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Pretensiones sobre el Congo

Samuel Baker había demostrado, al menos en teoría, a los dirigentes europeos cómo los territorios africanos —incluso los más inaccesibles— podían ser ocupados por unas fuerzas armadas relativamente reducidas y luego controlados mediante fortines militares, centros comerciales y alianzas con los nativos. Pero debido a la precariedad financiera de Ismail, los planes del jedive de seguir avanzando hacia el sur no tardaron en verse gravemente obstaculizados. Así pues, con un gobierno británico no preparado aún para asumir el proyecto del jedive en Egipto, la incursión de Baker no logró dar el pistoletazo de salida de la carrera de los países europeos para la colonización de territorios en las regiones del Nilo y África oriental. Sería la aparición repentina e inesperada de Stanley en la costa atlántica del continente, a casi cinco mil kilómetros de Egipto, la que lo haría, y de una manera imprevista.

La noticia de que Stanley había llegado a la desembocadura del Congo una vez concluida su aventura en el Nilo provocó un gran entusiasmo en todo el mundo. Pero el impacto que causó en el monarca de un pequeño país europeo sería el que tendría unas consecuencias mucho más profundas y duraderas. Ocultando los verdaderos objetivos de su plan, a saber, el saqueo del Congo, el ambicioso Leopoldo II de Bélgica convenció a Stanley de que regresara a la región como su representante oficial para establecer (como creía Stanley) centros comerciales internacionales a orillas del río con el fin de que los congoleños pudieran intercambiar su marfil, sus maderas nobles, sus resinas y sus gomas por los productos acabados que llevaran río arriba comerciantes de todos los países. En público, el rey no tuvo inconveniente alguno en aplaudir la promesa de Stanley de «abrir el valle de este imponente río africano al comercio mundial […] o morir en el intento». Pero en privado, Leopoldo pretendía en realidad cerrar el acceso al Congo a todas las naciones menos la suya en cuanto tuviera la oportunidad.

El rey Leopoldo II de Bélgica.

Entre 1879 y 1884, Stanley construyó una carretera para cruzar las cataratas del Bajo Congo, botó varios barcos de vapor para navegar el curso superior del río y fundó varios centros comerciales para el soberano de los belgas. Este trabajo propio de un pionero sentaría los cimientos del futuro Estado Libre del Congo, por lo que constituye un episodio trascendental de la historia colonial del oeste africano. Pero mientras Stanley seguía con su misión en el Congo, tuvo lugar en la región una serie de importantes acontecimientos que también tendrían una repercusión directa en la actitud competitiva de naciones europeas a varios miles de kilómetros de distancia, en África oriental y la cuenca del Nilo.

En noviembre de 1880, mientras Stanley construía su carretera al oeste del lago que llevaba su nombre, un intrépido oficial de la marina francesa nacido en Italia, el teniente Pierre Savorgnan de Brazza, se plantó inesperadamente en su campamento y se presentó. Con la ambición de extender sus posesiones de África occidental, el gobierno galo había encomendado a De Brazza el establecimiento de una ruta a lo largo del río Ogowé que uniera la costa de Gabón al río Congo a su paso por la región del lago Stanley. Aunque el francés admitió haber creado un pequeño centro en la costa septentrional de dicho lago, Stanley le cogió aprecio, haciendo caso omiso de la advertencia de Leopoldo de que el joven oficial pretendía realmente fundar una colonia para su país. Como quería abrir el río a los comerciantes de todas las naciones, a Stanley, a diferencia de Leopoldo, no le preocupaba el nuevo centro creado por De Brazza.

Pero el 27 de febrero de 1881 Stanley se enteró por dos misioneros baptistas de algo que cambiaría la idea que se había hecho de De Brazza. Al parecer, en octubre de 1880, antes de su primer encuentro con él, el francés había firmado un tratado con Makoko, el principal caudillo de la región situada al norte del lago. Además, según los misioneros, De Brazza reivindicaba el territorio de este jefe para Francia. Como el oficial aseguró a Stanley que había sido enviado a África por una organización filantrópica fundada por Leopoldo, la Asociación Internacional Africana, el explorador británico, sintiéndose engañado, se puso hecho una furia.

