Capítulo XXI

Llegando a Cardoil descendió el rey en su palacio; y después de esto envió por sus ricoshombres y por Iguerna y por Morgaina. Cuando la reina esto oyó pensó que le quería quitar la tierra. Envió por su yerno el rey Lot y por su hija, para que si el rey algún desafuero le quisiese hacer, que la ayudasen.

Y Merlín envió por Ulfin que viniese a la corte; y cuando Ulfin supo que Merlín era allí, fue muy alegre y vino a toda prisa. El rey luego envió por Antor, el amo que le crió. Y cuando ambos vinieron sacólos Merlín aparte y dijo a Ulfin:

—Vos sabéis que Úter Padragón me dio a su hijo para que con él hiciese mi voluntad.

Y Ulfin dijo:

—Yo sé bien que el día en que fue nacido os fue dado.

Merlín dijo:

—Antor, ¿vos sabéis quién os dio a Artur?

Y Antor cató a Merlín y dijo:

—Cierto, vos me lo disteis en tal día.

Y nombróle el día. Entonces acordáronse ambos por el día y por la hora. Y por lo que Merlín dijo entendió que Artur era hijo de Úter Padragón.

Grande fue el placer que Ulfin y Antor tuvieron, pues Merlín les dijo que los ricoshombres lo creerían. Y Merlín dijo:

—Antor, catad cómo podáis convocar a vuestros vecinos, aquellos que saben que Artur os fue dado, por testigos.

Y Antor dijo:

—Tales testimonios os daré que serán bien de creer.

Y así estuvo Merlín con el rey hasta aquel día que vinieron a la corte; y aquel día llegó ahí mucha gente. E Iguerna vino ahí muy ricamente, con gran compañía de caballeros y dueños y doncellas; que tenía mucho miedo de que el rey le quitase su tierra, porque era mujer y no debía tener tanta tierra como tenía. Y cuando ella vino a la corte el rey recibióla muy bien, y mandó que todos sus ricoshombres le hiciesen mucho servicio, más que a ninguna que ahí fuese. Y así lo hicieron, mas mucho se maravillaron porque tal había que sabía la hacienda de él y de la mujer del rey Lot, que cuidaban que esta honra hacían a la madre por la hija.

Aquel día podría cualquier hombre ver en el palacio muchos buenos caballeros y muy bien vestidos, y muchas dueñas y doncellas y muy bien vestidas y hermosas. Y la hija de Iguerna llevó la prez de la hermosura; y sin falta era ella muy hermosa hasta en aquella sazón que aprendió encantamientos y carátulas. Mas después que el diablo entró en ella, hubo en sí espún de diablo y de lujuria y perdió todo su bien parecer; y ninguno la podía mirar ni tener por hermosa, sino por fea encantada si no fuese encantado.

Y cuando las mesas fueron puestas y todos estuvieron a ellas, vino Ulfin ante el rey y dijo tan alto que todos lo pudieron oír:

—Rey Artur, mucho me maravillo de dueña tan desleal y tal que no debería tener cosa de su tierra ni de otra comer a tu mesa, y quien quisiere llevar tal pleito y tan adelante como la verdad muestra, y aún hallará verdadera que hay en ella alevosía y traición. Y pues, señor, tú eres hombre a quien los hombres tienen por tan bueno, no debes sufrir tal cosa que no te tendrían por rey.

El rey, cuando esto oyó, hizo semblante que era muy sañudo y dijo bravamente:

—Ulfin, guárdate de decir cosa que tú honestamente puedas bien probar, pues es cierto que te tendrían por loco, y además ha de venirte mucho mal.

—Señor —dijo Ulfin—, si quisiere negar su alevosa traición, yo lo probaré con el mejor caballero que aquí hay cierto.

Dijo el rey:

—Mucho dijisteis ahora, pues conviene que ante todos digáis el nombre de esa dueña.

Y Ulfin dijo:

—Señor, eso os diré yo bien, ni ella es tan osada que lo ose negar. Y esta dueña es la reina Iguerna que allí está.

