Corinn sabía que sólo tenía una posibilidad de hablar con el hombre de la Liga. Éste había llegado a Acacia en secreto la noche anterior. Ella se enteró de eso porque había compelido a varias de sus sirvientas —ninguna de las cuales era meinish, naturalmente— a que le contaran cuanto pudiesen llegar a saber. Antes de su devastador descubrimiento de que Hanish iba a ofrecerla como un sacrificio de sangre a sus antepasados, Corinn nunca hubiese recurrido a las sirvientas para hacerse con semejante información. Habría parecido inapropiado, como rebajarse mostrando debilidad. Pero había decidido que no podía haber desenlace más humillante que acabar muerta encima de algún altar, nada más patético que ser llevada a su propia muerte como una cierva engañada por el amor. No tenía intención de decir adiós a la vida discretamente. De hecho, no tenía intención de decir adiós a la vida.
Tras enterarse de lo que supo aquella noche tan extraña, todo lo que había estado dando por hecho hasta entonces tenía que ser revisado. Sus sirvientas habían vuelto a ser seres sin nombre y sin rostro en la periferia de su visión. Pero desde esa primera mañana las veía de otro modo. No podía evitar estudiar sus caras, preguntándose qué sabrían que ella ignoraba. ¿Qué pensarían de ella? ¿A quién debían lealtad? Intentó determinar cuál de ellas se hallaba mejor dispuesta hacia su persona que las demás, cuál guardaba un resentimiento apenas disfrazado, y cuál parecía más susceptible de poder ser manipulada. Y luego había empezado a cultivarlas en consecuencia.
Valió la pena. Las sirvientas no eran tan leales como ella había dado por sentado hasta entonces. Casi parecía como si hubieran estado esperando a que su señora abriera los ojos de una vez y conspirase con ellas. Se enteró de que una gran parte de la servidumbre creía que el regreso de Aliver era cosa del destino. Un sirviente le contó que Rialus Neptos se hallaba en el palacio. Cuando una joven llamada Gillian le comunicó que Sire Dagon había llegado a la isla, Corinn se lo agradeció con un abrazo y un besito en la mejilla. Aparentemente el hombre de la Liga estaba allí porque se le había pedido que preparara un pájaro mensajero con vistas a ser enviado lo más pronto posible. Tenía programado partir a primera hora de la mañana, así que Corinn no perdió el tiempo.
Salió de sus aposentos bajo la luz grisácea que precedía al amanecer y fue a través del palacio sigilosamente, de memoria, sin llevar consigo vela o antorcha alguna. Se había puesto un vestido azul claro hecho en una tela suave como la seda, de un corte que le enmarcaba las clavículas y el cuello de manera extremadamente favorecedora. Después de todo, los hombres de la Liga eran hombres.
Había llegado a comprender que ahora el palacio era una especie de prisión para ella. Ni Hanish ni nadie había dicho nunca tal cosa, pero llevaba varias semanas sin salir de la isla. Las pocas veces que ella había mencionado posibles viajes, Hanish no le había hecho el menor caso. Últimamente, los ojos de los guardias meinish la seguían con un tipo de atención distinto al de antes. Corinn había observado sus reacciones cuando se aproximaba a los límites de los recintos reales o se aventuraba cerca de las cámaras del consejo. Nunca había ido lo bastante lejos para que ningún guardia le diera el alto, pero había llegado a estar completamente segura de que Hanish la había puesto bajo vigilancia. Había un confín invisible extendido en torno a ella. La piel le hormigueaba con la percepción de su presencia.
El área del palacio inferior reservada para la Liga, sin embargo, era básicamente un complejo gestionado de manera privada. Corinn entró en ella sin atraer la atención hacia su persona. Presumiblemente, Hanish nunca había considerado que ella fuera a sentir ningún deseo de comunicarse con la Liga. Una vez cruzadas sus puertas, ya no tuvo que vérselas con ningún guardia meinish. No obstante, encontró ciertas dificultades para convencer a los burócratas de la Inspección Ishtat de que enviaran una petición de audiencia a Sire Dagon. Al final lo consiguió sólo amenazándolos con la ira de Hanish, sugiriendo significativamente que era el mismo caudillo quien la había enviado a ver al hombre de la Liga. Eso le proporcionó una reunión, aunque sólo le fueron prometidos unos minutos.
