Cuando se hallaron reunidos díjoles el mayor maestro que entre ellos había:
—¿Queréis que os diga lo que hallo?
—Sí —dijeron ellos.
—Vosotros me dijisteis una cosa y otra me encubrís. Dijisteis que veíais a un niño que era nacido sin padre y que tenía siete años, y no dijisteis más. Mas no hay ninguno entre nosotros que viese más. Cierto sé que visteis que por aquel niño habíais de morir, y yo mismo lo vi. No está en razón que me conozcáis una cosa y que me encubráis otra, pues me encubrís vuestra muerte. Y por esto debemos tener consejo, pues ya que nuestras muertes sabemos, es mi parecer que estemos todos de acuerdo, y digamos que la torre no se alzará si no tuviese la sangre de aquel niño que nació sin padre. Y si se pudiere tener aquella sangre que se meta en el cimiento de la torre y así será la torre alzada y durará para siempre, y así diga cada uno por sí, por cuanto entiendan que nos hallamos en uno, y así nos podremos guardar de aquel niño, porque en tanto nos ha de venir mal. Y porque sabemos ciertamente que por él todos hemos de morir, hagamos que el rey no lo vea ni lo oiga. Mas los que fueren por él que lo maten en tanto que lo hallen.
Y a esto se acordaron, y vinieron ante el rey y dijeron que no lo querían decir todos en uno, mas cada uno por sí, y que él escogiese lo mejor. Así hicieron infinta que el uno no sabía del seso del otro; y así lo contaron cada uno al rey y a cinco hombres suyos. Y cuando el rey oyó esto que decían, maravillóse mucho y dijo que bien podía ser si verdad era que hombre pudiese nacer sin padre. Y tuvo a los clérigos por muy sabios y llamólos todos en uno; y díjoles:
—Vos todos me dijisteis una misma cosa cada uno por sí.
Y ellos dijeron:
—Señor, si no fuere verdad haced de nos lo que quisieres.
Y el rey dijo:
—¿Puede ser verdad que hombre naciese sin padre terrenal?
Y dijeron:
—Sí, señor, y este tiene ya ocho años, y aun queremos que nos hagáis guardar hasta que os traigan la sangre de él para hacerla meter en el cimiento, y así quedará la torre firme.
Y los hizo meter en una torre, y envió doce mandaderos por todas las tierras que anduviesen de dos en dos; e hízoles jurar que no tornarían hasta que lo hallasen; y que tanto lo hallasen que lo matasen y se llevasen su sangre.
Y así fueron los mensajeros por muchas partes a buscar al niño; y fue dicho que dos mensajeros se hallaron con otros dos y anduvieron en uno todos cuatro. Y un día que pasaban por un campo andaba Merlín con otros niños jugando; y bien sabía que lo andaban buscando; e hirió adrede a un mozo, y el otro díjole:
—¡Qué naciera sin padre!
Y ellos fueron y preguntaron cuál era. Y él dijo:
—Yo soy aquel niño que vos buscáis, al que jurasteis que mataríais y habríais de llevar su sangre al rey Verenguer.
Cuando ellos esto oyeron fueron maravillados, y dijeron:
—¿Quién te lo dijo?
Y él dijo:
—Yo lo sé bien desde que lo jurasteis.
Y ellos dijeron:
—Tú te irás con nosotros.
Y él dijo:
—No me matéis que tengo miedo de vosotros.
Y él decíalo por probarlos, pues bien sabía que ellos no tenían tal poder. Y él les dijo:
—Yo os diré por qué la torre así cayó.
Y cuando ellos esto oyeron maravilláronse y dijeron:
—Este nos dice maravillas, y mucho mayores nos diría si no lo matáramos.
Y cada uno de ellos dijeron que antes querían ser perjuros que matarlo. Entonces les dijo Merlín:
—Vos posaréis en casa de mi madre, pues yo no podría despedirme de ella sin que lo supiese.
Y ellos se lo otorgaron. Y Merlín llevó consigo a los mensajeros a una casa de orden, donde ella se mantenía; y en cuanto se apearon llevólos a Blaisén y díjole:
—Maestro, veis aquí los que yo os decía que venían a buscarme para darme muerte, de lo que vos no queríais creer.
Y dijo a los mensajeros:
—Yo os ruego que conozcáis la verdad de lo que os diré ante mi maestro.
Y ellos dijeron que así conocerían verdaderamente.
Y Merlín dijo a Blaisén:
—Ahora para mientes a lo que diré.
Y comenzó a contar cómo cayera la torre tres veces, y cómo los clérigos hallarían sus muertes por él; y cómo se hicieron de consejo que dijeron que por su sangre se había de mantener la torre; y cómo el rey enviara doce mensajeros que lo buscasen, y cómo se hallaran aquellos cuatro y cómo pasaron por el camino donde él jugaba con los otros muchachos e hiriera a uno de ellos por tal que lo descubriesen, pues él bien sabía que lo andaban a buscar aquellos cuatro compañeros. Y después que él se lo hubo contado punto por punto, dijo:
—Ahora preguntadles si esto es verdad.
