8 de septiembre
Tengo lagunas, doctora Rose. Están en mi cerebro como si fueran una serie de lienzos pintados por un artista, pero incompletos y coloreados sólo en negro.
Sonia forma parte de uno de esos lienzos. Ahora me acuerdo de su existencia. Había una Sonia, y era mi hermana pequeña. Murió a una edad muy temprana. También me acuerdo de eso.
Supongo que esa es la razón por la que mi madre lloraba tanto en las misas matinales. Y la muerte de Sonia debe de haber sido otro de los temas de los que no hablábamos. Hablar de su muerte habría significado hurgar en la llaga del terrible dolor que sentía mi madre, y me imagino que queríamos evitarle ese sufrimiento.
He intentado formarme una imagen de Sonia, pero nada. Sólo el lienzo negro. Cada vez que intento evocarla participando en alguno de los eventos familiares, Navidades, por ejemplo, o Guy Fawkes Night[3], o el viaje anual en taxi con la abuela hasta Fortnum y Mason para celebrar la comida de aniversario en la Fuente… no recuerdo nada en absoluto. Ni siquiera recuerdo el día que murió. Ni tampoco el funeral. Sólo recuerdo el hecho de que murió porque de repente ya no estaba con nosotros.
«Igual que su madre, ¿no es verdad, Gideon?».
No. Esto es diferente. Debe de ser diferente porque lo siento diferente. Lo único que sé con certeza es que era mi hermana y que murió joven. En cambio, mi madre se fue. Lo que no sé es si se marchó inmediatamente después de que Sonia muriera o si pasaron meses o años. Pero ¿por qué? ¿Por qué soy incapaz de acordarme de mi hermana? ¿Qué le sucedió? ¿De qué mueren los niños: cáncer, leucemia, fibrosis quística, escarlatina, gripe, neumonía… de qué más?
«Según lo que me ha contado es el segundo niño de su familia que murió joven».
«¿Qué? ¿Qué quiere decir? ¿El segundo niño?».
«El segundo hijo que se le ha muerto a su padre, Gideon. Me contó lo de Virginia…».
Los niños mueren, doctora Rose. Son cosas que pasan. Todos los días de la semana. Los niños se ponen enfermos. Los niños mueren.