Aberraciones de un héroe
El 17 de junio de 1863, tras una ausencia de poco más de tres años de su tierra natal, Speke y Grant entraron en Southampton Water a bordo del vapor Pera de la P&O Navigation Company. Desde Buganda, Speke había escrito a sir Roderick Murchison una carta, que no llegaría al destinatario hasta después de la muerte del remitente. «Dado que se mostró usted hacia mí como un padre organizando esta expedición, espero que ahora me considere un hijo digno, pues sin duda […] el Victoria Nyanza es la verdadera e indiscutible fuente del Nilo». Y sir Roderick, de haber recibido esta carta en 1863, habría reaccionado «sin duda» como un padre feliz. Incluso después de leer nada más que el escueto telegrama de Speke con la noticia de que el Nilo estaba «solucionado», había escrito de inmediato a sir Austen Layard, subsecretario de Estado de Asuntos Exteriores, instándole a encargarse de que lord Palmerston, el primer ministro, no fuera «tacaño» cuando decidiera cómo honrar al nuevo héroe por «una hazaña mucho más asombrosa que cualquiera otra que se haya realizado en lo que llevo de vida». Indicaba que, como mínimo, sería apropiado concederle el título de caballero. Pero las esperanzas de sir Roderick se verían defraudadas. El primer ministro, hombre ya de ochenta años, no se dejó impresionar por el valor y la perseverancia de los dos jóvenes oficiales y se quejó a su secretario de Asuntos Exteriores, lord John Russell, de que Murchison no [le] dejaba en paz con el descubrimiento del capitán Speke […] indudablemente a costa de un gran esfuerzo personal, incurriendo en muchos riesgos y gastos, Speke ha resuelto un problema geográfico, que es muy extraño que nadie hubiera solucionado antes, y, a lo que parece de momento, merece una recompensa; por otra parte, como ya he observado a Murchison, la utilidad práctica del descubrimiento no está muy clara, pero sobre todo se suscita la cuestión de si no hay otros exploradores africanos, como por ejemplo Livingstone, … que pueda venir con la misma pretensión.
Un mes antes, Murchison había escrito a The Times dando su apoyo incondicional a la declaración de Speke de que había descubierto la fuente del Nilo; y en un discurso presidencial pronunciado una semana más tarde en la RGS, había convertido la frase del telegrama original de Speke en una declaración triunfal mucho más breve: «¡El Nilo está resuelto!», a la que los signos de exclamación conferían un toque de engreimiento. Pero el 22 de junio —fecha prevista por la RGS para la celebración de «bienvenida a casa» en honor de Speke y Grant en Burlington House—, ya no estaba tan seguro. De hecho, la conjetura de lord Palmerston de que el explorador favorito de Murchison, el Dr. Livingstone (que llevaba viajando por África desde 1858) creyera que la fuente del río estaba en otro lugar, había comenzado a preocupar al presidente de la RGS varias semanas antes de que la multitud empezara a congregarse ante Burlington House para dar la bienvenida oficial a los heroicos exploradores.
Los dos viajeros esperaban el aplauso del público y lo tuvieron. Desde luego les costó trabajo entrar en Burlington House debido a la numerosa multitud congregada el día de su bienvenida oficial. La gente que se agolpaba a su alrededor cuando intentaron entrar en el edificio rompió varias ventanas. Pero la reputación de los exploradores era un asunto más delicado de lo que pudiera dar a entender todo aquel alboroto. Para que su patrocinio fuera duradero, a los hombres como Murchison había que ofrecerles asiduamente fracciones de información que corroboraran las aportadas con anterioridad.
Por desgracia, Speke no comprendió nunca que no bastaba con deslumbrar a otros viajeros en África. El ambicioso explorador tendría que esforzarse en convencer a los geógrafos y viajeros celosos de que había conseguido sus objetivos. Debía evitar a toda costa las confrontaciones con gente que quisiera poner en duda sus descubrimientos. Con su orgullo indomable y su estricto sentido de lo que era justo y lo que no, Speke había demostrado ya —especialmente en su disputa con Burton— que no era capaz de guardar silencio cuando estratégicamente no había más remedio que hacerlo.
