El rey juntó todos sus vasallos en la entrada de la floresta que era cabe la tierra del duque, entre el llano y una gran ribera, y les contó el orgullo del duque. Y estando así juntos oyó decir cómo el duque estaba metido en un castillo y cómo metiera a su mujer en otro. Y fue luego a cercar al duque e hizo poner cerco sobre el castillo con muchos pertrechos y escalas a los muros. Y el rey preguntó a Ulfin qué podría hacer de Iguerna. Y Ulfin le respondió:
—Si vos pudieseis prender al duque todo lo acabaríais; y quien os aconsejó que la cercaseis os aconsejó bien, pues si cercáis a Iguerna luego lo entenderán y quizá fuera descubierto.
Y así fue el duque cercado en su castillo y hubieron ahí algunas escaramuzas, y el duque se defendía del rey. Y el rey estuvo gran tiempo sobre el castillo, que no lo pudo tomar; y tuvo gran pesar y gran cuita por Iguerna que no podía él saber que tanto la amaba, que no se sabía dar remedio. Y un día el rey estando en su tienda y con deseo grande de Iguerna, comenzó a llorar. Y cuando los ricoshombres le vieron hacer aquel duelo no supieron qué cosa fuese aquello, y con temor cada uno se fue y lo dejaron solo. Y cuando Ulfin supo que el rey estaba llorando se fue a él y le preguntó que porqué hacía aquel duelo. El rey le dijo:
—Ulfin, ya lo debes saber tú bien, pues tú sabes que yo muero por Iguerna y veo que no hay remedio sino morir, pues pierdo el comer y el beber; y por Dios dadme consejo.
Ulfin le dijo:
—Señor, cierto vos sois de flaco corazón que por una mujer pensáis morir. Y mi consejo sería que vos enviaseis por Merlín, que él os remediará.
El rey dijo:
—Yo bien sé que Merlín sabe toda mi cuita y enviaría por él, mas me da miedo que se ensañe; pues yo bien sé que él está sañudo por la silla de la Tabla Redonda que fue probada; y cuito que es así, pues mucho hace que no lo vi, y bien sé que le pesa porque amo mujer de mi vasallo. Y así Dios me valga en esta razón, no sé qué hago ni tengo corazón ni me puedo por ende partir. Y además Merlín me dijo que no lo enviase buscar.
Y Ulfin le dijo:
—Señor, de una cosa sé cierto, que si Merlín es sano y os ama así como vos creéis, pues él sabe vuestra cuita, que no puede tardar que no tengáis nuevas de él.
Así confortó Ulfin al rey, y le dijo que anduviese alegre entre sus vasallos y que no se apartase, y así le quitaría una parte de su cuita.
El rey hízolo así como Ulfin le dijera, e hizo combatir el castillo; mas no lo pudo tomar. Y un día avino que Ulfin cabalgaba por la hueste y halló un hombre al que no conocía; y el hombre le dijo:
—Ulfin, yo hablaría con vos de grado si a vos pluguiese.
Y Ulfin le dijo que tendría en ello gran placer. Entonces salieron de la hueste el hombre a pie y Ulfin a caballo; y era el hombre según su vista viejo. Y Ulfin le preguntó quién era. Él le dijo:
—Yo soy un hombre viejo como veis, y fui tenido por hombre sabio cuando era mancebo; y os quiero hablar con claridad. Sabed que no ha mucho que estuve en Tintagüel, y un hombre bueno me dijo que Úter Padragón, vuestro rey, amaba a la mujer del duque, y que por ende le destruía la tierra. Mas si vos y el rey me quisierais dar buen galardón, yo conozco un tal hombre que hará hablar al rey con Iguerna, y que le pondrá consejo en todo su amor.
Cuando Ulfin oyó esto maravillóse y le rogó que le enseñase cuál era el hombre. El hombre bueno dijo:
—Antes veré yo el galardón que me queréis dar.
Ulfin le dijo:
—¿En dónde os hallaré después, pues yo quiero hablar con el rey?
Y el hombre bueno le dijo:
—De mañana me hallaréis en este camino a mí o a mi mandado o aquí en la hueste.
Entonces se encomendaron a Dios y el hombre se fue; y Ulfin se tornó para el rey y le contó lo sucedido.
Cuando el rey oyó lo que Ulfin le dijo fue alegre, y preguntó qué hombre era. Ulfin le dijo que era un hombre pequeño y viejo. Y el rey le dijo:
—Pues te ruego que cuando hables con él, que le prometas cuanto él quiera; o que no hables con él sin mí.
