Capítulo XX

Pasados algunos días después de mucho requerida esta señora, fue hecho concierto entre ella y él que en el campo armase el rey una tienda muy rica, a manera de pabellón, y allí secretamente iría a verse con él. Y así fue hecho; y estando muy resposada la gente, la reina despertó y vio una gran luz de un ángel que le anunció el pecado que contra Dios cometía, porque:

—Aquél que con ella está era su deudo y muy principal; y porque el tiempo adelante te mostrará el error que ahora haces, no declaro más.

Así quedó atónita la reina y despertó a Artur con muchas lágrimas, el cual quedó espantado de lo que la reina oyó. Y luego ella se tornó a su tierra no tan alegre como cuando vino.

Y luego por la noche el rey soñó un sueño, que le parecía que estaba en una silla la más rica del mundo, y tenía ante él gran pueblo de todas las edades, que se maravillara de dónde tan gran pueblo viniera. Y teniéndolos todos en derredor de sí, vio que salía de él una gran sierpe y tan fuerte en la apariencia que nunca oyera hablar de tal, y siempre andaba balando por todo el reino de Londres a cada parte. Y por todos los lugares que iba quemaba todo cuanto había, así que no quedaba lugar ni ciudad, ni villa, ni castillo que todo lo quemaba y destruía. Y después que hizo esto, vino a los que estaban con el rey y los acometió y los mató, y se fue para el rey y combatió con él fuertemente, mas al fin en poco estuvo que no mataba el rey a la sierpe, y él quedaba llagado mortalmente.

El rey tuvo gran pavor por este sueño, del que se despertó, y fue muy desconcertado, y tuvo tan gran pesar que no sabía dar consejo y pensó en ello toda la noche. Y de mañana, cuando se levantó, oyó la misa y se fue a su posada con gran compañía de caballería y de otros hombres. E hizo aderezar un caballo para correr monte, y aparejándolo muy rápido tomaron el camino. Y el rey iba en muy buen caballo y vestido de paños de cazador; y tanto anduvieron hasta que llegaron a una montaña muy áspera, y tanto que entraron en ella halló el rey un gran ciervo que el caballo no lo pudo sufrir, y cayó con él y de cansado quedó allí. Y cuando el rey se vio a pie no supo qué hacer, que sus hombres estaban lejos y el ciervo se iba a todo correr que lo perdió de vista; pero dijo que quería ir en pos de él a pie hasta que sus hombres llegasen, que le dieran un caballo.

Y tanto fue el rey en pos del ciervo que se cansó y se sentó, y mientras estaba sentado comenzó a pensar en el sueño. Y así pensando oyó un ladrido de canes tan grande como si fuesen veinte o treinta canes, y pensó que eran los suyos y alzó la cabeza y vio venir una gran bestia grande, la más desemejada de su figura que hombre nunca vio igual. Y lo más de la figura os diré, pues ella tenia la cabeza y el cuello de oveja, blanco como la nieve, y pies y manos de can negras como carbón, y tenía el cuerpo como de raposa. Y la bestia vino a la fuente y comenzó a beber. Y después que él la vio signóse y dijo:

—Por buena fe, ahora veo la mayor maravilla que nunca vi, pues bestia tan desemejada como ésta, nunca de ella oí hablar, pues es extraña por fuera y por dentro, pues oigo y conozco bien que trae dentro de sí hijos vivos que ladran como canes.

Y entre sí decía que aquella era maravilla. Así hablaba el rey consigo; y cuando comenzó a beber las bestias que andaban dentro callaron; y después que bebió comenzaron a ladrar así como antes. Y así partió la bestia de la fuente. Y el rey la cató mientras que la vio, y quedó tan espantado de esta maravilla que no sabía si dormía o si velaba. Y ella se fue a tran [62] gran andar que en poca hora no la vio ni la oyó, y comenzó a pensar más que antes.

Y mientras que él pensaba llegó a él un caballero y le dijo:

—Oye tú, caballero, qué piensas. Dime si viste la desemejada bestia que lleva en si los ladridos de los canes.

El rey le dijo:

—Yo la vi ahora y no va aún a media legua.

—¡Ay Dios —dijo el caballero—, cómo soy mal contento, pues si ahora el caballo no muriera, alcanzárala y acabaría lo que demando, pues hace más de un año que ando en pos de ella!

