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El dilema del médico

Al poco de cumplir los cincuenta, David Livingstone comenzó a perder los dientes (debido a años y años de una dieta africana poco apropiada) y a sufrir de hemorroides, pero seguía creyendo que él era el instrumento elegido por Dios para llevar la luz del Evangelio al «continente oscuro». Así pues, resultaba inevitable que considerara a los demás exploradores verdaderos intrusos que se adentraban en su territorio. Durante sus veintiún años en África ya había «descubierto» el lago Nyasa (Malawi), aunque sospechaba en secreto que un comerciante portugués, Candido de Costa Cardoso, lo había ganado allí. Pero no cabía la menor duda de que él había sido el primer europeo en cruzar el continente, pues había documentación en este sentido que lo avalaba, por lo que le disgustaba el hecho de que Speke afirmara haber llevado a cabo una proeza aún mayor, a saber, el descubrimiento de las fuentes del Nilo. En realidad, había tomado la firme decisión de demostrar el error de Speke, antes incluso de que el joven explorador lo enfureciera deduciendo (equivocadamente) que su idea de que el sistema fluvial alimentaba el lago Nyasa era una conclusión errónea.

El congreso de la British Association en septiembre de 1864 había representado un verdadero punto de inflexión para Livingstone. Su expedición al Zambeze, con el respaldo del gobierno británico, había costado muchas vidas y no había logrado abrir una zona segura y viable para que los europeos pudieran colonizar el sur de África central. Así pues, tras llegar a Bath ataviado con su famoso gorro con visera de explorador, probablemente el Dr. Livingstone pareciera el hombre idóneo para ese tipo de misiones, pero en verdad no tenía ni idea de cuál iba a ser su siguiente trabajo, excepto que este debía estar relacionado con África. El objetivo de la misión y los fondos que la financiarían constituían un verdadero enigma para él.

Pero en el congreso de Bath su imaginación se había visto avivada por la rivalidad de Speke y Burton, y por sus opiniones opuestas en lo concerniente a la cuenca del Nilo. Allí también se había enterado de que otro contendiente, Samuel Baker, se dirigía al sur, hacia el lago desconocido, del que Speke había oído hablar durante su estancia en Bunyoro. De hecho, al día siguiente de la muerte de Speke, una desconsolada carta del cónsul Petherick —por aquel entonces en Jartum— fue leída a los geógrafos del congreso por sir Roderick Murchison para informar a los presentes de que a finales de mayo de 1864 unos hombres que habían acompañado a Baker a Shaguzi, la capital de Bunyoro, acababan de regresar a Jartum procedentes de dicha ciudad. Por ello se llegó a la conclusión de que Baker o había llegado al lago en marzo o abril, o había perecido en el intento. Aunque en Bath Livingstone todavía no había aceptado la invitación informal de Murchison a viajar a África para resolver el enigma del Nilo, sir Roderick sabía que su explorador favorito había estado muy tentado a acceder. Así pues, unas pocas semanas más tarde, con la idea de presionarlo, Murchison lo instó a asistir a una reunión de la RGS programada para el 14 de noviembre de 1864, en la que se esperaba que Richard Burton defendiera su idea de que el Nilo nacía en el lago Tanganica.

Como la corriente que salía del lago Victoria Nyanza en las cataratas Ripon era muy pequeña, Livingstone ya había menospreciado la tesis de Speke en lo concerniente a ese lago, describiendo al joven explorador como «un pobre infeliz […] [que] ha ofrecido el mejor ejemplo que conozco de la búsqueda desesperada de una conclusión inevitable». El eminente doctor, sin embargo, reconoció los méritos de la exposición de Burton cuando la escuchó por primera vez aquel noviembre en la sede de la RGS en la calle Old Burlington. No obstante, el planteamiento de Burton dependía totalmente de la dirección en la que fluían las aguas del río situado en el extremo septentrional del lago Tanganica. Si fluían del lago, casi con absoluta seguridad el río continuaría su curso hacia el norte hasta el lago desconocido (Luta N’zige), al que se creía que Baker había llegado aquella primavera, y desde el que muy probablemente discurriría hasta llegar al Nilo. Pero a Livingstone le rondaba otra cosa más por la cabeza: si el Rusizi salía del lago Tanganica, debía haber un río más grande que vertiera una cantidad de agua equivalente en el lago. En opinión de Livingstone, este segundo río probablemente tuviera su origen a varios cientos de kilómetros al suroeste, en un lugar situado mucho más al sur de todos los territorios elegidos por los exploradores para sus investigaciones. De modo que si lograba encontrar esa fuente desconocida, ganaría la partida a Burton, así como al iluso de Speke y a ese intruso recién llegado, el acaudalado Baker.