Grant y Speke aclamados en la RGS.
Desde que escribiera su impulsiva carta a The Times, sir Roderick Murchison había venido recibiendo quejas de geógrafos del gabinete, como el Dr. Charles Beke o W. D. Cooley, que tenían el dudoso honor de haber sido los primeros en burlarse de los informes iniciales acerca de la existencia de montañas nevadas en África. Estos teóricos recordaron a sir Roderick que, en su calidad de estudiosos de los mapas portugueses del siglo XVI, habían sostenido durante décadas que la fuente del Nilo tenía que estar en la región de los lagos accesible desde la costa de África oriental. Aunque ni Beke ni Cooley habían estado nunca ni siquiera a mil kilómetros del lago Tanganica o del Victoria Nyanza, por deferencia a ellos sir Roderick —después de dar la bienvenida a los exploradores en Burlington House— admitiría entre paréntesis que un mes antes se había mostrado «demasiado rotundo en sus elogios» a Speke y Grant:
Sé, por ejemplo, que en aquella ocasión no hice suficientemente justicia —y me disculpo por ello— a geógrafos críticos muy capaces, que han formulado hipótesis o han colacionado datos…
No es de extrañar que Speke empezara enseguida a hablar airadamente en sus escritos de «geógrafos que toman copitas de oporto, se pasan el tiempo sentados en zapatillas y critican a los que trabajamos sobre el terreno».
Sir Roderick Murchison no fue el único que quedó mal en aquella reunión. También Speke cometió un grave error cuando hizo públicas sus sospechas de que el lago podía tener hasta tres emisarios. En realidad, el que había descubierto él era el único y, al hablar de otros, lo que hizo fue devaluar su «fuente». Luego se señalaría que ni siquiera había circunnavegado el lago ni había visitado su orilla oeste cuando había estado con Rumanika. El hecho de que hubiera visitado la ribera sur del lago, en Mwanza, y luego la ribera norte, trescientos cincuenta kilómetros más arriba de donde había llegado la primera vez, no significaba necesariamente, dirían sus críticos, que hubiera visto la misma masa de agua las dos veces. Aunque los testimonios de africanos y árabes corroboraban la idea de que se trataba de un solo lago, Speke no había conseguido impedir todavía que sus críticos pudieran seguir afirmando con cierto grado de plausibilidad que quizá hubiera dos o más lagos entre un punto y otro. Y tampoco había establecido un vínculo irrefutable entre el Nyanza y el Nilo de Gondokoro.
Ante tanto escepticismo, la mejor política que habría podido seguir Speke habría sido escribir de inmediato un informe detallado para la RGS. Una exposición clara y exhaustiva de sus argumentos, acompañada de un mapa basado en sus observaciones lunares, habría suministrado a sir Roderick y a su comité la munición necesaria para acabar con las críticas envidiosas. Por desgracia, Speke recordaba que había ofrecido sus diarios de Somalilandia a la RGS en 1859 y que el secretario de la institución, Norton Shaw, le había aconsejado extraoficialmente que «no fuera tan liberal, sino que aprovechara para publicar un libro [propio] como haría cualquier otro». Speke sabía por propia experiencia que las editoriales genéricas, como la de Blackwood, podían llamar la atención de un grupo mucho más amplio de lectores sobre los descubrimientos de un explorador que el que pudiera tener acceso a las publicaciones internas de la RGS. Y como todos los editores preferían publicar materiales originales que no hubieran sido sobados previamente por el editor de cualquier revista erudita y después filtrados a la prensa, el camino que debía seguir parecía bastante claro.