—¿Cómo —dijo el rey— ya tanto tiempo hace que andas en pos de ella?

—Sí —dijo él.

—¿Y por qué? —dijo el rey—. Decídmelo.

—Cierto —dijo el caballero—, yo os diré verdad. Nosotros sabemos que esa bestia ha de morir en esta tierra por el mejor caballero de mi linaje; por ende yo quería saber la verdad de si yo soy el mejor caballero de mi linaje; por ende seguí tan largamente a esta bestia. Y no lo digo por alabarme, mas por saber si por tal me tienen.

—Cierto —dijo el rey— me habéis dicho; y ahora os podéis ir cuando queráis.

Dijo el caballero:

—A pie no me iré yo, si puedo; antes esperaré a algún caballero que Dios traiga por aquí que me quiera dar su caballo.

Y hablando ellos llegó un escudero encima de un caballo muy corredor, que buscaba al rey, y así como el rey le vio le dijo:

—Escudero, descended presto e iré en pos de una bestia que por aquí va.

—Ay, señor —dijo el caballero—, no hagáis tan gran villanía que vayáis en pos de mi bestia, en pos de quien yo ando tanto tiempo; mas haced como cortés, dadme aquel caballo, pues si yo por fallecimiento de vos perdiese esta bestia la vergüenza sería imputada a vos y el daño mío.

El rey dijo:

—Caballero, pues tanto hace que andáis en pos de ella bien la debéis dejar; y ahora quedad, que yo la seguiré por vos tanto que Dios me diere la honra y la vida, si le pluguiere.

—¿Cómo —dijo el caballero— así queréis ir a fuerza en pos de lo que yo anduve tanto tiempo hasta aquí con gran trabajo mío?

Entonces fue el caballero contra el escudero y lo derribó del caballo, y cabalgó antes de que el rey viniese a cabalgar en el caballo. Y dijo:

—Caballero, no os tengo grado, y ahora me voy en pos de mi bestia; y creed que si yo veo lugar en que os lo agradezca, que os lo galardonaré, solamente porque supe que vos quisisteis acometer mi demanda, pues os tengo por sandio y por cativo caballero y no sois vos para acometer tan alta cosa.

El rey dijo:

—Tú me dirás lo que te pluguiere y yo te escucharé, mas cierto que si yo te hallo hoy o mañana, yo te mostraré mi espada, pues bien debe acometer a tamaño hecho como tú.

El caballero le dijo:

—No emprendas tamaño trabajo, que si hallarme quisierais, yo siempre quedo en esta demanda en pos de esta bestia.

Dijo el rey:

—Ahora te puedes ir, pues yo no quiero saber más de tu hacienda.

Así se fue el caballero de allí y se fue en pos de la bestia. Y el rey dijo al escudero que fuese por otro caballo. Y el escudero se fue contra donde cuidaba hallar su campaña. Así que el rey quedó pensando en todas aquellas aventuras que viera.

Y estando así pensando, vino Merlín en semejanza de niño de catorce años, y conoció bien al rey; y tanto que lo vio le saludó como si no supiese que era rey. Y el rey volvió la cabeza y le dijo:

—Niño, Dios te bendiga.

Y Merlín le dijo:

—Yo soy un niño de una tierra extraña y me maravillo por qué piensas tanto, pues me parece que ningún hombre que cosa valga no debe pensar tanto en cosa donde puede hallar consejo.

El rey cató al niño y se maravilló de lo que decía y de lo que oía hablar tan sabiamente.

Y le dijo:

—Niño, yo pienso que ningún hombre, sí Dios, no puede saber lo que yo pienso.

El niño le dijo:

—Cierto es que no pensáis en cosa que yo no sepa, ni hicisteis cosa que yo no os dé cuenta de ella. Y digo que vos os espantáis de ligero, pues vos no visteis cosa en vuestro sueño que así no sea, que así place a Dios. Y si vos visteis vuestra muerte en sueños, no os debéis escandalizar, pues por ende salimos de la tierra para tornar a ella; y por ende recibimos vida por recibir muerte. Cuando el rey esto oyó fue más espantado que antes.

Y el niño le dijo:

—De qué os espantáis, pues cuanto más me oyereis hablar más os maravillaréis, que si quiero os diré lo que esta noche soñaste.

