Entonces vinieron los jueces y dijéronle:
—Dueña, aparejaos a recibir martirio por el adulterio que cometisteis.
Y mandáronla meter en una cámara y que le diesen otros dos niños que estudiasen con el suyo, por ver si con ellos hablaría.
Y metida en la cámara los jueces entraron allá y halláronla que daba la teta a su hijo, y dijéronle:
—Dueña, ¿quién es padre de este niño? No lo neguéis que no os ha de aprovechar, ni tampoco escaparéis por negarlo.
—Señores —dijo ella—, yo bien veo mi muerte, mas nunca Dios me tenga merced al alma si nunca el padre vi ni conocí, ni nunca me llegué a hombre en guisa que lo conociese.
Ellos dijeron que nunca tal oyeran decir ni podría ser verdad, y que por tanto era razón que hiciesen de ella justicia. Entonces salió Merlín de entre los brazos y díjole:
—Madre, no hayáis pavor pues no merecisteis por qué hayáis muerte.
Y dijo a los jueces:
—Esto no puede ser que vos la queméis, pues no hizo por qué; pues si hiciesen justicia de todos aquellos que con otras yacen si no con sus mujeres, y las que yacen con otros si no con sus maridos, las dos partes de cuantos viven serían ajusticiados, pues yo sé tan bien sus vidas como ellos mismos; y las otras mujeres tienen culpa de lo que hacen y mi madre no.
—No tiene esto pro —dijo uno de los jueces—, pues conviene que nos digas quién fue tu padre, o si no será quemada.
Merlín dijo:
—Cierto es que ella no sabe quién es mi padre, mas yo sé mejor quién es mi padre que vos el vuestro. Y vuestra madre sabe mejor quién es vuestro padre que no la mía el mío.
Y cuando el juez oyó esto comenzóse a ensañar, y dijo:
—Si tú sabes que mi madre tal cosa hizo, pruébalo y yo la ajusticiaré.
Y Merlín dijo:
—Yo diré tanto si tu madre ajusticiar quisieres que todos verán que merece muerte mejor que la mía.
Cuando el juez oyó esto fue muy sañudo y dijo:
—Otórgolo, mas si no lo probares quemaré a ti y a tu madre.
—No he recelo —dijo Merlín— de que quemes a ella ni a mí mientras yo viviere.
Entonces envió el juez por su madre, y sacaron al niño y a su madre de la cámara. Y dijo el juez:
—Aquí está mi madre, ahora dinos lo que nos prometiste decir.
Y el niño lo dijo:
—No sois tan cuerdo como pensáis; mas tomad a vuestra madre y a un amigo de quien fiéis y entrad en una cámara apartadamente, y yo tomaré a mi madre y a mi maestro y entraremos con vosotros.
El juez se lo otorgó, y entraron todos en una cámara así como Merlín dijera.
El juez dijo:
—Ahora di sobre mi madre lo que quisieres. ¿Por qué la tuya debe ser salvada?
El niño respondió:
—Yo no diré cosa por qué mi madre sea salvada si es la voluntad de Dios que ella muera. Mas si me creyereis, soltaréis a mi madre y dejaréis de preguntar de la vuestra, que será vuestra honra.
Y el juez dijo:
—No escaparéis así con vuestras palabras hermosas; a decir vos conviene lo prometido.
Cuando el niño oyó esto, dijo:
—¿Vos me aseguráis que si yo defendiera a mi madre seremos libres?
—Sí —dijo el juez—, y nosotros estamos aquí ayuntados para oír lo que dirás.
Y el niño dijo:
—Vos querríais quemar a mi madre porque ella no sabe decir quién es mi padre, mas yo diré mejor quién es mi padre que no vos el vuestro; y vuestra madre podría mejor decir cuyo hijo sois que no la mía cuyo hijo soy yo.
Entonces dijo el juez a su madre:
—¿Cómo, madre, yo no soy hijo de vuestro marido, padre mío?