Al entrar en el despacho de Sire Dagon lo encontró hojeando ya papeles con sus largos dedos. El hombre de la Liga la miró con un aire distraído, todavía no dedicándole más que la mitad de su atención.
—Mi querida princesa —dijo—, ¿qué puedo hacer por vos? Os ruego que seáis breve conmigo, ya que ando lamentablemente escaso de tiempo. ¿Tenéis alguna… comunicación de Hanish?
La princesa no estaba tan nerviosa como había imaginado que estaría en ese momento. Sabía que la naturaleza de su dilema hubiese debido bastar para paralizarla de miedo. A veces se encontraba con que se había parado en seco, los ojos fijos en la nada. Solía pensar en el pasado, en su padre, en su madre, en su corto exilio en Kidnaban. Pero ahora no era la misma persona que había sido de niña. Se sentía cada vez más desconectada de su antigua forma de ser. Ella podía afectar al mundo, creía. Podía tener algo que decir en lo tocante a su destino. Quizás el pensamiento de que Aliver aún vivía le había dado fuerzas. De ser así, pensó, era una ironía. El objetivo que quería alcanzar estaba alineado sólo en parte con lo que ella imaginaba que era el de Aliver.
—Podéis decirme por qué habéis vuelto —dijo Corinn—. ¿Qué noticias tenéis?
Los ojos del hombre de la Liga giraron hacia arriba y se clavaron en ella.
—¿He de creer que es Hanish quien solicita esta información?
—Creedlo, si así lo deseáis. Pero vos no sois el peón de Hanish. Eso lo sé, incluso si él no. A ser posible, que esto quede entre nosotros dos. No habríais hecho un alto aquí y solicitado un pájaro mensajero sin contar con noticias de cierta importancia. Tengo razones para sentir curiosidad al respecto.
—Eso sí puedo creerlo. Lo que tengo que contar tal vez no sea de vuestro agrado, no obstante. ¿Por qué preguntar acerca de cosas que no podéis cambiar?
Corinn se encogió de hombros. Quería saberlo, dijo, sólo por poseer ese conocimiento.
Sire Dagon imitó su encogimiento de hombros. Apretó burlonamente sus delgados labios, pero los relajó al momento siguiente.
—Si tenéis que saberlo… He vuelto para enviar un mensaje a la Inspección. Parece que una de nuestras patrullas divisó una… bueno, una flota, supongo que se podría decir, de navíos pesqueros y mercantes adentrándose en el Mar Interior. Eran vumus. Por una serie de razones, hemos llegado a la conclusión de que están en una misión destinada a rescatar a vuestra hermana.
—¿Mi hermana?
—Han venido a tomar parte en la batalla, lo cual significa invariablemente que no están del lado de los meinish. Tengo intención de enviar un pájaro mensajero a la Inspección, quien entonces aplastará la flota antes de que las embarcaciones hayan llegado a Talay. Comparados con nuestros navíos de guerra, serán como los barquitos de juguete de un niño meciéndose en un estanque.
Corinn lo oyó, pero aún no había digerido del todo la mención de…
—¿Habéis dicho que Mena está viva?
Sire Dagon rio suavemente.
—Ya me parecía que eso os interesaría. Vuestra hermana es una diosa. —Pronunció la última palabra con fingida reverencia—. Una diosa… Los pueblos tribales nunca dejarán de asombrarme. Puede que no sea una diosa en absoluto, pero de hecho es la matadora de una diosa. No estoy seguro de cuál, realmente. La información de que dispongo al respecto es vaga en cuanto a los detalles. Puedo deciros, no obstante, que fue capturada por Maeander y Larken. No permaneció capturada por mucho tiempo, sin embargo. Le atravesó el corazón a Larken con su propia espada. Mató a dos punisaris e hirió a varios más, y luego se hizo con el navío y convenció a la tripulación de que la llevaran a Talay. Hacia el final del viaje, parece ser, había convencido a la mayoría de los marineros de que se unieran ala causa de vuestro hermano. Cuesta de imaginar, ¿verdad? La pequeña Mena, una matadora de diosas que empuña una espada, capaz de medirse en duelo con uno de los marah más hábiles que he visto jamás.
