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Un flechazo en el corazón

Seis semanas después de su llegada al palacio real del monte Mengo, Speke se hallaba conversando con la Reina Madre cuando uno de sus cortesanos le preguntó de qué color serían sus hijos si se casara con una negra. Speke no registra cuál fue su respuesta, pero en otro pasaje eliminado de la versión de su diario que apareció publicada describe a la Reina Madre «haciendo un gesto significativo mientras apretaba los puños cerrados sobre sus pechos, dando a entender que hablaba de una doncella todavía inmadura». Entonces, «riendo a carcajadas [preguntó a Speke si le] gustaría ser su yerno, pues tenía varias hijas hermosas». Los cortesanos dijeron con toda seriedad al explorador que cuando las «hijas» llegaran y «el matrimonio tuviera lugar», tendría que «encadenar a la guapa joven […] hasta que se acostumbrara [a él]».

Tres días después, cuando Speke fue a visitar a la Reina Madre, esta le sacó inmediatamente dos chicas «wahuma» para que se las llevara a su choza. Speke pensaba que los wahuma (hima), de piel más clara y nariz más recta, procedían originalmente de Etiopía y que muchos siglos antes de que él llegara al Nyanza se habían hecho con el poder dominando a los bantúes, de piel más oscura, que ya estaban establecidos en Buganda, Karagwe y Ruanda. Aunque efectivamente los hima procedían del norte, pertenecían a un clan luwo originario de Sudán del sur, no de Etiopía. Pero cuando se trasladaron al sur, con el paso de los siglos formaron a partir más o menos de 1200 d. C. las dinastías reinantes en la zona del Nyanza. Luego adoptaron la lengua de los bantúes y fueron absorbidos culturalmente por ellos. Speke, como muchos europeos de su época que luego siguieron sus pasos en África, encontraba a los hima físicamente más agradables que a los bantúes del norte, de labios más gruesos y nariz más aplastada. Aunque hoy día esas preferencias serían consideradas racistas, el hecho de que un caballero inglés del siglo XIX encontrara atractiva a una mujer africana habría dejado atónitos a la mayor parte de los miembros de la clase de Speke, como no hubieran pasado algún tiempo en África.

Cuando comparé la versión publicada del diario de Speke (Journal of the Discovery of the Source of the Nile) con las pruebas de imprenta originales o con el manuscrito del libro, vi que muchos pasajes habían sido modificados en la versión publicada u omitidos de ella. En adelante, citaré en cursiva las palabras y los pasajes alterados u omitidos del libro. Al describir en el Diario publicado a las dos chicas que le dio la Reina Madre, Speke las presenta como si fueran «niñas», diciendo que una, Kahala, tenía doce años, y que la otra era «un poco mayor». Pero en el manuscrito se afirma claramente que la mayor tenía «dieciocho años o así». La más pequeña en el manuscrito era demasiado joven «para el fin en cuestión», que la Reina Madre entendía que era el sexual. El difunto rey, Sunna, había escogido a Méri, la mayor de las dos chicas, como esposa, aunque había muerto antes de consumar el matrimonio. Méri se había convertido así en miembro de la familia de la Reina Madre.

Speke encontró a las muchachas alarmantemente fogosas, pero la Reina Madre lo tranquilizó diciéndole que aunque «eran más difíciles de desbravar que un asno, una vez domadas, serían unas esposas excelentes». Dos días después, Speke dio las gracias a la Reina Madre por «haber encantado [su] casa con una compañía tan hermosa» y le hizo saber que no había encontrado necesario encadenar a sus mujeres como ella le había aconsejado que hiciera, pues «los lazos del amor [eran] los únicos instrumentos que sabían utilizar los hombres blancos».

Aunque la Reina Madre sospechaba a todas luces que Speke no sabía domar a sus mujeres, tenía mucha fe en él como médico de confianza. Le explicó que sus menstruaciones «se habían calmado desde que Bana [Speke] la había tratado», y le preguntó qué más tenía que hacer. Él le recomendó el matrimonio para restaurar su regularidad. Su hijo, el kabaka, lejos de evitar los consejos de carácter íntimo, consultó también a Speke, «pues estaba enormemente ansioso por convertirse en un gran cabeza de familia como su padre, aunque de momento daba la impresión de que no cabía esperar nada de eso». Speke le aconsejó sólo que mantuviera relaciones con aquellas de sus esposas que acabaran de tener el período, «pues los conductos seminales eran entonces más sensibles, y evitar los excesos, que acaban con el apetito en la primera juventud». Practicar demasiado el acto sexual, le explicó Speke, «aumenta el tamaño de las venas por exceso de uso, y de paso disminuye su potencia». Al rey le preocupaba que su pene no tuviera el tamaño óptimo. Speke le recomendó que no se preocupara, pues todos los tamaños valen. Pero «Mutesa no podía creer que una verga corta fuera tan buena como una larga, pues la larga puede llegar mucho más lejos, mientras que la corta se quedaría sólo a la entrada». Mutesa estaba perplejo ante el hecho de que un experto en materia sexual como Speke no tuviera hijos. Aunque el inglés respondió citando el «viejo proverbio que dice que un canto rodado no cría musgo», Mutesa siguió desconcertado. ¿Qué podía impedir a un hombre varonil ser padre durante su viaje?