Y así quedó esto hasta mañana, y fue el rey muy más alegre que solía. Y al otro día, después de misa, el rey quiso cabalgar y cabalgó Ulfin con él y se fueron por la hueste; y hallaron a un contrahecho que no veía ni punto. Y el rey pasó por él, y él comenzó a dar voces y a decir:
—Rey, así Dios te deje cumplir lo que deseas, dame una cosa de que te haya grado.
Y el rey le cató y dijo a Ulfin:
—¿Harás tú lo que yo te mande?
Y dijo Ulfin:
—Sí, señor.
El rey dijo:
—¿Oíste lo que aquel contrahecho dijo, y que mentó a la cosa que yo más deseaba ver? Ve cabe él y dile que yo le daré cuanto quisiere.
Ulfin fue al contrahecho y cuando él lo vio le dijo:
—¿Y vos qué buscáis?
Y Ulfin dijo:
—Señor, el rey me envía a vos y quiere que esté con vos.
El contrahecho se rió y dijo:
—El rey ha entendido y conocémosnos mejor que vos. Sabed que el hombre bueno que anoche visteis me envió a vos; mas no diré lo que me dijo; empero decid al rey que enseguida entenderá quién yo era.
Y Ulfin le dijo:
—Señor, no os osaría preguntar quién sois.
Díjole el contrahecho:
—Preguntadle al rey, que él os lo dirá.
Y Ulfin cabalgó y se fue en pos del rey; y cuando llegó, el rey le dijo:
—Ulfin, ¿cómo vienes así en pos de mí, no te dije que estuvieses con el contrahecho?
—Señor, más rápido le conocisteis vos que yo; y me dice que vos me diréis su hacienda, que él no me quiere decir más.
Y cuando el rey esto oyó, tornóse muy deprisa; y cuando llegaron al lugar donde estaba el contrahecho, no le hallaron ahí. Y el rey dijo a Ulfin:
—Aquel que anoche habló contigo en semejanza de viejo es Merlín, el mismo que tú hoy viste contrahecho.
Y dijo Ulfin:
—Señor, ¿podría ser verdad que ninguno se pudiese desfigurar?
Y el rey le dijo:
—Sí, y cree de cierto que este que tú ves es Merlín, que se anda así riendo de nosotros; y bien te hará saber cuando quiera quién es.
Y así dejaron esto estar y cabalgaron fuera de la hueste por los campos. Y yendo así vino Merlín a la tienda del rey en semejanza que todos conocían, y preguntó quién era el rey. Y un hombre bueno fue luego corriendo al rey y le dijo que lo buscaba Merlín. Y cuando el rey lo oyó fue muy alegre, y se fue para su tienda; y en yendo dijo a Ulfin:
—Ahora verás lo que te dije de que Merlín vendría cuando él quisiese, que yo bien sabía que en vano lo enviaría a buscar.
Y Ulfin dijo:
—Verdad es y yo haré cuanto él me mande.
Así fue el rey hablando hasta su tienda, y halló a Merlín y recibiéndolo muy bien, lo abrazó y le dijo:
—¿Qué os diré de mi hacienda, que mejor que yo lo sabéis y lo que he menester? Y nunca fue hombre que tanto se me tardase como vos en verme. Y os ruego por Dios que os doláis de mí.
Y Merlín le dijo:
—Yo no os hablaré cosa sin Ulfin.
El rey hizo luego llamar a Ulfin, y entonces se salieron todos aparte. Y el rey dijo:
—Merlín, yo dije a Ulfin que vos erais el hombre bueno que con él habló anoche y el contrahecho que hoy vimos.
Y Ulfin le miró muy fijamente a la cara y dijo:
—Merlín, ¿es así esto que el rey dice?
Y Merlín dijo:
—Verdad es sin falta.
Y Ulfin dijo al rey:
—Señor, ahora le debéis hacer saber vuestra hacienda y pena a Merlín, pues hoy más nos cabe llorar, como hacíais cuando estabais solo.
Y el rey le dijo:
—Yo no sé qué le diga ni qué le ruegue, pues él bien sabe mi corazón y toda mi hacienda y no le podría decir cosa que él no supiese mejor. Y yo le ruego por Dios que me ayude cómo pueda tener a Iguerna.
Y Merlín le dijo:
—Ahora veré qué vale el corazón de un hombre.
El rey le dijo:
—Vos no me pediréis cosa que pueda hacer sin falta que no os la dé.
Y Merlín le dijo:
—¿Cómo seré ende cierto?
Y el rey le dijo:
—Como vos mandéis.
Merlín le dijo:
—Señor, jurarlo habéis sobre los Santos Evangelios; y haréis jurar a Ulfin que vos me daréis lo que os pida mañana, después que yo hiciéraos ver a Iguerna a vuestro placer.
El rey dijo:
—Sí, muy de grado.