El hombre de la Liga no había dejado de repasar sus papeles mientras comunicaba el grueso de aquellas noticias. Entonces hizo una pausa, levantó la vista y estudió a Corinn un instante.
—Querida mía, esto somete vuestra lealtad a una dura prueba, ¿no? Quizá no debería habéroslo contado. Siempre he oído decir que erais de temperamento frágil. Ser la princesa Corinn Akaran ha de ser muy extraño. Puede que os sorprenda, pero encuentro de lo más interesantes todas estas nuevas revelaciones sobre vuestros hermanos. Considerad en qué se han convertido: uno de ellos manda un ejército que le es ciegamente leal; una es llamada deidad por gentes que le son fanáticamente devotas; otro es un incursor, un capitán de mar que también tiene seguidores que morirían por él, o al menos con él. No lo que habría planeado vuestro padre, estoy seguro, pero al menos ellos han sabido hacer algo interesante de sus vidas. Lástima que a vos no se os permitiera llegar a ser nada más que la amante de vuestro conquistador.
Corinn había estado disponiéndose a expresar confusión y desasosiego ante las extrañas noticias sobre su hermana. Había fruncido los labios, a punto de pedir una silla en la que sentarse. Incluso habría podido ser que recurriera a Sire Dagon en busca de guía, de auxilio. Pero todas esas posibilidades se desvanecieron de golpe en cuanto el hombre de la Liga expresó compasión por ella. Corinn no quería compasión. Y tampoco estaba dispuesta a permitir la menor sugerencia de que su vida no contenía nada de interés o digno de ser defendido.
—Estáis equivocado —dijo. Caminó alrededor del escritorio del hombre de la Liga y se le acercó. Sintió la barrera invisible entre ellos, el punto que marcaba el perímetro de lo que Sire Dagon consideraba su dominio privado. Se apretó contra él y lo sintió resistir, sintió cómo se curvaba hacia atrás contra ella. El rostro del hombre de la Liga no mostraba ningún signo exterior de consternación, y sin embargo Corinn supo que estaba librando un duro combate con el deseo de retroceder. Algo en eso la complació, le dio confianza—. Vos, en tanto que miembro de la Liga, sabéis que las apariencias son una cosa. Pero la sustancia que hay debajo es otra. ¿No es así?
—Ya habéis respondido a vuestra propia pregunta.
—Así que puede ser que aún no sepáis lo que se oculta bajo esta fachada. Vos pensáis que no oculta nada, pero deberíais saber que no es así. La Liga, después de todo, asegura carecer de intereses ocultos. Pero eso es absurdo. No es sólo riqueza lo que queréis, ¿verdad?
—Sólo queremos continuar como hasta ahora —dijo Sire Dagon—. Servimos a los poderes del mundo. Acercamos a las naciones para nutrir el comercio y la prosperidad mutua…
—Por favor, Dagon —dijo Corinn—. No me insultéis. Tenéis un objetivo diferente. Puedo sentirlo detrás de vuestra máscara.
—No llevo ninguna máscara, señora.
—Por supuesto que la lleváis. —Dio medio paso hacia él, y ladeó la cabeza como si estuviera observando algo minúsculo a lo largo de la línea del nacimiento de su pelo—. De niño os la cosieron en la cara utilizando un hilo tan fino como un cabello. Quizás os habéis acostumbrado tanto a ella que ya ni siquiera reconozcáis vuestro propio engaño. Pero las puntadas aún son visibles, Sire Dagon. Están justo aquí… —Levantó una mano, con los dedos unidos como si se dispusiera a tirar de las puntadas en cuestión.
El hombre de la Liga se la apartó de un manotazo. Se apartó de ella en un rápido giro, rozándole la cadera con la tela del traje, tan rígida y pesada que Corinn la sintió casi como una pieza de armadura flexible.
—Vuestra arrogancia no conoce límites.
—Espero que carezca de ellos, pero aún no lo sé. El caso es que acabo de descubrir la arrogancia, y me la he tomado muy a pecho. Vosotros los de la Liga, sin embargo, medráis con ella. Queréis controlar los engranajes del mundo. Queréis saber que sois como dioses, que tiráis de los hilos que hacen bailar a las naciones. ¿No es eso lo que queréis?
