Capítulo XVIII

Estando el rey en la cama hizo su testamento; y repartió el rey parte de lo que tenía por su ánima por consejo de Merlín. Y así estuvo enfermo mucho tiempo, tanto que su enfermedad creció y su pueblo fue juntado en Londres por su mandado. Y estuvo tres días que no habló, y al cabo de los tres días murió. Entonces llegó Merlín que todo lo sabía, y le dijeron cómo era muerto el rey. Y él dijo:

—No puede ser dicho muerto, al que buen fin tiene.

Y ellos dijeron:

—Ya hace tres días que no habla.

Merlín dijo:

—Vayamos a él, y lo que le haré será la mayor maravilla del mundo.

Entonces fueron con él donde el rey yacía e hicieron abrir todas las ventanas; y el rey cató a Merlín e hizo semblante que lo conocía. Merlín dijo a los clérigos, a los prelados y a los ricoshombres:

—Quien ahora quisiese oír la postrimera palabra que el rey dirá, lléguese cerca.

Ellos dijeron:

—¿Y cómo podréis hacerle vos hablar?

Y él dijo:

—Ahora lo veréis.

Entonces llegó a su oreja y le dijo:

—Tú has hecho muy hermoso fin, y yo te digo que tu hijo Artur será rey después de ti por la merced de Dios, y él dará cima a la Tabla Redonda que tú comenzaste.

El rey oyó cuanto Merlín dijo y habló muy quedo, así como pudo; y dijo a Merlín:

—Bendito seas tú que de tal placer me hicisteis cierto.

Merlín dijo:

—Ahora oísteis lo que no pensabais; y ésta es la postrimera palabra que le oiréis.

Entonces fue el rey finado y fue hecho por todos los de la ciudad y por todo el reino muy doloroso llanto, con grandes gritos y clamores que todos hacen, y rasgan sus vestiduras, mesando cruelmente sus cabellos, haciendo el más grave sentimiento que describir se podría. Lo cual, viéndose la reina en muy desigual comparación, fue tal el pesar y el dolor que su corazón traspasó, que por muchas veces se amorteció y dejó caer sobre el cuerpo del rey. Y ellos por ende la quitaron por fuerza de sobre él, y así lo hicieron porque pensaron que la misma reina hiciera allí el fin de sus días, con el mucho dolor y angustia que padecía.

Y cuando en sí tornó, dijo así:

—¡Ay ventura mezquina, para qué te me mostraste tan alegre, dándome tus dones tan largamente, por qué y tan arrebatadamente ahora me la quitas! ¡Ay el muy amado señor, sueño y holgura de sus súbditos! ¡Ay señor mío, que ya mi dolor decrece, pues ya no hay donde más crezca! ¡Con vos el campo era para vuestros súbditos fortaleza de paz!

Estas y otras muchas cosas decía la reina entre sí, que dar voces no podía, que los sentidos y virtud tenía todo perdido. Decían eso mismo los criados:

—¡Ay señor, esfuerzo nuestro y de nuestros hechos, que con vuestras palabras nos dabais nuestro atrevimiento y esfuerzo; y con vos se paraban nuestras grandes faltas!

Tantos llantos y lamentaciones decían que serian largos de contar, y por no hacer prolijidad, mucha obra no se escribe. Pero cierto debe ser para todos que, cuanto más el rey sea amado, tanto más por él se harán mayores llantos y lamentaciones. Y así de todos universalmente muy llorado, con grandes obsequios y vigilias, el cuerpo del rey fue enterrado en una muy venerable sepultura.

Otro día después que el rey fue enterrado, todos los altos hombres y los prelados de la santa Iglesia y los otros hombres del reino se juntaron en uno por haber consejo sobre cómo mantenían el reino; pero no se pudieron acordar en uno; y dijeron todos que lo que Merlín aconsejase que eso querían hacer, porque solía ser el consejo del rey.

Entonces enviaron a buscar a Merlín, y cuando vino le dijeron todos:

—Nosotros sabemos bien que vos sois sabio y que siempre amasteis mucho a los reyes de esta tierra, y vos sabéis que la tierra está sin heredero y tierra sin señor no vale cosa. Por ende os rogamos que nos ayudéis a escoger tal hombre que la sepa mantener en paz y en concordia.

Y Merlín dijo:

—Yo amé siempre a las gentes de esta tierra, y si yo os dijese que hicieseis rey a alguno no me querríais creer. Pero una buena ventura nos vino y yo os la diré, y si la queréis creer haréis bien. Ya veis que vine a la fiesta en que el Rey y Señor de los Reyes nació. Haced pregonar por toda la tierra que hagan oraciones y ayunos y abstinencias, y rueguen que así como Dios verdadero quiso nacer aquel día, que os dé tal señor que sea a su servicio y a su placer.