Pero con un enemigo formidable como Burton a punto de regresar a Inglaterra en cuestión de meses, Speke debería haber publicado algo en una revista de la RGS en cuanto hubiera podido estar mínimamente en condiciones de hacerlo, para conservar el apoyo trascendental de sir Roderick. Sin embargo, como si no fuera consciente de la importancia de tener contento al venerable presidente de la RGS, firmó un contrato para publicar un libro con John Blackwood, por el cual se comprometía a realizar una tarea que hacía sumamente improbable que pudiera publicar nada más antes de fin de año. Como después de eso tenía proyectado corregir las lagunas que había dejado sin rellenar en su último viaje —cruzando África desde la costa oriental a la occidental—, necesitaba seguir contando con el respaldo de Murchison y de la RGS, pues sólo teniéndolos de su parte cabía la posibilidad de que el gobierno británico sufragara una aventura tan costosa.
Así pues, Speke habría debido recibir consejos más prudentes que lo ayudaran a evitar controversias innecesarias. Lo cierto, sin embargo, es que pocos meses después insinuó en un discurso pronunciado en Taunton, cerca de la finca rural de su padre, que Petherick le había decepcionado y que se había visto envuelto en el tráfico de esclavos. Al enterarse del ataque de Speke, Petherick escribió de inmediato airadamente a The Times defendiendo su inocencia. Las primeras cartas de autoexculpación de John y Katherine Petherick llegaron a manos de Murchison en agosto de 1863. Katherine hacía una conmovedora exposición de sus tribulaciones, sin mencionar ni el robo de ganado por parte de Petherick ni su intento de obligar a mujeres y niños a trabajar como porteadores. Contaba también cómo Speke había confiado a Baker la tarea de llegar al lago desconocido, asegurándose así de que «al Sr. Petherick no le quedara ninguna oportunidad». Estas cartas convencieron a Murchison de que los Petherick habían hecho cuanto habían podido por ayudar a Speke y que habían sido injustamente calumniados por él.
Sólo el esperado informe de Speke habría podido convencer a Murchison de lo contrario y devolver al explorador su benevolencia. Pero entregado en cuerpo y alma como estaba a la interminable tarea de escribir su libro para Blackwood, Speke cometió la torpeza de hacer esperar siete meses al comité para acabar presentando una relación insultantemente escueta de sus descubrimientos. Profundamente dolido, Murchison perdió mucho de su anterior entusiasmo por el proyecto expuesto por su protegido de realizar un viaje por África de costa a costa y despreció sus críticas contra los Petherick tildándolas de «alucinaciones de Speke». «Es muy desagradable tener todo el rato delante la disputa entre Speke y Petherick», se lamentó con Grant. «Ha habido muchos malentendidos respecto a las cosas que Petherick se había comprometido a hacer. P. no se comprometió nunca a ir en persona a buscarlos a ustedes, sino a mandar barcos y grano en un momento dado a Gondokoro». En realidad, las instrucciones de la RGS a Petherick le obligaban a «trasladarse [en persona desde Gondokoro] en dirección al lago Nyanza con la intención de socorrer al capitán Speke». Dos años después, un comité de investigación de la RGS consideró que Petherick no había cumplido su promesa de ir a buscar en persona a Speke y a Grant. Pero para entonces ya era demasiado tarde para rehabilitar a Speke a los ojos de Murchison.
En agosto de 1864 —apenas un año después de que Speke y Grant volvieran a Gran Bretaña— llegó de permiso Richard Burton, todavía resentido. Por entonces ocupaba el cargo de cónsul británico en la isla de Fernando Poo, asolada por las fiebres, en el África occidental. Como se había peleado con la Compañía de las Indias Occidentales y con el Foreign Office, lo mejor que había podido conseguir era aquel oscuro destino diplomático. El contraste entre su decadencia y las perspectivas aparentemente brillantes de su antiguo «subordinado», ahora tan famoso, hacía que estuviera furioso de celos. En cuanto se enteró del enfrentamiento entre Speke y Petherick, decidió apoyar a este, basándose en el viejo principio de que el enemigo de mi enemigo es mi amigo. Formó además una alianza con el geógrafo de gabinete James McQueen, que era íntimo amigo del cuñado de Petherick, Peter McQuie, y empezó a trabajar con él en un libro en común, The Nile Basin («La cuenca del Nilo»), que no era más que un ataque vitriólico y difamatorio contra las teorías geográficas de Speke y contra su persona. A finales del verano de 1864, Burton se había convertido de hecho en el cabecilla de todos los geógrafos y exploradores que veían en el informe de Speke sobre el Nilo una amenaza a sus propias teorías.