—Como he dicho, sólo queremos preservar lo que ya tenemos.
—¿Y qué es lo que tenéis?
Quedándose de nuevo a una cierta distancia de ella, Sire Dagon recuperó la compostura. Sonrió. Era evidente que la pregunta lo complacía.
—Por fin preguntáis algo que sí tiene sustancia. ¿Qué tenemos ya? ¿Qué queremos preservar? Considerad esto… Si no transportamos agua a las minas de Kidnaban, los trabajadores mueren de sed. La isla apenas cuenta con agua, y no pueden salir de allí porque nosotros controlamos los mares. Así que si decimos que mueren por falta de agua, entonces mueren por falta de agua. Considerad que la Liga es la única que hace brea actualmente. Ni siquiera los numreks se molestan en producirla. ¿Por qué deberían hacerlo cuando nosotros corremos con el trabajo y se la damos? Así que nosotros, la Liga, poseemos el secreto de cómo hacer llover del cielo meteoros llameantes. Sólo nosotros hacemos negocios con los lothan aklun. Sólo nosotros sabemos hasta dónde llega el poder al que sirven. Somos los que mantienen a raya a las Otras Tierras de manera que el Mundo Conocido pueda continuar teniéndose a sí mismo por un mundo completo. ¿Entendéis lo que os estoy diciendo? Sumad todas esas cosas y añadidles unas cuantas más que no puedo siquiera empezar a detallaros, ¿y cuál es el resultado? Os lo diré. No queremos llegar a ser como dioses. Ya somos dioses. No queremos tirar de los hilos sujetos a cada alma en el Mundo Conocido. Ya tiramos de ellos. Si tuvierais la clase de ojos que se necesitan para verlo, os daríais cuenta de que de cada uno de mis dedos brota un millón de minúsculas hebras. Ésa es la verdad. La Donante nos dejó el mundo, y desde entonces el Mundo Conocido no ha sentido la mano de más deidad que nosotros. No la de los Akaran. No la de los meins.
—¿No la de los lothan aklun?
—Ellos son otra cuestión.
—Sé que lo son —dijo Corinn, volviendo a acercársele mientras hablaba—. Ellos no son el poder que siempre habéis inducido a la gente a creer que son, ¿verdad? Hanish me contó lo que le contasteis durante esa conversación. Hacéis negocios con ellos porque obrar así es un mal menor que pasar sin el comercio que ellos os facilitan. Los lothan aklun son ricos. Más ricos que los hombres de la Liga, y codiciáis su riqueza, ¿verdad? Os referís a ellos como un gran poder a causa de sus riquezas, porque eso es todo lo que os importa. Pero odiáis tener que compartir ese comercio con ellos, como un socio que no opera en pie de igualdad. Algunas noches soñáis con tener sus palacios así como los vuestros. Eso os excita más que ninguna otra cosa en el mundo. ¿Estoy en lo cierto?
Sire Dagon retrocedió; su rostro estaba avinagrado.
—Primero os sermoneo, y luego intentáis sermonearme. No tengo tiempo para esto. Os concederé una última oportunidad para decirme qué os ha traído hasta aquí.
Corinn, sintiéndose extrañamente cómoda con que se la instara a seguir adelante y con la mentira que iba a pronunciar, dijo:
—Vengo con un mensaje de mi hermano. Quiere que dejéis de ayudar a Hanish. Si lo hacéis, él se ocupará de que os haya valido la pena.
—¿Vuestro hermano quiere que dejemos de ayudar a Hanish? —repitió él, las cejas fruncidas y despectivas—. ¿No acabo de explicaros que ni los meins ni los Akaran controlan el mundo?
—Pero tampoco los hombres de la Liga lo controláis, no solos, al menos. No sin haberos ganado antes el consentimiento de las masas. Eso es lo que puede aportaros mi hermano, de una manera aún más completa que Hanish.
—¡Vuestro hermano! Me irrita en la misma medida en que me divierte. ¿Sabéis que ha convencido de alguna manera a la gente de que deje la niebla? Es de lo más perturbador.
Corinn no había sabido que la gente estuviera dejando la niebla, pero lo encajó sin mostrar ninguna sorpresa en el rostro.