Y Merlín dijo que bien lo juraría Ulfin. Y Ulfin dijo que le pesaba porque ya lo había jurado y cumplido. Y cuando Merlín esto oyó dijo:
—Cuando el juramento fuere hecho entonces os diré cómo podrá ser.
Luego hizo el rey traer sus reliquias y su libro, y juró él y Ulfin como lo quiso Merlín.
Y el rey dijo:
—Ahora os digo y ruego que penséis en nuestra hacienda.
Merlín le dijo:
—Señor, convengamos de ir mañana allí donde está Iguerna, pues ella es muy buena dueña y muy entendida y muy amiga de Dios y de su marido. Mas ahora podréis, que poder yo tengo de engañarla, pues yo mudaré a vos en figura del duque tan bien que ya no seréis conocido, y en semejanza de dos sus privados vasallos suyos que el duque mucho ama, a los cuales llaman al uno Jordán y al otro Bretel; y yo y Ulfin nos haremos tan en sus semejanzas, que ningún hombre del mundo nos conozca. Y yo tomaré la semejanza de Jordán y daré a Ulfin la semejanza de Bretel. Y yo os haré abrir la puerta del castillo de Iguerna, y entraréis con ella en la cama, y haréis con ella como su marido. Y convendrá que nos salgamos muy de mañana, y oiremos extrañas nuevas. Y diréis ahora a vuestros ricoshombres que no vaya ninguno contra el castillo hasta que vos volváis. Y guardad que este secreto no digáis a ninguno.
Y desde que el rey oyó esto fue muy alegre, y mandó a sus ricoshombres lo que le mandó Merlín. Y al otro día de gran mañana cabalgaron los tres solos, y anduvieron hasta que llegaron a Tintagüel. Entonces dijo Merlín al rey:
—Señor, quedaos aquí con Ulfin que yo iré aquí a un poco.
Entonces se fue y cogió una hierba y tornóse al rey y le dijo:
—Poned esta hierba en vuestro rostro y por las manos.
Y el rey la tomó en las manos y apretóla y puso el zumo de ella en su rostro y envolvió muy bien sus manos; y en tanto que lo hubo hecho tornó verdaderamente en la semejanza del duque. Merlín dijo al rey:
—Ahora vos recordad si visteis nunca a Bretel.
El rey dijo:
—Yo lo conozco bien.
Y tomó a Ulfin y lo sacó aparte y lo figuró a semejanza de Bretel; y lo tomó por el freno y lo trajo al rey. Y Ulfin cuando vio al rey signóse y dijo:
—Dios, señor, ¿cómo puede ser ninguna semejanza de hombre mudada en otra?
Merlín dijo a Ulfin:
—¿Qué os parece el rey?
Y Ulfin dijo:
—Yo no veo aquí sino al duque.
Y el rey dijo a Ulfin que verdaderamente parecía Bretel. Y estando así vieron a Merlín que bien les parecía a Jordán. Así transformó Merlín al rey y a Ulfin y a sí mismo; y así semejados siguieron su vía para el castillo y fueron muy bien recibidos.
Y Úter Padragón e Iguerna yacieron aquella noche en uno, y en aquella noche fue engendrado el buen rey Artur. Y la dueña tuvo gran placer con el rey, pensando que era el duque; y así yacieron aquella noche. Y cuando quiso amanecer llegaron nuevas que el duque era muerto y su castillo era preso. Y cuando Jordán y Bretel, que ya eran levantados, oyeron aquellas nuevas fueron muy rápido a su señor que yacía durmiendo, y dijéronle que se levantase y se fuese a su castillo, pues las gentes decían que el duque estaba muerto.
Y él dijo:
—No es maravilla que lo piensen, pues yo salí del castillo en guisa que ninguno lo supo cuando yo vine acá.
Entonces se partió de Iguerna y despidiéndose de ella la besó ante aquellos que allí estaban, y salieron del castillo que no los conoció ninguno. Y cuando salieron fueron muy alegres, y Merlín dijo al rey:
—Señor, bien os tuve lo que os prometí, y ahora quiero que me tengáis lo que me prometisteis.
El rey dijo:
—Vos me hicisteis el mayor placer y servicio que nunca hizo hombre, y lo que yo os prometí yo os lo mantendré muy bien.
—Así quiero yo —dijo Merlín— y quiero que sepáis que vos tenéis un hijo en Iguerna, y a éste os pido que me deis que vos no lo debéis tener; y hacedlo poner por escrito esta noche y veréis si os digo verdad.
Y el rey dijo:
—Yo os lo daré y haré lo que me decís y otra cualquier cosa que más que esto sea.