Entonces se apartaron unos con otros y se preguntaron si otorgarían este consejo. Y dijeron:

—No hay cosa en el mundo que Merlín aconseje que no se otorgue.

Entonces dijeron a los prelados que enviasen por todas las iglesias de todo el reino a decir a los clérigos que hiciesen ayunos y oraciones, y que rogasen que Dios escogiese por ellos rey y señor. Así fueron acordados en el consejo de Merlín. Merlín se despidió de ellos y le rogaron que viniese aquel día señalado. Él dijo que no lo haría hasta que fuese puesto rey. Entonces se fue Merlín para Blaisén y le dijo que escribiese estas cosas.

Los hombres buenos y eclesiásticos hicieron, sus oraciones y abstinencias, y pusieron que todos fuesen juntados en Londres el día del nacimiento para escoger rey.

Y Antor criara al niño hasta diez y seis años, y era ya muy grande y hermoso y jamás mamó leche sino de la mujer de Antor; que no sabía a cuál amaría más: a él o a su hijo. Y Antor hizo caballero a su hijo. Y antes de Pascua vino a Londres como los otros caballeros, y trajo consigo a sus hijos.

En la víspera de Pascua fueron todos los del reino reunidos, y con ellos clérigos y aquellos que algo valían; y les hicieron hacer cuanto Merlín les mandó, pues oyeron la misa de medianoche e hicieron sus oraciones, para que les diese Dios tal rey que fuese a ellos cumplido. El arzobispo les dijo un sermón y al final del sermón les dijo:

—Vos sois aquí juntados por tres cosas de vuestro provecho y por salvación de vuestras almas, y por ver el hermoso milagro que será entre nosotros, que Dios nos dará hoy rey, pues no somos tan sabios para escoger cuál nos será el mejor. Mas roguemos a Dios que El escoja por nosotros, así verdaderamente como nació el día de hoy; y diga cada uno cinco veces el padre nuestro y el ave maría.

Así lo hicieron como el arzobispo mandó. Y después que ofrecieron, salieron fuera ante la Iglesia, que había una plaza grande y llana, en la cual vieron un padrón cuadrado, mas nunca pudieron saber de qué piedra era, pero algunos dijeron que era de mármol; y sobre aquel padrón había un yunque en el que estaba metida una espada hasta el ariaz; y cuando la vieron maravilláronse y se lo fueron decir al arzobispo. Cuando lo oyó, tomó del agua bendita y las reliquias de la Iglesia y con todos los clérigos y con todo el pueblo salió fuera. Y cuando vieron el padrón y la espada rezaron salmos y oraciones y echaron agua bendita. Y cató el arzobispo la espada y le halló letras de oro que decían: «Quien fuere tal que esta espada pudiera sacar, será rey de esta tierra por elección de Jesucristo». Y después que leyó las letras lo dijo al pueblo. Y el padrón fue dado a guardar a diez hombres buenos, y cinco de ellos eran clérigos. Y agradecieron mucho a Nuestro Señor lo que les mostraba. Y el arzobispo tornóse a oír misa, y dijo al pueblo:

—Amigos, Nuestro Señor que nos mostró esto nos mostrará más, y ninguno de nosotros irá con su placer.

Y la misa fue dicha y salieron todos de la Iglesia y se fueron algunos al padrón y dijeron:

—¿Quién probará aquella espada?

Y ellos dijeron que no se probase sino como mandaban las letras y los prelados de la santa Iglesia. Y aquí hubo gran discordia, que los altos hombres y poderosos dijeron que la querían probar primero. El arzobispo les dijo:

—No sois bien acordados como yo quería, que Nuestro Señor ya escogió, mas no sabemos a quién. Sabed que riqueza ni hidalguía no ha menester, sino la voluntad de Dios. Y tanto me fío yo en él, que si el que ha de tirar la espada hubiese de nacer, que no sería tirada hasta que naciese y la tirase.

Entonces dijeron todos que decía verdad y que harían su mandato. Él dijo:

—Dios quiere que os acordéis en uno, y yo a mi poder ayudaré al placer de Dios y de los hombres buenos de la tierra.

Esto fue dicho después de la misa. Y el acuerdo quedó sobre el arzobispo que tuvo por bien que probasen la espada antes de la gran misa. Y dijo al pueblo:

—Hermosa elección nos envió Dios, pues El quiso que justicia terrenal fuese por espada, así dio a los caballeros la encomienda de las tres órdenes para la santa Iglesia guardar; y ahora quiso que por espada fuese nuestra elección. Bendito sea el su nombre pues El bien sabe a quien ha de dar esta justicia. Y no se acucien los altos hombres, pues el Señor no quiere que por riquezas ni por orgullo sea la espada tirada. Otrosí no se ensañen los pobres contra los ricos, que Dios no sepa cuál es el mejor.