Desde luego Speke no ocultaba que encontraba atractivas a las esposas de los cortesanos. Durante una cacería de búfalos «empezó a flirtear con las mujeres de Mutesa, para sorpresa de todo el mundo». También se ofreció a cruzar un río a las esposas de varios cortesanos llevándolas a cuestas. La más hermosa de ellas quería comprobar cómo estaba hecho el hombre blanco, [y] con gesto implorante y los pechos desnudos extendió las manos en un modo tan voluptuoso y cautivador que aunque [Speke] temiera llamar la atención tardando tanto tiempo [en cruzar], no pudo resistir y tuvo que complacerla […] «¡Eh, eh!», dijo el Kamraviona. «¿Qué otras maravillas vamos a ver ahora?».

Speke encontraba maravillosamente gratificante que la mayoría de las mujeres de la corte estuvieran «encantadas con la hermosa apariencia de mi persona». Pero para mayor disgusto suyo, no era así como lo veía Méri, a la que calificaba de «mi hermosa Venus». La joven se negaba a menudo incluso a hablar con él, o a salir de paseo, o hacer cualquier otra cosa «más que estar tumbada todo el día… holgazaneando de la forma más indolente». Provocado, según dice, por su indiferencia hasta no aguantar más, el inglés «pasó la siguiente noche intentando domar a la fierecilla silenciosa». Aunque estas palabras suenan sospechosamente a violación, debemos recordar que en La fierecilla domada de Shakespeare la prueba final del éxito de Petruchio «domando» a Kate es la disposición de la chica a irse a la cama con él, sin que nadie la obligue. Pero si Speke forzó a Méri o si ella consintió, o si la doma de la muchacha supuso efectivamente un acto sexual, es algo que nunca podremos saber. Lo que es seguro es que los sentimientos del oficial inglés por la joven se hicieron más profundos; y a finales de mes, cuando se separó de ella —para acompañar a Mutesa a una cacería de hipopótamos en un lugar situado a mucha distancia— se vio soñando por la noche con Méri, y en menor medida con Kahala, y «esperando cariñosamente comprobar qué cambios habría producido esta separación forzosa de una semana en aquellas a las que amaba, aunque ellas no me amaran a mí».

A su regreso a primeros de mayo, Méri intentó convencerle de que le diera una cabra de regalo, aunque lo que en realidad pretendía era entregársela a su nganga (hechicero) favorito. Speke se dio cuenta de lo que pasaba, pero ella siguió dando la lata con lo de la cabra. «¡Dios mío! ¿Iba a ser yo entonces un calzonazos?», decía lamentándose. Al enterarse de que Méri había invitado al nganga a su choza mientras él estaba ausente, Speke, lleno de celos, amenazó al individuo con pegarlo. Entonces Méri lo dejó hecho polvo al suplicarle que antes la pegara a ella.

Aquella conmovedora petición casi me hizo perder el juicio, pero como Méri no daba muestras de amarme ni de sentir apego por mí […] [y mis] ofrecimientos [eran] aceptados fríamente y de mala gana, cosa que me quitaba el sueño y no me dejaba descansar […] la despedí, y se la di en calidad de hermana y mujer libre a Uledi […] Y luego salí precipitadamente de la casa con el corazón saliéndoseme por la boca y anduve caminando sin rumbo hasta más o menos después de anochecer, cuando regresé a mi desolado domicilio, y me metí en la cama sin cenar, pero no pegué ojo pensando en la aparente crueldad de abandonar a una persona que mostró una modestia tan virginal cuando vino a mí, por las incertidumbres de este mundo perverso.

