Capítulo XVI

A los once días de Pentecostés vino Merlín; y el rey fue muy alegre y salió a recibirle. Y cuando Merlín vio al rey, le dijo:

—Mal hicisteis en dejar probar a aquel caballero.

Y el rey dijo:

—Él os quiso engañar y el engaño cayó sobre él.

Merlín dijo:

—Así aviene a muchos que piensan engañar a otro y se engañan a sí. Y decía que villanos me mataron.

Y el rey dijo que así lo dijera.

Y Merlín dijo:

—Ahora sed bien castigado que no dejaréis probar este lugar; pues yo digo en verdad que mal os puede venir de esto, pues el lugar y la mesa tiene muy grande significado y muy alto. Y de ella vendrá mucho bien a este reino.

Preguntóle Úter Padragón que le dijese qué fuera de aquel que estuviera en el lugar, pues mucho lo tuviera por maravilla.

—De tan invisible desaparición —dijo Merlín— no os viene provecho de preguntar, ni vale cosa que lo sepáis, más pensad de aquello que comenzasteis y de mantenerlo lo más honradamente que pudierais; y haced algo en esa villa por amor de la Tabla Redonda, pues bien sabéis que la prueba que visteis, que ha menester que la honréis. Y yo debo irme y vos haced lo que os digo.

Y el rey dijo que lo haría todo. Así partió Merlín del rey y Merlín se fue. El rey mandó hacer en la villa casas grandes en que tuviese siempre su corte; e hizo saber por toda la tierra que a estas tres fiestas tendría siempre su corte en Cardoil: por Pascua de Navidad, el día de Pentecostés y el día de Todos los Santos. Y así fue un gran tiempo que tuvo allí a su corte, como en costumbre había.

En una fiesta de estas avino que el rey Úter Padragón envió por sus ricoshombres; y envióles decir que por su amor y por su honra trajesen consigo a sus mujeres. Y así como el rey mandó lo hicieron ellos. Vino una gran compañía de caballeros y de dueñas y doncellas; y entre ellos vino el duque de Tintagüel y su mujer Iguerna, que era de las hermosas del mundo, y tanto que Úter la vio la amó mucho, pero no le mostró cosa, sino probábala de grado; y tanto que ella lo entendió se retrasó algunos días de venir ante el rey lo menos que pudo, pues era muy buena dueña y muy amiga de su marido. Y el rey por su amor envió dones a todas las dueñas y doncellas; y como Iguerna vio que enviara a todas no receló de tomarlos, y bien entendió que no enviara a las otras sino porque tomase ella los suyos. Y así tuvo Úter aquella corte tan cuitado de amor que no supo qué hacer; y rogó a todos los escuderos y caballeros que fuesen con él por Pentecostés, y que trajesen a sus mujeres así como las trajeran entonces, y ellos así lo otorgaron. Así se fueron; y cuando hubieron de ir el rey fue con el duque de Tintagüel a una gran pieza y honrólo mucho, y al partir dijo a Iguerna:

—Señora, vos lleváis mi corazón.

Mas ella hizo semblante que no lo quería entender, y el rey despidióse; y el duque se fue con su mujer; y el rey quedó en Cardoil y honró a los hombres buenos de la Mesa, mas cierto todo su corazón era en Iguerna. Y así se sufrió hasta Pentecostés. Y a este día los ricoshombres y las dueñas y doncellas vinieron más que la otra vez, de lo cual fue alegre el rey cuando la vio y dio muchas gracias a Dios y dio muchos dones a todas y a sus caballeros; e hizo expreso mandato que fuesen todos en Cardoil con él por Pascua Florida y trajesen sus mujeres y fuesen obligados de estar quince días; y ellos lo hicieron así como el rey mandó.

Aquella Pascua tomó el rey corona y dio muchas joyas y caballos a sus ricoshombres y a sus caballeros y dueñas y doncellas y a todos aquellos que entendió que sería bien empleado. Mucho fue el rey alegre en esta fiesta, y habló con un escudero del que se fiaba más que de ningún otro, que tenía por nombre Ulfin, y díjole el gran amor que tenía a Iguerna que cuidaba morir si no hubiese algún consejo.

Y Ulfin le dijo:

—Señor, mal seso es que queráis morir por una mujer, pues yo oí decir que toda mujer que es demandada y seguida no puede ser que no sea vencida, y del hombre bien puede hacer su voluntad, en especial si les dan dádivas y a los que ella ama; y nunca oí hablar de mujer que contra esto pudiesen abstenerse. ¿Y vos que sois rey os desconfortáis?; no lo debéis, señor, hacer.

Entonces dijo el rey a Ulfin:

—Bien dices y sabes bien lo que conviene a tal cosa. Ruego que me ayudes en lo que puedas. Y toma de mi haber lo que quisieres y dalo a sí como dices y cumple a cada uno su placer; y habla con Iguerna como veas que es menester.

Y Ulfin dijo al rey:

—Dejad que yo haré todo mi poder.