Durante los meses previos a la llegada de Burton a Inglaterra, Speke había estado trabajando en un libro que debía ser la continuación de su Journal of the Discovery of the Source of the Nile, aparecido en diciembre de 1863. Este nuevo libro pretendía cubrir sus viajes con Burton y desmentir lo que se había dicho acerca de su persona en la obra de este último The Lake Regions of Central Africa («Las regiones de los lagos de África central»). Durante muchos meses de trabajo, no tuvo más remedio que revivir sus amargas disputas y se sintió de nuevo menospreciado por él. A su editor le preocupaba que este nuevo libro no hiciera más que proporcionar a Burton nuevas dianas contra las que lanzar sus dardos. La respuesta de Speke (escrita poco antes de la llegada de Burton a Inglaterra) no resultaba muy tranquilizadora:
No tenga miedo de lo que he escrito, pues sólo depende de B. y de mí que resolvamos la cuestión con la pluma o a puñetazos. No quiero que llegue a Inglaterra sin hacer ruido […] Fue rebajado de su regimiento por no aceptar un desafío, y ahora mi regimiento espera que yo le corte las alas de una manera o de otra, por no hablar de mi propio sentido del honor. Creo que he sido muy suave, considerando la cantidad de iniquidades que ha cometido contra mí. He sido prudente porque puedo demostrar lo que digo, mientras que él, al ser el agresor, es el que se lo ha buscado todo.
Fue una desgracia para Speke, que justamente habría debido prestar toda su atención a conseguir el patrocinio para su próxima expedición a África, dedicarse a escribir acerca de sus viajes con Burton y tener que preocuparse por responder a todo lo que este pudiera decir de él.
Otra cosa que obsesionaba a Speke era ni más ni menos que la trascendental cuestión de decidir cómo ayudar a África y a sus habitantes a prosperar y avanzar. En enero de 1864, escribió a su amigo, sir George Grey, antiguo gobernador de la Colonia del Cabo, pidiéndole que pusiera su «poderosa influencia [al servicio del] proyecto de regeneración de África». Un mes más tarde, le dijo a Grant que «tenía en mente un plan para civilizar África y poner fin al tráfico de esclavos». Desviándose sorprendentemente del comportamiento que habría cabido esperar de un oficial del ejército convertido en explorador, Speke publicó dos artículos de periódico: «Plan para abrir África» y «Consideraciones para abrir África», y en el mes de marzo expuso su nuevo proyecto en una reunión celebrada en la mansión de un acaudalado reformista social en el barrio londinense de Belgravia. Influenciado a todas luces por la fórmula «civilizadora» de Livingstone basada en «comercio y cristianismo», Speke tenía sus propias ideas y apelaba al gobierno británico para que presionara al jedive de Egipto a fin de que utilizara la fuerza para poner fin a las incursiones de los negreros egipcios y árabes en busca de esclavos en el Alto Nilo. No sólo quería poner fin a la persecución de los bari, sino usar el Nilo para «abrir un comercio directo» entre Gran Bretaña y los reinos de Buganda, Bunyoro y Karagwe. Debían ser enviados a estos tres reinos, según decía, misioneros y comerciantes.
Sir Roderick Murchison no era un admirador de los misioneros (con la sola excepción de Livingstone), de modo que encontró los nuevos intereses de Speke desconcertantes e incluso desagradables. Pero el mundano presidente de la RGS no había perdido todas las esperanzas de enviar a Speke otra vez a África, y se le ocurrió que si el explorador deseaba realmente persuadir a los egipcios de acabar con la trata de esclavos a lo largo del río, quizá no tuviera inconveniente en remontar su curso con una escolta de soldados egipcios cuando se dirigiera a levantar el mapa de la cuenca alta del Nilo. Murchison calculaba que el gobierno británico estaría encantado de que su pundonor obligara a los egipcios a pagar un porcentaje significativo de los gastos de la expedición suministrando su mano de obra.