Así pues, Speke, que ha sido presentado habitualmente como un hombre incapaz de amar, se enamoró perdidamente de una joven africana y se sintió desdichado por la negativa de ella a corresponderle. Una semana después, Méri fue a verlo y le dijo que había estado enferma desde que habían tenido aquella trifulca y le pidió con lágrimas en los ojos que volviera a admitirla a su lado. El oficial inglés le dijo que se había equivocado «peleándose con su señor», a lo que ella repuso que «la única pelea de la que sabía algo era la pelea del amor». Pero aunque Speke quiso convencerse de que la conducta inflexible de la muchacha había sido «la pelea del amor», no lo consiguió. Decidió que la joven sólo volviera si daba pruebas de estar emocionalmente interesada por él. Por desgracia, lo que dijo Méri a continuación le convenció de que la situación no tenía arreglo. «Había tenido mucha suerte en el pasado», explicó la chica. «Había sido la esposa de Sunna, la doncella de la N’yamasore [la Reina Madre], y luego su esposa [de Speke]; así que nunca había vivido en la cabaña de un pobre desde que era una niña; y ahora deseaba volver [con Speke] para poder morir contando con el favor de un hombre rico». Lo que le habría gustado oír al romántico Speke no era desde luego aquella prueba de honestidad sin sentimentalismos, y evidentemente no fue capaz de ver las cosas desde el punto de vista de una joven criada en una sociedad feudal africana, que se había mostrado dispuesta a ser su esposa en unas condiciones que ella consideraba satisfactorias.

Kahala y otras jóvenes baganda. No existe imagen conocida de Méri.

Dolido por la pérdida de Méri (pues así lo quiso él), Speke dejó de visitar a la Reina Madre, que lo reprendió airadamente por no haberle hecho caso después que se había mostrado lo bastante considerada como para «darle aquella damisela tan encantadora». Speke anotó en su diario que «poco pensaba ella mientras hablaba [que] estaba hiriéndome de un flechazo en el corazón». Cuando por fin se dio cuenta de que nunca estaría cerca de Méri de la forma que él quería, Speke entregó a la muchacha unos cuantos regalos de despedida:

En prenda de lo que la había amado y de lo que seguía amándola […] una manta negra como signo de luto por no poder ganarme su corazón; un puñado de gundu [hilos de pelo de tobillo de jirafa trenzado con hilo de latón] en recuerdo de que una vez me los había pedido […] y yo había pensado que no estarían a la altura de sus hermosos tobillos. Por último había un paquete de tabaco en prueba de mi perdón, aunque casi me había partido el corazón; y en el futuro sólo esperaba que tuviera una vida llena de felicidad con personas de su mismo color, pues yo no era de su agrado porque no conocía mi lengua para poder entenderme.

Como Méri se definía a sí misma como esposa de Speke y él se refiere a sí mismo como su esposo, parece probable que fueran pareja sexual, pero fuera lo que fuese lo que pasara entre ellos, la decepción amorosa de él fue auténtica, desde luego; aunque dadas las barreras lingüísticas, la atracción sexual tuvo que ser en todo momento el componente principal de la relación. Pero la imagen habitual de Speke como misógino egoísta e insensible no encaja con los tiernos sentimientos que abrigaba por Méri ni con el hecho de que su sentido del honor le impidiera seguir tratándola como «su esposa», cosa que ella habría estado encantada de permitirle si, como deseaba, la hubiera acogido de nuevo en su casa. No teniendo experiencia alguna del amor romántico —en el sentido europeo del término—, Mutesa y la Reina Madre habían esperado que Speke utilizara a Méri para su placer independientemente de los sentimientos de la chica. En la mayoría de los casos, los aventureros y colonos que vinieran después tendrían pocos escrúpulos morales a la hora de explotar a las africanas. Corre el rumor, que de vez en cuando vuelve a dejarse oír, de que Speke dejó embarazada a Méri. Aunque es posible, el hecho de que estuvieran juntos tan poco tiempo no contribuye a hacerlo creíble. Speke abandonaría Mengo en julio, unos tres meses después de lo que él llama la «doma» de la «fierecilla» en abril, así que si la chica hubiera quedado embarazada, para entonces ya habría tenido que saberlo, y no habría tenido por qué no decírselo a Speke. El diario de este es notablemente desinhibido en su versión manuscrita y, sin embargo, en él no se alude en ningún momento a un embarazo. Pero en cualquier caso no puede haber seguridad ni en un sentido ni en otro.

Al principio, irritado por no ser amado de la forma que él deseaba, Speke entregó a Méri a Uledi y a la esposa de este, Mhmua, como guardianes. Aunque la llama «mujer libre» y «hermana de Mhmua», esta dudaría a veces en atar a Méri por las muñecas para que no se escapara. Pocas semanas después, es evidente que Speke se sentía tan incómodo con la situación que se ofreció a intentar «casarla con uno de los hijos de Rumanika, un príncipe de su propia raza». Pero Méri rechazó todos esos esfuerzos bienintencionados.