Entonces hizo el rey continente de que se espantaba de esta maravilla; y dijo a la reina:

—Dueña, vos veis bien lo que aquel caballero dice; ahora mirad lo que haréis en esto, que si él prueba lo que él dice jamás tendréis tierra ni poder. Y si yo lo quisiera sufrir debía por ende perder la tierra, pues cierto tal daño como él dice no debía quedar sin punición, mas ser perdida para siempre la tal hembra o que la enterrasen viva.

Y la reina quedó espantada por lo que Ulfin dijo, porque sabía él mucho de su hacienda; empero respondió su consejo de Iguerna y ella con ellos y dijo:

—Señor, si él quisiere entrar en campo para probar esto que dice, alguno hay aquí que me defenderá con la ayuda de Dios, pues cierto nunca de tal me entrometí; y esto lo sabe bien Dios.

Y Ulfin dijo:

—Señor y ricoshombres del reino de Londres, verdaderamente esta querella os atañe a vos tanto como a mí; pues veis aquí a la reina Iguerna que concibió de Úter Padragón, que fue nuestro señor, de un hijo la primera vez que con ella durmió. Mas ella que entendía el destruimiento del reino más que su provecho, no quiso quedarse consigo el hijo, antes creo que lo mató o lo envió matar, o no sé qué hizo de él, de guisa que nunca de él supimos cosa.

—¿Y cómo —dijo el rey Artur— tal deslealtad y crueldad hizo esta dueña? Cierto que no tuvo el corazón de las otras mujeres, pues toda madre ama a su hijo naturalmente.

Ulfin dijo:

—Si ella lo quisiese negar yo se lo entiendo probar y por ende vestir loriga, pues bien sabe ella que digo verdad probada.

El rey hizo que se maravillaba mucho, y cató a la reina y díjole:

—Ay, dueña, ¿y esto es verdad lo que el caballero dice? Cierto mal hicisteis, si así es.

Y ella hubo tan gran vergüenza, que no supo qué responder, pues sabía que el caballero decía verdad. Levantóse entonces en la corte un gran revuelo, y todos decían que decía Ulfin verdad y que la reina debía recibir la muerte. El rey los hizo callar a todos y dijo a la reina:

—Dueña, responded a lo que este caballero dice.

Y ella fue tan espantada, porque sabía quién era, que toda ella temblaba con pavor. Y dijo una palabra como mujer que tiene miedo:

—¡Hay, Merlín, maldito seas tú que en esta cuita me metiste, pues tú te llevaste el hijo, pero no sé qué hiciste con él!

Entonces habló Merlín y dijo:

—Dueña, ¿por qué maldecís vos a Merlín, pues muchas veces os fue bueno a vos y a Úter Padragón vuestro marido?

Y ella dijo:

—Si Merlín nos fue bueno caramente lo compramos, pues el primer hijo que Dios nos dio se lo llevó de nos y nunca después lo vimos ni supimos qué hizo de él. Y cierto bien se mostró que era hijo del diablo, pues no quiso atender que fuese cristiano, y así lo llevó por bautizar, porque no quería que Dios tuviese parte de él.

Y Merlín dijo:

—Yo diría de eso mejor la verdad, si quisiese.

—No es cierto —dijo la reina—, pues tú no sabes parte de ello y cómo la dirás, pues tú no lo puedes saber así como yo.

Y Merlín dijo al rey:

—Señor, ¿queréis que os diga cómo Merlín llevó el niño?

—¿Cómo —dijo el rey— se lo llevó Merlín?

—Si verdaderamente lo queréis, contaros he cómo, pero haz primero a la reina jurar que no me desdiga la verdad de lo que yo dijere.

Y el rey hizo traer los Santos Evangelios. Y la reina dijo a Merlín:

—Yo lo juraré con que me digáis quién sois.

Y luego juró en los Santos Evangelios que no desdeciría la verdad, y por sí misma besó el libro y alzóse y el rey mandóla sentar en su lugar.