Dijo el rey:

—Por buena fe, si lo decís por gran maravilla lo tendré, mayor que de cuanto hoy vi.

—Pues yo os lo diré —dijo el niño— y tendréis con qué pensar.

Entonces le contó todo su sueño. Y el rey se signó y dijo:

—Tú no eres hombre, mas eres diablo verdaderamente, pues por seso de hombre no podrías tú saber cosas tan escondidas como has dicho.

Dijo el niño:

—Por deciros yo esto con razón no podéis decir que soy el diablo y enemigo de Jesucristo; mas yo os probaré por derecho que vos sois diablo y gran enemigo de Jesucristo, y el más desleal caballero del reino, pues vos sois sagrado y ungido de aquel señorío que Jesucristo por la gracia os puso; y vos hicisteis tan gran traición, que dormisteis con vuestra hermana, mujer de vuestro vasallo, y ella es preñada de un tal hijo que pronto hará mucho mal a esta tierra.

Entonces respondió el rey muy vergonzosamente y dijo:

—Diablo eres tú en todo, y esto no puede ser, pues yo no sabía que era mi hermana, que tú ni otro puede más saber de mi hacienda que yo.

Y el niño respondió:

—Verdaderamente puedo saber yo más de vuestra hacienda que vos, pues yo sé bien quién fue vuestro padre y conozco a vuestra madre y a vuestras hermanas, como quiera que hace gran tiempo que no las vi, pero sé bien que son buenas y sanas.

Y cuando el rey oyó esto quedó muy confortado, pero pensó que no le decía la verdad, pues lo tenía por adivino. Y le dijo:

—Si tú me puedes decir esto de mi padre, y de mi madre y de mis hermanas y de cuál linaje vengo, no me demandarás cosa que yo pueda tener que no te la dé.

El niño dijo:

—Prométemelo así como rey; pues si al contrario hicieres mayor mal te vendrá que no piensas.

—Prometido —dijo el rey.

Merlín dijo:

—Pues ahora os hago cierto que vos sois hijo de rey y de reina, y vuestro padre fue muy buen caballero de armas.

Dijo el rey:

—¿Esto es verdad que yo soy de tan gran guisa?

—Sí, sin falta —dijo Merlín.

El rey dijo:

—Si fuese verdad, yo no quedaría hasta que metiese todo el mundo en mi poder.

—Cierto —dijo el niño—, no os debe quedar por eso, pues si a vuestro padre os pareciereis no perderéis lo vuestro, mas ganaréis mucho.

El rey dijo:

—¿Cuál fue el nombre de mi padre?

—Úter Padragón y fue señor de este reino de Londres.

—Pues —dijo el rey— no puedo desfallecer en ser hombre bueno que no podría de él salir un mal hijo, si no fuese por maravilla. Mas difícil es creer ahora que yo soy su hijo.

—Yo lo haré creer antes de que este mes pase; así que bien sabrán por verdad que fuisteis hijo de Úter Padragón y de Iguerna.

Y el rey dijo:

—Maravillas me dices que no te lo puedo creer, pues si yo su hijo fuese, no me criaría tal hombre como me crió, ni sería tan desconocido al conocimiento de las gentes como soy. Y el que me crió me dijo que no sabía quién era mi padre, y tú que eres un mozo extraño dices que sabes la verdad mejor que él que me crió hasta aquí.

El niño dijo:

—Si verdad te digo no me des nada de lo que me prometes; y del pecado que habéis hecho con vuestra hermana cierto que os lo guardaré en secreto como vos mismo. Empero aunque mucho os amo, no lo encubro tanto por vuestro amor como por amor de vuestro padre, que me quiso tanto y yo a él, que hice mucho por él y él por mí.

El rey le dijo:

—De hoy en adelante no te creeré cosa que me digas, pues tú no eres de edad que pudieses ver ni conocer a mi padre, si él fue Úter Padragón. Te ruego que te vayas de aquí, pues tu mentira es tan conocida que no me podrás hacer conocer todo esto por verdad; no quiero tu compañía, que me parece cosa mala.

Cuando el niño oyó esto hizo semblante que hubo gran pesar; y partióse del rey y se fue a meter en una mata muy espesa, y se mudó la presencia de niño y se tornó en semejanza de viejo de ochenta años, tan flaco en apariencia que apenas podía andar, y se fue vestido de un grisón; y así se volvió ante el rey y saludólo como si lo conociese, y le dijo dos veces:

—Dios os salve, señor caballero, y os dé buen pensar, pues me parece que no sois muy alegre.