Hasta que se produjo esta decepción amorosa, Speke había disfrutado en gran medida de su privilegiado estatus en la corte, así como de su estrecha relación con algunos baganda, desde el rey y su madre por arriba hasta los pajes y servidores por la parte más baja de la pirámide social. De hecho su entusiasta participación en los asuntos de la vida cotidiana y su facilidad de trato con las mujeres africanas son rasgos que lo diferencian de Burton, Baker, Grant y Livingstone, quienes siempre mantuvieron una distancia mucho mayor (al menos en sus diarios). Pero coincidiendo con la pérdida de Méri vino la conciencia cada vez mayor del lado oscuro de la naturaleza de Mutesa, que empezó a amargar el placer que había venido sintiendo el explorador de formar parte de la alta sociedad de los baganda. En una ocasión el rey montó en cólera con una antigua esposa favorita, a la cual Speke había encontrado siempre encantadora. Su único delito había sido ofrecer a su amo y señor una pieza de fruta —cuando en realidad habría correspondido darle de comer a un funcionario de la corte específicamente nombrado para este menester—, así que la mujer fue sacada a rastras de la sala para ser ejecutada por esta pequeña infracción de la etiqueta cortesana «gritando los nombres del Kamraviona y del Mzungu para implorar su ayuda y su protección». Mientras las otras esposas del kabaka le cogían de las rodillas suplicándole clemencia, el rey empezó a pegar a la condenada con una vara en la cabeza. Aquello fue demasiado para Speke, que «se precipitó hacia el rey y sujetándole el brazo que tenía levantado, le pidió que perdonase la vida a la desdichada mujer». Consciente de que «corría un peligro inminente de perder [su propia] vida», Speke dio gracias al cielo cuando «la inesperada novedad de [su] intromisión hizo sonreír a aquel tirano caprichoso, y la mujer fue liberada al instante». Un paje real que malinterpretó un mensaje de Speke al monarca fue menos afortunado y le cortaron las orejas por no haber escuchado atentamente. Pero mucho peor que todo esto fue el castigo que el kabaka infligió a una mujer que había huido de un marido cruel y al anciano que le había dado valientemente cobijo. Los dos fueron condenados a que les dieran de comer y de beber durante varias semanas, «mientras eran despedazados, miembro a miembro, para servir de pasto a los buitres, cada día, hasta que perdieran la vida». Lo que horrorizó a Speke fue la «absoluta indiferencia [de Mutesa] ante la tragedia que él mismo había puesto en marcha». En cuanto los condenados fueron «sacados ruidosamente a rastras […] al son de la música atronadora del milélé y los tambores», el rey se volvió cariñosamente hacia Speke y dijo: «Bueno, y ahora, para cazar Bana, veamos tu escopeta».

Pero a pesar de la repugnancia que le inspiraba, Speke no podía permitirse el lujo de ofender a Mutesa ni negarse a enseñarle su libro de imágenes, o a salir de caza con él, o no ofrecerle tratamiento médico si se lo pedía. Se sintió asimismo obligado a obedecer al rey cuando le pidió que le hiciera un retrato. En el bosquejo a lápiz y acuarela que hizo Speke, el rey aparece desnudo, «preparándose para su ampolla»: un procedimiento arcaico mediante el cual se extraía el fluido de la parte del cuerpo que se quería tratar. La expresión de Mutesa es inescrutable y, a pesar de las limitaciones del pintor, el cuerpo del rey se ve esbelto y hermoso, aunque sus genitales son reproducidos a menor tamaño que el natural, como en las obras de arte griego. Teniendo en cuenta su conversación sobre cuál era la medida ideal de un pene, no parece probable que el dibujo resultara del agrado del rey. (Véanse las láminas en color).

