Príncipe serenísimo, sacro rey y señor muy poderoso: la brevedad y fragilidad de esta vida muy trabajada y dolorosa, y la constancia de la inconstancia y variedad de la fortuna, la mutación así mismo de la voluntad y del pensamiento humano son las causas por que yo no he hecho en este comienzo el prólogo debido a Vuestra Excelencia. Dicho es del filósofo, Serenísimo Príncipe, que todos los súbditos naturalmente a sus señores servir desean. Y como deseoso me hallase de la tal disposición, vino a mi memoria entre otros libros que pasado he un libro del sabio Merlín; y parecióme que para ejercicio de Vuestra Majestad sería bien transferirlo a otra lengua que la que he leído, para que entenderse pueda, como quiera que Vuestra Excelencia tenga y haya visto famosa librería de muchos y diversos libros, así católicos como del militar oficio.
Acostumbraron los antiguos, muy esclarecido señor, en los convites y cotidianos yantares, después de las principales viandas, traer frutas de diversas maneras, pues no entendían que la mesa era suficientemente servida si ella se proveía tan solamente de los necesarios manjares del cuerpo, si no se satisfacía también a algunos deleites que la gula pedía, aunque al estómago necesarios ni cumplideros no fuesen. Y pues en el mantenimiento corporal hay principales viandas y otras no tanto como son las frutas, así en las escrituras católicas y caballerosas hay diferencia. Esto digo, muy esclarecido señor, porque este tratado de Merlín, cotejado con los que vuestro claro ingenio haya visto, así de la doctrina católica como en otras ciencias, levantados los manteles de las otras doctrinas, leeréis por fruta éste para recreación de vuestro ejercicio y condición caballerosa.
Con gravedad grande, muy esclarecido señor, corre la péndola a escribir los bullicios de vuestros reinos, como quiera que mi decir en éste parezca superfluo por reducirlo a su memoria. Ocurrióseme, entre otros muchos infortunios que Vuestra Excelencia ha pasado, uno que poco tiempo ha que padecisteis con los del Duque de Berri, que visteis a vuestros súbditos sufrir mil desventuras, y la carne de los hombres que mataban vuestros enemigos; y no obstante que viesen morir de hambre a sus hijos y a sus deudos, una mujer hambrentada comiese de un hijo que le mataron; y de aquél hiciese parte a otro hijo que tenía; y otros infortunios increíbles que allí se padecieron, como Vuestra Excelencia sabe. Y mi opinión es que no ha existido en estos tiempos rey ni príncipe ni señor que con tanto ánimo hubiese sufrido los infortunios nombrados. Y pues en este infortunio que ahora tenéis el eterno Dios ordena vuestros negocios, de creer es que ninguno los pueda alterar.
Concluyendo, esclarecido señor, reciba Vuestra Excelencia el ofrecido presente de éste su criado, pues de presente en al servir no puede menos la crianza recibida. Ocurrióseme hacer lo que la buena mujer hizo, que ofreció un solo dinero que tenía: que fue a Dios grata oferta, que estimó más de ella la perfecta y devota voluntad que la grandeza de otras ofertas de los ricos, hechas con ambición y vanagloria. Humildemente suplicando a Vuestra Serenidad que dar lugar quiera en la menor parte del seno de su real y virtuosa condición humana, al atrevimiento que mi rudeza de ingenio ha habido y haber podrá en el subseguir de la presente obra.