Y dijo a Merlín:

—Decid lo que comenzasteis.

—Señor —dijo él—, de grado.

Y la reina dijo:

—Señor, antes quiero que me diga quién es.

Y Merlín en esa hora se tornó en su derecha forma, en que ella muchas veces lo viera, y díjole:

—Dueña, yo os diré mi nombre si no lo sabéis; mas bien creo que me conocéis, pues muchas veces me visteis.

Y ella lo cató y conoció que era Merlín. Dijo ella:

—Ay, Merlín, bien sé que vos me hicisteis actuar de este modo e hicisteis gran entuerto, pues vos bien sabéis lo que yo hice del niño, que lo hice por mandado de mi señor el rey; y conviene que nos deis el niño o muráis por él, pues así Dios me ayude y me guarde de esta afrenta en que estoy, que sé verdaderamente que a vos lo dieron; y si lo negáis yo os lo haré probar, y he de haceros tal escarmiento que todos vuestros encantamientos de nada os valdrán.

Entonces se comenzó Merlín a sonreír y dijo al rey:

—Señor, la dueña dice lo que quiere y yo la escucharé, porque ella es tal dueña, mas si os pluguiese he de deciros cómo llevé al niño.

Y el rey dijo:

—Antes quiero saber de vos si sois Merlín.

Él respondió:

—Verdaderamente yo soy Merlín.

Y muchos ricoshombres que lo vieran muchas veces y lo conocieron dijeron:

—Señor, cierto es verdaderamente que éste es Merlín.

Y ellos no pensaban que el rey lo conocía. El rey los mandó a todos callar y dijo a Merlín:

—¿Y vos qué respondéis a lo que la reina os demanda del niño que os fue dado así como ella dice?

Y la reina dijo:

—Señor, yo le demando el niño que le fue dado; hacedme derecho.

Y el rey dijo:

—Responded, pues hacerlo os conviene.

Dijo Merlín:

—De grado lo haré; y cierto es que no os mentiré en cosa que os diga.

—Verdad es —dijo Merlín—, que el niño me fue dado desde la hora que fue en el vientre de su madre; y cuando nació diéronmelo, y yo amaba mucho a su padre, y por ende debía amar al hijo; y así hice que tanto que me lo dieron lo metí en salva mano y en buena guarda, que lo criaron de tan grande amor y mayor que a su hijo. Y si aquél a quien yo lo di lo quisiese negar, yo se lo haré conocer por su boca, que quiera o no.

Entonces se tornó contra aquella parte donde Antor esperaba, y dijo:

—Antor, yo os demando lo que os di, que aquél niño que Úter Padragón os rogó que criaseis, que es éste el que la reina me demanda.

Y Antor respondió:

—Yo no os daré cosa que no me disteis.

Y Merlín mudóse entonces en aquella forma en que lo diera, y díjole:

—¿Conoces ahora si yo soy el que os lo dio?

—Sí, sin falta —dijo Antor—; vos sois el hombre que me lo disteis, y yo guárdelo tan bien que todos los del mundo no le pudieron mejor guardar, y bien me lo debería agradecer.

Y Merlín dijo:

—Dádmelo así como os lo di.

—Así —dijo Antor— como me lo disteis no os lo daré, pues no está ya conmigo, antes estoy yo con él; mas he de mostrároslo grande y hermoso y vos me lo disteis como pequeña criatura.

Entonces se levantó Antor y fuese al rey y díjole:

—Señor, no os pese porque llegue a vos.

Y el rey dijo:

—Cierto que no me pesará.

Entonces lo tomó Antor por la mano y dijo:

—Ved aquí lo que disteis, guardadlo bien si veis que es éste.

Merlín dijo cuando esto oyó:

—No os creeré en ninguna manera si es éste, hasta que mejor me lo hagáis conocer.

Y Antor dijo:

—Yo os lo probaré con todos mis vecinos que saben el día en que fue dado, y lo vieron después criar y lo vieron después hacerse rey.

Entonces se levantaron todos sus vecinos, que Antor los había hecho venir, y dieron testimonio de que todo aquello era verdad.