Y la madre dijo:
—¿Pues cuyo hijo sois si no de mi señor marido, que santa gloria haya?
Entonces respondió el niño y dijo con gran mesura:
—Dueña, conviene que digáis la verdad, puesto que negar no se puede, si vuestro hijo no libera a mi madre.
—No os vale de nada —dijo el juez.
Merlín, cuando esto oyó, respondió muy sañudo y dijo:
—Ay, juez, vos algo ganaréis ahora que hallaréis vivo a vuestro padre por testimonio de vuestra madre, pensando vos ser él muerto.
Y cuando los que allí estaban esto oyeron fueron muy maravillados en tal cosa oír, pues ya tiempo había que el marido de aquella dueña era muerto; mas los que al presente decir estaban no podían creer ser verdad lo que el niño decía y reíanse de ello. Y Merlín viendo lo que todos hacían y decían, dijo:
—Dueña, maravillado estoy por qué tardáis; conviene que digáis a vuestro hijo quién fue su padre.
Y la dueña signóse y dijo:
—Diablo Satanás. ¿No te lo dije ya?
Y el niño dijo a altas voces:
—Vos sabed por verdad que es hijo de un clérigo de misa, y ahora os diré las señales.
Y volvióse contra la dueña y díjole:
—¿Y vos no sabéis bien que la primera vez que con él yacisteis teníais gran pavor de que os empreñara?; y que él os dijo luego que de tal manera era él que nunca mujer empreñaría; y que él escribió cuántas veces con vos yació. Y que en aquella sazón era vuestro marido doliente, y desde que esto fue no duró mucho, que vos os sentisteis preñada y dijísteislo al clérigo. Dueña, es verdad esto que hablo, y si no lo quisiereis reconocer yo os diré por qué lo reconoceréis pues verdad es que cuando vos os sentisteis preñada se lo dijisteis al clérigo, y el clérigo dijo en confesión a vuestro marido que yaciera con vos y le sería provechoso para su enfermedad; y así lo hicisteis y yació con vos, y así le hicisteis entender que el hijo era suyo; y desde entonces acá vivisteis con él encubiertamente, y aun esta noche durmió con vos.
Y cuando la madre del juez oyó esto fue muy apenada, pues bien vio que le convenía decir la verdad. Y díjole el juez:
—Madre, decidme si es así, pues yo vuestro hijo soy y como hijo actuaré.
Ella dijo:
—Ay, hijo, por Dios merced que yo no te lo puedo encubrir; mas todo es así como él lo dijo.
Cuando el juez oyó esto dijo:
—Verdad nos decía este niño, que mejor conocía él a su padre que no yo al mío, y no es derecho que yo de su madre haga justicia si no la hiciera con la mía. Mas por Dios y por salvar a tu madre dime ante el pueblo quién fue tu padre.
El niño dijo:
—Yo te lo diré, y mas por tu temor que por miedo. Yo quiero que tú sepas y creas que soy hijo del diablo que engañó a mi madre, y por nombre tiene Onquiveces[4] y es de una compaña que anda en el aire. Y Dios quiso que yo tuviese seso y memoria de las cosas hechas y dichas y de las por venir, y las sé todas.
Cuando esto hubo dicho el niño al juez sacólo aparte y díjole:
—Un secreto en privado he de decirte. Tu madre ha de irse ahora de aquí a contar al clérigo cuanto yo le dije; y cuando el clérigo supiere que tú lo sabes huirá con miedo de ti; y el diablo, cuyas obras siempre él hizo, llevarlo ha a una agua y matarle ha. Y por esto puedes probar si sé las cosas que han de venir.
Entonces salieron de la cámara ante el pueblo, y el juez dijo:
—Ahora os digo que la madre de este mozo es libre, por la razón de que yo nunca vi hombre tan sabio como es este niño.
Y todos dijeron:
—Derecho es que sea salva.
Y así fue la madre del juez, en culpa, y la madre de Merlín salva.
Y Merlín quedó con el juez, y el juez envió su madre y dos hombres con ella por saber si era verdad lo que el niño dijera.
