3 de octubre

Nos mandaron al archivo de periódicos, un trastero en el que hay una cantidad interminable de recortes de periódico. Están archivados en carpetas de papel manila y catalogados por temas a lo largo de unas estanterías correderas. ¿Conoce el sitio del que le estoy hablando? Los lectores de periódico se pasan el día allí, absortos en el estudio de los periódicos más importantes, recortando e identificando historias que luego pasan a formar parte de la colección de la biblioteca. Al lado hay una mesa y una fotocopiadora para uso de los miembros del público que deseen realizar algún tipo de investigación.

Le dije a un chico mal vestido y de pelo largo lo que estaba buscando. «Deberías haber llamado antes —me replicó—. Como mínimo, tardaré veinte minutos en encontrarlo. Ese material no lo guardamos aquí».

Yo le dije que esperaríamos, pero me di cuenta de que estaba tan nervioso que apenas pude permanecer en la biblioteca una vez que el chico se hubo marchado para iniciar su búsqueda. Era incapaz de respirar, y enseguida me di cuenta de que sudaba tanto como Raphael. Le dije a Libby que necesitaba un poco de aire fresco. Me siguió hasta Vauxhall Bridge Road. No obstante, allí fuera tampoco podía respirar.

—Es por el tráfico —le dije a Libby—. Por la contaminación.

Me encontré jadeando cual corredor exhausto. Y entonces mi víscera entró en acción: se me cerró el estómago y se me soltaron los intestinos, con la amenaza de hacer una humillante explosión en medio de la calle.

—Tienes un aspecto terrible, Gid —sentenció Libby.

—No, no, no. Estoy bien —repliqué.

—Si tú estás bien, yo soy la Virgen María —contestó—. Ven aquí. Sal de en medio de la acera.

Me llevó a una cafetería que había a la vuelta de la esquina y me hizo sentar en una mesa.

—No te muevas, a no ser que… te vayas a desmayar, ¿de acuerdo? Si eso sucede, apoya la cabeza… en alguna parte. ¿Dónde se supone que debes poner la cabeza? ¿Entre las piernas? —Se dirigió hacia la barra y regresó con un zumo de naranja—. ¿Cuánto tiempo hace que no has comido nada?

Y yo —pecador y cobarde rematado— le dejé creer lo que quería creer:

—No lo recuerdo con exactitud. —Me bebí el zumo de naranja como si fuera un elixir que pudiera devolverme todo lo que había perdido hasta entonces.

«¿Perdido?», repetirá, atenta a cualquier movimiento.

«Sí. Todo lo que he perdido: mi música, Beth, mi madre, una infancia, recuerdos que otra gente dan por sentados».

«¿Sonia? —me preguntará—. ¿También Sonia? ¿Le gustaría recordarla si pudiera, Gideon?».

«Sí, por supuesto —es mi respuesta—. Pero una Sonia diferente».

Esa respuesta me paraliza, porque contiene cierto grado de remordimiento por lo que había olvidado sobre mi hermana.