Merlín dijo:

—Todos no decís lo que os pregunto, ¿mas decidme si sabéis el tiempo en que le fue dado?

Y ellos dijeron:

—Sí, muy bien.

—¿Pues cuánto hace? —dijo Merlín.

Y ellos dijeron:

—Pronto hará diez y siete años.

Y el capellán que lo bautizó dijo que había por nombre Artur.

Y Merlín dijo:

—Yo lo bauticé con mi mano y tiene el nombre como ellos dicen, que fue así de Padragón mandado a mí.

Entonces dijo Merlín contra los ricoshombres:

—Señores, ¿son estos testimonios de creer?

—Sí —dijeron ellos—, pues son hombres buenos y leales.

—Por Dios —dijo Merlín—, de hoy más me quiero excusar de culpa donde me acusaban en esta corte.

Y dijo a la dueña:

—Vos me demandasteis vuestro primer hijo que me fue dado.

Entonces tomó a Artur por la mano y dijo:

—Artur, tu padre te metió en galardón de mi servicio; y cuando fuiste mío quitóte, por cierto podría yo llamarte mi hijo. Mas yo te digo sobre mi ánima y sobre cuanto tengo de Dios y de su buena creencia, que la reina Iguerna, que aquí está, es tu madre y tú eres su hijo; y que el rey Padragón te engendró la primera noche que con ella durmió; y conviene que vayas a ella y que la recibas por tu madre y ella a ti por su hijo.

Entonces se mudó en forma cual él la solía hacer, y dijo a los ricoshombres:

—Señores del reino de Londres, vosotros que hasta aquí despreciabais a vuestro señor, porque no conocíais su linaje, yo, Merlín, que por gracia de Dios sé las cosas escondidas y oscuras y las que han de ser muchas de ellas, y esto lo sabéis bien, por lo que me debéis creer lo que os dijere. Y cierto es que debéis apreciar y amar a vuestro señor: primeramente, porque lo hubisteis por la gracia de Dios y no por otra manera; y después de esto, porque él es el más cuerdo y sabio príncipe que nunca hubo en el reino de Londres; y además porque es de gran guisa como ser hijo de Úter Padragón, vuestro rey natural. Y porque vosotros hasta aquí lo tuvisteis por de baja condición en vuestros corazones, que no lo conocíais, os ruego que no lo tengáis de aquí en adelante contra corazón, mas amadlo y servidlo como a legítimo señor natural.

Entonces se comenzó la alegría muy grande por la corte, y el rey se levantó y fue a la reina su madre donde ésta se hallaba, y besóla y abrazóla como a su madre; y ella lo mismo hizo con él, y lloraron con gran placer ambos a dos. Y cuando los ricoshombres esto oyeron, loaron y bendijeron a Dios; y dijeron que nunca Merlín tan gran bien y tan gran placer hiciera al reino de Londres como aquella hora; y dijeron todos:

—Bendito sea Dios que aquí lo trajo, y que a nosotros nos hizo tener conocimiento de nuestro señor natural, pues siempre por él valdremos más nosotros y la reina.

Y duraron estas fiestas quince días. Y un día que la fiesta era grande y cumplida y el rey se iba a comer, al primer manjar que le trajeron vino un escudero de camino; y entró así a caballo en el palacio, y traía ante sí un caballero llagado y muerto, y estaba herido reciente de una lanzada por medio del cuerpo; y traía aún vestidas todas las armaduras. Y el escudero apeóse luego y puso a su señor en tierra y dijo:

—Rey Artur, a ti vengo con gran cuita; y he de decirte, como notorio es, que tú eres rey de esta tierra por la gracia de Dios, y cuando te fue entregado el reino prometiste a tus pueblos que enmendarías todas las injurias y los entuertos que se hicieren en tu tierra. Y ahora avino que un caballero, no sé quién es, mató a mi señor en aquella montaña cerca de aquí, y ahora veremos cómo administras justicias y vengarás la muerte de mi señor.