El rey dijo:

—Hombre bueno, Dios lo haga así, pues mucho he menester, y venid a sentaros cabe mí un poco, si os pluguiere, hasta que venga a mí un escudero que ha ido aquí cerca.

Entonces le dijo el viejo:

—Señor caballero, ¿por qué pensáis ahora tanto?, pues así me pareció cuando a vos llegué.

Y el rey le dijo:

—Hombre bueno, nunca a hombre de mi edad avino tantas maravillas como yo hoy he visto en poco tiempo, así en sueños como en verdad. Y de lo que más me maravillé fue de un niño pequeño que ahora vino a mí y me dijo cosas que yo creía que no las sabía ninguno más que yo.

—Señor —dijo el hombre bueno—, no os maravilléis, pues no hay cosa tan encubierta que no sea descubierta; y si cosa fuese hecha bajo la tierra, sería sabida la verdad sobre la tierra. Y por Dios, señor, no estéis triste ni penséis tanto y decidme lo que tenéis y yo os sacaré de las dudas en que estáis.

El rey católe al viejo y le pareció que era sabio, y que seria bueno decirle algo de su hacienda, pues él lo tendría en secreto. Entonces le comenzó a contar su sueño, y le dijo todo lo que viera de la bestia ladradora, y del caballero, cómo le llevara el caballo.

—Señor —dijo el viejo—, de este sueño os diré yo la verdad. Sabed que vos tendréis mucha mala ventura y mucho pesar por un caballero que es engendrado, mas no es nacido; y todo este reino será destruido por él. Y los buenos caballeros que vos veréis en vuestro tiempo serán perdidos y confundidos, así que quedará esta tierra yerma y desierta por las malas obras de aquel pecado.

—Cierto —dijo el rey—, eso será un gran daño y mejor sería que aquella persona muriese cuando sea nacida, antes que tanto mal viniese por él. Y pues que vos tanto decís, ¿sabéis bien de quién ha de nacer? Os ruego que me lo digáis y tanto que naciere hacerlo he quemar.

—Cierto —dijo el viejo—, criatura de Nuestro Señor no morirá comoquiera que sea pecador, será deslealtad matarlo. Y sabed que yo me tendría por muy pecador contra Dios, pues no querría que la criatura que mal no merece recibiese muerte por mi consejo. Y esto no me roguéis, que no haré cosa.

Dijo el rey:

—Pues a mí me parece que decís que por un caballero solo será este reino perdido y las gentes de él muertas, mejor sería que este caballero por quien tanta malaventura ha de venir fuese muerto solo, que no me muriesen tantos.

—Así es la verdad —dijo el hombre bueno—, que más valdría su muerte que no su vida.

Y el rey dijo:

—Por eso digo yo que me dijereis de quién nacerá o cuándo, pues por descubrirlo será guardada la tierra y por encubrirlo será perdida.

—Así es verdad —dijo el hombre bueno— que en parte de esta tierra quisiese mirar, mas si la tierra en esto ganase yo perdería mucho, pues perdería el alma; y por esto no os lo diré, pues más quiero salvar mi ánima que no vuestra honra o el reino.

El rey le dijo:

—Pues decidme, ¿cuándo nacerá y en qué lugar?

Y el hombre bueno comenzó a reírse y díjole:

—Por eso lo pensáis hallar vos cierto; no es así, pues a Nuestro Señor no place.

Dijo el rey:

—Yo lo hallaría, si supiese la hora de su nacimiento y la tierra donde ha de nacer.

Dijo el hombre bueno:

—Sabed que nacerá el primer día de mayo en el reino de Londres.

Y el rey dijo:

—Si esto es verdad no os preguntaré más.

Y el hombre dijo:

—Verdad es sin falta.

Dijo el rey al hombre viejo:

—Respondedme a lo que os voy a preguntar: decidme de aquella bestia que vi, la más desemejada que nunca vi, ni de que nunca oí hablar; que traía dentro de sí bestias o canes que ladraban; y me pareció que era un sueño, pues me parecía que de ninguna cosa engendrada no podría salir voz del vientre de su madre.

