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En tierra de Inglaterra hubo grandes conquistas y batallas, porque había muchos grandes señores. Y además de haber debates sobre las tierras y sus reinos, los había por tener creencias diferentes, pues unos eran moros y otros idólatras y otros cristianos. Y entre todos estos grandes había dos reyes que muchas lides y batallas más que los otros hubieron en uno; los cuales tenían por nombre: el uno Balato[1] y el otro Meridiantes; y eran tan vecinos que las tierras y términos confinaban las del uno con las del otro; y a esta causa habían muy a menudo, como arriba es dicho, grandes debates y cuestiones. Entre las cuales tuvieron una gran batalla; pues este Balato era a la sazón idólatra y no creía firmemente en la fe católica. Y en esta ballata[2] que con Meridiantes hubo andaba muy desbaratado, que en poco estuvo de perderse él y los suyos. Traía Balato un escudo que fue de José de Arimatea, que conquistó en aquella tierra mucha gente y mucho ensalzó la cristiandad. Y Balato, andando así en batalla, miró que su escudo, aunque en él había recibido muchos golpes, no le habían hecho sentimiento de quebradura, pero a él le corría sangre muy viva. Y como él sabía de quién había sido el escudo, que era grande amigo de Dios, y que su hecho no tenía remedio, creyó ser muerto o desbaratado; pero puso en su voluntad que si Dios de aquella afrenta le escapaba, que se tornaría cristiano y recibiría el agua del bautismo. Y en aquel instante, con esta devoción tan acrecentada, volvióse contra su gente y acaudillóla, que toda andaba desbaratada, y esforzóla con mucha animosidad y constancia. Y volvieron así osadamente contra Meridiantes y su hueste, que en poco espacio los desbarataron y los echaron del campo, en que ganó Balato mucha honra y grandes tesoros. Y así próspero, tornóse a su tierra e hízose bautizar muy secretamente por temor que de sus súbditos tenía, que si lo supiesen le matarían o se le alzarían con la tierra. Y así en secreto vivió teniendo la fe muy recta algunos tiempos.

Y fue ventura que de parte de algunos de sus privados fue sabido por toda la tierra, y vinieron sobre él y le prendieron y pusieron en hondas y grandes cárceles, porque muriese. Y de esto tuvieron muy grande sentimiento su mujer y los de su casa, que cristianos eran. En especial tenía mucho sentimiento de su prisión un maestrasala que tenía por nombre Jaquemín y que le amaba en gran medida. Y buscaba todas las vías y maneras que podía para consolarle y darle alguna recreación en que pasase parte de las penas y prisiones. Y era este Balato hombre que mucha parte del tiempo se ejercitaba en leer escritura, tanto contemplativas y de la Sagrada Iglesia, como caballerosas que al militar oficio tocaban. Y como este su maestresala esto sabía —y era así mismo hombre que muchas escrituras trastornaba y leía—, entre muchas que visto había, parecióle que un libro de Merlín era escritura para ejercicio y pasar el tiempo; y acordó de enviárselo a su señor después de que otros enviado le había. Y así comienza a decir hablando con él.