—Pues precisamente por eso deberíais desear que salga vencedor. Mi hermano los está liberando para que le ayuden a ganar esta guerra. Una vez ganada, sin embargo, la situación posterior será muy diferente. Podemos hacer que sea una que nos complazca a ambos. Aliver no es mi padre, ni yo tampoco lo soy. Decidme que en verdad no pensáis que una nueva dinastía Akaran nos beneficiaría a ambos. Pensad en todo lo que hemos logrado antes juntos. Hanish Mein no fue más que un despertar necesario para nosotros. Pero, creedme, ahora no podemos estar más alerta.
Sire Dagon clavó sus estrechos ojos en ella y la miró con una intensidad que habría paralizado a Corinn hacía sólo unos días. Incluso ahora, no era fácil de soportar.
—Digamos que os tomo la palabra —dijo finalmente—. Todavía no he oído nada que sea merecedor de semejante cambio de política. Vuestro hermano no va a ganar esta contienda, Corinn. Creedme. Tengo acceso a información ala que vos no podéis acceder. Siendo así, ¿por qué iba a alinearme con una causa perdedora, especialmente una que ha abrazado un claro deseo de perjudicar mis intereses? Responded a esa pregunta convincentemente y seguiremos hablando. Mostraos incapaz de hacerlo y me iré, princesa.
Esforzándose por no apartar la mirada, Corinn intentó preparar la totalidad de lo que tenía que decir. Había mucho entre lo que escoger, y todo daba vueltas atropelladamente dentro de su cabeza mientras sostenía la mirada del hombre de la Liga. Una parte de ella quería dar rienda suelta a una larga letanía de confesiones, dejarlo todo expuesto ante él y ser juzgada, entendida, sentenciada. Pero no estaba ahí para eso. No le diría cómo había querido a Hanish y hasta qué punto la había colmado de miseria descubrir que toda su relación era falsa. No iba a admitir que odiaba sus propias flaquezas, que ahora comprendía que toda su vida había sido una tonta, una oveja llevada al matadero. Tampoco intentaría contarle cuánto dolor llevaba consigo dentro de ella; que aún echaba de menos la vida que hubiese podido tener con sus hermanos; que a veces pensaba en Igguldan, el príncipe que había caído de rodillas queriéndola; y aún todavía la llenaba de furia que le hubieran arrebatado a su padre y haber perdido a su madre cuando sólo era una niña. Mantuvo todas esas cosas agitándose dentro de su mente, pero fue tomando su mensaje de entre ellas.
Las palabras que diría no tardaron en ocupar los lugares correspondientes. Diría que la Liga tenía —por su propio bien— que distanciarse de Hanish. Tenían que retirar la armada que apoyaba a Maeander, hacer caso omiso de aquella flota de navíos vumus. Tenían que esperar. Eso era cuanto necesitaban hacer, por ahora. No se trataba de actuar contra Hanish, sino meramente de no actuar para él. Del mismo modo en que no habían ayudado u obstaculizado a ninguno de los bandos en la Primera Guerra. Si Hanish acababa prevaleciendo, las inacciones de la Liga no le habrían causado tanto daño. Serían reñidos pero perdonados. ¿Qué otra cosa podía hacer Hanish? Realmente, no perderían nada retirándose. Pero si la Liga continuaba ayudando a los meins y éstos perdían… entonces Aliver no tendría piedad con ellos. Aboliría por completo el comercio. Volvería la rabia del mundo directamente hacia ellos y pondría en juego todo su poder para destruirlos. Y si nada de eso lo convencía, aún tenía otra promesa que hacer, una que él dudaba que fuera a ignorar fácilmente.
Era mucho pedir, pero al décimo dilatarse de las fosas nasales del hombre de la Liga ella abrió la boca.
—Sire Dagon, puedo deciros en nombre de mi hermano que no siente el menor deseo de perjudicar vuestros intereses. Todo lo contrario, él, y yo, creemos que una asociación entre la Liga y los Akaran puede ser aún más provechosa de lo que jamás haya sido anteriormente.
Con esas palabras, se ganó el interés del hombre de la Liga. Sire Dagon le indicó mediante un asentimiento de cabeza que debía seguir hablando, que contaba con toda su atención, al menos por una última vez.