Entonces se acordaron que probasen la espada los que el arzobispo mandase, y que tomasen por señor el que la espada sacase. Y tornaron al padrón y el arzobispo escogió doscientos caballeros y cincuenta y dos, de los mejores que él entendió. Y aquellos probaros todos a tirar mas no la pudo sacar ninguno. Entonces mandó el arzobispo que probasen todos cuantos quisieren, y que parasen bien mientes en el que la sacase. Y así quedó la espada, y el arzobispo les dijo lo que entendió que sería a ellos provechoso a los cuerpos y a las almas. Y así mismo les dijo a todos:

—Amigos, este hecho es en Dios y creed que no la podrá sacar sino aquel que Dios quisiere y Él entendiere que es en nuestro provecho, y no antes que veáis qué puede ocurrir.

Aquel día en la tarde, después de comer cabalgaron en sus caballos y con mucho placer fueron todos a bohordar como solían. Y los más de la villa fueron allá por ver el padrón de la espada; y después que hubieron bohordado bien dieron los escudos a sus escuderos. Y andando así se levantó entre ellos una gran pelea, así que todas las gentes de la villa fueron ahí, de ellos algunos armados y otros no. Y el hijo mayor de Antor, que era ya caballero, llamó a su hermano y le dijo:

—Ve por mi espada a la posada.

Y el mancebo que era muy bueno y buen servidor, dio a las espuelas del caballo y fue a la posada por la espada y no halló espada ninguna, pues su madre la tenía guardada en su cámara, que fuera a ver lo del padrón. Y cuando vio el mancebo que no podía tener espada, se fue para el padrón y la tomó por la ariaz y la sacó y la metió bajo la falda de su albornoz, y la llevó a su hermano que lo esperaba fuera de la villa. Y el hermano desde que lo vio le preguntó si traía la espada. Y él dijo:

—Por Dios no la pude hallar, mas os traigo la espada del padrón.

Él la tomó y la metió bajo su manto y se la llevó a su padre, y le dijo:

—Yo seré rey pues aquí tenéis la espada del padrón.

Y cuando el padre la vio se maravilló, y le preguntó cómo la consiguió. Y él dijo:

—La tomé del padrón.

Y Antor no lo quiso creer. Entonces se fueron ambos para la Iglesia, y el otro niño siguió en pos de ellos. Y cuando Antor vio el padrón sin espada preguntó a su hijo cómo la cogiera, y que no le metiese en ninguna guisa, pues lo sabría él después. El hijo le dijo:

—Cierto, señor, no os mentiré. Artur, mi hermano, me la llevó cuando le envié por mi espada.

Entonces se la dio y le dijo:

—Hijo, tornad la espada a donde la tomasteis.

Y él la metió y túvose ahí tan bien y tan recia como antes. Y Antor dijo a su hijo que la probase; y la probó pero no la pudo sacar. Dijo Antor a Artur:

—Hijo señor, ¿si yo pudiese hacer tanto que vos fueseis rey, qué me haríais dar?

—Señor —dijo él—, yo no podría hacer cosa de que vos no fueseis señor, como mi padre.

Y Antor respondió:

—Vuestro padre soy yo de crianza, mas en otra manera no sé quién es vuestro padre.

Cuando Artur oyó esto comenzó a llorar y dijo:

—¿Cómo podría yo tener tan gran bien cuando padre no he?

Y Antor dijo:

—Como si Dios os quiere dar esta gracia, yo os ayudaré a todo mi poder.

Entonces le contó cómo le crió, y le dijo:

—Vos me habéis de dar buen galardón a mí y a mi hijo, lo cual yo de vos así lo espero, que cierto nunca un hombre fue mejor criado que vos fuisteis. Y os ruego que si Dios os diere este bien, que deis el galardón a mi hijo.

Artur dijo:

—Señor, os ruego que no me neguéis que yo soy vuestro hijo, pues no sabría dónde ir a buscar un padre. Y si Dios me da esta gracia, os promete mi fe de dar lo que quisiereis.

