

Uno de sus caballeros cuando oyó esto dijo:

—Señor rey, si a vos os place, meted en esta nave hombres buenos que los lleven a una de vuestras ínsulas apartadas. Y allí estarán muy secretos que nunca el rey Artur sepa de ellos parte ni mandado.

Y cuando el rey esto oyó pensó un poco en lo que el caballero dijera; y todo lo hizo el rey así como el caballero dijo. Y los hizo llevar a una ínsula, e hizo hacer en ella un castillo muy bueno y muy fuerte, tan hermoso que nunca hombre lo vio mejor, en donde los metió y les dio todo lo que necesitaron, que no les faltó de nada, y después que el castillo fue hecho le puso el nombre de Castillo de los Desterrados, que después aquel nombre nunca perdió. Cuando los ricoshombres del reino de Londres supieron que el rey les enviara a los hijos, tuvieron gran pesar, que no pudieron tenerlo mayor. Y vinieron a Merlín porque sabían que lo amaba el rey y le dijeron:

—Merlín, ¿qué haremos por tan gran desamor como el rey nos ha hecho, que nunca hombre tal hizo?

—¡Ay, señores —dijo Merlín—, por Dios no os ensañéis tanto!, que esto que él hace en pro de su reino lo hace, que verdaderamente en este reino que estamos nació un niño, por cuyo hecho el reino de Londres será destruido y todos los hombres buenos muertos; y así será esta tierra sin buenos caballeros. Y porque el rey querría que esto no aviniese a él ni a vos hizo esto a los niños.

Cuando los ricoshombres esto oyeron dijeron a Merlín:

—¿Esto es verdad que lo hizo por esta cosa?

—Así es, si Dios me salve —dijo Merlín—. Y os digo más de los niños: verdaderamente que todos están vivos y sanos, que no quiso Nuestro Señor que se perdiesen en la mar, y antes que pasen diez años los veréis con vosotros bien sanos y alegres.

Cuando ellos esto oyeron fueron muy ledos, que bien creían a Merlín cuanto les decía; y dieron al rey por quito en sus voluntades de cuanto hiciera. Así metió Merlín paz entre el rey y sus ricoshombres, y si no lo hiciera gran daño podría venir a la tierra.

Puesto este sosiego en todo lo dicho, un día estaba el rey comiendo en su mesa y estaban hablando en la mesa los caballeros. Entró por la puerta un caballero armado y estaba herido de tres lanzadas; y con él venía otro caballero y una doncella, y venían ante el rey que puesto que era juez de la tierra, mandase deshacer un agravio que le habían hecho a aquella doncella. Que el caballero que se había combatido de las lanzas no se quería combatir con la espada. Este caballero era buen caballero y gran esgrimidor, y sobre esta doncella había tenido batalla de las lanzas de que él venía herido. Y no se quería combatir con la espada, porque se recelaba de que le mataría. Y este caballero herido era pobre hombre, y había oído decir que el rey tenía tal costumbre: que mandaba a cualquiera caballeros que ante él iban que se combatiesen de todas las armas. Y el rey no mandó cosa de esto a los caballeros, de que tuvo gran pesar el caballero herido, y con mucha instancia al rey suplica que le mande que con él se combata de la espada, pues a otros que ante él vinieron los suele mandar. El rey se lo denegó. El caballero que al otro había herido, visto como el rey deliberaba que se pudiese ir, se despidió de él y de su compañía, y cuando el caballero pobre vio que se iba, así salió de entre los otros caballeros con pesar, que no le mandara el rey que se probase en la espada, como solía mandar a los otros. Y dijo a la doncella por cortesía:

—Esperadme un poco hasta que me pruebe en la espada, así como es razón.

Y ella cuando lo oyó no se pudo tener que no le dijese:

—Cierto, caballero, por nada tengo que lo probéis, que yo no podría creer tan ligeramente que vos sois tal caballero que cosa os aproveche.

Él dijo:

—Doncella, no me desdeñes por mi pobreza, que ya fui más pobre que ahora lo soy, y no hay en esta corte caballero a quien yo vedase mi escudo.

Entonces tomó las correas de la espada y trabó de los nudos y los desnudó todos; y tomó la espada y dijo a la doncella:

—Ahora os podéis ir cuando os plazca, mas la batalla de la espada para mí quedará, que me parece que la gané.

Y la doncella dijo:

—Señor Dios, gracias os doy que vos me librasteis de muerte y a éste caballero que hoy ha ganado honra, que bien se piensa por este hecho que es el mejor caballero de la corte; pero si me libró Dios no fue en tal condición que la espada quedase por vencedora del todo. Por ende os ruego que me la deis, así como en vos debe haber cortesía.

Y el caballero dijo que no se la daría aunque supiese que todos los de la corte le tuviesen por villano. Y ella le dijo:

—Yo os digo que si la lleváis os vendrá por ende mal; pues cierto que el primero que con ella mataréis será el hombre del mundo que vos más amáis, y aquel será Baalán vuestro hermano.