Fueron así hablando hasta que llegaron a una ribera de hermosa agua, y en aquélla se lavaron las hierbas y luego tornaron en sus semejanzas. Entonces cabalgaron y anduvieron lo más que pudieron y se fueron a su hueste. Y preguntó el rey cómo fue la muerte del duque. Y le dijeron:
—Ayer en la mañana cuando de aquí partisteis estaba toda la hueste sola y en paz, y el duque supo que no estabais aquí e hizo armar a sus gentes y los hizo salir a pie por esta puerta y los de a caballo por la otra; y dejáronse correr a la hueste e hicieron gran daño antes de que pudiéramos estar armados. Y en cuanto se armó vuestra gente lo hirieron y se lo llevaron hasta la puerta. Y el duque estuvo allí e hizo mucho de armas y le mataron el caballo; y vuestros peones lo mataron que no lo conocían. Y nos entramos con ellos de vuelta y tomamos el castillo, y mucho se defendieron después de que el duque fuese muerto.
El rey dijo que le pesaba la muerte del duque. Así fue al castillo tomado; y el rey dijo que le pesaba mucho la muerte del duque y que le mostrasen cómo lo enmendaría, pues no desamaba al duque, porque le quisiera dar la muerte. Ulfin dijo al rey que le parecía muy bien, pues la cosa estaba hecha, que lo enmendase lo mejor que se pudiese esta muerte a la dueña y a sus parientes.
Entonces se apartó Ulfin con otros grandes hombres de la hueste y dijo:
—Señores, al rey le disgusta la muerte del duque y a nosotros debe ese disgusto; y a mi parecer debemos de aconsejar al rey que haga alguna enmienda a su mujer y parientes. Que los reúna en Tintagüel y les conceda tal enmienda que después ellos no lo quisiesen mayor.
Y todos los ricoshombres dijeron que se tenían aquel consejo, y fueron con esta razón al rey, mas no le dijeron que Ulfin le dijera nada, pues él les vedara que se lo dijesen. Y desde que el rey oyó esta razón a sus ricoshombres, dijo:
—A este consejo me atengo yo.
Entonces envió a decir por todos los lugares del duque que viniesen a él a Cardoil salvos y seguros, que les enmendaría todas las cosas que de él tenían querella. Entonces se fue el rey a Tintagüel, y Merlín dijo al rey:
—¿En verdad sabéis quién dio este consejo?
—Sí —dijo el rey—, mis ricoshombres me lo dijeron.
—No es así —dijo Merlín—, sino el cuerdo y leal Ulfin, pues él pensó cómo podía haber paz porque volvieseis a Iguerna. Cierto —dijo—, os dio buen consejo, pues por aquí tendréis cuanto deseáis. Y ahora me quiero ir, y vos preguntad a Ulfin cómo pensó esta paz.
El rey hizo llamar a Ulfin y vino luego y le preguntó lo que Merlín le había dicho; y Ulfin le dio la cuenta, de lo que el rey hubo placer de ver que tan cuerdo era y tuvo por buen consejo el que le dio.
Esto así pasado, dijo Merlín al rey:
—Señor, vos me prometisteis que me daríais vuestro hijo en galardón por lo que hice por vos, pues no es razón ni derecho que hiciese mal a quien no lo merece, y sería gran pecado mío si yo no ayudase a su madre a salir de la vergüenza; y quiero que Ulfin escriba el día y la noche en que fue engendrado, y que sea tan secreto que no lo sepa jamás ninguno, porque su honra sea guardada. Y que creáis a Ulfin, que él os aconseja por vuestro bien y vuestra honra. Yo no hablaré con vos de aquí a seis meses, mas a los seis meses hablaré con vos y con Ulfin, y a los nueve meses cuando Iguerna hubiere de parir su hijo hablaré con Ulfin, y enviaré a decíroslo y hacedlo así si queréis que os ame.
Entonces Ulfin escribió el concebimiento, y Merlín dijo:
—Ahora, guardaos que Iguerna no sepa que yacisteis con ella, ni que concibió de vos; y esto será la cosa mayor del mundo que a ella hará llegar a parir en el tiempo que el fruto aproveche, pensando que el hijo es de su marido el duque. Y si se lo decís será mala cosa, porque la echaréis a perder. No hay cosa en que más me ayudéis.
Entonces se despidió Merlín del rey y fue con Blaisén a Urberlanda y le contó todas estas cosas; y Blaisén las metió en su escrito, por ello ahora las sabemos.
Y después que Merlín se fue, estando el rey ante el castillo de Tintagüel, llamó a todos sus ricoshombres y caballeros a consejo y les preguntó qué les parecía que hiciese en el hecho por el que allí eran venidos. Y los ricoshombres dijeron al rey:
—Señor, haced la paz con la duquesa según hablasteis con nosotros, y haced la paz con todos los suyos.