Antor dijo:

—Yo no os pediré vuestra tierra; mas si Dios quiere que seáis rey, haced a mi hijo mayordomo de vuestra casa y tierra, y que por cosa que haga y diga que no lo pierda, y que por mi amor no os ensañéis contra él por ninguna cosa; pues si fuera hombre de mala crianza por vos lo será, y por vos es desnaturado de todo derecho de hombre hidalgo, por la naturaleza de la leche de una villana que por criar a vos se la dimos. Por ende no le pongáis culpa y sufridle más que a los otros, por aquella crianza que hasta hoy de mí, y de su madre, habéis tenido, y además por lo que la virtud de la grandeza os obliga. Mucho os ruego que me otorguéis esto que os digo.

Y Artur dijo que le daría todo aquello y mucho más, como a su hermano, si la ventura fuese suya. Entonces le hizo Antor jurar sobre un altar esta promesa. Y después que lo juró se volvió Antor al arzobispo en la pelea donde estaba, y la pelea era ya partida y los ricoshombres entraron todos en la Iglesia para oír vísperas. Y Antor llamó a sus amigos y junto con ellos dijo al arzobispo:

—Señor, tienes aquí a mi hijo que aún no es caballero, que me ruega que le hagas probar la espada; y llamen a los ricoshombres y vayan todos con vuestra señoría.

El arzobispo dijo que le placía de grado; y lo hizo así y juntáronse todos y fueron ante el padrón. Y Antor dijo a Artur:

—Ve, toma la espada del padrón y dásela al arzobispo.

Y Artur fue a la espada y la tomó por la cruz y la sacó del padrón y fue con ella al arzobispo. Y el arzobispo desde que vio esto hubo muy gran placer, y tomó al mozo entre los brazos y comenzó a cantar: «Te Deum laudamus»; y así lo llevó a la iglesia.

Cuando los ricoshombres esto vieron fueron muy sañudos y dijeron:

—Esto no puede ser, que un rapaz sea nuestro rey.

Y el arzobispo dijo:

—¿A quién pesa esto?, pues Nuestro Señor sabe cuál es el mejor y quién es cada uno.

Y Antor y su linaje y gran pieza de la otra gente estaban con Artur, y decían todos:

—Si todos los del mundo a esta elección quisiesen venir a estorbar, y Dios sólo quisiese, no podría ninguno entorpecerlo.

Y dijo Antor a Artur:

—Hijo, id y tornad la espada donde la tomasteis.

Y él lo hizo y la espada estuvo queda como antes. Y el arzobispo dijo a los ricoshombres:

—Señores, id a sacarla si podéis.

Y fueron allá muchos, mas ninguno la pudo sacar. Y el arzobispo dijo:

—Esta es la más hermosa elección que nunca hombre vio, y loco es quien quiera decir contra la voluntad de Dios.

Y ellos dijeron:

—Verdad es, mas nos parece cosa muy extraña que un rapaz sea el señor de todos nosotros.

Y el arzobispo dijo:

—Dios supo escoger mejor, El que le conoce mejor que vos.

Entonces le rogaron ellos que dejasen la espada en el padrón hasta el día de Santa María de la Candelaria, que muchos vendrían a probar los que aún no la vieron y no la probaron. Así quedó la espada hasta aquel día, y todos los de aquella tierra se juntaron y probaron la espada. Y cuando se probaron todos dijeron al arzobispo:

—Señor, ahora será bien, si quieren todos, cumplir la voluntad de Dios.

Entonces dijo el arzobispo:

—Hijo Artur, id adelante, y si Dios quiere que seáis guardados de esta tierra y gente, sacad la espada.

Y Artur se fue a ella y la sacó y se la dio al arzobispo. Y cuando los de la tierra vieron esto, dijeron:

—¿Contra esta elección quién quiere ir?

Y dijeron al arzobispo:

—Nosotros os rogamos que hasta Pascua sufráis esto, y si entonces no viene quien saque la espada obedeceremos a quien esta espada sacó; y si de otra guisa queréis hacer, hará cada uno lo que mejor pueda.

Y el arzobispo dijo:

—¿Y si yo hago esto lo obedeceréis?

—Sí, de grado —dijeron ellos.

Y el arzobispo dijo:

—Artur, tornad la espada a su lugar, que nunca mejor se tendrá.

Y desde aquel día en adelante hasta la Pascua se probaron cuantos quisieron probar, y ninguno la pudo sacar ni mover poco ni mucho. Y el arzobispo que el niño tenía en guarda le dijo:

—Seguramente os digo que seréis rey; catad en vuestro corazón cómo seáis rey bueno. Y de aquí en adelante escoged cuáles quisierais por privados o por consejeros; y dad y repartid tierras y oficios de vuestra casa, así como rey, pues sin falta vos lo seréis con la ayuda de Dios.