En diciembre de 1881, Stanley alcanzó un acuerdo con los jefes locales de la región situada al sur del lago que llevaba su nombre. El pacto suponía para Leopoldo asegurarse una franja crucial de territorio de aproximadamente un kilómetro de longitud junto a la localidad de Ntamo, cerca del punto en el que el Congo desembocaba en el lago. Aunque nadie reivindicó su soberanía, los franceses quedaron efectivamente excluidos de la posibilidad de levantar asentamientos en esta zona de gran importancia estratégica. Entre 1882 y 1883, para impedir que los franceses ocuparan las mejores posiciones en el curso superior del río, Stanley construyó rápidamente cuatro centros a orillas del Congo antes de su paso por el lago. Como los franceses eran proteccionistas, el británico puso todo su corazón en esta misión, pues creía que Leopoldo favorecía el libre comercio. En junio de 1882, los agentes de Stanley consiguieron llegar a un acuerdo con el jefe Nchuvila de Kinshasa. En la tierra cedida por el caudillo africano en la zona de Ntamo y Kinshasa se erigiría años más tarde la ciudad de Leopoldville (la actual Kinshasa).

De Brazza recibido en la corte de Makoko.

Como el lago unía el Alto y el Bajo Congo y constituía la pieza fundamental de cualquier futura red ferroviaria, su control sería un factor indispensable para el gobierno de un futuro estado congoleño. De modo que Francia tendría que hacerse con este importante elemento hidrográfico para poder reivindicar su hegemonía en la región. A finales de 1882 el Parlamento francés ratificó el tratado firmado por De Brazza con el jefe Makoko, en un claro indicio de que su país estaba dispuesto a arrebatarle el Congo a Leopoldo. Para impedir que esto sucediera, el rey comenzó a contratar a oficiales británicos en lugar de belgas para que defendieran sus intereses en el río, pensando que Francia no iba a atreverse a entrar en un conflicto con Gran Bretaña. Antes de 1884, cuarenta y uno de sus ciento diecisiete contables, almaceneros, ingenieros y oficiales eran de nacionalidad británica.

Mientras Stanley recorría el curso inferior del río para regresar a Europa —por petición de Leopoldo—, De Brazza consideraba que había llegado el momento de hacerse con el control de la costa meridional del lago. Decidió no desembarcar en Leopoldville, donde la guarnición militar estaba a las órdenes de un experto oficial del ejército británico, el capitán Seymour Saulez, sino en la vecina Kinshasa, donde el británico al mando, Anthony Bannister Swinburne, era un antiguo aprendiz de comerciante de té. De Brazza cruzó el lago a finales de mayo de 1884 con cuatro canoas y unos cincuenta marineros senegaleses entrenados por franceses, todos ellos armados con modernos fusiles Winchester y a las órdenes del sargento Malamine, comandante del puesto francés situado en la costa septentrional del lago. De Brazza también llevaba a su secretario, Charles de Chavannes, para que redactara un tratado. Justo a las afueras del asentamiento, los hombres de De Brazza se vieron obligados a detenerse después de que Hassani, uno de los wangwana de Swinburne, apuntara amenazadoramente hacia ellos con su fusil en cuanto Malamine le ordenó en swahili que les dejara pasar, pues «De Brazza era el jefe de Swinburne».

Creyendo que los franceses no iban a correr el riesgo de enzarzarse en una refriega, Swinburne fue inmediatamente a ver al jefe Nchuvila para implorarle que no se entrevistara a solas —sin estar él presente— con De Brazza. El joven oficial ordenó entonces a sus wangwana que cargaran los fusiles y se ocultaran entre la maleza fuera de su campamento. Sólo debían aparecer si los franceses comenzaban a abrir fuego. Luego se dirigió con calma al lugar donde estaban los senegaleses uniformados, e invitó a De Brazza, a Malamine y a De Chavannes a acompañarlo a su casa de madera para tomar una copa de brandy. A pesar de la hospitalidad de Swinburne, enseguida estalló una feroz discusión sobre quién tenía derecho a ocupar Kinshasa. Como ninguna de las partes cedía ni un milímetro en su postura, Swinburne sugirió parlamentar inmediatamente con Nchuvila para averiguar qué quería el jefe. De Brazza no tardaría en descubrir que el caudillo africano y sus hijos eran fervientes partidarios del joven Swinburne y de la institución promotora de la expedición de Stanley, la llamada Asociación Internacional del Congo (AIC). Dos de los hijos de Nchuvila empezaron a despotricar contra los intrusos franceses, y De Brazza exigió que fueran castigados por haberlo insultado. Swinburne se negó, no sin antes señalar que los jefes habían dejado bien claro que no estaban dispuestos a reconocer otra bandera que la de la AIC. Luego, dirigiéndose a De Brazza, añadió: «No tengo nada más que decirle, le deseo muy buenos días». De Chavannes afirmaría que, en voz baja, Swinburne había llamado «trapo» a la bandera francesa.