Dijo el rey entonces a dos de sus caballeros:
—Id a la duquesa y decidle que no se quiera defender contra mí por fuerza, y que si quiere yo habré con ella y ella conmigo buena paz y amor, según debo.
Y los mensajeros fueron luego allá y llegaron a la dueña contándole su mensaje a ella y a los amigos y parientes que con ella estaban. En tal manera que dijeron que bien sabían cómo muriera el duque a gran locura, y que al rey le pesaba y que les quería enmendar su muerte; y que bien sabían que no se podían defender contra la voluntad del rey, si él se quisiese poner en ello, lo cual no era su intención.
Y la dueña y los que con ella estaban dijeron que se querían ver en aquella razón. Y salieron luego aparte y hablaron mucho de esto, y acordaron que era verdad lo que los caballeros decían; mas dijeron que querían ver qué enmienda quería hacer, que tal sería que la paz podría ser hecha. Y la dueña dijo que ella no saldría de su castillo.
Y con esta razón salieron a los mensajeros, y dijeron que qué tal era la enmienda que quería hacer el rey a la dueña y a ellos. Y los mensajeros respondieron:
—No sabemos la voluntad del rey, mas sea así y poned un día que seáis ante él y el rey ha de enmendároslo como su corte mande.
Y luego pusieron un plazo para que fuese la dueña y sus parientes y amigos ante el rey, y que si no se aviniesen que se tornasen salvos y seguros; y todos lo otorgaron así.
Y los mensajeros se tornaron al rey y le contaron todo lo que les aconteciera. Y el rey tuvo mucho placer y lo otorgó; y así quedó el pleito. Y el rey y Ulfin hablaron mucho de ello hasta que llegó el plazo. Y llegado el plazo envió el rey caballeros a la dueña y a sus amigos para que la tuviesen a salvo. Y los mensajeros fueron al castillo; y la dueña y sus vasallos y amigos desde que vieron que el plazo ya era cumplido y que el rey enviaba por ellos, cabalgaron y llegaron a la hueste donde el rey estaba. Y cuando estuvieron reunidos llamó el rey a sus consejeros y ricoshombres y les preguntó qué les parecía este hecho; y ellos dijeron:
—Señor, en vos es.
Y el rey dijo:
—Yo lo dejo a vos que sois mi corte, y así la dueña no podrá demandarme más; yo lo dejo en vuestras manos, haced con ellos lo que queráis.
Ellos dijeron:
—Señor, sea Ulfin en el acuerdo con nosotros.
Y cuando el rey vio que pedían a Ulfin gustóle mucho. Y dijo a Ulfin:
—Yo sé que tú eres un hombre cuerdo y sabes todo este hecho; ve con ellos y aconséjales lo mejor que puedas y sepas.
Y Ulfin dijo que lo haría de buen grado, pues él lo mandaba. Y Ulfin y los ricoshombres y letrados hablaron en este concierto mucho y de muchas maneras y no se ponían de acuerdo, y Ulfin dijo:
—Bien veis que el rey se dejó en vuestro consejo; por ende vayamos a ver a la duquesa y a sus parientes por ver si ellos quieren estar y hacer lo que nos mandáremos, pues el rey así lo quiere hacer.
Y ellos dijeron que decía bien. Entonces fueron a la dueña y a los otros y les dijeron:
—Señora, el rey nuestro señor se mete en vuestro poder y quiere hacer todo lo que nos mandó acerca de este hecho; y si así lo otorgáis vos y queréis pasar por lo que os ordenamos tendremos mucho placer.
Y la dueña y los otros dijeron:
—Mucho nos place, pues no ha el rey más que nos haga sino entrar con nos en juicio con su corte.
Y esto fue bien firmado por una parte y por la otra; y Así se despidieron y hablaron mucho de este hecho y dieron y tomaron maneras extrañas. Y Ulfin dijo:
—Yo os diré lo que me parece este hecho. Vos sabéis —dijo Ulfin— que el duque está muerto por el rey; como quiera que fue a tuerto o a derecho; pero no hizo cosa por la cual él debiera morir, y su mujer quedó preñada y le quedó destruida su tierra. Y vosotros sabéis que esta es la mejor dueña y la más honrada del mundo y la más hermosa; y sabéis que los parientes del duque perdieron mucho en su muerte. Por ende es bien y derecho que ellos cobren sus pérdidas y que les dé algo de lo suyo por su amor. Y de otra parte sabéis que el rey no tiene mujer, y bien os digo al mi pensar que a la dueña la ha de tomar el rey por mujer; y sería cosa preparada por lo que debía hacer y haber su amor. Y todos los del reino que oyeran esto tendrán la enmienda por mucha honra. Y además el rey hará que su hija sea casada con el rey de Ortania que está aquí. Y esto es lo que, señores, a mí me parece; y vosotros podéis tomar otro consejo, si éste no otorgáis.