Perfectamente consciente de lo competitivo que era Livingstone, sir Roderick fue inmediatamente hacia él en cuanto Burton terminó su discurso, y le dijo que su único deseo era que las palabras que todos acababan de oír dieran lugar a una «verdadera exploración» y no a más especulaciones. «Sólo espero que el Dr. Kirk, o alguien como él, se sienta tentado a despejar las dudas que siguen rodeando la cuestión de las fuentes del Nilo». El Dr. Kirk, que a sus treinta y dos años tenía veinte menos que Livingstone, había participado en la expedición al Zambeze en calidad de oficial médico y botánico y había ayudado a Livingstone a explorar el lago Nyasa. Aunque a veces se había hablado de él como «el compañero de Livingstone», en privado Kirk había admitido que en el Zambeze a veces había puesto en tela de juicio la salud mental de su líder. Murchison esperaba que su monstruosa idea de enviar al joven a esclarecer la cuestión de la cuenca del Nilo acabara por obligar al susceptible y competitivo veterano a mantenerse al margen. Pero no fue así, y al cabo de seis semanas sir Roderick le escribió animándolo aún más: «Por lo que se refiere a su futuro, anhelo conocer cuáles son sus propios deseos en lo concerniente a una nueva exploración de África». Lo que pretendía Murchison, decía, era que Livingstone llevara una embarcación portátil hasta el extremo meridional del lago Tanganica, para luego comenzar a navegar hacia el extremo septentrional del lago, donde podría comprobar con sus propios ojos la dirección en la que fluían las aguas del Rusizi. Si la corriente salía del lago, Murchison le dijo a Livingstone que «tenía que poder alcanzar el Nilo Blanco [y que por lo tanto conseguiría] regresar con una reputación sin parangón, poniendo fin a todas las grandes disputas existentes». Pero si Livingstone no se decidía, inmediatamente se plantearía la propuesta al Dr. Kirk. Una vez lanzada su amenaza, Murchison concluía su misiva con un comentario cargado de ironía: «No puedo creer que ahora esté dispuesto a recalar en los bancos de arena y lodo de Inglaterra».

Su carta tuvo el resultado esperado. Dos días después Livingstone dio su respuesta: «Me encantaría emprender la exploración que propone […] En cuanto salga mi libro [sobre la expedición al Zambeze], me pondré en marcha». Pretendía, según explicaba, entrar en África desde la costa del océano Índico por el río Rovuma, pero no iba a dirigirse directamente al extremo septentrional del lago Tanganica. Como le decía a sir Roderick, aunque el Rusizi discurriera en dirección norte (como ambos suponían), «la fuente aún tendría que ser localizada, por lo que me vería obligado a marchar de allí para encontrarla». El desacuerdo con Burton era una razón más para que Livingstone tuviera la determinación de encontrar la fuente antes de emprender cualquier otra empresa. Si se limitaba a establecer un vínculo de unión entre el lago Tanganica y el lago de Blake, parecería que el Tanganica de Burton era la verdadera fuente del Nilo. Pero como detestaba a Burton, Livingstone no iba a permitir nunca que todos sus esfuerzos lo beneficiaran a él de esa manera. «Da la impresión de que [Burton] es un idiota sin ética», dijo a un amigo misionero. «Su comportamiento en África fue tan deplorable que sólo puede comentarse con desagrado: sistemáticamente perverso, innoble y deshonesto».

Livingstone había oído el rumor de que Burton había contraído la sífilis en Somalilandia, y que había viajado con su harén personal al lago Tanganica. La perspectiva de encontrarse con africanos que habían sido «testigos de su cruel inmoralidad» provocaba la consternación del piadoso doctor. Además, sabía por los escritos de Burton que este consideraba que los africanos eran unos individuos «incapaces de progresar y de cambiar», y lo que era peor, que el «estatus superior o inferior de una raza» predeterminaba su religión. De ser eso cierto, toda la labor de los misioneros en África carecería de sentido. Como Livingstone no veía diferencia alguna entre las razas, aborrecía esa condescendencia racista de Burton.