Y el hombre bueno dijo:

—Si vos os maravilláis, hacéis gran derecho, que sin falta esto es maravilla así en lo visto como en lo oído.

Y el rey dijo:

—Ahora decidme, ¿qué es?

El hombre bueno dijo:

—Esta es una gran maravilla del Santo Grial; no os puedo decir más, pues mejor hombre que yo os lo dirá.

—¿Y quién es ese? —dijo el rey.

—No está aún engendrado —dijo el hombre bueno—, mas enseguida lo será. Y lo engendrará aquel caballero que visteis que iba en pos de la bestia.

El rey dijo:

—¿Qué sabéis vos?

—Sí sé —dijo el hombre bueno— y aun sé el desamor que hay entre vos y él.

Y el rey dijo:

—Ahora decídmelo, ¿qué caballero es?

Y el hombre bueno le dijo:

—Vos lo sabréis bien si lo probáis a la justa; y no os diré dónde está. Los ladridos de esta bestia de los que no sabéis la verdad, no lo podréis saber hasta que aquél que de éste saldrá os lo hará conocer, que tendrá por nombre Perseval de Galaz; y será tan amigo de Nuestro Señor que le dará su virginidad tan maravillosa, que cual saliere del vientre de su madre tal entrará bajo la tierra. Y esta verdad tendrá este caballero, que de esta bestia él os dirá la verdad; mas antes no podréis saber tan cumplidamente la verdad; pero deciros he una parte por vuestro amor.

Sabed que Idomenes, que fue rey de este reino de Londres que ahora tiene el nombre de Inglaterra, tuvo una hija hermosa que sabía mucho de las siete artes, y amaba estudiar en el arte de la nigromancia, porque amaba el mundo. Y amó a su hermano de loco amor, que era infante grande y hermoso y prometiera a Dios su castidad. Y este infante tenía por nombre Galaz; y porque no quiso hacer lo que ella quiso, hizo al padre que lo prendiese, pues le dijo que la forzó y que estaba preñada de él; mentía, pues todo se lo mostrara el diablo que la engañó; pues le dijo que durmiese una vez con él y que haría que la amase su hermano. Y ella lo hizo y yació con ella, pues se le apareció él en una fuente de una huerta de su padre, donde ella iba a menudo. Y aparecióse en forma de hombre grande y hermoso, y así yació con ella el diablo muchas veces, y ella fue preñada del diablo. Y cuando el padre la vio preñada le preguntó qué fuera aquello. Ella dijo así como el diablo se lo enseñó:

—Señor padre, sabed que me forzó mi hermano Galaz.

El rey Idomenes prendió al hijo y preguntó a la hija qué justicia quería que hiciese con él. Y le dijo que lo diese de comer vivo a los canes; y así Galaz fue echado a canes por sentencia de su hermana. E hizo una oración a Dios y dijo que los diablos ladrasen en su vientre, porque mentía y que ladrasen como canes. Y después que él fue ajusticiado, ella parió a su tiempo esta bestia que vos aquí visteis, y se fue por el monte que parecía que más de cien canes ladraban en su vientre. Y así andará hasta que venga el buen caballero que tendrá por nombre Galaz, que la matará. Y cuando Idomeñes vio que a su hijo matara a entuerto, entendió que Dios oyera la oración que hizo por el testimonio que su hermana dijera contra él. Y tornó entonces a la hija y la atormentó de manera que le contó cómo el diablo la engañara. Entonces hizo el padre justicia brava y cruda de ella, porque mintiera. Y así perdió Idomenes sus hijos por su mala ventura.

El hombre bueno dijo:

—Ahora os he contado una parte de este negocio, más de lo que yo pensé.

—En nombre de Dios —dijo el rey—, pues mucho me convendría atender si fuere verdad lo que decís.

Y el hombre bueno dijo:

—Así será.

—¿Y vos —dijo el rey— sois cierto de las cosas que han de venir?

—Sí —dijo el hombre bueno—, que esta gracia me dio Dios por su merced.

El rey dijo:

—Pues que vos sois cierto de las cosas que han de venir, bien debíais vos saber las que son en vuestro tiempo.

—Cierto —dijo el hombre bueno—, no hay cosa hecha en mi tiempo que yo no sepa.

Y el rey dijo:

—Pues decidme una cosa que yo deseo saber.