El 12 de mayo, Speke hizo naufragar sus planes entrando violentamente en el despacho del secretario del Foreign Office, lord John Russell, y diciéndole que la RGS le había pedido «explorar la cuenca superior del Nilo abriéndose paso río arriba con tropas egipcias». Afirmó a Russell que nunca había disparado contra africanos ni árabes y que no tenía intención de hacerlo ahora. Por el contrario, él pretendía entrar en África por el país de los masai «como enviado británico para abrir un comercio legítimo con el rey de Bunyoro», y sólo más tarde pensaba rellenar las lagunas que había dejado en su anterior exploración de la cuenca del Nilo, y seguir adelante cruzando África hasta el Atlántico.
Un mes después de la visita de Speke al Foreign Office, lord John Russell todavía no se había dado por aludido y le asignó un consulado itinerante. La RGS tampoco le había hecho ninguna oferta de apoyo. Esta indiferencia convenció al humillado Speke de que debía volver al insensato plan que había sopesado durante algún tiempo en febrero y marzo, que consistía en involucrar al emperador Napoleón III de Francia en una expedición anglofrancesa. Aunque Francia seguía siendo considerada la vieja enemiga, Speke pensaba proponer que unos exploradores franceses emprendieran la marcha desde Gabón, en la costa del Atlántico, y que se reunieran con él en la región de Buganda y Bunyoro, adonde habría llegado o bien remontando el Nilo o bien desde la costa de África oriental. Al principio se había contenido, consciente de que el plan era bastante controvertido; pero a finales del verano, cuando sus relaciones con Murchison se habían vuelto peligrosamente tensas, Speke se puso en comunicación con su amigo Laurence Oliphant, que a la sazón residía en París, y le pidió que contactara con el embajador inglés, lord Cowley, y le sondeara sobre la posibilidad de un encuentro con el emperador. Quizá sin comprender cuáles eran las implicaciones, Cowley accedió y Napoleón III concedió una audiencia a Speke el 25 de agosto de 1864. El explorador salió de ella convencido de que el monarca francés estaba dispuesto a financiar una expedición conjunta. Por entonces, una expedición francesa había empezado ya a abrirse paso en el interior de África occidental remontando el río Ogowé, y había otras recorriendo el Níger y el Senegal. Así que Speke había ido a predicar el evangelio entre conversos. El emperador estaba ya deseoso de extender la influencia francesa hacia el este, quizá incluso hasta Sudán. Que aquello iba a entrar con toda probabilidad en conflicto con los intereses británicos en el futuro era algo que Speke prefirió ignorar. Un explorador sólo podía desarrollar sus actividades si alguien le proporcionaba los fondos necesarios para hacerlo. Si Gran Bretaña le negaba lo que le hacía falta, tendría que ir a buscarlo en otra parte.
La simple idea de que Speke ayudara a Francia en África horrorizó a sir Roderick, quien comentó a Austen Layard, del Foreign Office, que «lamentaba profundamente aquellas aberraciones, pues Speke por otra parte tiene la grandeza de asegurar el éxito como explorador audaz que es». Murchison escribió también a Grant lamentando que no hubiera sabido disuadir a Speke de que abandonara aquel proyecto desaforado y limitara sus objetivos a «terminar y llevar a cabo lo que forzosamente dejaron [ustedes] en un estado dudoso».
A finales de agosto ya estaba impreso el libro de Speke acerca de sus viajes con Burton, What Led to the Discovery of the Source of the Nile, aunque todavía no había sido publicado. El autor repartía su tiempo entre la residencia urbana de sus padres en el barrio londinense de Pimlico, y sus fincas de Somerset, y parecía satisfecho de vivir en el campo, que tanto amaba. Naturalmente su futuro era incierto, pero como recurso provisional había decidido irse a cazar unos meses a la India en otoño. Después, tenía intención de pedir a la Compañía de las Indias Orientales un permiso de tres años para poder volver a África si nadie tenía el seso suficiente para prestarle apoyo.
Entonces, a primeros de agosto le llegó por correo una carta que tendría unas consecuencias desastrosas.