El 14 de mayo, Mabruki, que había sido conducido a Bunyoro por unos guías baganda, regresó con la inquietante noticia de que aunque Petherick todavía no había llegado al país del rey Kamrasi, su grupo seguía en Gani. El hecho de que dijeran que uno de los dos hombres blancos llevaba barba parecía garantizar que se trataba del propio Petherick. Mabruki explicó que Baraka y Uledi, que habían sido enviados a Bunyoro desde Karagwe a finales de enero, seguían retenidos por Kamrasi y por lo tanto no habían podido continuar la marcha hacia Gani. Aquello resultaba muy frustrante para Speke. Mientras tanto Grant, que abrigaba la esperanza de reconocer las riberas del lago en su camino desde Karagwe hasta Buganda, había mandado por delante a un mensajero para decir que seguía imposibilitado a causa de su pierna ulcerada y que lo tenían que transportar en litera, de modo que no podía llevar a cabo observaciones de ningún tipo. Mientras Speke ansiaba la llegada de Grant para poder salir juntos hacia el desaguadero del Nyanza, camino de Bunyoro y de Gani, Mutesa seguía más interesado en la caza que en los planes del hombre blanco. Al día siguiente de la reaparición de Mabruki, el rey hirió y mató a una cigüeña enorme o a un marabú grande (leptoptilos) y «en un rapto de alegría y excitación, se puso a correr arriba y abajo por el campo plantado de patatas como un toro enloquecido […] Mientras tanto tocaban los tambores, sus servidores se pusieron a lanzar alaridos y las mujeres a dar vueltas a su alrededor chillando y danzando».

Grant llegó por fin el 27 de mayo de 1862, después de un período de cuatro meses de separación de Speke. En palabras de Grant, estaban «tan felices de estar juntos de nuevo y tenían tantas cosas que contarse, que cuando los pajes entraron de forma intempestiva con el mandato real de que Su Alteza quería verme al día siguiente, nos sentimos indignados ante semejante intrusión». En su primera audiencia, Grant quedó tan impresionado por la persona y la vestimenta de Mutesa como había quedado Speke, pero no pasó mucho tiempo antes de que «un estremecimiento de horror recorriera [su cuerpo]». Cuando concluyó la audiencia, dos mujeres jóvenes, que habían tenido la osadía de sonreír a los exploradores, fueron sacadas a rastras de la sala por el verdugo. «¿Podíamos haber sido nosotros la causa de aquella calamidad?», se preguntaba angustiado Grant. «¿Y aquel joven príncipe con el que habíamos estado conversando de forma tan agradable podía tener el valor de ordenar que mataran a aquellas pobres mujeres?». Conocería la respuesta mucho antes de escuchar los gritos de la gente que era torturada cada vez que pasara por delante de la cabaña de Maula, el detective jefe de Mutesa. Grant admiraba a Speke por tener el coraje de intervenir de vez en cuando. En una ocasión su amigo consiguió incluso la liberación del hijo del propio verdugo, que había sido condenado a muerte.

Pero aunque Mutesa fuera caprichoso y cruel, complació a Speke y a Grant dos días después de la llegada de este enviando emisarios a Kamrasi pidiéndole una vez más que permitiera a Baraka y Uledi continuar su camino hacia Gani. Advirtió, no obstante, a los exploradores que todavía no podían esperar irse a ninguna parte. Estaban ya a primeros de junio y Speke había pasado en Buganda más de tres meses. Mientras se preparaba para la siguiente fase de su gran viaje, Méri fue a visitarlo varias veces; «[estaba] más hermosa que nunca», pensaba él, «y [se iba] suspirando» porque quería que la volviera a acoger en su casa. Pero Speke seguía creyendo que lo que inspiraba esas visitas eran consideraciones materiales y no el amor.

Esposa real camino de su ejecución.

Por fin, el 18 de junio, gracias a la ayuda prestada por la Reina Madre, el kabaka accedió a permitir a los dos exploradores desplazarse hasta el lugar por donde desaguaba el lago y continuar luego su viaje hacia el noroeste en dirección a Bunyoro. El permiso fue confirmado a primeros de julio, y Speke y Grant pudieron partir el día 7 con una escolta de baganda y sesenta vacas regaladas por el rey. El monarca y Lubuga, «la favorita de su harén», vinieron a verlos marchar, y Speke convenció a sus hombres de que les rindieran n’yanzig por los muchos favores recibidos. Se trataba de una palabra inventada por el propio Speke para designar las extravagantes reverencias y muestras de acatamiento de las que era colmado Mutesa; consistían, por ejemplo, en que el sujeto se pusiera de rodillas con las manos extendidas al tiempo que repetía las palabras: «N’yanzig ai N’yanzig Mkhama», para luego postrarse en el suelo boca abajo y revolverse como si fuera un pez fuera del agua. Los hombres de Speke debieron de hacer estos gestos con mucho entusiasmo, pues Mutesa los felicitó cariñosamente antes de echar un último vistazo a los dos hombres blancos, para a continuación marcharse dando grandes zancadas mientras Lubuga «agitaba sus delicadas manos y gritaba: “¡Bana! ¡Bana!”».