El rey tuvo gran pesar de estas nuevas y comenzó a pensar mucho, que no le respondió ninguna cosa de las que el escudero dijese; y Merlín le cató muy hito y después díjole:

—Rey, te espantas de estas nuevas; no te espantes, pues muchas de estas cosas has de cumplir, y si te espantaras cada vez que las nuevas vinieren a tu corte, ha de serte enojoso. Y esta es la primera aventura que a tu corte vino. Pésame mucho, porque tal comienzo tiene, que la señal es muy mala y enojosa; y haz esta aventura meter por escrito y todas las otras que en pos de ésta vinieren, que cierto antes que tú pases de este mundo serán tantas, que en el escrito que fuere hecho habrá gran libro. Esto te dije porque no quiero que te espantes de estas aventuras que te vendrán, antes quiero que te mantengas muy esforzadamente cuando vieres que avienen.

Y él respondió que nunca tales cosas en su tierra vieran venir, y que por ende era más espantado, en especial si viniesen a menudo. Entonces preguntó al escudero dónde estaba el caballero que aquél mató.

—Por Dios —dijo el escudero—, quien allá quisiere ir ha de hallarlo en la entrada de la montaña, en un llano que está cercado de mata, y tiene un tendejón; y está cabe una fuente; y el tendejón es el más honrado que yo nunca vi; y él está ahí noche y día y tiene dos escuderos consigo, y hace en un árbol, que está junto al tendejón, poner lanzas y escudos, y conviene a cada uno de los que por ahí pasaran justar con él.

—¡Por Dios —dijo el rey—, de gran maravilla se trabaja ese caballero, y de gran corazón le viene querer ensayar cuantos caballeros por ahí pasaren!

—Ahora conviene —dijo el escudero— que hayas consejo sobre tal cosa, pues él comenzó cosa en que ninguno no se osará trabajar.

Dijo el rey:

—¿Qué sabes de las cosas que los hombres han de hacer? Os ruego —dijo el rey a Merlín— que me aconsejéis.

—Cierto —dijo Merlín—, esto haré, y esta manera que yo os enseñaré ahora será tenida para toda vuestra vida; mas después de vos no vendrá ninguno tan bueno en toda esta tierra que mantener pueda esta costumbre, pues no valdrán tanto. Y ahora escuchad y os he de decir cómo; y vos, caballeros que aquí estáis, si os pareciese que digo bien o mal, decídmelo. Verdad es que este caballero comenzó primero aventuras de un caballero contra otro, y pues que él las comenzó, conviene que el entuerto que él hace sea enmendado por un caballero de esta corte que vaya ahí.

Dijo Merlín estas palabras delante de un escudero que servía ante el rey y había por nombre Giflete, hijo de don Queas, y amábalo el rey mucho, porque era bueno y hermoso y de la edad del rey y siempre viviera con él desde niño. Y Giflete vino ante el rey y díjole:

—Señor, yo os he servido hasta aquí lo mejor que pude; os ruego que me deis armas y caballo en galardón de mi servicio, y me hagáis caballero, e iré a ver a aquel caballero que por su orgullo comenzó a matar a los caballeros que pasan por donde él está; y si vuestra corte no fuere vengada por mí, no me pongan culpa, pues por mí no menguará.

Y el rey le dijo:

—Amigo Giflete, vos sois niño para comenzar tan gran cosa, y además contra caballero escogido, que cierto quienquiera puede bien entender que, si él no fuera buen caballero, no comenzara tan gran hecho. Por ende os aconsejo que os sufráis, que enviaré a otro que sea más usado de esto que vos.

—Señor —dijo Giflete—, éste es el primer don que os pido desde que sois rey y no me lo debéis negar.

E hincó los hinojos en tierra y rogóle afectuosamente que se lo aceptase. El rey dijo:

—He de hacerlo; mas mucho me pesará si no os fuere bien; y pues que así lo queréis, esperad hasta mañana, que haré lo que me rogáis; entonces podréis ir al caballero.