Ulfin dijo al rey:

—Señor, el amor no sufre ni guarda razón ni derecho de mesura; y pues así es, ha menester para esto acabar tener gran amor con el duque y hacerle compañía y honra, en guisa que hayáis su amor lo más que pudiereis. Y yo pensaré cómo hablar con Iguerna.

Y el rey dijo que esto lo sabría hacer; y así lo hablaron y el rey hizo una gran fiesta al duque, y el duque siempre fue en su compañía, y dio muchas dádivas a él y a su compañía.

Y Ulfin habló con Iguerna y le dijo aquello que entendió con que más le placería; y trájole muchos ricos dones, y ella se defendía de recibirlos y no quería hablar cosa sobre tal razón como Ulfin pedía. Y un día vino que Iguerna apartó a Ulfin y le dijo:

—Ulfin, ¿por qué me quieres dar estos dones?

Ulfin respondió:

—Señora, no os podría dar más que no merecieseis, pues todo el reino es vuestro para hacer de él lo que sea en vuestro servicio.

Ella dijo:

—¿Cómo?

Y Ulfin respondió:

—Porque vos tenéis el corazón de aquél cuyo es, y el su corazón es vuestro, y por esta razón todas las cosas tenéis en vuestra mano.

E Iguerna dijo:

—¿De cuál corazón decís?

Y Ulfin dijo:

—Del rey.

Y ella se maravilló y dijo:

—¡Ay Dios cómo son los reyes traidores, pues este hace semblante de a mí señor amar por escarnecerme!; y te digo que no me digas más de esto, porque se lo diré a mi marido y si lo sabe será tu muerte.

Y Ulfin dijo:

—Esta sería mi honra, morir por mi señor. Mas os ruego que hayáis merced del rey que gran bien por esto os vendrá.

E Iguerna respondió:

—Si Dios quiere yo me defenderé.

Así se partió Ulfin de Iguerna, y fue al rey y le contó cuanto le dijera Iguerna.

Y el rey dijo:

—Buena dueña, no se debe dejar vencer tan breve, y por eso la quiero más.

En aquel mismo día el rey estaba a la mesa y el duque con él; y el rey tenía ante sí una copa de oro muy hermosa y rica. Y Ulfin hincó los ojos ante el rey y le dijo:

—Señor, enviad esta copa a Iguerna, mujer del señor duque.

El rey dijo:

—Bien dijisteis.

Y fue muy alegre. Y el rey dijo al duque:

—Ved aquí una hermosa copa; mandad a Iguerna vuestra mujer que la tome y beba con ella.

El duque respondió como aquel que no entendía ningún mal; y dijo al rey:

—Señor, grandes mercedes.

Y él la tomó muy de grado y llamó a uno de sus caballeros, que tenía por nombre Bretel, y le dijo:

—Tomad esta copa y llevadla a vuestra señora de parte del rey.

Y Bretel tomó la copa y fue a la cámara donde Iguerna comía e hincado de hinojos ante ella, le dijo:

—Señora, tomad esta copa que el rey os envía, y mi señor os manda que la toméis y bebáis con ella por amor al rey.

Y cuando ella oyó esto hubo un gran pesar y no osó rehusar tomar la copa; y la tomó y bebió de ella, pues la copa iba llena de vino. Y después que lo bebió dijo a Bretel que la llevase al rey. Y Bretel dijo:

—Mi señor manda que la toméis, y el rey rogó mucho.

Y cuando ella vio que así era tomó la copa. Y Bretel tornó al rey y dijo que se lo agradecía mucho; y él mentía en esto que no le diera cosa. En mucho tuvo el rey porque Iguerna tomó la copa.

Y Ulfin fue a palacio donde Iguerna comía con otras dueñas por ver cómo hacía el su continente, y la halló muy sañuda y pensativa. Y después que alzaron las mesas, llamó a Ulfin y le dijo:

—Por gran traición me envió vuestro señor la copa; mas sabed que no ganará cosa, pues yo le haré caer en gran vergüenza antes que salga el día, pues diré a mi señor la traición en que vos y el rey andáis.

Y Ulfin respondió:

—No sois vos tan sandia que tal cosa dijeseis a vuestro señor, que de vos no lo creería. Y por esto os guardaréis bien.

Y ella dijo:

—Mal venga a quien por ende se guardare.

Entonces se partió Ulfin de ella; y se fue para el rey que se levantaba de comer y andaba muy alegre. Y tomó al duque por la mano y le dijo:

—Vayamos a ver a las dueñas.

Y el duque dijo:

—Pláceme.

Y fueron al palacio donde Iguerna comía con las otras dueñas. Fueron ahí muchos caballeros por ver a las dueñas; mas Iguerna bien conoció que no iba el rey sino por ella; y sufrióse aquel día todo y a la noche fuese a su posada. Y cuando el duque fue hallóla llorando y hacía gran duelo. Maravillóse por qué lo hacía; y tomándola en los brazos como aquel que la amaba mucho, preguntóla qué tenía. Y ella dijo que quería estar muerta. Y el duque se maravilló y preguntó por qué.