Él dijo que de todos modos llevaría la espada, aunque supiese que con ella había de morir. Y dijo ella:

—Sea, puesto que a vos os place, mas creed que antes de dos meses vos hallareis de ello mal. Y aún os diré otra maravilla que vendrá así como yo os dijere: que antes que este año pase vos combatiréis con un caballero que os matará con esta misma espada, y vos a él. Y porque yo querría que tan gran desventura como esta no viniese a tan buen caballero como sois, querría llevar la espada, que si la espada estuviese en lugar que el caballero no pudiese tener, vos no moriríais de armas. Y ahora llevadla, pues a vos place, que cierto es que vos lleváis vuestra muerte.

Él dijo que si su muerte llevaba en ella, que por ende no la dejaría. Entonces dijo a su escudero:

—Ve rápido y tráeme mis armas y mi caballo, que yo soy aquel que no vendrá más a esta corte, que me mostraron muy bien que la pobreza hace tener a todo hombre en poco.

Así partió el escudero del palacio, y se fue a la posada por hacer el mandato de su señor. Y el rey que vio esto tuvo gran vergüenza de la palabra que oyó decir al caballero, y vino a él y le dijo:

—¡Ay caballero, por Dios no os pese, que fue villano contra vos y yo os lo quiero enmendar a vuestra voluntad! Y esto fue por no conoceros; mas yo os ruego que os quedéis y os prometo que nunca seréis pobre y que no me demandaréis cosa que mi poder no os dé, en tal que seáis de mis mestiada.

El caballero dijo que no se quedaría por aquella vez con ruego que le hiciese ni cosa que le dijese; el rey dijo que le pesaba mucho, que tiempo hacía que no viera caballero que tanto quisiese y desease su compañía.

Mucho hablaron todos de aquel caballero, y tal era así que decían que si sabría algún encantamiento, y con esto estaba más ufano, que por bondad que en él hubiese. Y en cuanto ellos así hablaban vino ahí una doncella encima de un palafrén, y entró ante el rey y le dijo:

—Rey, tú me debes dar un don cual yo te pidiere.

Y el rey la cató y vio que era aquella doncella que le diera la espada del lago y le dijo:

—Cierto, doncella, verdad es, y yo os lo daré de mi poder. Mas si a vos pluguiere decidme una cosa que os preguntaré. ¿Cuál es el nombre de la espada que me disteis?

Y ella dijo:

—Se llama Escaliber.

—Y pues, pedid —dijo el rey— lo que queráis.

Y ella dijo:

—Yo os pido la cabeza de este caballero que se va o la de la doncella que vino con él; ¿y sabéis por qué os pido tan gran don?, porque este caballero mató a mi hermano, un buen caballero; y esta doncella hizo matar a mi padre. Y por ende quiero vengarme de él o de ella.

Y cuando el rey esto oyó quedó muy espantado, y dijo:

—¡Ay doncella, por Dios os ruego que no me pidáis eso!, que tal don no os podría dar sin mi deshonra, pues no hay hombre que lo sepa que no lo tuviese por gran mal y por muy gran desafuero matar ninguno de estos que mal no me hicieron.

Y cuando el caballero vio que la doncella pedía su cabeza fue contra ella y le dijo:

—Doncella, hace más de tres años que os ando buscando, tanto que no sosegué jamás, que vos matasteis a mi padre con ponzoña, y porque a vos no os podría hallar maté a vuestro hermano.

Entonces sacó la espada de la vaina. Y cuando ella la vio quiso huir fuera del palacio para escapar y el caballero le dijo:

—No es menester, que en lugar de mi cabeza que pedís al rey, le daré yo la vuestra.

Entonces le dio un golpe que le echó la cabeza en tierra, y la tomó y dijo al rey:

—Señor, sabed que esta es la cabeza de la más alevosa doncella que nuca entró en vuestra corte y si mucho con vuestra merced viviera, gran daño nos viniera. Y yo os digo que tan gran alegría nunca fue hecha como será hecha en el reino de Urberlanda, cuando sepan que esta doncella está muerta.

Cuando el rey esto oyó fue sañudo y dijo: —Caballero, cierto vos habéis hecho la mayor villanía que nunca vi a tal caballero como creía que vos erais, que cierto es que ningún caballero extraño ni conocido tan gran deshonra me hiciera, que mayor deshonra no me podía hombre hacer, que matar doncella después de que ante mí estuviese, o en mi corte. Aunque hubiera hecho mal no debiera mal recibir, que tal es la costumbre de mi corte. Y vos fuisteis el primero que la quebrantó por vuestra soberbia; y yo os digo: que si mi hermano fuerais os pugniría criminalmente por ello, y ahora idos de mi casa y no aparezcáis ante mí, que cierto que no estaré alegre hasta que esta soberbia sea vengada, y con todo rigor de justicia.