—Yo os lo diré —dijo el hombre bueno— pues bien sé lo que me queréis preguntar.

Dijo el rey:

—Aún no os lo he dicho, ¿cómo puede ser esto?

Y el hombre bueno dijo:

—Ahora veréis si sé lo que me queréis preguntar: ¿quién fue vuestro padre?, que vos creéis que ninguno lo sabe, puesto que vos no lo sabéis; mas así es, los de la tierra además todos son en duda.

Y el rey cuando oyó esto alzó la mano y signóse y dijo al hombre bueno:

—Yo me maravillo de lo que decís, pues no pensaba que lo sabía esto sino Dios. ¡Ay por Dios, plegaos que a vos yo conozca y decidme qué nombre tenéis!, y si os pluguiere de quedar en mi compañía, no hay cosa que vos me pidáis que en mi poder sea o en mi reinado, que negada os sea.

Y el hombre bueno dijo:

—Rey, yo soy Merlín el buen adivino, de quien vos muchas veces oísteis hablar.

Cuando el rey oyó esto tuvo mucha alegría a maravilla, que no podría más; y lo abrazó y le dijo:

—Pues vos sois aquel de quien todo el mundo habla, yo os creeré de aquí en adelante todo lo que me digáis. Y por Dios si me queréis hacer placer, hacedme cierto de esto.

—De grado —dijo Merlín— lo haré. Yo os digo por verdad que Úter Padragón es vuestro padre y que os hizo en Iguerna, mas no era aún reina entonces.

Le contó todo como era. Y dijo Merlín:

—Cuando yo supe que teníais que nacer, os pedí a vuestro padre en don; y vuestro padre os me dio con el gran amor que me había y yo a él.

Y le contó cómo lo diera a criar de la leche donde debía ser criado. Y cuando el rey oyó a Merlín dijo:

—Vos amasteis mucho a mi padre y él a vos y fuisteis muy leal; y vos sabéis de mi hacienda más que yo mismo ni nombre del mundo; aconsejadme cómo pueda encubrir el pecado de la mujer del rey Lot.

Y Merlín dijo:

—Si yo os enseñase a encubrir este pecado yo pecaría mortalmente, pues tales tres lo saben que vos la amáis mucho, que primeramente convendría que muriesen, lo que a vos yo no aconsejaría. Mas porque el pueblo sepa que vos sois hijo de Úter Padragón, de esto me trabajaré en esta guisa, que lo sepan todos en cierto.

El rey dijo:

—Yo no os agradeceré cosa tanto en el mundo como ésta.

Y cuando ellos estaban así hablando, llegaron una pieza de hombres del rey que andaban de caza; y llegaron a donde el rey estaba y no le vieron, porque estaban Merlín y él tras unas peñas muy altas que allí había. Y como habían andado todo aquel día a buscar al rey y no le hallaran, tenían creído que estaba muerto. Y uno de ellos que ahí venía, a quien el rey quería mucho y él asimismo a él, visto que no hallaban al rey, se apeó e hizo a Dios una oración para que a su señor les mostrase y supieran qué había hecho de él. Y luego que el rey y Merlín a la gente sintieron, salieron de detrás de las peñas; y como los vieron, fue mucho placer el que recibieron. Y luego el rey cabalgó en un caballo e hizo a Merlín subir en otro, y llegaron a Cardoil; y Merlín aconsejó y dijo cómo hiciese, y cómo sabría que era hijo de Úter Padragón. Y le dijo:

—Yo quiero que envíes en derredor de esta ciudad tres jornadas a todos estos vuestros ricoshombres y hombres buenos que hay en la ciudad, que de este domingo en ocho días sean convocados y vengan a vuestras cortes y traigan cada uno a su mujer. Y enviad por Iguerna que venga aquí y que traiga consigo a Morgaina; y después de que aquí fueren todos, yo les hablaré y les haré saber de quién sois hijo.

Y el rey se lo agradeció mucho. Y Merlín dijo:

—¿Quién pensáis que fue el niño que habló con vosotros?

—No sé —dijo el rey—, mas por lo que oí decir entiendo que sois vos.

Dijo Merlín:

—Yo fui, y como fuisteis engañado así fue vuestra madre, pues lo hice yo cuando durmió con vuestro padre, que le pareció su marido; y vos fuisteis hecho.