Y ella dijo:

—No os lo encubriría. Sabed que el rey me quiere bien; y todas estas cortes que veio que hace no las hace sino por mí; y todas estas dueñas que hace venir no es sino porque me traigáis a mí. Y siempre de él me defendí y de sus dones tomar. Y ahora me hicisteis tomar la copa; y enviaste decir que bebiese con ella por amor del rey. Y por esto quería estar muerta, y porque no me puedo defender de él ni de Ulfin, su consejero. Por ende, me recelaba que si os lo dijese, que vos no podríais partir de él sin mal. Y os ruego, como a mi señor, que me tornéis a Tintagüel, pues no quiero estar más en esta villa.

Y cuando el duque oyó que el rey su señor amaba mucho a su mujer, fue tan sañudo que no podía ser más.

Y envió por sus caballeros encubiertamente, y díjoles:

—Ataviad todas las cosas y aparejad cómo cabalguemos lo más escondidamente que pudiéramos; y no preguntéis por qué hasta que yo os lo diga; y no reveléis cosa de lo vuestro, sino a vuestros caballos y armas. Pues yo quiero que ni el rey sepa cómo nos huimos.

Y así como el duque lo dijo así fue hecho todo; y cabalgaron lo más encubiertamente que pudieron, y se fueron para su tierra.

Y a la mañana fue grande el revuelo en la villa de los que quedaron ahí; y se aparejaron de seguir en pos de él. A la mañana cuando el rey supo que el duque se fuera, fue muy sañudo y envió por sus ricoshombres y les dijo la deshonra que el duque le hiciera. Y ellos se maravillaron mucho de que hiciera tal locura; y ninguno de ellos sabía por qué el duque lo hacía, ni cómo lo pudiese enmendar.

Y él les dijo que le aconsejasen cómo hubiese enmienda; y les contó cuánta honra y cuánto amor le hiciera más que a ninguno de los otros.

Ellos dijeron que se maravillaban por qué lo hiciera. Y el rey dijo:

—Yo enviaré por él si me lo aconsejáis para que me venga a enmendar el entuerto que me hizo; y que se torne así como se fuera.

Este consejo se otorgaron todos; y envió el rey dos hombres buenos; y ellos fueron al duque y le dijeron el mensaje. Y cuando el duque oyó que le mandaba tornar como se viniera, luego entendió que lo decía porque consigo se llevó a Iguerna; y dijo a los mensajeros:

—Señores, decid al rey que yo no tornaré a su corte, pues yo tanto entuerto de él he recibido que no entraré en su corte ni en su poder; mas pongo por juez a Dios entre mí y él, pues él sabe bien qué entuerto me quería hacer, que no lo debo tener jamás por mi señor y amar.

Y con tal respuesta se partieron los mensajeros de él y se fueron a contar el mensaje al rey.

El duque envió luego por sus vasallos y por sus privados, y les dijo la razón porque partiera de Cardoil, y la deslealtad en que el rey buscaba de su mujer.

Cuando ellos oyeron esto maravilláronse mucho, y dijeron:

—Esto no puede ser; y cierto debía mal recibir quien tal traición busca.

Y el duque les dijo:

—Señores, yo os ruego por Dios que por vuestra honra y por lo que debéis hacer, que me ayudéis a defender mi tierra, si el rey me quisiese hacer la guerra.

Todos dijeron a uno que ellos lo harían muy de grado, y que ponían los cuerpos y los haberes por servirle. En esta manera se concertó el duque con sus vasallos.

El rey, cuando oyó el mando que sus mensajeros le trajeron, rogó a sus ricoshombres que le ayudasen a vengar su gran entuerto y la deshonra de su corte. Y ellos tuvieron al duque por desvariado, que lo solían tener por sabio; y dijeron todos que lo querían hacer de grado, mas que lo enviase antes a desafiar. Y el rey les rogó que aquel día fuesen con él juntos.

Y fue así, y el rey envió a desafiar al duque, y el duque les respondió que él se defendería lo mejor que pudiese. Y los mensajeros tornaron al rey con este recado.

Y el duque hizo juntar a sus vasallos y amigos, y les dijo cómo el rey los había enviado desafiar y qué les parecía. Ellos cuando esto oyeron respondieron que le ayudarían muy de grado con toda su fuerza. Y el duque les dijo:

—Bien sabéis que tengo dos castillos y muy fuertes, si el rey los tiene, en que se pudiesen muy bien defender y mucho a su salvo.

Y cierto eran tales que no podría por fuerza con su reinado el rey tomarlos mientras viviese.

Y se atavió muy bien y tomó a su mujer y metióla con doscientos caballeros en un castillo que decía Tintagüel, pues bien sabía él que aquel castillo no temía nada.

Y el duque con toda su caballería metióse en otro castillo, que era muy grande, mas no era fuerte, pues bien supo de la otra tierra que no la podía defender. Y así se apercibió el duque lo mejor que él pudo para esperar al rey, y defenderse de él lo mejor que pudiese.