Sin embargo, aunque su deseo de derrotar a Burton (y de paso a Speke y a Baker) sobre el terreno era una de las cosas que más lo motivaban, Livingstone también creía que debía convencer al mundo de que regresaba a África con objetivos misioneros y no simplemente como explorador. Una misión puramente geográfica significaría desplazarse constantemente de un lugar a otro sin tiempo siquiera para parecer que estaba plantando la semilla del Evangelio en las almas de los nativos. Pero, providencialmente, había otra cosa que podía hacer, y que sin duda anhelaba hacer.

Si empezaba su búsqueda de la fuente justo al sur del lago Nyasa, su punto de partida sería una zona caracterizada por el intenso tráfico de esclavos de los árabes. De modo que aportando información sobre esta cruel actividad al gobierno británico estaría llevando a cabo un trabajo que iría mucho más allá que la simple exploración. Esta se convirtió, pues, en la justificación que sentía que necesitaba.

Las fuentes del Nilo [dijo a un amigo] sólo tienen valor como medio que permita expresar con poder mis palabras a los hombres. Es este poder el que espero utilizar para poner remedio a una maldad enorme. La gente puede creer que ambiciono la fama, pero me he impuesto no leer nada que pueda suponer un elogio para mí.

Aunque su comentario distaba mucho de la verdad, pues Livingstone estaba obsesionado con todo lo que se escribía sobre él, el odio que sentía por el tráfico de esclavos de árabes y swahilis era sincero y profundo.

A comienzos de julio de 1865, cuando Livingstone estaba preparándose para partir de Inglaterra, The Times publicó una carta de Samuel Baker dirigida a Robert Colquhoun, cónsul general en Alejandría, en la que afirmaba haber llegado al Luta N’zige en marzo del año anterior. Desde el punto de vista de Livingstone, resultaba decepcionante que esa carta no informara en absoluto de si el nuevo lago se alimentaba del Tanganica, ni de si Baker podía demostrar que el río que desembocaba en el Luta N’zige por el este nacía en el Victoria Nyanza, como había supuesto Speke.

En septiembre de 1865, Livingstone, de camino hacia África pasando por la India, cruzó Suez una semana antes de que Baker, triunfante, acompañado de su joven amante, pasara por allí en dirección opuesta. De modo que las pesquisas de Livingstone sobre la pareja fueron inevitablemente vanas. Así pues, empezó su viaje sabiendo simplemente que Baker había llegado al Luta N’zige. Tampoco en Bombay pudo averiguar ningún otro dato de la geografía del lago, aunque sí corrían muchos rumores sobre la vida privada de Baker durante sus aventuras por esos lugares. «Baker se casó con su amante en El Cairo —contaba Livingstone, completamente equivocado, en una carta a un amigo—, y a decir de todos ella lo merecía después de haber hecho tantas cosas por él. He oído hablar de esa mujer, pero de cosas que no se han hecho públicas, y si ella sale con bien de todo esto, mejor que nunca se sepan». Si Livingstone hubiera sabido lo cínico que era Baker en lo tocante a las habilidades y la inteligencia de los africanos, habría considerado este hecho un pecado mucho más grave que las fornicaciones con su joven amante. «En cuanto al cristianismo —escribió Baker en un pasaje que habría provocado la cólera a Livingstone de haberlo leído—, se profana su nombre al emparejarlo con los negros». Pero, aunque desconociera estas opiniones, Livingstone pensaba que conocía lo bastante a Baker para considerarlo un tipo egocéntrico y sin principios. El famoso doctor dijo a su hija Agnes que «el principal objetivo del viaje de Baker —no cabe la menor duda— [era] adelantarse a Speke y Grant y llegar primero a las fuentes, pero astutamente fingió que iba con la intención de ayudarlos».

Los dos exploradores, Livingstone y Baker, que por poco no llegaron a coincidir en El Cairo, iban al encuentro de destinos muy distintos; Samuel Baker sería aclamado por la nación y ordenado caballero, y David Livingstone padecería grandes sufrimientos y tendría un trágico final (por mucho que esperara la gloria). Aunque probablemente Livingstone tuviera razón en lo tocante a las motivaciones de Baker y su astucia en utilizar a Speke y a Grant para sus propios intereses, el triunfo que compartió con Florence merece algo más que esa admiración no exenta de reticencias que al final le profesó Livingstone.