Y los ricoshombres y entendidos dijeron:
—Vos habéis dado el mejor consejo que un hombre puede dar, y si vos lo osáis decir al rey, y el rey lo otorga, nosotros lo otorgamos.
Ulfin dijo:
—Otorgad vos el consejo si os parece bueno y entonces se lo diré al rey. Y el rey de Ortania, que en mucha paz vea él lo que le parece.
Y el rey de Ortania dijo:
—Yo os prometo que, por lo que a mí atañe, no quiero que la paz no sea.
Y cuando los otros oyeron esto, otorgaron todos el consejo. Y en cuanto lo hubieron acordado tornaron a Iguerna y le dijeron:
—Pues, señora, este vuestro hecho dejasteis en nuestras manos, iremos con vos y vuestros amigos y parientes y diremos a él y a vos en qué manera se haga la paz, según está ordenado.
Entonces se fueron a la tienda del rey que los recibió honorablemente y más a la dueña; y la hizo sentar, y las otras se sentaron a sus pies.
Y Ulfin se levantó y dijo lo que habían hablado entre sí, y dijo al rey:
—Señor, ¿vos otorgáis lo que estos señores tienen por bien?
—Yo lo otorgo —dijo el rey.
Y Ulfin dijo:
—Pues, señor, tienen por bien que toméis a Iguerna por mujer, y el rey Lot que tome a su hija mayor por mujer.
Y el rey Lot que estaba ahí dijo:
—Señor, no me diréis cosa que yo no haga por vuestro amor y servicio, con tal de que pongáis al reino en paz.
Entonces dijo Ulfin a todos los que estaban de parte de la dueña:
—¿Y vosotros, señores, otorgáis este consejo?
Ellos cataron a la dueña y a los otros que había de su parte, y preguntaron qué les parecía. Ellos dijeron que nunca vieron señor que tan gran enmienda hiciese por su vasallo. Y preguntaron a la dueña y le dijeron:
—Señora, ¿loáis vos que esta paz sea así hecha?
Y la dueña se calló. Y sus parientes dijeron todos en uno:
—No hay hombre que desdiga de esta paz y nosotros la loamos y nos place mucho, pues tenemos al rey por buen señor y tan leal que lo dejamos todo en su palabra.
De esta guisa que habéis oído fue otorgada la paz de una y otra parte. Y así tomó Úter Padragón por mujer a Iguerna, y dio la hija menor por mujer a Urián rey, que tenía por nombre Morgaina. Y de la hija de Iguerna que dio al rey Lot salieron Galván, Agranai y Gariete; y de la que dio al rey Urián, que tenía por nombre Morgaina, salió Iván: mas esto no fue antes que Artur fuese conocido por hijo de Úter Padragón, ni entonces ni más adelante, como Merlín dijo a Iguerna. Y aquella Morgaina venció después a Merlín, como la crónica contará más adelante, pues él le enseñó tanta nigromancia y encantamientos que fue maravilla. Y porque ella supo tanto fue llamada Morgaina el Hada. Y a estos niños que habéis oído el rey los amó mucho e hízoles muchas mercedes, así como os diré. Y después enriqueció a los parientes del duque, así como lo prometió. E hizo el rey muy ricas bodas y dio grandes haberes a todos los caballeros y damas; y duró la fiesta quince días.
Así se casó el rey con Iguerna que era la más contenta del mundo. Y ella fue un día del rey muy avergonzada, que apareció su preñez estando el rey con ella en la cama. Le puso la mano en el vientre y le preguntó de quién estaba preñada, pues no podría estar preñada de él después que él la conoció por mujer, que cada vez que dormía con ella él lo ponía por escrito. Además no podía estar preñada del duque, pues muy gran pie que antes de su muerte no había dormido con ella. Y cuando el rey esto hubo dicho, ella quedó muy avergonzada y comenzó a llorar, y dijo ella:
—Señor, de esto que me decís no os puedo mentir. Creed que yo os diré maravilla, si me decís que no lo diréis.
Y el rey se lo otorgó. Y ella le contó cómo un hombre vino a ella en semejanza de su marido, y venían dos hombres con él en semejanza de dos que su marido más amaba:
—Y así yació aquel hombre conmigo, pensando que era mi marido; y quedé así preñada. Y bien sé que entonces fue mi marido muerto, y aún yacía conmigo cuando las nuevas llegaron; y él se fue luego.