Y Giflete se lo agradeció mucho, pero él quisiera que fuera hecho luego. Así quedó esto; y el rey hizo llevar al caballero llagado a una cámara, mas no vivió más de tres días. Entonces dijo Merlín al rey:

—Vos amáis mucho a Giflete, y es derecho, pues él os ama con todo su corazón y fue criado casi con vos; y yo os digo que si no tiene otro consejo, que no tornará vivo de allá, pues es buen caballero además aquél de la montaña. ¿Sabéis quién es? —dijo Merlín.

Y el rey dijo:

—No.

Y Merlín dijo:

—Aquél es el caballero con quien hablasteis que iba en pos de la bestia ladradora; y si Giflete muriere en esta batalla será gran daño, pues si vive será tan buen caballero como aquél y aún mejor. Y yo os digo que éste será el caballero del mundo que más lealmente os servirá; y cuando os dejare, no será a su voluntad ni grado, mas al vuestro.

Cuando el rey esto oyó comenzó a pensar mucho, pues entendió que hablaba Merlín de su muerte y quedó espantado. Y Merlín dijo:

—¿En qué piensas? Que así ha de ser y así conviene que las cosas sean, como Dios las tiene ordenadas, y no te espantes, pues esto que te digo no te vendrá en mi tiempo; y si tú murieres, así morirá cada uno, y si tú supieses cuán honradamente has de morir, bien deberías ser contento y alegre, y así será. Mas puedes decir bien que mi muerte es apartada de la tuya, pues tú morirás honradamente y yo deshonradamente; y serás tú ricamente enterrado y yo viviré metido bajo tierra, y tal muerte es vergonzosa.

El rey, cuando esto oyó, dijo signándose:

—¿Cómo, Merlín, moriréis tan deshonrosamente como decís?

—Sí —dijo Merlín—, credlo; y no veo cosa que me estorbe, sino Dios tan solamente.

—Esto es gran maravilla —dijo el rey—, que tan gran seso como el vuestro no podáis guardaros de tan mala ventura.

—Ahora dejemos de hablar de esto —dijo Merlín—, pues no digo cosa que así será, mas de Giflete hablemos que está en peligro de muerte, pues si tú no das consejo, verdad te digo que no lo dejará por hombre del mundo que no vaya a justar con aquel caballero que es de gran fuerza. Y ocurrirá así: que el caballero lo derribará en tierra de la primera justa; y cuando vinieren a herirse con las espadas, allí perderá Giflete todo su esfuerzo, pues el otro hiere mejor con la espada que ningún hombre que sea en esta tierra. Y ahora cata lo que puedes hacer cierto.

Dijo el rey:

—No sé.

Dijo Merlín:

—Tú lo harás de mañana caballero, y después que fuere armado no puede ser que no te haga el primer servicio que le pidieres; y pídele que tanto que con él justare de la lanza, que se venga.

Al otro día de mañana hizo el rey a Giflete caballero, y díjole:

—Giflete, yo os ruego y de esto no os podéis excusar en lo que ahora os diré.

—Señor —dijo él—, pedid que yo lo haré de grado.

El rey dijo:

—Yo quiero que tanto que justes con aquel caballero, como se os dé la justa, bien o mal, que os tornéis a pie o a caballo a mí cuando la primera justa hayáis hecho.

Él dijo:

—Señor, pues a vos place, yo lo haré; aunque de ello reciba mengua.

Entonces pidió su caballo y sus armas y cabalgó y no quiso que con él fuese escudero ni paje; y el rey quedó en su palacio muy triste por Giflete.

Y estando el rey así entraron doce hombres vestidos de blanco, y cada uno traía en su mano un ramo verde de oliva, por significado de paz; y cuando vinieron ante el rey saludáronlo y él saludólos y uno de ellos dijo por los otros:

—Rey Artur, mándate decir el emperador de Roma, a quien todos los señores naturales deben obedecer, que tú envíes a Roma la quinta parte de tu renta, y no la tires, pues antes de ahora por él fue cogida. Ahora cata bien que mandes tan cuerdamente mirar en esto, que no avenga mal ni daño a la tierra, y ahora te puedes guardar de muerte si quisieres.