Y Artur dijo:

—Yo pongo a mí y cuanto bien Dios me diere en gracia y en guarda de esta Iglesia y de vuestro consejo; y vos escoged por mí cuáles hombres me serán mejores, y haced en guisa que sean a servicio de Dios y a su voluntad y en provecho del pueblo. Y si os pluguiere llamad con vos a mi señor.

El arzobispo hizo llamar a Antor y le dijo las palabras que Artur le dijera. Entonces escogieron cuáles consejeros quisieron y cuáles privados. Hicieron mayordomo de su corte y de su tierra a su hermano, que se llamaba Acuar; mas los otros oficios de casa quedaron hasta Pascua. Entonces se juntaron todos en la ciudad de Londres, en la víspera de Pascua. Y el arzobispo les dijo así a todos:

—Amigos, Dios quiere que este niño sea rey.

Y los ricoshombres dijeron:

—No queremos nosotros contradecir a Dios, mas tenemos esto a gran maravilla, de niño de tan poco estado y tan bajo linaje ser señor de nosotros. Por ello haced una cosa que placerá a Dios y a todos nosotros. Que vos conocéis a este niño y lo tenéis por cuerdo, y nosotros no sabemos cosa de su hacienda. Dejad antes que probemos qué hombre querrá ser.

Y el arzobispo dijo:

—¿Queréis que os demos un plazo a su sacramento, y la elección queréis que sea mañana?

Ellos dijeron:

—Mas el sacramento se quede hasta Pentecostés.

Y el arzobispo dijo:

—Por eso no quedará.

Y al otro día después de la gran misa trajeron al niño a la elección y sacó la espada como antes. Entonces lo recibieron por señor; mas le mandaron que la tornase al lugar, y entraron en la iglesia y lo recibieron por señor. Y lo tomaron aparte para hablar con él y por probarlo. Y se levantó uno entre ellos y le dijo:

—Señor, bien vernos nosotros que Nuestro Señor quiere que seas nuestro rey, y pues Él quiere queremos nosotros, y queremos tomar nuestras tierras de vos así como vasallos de señor; mas rogamos que vuestro sacramento quede para Pentecostés pues ya por esto no seréis menos señor del reino ni de nosotros, que de esto queremos saber de vos vuestra voluntad, sin consejo que toméis.

Y el rey les dijo:

—A lo que me decís que queréis las tierras de mí, esto no lo puedo hacer ni debo hasta que sea señor de mi tierra. Y decís que soy señor del reino, y esto no puede ser hasta que sea consagrado y la corona lleve y la honra del reino; mas el plazo que pedisteis del sacramento os lo otorgo de grado, pues no quiero sacramento ni honra salvo por Dios y por vos.

Entonces dijeron que si viviese sería sabio; y así fue dado el plazo hasta Pentecostés, en tanta obediencia a Artur como el arzobispo mandó. E hiciéronle traer los tesoros y todas las cosas preciadas por probar si sería codicioso o tomador. Y él preguntó a aquellos que le dieron por consejeros por cada uno de los ricoshombres y por los otros quiénes era o qué valían; y como halló a cada uno, así hizo él después, pues a los buenos les dio caballos y armas, y a los mancebos les dio aves, y a los enamorados las dueñas, y a los letrados los haberes, y a los de sus tierras dio lo que entendía que sería mejor; y así partió lo que le dieron por probarlo. Y cuando ellos vieron esto apreciáronlo mucho en sus corazones, y decían aparte que sería un gran hecho y que no veían en él codicia ni maldad, que tan rápido que tomaba el haber en la mano luego lo empleaba bien y con razón, según lo que cada uno merecía. Así probaron al rey Artur y nunca pudieron en él hallar cosa que tacha se pudiese llamar.

Y cuando llegó Pentecostés juntáronse todos en Londres y se probaron en la espada todos cuantos se quisieron probar, mas ninguno la pudo sacar. Y el arzobispo tuvo la corona presta y el sacramento y todo el aderezo para hacerle caballero.

Y el día de esta fiesta por la mañana tomó Artur la espada del altar y se la ciñó y fue caballero. Y el arzobispo dijo:

—Veis aquí este hombre que Dios escogió por vuestro rey; y si hay alguien que lo quiera contradecir que lo diga.

Y todos dijeron a una voz:

—Queremos de parte de Dios que éste sea nuestro rey; mas le pedimos por merced que si alguno de nosotros quiere mal, porque le contradecimos en su elección, que nos perdone.

Entonces hincaron todos los ojos ante él y Artur lloró con piedad e hincado de hinojos ante ellos, dijo:

—Yo os perdono y aquel Señor que esta honra me dio os perdone.

Entonces se alzaron todos y tomaron a Artur de los brazos y lo llevaron al altar.