Ellos le dijeron:
—Así Dios nos lleve a nuestras tierras sanos y en paz como todo cuanto ha dicho es verdad así como lo dice.
El maestro cuando esto oyó signóse y dijo:
—Sería gran daño si vosotros lo mataseis.
Y ellos dijeron:
—Antes seríamos perjuros para en toda nuestra vida que tal cosa hiciésemos; y pues sabe todas las cosas sabrá bien si lo tenemos a voluntad.
Blaisén dijo:
—Decís verdad, y yo se lo preguntaré ante vosotros.
Entonces lo llamaron, pues él se fuera porque les hiciese las preguntas el santo hombre Blaisén; y Blaisén se lo preguntó, y Merlín cuando lo oyó rióse y dijo:
—Yo sé bien, muchas gracias haya Dios, que no tienen ganas de matarme, si no, díganlo ellos.
Y respondieron ellos:
—Cierto, es verdad.
Y dijeron:
—Merlín, vos venís con nosotros.
—Si —dijo Merlín—; si me prometéis que me ponéis ante el rey.
Ellos le prometieron hacerlo así como él decía.
Cuando el maestro lo oyó dijo:
—Ahora veo que vos me queríais dejar; mas os ruego por mi amor que me digáis qué hago de esta obra que me hicisteis comenzar.
Merlín le respondió a lo que Blaisén decía, y dijo:
—Maestro, a esto que vos me demandáis, placiendo aquel eterno Dios Salvador Nuestro, me dará tal gracia para que yo os haya de dar razón otra vez. Remítolo a vos que hagáis vuestro parecer, porque ahora me conviene ir a aquella tierra de donde ellos me vienen a buscar por muy grandes hechos que vendrán. Y yo haré tanto que sea el más creído hombre que nunca fue ni ha de ser sino Dios. Y vos iréis a cumplir esta obra que comenzasteis; mas os preguntaréis por una tierra que ha por nombre Huelaven; y allí moraréis y yo iré a vos y he de daros todas las cosas de las que hubiereis menester para hacer vuestra obra. Y vos debéis trabajar, pues buen galardón habréis en vuestra vida y muy cumplido placer, y en la cima alegría perdurable; y vuestra obra será remirada por siempre mientras el mundo durare y oída de grado. Esta gracia os vendrá de la gracia que Dios dio a José, aquel a quien Dios fue dado en la Cruz; y vos seréis tal que debéis ser con ellos, y yo os enseñaré dónde son, y veréis la hermosa gloria que José hubo por el cuerpo de Jesucristo que le fue dado. Y yo quiero que vos lo sepáis por haceros más cierto, pues, en aquella tierra donde yo iré, haré trabajar a mucho hombre bueno y a mucha buena gente por uno que será de aquel linaje que Dios amara mucho. Y sabed que este trabajo será cuando fuere el quinto rey; aquel de nombre Artur. Y vos iréis a donde yo os digo, y yo iré a vos a menudo y he de llevaros todo cuanto hayáis menester, como dicho he, para vuestro libro. Y cierto nunca vida será oída tan de grado como la de aquél que habrá por nombre Artur y de aquéllos que a su corte acudirán. Y cuando vuestro libro fuere hecho, vos y todos los otros de vuestra línea seréis muertos a placer de Jesucristo.
Y así Merlín dejó a su maestro y mostróle lo que había de hacer. Y Merlín lo llamaba maestro de su madre; y cuando el hombre bueno lo oyó fue muy alegre, y Merlín dijo a los mensajeros:
—Quiero que veáis cómo me despediré de mi madre.
Y llevólos donde su madre estaba y dijo:
—Madre, estos me vienen a buscar y yo quiero ir con ellos con vuestro mandato, pues me conviene regraciar a Jesucristo el servicio con que me dio el poder; y yo no puedo servirle si aquella tierra no fuere donde ellos me quieren llevar, y vuestro maestro será allí conmigo.
Y la madre le dijo:
—Hijo, a Dios seáis encomendado, mas si a vos pluguiere querría que quedase Blaisén conmigo.
Merlín dijo:
—Esto no puede ser.
Así se despidió Merlín de su madre; y Blaisén se fue a Irlanda, donde Merlín lo enviaba. Y él fuese con los mensajeros; y tanto anduvieron que pasaron un día por una villa donde hacían mercado, y cuando estuvieron en la villa hallaron un villano que mercaba unos zapatos de cuero en la mano para adobarlos, que quería ir a Roma. Y cuando Merlín vio a aquel villano cerca de sí, comenzóse a reír. Y cuando los mensajeros lo vieron reír preguntáronle de qué se reía, y él díjoles:
—Rióme de este villano: si vosotros le preguntáis qué quiere hacer de aquel cuero él dirá que lo quiere para adobar sus zapatos cuando se rompan; id en pos de él que yo os digo que antes que llegue a su casa será muerto.
Y ellos dijeron que lo comprobarían. Y fueron al villano y dijéronle qué quería hacer de aquel cuero que llevaba; y él dijo que quería adobar sus zapatos cuando fuesen rotos que quería ir a Roma. Y ellos dijeron entre sí:
—Este hombre nos parece que está sano y alegre, y ahora vayamos los dos en pos de él y queden los otros dos.