Después de que ella hubo dicho esto el rey respondió:
—Guardaos que ninguno lo sepa, pues os vendría un gran mal, y cuando el niño nazca no quedará conmigo, antes lo daremos a criar a otro que yo os mande.
Y la dueña dijo:
—Señor, sea como vos mandéis.
Y después que el rey se levantó contó a Ulfin todo lo que aconteciera con la reina. Y Ulfin dijo:
—Señor, ahora podéis saber bien que la reina es sabia y leal, que en tan gran cosa no os osó mentir. Y bien hicisteis lo que os mandó Merlín, pues no podría de otra guisa ser tan a provecho del niño y a honra de la reina.
En esta manera quedó esto hasta seis meses que Merlín dijo a Ulfin que había de venir; el plazo cumplido, vino a Ulfin y le preguntó por nuevas. Ulfin le dijo lo que supo del rey y de la reina. Y Merlín dijo a Ulfin:
—Ya le quito del pecado que hubo de sus amores, mas no quito del pecado que hizo contra Iguerna, porque habrá alguno a saber de su hijo, cuyo hijo es.
Ulfin le dijo:
—Vos sois tan sabio que vos quitaréis que ninguno sospeche nada.
Merlín dijo:
—Pues convendrá que vos me ayudéis y os diré en qué manera. Aquí hay un hombre bueno con su mujer, y es el mejor y más leal de todo el reino en bondad. Y le ha nacido un hijo ahora, y el hombre bueno es rico y hará todo lo que vos le mandéis. Y a este hombre hacedle algunas mercedes, y en cuanto que el hijo del rey naciere dádselo para que lo críen un año, y no le den otra leche sino de aquella dueña; y el suyo darán a criar a otra mujer.
Y Ulfin dijo que así lo haría. Y Merlín se despidió de él y se fue para su maestro Blaisén. Y después de que Merlín se fue, Ulfin dijo al rey todo lo que Merlín le dijera; y Úter Padragón envió por el hombre bueno y le dijo:
—Amigo, conviene que me hagáis un servicio.
El hombre bueno dijo que haría lo que le mandase. El rey dijo:
—Soñaba yo esta noche que un hombre venía ante mí y me decía que vos erais el mejor hombre de esta tierra en bondad, y que vuestra mujer tenía un hijo y que buscabais una ama para él. Pues así es, yo le daré ama y por mi amor de ella la teta a otro niño que yo le haré dar; y que ella le dé la teta y no otra.
—Señor —dijo él—, yo lo haré con mi mujer. Mas decidme, ¿cuánto tendré al niño?
—No sé —dijo el rey.
El hombre bueno dijo:
—No hay cosa en el mundo que yo no haga, señor, por vuestro mandato.
Entonces le dio el rey tal don que el hombre bueno se maravilló; y fue a su mujer y le dijo:
—Amiga, el rey nos hace ricos y conviene que hagamos su mandado y que busquemos a una mujer que críe a nuestro hijo, que cuando lo quiera el rey nos dará un niño para que criéis a vuestra leche.
Y la dueña lo otorgó. Y el hombre bueno fue muy alegre, y la buena dueña crió a su hijo hasta que le dieron el otro, y después buscó ama que criase al suyo.
Poco tiempo después de esto la reina tuvo su hijo. Y el día de antes vino Merlín escondidamente y dijo a Ulfin:
—Mucho me place, porque el rey tan bien anduvo en lo que le dije. Y decidle que diga a su mujer que esta noche a la medianoche tendrá su hijo, y que lo haga dar al primer hombre que hallare fuera del palacio.
Ulfin dijo:
—¿Cómo, vos no estaréis con él?
—No —dijo Merlín.
Entonces dijo Ulfin al rey lo que Merlín le dijera. Y cuando el rey lo oyó plúgole mucho y dijo:
—¿No hablará conmigo antes de que se vaya?
Dijo Ulfin:
—No, y haced lo que él os manda.
Entonces se fue el rey a la reina y díjole:
—Dueña, creedme una cosa: a media noche tendréis a vuestro hijo, y hacedle dar a una de vuestras más privadas, que lo den al primero que hallaren a la salida del palacio; y prevenid a las que con vos estuvieran que no digan que tuvisteis hijo a ningún hombre del mundo, pues será gran vergüenza para vos y para mí, pues muchos dirán que no era mío, porque pareciera por razón.
—Señor —dijo ella— esto es verdad y yo haré lo que mandéis como aquella que ha gran vergüenza de esta aventura. Mas mucho me maravillo cómo supisteis cuándo nacería mi hijo.