Y la madre del juez tanto que llegó a su casa luego habló con el clérigo y contóle todo cuanto le acaeciera con Merlín. Y el clérigo cuando esto supo tuvo tan gran miedo del juez, que deliberó ausentarse y huyó de la villa, que más atender no quiso; y llegó a un río y dijo que mejor era matarse allí que no morir de mano del juez de mala muerte. Y así mata el diablo a los que sus obras hacen, que otro galardón no les puede dar.
Y cuando los hombres del juez esto vieron tornaron a su señor y dijéronle todo lo que habían visto.
Y cuando el juez esto oyó fue muy maravillado y fuelo a decir a Merlín; y cuando Merlín lo oyó, dijo riendo:
—Ahora puedes creer que te dije verdad, y ruégote que así como te lo dije que así lo digas a Blaisén.
Y el juez se lo contó todo. Y Merlín y su madre y Blaisén se fueron donde quisieron. Y el santo hombre Blaisén cuando vio que el niño no tenía más de diez y nueve meses y tres semanas, maravillóse por no saber de dónde tan gran saber le venía. Y Blaisén lo comenzó a probar de muchas maneras, y Merlín le dijo:
—Cuanto más me probares tanto más te maravillarás. Mas haz y cree lo que te diré, pues yo te enseñaré a tener el amor de Dios y la alegría perdurable.
Y Blaisén le respondió:
—Yo te oí decir y creo que eres hijo del diablo y he pavor porque me engañarás.
Y Merlín le dijo:
—Costumbre es de todos los malos corazones que antes meten mientes en el mal que en el bien. Y así como tú oíste decir que yo era hijo del diablo, así oíste decir que aquel soberano Dios me diera poder de saber las cosas que eran por venir.
Y por esto deberías tú entender, si fueses letrado, a cuál me debía yo por ende atener: a lo que es mi pro o a lo que es mi daño. Y los diablos cuidaron de hacer su pro por mí, y esto no puede ser, pues no fueron bien acordados, porque metieron mano en vaso que no era suyo; mas si ellos fueran sabios hiciéranme en mi abuela, y así no pudiera conocer a Dios, pues ella era muy mala y perversa. Y más cree lo que te dije de la fe que no las cosas contrarias, pues yo te diré tal cosa que cuidarás tú que ninguno te lo pudiera decir; y haz un libro, que cuantos lo oyeren loarte han y guardarse han de pecar.
Blaisén cuando esto oyó fue muy maravillado de los secretos que Merlín le decía, pero todavía tenía muy gran recelo de que le había de engañar, y díjole:
—Yo te conjuro de parte de Dios que tú no me puedas engañar ni hacer cosa que a disgusto de Dios sea.
Cuando esto oyó Merlín respondió y dijo:
—Dios me haga mucho mal en todas mis cosas si yo te hiciere cosa que a placer de Dios no sea.
Y el santo hombre Blaisén respondió:
—Pues ahora di lo que yo haga, y hacerlo he de muy buen grado y con mucho amor.
Y Merlín dijo:
—Busca pergamino y tinta y yo te diré cosa que no cuidarás que hombre te lo pudiera decir. Y contarte he la muerte de Jesucristo Nuestro Redentor, y los hechos de José y de Joseías, todo como les avino, y todo el hecho de Laín y de Perrón, y cómo José entregó a Laín el Santo Grial, y cómo terminó. Y el Santo Grial quedó en el castillo de Corberique en casa del rey Pescador. Y cómo los diablos tomaron consejo y acordaron que hiciesen hombre, para que por el tal hombre pudiesen remediar el despojo que Jesucristo Salvador Nuestro en su infierno hizo, y como malos que ellos son y sin ningún saber no supieron qué hacer; y si supieses bien el trabajo que tuvieron y los rodeos que dieron para engañar a mi madre, maravillarte ibas. Y ruégote que con mucha diligencia de ti sean miradas las cosas que adelante te diré.