Y cuando ellos esto hubieron dicho respondió el rey:

—Amigos, yo no tengo cosa de Roma ni querría ni quiero tenerla, y esto que yo he téngolo de Dios solamente, que él me dio esta tierra y me dio este poder a destrucción de mi alma, si no hiciere lo que debo hacer; y la salvación mía es si tuviere el pueblo en justicia. Y a aquel Señor que me dio esta alteza y esta honra, a Aquel daré yo renta de todos los bienes y honras que Él me dio, mas de ningún otro soy deudor. Esto quiero que digáis a vuestro señor, que no fue bien acordado que tal cosa que me envió pedir, pues yo soy aquél que de él cosa no tiene ni renta habrá de aquí en adelante; pues os digo que si acá entrare en mi tierra que nunca tornará a Roma, si Dios estorbarme no quiere. Y guardaros que otra vez no seáis osados de venir con tales nuevas, pues mal os podría por ende venir, y si mensajeros no fueseis, os mandaría hacer escarnio.

Y aquél que hablaba por los otros dijo al rey:

—¿No daréis otra respuesta?

Y él dijo:

—No.

Y ellos dijeron:

—Pues ahora nos os desafiamos por el emperador y por todos aquéllos que le obedecen, y os decimos que nunca hicisteis ni dijisteis cosa de la que tanto mal os venga.

—Idos de aquí —dijo el rey—, que bien recaudasteis vuestro mandado.

Entonces se fueron los mensajeros y el rey se quedó con su gente y comenzó a hablar mucho del emperador, y dijo que no era muy cuerdo, que renta le enviaba a pedir. Así quedaron hablando de esto unos con otros.

Torna a la historia.

Cuando Giflete partió de la corte anduvo tanto así armado que llegó donde el caballero estaba, y vio la fuente y el tendejón tan hermoso como le fuera dicho. Y en la entrada del tendejón vio estar un caballero grande y fuerte extremadamente y más negro que la pez; y adelante en un árbol pequeño estaba el escudo del caballero. Y cuando él vio esto fue al escudo y echólo a tierra; y el caballero salió y dijo:

—¡Ay, señor caballero, vos no hicisteis como cortés, que me derribasteis el escudo y conmigo deberéis véroslas si os hice enojo, que no con ni escudo que no merece tal cosa!

Y Giflete dijo que lo hiciera por despecho de él, y que se lo demandase si quisiese.

El caballero le dijo:

—Decidme, por cortesía, ¿quién sois?

Y Giflete le dijo que era del rey Artur. Dijo él:

—Decidme, por la fe que le debéis, ¿cuánto hace que fuisteis hecho caballero?

—Hoy —dijo— fui hecho caballero.

—¡Ay, Dios! —dijo—. ¿Caballero tan novel sois y habéis de combatir conmigo, que soy uno de los más renombrados caballeros de mi tierra? Idos, que Dios os haga un hombre bueno, que lo seréis si Dios quiere, pues tan en alto comenzaste hecho de caballería.

—¿Cómo, don caballero —dijo Giflete—, así que queréis que me vaya y que no juste con vos? Esto no puede ser.

—Sí será —dijo el caballero—, pues no justaré con vos en ninguna manera, pues he esperanza que pronto seáis un buen caballero.

—Todo esto no os vale de nada —dijo Giflete—, pues no os excusaré de que justéis conmigo; y si lo rehusáis me haréis hacer cosa vergonzosa, pues yo estoy a caballo y os heriré a pie como estáis.

Cuando el caballero esto oyó, respondió riendo:

—Por Dios, caballero novel, no hagáis villanía por mi culpa.

Y tomó su escudo y su lanza y subió encima de su caballo, y díjole:

—Señor caballero, os loaría que dejarais la justa.

Y Giflete dijo que en ninguna manera la dejaría. Así el caballero dijo que no se lo rogaría más.