De Brazza habría podido hacer uso de la fuerza en cualquier momento, pero se sintió atemorizado por la nacionalidad británica de Swinburne y la popularidad de la que gozaba este oficial entre los nativos africanos, pues semejante reacción podía tener unas consecuencias políticas funestas. Si Swinburne moría en un tiroteo, los británicos probablemente se presentaran en el Congo para participar activamente en la carrera por el control de la región. Era la última cosa que De Brazza y sus hombres querían que sucediera. Con su valiente negativa a retirarse cuando el grupo francés perfectamente armado pretendía avanzar hacia Kinshasa, Swinburne salvó el Congo para Leopoldo y minimizó el poderío galo. Pero su arrojo tendría unas consecuencias desastrosas, pues posteriormente permitiría el expolio y la explotación del Congo por parte del rey de los belgas en lo que podría calificarse como la secuela indirecta más trágica de la búsqueda de las fuentes del Nilo. Durante una breve visita a Europa en 1882, Stanley había hablado de De Brazza con desdén en el curso de un banquete en París. Después del «insulto» de Swinburne a la bandera de Francia, la prensa de este país condenó rotundamente aquella nueva burla de un héroe nacional por parte de otro arrogante «anglosajón».

Meses antes de que Stanley realizara sus indiscretos comentarios en París, un acontecimiento más relevante había dañado las relaciones anglo-francesas. En el trasfondo de ese hecho estaba la quiebra financiera del jedive de Egipto en 1876, tras la cual Gran Bretaña y Francia —propietarias del canal de Suez inaugurado quince años antes— habían asumido el control económico del país. En 1882, esta apropiación europea desembocó en un golpe de estado por parte de un grupo de oficiales nacionalistas del ejército egipcio que querían hacerse con el poder. Por aquel entonces, Francia estaba sumida en graves problemas internos, de modo que Gran Bretaña decidió actuar por su cuenta. Convencido de que la ruta a la India a través de Suez corría un grave peligro, el gobierno británico envió un ejército a las órdenes del general sir Garnet Wolseley para enfrentarse al coronel Arabi y sus oficiales. El resultado fue una aplastante derrota militar de las fuerzas de Arabi en Tel-el-Kebir en septiembre de 1882 y el establecimiento de los británicos como gobernantes de facto de Egipto. La derrota de De Brazza en el Congo —ocurrida apenas dos años después— no haría sino reavivar el resentimiento de los franceses. A partir de ese momento se extendería la gratificante idea de que Francia llegaría un día a unir sus colonias de África occidental con Sudán y el río Nilo. Este «puente sobre África» se convirtió en una obsesión nacional con una gran carga sentimental, pues parecía una forma de compensar el «robo» de Egipto perpetrado por los británicos, entre otras fechorías de la «pérfida Albión».

En 1884, durante la conferencia de Berlín, la mayor parte del Congo fue concedida a Leopoldo, mientras que los franceses, para su mortificación, recibieron (gracias a las presiones alemanas y británicas) la pequeña región septentrional de aquel inmenso país. Se había dado el verdadero pistoletazo de salida de la «carrera por África». Debido a los progresos de franceses y británicos en África, Alemania reivindicó el control de Togolandia, Camerún y el suroeste de África. En opinión de Bismarck, Gran Bretaña y Francia ya habían sido sobradamente recompensadas en el «continente oscuro». Había llegado el turno de Alemania, y el inmenso territorio que más interesaba al Canciller de Hierro no se encontraba en África occidental, sino más al interior que Zanzíbar, donde se extendía hacia el oeste, hasta los grandes lagos. Se trataba de la región que los árabes habían decidido controlar, pero que Livingstone, Stanley, Burton, Speke y Grant habían abierto al mundo.