Y así lo hicieron, y antes de que anduviesen una legua cayó el villano en tierra muerto con sus zapatos en las manos. Y cuando ellos esto vieron atendieron a los otros y dijéronles:
—Sandios eran los clérigos que a tan sabio niño mandaban matar.
Y los otros dijeron que antes perderían gran pérdida en los haberes y en los cuerpos que él prendiese muerte. Y esto hablaron ellos en privado, porque Merlín no lo oyese. Y cuando vinieron ante él agradecióles mucho lo que dijeran; y ellos se maravillaron y dijeron:
—¿Qué es esto que nosotros no podemos ninguna cosa saber ni hacer ni decir que este niño no sepa?
Tanto anduvieron que llegaron a la tierra de Verenguer; y un día acaeció que pasaban por una villa y vieron que llevaban un niño a enterrar; e iban en pos de él muchos hombres y clérigos. Y Merlín comenzó a reír, y ellos le preguntaron por qué reía. Y él dijo:
—De una maravilla que veo.
Ellos le rogaron que lo dijese. Y él díjoles:
—¿Veis a aquel hombre bueno que tanto duelo tiene?
—Sí —dijeron ellos.
—Y veréis también a aquel clérigo que canta ante los otros que allí están; él debía hacer aquel duelo que aquel hombre bueno hace; pues aquel niño es su hijo, y aquél que llora no ha nada con él.
Y los mensajeros le preguntaron cómo podrían esto saber. Merlín les dijo:
—Yo os lo diré. Id a la mujer y preguntadle por qué hace su marido tan gran duelo; y ella os dirá que por su hijo. Y vos decidle:
—Tan bien sabemos como vos que no es su hijo, antes es hijo de aquel clérigo, que él nos dijo el tiempo en que lo hizo con vos.
Los mensajeros se lo preguntaron a la mujer, y dijéronle así como Merlín les había dicho. Y cuando la mujer lo oyó fue mucho espantada y dijo:
—Señor, merced por Dios y no os encubriré ninguna cosa de ello, pues me parecéis hombres buenos. Por Dios os ruego que no lo digáis a mi marido, pues si lo sabe matarme ha.
Entonces se lo dijo todo, que nada les negó. Y cuando ellos conocieron esta maravilla dijeron que no había tan buen niño en el mundo.
Entonces cabalgaron y anduvieron una jornada hasta donde era Verenguer; y llegados dijeron a Merlín.
—Ahora es menester de haber consejo sobre cómo hemos de hablar ante nuestro señor Verenguer, porque queremos ir dos de nosotros por decirle lo que hallamos y las cosas que nos han acaecido. Y ahora es menester que nos enseñes qué quieres que digamos de ti, que tenemos gran recelo que nos culpe porque no te matamos.
Y Merlín cuando los oyó hablar así y vio el miedo que tenían de su señor Verenguer, porque muerto no le habían, díjoles:
—Esforzaos, no hayáis temor; y haced como yo os diré y no seréis culpados ni por ello daño recibiréis. Id a vuestro señor Verenguer y decidle que me hallasteis, y que me traéis con vosotros; y contadle todo cuanto habéis oído y visto, y lo que yo os conté delante del hombre santo Blaisén, maestro mío; y mucho por extenso que de ello nada le neguéis. Y decidle más, si a vos pluguiere, que yo le mostraré sin falta ninguna por qué la torre no puede estar; y que para aseguranza de esto, porque de mí sea cierto, si así no fuere me condeno a muerte, y que haga de aquellos maestros lo que ellos querrían que hiciesen de mí. Y yo le diré por qué me mandaron matar. Entonces os mando que hagáis de mí seguramente lo que a vosotros él os mandare.
Luego los mensajeros se fueron a Verenguer secretamente; y cuando el rey los vio fue muy alegre y preguntóles qué habían hecho de su hacienda. Y ellos le dijeron:
—Señor, lo mejor que pudimos.
Entonces lo sacaron y dijéronle cuanto les aconteciera; y que venía a él Merlín muy de grado.
Y el rey díjoles:
—¿Qué me decís ahora y de qué Merlín habláis, pues no os envié yo a buscar el niño sin padre para que me trajeseis su sangre?
—Señor —dijeron ellos—, este es aquel Merlín que nos dijisteis; y sabed que es el mejor adivino que nunca fue sino Dios. Y señor todo así como nos hicisteis jurar y nos mandaste, todo nos lo contó él; y dijo que vuestros clérigos no sabían por qué la torre caía; mas que él os lo dirá y mostrará a vuestros ojos por qué no está fija. Otras grandes maravillas nos dijo y muy muchas; y enviónos a vos por si queréis con él hablar, pues si esto no quisieras hacer lo hemos de matar, pues nuestros compañeros quedaron con él y lo guardan.
Y cuando el rey esto oyó dijo:
—Si me aseguráis por vuestras vidas que él me mostrará por qué la torre cae, no quiero que muera.
Dijeron ellos:
—Nosotros os lo otorgamos.
Dijo el rey:
—Pues id con él, pues mucha y gran gana de hablar con él tengo.