Así se partieron y le dieron los dolores a la reina, y estuvo hasta la hora que él dijo; y tuvo su hijo y llamó a una de sus privadas y dijo:
—Tomad este niño y dadlo al primer hombre que halléis a la salida del palacio. Y mirad qué hombre es.
Y ella hizo lo que le mandó la reina, y tomó al niño con ricos paños y fue a la puerta y halló a un hombre viejo a maravilla, y le dijo la dueña:
—¿Qué esperáis aquí?
Y él dijo:
—Este niño que tú traes.
Y ella le preguntó quién era y qué diría a su señora sobre a quién diera su hijo. Él le dijo:
—En esto nada has de preguntar, mas haz lo que te mandaron.
Y ella le dejó al niño y tornóse a su señora, y le dijo que diera el niño a un hombre viejo, mas que no sabía quién era. Y la reina lloró.
Y el que tomó al niño lo llevó al hombre bueno que lo había de criar, que tenía por nombre Antor, y lo halló que estaba oyendo misa y lo tomó en semejanza de viejo y le dijo:
—Antor, yo quiero hablar contigo.
Y Antor lo cató y le pareció un hombre bueno. Y le dijo:
—Yo hablaré de grado.
Y el viejo dijo:
—Yo te traigo aquí a un niño y te aconsejo que lo críes mejor que a tu hijo, y sabe que gran bien te hará a ti y a tus parientes, mayor de lo que tú podrás creer.
Y Antor dijo:
—Este es el niño que el rey me dijo.
—Sí, sin falla —dijo el viejo— y críalo bien que te vendrá de él gran bien; y amarlo has tanto como a tu hijo y más. Y hazle bautizar y ponerle por nombre Artur.
Y Antor dijo:
—¿Quién diré al rey que me lo dio?
Y el viejo le dijo:
—De mi hacienda no puedes ahora saber más; mas haz lo que yo te aconsejo.
Entonces se partieron de en uno, y Antor hizo bautizar al niño y le puso por nombre Artur, y su mujer lo crió y dio al suyo a criar a otra mujer.
Y Úter Padragón tuvo en adelante mucha paz en su tierra, hasta que le dio gota en las piernas y en las manos. Y cuando sus enemigos lo vieron tal, rebeláronse contra él en muchos lugares. Y el rey se quejó a sus ricoshombres, y se juntaron todos y se ataviaron de lid lo mejor que ellos pudieron; y fueron contra ellos y fueron vencidos los del rey como gente sin señor. Y el rey perdió la mitad de su gente. Y los sansones que quedaron en la tierra como cautivos del rey y que tenían villas y castillos, que le obedecían y que le daban sus rentas, cuando vieron al rey vencido se alzaron con los otros, y se unió un poder muy grande contra el rey.
Merlín, que todas estas cosas sabía, vino a Úter Padragón, que estaba muy flaco de su enfermedad y que era viejo; y le dijo:
—Rey, gran pesar tienes.
El rey cuando lo vio plúgole mucho y le dijo:
—¡Ay, Merlín, gran derecho hace Dios que mis enemigos destruyan mi tierra, y maten a mi gente en lid!
—Ahora podéis entender —dijo Merlín— que ninguna gente no vale cosa en batalla sin buen señor. Mas yo os diré qué hagáis. Haceos meter en andas e iros a combatir con vuestros enemigos, y sabed verdaderamente que los venceréis. Y vencidos, lo que tuviereis compartidlo por Dios y por vuestras almas con vuestra gente, pues ninguna honra no es sin limosna; y sabed que no podréis vivir luengamente. Y vuestra mujer Iguerna es en guisa que no puede tener otro heredero, y por esto es menester que hagáis bien por vuestra ánima. Y rogad a Ulfin que me crea lo que le dije, y me ayude a dar fe de vuestro hijo.
El rey respondió:
—Fuerte cosa me decís que podré vencer a mis enemigos en andas, ¿mas cómo podrá esto a Nuestro Señor placer?
Dijo Merlín:
—Solamente por el buen fin en que iréis; y sin recelo haced esta batalla que os digo.
El rey dijo que lo haría, y le preguntó a Merlín:
—¿Dónde está el niño, que querría saber de él?
Y Merlín le dijo:
—No me preguntéis dónde está él. Sabed que el niño es grande y hermoso y bien criado.
El rey le dijo:
—¿Merlín, nunca lo veré?
—Sí —dijo—, una vez y no más.
Entonces se partieron de uno, y el rey hizo juntar su hueste e hizo hacer unas andas muy hermosas y ricas, y muy fuertes, y se hizo meter en ellas. Y fue luego contra sus enemigos y los venció y los desbarató, y se tornó a Londres y tomó de sus tesoros y los repartió muy bien, así como los prelados de la Santa Iglesia mandaron.